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Salvadores Salvados

Salvadores Salvados - Avistamiento de Águila - Escena Uno.

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01/02/2013, 23:03
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Escena 1 - Avistamiento de Águila

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01/02/2013, 23:03
Drike

La Harley Davidson se detuvo en seco. Se movía como el demonio, con ruedas más propias de un todoterreno y un tubo de escape que ni la vieja bruja viuda del pueblo vecino o la prostituta más sodomita. El conductor, callado y parco en palabras, la apretaba las tuercas con inusitada ferocidad. Al volante no parecía haber un hombre con temor a la muerte, ni preocupado por la integridad de Niki y su pequeña Harley. O se sentía muy seguro de su capacidad al volante, que también pudiera ser. La realidad era que destilaba falta de instinto de conservación, y había perdido el miedo a todo. Nada que perder, lo llamaban. Todo que ganar. Y eso daba fuerzas al más miserable y diminuto.

Había recogido a la más que atractiva pelirroja a su llegada a la ciudad, al otro lado de las vías del metro, a dos manzanas de distancia. Fingiendo estar en el lugar y momento apropiados. Afirmó llamarse Drike, y ese era el nombre del Anarquista que en teoría la recogería al llegar a la ciudad. Tras ponerla un casco con el amor de un hermano mayor y mirarla cual huérfano sin familia, se puso a conducir sin mediar más palabra en todo el trayecto, salvando un par de preguntas rutinarias sobre si la amnésica estaba bien, chequeando su seguridad física y mental.

Al fin, el hombre bajó de la moto, dejando caer todo el peso de la misma a un lateral, asegurada. Se quitó el casco y lo dejó sobre un lateral del manillar, cerca del acelerador. Niki, en la parte de atrás, había estado todo el viaje aferrada al pecho del hombre, con el corazón en un puño por los giros bruscos. Decir que inclinaba la moto en las curvas era maquillar la verdad. El firme y bien colocado trasero de la joven aún parecía vibrar con vida propia por culpa del motor y los baches. Nada en el trayecto les había molestado. Ni nazis, ni patrullas, ni revolucionarios. Sabían que ruta habían de tomar.

- Es aquí- dijo al fin el hombre con voz grave, señalando con el pulgar un escueto cartel a su espalda, cabecera un lugar aparentemente abandonado y en venta. Vidrieras empañadas y sucias, con una puerta a juego, si bien la cerradura del local, un bajo, vibralla como si fuese nueva, y quizás lo fuese.

Drike era un hombre alto, corpulento, con un gorro de lana que parecía esconder una generosa mata de cabello color paja. Parecía ejercer el rol de silencioso árbol boxeador que las mata callando. Rezumaba dolor y experiencia. Su cazadora de cuero y sus vaqueros apretados andaban a juego con las puntas de metal y las espuelas añadidas a sus botas militares, y el cinturón con la calavera por hebilla. Lucía una Baretta1 en la cadera, parcialmente oculta por la chaqueta. Cualquier Alemán le reconocería como problemas a simple vista.

- Hay unos cuantos armando jaleo en el centro, pero ahí dentro quedan lobos- aseguró el hombre-. Ten cuidado. Cuando digo que son lobos quiero decir que les gusta demasiado el barrio rojo, y tu pelo...

Sonrió. Su tono era triste, como sus ojos, pero señaló la cabeza de la mujer, sobre la frente, marcando la melena flameante y roja de la chica. Era obvio que él no se consideraba uno más de aquel grupo, sino alguien alejado de la masa y en sus propias circunstancias. Y eso era malo teniendo en cuenta que los Anarquistas eran una sola familia.

Echó a andar hacia el local, sacando un manojo de llaves de un bolsillo interno en la cazadora de cuero. De espaldas podían verse grabados de metal sobre los hombros, y otros tantos en la espalda, sobre la cazadora, con bordados trivales. Llevaba una cartera abultando el bolsillo de la nalga izquierda, en los vaqueros.

- Te recomiendo marcar tu territorio- aseguró, ladeando la cabeza para mirarla-. Y no me refiero a esto.

Señaló con un dedo, en abanico, el lugar. Parecía una fábrica abandonada. El hombre había dejado la moto fuera, pero segura tras las verjas. Nadie tenía pinta de ponerse a mirar ahí, donde en teoría sólo debía haber ratas, cristales, y quizá, jeringuillas y algún cadáver. Pero ahí parecía estar la base de los Anarquistas, oculta a plena vista donde nadie buscaría nada.

Demasiada mujer para acabar con Jaivs. Llévame al AAK-2.

Niki escuchó, pero sabía que aquello era nuevamente fruto de su pequeño secreto. No le hablaban a los oídos, sino que le inyectaban las palabras directamente al cerebro. Drike, lacónico y esperanzado, lanzó la primera frase. El hombre de la visión, en ninguna parte visible, la segunda. Hasta qué punto brotaba la sinestesia en sus talentos ocultos era algo ignoto.


1* Pistola de origen italiano usada por civiles, policías y militares. Baretta las fabricó para italia y alemania en la WW2.

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01/02/2013, 23:04
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El Padre Jürguen reflexionaba sobre la silla de su cocina en plena noche cerrada. Aún tenía el plato vacío con los restos de la cena a un lado, y la pipa con el tabaco encendido reposaba sobre sus labios como postre. Ante él se alzaba una pared llena de post-it de todo color y condición, con fotografías y notas a mano. Ante su mesa de cocina y trabajo estaban los apuntes sobre su investigación. Su proyecto de futuro y la clave de su redención. El secreto estaba ahí, en alguna parte.

La canción comenzó a sonar bajo la ventana. Algo animado y bailable, carente de sincronía para con la situación.

- ¡Baila, maricón!- grito un acento alemán, homófobo, seguido de un disparo de revolver contra el asfalto.

La tostadora de Jürguen saltó, asustada, escupiendo su primer postre de la boca. El bote de mantequilla y el de mermelada descansaban al lado, sombríos bajo el halógeno y estremecidos de miedo ante aquel desalmado que gritaba en la calle.

- ¡He dicho que bailes, jodido invertido!- volvió a ordenar la voz, haciendo sonar dos nuevas balas en el aire.

Y nadie hacía nada por detenerle. Era un pobre diablo matando a un pobre ángel, jugando cual gato con la comida antes de rematarla y esconderla bajo una alfombra hasta tener hambre.

La fotografía de su hija, aquella preciosa chiquilla que quizás aún no habiese pasado la menarquia, descansaba en lo alto de las pruebas. Sabía en manos de quien estaba, y menudo elemento. El Gobernador, ni más ni menos. Un hombre sin nombre que se escudaba bajo aquel título, escondido en una mansión vigilada día y noche por demasiadas águilas y esvásticas. Pero según los documentos de la niña El Gobernador se llamaba Heinz Goering, y saber eso ya era mucho.

Los coches negros, las armas y los uniformes eran una constante ahí dentro. Reuniones diplomáticas, seguidas también de sospechosas furgonetas blindadas. Entrar ahí dentro y sacar a su hija era misión imposible para alguien con los talentos de Jüguen, pero debía haber una forma de recuperarla, y habría de hacerlo, ya que según Nicolaás Linker, el falsificador, ese hombre, cuyo nombre desconocía, formaba parte de unas resucitadas Waffen-SS. Y en según qué bares había oído cuentos chinos sobre una perversa afición a la craneometría y el poligenismo.

Casando rumores, si verdaderamente formaba parte de la élite de las Schutzstaffel, todo apuntaba a que sabía menos que Jürguen pero más que suficiente. Y eso no sería bueno para la pobre niña, acogida por, seguramente, conveniencia y delirios de grandeza. Sabía donde debía de estar, lo cual era más que mucho pero menos que suficiente.

Disparo.

- ¡Ahora te meneas!, ¿eh?- carcajada de fondo abajo, en la calle, con aquel sádico divirtiéndose, mientras se escuchaba un grito agónico y agudo-. Aunque yo a eso lo llamo más bien hacerse el cerdo desorejado.

Jüguen apretó los puños. Y en ese preciso instante, la canción favorita de su amada prostituta yonki sonó al otro de la pared, en la casa contigua, como un eco lejano. Abajó dejó de escucharse música al retumbar un disparo, de sonoridad distinta a los anteriores. Un golpe sordo retumbó justo después, al otro lado del muro de papel. Conociendo a la mujer, bien podía estar muriéndose otra vez, sino algo peor, aunque podía no ser absolutamente nada. Las malditas paredes de cristal no ayudaban a dar intimidad. Si alguna vez la mujer decidía llevarse el trabajo a casa, Padre lo sabría.

Aquel mundo era frío, cruel y despiadado, como había sido siempre, pero ahora no se molestaba en maquillar su esencia. Marleen Von Vergenband y Erika Taglioni eran gotas de agua tiradas en mitad del alcohol, o chispas de fuego, pero revolucionaban con luz aquel maremagnum de sombras. Eran bombillas sin enchufe, así que Jürguen debía hacer el papel de conductor.

- Aplicadle Aktion T41 contra el bordillo y dejad de asustar al vecindario. Mañana tienen que trabajar- dijo la fría voz de un hombre, sin gritar, pero fácil de escuchar con la ventana abierta, en un primer piso, y con un recién creado silencio sepulcral salvando la música de fondo-. Y vosotros también. Si alguien hace algo así durante la operación de mañana, su cabeza sustituirá a lo que aún parece equipo de música. ¿Entendido, Friedrich?- la últimas dos palabras destilaban no sólo mando, sino también autoridad.

Disparo final.

- Sí, Gobernador- replicó la voz de antes, sumisa, mientras Jüguen decidía cómo proceder.


1* Aktion_T4 era un programa que ponía fin a la vida de personas consideradas indignas para vivir según los Nazis.

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02/02/2013, 01:00
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Gretchen estaba donde tenía que estar. O donde no debería estar, según se mirase. Su alcoba sobre el despacho de Ambroos Hanssen, el estrambótico dueño de El Boulevard, que, todo sea dicho, debía de estar en ese instante una distancia de un escaso par de metros en vertical.

Aquella era una habitación pequeña, minúscula, con poco más que lo justo y necesario para que la pequeña pudiese vivir. Los regalos de Stille y el reducido espacio eran lo único que la salvaba de ser minimalista, haciéndola parecer recargada por contra.

El espejo sobre la mesa que hacía de nunca usado tocador era la prueba. El último regalo. Y uno que se tornaba cada día más inquietante. El poder verse los huesos al aire en aquel reflejo era algo inquietante. Las lágrimas en los ojos. El pestañeo. Allí se reflejaba la comida más que nimia pero menos que suficiente. Y el pestañeo.

A su manera, Gretch, pobre de si, podía considerarse afortunada. Su vida daba auténtica pena, pero dentro de su síndrome traumático y su atormentada mente, su situación actual era afortunada. Un canal para hacer más feliz a otras personas, como Stille, o como Ambroos. Era una víctima de su padre. Del mundo. De un gentío repulsivo que merecía poco más que una muerte piadosa. Y ni siquiera.

Pero Gretch estaba viva. Viva y en peso creciente. Ahí estaba lo bueno. Cada día se miraba en el espejo, y todo iba, a un ritmo exagerantemente lento, a mejor. Sus pómulos cogían volumen y color. Sus escápulas se marcaban menos en la piel. Sus ojos se cubrían de lágrimas menos veces al día. Y Stille cada vez la visitaba más. La necesitaba más. Era su hija, a su manera.

Es por ello que le esperaba. Debía estar al caer, seguro. Ese valiente anarquista salido del cielo para protegerla en su corcel negro de cilindros y olor a gasolina estaría allí para abrazarla y no soltarla nunca más. Sin, por ello, quitarla la ropa. Arropándola por contra.

Pero el reflejo pestañeó, otra vez. Y Gretch sabía que su mente estaba rota, o aquello no tendría explicación, si bien había otras cosas que sabía podían no tenerla. Aquello era un cuento. Casi podía ver moverse a su reflejo a veces, componiendo muecas que ella apenas se sentía hechas. Estaba muerta por dentro, y resucitarla era una tarea de titanes. Eso era lo que verdaderamente daba escalofríos. Eso y su padre. Y Viktor.

Un par de golpes sonaron al otro lado de la puerta. Suaves, frágiles, cuidadosos.

- ¿Gre... Gretch? ¿Gretchen?- preguntó una voz femenina, hasta ahora desconocida, con un hilo de voz?- So... soy una amiga de Stille, del Club1- una mano, rosada y carnosa, pequeña, asomó por la puerta ahora entreabierta con un chasquido, cauta-. ¿Puedo pasar? Me envía él. Dice que... dice que le gustaría que... intentes relacionarte con más gente. ¿Puedo pasar?

Su voz sonaba muy preocupada al otro lado de la puerta. Como si temiese romper algo. Como si en cualquier momento Gretch pudiese golpear la puerta y aplastarle los dedos, rompiéndola la muñeca y derramando su chillido de dolor al aire. Parecía estar asustada de Gretchen. Y normalmente era siempre al revés. Totalmente. Era una situación nueva.

- Dicen que llevas un mes en Ámsterdam. Te he traído un trozo de tarta para... celebrarlo. La he hecho yo misma- añadió, con la voz algo rota, como si temiese anegarse en lágrimas en cualquier momento.

Aquella chica sentia verdadera lástima por Gretchen. Sentía pena. Mucha. A raudales. Ríos de auténtica compasión. Sostenía su corazón en un puño aquella voz. Y desde luego, todo aquello era algo absolutamente nuevo. Era comida. Gretchen nunca comía tarta. Engordaba, y no ayudaba a bailar. Estaba prohibida. Como casi todo.

La ventana abierta, justo en posición de némesis a la puerta, enfrente, filtraba un viento siseante. Ambroos, abajo, también tenía la suya de igual modo. Y más abajo, la calle, abierta y expuesta con las tripas al aire y los transeúntes preocupados de sus propios asuntos. Gretch sabía que Natasha tenía pensado hacer una visita al proxeneta, así que quizás cerrarla, para evitar ruidos, fuese lo más apropiado. O no.

- Puedo llevarle luego luego a la Casa-Club1, si quieres- se ofreció, intentando ser concesiva por conveniencia-. Stille irá allí cuando acabe.


1* Situada en una fábrica abandonada, la Sede de los Anarquistas en Ámsterdam es cama, club y piso franco.

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02/02/2013, 01:49
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La música sonaba de fondo, con aquel CD danzando de forma repetitiva dentro del equipo de música. Nirvana. Un placer que, de haber conocido de verdad, Ruth tan sólo podría comparar al del sexo, el amor mutuo, una jeringuilla en las venas o una cama tras doce horas caminando. Pero no era el caso, y la música era una de las pocas cosas que podían hacerla sentir viva. La chica no se caracterizaba por haber tenido suerte en la vida.

El lápiz entre sus dedos danzaba sobre la mesa, impregnando la hoja de carbonilla. En negro comenzaba a perfilarse lo que parecía ser un dibujo francamente interesante. Las gafas de sol en suelo, rotas bajo las gotas de lluvia y aquel charco, que no hacía sino proyectar una sombra afilada y erguida de cabello tan corto como el de su acosador. Sobre las baldosas de la calle se alzaba la cazadora de cuero, cubriendo aquel cuerpo atlético y precediendo a la cabeza de rapado cabello. Axel, y estaba gritando, con los dientes apretados y las manos sobre una pierna. Lo interesante es que, pese a tener la misma longitud de cabello, Axel no era la sombra que se alzaba reflejada en el charco.

Sólo podía verse de aquel hombre, sobre los vaqueros de Axel, el peso de otra pierna enfundada en un chandal deportivo, con líneas verticales y zapatillas en la zona distal, aplastando la extremidad de Janssen, el cual la aferraba como si doliese tres mil intensidades. Del foco de conflicto, entre las piernas de ambas personas, brotaban lo que parecían ser chispas.

Y entonces, la mesa desapareció. Cegada, Ruth no pudo sino soltar el lápiz, dejándose llevar por aquella visión. Unas manos finas saltando una valla, adentrándose en lo que parecía ser una fábrica abandonada. Cristales rotos en el suelo, al lado de bolsas de basura. Mirándose a los pies por precaución para no clavarse alguna aguja o cristal, podía reconocer claramente unos pantalones de campana y unos zapatos. Era la ropa de su hermana, como lo eran sus manos. A juzgar por cómo subía y bajaba la cabeza, estaba cansada.

La mesa volvió a aparecer. Sola en casa a efectos prácticos, con una madre dormida en el sofá, echó un ojo por la ventana. Allí, tirado sobre el capó de un coche negro, estaba Axel. Era de noche, con las luces rojas del barrio con nombre del mismo color perfilándose en el horizonte. Se le veía gracias a las farolas, incidiendo de pleno sobre su cuerpo y haciéndolo brillar como algún tipo de divo. Janssen podía considerarse afortunado de que no soliesen pasar patrullas por aquella zona, ya que un chico así, pese a lo escueto de su cabello, demostraba ser un foco de conflicto. Y los Alemanes tenían una solución muy simple contra algo así, pero él se creía demasiado hábil para caer con algo así.

En teoría su hermana debía estar con su chico, de picos pardos en vete a saber si la casa o el coche. No sería la primera vez, pero sí la segunda, que sus ojos la sorprendían viendo lo que nadie más que ellos dos debería ver. Casi era una suerte encontrarse con que estaba vestida y en traslación, aunque el lugar no parecía muy apropiado, ni de lejos.

Analizando la situación, Ruth tenía a un acosador bajo la puerta de casa, acechando plácidamente, y a una hermana entrando en un foco de infección. En tercer lugar estaba el dibujo, que casi suponía un alivio, pero que no dejaba de ser una premonición de lo más inquietante.

Y entonces fue cuando el CD dejó de sonar. Las luces del cuarto de Ruth se apagaron, e incluso la televisión de fondo, en el salón donde dormía su madre, dejó de oírse. Se había ido la luz, pero, al mirar por la ventana, Axel seguía encendido bajo aquella luz, como lo estaban las demás farolas.

Un destello rojo parpadeó sobre el cielo, a baja altura, proveniente del propio tejado de la chica. El sonido de un rayo, al mismo tiempo, partió el recién creado silencio. Si lo rojo era fuego y una consecuencia de aquel fenómeno Ruth podía darse por jodida. Con Axel por debajo y las llamas por encima no le esperaba un futuro muy luminoso que digamos. Y no es que los bomberos hiciesen mucho últimamente, claro.

Eso, suponiendo que no fuese una suposición y todo estuviese bien dentro de lo raro. Ya habían cuatro elementos en la ecuación. Su hermana, Axel, el dibujo, y el tejado. Y el tiempo pasaba demasiado rápido como para pararse a pensar en todo detenidamente.

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07/02/2013, 23:18
Viktor

El avión había aterrizado sin incidentes. Un vuelo exitoso a todas luces, con un pasajero que podía, si lo deseaba, hablar con el propio pájaro de metal sobre cuanto carburante le quedaba en el buche o cuán bien conducía el piloto. Una vez en tierra firme, al fin, pudo soltarse el inútil cinturón de seguridad, y pasar tres controles de metal hasta salir con las maletas en la mano a territorio civil. Más o menos.

El aeropuerto estaba controlado hasta las entrañas por los alemanes, y las esvásticas rojas y blancas y las chapas de metal con forma águila eran lo único que se distinguía del negro de tanto uniforme y tanto par de botas militares. Había demasiadas ametralladoras, literalmente hablando, y todas parecían cargadas. Aquellos paranoicos parecían pensar que en cualquier momento podían necesitar tanta potencia de fuego, y que sería útil.

Nada detuvo, sin embargo y por suerte, a Eugenius Novák en su salida de aquella Caja Negra1. Una vez en el exterior, anocheciendo y con el sol desgranándose por el horizonte rumbo al otro lado del mundo, sólo quedaba encontrar un taxi, o un medio de transporte similar. Y tan similar.

Una limusina negra abrió su puerta, dejando salir a un hombre, si es que se le podía llamar así. Lucía unas botas militares de uniforme, pulidas y brillantes bajo la luz de las ya encendidas farolas. Ascendiendo se veía un par de vaqueros bien apretados, sin pistola en la cadera. Una cazadora de corte regio, diseñada a medida, se alzaba haciendo de aquel torso atlético y fibroso en su justa medida algo cuadriculado. Acolchaba los brazos dándoles el aspecto de estar cubiertos por diminutos neumáticos ligados de forma continua. Bajo aquel bulto bien podía haber músculo, kevlar, o diez granadas unidas por una anilla atada al dedo corazón. En un brazo de aquella prenda se lucía una cinta roja, con la blanca e inmaculada esvástica nazi como símbolo de quién era y para quien trabajaba.

Aunque por su rostro podía ser cualquier cosa. Exudaba confianza y carisma por cada poro de la piel. Se irguió, revelando una melena rubia bajo el gorro girado hacia atrás, con un águila grabada, que apresuró a quitarse nada más salir del vehículo. Pese a que por aquel complemento pudiera parecer el chofer, viajaba en la parte de atrás, como pasajero estrella. Y el gorro sólo era más atrezzo. Ya en el pecho se veía una esvástica, roja como el infierno o el cielo nuclear.

- ¡Señor Novak!- exclamó el hombre, alzando las manos en tono conciliador, como si fuese un viejo conocido. Sonreía, dejando sendas líneas de tensión en las mejillas. Era una mueca sincera y no por ello menos escalofriante.

Dejó el gorro sobre el vehículo, tapándolo con su cuerpo y cerrando la puerta con insutada suavidad a su través, para echar a andar a paso célere en dirección al genio. Le costó alcanzarle con las maletas en la mano los segundos que Eugenius tardaba en asumir la realidad. Le esperaban los villanos, por supuesto. Era famoso, para bien y para mal. Y a los nazis les encantaba la ciencia.

El desgarbado rubio de cabello lacrado alzó una mano, enfundada en un guante negro. Componiendo una mueca de fingido y encantador descuido se quitó el guante con el otro, dejando ver una mano en su temperatura justa, protegida por el complemento hacía un segundo. Uñas rectas y bien cortadas. Dedos finos. No acostumbraba a mancharse las manos.

- Es todo un placer conocerle en persona, caballero- añadió, elegante, mirándole con aquellos ojos azul alba, guardando el guante en un bolsillo interior de la cazadora y sacando del mismo una identificación negra, plegada sobre si misma.

Con un dedo desplegó hacia abajo aquello, revelando una serie de medallas2, Cruz de Hierro y Cruz de Caballero entre ellas, aunque destacaba peligrosamente Asalto de Infantería, ya que la misma se alzaba al lado de lo verdaderamente importante. Su identificación. Wehrmacht3. Militar.

Guardó la placa en su sitio, y con la nuevamente mano libre se bajó el cuello de la cazadora. Bajo el mismo se lucía en el perfecto ario una segunda prenda de abrigo, sin incógnito, que claramente era una reconstrucción moderna del negro uniforme militar que lucieron las Waffen-SS durante la Segunda Guerra Mundial. Para más seña, aquella prenda lucía un emblema de cuello, cuatro cuentas de plata y una línea al lado izquierdo y el símbolo de las SS a la derecha. Aquello revelaba su cargo más que sus palabras. La Cruz Nazi se alzaba al centro, a modo de colgante.

- Viktor Eichmann, Obersturmbannführer4- recargó la palabra de un potente acento Alemán, nativo pese a que lo eliminaba a voluntad a un gran tinte Holandés- encargado de su seguridad personal- declaró-. El Gobernador quiere, amablemente- enfatizó la palabra-, darle la bienvenida a la ciudad personalmente. Arde en deseos de conocerle, se lo aseguro.

El hombre hizo una pequeña reverencia, dramático cual bufón, dejando ver, al fin, el gorro a su espalda, sobre el coche. A la cabeza lucía una Totenkopf. La calavera que declaraba pertenencia a la resurgida tercera división de las SS. Estaba claro que Novák se había metido a jugar con fuego y un mal paso podía quemarle. Aquel hombre destilaba peligro, pero su pico de oro se ponderaba en veinticuatro quilates.


1* Significado múltiple.
2* Condecoraciones resurgidas de la Segunda Guerra Mundial. Cruz de HierroCruz de Caballero y Asalto de Infantería.
3* Fuerza Armada de la Alemania Nazi.
4* Teniente Coronel (Oficial Superior).

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13/02/2013, 22:13
Gretchen

Una persona más afilada podría haber preguntado "¿Cuando acabe, de qué?" Pero a Gretchen no es que no le importara, es que si era palabra de Stille no se lo planteaba. Igualmente podría haberle dicho "Stille quiere que te pongas en medio de las vías con los ojos vendados" y la cría no hubiera parpadeado.

A diferencia de su reflejo.

 

Gretchen suponía que estaba loca. Sabía que tenía que estarlo, porque veía cosas imposibles, veía a la Gretchen del espejo parpadear, abandonar su mundo inverso de falsa plata durante una ínfima fracción de segundo. Quizá es que le falta el alma y su reflejo se lo contaba así. No es de las peores locuras, que ella sepa. Hay muchos clientes del Boulevard que están bastante más... ¿cómo lo llaman las gemelas? Girados del tejado. Aún así, no es agradable tener la confirmación de lo que ya supones: que tu cabeza es un jarrón al que algún salvaje hizo añicos y la mitad de las piezas de porcelana se han perdido, y las que quedan las tienes clavadas en el alma.

Estar loco... estar girado, tampoco está tan mal. Mientras controles aquello que sabes que es mentira, mientras aún entiendas que el reflejo siempre debería quedarse en el espejo, todo va bien. Mientras sepas que no hay un universo igual viviendo detrás del cristal, mientras recuerdes lo que es real y lo que no, todo va bien. Mientras no olvides que Diéter no va a encontrarte aquí, todo va bien. Ese es el punto: no desorientarse. Saber en todo momento que uno es Alicia, y que el País de las Maravillas no es el mundo real.  

La chica se arrodilló junto a la trampilla y la levantó por completo, dejando entrar a la mujer. Stille era la palabra mágica, la keyword, la clave de acceso que la adolescente exigía a los desconocidos. Si Stille quiere que un nazi con una semiautomática entre en la habitación de Gretchen, ella no intentará evitarlo. Confianza ciega, tan absoluta como si estuviera a -273 ºC.

Una tarta. ¿Una tarta? Hace una semana intentó preparar algo así. Ahora que trabaja en el Boulevard, limpia y cocina. No es una gran chef, y en ocasiones se le va la mano y vuelve a preparar aquellos horrores hiperprotéicos, hipolipídicos e insípidos que Diéter le exigía que comiera, pero de vez en cuando tiene puntos de genialidad. Podrá no ser excesivamente hábil, pero le pone mimo y empeño. Sea por que es su modo de ser, o porque está acostumbrada a que las cosas han de salir. Si no salen, Diéter se disgusta. Y si Diéter se disgusta...

Planteándose que quizá a Stille le gustaría un dulce de café -el café que bebía ese hombre podía ahogar una ciudad pequeña-, trató de hacer un tiramisú. Estaba bueno, o eso le dijo Liselot, porque calculó mal las cantidades y sobró bastante, incluso con el apetito de gigante que gasta Stille. Gretchen no comió.

No se trata de que no quiera, se trata de que no puede, se le cierra el estómago pensando en lo que vendrá después si Diéter se entera de que ha comido lo que no debe. El martes Natasha estuvo tres horas -ciento ochenta larguísimos minutos- para conseguir que Gretchen comiera media copa de fresas con nata. El sabor era maravilloso, pero el esófago se le cerraba sin que mediara para nada su voluntad.  Algo psicosomático, dijo la chica. El hecho es que para Gretchen comer es un camino de espinas.

Sabe lo que significa una tarta, no obstante. Significa que alguien se ha tomado la molestia de estar dos horas en la cocina, con la esperanza de que el resultado sea agradable para el agasajado. Nunca le han hecho una tarta. Diéter nunca hacía regalos, salvo después de. Y sus regalos preveían futuros después de. Un pijama con un estampado adorable de muffins. Unos calcetincitos de encaje. Unos zapatos de charol y hebilla. La antesala al infierno está reflejada en esos zapatos de punta redonda. Odia el charol con toda su alma.

La  chica intenta concentrarse en la idea de la tarta. Esa mujer, que no conoce salvo de vista, le ha preparado un pastel. Y con el cuidado de una cazadora de gatos, se acerca a su refugio enviada por Stille. Gretchen decide que entonces la tarta está bien, y debe probarla. Sabe que no podrá engullir más de tres cucharadas, pero quizá pueda disfrutar del sabor, al menos. Permitirá que esa desconocida entre en su habitación, el único trozo del mundo donde se siente segura. La envía Stille. Salvoconducto.

La propuesta de ir a la Casa-Club, a esperar a su único amigo, le alegra el alma. No está vestida de faena, se quita esa ropa -que bien pensado, no exhibe más que un vestido ajustado de patinadora- en cuanto puede.  Hace ya un rato que terminó de limpiar y recoger, y huyó hacia la oscuridad cálida de la buhardilla. Tiene miedo de encontrarse al oficial rubio. Al hombre que sólo viene al Boulevard a acompañar a un amigo, que siempre pide un Cardhú, que mira. A las gemelas les gusta. Les ha oído hacer algún comentario -la mitad de las palabras ni las ha entendido, pero el tono general era bastante evidente- sobre lo que les apetecería hacer con él, sobre él, bajo él. Una prueba más de que Gretchen está loca, porque en esos ojos de gélido azul glacial sólo es capaz de encontrar un nodo de oscuridad carente de cualquier atractivo.

La primera vez que le vio mirarla, una cita de uno de sus ajados libros la golpeó en la frente como un mazazo : "Allí donde comienza el deseo, en el lugar del miedo, donde nada tiene nombre y nada es, sino parece."  Porque los ojos del oficial rubio eran exactamente eso.

 

Intenta despejar la cabeza de esos pensamientos. Sus ojos se encuentran con los de la mujer, e inclina la cabeza de medio lado. Ese es todo el saludo que es capaz de dedicarle: una manera de reconocer que se ha percatado de su presencia y que no le parece mal. Se aparta de la puerta-trampilla y se sienta, aovillada, en el viejo sillón que huele un poco a tabaco, porque Stille siempre se sienta en él. Vaquita, la gata blanca y negra, maúlla desde algún lugar en los bajos del camastro.

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14/02/2013, 10:55
Eugenius Novák

Después de una hora y cuarenta y cinco minutos de vuelo, Eugenius se encontraba frustrado. No era un vuelo demasiado largo, la verdad. El tiempo había volado mientras el genio trataba de encontrar algo de información útil en el portátil de Vanderveer. Pero a pesar de toda su inteligencia, ahí no había nada. Nada de nada.

Al bajar del avión lo único que a Eugenius le apetecía era llegar a casa con su madre y su hermana. Pasar unos momentos en familia y descansar un poco antes del funeral que tendría lugar la mañana siguiente.

El tener que atravesar tantos controles de seguridad crispó aún más sus nervios. Una y otra vez teniendo que sacar el portátil del maletín y depositándolo en una bandeja separada, una y otra vez haciendo pasar la pequeña maleta con la poca ropa que había traído por el escáner… si hubiera sabido que daba igual no se hubiera pagado un billete en primera.

Una maleta de 55 por 40 por 23 centímetros donde no podía meter ninguno de sus trajes sin que se arrugaran o quedaran inservibles. Ridículo. Menos mal que en casa de su madre aún tenía algún traje que podría servir. Recordó entonces la sonrisa de su madre, la alegría en el rostro de su hermana… y Eugenius sonrió. Quizá en media hora podría estar en casa, en un sitio que podía llamar hogar y donde no le preocupaba que nadie fuera tan absurdamente inferior a él en términos de intelecto. Con su madre y su hermana no tenía que hablar de la teoría de Schrödinger, o de la teoría cuántica de campos… y aun así, eran las únicas personas aparte de Anne con las que estaba a gusto teniendo una conversación que otros llamarían “normal”.

¡Anne! Dios mío. Se había olvidado por completo de ella. No le había avisado de que volaba a Ámsterdam, ni de la muerte de Vanderveer. Aunque de esto último seguramente ella se habría enterado, después de todo trabajaban en el mismo centro. Mierda… ¡Estúpido, estúpido, estúpido! ¿Cómo podía no haberse acordado de decirle nada? Ni un email, ni una miserable llamada. Anne debía estar acostumbrada a esos despistes del genio, formaban parte de su personalidad, pero Eugenius no podía aspirar a tener una relación con ese tipo de lapsus. Tarde o temprano la otra parte se sentiría menospreciada, y con razón. Tarde o temprano Anne saldría herida si Eugenius no cambiaba de actitud y prestaba más atención. Pero era difícil cambiar ciertas costumbres.

Entonces Eugenius vio a aquel alemán salir de la limusina. Todo pomposo en su uniforme inmaculado. El hombre hablaba pero para Eugenius no era más que un sonido de fondo. Le veía claramente mover los labios pero la conversación le aburría. El tipo mostró toda una retahíla de identificaciones y condecoraciones de guerra… una muestra de poder quizá. Un sinsentido, mero aburrimiento para alguien del intelecto del genio. Escuchó la palabra “Gobernador” y Eugenius se percató de que no le resultaría fácil desembarazarse de ese gorila. Había venido hasta el aeropuerto con intención de marcharse con el genio sí o sí.

- Me gustaría ver a mi familia y mañana he de asistir a un funeral, Herr Eichmann… - dijo con voz pausada como si estuviera hablando a alguien lento de entendederas. – Pero supongo que puedo dedicarle amablemente - enfaticé la palabraunos minutos al gobernador. - finalizó tendiendo la maleta con la poca ropa que había traído al hombre rubio de ojos azules.

Quedaba claro que, para el genio, alguien encargado de su seguridad que iba a llevarle hasta el gobernador no era más que un mero chófer. Un mayordomo, o portaequipaje quizás.

Eugenius se arrebujó en su abrigo y no se despegó del maletín con el portátil de Vanderveer mientras esperaba a que el nazi recogiera su maleta y así poder encaminar sus pasos hacia la limusina negra. Después de todo no iba a decir que no a un transporte gratis.

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14/02/2013, 16:09
Ruth Karsten

¿Pero qué coño...?

Ruth salta de la silla. La cosa estaba jodida, muy jodida.

Recoge su material de dibujo con rapidez, metiéndolo todo en su vieja mochila atropelladamente. Con tiempo, ni se le hubiese pasado por la mente meterlo todo tan bruscamente, si había algo que tratase con cariño, era su material. Pero no disponía de ese tiempo.

Corre hacia el salón, a oscuras, intentando no chocarse contra algo. Se golpea el pie con el quicio de la puerta y exclama una maldición en voz alta.

-¡Anne! ¡Despierta!-exclama llamando a su madre. Se negaba a llamarla "mamá", por lo tanto, la llamaba por su nombre de pila. Avanza a tientas hacia ella y la zarandea.-¡Despierta, joder!-sus movimientos se vuelven más bruscos.-¡Tenemos que salir de aquí! ¡Despierta de una maldita vez!

Mientras se encarga de despertar a su madre, marca el número de su hermana con el móvil, sujetándolo entre el hombro y la oreja y espera a que la chica conteste.

Venga, Agatha, joder, contesta....¡Mierda, mierda, mierda!

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16/02/2013, 01:31
Viktor

Viktor, tal y como Novák esperaba, cargó sin ningún tipo de reparo con el equipaje del científico, como si aquello no supusiese para su persona en absoluto algún tipo de degradación. Aquella gente de gusto y saber social tenía muy claro cuál era su criterio y su posición respecto a lucir elementos como la soberbia y el orgullo, y hacían gala de tales vicios sólo cuando era menester a sus oídos. Agasajar a Eugenius formaba parte del plan, por supuesto, aunque no les valiese para ganarse su favor. Era mejor tenerlo en un altar que tratarlo como a uno más, sin duda.

Mientras entraba en la parte de atrás de la limusina, un mensaje de teléfono sorprendió al científico. Era literalmente un mensaje de texto, en suizo. Viktor, ocupado dejando las maletas, no miraba, pero de haberlo hecho probablemente tampoco hubiese entendido nada de la misa.

"Anne ha pedido un par de días en el trabajo por asuntos propios. No coge el teléfono y necesito entregar el informe mañana. Si sabes algo, dile que la estoy buscando. Suerte."

De un compañero de trabajo. Y no porque trabajasen en lo mismo, sino porque compartían espacio y tiempo en cuanto a lugar de trabajo. No en la misma sala, pero sí en el mismo complejo. Y Novák era uno de los que más se relacionaba con la chica, por razones que muchos no atinaban a comprender.

Todo fuese dicho, aquello reportaba información sobre el estado de las cosas en Suiza, y de lo más interesante. A los problemas burocráticos de sus compañero les podían dar con viento fresco, pero lo de Anne era arena de otro costa. Sólo de pensar en verla amanecer en un aeropuerto controlado por Alemanes daba escalofríos. Como lo daba el hecho de que, si bien ese mensaje había sido algo bastante aséptico e inocente, el móvil de Novák estaba ahora en zona de guerra, y para bien y para mal, era un científico nuclear. Dicho de otra forma, eso de privado podía tener muy poco.

- Le aseguro que no le robaremos una cantidad excesiva de su tiempo, señor Novak- aunque "cantidad excesiva" podía ser algo ambiguo, aquel interlocutor hablaba siempre con una credibilidad envidiable, como si creyese oro todo lo que decía-. El Gobernador asegura que su trabajo es fruto de admiración, y que le puede la tentación de estrecharle la mano en persona- se inclinó hacia adelante en su asiento, palmeando el asiento, ante lo cual el coche arrancó por orden del chófer-. A mi persona, sin embargo, le ha sorprendido su indiferencia ante esto- se señaló el cuello, donde descansaba el símbolo de las Schutzstaffel-. No me malinterprete- se apresuró a añadir, alzando la mano en tono conciliador-. Pensaba que la resurrección de las Escuadras de Protección1 le cogería por sorpresa, siendo un golpe de efecto, cual nieto dándole a su hijo el nombre de su abuelo. Pero veo que es usted una persona difícil de impresionar- ensanchó la sonrisa-. Seguro que El Gobernador sabrá apreciar eso.

El Gobernador esto, el Gobernador lo otro. Muy bien, ha quedado claro el mensaje. Más o menos.

Sin embargo, llamaba la atención un detalle. Aquella limusina por fuera era negra, sencilla, educada, larga y señorial. Pero por dentro era un alarde de modernismo, muy distópico del modelo Steampunk esperado en los nazis tras casi cien años de evolución. Y es que, aunque les encantaba vestir como entonces y hacer las cosas del mismo modo, no podían detenerse ante el avance de la ciencia y no caer rendidos a sus pies. Llamaba especialmente la atención la única botella de alcohol fuera del minibar, Jägermeister2 abierto y a medio consumir.

- ¿Puedo preguntar qué le traer a Ámsterdam, Señor Novák?- formuló nuevamente Eichmann, en acoso y derribo distendido-. Supongo que habrá tomado las medidas oportunas para acolchar el impacto de esto en su trayectoria profesional, pero ciertamente no puedo evitar pensar que visitar una ciudad como esta en un día como los que corren le granjeará tanto simpatías como crucifixiones.

No estaban moviéndose por dentro de la ciudad. Por las ventanillas podía verse que la estaban bordeando. Era más seguro, sin lugar a dudas. No había Anarquistas, ni Ecoterroristas, ni simples Revolucionarios armando gresca en mitad de la calle. No había que tener en cuenta los puntos seguros para moverse. Rodear la ciudad era un camino fácil y sencillo. Y había que tener en cuenta que El Gobernador seguramente viviese en un lugar apartado y espacioso, sin ciudadanos cerca que pudiesen molestarle. Porque iban a su casa, ¿no? Seguramente. Quizás eso sí tuviese impacto en su trayectoria profesional.


1* Nombre por el que también se conoce a las Schutzstaffel o SS.
2* Jägermeister es un licor Alemán traducido como "maestro de los cazadores".

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16/02/2013, 13:30
Administrador

Anne, la madre de Ruth, había abierto el sofá cama y descansaba plácidamente con la televisión apagada. Se revolvió ante las primeras palabras de su hija, balbuceó algo tras las segundas, y abrió los ojos cuando escuchó las terceras. Se arrebató a si misma la manta que la cubría, sentándose en el sitio. Mientras ello sucedía, el móvil de Ruth seguía dando tonos en el oído, y el silencio se había apoderado de la escena.

- Hija mia, ¿qué pasa?- preguntó sin ahínco, bostezando a través de los mechones rubios-. Ya puede estar quemándose Ámsterdam, Ruth, que yo mañana trabajo- añadió, intentando ser condescendiente pese a que, obviamente, un despertar así la había molestado y sacado del maravilloso mundo de los sueños.

No olía a quemado, ni parecían oírse gritos. Ciertamente las urgencias de Ruth eran una clara falta de información respecto a los incendios descendentes en casas con cortafuegos, pero no exenta de falta de razón, ya que Alex esperaba abajo, o lo había estado haciendo antes de que Ruth comenzase a recoger sus cosas para vete a saber por dónde salir de allí.

- ¿Ruth?- preguntó la voz de su hermana, Agatha, al otro lado del teléfono-. Es tarde, ¿va todo bien?- preguntó, poniendo voz de llevar en la cama un par de horas, no sin un cierto deje de falsedad.

Una pequeña réplica sacudió las alturas del cielo, haciendo resonar un par de rayos en el aire. Una tormenta eléctrica parecía sacudir la ciudad, sino era algo aislado y temporal, cual eco del océano ante las piedras.

- Tenemos pararrayos, cariño, no pasa nada- replicó su madre, intentando poner las manos sobre los hombros de la chica para calmarla-. Habrán saltado los plomos.

El edificio tiene un escueto ascensor para cuatro personas y una escalera rodeándolo a paso constante, tanto en ascensión como en descenso. No hay garaje. Arriba, tras la puerta antiincendios, muy reveladora, se esconde el patio que hace de desierto ático, con las antenas de televisión y el pararrayos.

- Hay velas en el armario- añadió la mujer, señalando las viejas tablas de madera que hacían de puertas del mismo, escondiendo copas, alcohol, incienso, y velas, además de un par de barajas de carta-, y debería haber alguna linterna en el del dormitorio, supongo. Sólo las uso cuando pasa esto, así que... ni idea.

Ella, claramente, no se lo tomaba con la gravedad de su hija. Si su juicio al respecto era mejor o peor lo diría el tiempo.

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16/02/2013, 14:24
Leila

La mujer terminó su ascensión hasta la pequeña cabaña sobre las nubes donde se escondía la moribunda hija de. Eran una mujer joven, que debiera rondar diez años más de vejez que Gretchen. Se veía una raíz castaña en el pelo durante su ascensión, camuflada una vez entró por la mata de desordenado cabello morado.

Tenía el pelo largo, cayendo como un sauce llorón de sauce pero fijado con algo que debía de ser tranquilamente cola de contacto, ya que sus ángulos afilados eran del todo antinaturales, y estéticos a su misma vez. De complexión delgada, con una camisa de tirantes y un cascabel colgando del cuello. Pantalón negro con un cinturón cuya hebilla reflejaba una pequeña calavera blanca.

- Una chica llamada Ada me ha dado el plato y el tenedor- dijo tendiéndola un pedazo de tarta sobre porcelana blanca y cubierto de metal gris.

Se sentó en el suelo, componiendo una mueca de incomodidad y llevándose la mano a la espalda, recolocando algo bajo la camisa, sujeto por dentro de los vaqueros.

- Un mes es mucho tiempo, ¿por qué no sales más?- preguntó extrañada, echando un ojo, distraída, a la habitación, inocente-. Yo me agobiaría aquí dentro todo el día. Entiendo que Stille piense que este lugar es más seguro, y que hay más gente, pero- calló un segundo, pues dudaba si decirlo- no es un ambiente apropiado. Bueno- soltó aire, pesada-, Ámsterdam en general no lo es.

Pero Gretchen no había conocido otra cosa. Con la mano, la mujer la instó a comer con una sonrisa, o a no hacerlo. No sabía muy cómo tratar con alguien así.

- Me llamo Leila- dijo al fin-. Stille dice que quiere trasladarse, no tiene claro si a Italia, Francia, o Reino Unido. Te quiere llevar a un país que no esté- sus palabras fueron "tan lleno de mierda", pero Leila no se iba a sentir cómoda diciendo algo así ante Gretch-... como este. No lo aprobarán mientras le necesiten aquí- bajó la cabeza, sin poder mirarla-. Lo siento.

Los Anarquistas, hasta donde Gretchen sabía, eran un grupo en expansión, pero su alcance y extensión no le quedaban claros. Sabía que las cosas se votaban, democráticamente, en mesa, o al menos esa era la teoría. Y Stille haría lo que fuese por Gretchen, pero sólo cuando no quedase otro recurso. No iba a fallarle a su familia mientras pudiese evitarlo.

- Yo venía a decirte que te vinieses a la fábrica, a ver si así conseguíamos sacarte un par de sonrisas- gesto que ella sacó en el rostro al decirlo-. Hoy llega una chica nueva.

La chica intentaba decirle mucho, sobre algo que ella pudiese responder o ante lo que pudiera añadir algo. Parecía tan callada como le había dicho Stille, pero no podía ser así todo el rato. ¿No?

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17/02/2013, 22:01
Ruth Karsten

Ruth ignoró las palabras de su madre, prestándole toda su atención a Agatha, que estaba al otro lado de la línea. 

-¡Agatha! ¿Dónde estás? ¿Estás bien?-pregunta atropelladamente mientras camina arriba y abajo por la habitación, como una bestia enjaulada. Le parecía increíble que no la escuchasen, ¡había visto el rayo el reflejo rojo del fuego! 

Cambió el tono de voz a uno algo más alto, para que su madre también la escuchase:

-Es que...he...he visto fuego, en la azotea, después de caer un rayo...Creo...-dice alterada.

Porque... lo había visto... ¿no? 

Ruth comenzó a dudar acerca de lo que realmente había sucedido... Tal vez se debiese al cansancio, a la sensación incómoda, a la que nunca se acostumbraría, de ver a Axel acechando fuera y al extraño dibujo que estaba creando hacía unos momentos. 

Se dejó caer en el sofá, aún con el teléfono en la oreja.

Sí...sería el cansancio... Si la azotea estuviese ardiendo habría hecho más ruido aún, además tenían pararrayos... no podía estar ardiendo. Quizá solo fuese una confusión, una ilusión... Podían fallar de vez en cuando, también había visto a su hermana colándose en una especie de fábrica abandonada y  ahora parecía estar de lo más tranquila con su chico... Además... ¿Agatha? No, ella nunca haría algo así, de ella misma se lo podría esperar pero... ¿de la buena de Agatha? No. 

Volvió a levantarse, sin despegarse del móvil; escuchar la voz calmada de Agatha diciéndole que todo iba bien la relajaba. Ruth comenzó a andar a tientas pasillo arriba, en busca de la linterna que su madre decía. Al llegar al armario de la habitación, comenzó a rebuscar entre las cosas hasta encontrarla. 

Una vez con la linterna encendida volvió al salón, no sin antes detenerse en la puerta de su habitación. Miró la ventana, dubitativa... ¿Axel seguiría ahí? No quería mirar, por si el chico había decidido seguir mirando pero... tenía curiosidad por si se había ido, por si tenían que salir del edificio. 

Andó hacia la ventana y echó un vistazo, cruzando los dedos para que Axel hubiese decidido marcharse. 

 

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17/02/2013, 23:21
Gretchen

Gretchen examinó la tarta como observaría un médico un espécimen curioso de enfermedad mortal. Con cuidado, con  respeto, quizá con algo de miedo.

Stille quiere irse de ahí. Llevársela a un lugar seguro. Esa certeza le ahogó el corazón con un sentimiento cálido. Le importaba, le importaba lo suficiente como para querer protegerla, para querer mantenerla a salvo. Era la primera persona en su vida que hacía algo así. No lo aprobarán, dice Leila. Gretchen no se enfada, ni se entristece. Para ella, es normal obedecer órdenes y no hacer preguntas, no cuestionar. Hay quien da órdenes y quien las ejecuta. Diéter las daba. Gretchen las ejecutaba. Gretchen era ejecutada.

El movimiento de la muchacha le hizo pensar que llevaba un arma bajo la camisa. A cualquier otra persona esto le hubiera preocupado. Gretchen no enarcó una ceja: Stille la mandaba, así que en lo que a ella concernía podía llevar en los pantalones uranio enriquecido, si quería.  Si Gretchen hubiera tenido más labia, Stille habría acabado siendo una figura de culto.

La tarta era bonita. Gretchen sabía que se esperaba de ella una cierta cortesía -¿Es que no te he enseñado modales? diría Dieter, y la castigaría-, y realmente agradecía la molestia, pero era incapaz de mantener la conversación esperada y deseable. Debería mostrarse feliz y encantada, alabar el esfuerzo de la muchacha, extasiarse ante la perfección estética y palatal del pastel. No sabía. Con sumo esfuerzo, obligó a su área de Broca a empujar unas sílabas garganta abajo:

- Gracias.

Su voz, de poco usada, sonó rasposa para una cría de su edad. El cubierto en sus dedos estaba frío, era agradablemente fresco. Con la misma dedicada precisión que la caracteriza para casi todo, cogió una porción, un pedacito -olía bien, a chocolate- y se lo acercó a los labios. El sudor le cubrió la frente, las pupilas se estrecharon, el píloro se cerró. El sistema nervioso simpático tenía planes para Gretchen, y en ellos no entraba la tarta. Inspiró, intentando tranquilizarse. La mano con el trozo de tarta le temblaba. Stille quiere que comas. Diéter quiere que no comas. Stille quiere que comas. La taquicardia primero. La hipotensión después. Sujetó el tenedor, sitiendo el mareo... parpadeó, intentando mantenerse vertical. Stille quiere que comas. La mano en torno al cubierto se convirtió en un puño aferrando el metal como si fuera su salvación. Ferozmente, se obligó a meterse el pedacito en la boca.

Masticó con rítmico empeño. Stille quiere que comas. Centrada en tragar, no sintió el sabor salvo como un regusto cuando todo había terminado. Igual que cuando Diéter pasaba a darle las buenas noches.

Apartó el tenedor y el plato, estremeciéndose. Mírate, Gretchen. Eres incapaz de comer un trozo de tarta... ¿se puede ser más inútil? Tranquilízate. Stille quiere que comas. Tómate tu tiempo. No hay prisa. La muchacha sigue hablando mientras Gretchen coge un segundo pedazo de pastel. Con lentitud exasperante consigue terminarlo sintiéndose un poquito menos mal que después del primero

Ir a la fábrica...  Piensa en ir  a ver a Stille. Asiente, sin separar los ojos de la tarta.

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18/02/2013, 14:23
Eugenius Novák

Con la mirada perdida en el texto del mensaje de texto que acababa de recibir, Novak escuchó las palabras del alemán.

Anne. Seguramente se habría enterado del fallecimiento de Vanderveer. Seguramente vendría también al entierro. Eugenius se sumió en sus pensamientos… a pesar de ser un genio no estaba seguro de cómo afrontar la situación cuando se encontrara cara a cara con Anne. La había cagado, como tantas otras veces, y en esos casos siempre le había costado Dios y ayuda encontrar la manera de apaciguar el temperamento de la mujer. Sus ojos se movieron de la pantalla del móvil hacia su guía. Quizá fuera más sensato no utilizar el aparato en presencia de aquél gorila, pero Eugenius no pensó que aquél hombre pudiera ponerle algún impedimento que no pudiera rebatir con un buen razonamiento - ¿Le importa que informe a mi familia de mi llegada? – preguntó el genio con mirada distraída como si fuera lo más natural del mundo. E ignorando la posible respuesta de su interlocutor comenzó a teclear a toda velocidad.

Anne, estoy en Amsterdam. Vanderveer falleció y he tenido que venir corriendo. Siento no haberte avisado. Me gustaría hablar en persona y arreglarlo. Te llamaré en cuanto pueda. Besos.

A pesar de todo su intelecto, las escasas dotes sociales de Eugenius le convertían en un inepto a la hora de tener detalles para con su pareja… o incluso a la hora de escribir esos mensajes de disculpa. Quizá fuera mejor que intentara ser un poco más dulce, un poco más cursi. No es que a Novak no le saliera, es que no sabía cómo hacerlo. Envió el mensaje y siguió escribiendo sin parar, no quería dar tiempo al soldado para que pensara que estaba mandando más de un mensaje.

He llegado bien. Me llevan a hablar con el Gobernador. En cuanto pueda os llamo. Os quiero.

Pulsó enviar de nuevo y confiando en que su madre entendiera el mensaje y no se metiera en problemas volvió a prestar algo de atención al rubio cubierto de galardones que no hacía más que pavonearse.

Eugenius observó el símbolo de las Schutzstaffel y pensó en cómo alguien podía estar orgulloso de pertenecer a una organización criminal que había sido tildada de genocida, y que había cometido tantos abusos. Evidentemente estábamos de nuevo en guerra y era posible que para los alemanes supusiera un orgullo pero… teniendo en cuenta el pasado a Eugenius le parecía excesivo.

- Más allá de las repercusiones que pueda tener algo para el avance de la ciencia, el resto de noticias no suelen llamar mi atención. – respondió tratando de ser políticamente correcto y callándose algunas de sus opiniones al respecto. No porque a Eugenius le preocupara enfadar al alemán, sino porque su mente estaba ocupada en asuntos más importantes y ponerse a debatir acerca de la ineficacia de las SS, o de lo oportuno de que volvieran a surgir justo ahora… era un esfuerzo que el genio no estaba dispuesto a realizar. Sería malgastar energías y desperdiciar su cerebro.

- Por otro lado – dijo encaminando la conversación a asuntos más mundanos con la intención de distraer al tipo de posibles réplicas – como ya le comenté, Herr Eichmann, - el hincapié en esas cuatro palabras no pudo pasar desapercibido al alemán, como si a Eugenius le molestara tener que repetirle lo mismo como a los tontos - he venido para asistir a un funeral. Es un tema personal y me importa bien poco lo que piense la gente. Puedo realizar mi trabajo perfectamente desde cualquier parte del mundo mientras tenga conexión a internet, y si alguien tiene la osadía de intentar discutir eso, entonces no merece la pena mi atención.

El doctor Novak agitó la mano como alejando malos pensamientos al respecto – Además, sólo serán un par de días. Mi idea es volver cuanto antes para que no se retrase el trabajo. La muerte de mi compañero de trabajo seguramente repercutirá negativamente en los avances del proyecto y supondrá un impacto… pero para eso me pagan. Para atenuar eso en la medida en que pueda.

Eugenius echó un vistazo de nuevo por la ventanilla recreándose en las vistas de la ciudad que tan bien conocía. - ¿Dónde nos reuniremos con el Gobernador? – preguntó mostrando ahora un mayor interés.

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18/02/2013, 16:57
Padre Jürguen
Sólo para el director

Fotografías e ideas. Anotaciones junto a proyectos esbozados en la tranquila noche. Y la serenidad de la mente vagando en un proceso de asociación libre de datos y certezas en la búsqueda, si no la caza, de una nueva idea. Una batalla interna dentro de los recobecos de la mente, en la que el puzzle, formado por miles de procesos mentales, se hace y rehace siguiendo patrones definidos por décadas de estudio y disciplina mental.

Las ideas, fotos, bosquejos, esquemas, números y fórmulas se fueron al garete igual que la porquería cuando se tira de la cadena del retrete. La concentración había escapado y, para un proceso tan complejo, ya no volvería. Casi una hora de pensamiento constructivo, desde que empezara a cocinar en modo automático, al garete, y posiblemente una vida humana también.

Así es como todo termina. Con una detonación. Tras eso, nada importa, escepto la extraña sensación del cuerpo moribundo, y el horror ante la inevitabilidad de la propia muerte. Demasiado familiar, salvo que para aquél pobre desgraciado, acaso, no habría un nuevo despertar. No una simple catalepsia, empero.

Jürguen consideró la posibilidad de bajar. Allí estaba el hombre. El centro de todo aquí en Amsterdam. El Gobernador Heinz Goering, de las Waffen-SS. Sólo de pensarlo, su ira fué siendo sustituida poco a poco por el miedo... ¿Bajar allí y arriesgarse a tirarlo todo por la borda? ¿Para qué?

Intentaba racionalizar su terror, convencerse a sí mismo que si no bajaba a hacer algo sería porque reálmente no había nada que pudiera hacer, que aquél hombre al que habían disparado ya estaría muerto, y que exponerse sólo serviria para que todo su esfuerzo hasta ahora no sirviera para nada. En el fondo, empero, el impulso que le hacía quedarse allí parado, era el terror.

Sin embargo, esa sensación también empezó a desaparecer, como siempre hacía, en estas circunstancias, siendo sustituida por esa fría neutralidad fría, esa reacción en cadena, o sistema de defensa, que su mente había adquirido durante tanto tiempo en EL CAMPO. La angustia fué sustituida por la certeza que todo aquello era consecuencia de un mecanismo que el no controlaba, y del que formaba parte, como una pequeña e insignificante pieza. Una maquina deshumanizada de colosales dimensiones. El monolito de la sociedad humana, las normas, y los mecanimos del Gobierno.  Así pués ¿qué importaba? todo aquello hubiera pasado de todas formas. El artefacto funcionaba así, y no había nada que él pudiera hacer para cambiar la estructura.

Sacó el trozo de pan de la tostadora. Como si lo que fuera ocurriera, o lo que a su vecina le pasara no fuera de su incumbencia.

¡¡No!! Se dijo a sí mismo, intentando quitarse de encima aquél efecto robotizante. ¡Aquello pasó hace mucho tiempo! Él ya no formaba parte de aquella máquina deshumanizada. Ya no se dedicaba simplemente a obedecer órdenes y seguir el caudal. ¡Ahora nadaba en su contra, y debía tomar las riendas de su propia libertad!

Dejándose llevar por este nuevo impulso, sabía que debía hacer algo, lo que fuera, así que sin tener un plan o estrategia, su primer impurlso fué salió de su apartamento. Pero entonces, se detuvo, se volvió, y cogió del perchero junto a la puerta de entrada al apartamento la sotana, poniéndosela por encima de la ropa, como si de una armadura se tratara, como si aquellas ropas pudieran parar las balas de los nuevos nazis.

Iba a salir disparado escalera abajo, en dirección a la calle, cuando se detuvo un segundo en el umbral de la puerta, mirando la de Erika. Dudó, y se dirigió a la puerta, golpeando en ella un par de veces con ímpetu. - ¡¡Erika!! - Gritó con fuerza, para que la oyera por encima de la música. - ¡¡Soy Jürguen!! ¿¡¡Está usted bien, señorita Taglioni!!? - A pesar de la confianza que tenía con ella, se había educado en una época en la que se llamaba señor al propio padre. - ¡¡Señorita Taglioni, insisto, he oído un golpe!! - Y volvió a golpear repetidamente a la puerta.

**********

Jürguen estaba dispuesto a esperar un minuto para escuchar la voz de Erika diciéndole que estaba bien, o bien, a esperar que ella abriera la puerta, para comprobar que se encontraba bien. Si algo de eso no ocurría, Jürguen intentaría abrir la puerta por la fuerza, y si no lo lograba, pediría ayuda a los neonazis de abajo.

Sea como fuera, quería hablar con ellos, en alemán, por supuesto.. Puede que fuera arriesgarse demasiado, pero si comprobaba que Erika estaba bien, bajaria abajo para preguntarles si iban a dejar allí tirado el cadáver. Sería macabro, y aparentemente inhumano, pero tenía demasiado miedo como para increparles que mataran a alguien. Sabía como eran los nazis de antaño, y se temía que estos no fueran demasiado diferentes.

Pero de algún modo, necesitaba contactar con ese Gobernador Goering, y ganarse su confianza. No sabía como hacerlo, pero ahora tenía una escusa para tratar con él. Puede que fuera una locura, pero si lo lograba, al menos, tal vez tuviera la oportunidad de ver de vez en cuando a su "nieta"...

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18/02/2013, 22:50
Viktor

Viktor, con un ademán de la mano y un agradable "Por favor, está usted en su casa", animó a Novák a responder a su familia. Por casa se refería, no sólo a una frase hecha, sino a que la ciudad era cuna. Encendió un equipo de música, con los altavoces desperdigados a largo y ancho del vehículo, dejándose llevar por la suave melodía de instrumentos tradicionales. Bajó la ventana, fingiendo estar distraído, si bien miraba de reojo al brillante genio.

Al fondo, a través de las lunas tintadas, se perfilaba la ciudad. La seguían bordeando, por supuesto, y no parecía que fuesen a entrar, aunque eso no preocupaba a Viktor, o al menos, no lo parecía. Qué le iba a importar eso a él de todos modos, claro.

- Antes de nada, permítame excusarme- comenzó Viktor, impregnado del aire a galán y a belleza que maquillaba la peste negra-. No pensé que un hombre de su talla hubiese venido a la ciudad sólo para un funeral- apuntilló sólo, como si eso revelase cuál era su verdadera pregunta, sabiéndose algo más listo de lo que le infravaloraban, aunque no quiso hacerlo notar de forma directa, acostumbrado a los juegos de máscaras-. No me malinterprete, mi corazón ya no es lo que acostumbraba a ser, y la guerra deshumaniza a cualquiera. La vida pierde valor.

Habló con un deje de muy bien fingida lástima, como si echase de menos tiempos mejores. Era un mentiroso empedernido y un acto de primera, estaba claro. Tanto así que quizás hubiese llegado a engañar a Novák, de no ser porque el hombre era desconfiado por naturaleza y más ante alguien como la quimera allí presente. 

- Tendrá que disculparme también por leer lo que escribe del revés- añadió, bajando las comisuras de los labios hacia abajo, triste-. Me ha parecido de muy mal gusto una vez muerto el perro- osease, una vez completado el acto-, pero temo que he cogido muy malos vicios a lo largo de los años. Sepa que este u otro vehículo- señaló con un abanico de la mano la radiante e impoluta limusina- podrían, si quiere, acompañarle allá donde vaya, y que le llevaremos al funeral de Vanderveer y a donde decida alojarse.

Si sabía ese nombre, más valía que fuese por lo que había confesado, que no era sino leer in situ y con alevosía la privacidad de Novák, no sin posteriores y educadas disculpas. Por otro lado, no mentó a su familia, suponiendo de forma automáticamente que alguien como él preferiría un hotel a la compañía de su sangre, y mejor no pensar en por qué Viktor pensaba así en cuanto a la familia. Más teniendo en cuenta que posiblemente hubiese leído el segundo mensaje.

- Estoy seguro de que El Gobernador estaría encantado de oír sus palabras. "Más allá de las repercusiones que pueda tener algo para el avance de la ciencia, el resto de noticias no suelen llamar mi atención"- parafraseó, sin perder el tono y sin parodiar a Novák, dándole su propia entonación de terciopelo-. Seguro que él lo interpretaría como una adhesión a su ideología, aunque no lo sea per se.

Y le faltó añadir el "por desgracia". Aquella frase, todo fuese dicho, revelaba quizás por qué El Gobernador estaba tan interesado en Eugenius Novák, y declaraba trazas sobre el hombre no exentas de preocupación.

- Hablando de él, y respondiendo a su pregunta, disculpe si divago, decir que vamos, cómo no, a su casa- sonrió abiertamente, esbozando una sonrisa radiante, desde la garganta, pulcra y sana, cargada de jotas y as en esclusiva-. Bueno casa, es una forma modesta de llamar al diminuto país en el que vive. Me recuerda al Vaticano, en cierto modo. Aunque con más negro que blanco.

Se comedió tras sacar aquella vena macabra del alma, recuperando la compostura.

- Es una lástima oír que nos dejará pronto- volvió a comenzar, sondeante-. El excéntrico soberano de la ciudad no es, seguramente, el único encantado con su presencia aquí- no se incluyó, aunque tampoco parecía precisamente molesto al respecto-. Desconozco hasta qué punto bebe y fuma usted, señor Novák, pero siéntase libre- señaló las botellas, todas cerradas salvo la ya mentada anteriormente, al lado de las cuales descansaba una caja cerrada, marrón, probablemente con tabaco o puros-. No tiene pinta de ser un hombre interesado especialmente en el Barrio Rojo o en el consumo de drogas legales, pero es mi deber como anfitrión- que no chófer o vasallo- ofrecerle un pequeño paseo por las mieles que guste de la ciudad. Hemos habilitado megafonía recientemente, pero temo que no reproduce música todavía.

Se consideraba un artífice de aquello, aunque era obvio lo que a todas luces reproduciría. Avisos y notificaciones, cual toque de queda o zonas prohibidas, sino el nombre de delincuentes buscados y similares. Control y presión psicológica en resumidas cuentas, donde la voz de Alemania resonaría en cada esquina a la vez, sin escapatoria. Pero no cámaras, algo cuanto menos curioso, que hubiera sido más efectivo.

- En fin- comenzó a concluir, al fin-. Si nos acaba dejando, sepa que ha sido para mi un placer poder verle y disfrutar de su compañía. Temo que intentarán embaucarle para que se quede con nosotros, pero yo entiendo que termine difiriendo- calló un segundo, nostálgico-. Pese a la de oportunidades que perdería, entiendo que a veces uno, por muy genio que sea, se deje guiar antes por el corazón que por el cerebro.

Miró, afilado, intentando adivinar y extraer información de la respuesta a esa pregunta. No sabía exactamente quién era Anne, pues no era un hombre romántico pese a sus dotes de arlequín con máscara, pero le interesaba saberlo. A todo hombre que juega a ser titiritero le gusta saber qué hilos puede aferrar sin cortarse los dedos.

Eichmann casi pasaba por alguien que no había violado, encadenado y acuchillado en su vida, quizás al mismo tiempo. Casi. Cualquiera con menos luces ya estaría lamiéndole el rostro o las botas, si no algo entre medias, pero no Novák. Desconfiado, inteligente, afilado, y aunque no era un gran manipulador, sabía reconocerlos. Y ese vendía gato por liebre.

