«A la luz que tus aires aposenta
Cervantes le dio voz, Velázquez brío,
Quevedo sombras, Calderón afrenta
rodeando las llamas su vacío.
Y Lope con sutil mano violenta
máscara de garboso señorío.»
Cualquier noticia, rumor o embuste allí lanzado, rodaba como una bola hasta multiplicarse por mil, y nada escapaba a las lenguas que de todo conocían, vistiendo de limpio desde el Rey al último villano… Discutíanse en sus corrillos los asuntos de Flandes, Italia, las Indias con la gravedad de un Consejo de Castilla, repetíanse chistes y epigramas y se cubría de fango la honra
Sujeta una Castilla agotada,
Un Portugal celoso y levantisco,
Un Aragón y Cataluña celosos de sus derechos,
y una Andalucía en manos de nobles codiciosos.
En la gran Patria del Mundo, en la madre de los nacidos, en el oratorio del Cielo, en el abrigo de los pobres, en el Imperio del Orbe, en la silla de los Mayores Monarcas de la Tierra, en Madrid.
Mi corazón oprimido
Siente junto a la alborada
El dolor de sus amores
Y el sueño de las distancias.
La luz de la aurora lleva
Semilleros de nostalgias
Y la tristeza sin ojos
De la médula del alma.
La gran tumba de la noche
Su negro velo levanta
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar