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Salvadores Salvados

Salvadores Salvados - Puntero Láser - Escena Tres.

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05/06/2013, 04:14
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Escena 3 - Puntero Láser

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05/06/2013, 04:17
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Siegfried sólo endureció el rostro y se quedó impertérrito, sosteniéndole el porte y la mirada al proxeneta. Desde luego, tal y como pensaba Arjen, si aquel tío no se creía superior a los demás es que no era un buen nazi de las Schutzstaffel.

Había que tener aplomo para quedarse plantado delante de esa estatura y mala leche con piernas. Ambroos. Un movimiento mal calculado y seguramente el nazi le intentaría endosar alguna mierda sobre insubordinación a la autoridad o alguna historia parecida. Tampoco tenía que elaborar una excusa muy congruente.

- De acuerdo- concedió al fin, quitándose la gorra en el acto, devolviéndole al armario ropero su carnet de identidad sin mácula ni señal alguna de estar falsificado-. Quédese con la maldita vagabunda, Ambroos. Pero como la vea trabajando le meto el puro de su vida, ¿entendido?- amenazó nada más que para defender su posición.

Cierto era que era un habitual del local, y que no prestaba atención a nadie más que no fuese quien Ambroos ya se sabía. De hecho, el bueno del proxeneta podría tener al cabo de un tiempo otra visita mucho más hostil si cabe acusándole de haberle pegado determinada enfermedad de transmisión sexual.

No pareció preocuparse lo más mínimo por las circunstancias de la niña. El Boulevard era un local cuyas tasas no iban sólo a mantener un país, sino a llenar las arcas particulares del ejército Alemán, costeando así algún que otro rifle de asalto y convirtiendo al problema en una solución. Era algo que enfurecía a Jenssen, pero no le quedaba otra teniendo un sitio tan rentable a nivel social y económico y tan estratégico a nivel táctico. Tenía al enemigo en casa, distraído.

- Olvide la copa, tengo que seguir trabajando- espetó, visiblemente más relajado ahora que, crédulo, había decidido confiar con reservas en la palabra del hombre.

No en vano, hasta el momento no había tenido sospechas de él, y la palabra de Fremont se sostenía bastante peor que aquella excusa. Al fin y al cabo, por suerte para Ambroos y Gretchen, era muy poco creíble imaginarse a una vagabunda subiéndose a un tejado y haciendo un triple salto mortal para caminar entre tejados como si fuese un licántropo en parís. Seguramente se tratase de alguna mujer enjuta de mediana edad, simplemente. Pero fuese quien fuese quien había metido las narices en aquel tejado iba a ser encontrado antes o después. O eso se creyó el alemán, por la cuenta que le traía.

- Sigan consumiendo- dijo mientras daba la espalda a Ambroos y miraba a sus cuatro compañeros sobre la mesa, que no decían ni palabra por ser de bastante menor rango pese a que tenían unas pocas luces más-, y no se alejen del barrio rojo mientras impera el toque de queda.

Innecesario, pero de alguna forma había que salir sin quedar del todo como un gilipollas al que le habían dado la vuelta. Y seguía siendo un refuerzo al motivo de su visita inicial. Tenía narices que uno tuviese que tirarse en el barrio rojo hasta que comenzase a despuntar el sol por el horizonte.

Guió Arjen. Tras deshacerse del nazi y devolver el status quo que correspondía a El Boulevard, tras hablar con Liria para que presionase a las gemelas Suxx y tras recibir Ambroos las llaves de su coche a manos de Stille, partieron. El proxeneta intentó hablar con el anarco sobre Gretchen, pero su parca carisma y sus pocos datos no sirvieron para demasiado. Le mintió para desviar la atención sobre ella, y le convenció para que no cometiese ninguna tontería en aras de salvarla.

Estaba loca, sí, pero bien protegida por un par de cerveros a cada lado, y por mucho que fuese a violar otra vez el toque de queda para vete a saber qué el anarquista tuvo que comprender que no sólo él tenía negocios turbios, y que si obligaba a la niña a quedarse encerrada en una alcoba acabaría escapándose por la ventana. Porque era perfectamente capaz de ello dada su pericia física y su desequilibrio psíquico.

Si iba a cometer alguna locura que fuese con aquel dúo de calaveras, porque él no podía vigilarla siempre, y su pertenencia a una organización considerada terrorista podía llegar a consumirle bastante tiempo. Eso, y que por su cuenta el hombre ya debía de estar buscando un medio para sacar a la niña de ahí sin comprometerse con sus compañeros de armas a que le considerasen un desertor. Y debía de encargarse de Diéter, claro, aún desoyendo cualquier consejo al respecto. Era un depredador solitario, y como tal se encargaría de cazar al padre, y al hijo y al espíritu santo si hacía falta.

Así que allí estaban, en la nueva y muy poco gloriosa sede de Greenpeace. Era asombroso cómo Arjen había guiado hasta allí al chófer, Ambroos, eludiendo unas patrullas y frecuentando calles que parecía conocerse como alianza al dedo. No vieron ninguna patrulla, de echo, y eso hubiese sido casi preocupante de no ser porque el ecoterrorista sabía lo que hacía.

Bajaron del vehículo y a Jenssen le bastó un vistazo al medidor de combustible para darse cuenta de que debía de repostar pronto, y que debía hacerlo de día por necesidad, salvo que acudiese a los caros depósitos de los mercenarios o los anarquistas en forma de camión cisterna. Su buen compañero Stille debía haber consumido goma del monovolumen negro a marchas forzadas, literalmente. Pero al menos el coche, sorprendentemente, no parecía tener un sólo rasguño, aunque Gretchen sí descubrió cabellos rosas en los asientos de cuero de detrás. Era fácil para ella saber de quienes eran.

Una vez al abrigo de la plena madrugada, con la luna en lo más alto, proyectando una sombra rasgada y breve, el particular grupo pudo ver cuál era la nueva sede del grupo terrorista. Con la vieja trasformada a la carrera en una central nuclear, con sus consiguientes desperfectos en medidas de seguridad, los miembros de Greenpeace tuvieron que buscarse un nuevo lugar donde manar como un géiser.

Lo acabaron encontrando en el Begijnhof, el patio rodeado de casas que databa del siglo XIV. Una atracción turística que, tras los bombardeos de la aviación nazi, los cañonazos de los tanques y las barrabasadas de los soldados, ha acabado en una completa y triste ruina. Lo rodeaban unas decenas de casas típicas holandesas en completa ruina.

Prácticamente ninguna conservaba poco más que algunos muros y un resto de tejado. Las fachadas estaban sucias y a punto de caerse, con los ladrillos al aire y sin rastro de pintura. En algunas de ellas subsistían vagabundos que buscaban una pared contra la que apoyarse par encender un fuego. Y escondidas justo bajo las ruinas de la Engelse Kerk, la Catedral Inglesa de la cual quedó poco más que el esqueleto de la torre y los muros de la nave principal, unas estupendas catacumbas transformadas en refugio antiaéreo durante la primera visita de los nazis durante la 2ª Guerra Mundial.

Al encontrarse relativamente cerca de los restos de la Hogeschool van Amsterdam, la Universidad de Ciencias Aplicadas de Amsterdam, una institución con renombre... hasta los disturbios acaecidos el 16 de enero de 2021, que trajeron consigo numerosas desapariciones, heridos y muertos, toda la zona se mantuvo sin reconstruir, como una señal para el ciudadano.

La vegetación estaba completamente asilvestrada, con matorrales de espinos y enredaderas trepando por las ruinas. Los hermosos parterres floridos y los árboles cuidados desaparecieron, arrasados por los combates, quedando el lugar como un descampado sin cuidar. Al menos, así es en principio, pues el tiempo lo convirtió en una pesadilla de zarzales y matojos.

Con pesar y cierto orgullo por su proeza, Arjen mostró y explicó a Gretchen y Ambroos el lugar y su pequeña historia, así como un pequeño huerto cultivado con mimo tras un entramado de enredaderas. No muy lejos de allí, tras avanzar un tanto más, alcanzaron unos cuantos bloques de piedra caídos de la iglesia. El ecoterrorista sabía exactamente que lugares presionar, pues parecía prácticamente imposible mover el inmenso peso de los bloques.

Cuando terminó de introducirse la contraseña y abrirse el portón, al fin, pudieron pasar al interior. Un gran contraste con lo que debían de ser otras instalaciones en otros países como EEUU, que también podría haber existido en lugares como la Torre de Comunicaciones o la central nuclear de aquella ciudad si no hubiesen tenido que edificar a la carrera. Estaba claro que se trataba de un lugar viejo y malogrado, al menos en sus primeros pasos.

Bien cuidado, no obstante, a juzgar por la higiene. Ambroos y Gretchen aún no sabían en qué orden de jerarquía se encontraba Arjen dentro del lugar, pero desde luego parecía bastante confiado al respecto. No tuvieron que esperar siquiera un minuto cuando apareció al trote un hombre.

Cabello corto, más por los laterales que por la parte superior. Castaño claro, tirando rubio, ligeramente rizado. Cejas recortadas y barba a juego, de dos días con bigote de cuatro, unido. Un hombre alto, recio, de espaldas anchas y marcado con un el fruto de su pasado.

A juzgar por la soltura que destilaba en combinación con su sonrisa y mirada monocular hacia Arjen, era un arquetipo de personalidad Beta en su máximo exponente, firmemente decidido a confiar medio a ciegas en el hombre que hacía compañía al proxeneta y la patinadora.

- Olga me avisó de que habías llegado- dijo señalando a Ambroos y Gretchen un par de cámaras en el techo, enfocando a la descendiente escalera de la entrada-. Está con los ordenadores. Hay unos cuantos en la sala común- y se debía de referir a personas, no ordenadores-. Irina está donde siempre.

Ambroos no pudo evitar fruncir el ceño ante aquel nombre, aunque asumió que no se trataba de la misma Irina, o ya lo habría sabido hace tiempo. Y sin embargo, tampoco podía dejar de sentir una macabra fascinación por las marcas de aquel hombre, pues sí, las referencias a su afección visual eran fundadas. Un ojo gris y vacuo, falso, se alzaba en la cuenca derecha. Las fieras marcas de una gran garra le surcaban de barbilla por la izquierda a parietal derecho, evitando que creciese vello en los lugares donde la marca aún perduraba.

Un fluorescente de bajo consumo titiló de manera molesta, ensombreciendo por unos segundos a todos los presentes, hasta que volvió a la normalidad. A lo lejos podían verse, conforme avanzaba el pasillo, carteles y pósters empleados como parca e improvisada decoración para que aquello pareciese más una sede ecologista que un complejo militar. Eran anuncios de campañas de cuando Greenpeace salvaba ballenas o se encadenaba a centrales térmicas en vez de matar nazis.

- Soy Erik, por cierto- dijo tendiendo una mano firme a Ambroos, a quien se aproximaba en altura y complexión, aunque parecía incluso ligeramente más musculoso-, Erik Lukgaardsson. Los amigos de Arjen son mis amigos.

Parecía simpático, dentro de cierta parquedad en el habla. Sonreía de forma más nimia que tímida, quizás porque le alegraba ver allí a su compañero y líder, pero seguía teniendo un cierto aura de inherente extenuación emocional. Fruto, sin duda alguna, del estado de la nación. Y de la madre naturaleza.

Esperó a que Ambroos le respondiese el saludo, y a que Gretchen también le estrechase la mano. Por extraño que parezca, quiso saludarla, confiando en que lo mejor sería no darla dos besos pero sí tratarla como una adulta. Una decisión sabia a juzgar por la inteligencia emocional del hombre y que, a fin de cuentas, Gretchen era muy parecida a un cachorro herido.

- Luego tengo que comentarte algo. A solas- inquirió el hombre en noto relajado, pero dejando a la vista que se trataba de algo muy serio.

Mientras tanto no dudó en saludar a su amigo como fuese pertinente y señalar con la mano al trío el camino para que comenzase a moverse. Aún tenían que entrar hasta la cocina, como quien dice.

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05/06/2013, 04:19
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Ruth bajó del tejado y volvió a adentrarse en las calles. Por desgracia, lo que encontró no fue demasiado de su agrado. Aquel lugar debía de tener por necesidad conexión al sistema de alcantarillado, y conociendo la velocidad con la que se edificó no podían haber realizado grandes proezas arquitectónicas, recurriendo a algo sencillo y de fácil acceso y montaje.

La pelirrosa se vio forzada a meterse dentro de las catacumbas de la ciudad, bajo tierra, donde se asumían que vivían las ratas, los vampiros, y las aguas turbias en busca de un desagüe común. Y así era, aunque los pasillos laterales la salvaron de tener que adentrarse demasiado en terreno pantanoso. Su ropa siguió limpia, aunque no así su alma.

Alguna vez, esporádica, pudo sentir la opresión de sentir un haz de luz colapsando bajo el peso de una bota, señal de que la boca de alcantarilla estaba siendo pisada por algún rondador nocturno de servicio. Tras dar unos cuantos rodeos y buscar por varios recovecos de aquel submundo llegó a una zona relativamente deteriorada a gran velocidad por un gran uso, pero por ello mismo se deducía que no estaba deshabitado.

Las luces amarillas de emergencia se disponían a ambos lados de los caminos, al lado de las cañerías de desagüe o los conductos de electricidad. Algún panel de alto voltaje esporádico e incluso algún pequeño vehículo biplaza, similar a los carros de golf, para recorrer con más presteza los caminos. Y si había podido bajar, aquel cacharro debía de caber por algún sitio hacia la superficie, y no sería por una escalera.

El problema era que, aunque Ruth sabía que si llegaba al final acabaría llegando al interior de la torre, podía llegar a ser demasiado arriesgado, y había probabilidades reales de que la cogieran si seguía avanzando. A la vuelta de la esquina podía oír las sombras proyectadas de un par de hombres hablando en alemán, con acento de igual modo.

Basto asomar los ojos a través de briznas de cabello rosa para darse cuenta de que heraldos hombres, altos y de complexión atlética, enfundados en un uniforme de guardias de seguridad. No eran militares, sino soldados de una corporación privada, seguramente contratados con el presupuesto del estado para proteger aquello.

No podía ser tan fácil para una sola persona entrar en el complejo, o ya lo habrían hecho muchos otros antes que Ruth. Claro, que nadie de ellos podía hacerse invisible. Ruth sí, pero no por mucho tiempo. Si se perdía en aquella red antes de adentrarse o la escuchaban y volvían a disparar a ciegas podía tener problemas.

Eso por no hablar de los peligros que entrañaba meterse a ciegas en el complejo, buscar la sala de grabaciones, eliminar la cinta y salir. Era un camino largo y complejo, y debería eludir a demasiada gente. La joven no era tan mañosa en cuanto a infiltración se refería, por desgracia. Las posibilidades de conseguirlo eran mínimas, aunque ahora sabía mucho más que antes.

Sabía que no sólo el ejército protegía los edificios alemanes, y que se podía entrar, con algo de orientación y suerte, usando los canales subterráneos, tampoco exentos de vigilancia. Una que se incrementaría cuanto más se acercase. Estaba a tiempo de volver a casa antes de que su madre la echase demasiado de menos y cometiese alguna tontería.

Muy probablemente Ruth no pudiese hacer todo aquello sola. No sin ayuda de los Anarquistas, y por tanto de Stille, o de Axel, o de el que bien podía ser su padre, o su tío. Y por supuesto, estaba su familia. Ágatha también tenía el poder de jugar a a ser Dios, aunque a su manera, y podían llegar a ser un buen equipo, aunque eso la metería en el ajo.

Era probable que, salvo que Ruth pudiese ganar tiempo utilizando un lanzacohetes contra la torre, terminasen descubriendo la grabación. La pregunta era en manos de quien terminaría la cinta, y cómo operarían con una operación de ese nivel de ocultismo y confidencialidad. Buscar a una persona invisible no era ninguna tontería. Aunque tampoco lo era buscar a una tostadora eléctrica humana, y allí había paneles de alto voltaje. La pregunta era cómo.

Sea como fuere, no parecía haber una solución magistral e inmediata, pero a medio plazo, en unas horas, Ruth debería terminar de pensar en cómo iba a gestionar aquello. Tenía suerte de haber tomado la precaución inicial de abandonar su casa. Una a la que probablemente aún pudiese acudir, por otro lado, si quería rescatar algo. Como sus dibujos premonitorios, por ejemplo.

El tiempo corría rápido y Ruth necesitaba un buen plan. Ver a quienes iba a recurrir y cómo iba a intentar anticiparse a los Alemanes. Era eso o vivir huyendo de ellos hasta escapar o acabar cazada. Y Ruth era demasiado especial y maravillosa para terminar en las garras de ningunas águilas. Ella merecía algo mejor, como acabar en la torre Eiffel al abrigo de la brisa con un parisino.

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05/06/2013, 04:20
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- Tranquilo, Jürguen, lo sé- contestó la mujer con una sonrisa amarga, aceptando sin demasiadas reservas su temperamento anterior.

Estaba también acostumbrada al hombre y su carácter esporádicamente ambivalente, por lo que no tuvo que llevar a término grandes ambages para con el cincuentón que consideraba su amigo, para bien y para mal. Le debía la vida en cierto modo bastante literal, sacrificando en detrimento su cercanía a Heinz Goering, El Gobernador, aunque eso último no podía saberlo.

Tomó el libro del sacerdote entre sus manos y lo guardó bajo el brazo sin abrirlo, asintiendo con la cabeza.

- Sus secretos son mis secretos- profirió como aceptación a aquella petición-, aunque no violaré su intimidad sin permiso expreso, puede estar tranquilo- añadió con un atisbo de sonrisa ligeramente más sincero, casi divertida por la humildad y recato que lucía a veces el sacerdote para algunas cosas.

Jürguen tenía la certeza de que no abriría el cuaderno, o eso quiso pensar y creerse. En una ciudad llena de máscaras, el sacerdote y la prostituta poco tenían que espiarse. No cuando los dobermans de presa habían acampado en el país.

Estuvo un rato hablando con él, asegurándose de que no había pasado nada a mayores con el viejo nacionalsocialista condecorado, y tras ello consiguió que le dejase en paz, volviéndose a su casa sin drogas ni escapes de gas, al menos por el momento. Algo cuyas gracias achacaba al Padre Jürguen.

El hombre se deshizo de las pruebas de su investigación como detective de lo oculto, y retuvo lo esencial. Siendo un hombre de tal genio no le costaría demasiado memorizar determinados datos en la cabeza. Un sitio más seguro que el papel, la verdad. El frente abierto de su hija era lo único que le espinaba, pero necesitaría construir una escalera para llegar hasta ella y alcanzarla.

Por la mañana las cosas se veían de forma muy distinta. Jürguen había dormido poco, pero no necesitaba mucho más. Se podría pasar el día en la cama, pero era mejor salir a la calle en cuanto se rompía el toque de queda. Las calles seguían desiertas, como si la mácula del lobo aún no se hubiese limpiado.

Sólo el timbre una bicicleta ocasional rompía el silencio caminar del sacerdote, y cómo no, como todas las mañanas, la primera de todas fue la de el alegre panadero cuarentón que tenía un puesto en la esquina. Uno que seguía teniendo clientela pese a la crisis, aprovechándose de ser el primero en abrir. El bueno del sacerdote descubrió que parte del secreto estaba en vender magdalenas, y lo comprobó al ver salir una mañana a dos chavales riéndose. A los dos días un uniforme alemán salía con dos billetes de cincuenta euros en la mano.