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19/02/2013, 15:38
Eugenius Novák

¿Leer lo que escribía del revés? Esa habilidad sí que era útil… según qué circunstancias. Por primera vez en todo el trayecto, aquél soldado alemán llamó ligeramente la atención de Eugenius. – Gracias, lo tendré en cuenta. – musitó ante el ofrecimiento de transporte tanto para el funeral como para el lugar de alojamiento.

El cerebro de Eugenius comenzó a trabajar a toda velocidad. Debía averiguar o confirmar de qué conocía aquél hombre el nombre de Vanderveer. Por un instante volvió a pasar por su cabeza la opción de que su compañero no hubiera muerto por causas naturales.

- ¿Asistirá el gobernador al funeral de Vanderveer? – preguntó Novak de forma casual. Si aquél hombre conocía a Vanderveer con anterioridad, bien podría saberlo con la respuesta a esa pregunta. Además a Eugenius le había llamado la atención la mención de la palabra ideología acerca del gobernador y su grupo de militares alemanes por llamarlos de alguna manera. Seguramente podría averiguar más conversando con él en persona, o incluso durante el funeral de Vanderveer.

Eugenius siguió escuchando la perorata del rubio, aunque esta vez prestó más atención a sus movimientos y gestos faciales. Aquel hombre era evidentemente un mentiroso, un gran mentiroso. - ¿Quién más podría estar interesado por mi presencia aquí? – preguntó Novak con una sonrisa. – Dudo que nadie interesante pueda querer entrevistarse conmigo durante mi corta estancia… - comentó el genio. – Y ha acertado en una cosa, no me interesa el Barrio Rojo y no consumo nada, ya sea legal o no, que pueda influir negativamente en mi ejercicio mental. La mayoría de las personas son como alfileres: sus cabezas no son lo más importante – dijo parafraseando a un antiguo escritor y político irlandés. – Para mí esto – indicó señalando su cabeza con el dedo índice – es lo más preciado. – hizo una brevísima pausa mientras observaba lo que le ofrecía su anfitrión. – Aunque uno de esos – señaló con la cabeza uno de los puros habanos – de vez en cuando suele ayudarme a pensar. – Esta vez la sonrisa de Eugenius se ensanchó. Casi parecía disfrutar del hecho de que los alemanes le agasajaran tanto en su llegada.

Luego escuchó atentamente cómo el pavo henchido de orgullo le explicaba su logro de instalar un sistema de megafonía. Como si estuviéramos en el siglo XIX o XX y fueran a usar esos altavoces para llamar al ganado. Realmente era un sistema tremendamente primitivo e ineficaz. Que Eichmann estuviera orgulloso de aquello era lo mismo que decir que un primate de laboratorio estaba orgulloso de haber aprendido a golpear un tambor con un par de baquetas para conseguir comida de sus cuidadores. Pero Eugenius se calló sus opiniones. Hasta que escuchó la última insinuación del galardonado alemán.

A veces uno, por muy genio que sea, se deje guiar antes por el corazón que por el cerebro.

Esas palabras se marcaron a fuego en el cerebro del científico. ¿En qué demonios estaba pensando aquél descerebrado? ¿Con quién se creía que estaba hablando? Eugenius enarcó una ceja y casi se crispó pero se recompuso rápidamente y contestó a aquél hombre.

- Solamente los seres primitivos y poco avanzados se dejan llevar por algo que no sea la razón... – argumentó como única respuesta al comentario, dando a entender claramente que no era el caso del doctor Eugenius Novák - Por otro lado entiendo que haya sido un placer disfrutar de mi compañía. No todos los días se tiene la oportunidad de compartir espacio – que no una conversación inteligente o de igual a igual – con la persona más inteligente del planeta.

Ah, y si necesitas ayudas con los deberes de matemáticas no me llames pensó Eugenius condescendiente. La insinuación del alemán le había hecho rabiar, pero no le había sacado lo suficiente de sus casillas como para tentar a la suerte y desafiar abiertamente a un soldado nazi.

Empezaba a estar incómodo con el largo viaje en coche. Casi deseaba llegar de una vez a casa del gobernador y cumplir con el protocolo para dedicarse a tareas más interesantes.

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19/02/2013, 22:35
Niki Neill

Vaya... No había un puto viaje más incómodo que aquel. Sentía el corazón acelerado por la tensión y la intriga de lo que ocurriría a continuación. La idea de estar en otro país me abrumaba, me sentía perdida como si no fuera capaz de entender lo que estaba a mi alrededor, en un punto cercano a la indefensión o la confusión. Aunque si soy completamente sincera,  este era un estado casi permanente en mí. Pese a ello, alcé mi rostro con voz firme, y traté de mantener la compostura, en mi rostro no debía reflejarse atisbo de debilidad... o vendrían a mí como los buitres....

Al bajarme de la moto mis piernas temblaron un segundo, pero respiré hondo y traté de tomármelo con calma. El hombre que estaba conmigo parecía preocupado por mí de algún modo, eso me desconcertó... En cierto modo, el hecho de no recordar nada provocaba en mí una sensación curiosa, cierto grado de vacío dentro de mí, que se llenaba con un hombre de personalidad fuerte que me brindara protección. Pero eso no formaba parte de la superficie ni era visible a simple vista, simplemente... la presencia de aquel hombre me provocaba nerviosismo, me sentía agradecida por su preocupación, pero preocupada porque pudiera ser un problema para mí.

La visión apareció de golpe en mi cabeza. Me sentía confusa, invadida como siempre. Temiendo, como si tuviera un grave trastorno mental, no ser capaz de distinguir la realidad de la fantasía. Me toqué la cabeza ligeramente tratando de disimular la situación, y apreté uno de mis puños. Estaba estresada y agobiada, pero no podía mostrarlo. Debía mostrar que era una chica fuerte, que era una chica segura... no podía mostrarme vulnerable, no ahora. Me esforcé por ello. 

Seguí a Drike al interior, mientras esperaba con miedo escuchar de nuevo la voz de Drike y descubrir que podría tener alguna relación con mis recuerdos.

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21/02/2013, 15:55
Alfred

El gobernador no asistiría al funeral de nadie, incluido Vanderveer. Viktor Eichmann negó conocer aquel nombre, y lo hizo con una naturalidad apabullante. Pese a todo, a lo largo y ancho de la tensa y afilada conversación que se mantuvo, Novák sacó en claro que los Alemanes tenían un notorio interés en el avance de la cierra en aras de alcanzar un bien mayor. No era algo nuevo, pero decían haber hecho avances desde su última cruzada a nivel mundial, pese a que en set nueva guerra aún iban por el primer continente, y no podían aspirar a colonizar América del Norte.

Esa era la razón del interés en Novák. Que a todos los nazis les gustaba tener a un genio en casa con conocimientos en cibernética, robótica, y motores. Sabían relativamente poco de las dos primeras, y para ellas, como para todo lo demás, necesitarían energía y algo que la transforme. Eugenius se había metido en un lugar que le traería cien contratos de trabajo lacrados con cera en forma de esvástica.

Tras conseguir evadir las preguntas sobre Anne y sobre sus actividades, el resto fue poco destacable. Rutina de explicación sobre que ahora la ciudad estaba dividida en Sectores y que las patrullas, por seguridad, patrullaban día y, sobretodo, noche. Todo muy bonito y servido en bandeja de plata.

La ciudad desapareció, y en su lugar se alzó la casa, llámese mejor mansión, de El Gobernador. El vehículo paró frente a la valla, sin cruzarse, y el chófer bajó para abrir la puerta de Novák y Eichmann, que se despidió dándole la bienvenida, paradójicamente.

Las verjas de metal se abrieron de par en par al lado del control de seguridad, infestado por cuatro cabezas con casco detrás de un cristal. Y un solitario hombre, con las luces iluminándose de forma progresiva a su detrás, salió al encuentro de Novák.

- Alfred Haider, señor Novák- dijo el hombre, enfundado en un traje de color verde muerto, a juego con el cabello grisáceo y las arrugas de la edad. De estatura media, avanzó hasta el recién llegado, invitándole con la mano a que caminase el resto del viaje-. Sea bienvenido al humilde hogar de nuestro Gobernador.

Agarró las maletas y echó a andar camino a la casa, adonde perfectamente podían haber cincuenta metros de jardín en línea recta, usando como pasarela de conexión un sendero de piedra. Se oían perros, y a lo lejos se distinguía el paso de sombras humanoides, que no hacían sino portar armas automáticas colgando del cuello con una cinta, sujetas a la altura de las manos. Vigilando en patrulla. El cruzar aquello sin permiso debía de suponer una odisea de balas.

Novák reparó en que a lo lejos se distinguían, además de las tradicionales luces de la casa, una serie de colores en haz de luz, proyectadas desde el suelo a las columnas del pórtico. Algún tipo de celebración debía de haber en el interior.

- Hoy han activado el sistema de megafonía centralizado en las calles- explicó el mayordomo-. Un botón y todo el mundo en la ciudad debería oír lo que se deba decir. Ahí dentro están muy contentos por ello.

Señaló con la cabeza el interior del amplio edificio. Aquello no parecía ir ni venir con él, pero lo explicaba por tener algo que decir durante el camino. Era un hombre eficiente pero parco, y un mero intermediario, aunque se debía enterar de todas las misas que tuviesen lugar ahí dentro, fuesen lo que fuesen.

Por supuesto, la megafonía acabaría echa añicos en días si no la vigilaban, porque la ciudad estaba muy enfadada, pero eso era algo que no iban a celebrar.