En ciudad de delincuentes algunos habían aprendido rápido a adaptarse y sobrevivir, poniéndose de cara a los alemanes en aras de que el negocio fuese productivo para todos los bandos. Ese era el resumen que Jürguen podía leer, viendo la clara diferencia ese negocio y el que desde hacía una semana no abría, dos calles más abajo. Linker también lo sabía.

La visita de la joven amiga de Rembrandt a Oude Kerk fue bastante rutinaria, pero no por ello menos instructiva, asentando más información sobre unos cimientos que Jürguen ya tenía. La pequeña, con dieciocho o veintiún años, ni más ni menos podía tener, no era sino una cándida y bellísima prostituta que tenía toda la pinta de estar protegida por El Burdel.

Esa facción conglomerada de lupanares que se tendían la mano para compartir información sobre la clientela, el ejército, y a quien recurrir para conseguir favores no necesariamente sexuales. Como sacar a algún homosexual del país o pagar a algún uniforme para que eliminase algún informe.

Su problema, de fácil resolución, consistía en algo relativamente redundante. Rembrandt era su padre, valga la distopía entre una prostituta y aquel devoto ortodoxo. Sabía a qué se dedicaba su hija, pero la pequeña Madea, como resultó llamarse, no le había dicho al bueno del camillero que fuera del trabajo se estaba acostando con un tal Rayen. Un neerlandés metido de forma oportunista al ejército alemán en cuanto los nazis tomaron la ciudad.

El problema, sencillo como era costumbre en alguien de su edad, era simple. Le carcomía el estar acostándose con el enemigo y no poder decirlo, pero era lo mejor para su supervivencia, y aseguraba que, aunque no la amaba, no era un mal hombre. Era fácil no serlo cuando a tus treinta o cuarenta años tenías en las manos la piel de una escultura y apolínea niña de veinte.

Sentía estar traicionando a sus compañeras de trabajo, a su organización, a su padre, y a si misma, sin llegar a ser capaz de escudarse en que eran tiempos desesperados y que cada una jugaba con las cartas que les ponían delante.

Una lección un tanto obvia, pero fácil de olvidar, y más para alguien como Jürguen. Por un lado había quien hacía lo que fuese necesario e iba silbando todas las mañanas al trabajo. Por otro lado había quien decidía meterse heroína en su vena favorita y abrir el gas, y arrepentirse después cuando no las pintaban tan calvas. Y había quien apocaba por vivir en detrimento de horas de sueño, felicidad, y sosiego espiritual. 

No era baladí por otro lado saber detalles sobre la hija del chófer y amigo íntimo de la Doctora Maggie Wassus, y de Caelum. Todo era bienvenido y útil si se empleaba de cierta forma, y no sólo para aprender más sobre la psicología y sociología de la ciudad, sino para uso, disfrute y beneficio personal.

Fueran cuales fueran los consejos del sacerdote, que eludió al Prior con maestría en lo que iba de mañana, o quizás fuese al revés, pues no llegó a hablar con él, fue a una hora relativamente prudente, cerca del almuerzo sin alcanzarlo, cuando pudo llamar desde la cabina, localizar a Nicolaás Linker. Se citaron en en un banco, en un cruce de calles al pie de un puente, cara al río donde otrora había estado la ruta del autobús acuático, tristemente hundido a manos del vandalismo. Nadie se había molestado aún en sacarlo del fondo de las aguas.

Y allí estaba el que debía de ser Linker, sentado en el banco cuando Jürguen apareció. Un hombre célere, presto y dispuesto, especialmente cuando se trataba de negocios. Aquel hombre iba a ser un negociante duro, si bien no alcanzaría el metro ochenta y tenía el cabello relativamente corto, rizado y rubio, con reflejos rojos o castaño claro a la luz del sol matinal. Era difícil de saber. No parecía excesivamente fuerte, ni intimidante, ni imponente, aunque estaba de espaldas.

Si no estuviese seguro de la seguridad del encuentro no habría asistido, y aunque a esa hora bien había una actividad civil normal y corriente, con transeúntes continuos, nadie se pararía a poner la oreja entre un hombre de treinta años con uno de cincuenta. No si se dedicaban a hablar en un banco público cara al canal de aguas. Eso era algo que muchos hacían. Reunirse en un sitio público y seguro.

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05/06/2013, 04:23
Liselote

Liselote tomó asiento en una silla contigua a Eugenius. Se frotó allí las manos, estirando las piernas. Una ligera brisa mecía esporádicos mechones del cabello, mientras ella quedaba expectante a la respuesta de su hermano.

Negó con la cabeza cuando le preguntó si había oído hablar sobre Kiefer Fremont, el militar con una ingente cantidad de titulaciones universitarias. Compuso un ligero ceño de desaprobación al relacionar un apellido alemán con temas de trabajo, asumiendo que era alguien militante en el partido nacionalsocialista. Jugueteó con la tarjeta entre las manos, mirándola, y finalmente la devolvió a Novák dejándola a su lado, sobre la mesa. Negó con la cabeza a labios fruncidos.

- No lo sé, Eugenius- comentó la enfermera con frustrante sinceridad-. Asumo que ese hombre es rico- lógico dada su triple titulación universitaria, aunque tenía más hasta donde Novák sabía-, y que tendrá unas instalaciones médicas y un ejército de batas blancas que ni los laboratorios de Tokio- bromeó, aunque su tono guardaba bastante sinceridad, pese a que era un complejo de prestaciones difíciles de igualar, y más de superar-. Diría que es lo más provechoso para mamá, pero, ¿puedes fiarte de ese hombre? Le conociste hoy, ayer a lo sumo, supongo- sí, era obvio que Liselote asumía que Fremont no era ningún compañero de Ginebra-. Poner en sus manos a nuestra madre le daría poder sobre ti. Y dudo que ese hombre tenga la cura indiscutible contra el cáncer.

Aquí la mujer guardó silencio durante un minuto, taciturna. Y era fácil asumir por qué. Los laboratorios de farmacéuticas y empresas gubernamentales eran las encargadas de la investigación de tratamientos. A lo largo de la historia surgieron varias posibles curas contra el cáncer, pero ninguna llegó a buen puerto por motivos económicos. O eran demasiado baratas, o demasiado caras, o imprácticas en relación a las ventajas de cronificar la enfermedad.

Los único de algo relativamente parecido que oyó Novák a sus colegas de Ginebra y en los periódicos fue la breve y efímera pero mediática noticia de que en Japón habían encontrado la cura contra el cáncer. De ahí el chiste de Liselote. Por desgracia, tras un par de semanas la cura se asoció definitivamente a un elevado en demasía índice de malformaciones, así como la aparición de otras enfermedades a nivel orgánico o sistémico. No era viable.

¡¡Joder!! Por Dios, Eugen, no puedes hablar en serio. Pero supongo que no queda otra, ¿cuanto tiempo tenemos? ¿Qué vamos a hacer? ¿No podemos sólo salir y dejar que el resto de la ciudad explote, no? ¿Podemos? Eso sería tremendamente egoísta, pero no se me ocurren muchas más opciones. Si queremos salir, necesitaremos un medio. Mamá y yo somos ciudadanas de una ciudad invadida. Estamos retenidas, como todo el mundo. No podemos pedir un billete de avión, un pasaporte, y ya está. Tú todavía, que eres un genio trabajando para el CERN, y aún así temo que estés pegándote demasiado a los nazis. Si les estás haciendo un favor no les gustará que pares.

La mujer escribía deprisa, bastante azorada, aunque intentaba disimular cierto nerviosismo. Fremont aseguraba poder sacar el país a Ria, y si lo hacía, también podría con Liselote, seguramente. Ese hombre tenía mucho que ofrecer a Novák, aunque por ahora no le había pedido nada a cambio, y Fremont no hubiese llegado a la cima de la pirámide alimenticia sin hacer méritos e ir derrotando o poniendo de su lado al resto de depredadores. Era un militar y un erudito, a fin de cuentas.

La Torre de Comunicaciones podía, a través del sistema de megafonía, trasmitir información a la población. Pero para ello Novák debía de entrar, enviar el mensaje, y evitar que tomasen medidas contra él o le cogiesen. Y ese sitio no sería mucho menos que la central nuclear en cuanto a seguridad. Pero por otro lado, había que valorar si estaba dispuesto a salvar a su familia y dejar al resto. Una sublevación general tampoco sería de mucho bien. Supondría muchas bajas y un gran gasto de balas, y descontrolaría demasiado la situación. Pero quizás era la única forma de darle una oportunidad al resto de la población.

Por supuesto, otro asunto era adonde huir. Para Fremont sería muy fácil viajar a Alemania, o incluso Suiza. Quizás no le costase demasiado viajar a ningún sitio adyacente, como Inglaterra, Francia o Italia. Ir más allá sería, quizás, difícil, y Alemania estaría llenísimo de nazis. Mala opción. Quizás Australia, o Norteamérica, o la propia Japón. Eso dependía de Eugenius. Estaba Inglaterra, claro, donde los ingleses eran fuertes tras su mar, pero una explosión nuclear que arrasase toda Europa les alcanzaría. Una que sólo alcanzase los países bajos... dependía del alcance. Ámsterdam demasiado cerca.

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05/06/2013, 04:24
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Maggie Wassus resultó ser una mujer bastante afable. Según dijo, su casero era un hombre viejo y retirado, que había ganado la casa en subasta pública gracias a los desahucios. No pasaba por casa, no daba problemas, y sólo quería el dinero a fin de mes. Un viejo gruñón.

La doctora resuló ser una mujer amable, afable, y de trato bastante fácil. Era hospitalaria, y ponía un precio bastante asequible, dado el "trabajo" que desempeñaba Niki. Uno que aún no tenía nada claro.

Sólo era ligeramente rígida con su trabajo. Ella se dedicaba a tratar, más allá de su trabajo en el hospital Boven, a gente que no tenía acceso a la sanidad, y a los Anarquistas cuando les herían en acto de servicio. Tenía una clínica en un piso franco para tales efectos.

Lo más relevante era que era Suiza. Una miembro de la Cruz Roja, que se había mudado por mera vocación para atender los problemas de la ciudad en guerra. Se había metido en las fauces del lobo como una voluntaria, lo que decía mucho de quien era, y cómo.

Niki comió allí y pasó la tarde, con Maggie. No parecía que a la amnésica se le diese muy bien hacer amigos, pero se esforzaba, y con Wassus era particularmente fácil dado su carácter. La agente gubernamental sin recuerdos no pudo sino preguntarse qué debía hacer para obtener respuestas a determinadas preguntas. Tenía que buscar al hombre del AAK2, eso estaba claro. Y a juzgar por dónde lo situaban sus visiones y en qué estado, podría averiguar algo. Era fácil preguntar por determinados problemas en la ciudad.

Por otro lado, estaban las agentes del gobierno americano que estaban allí para vigilarla. Podía buscarlas, aunque desde luego no podía olvidarse de Izan. Acabaría teniendo problemas. Era un policía, no un detective especial o un agente del MI6.

Por la noche volvió Drike al piso de Maggie, a buscar a Niki. Tenían trabajo, como dijo. Un cargamento de tren que contenía armas y, quizás, algo relacionado con el tráfico de personas. Nada que tuviese relación con el AAK2, pero Niki había ido allí a resolver ese problema, y los Anarquistas eran su medio para subsistir. Caminos separados. Si quería averiguar cosas sobre su pasado, tendría que intentar desgranarlo ella sola.

Maggie le abrió la puerta a aquel armario ropero de Anarquista, que tenía una melena de sauce llorón bajo el gorro y más hombros que un portero de discoteca. Saludó con dos besos a Maggie, por la confianza del trato con ella durante meses, pero al ver a Niki se limitó a levantar la mano y sonreír, cambiando el peso de pierna. Entre que se parecía a su difunta mujer y que apenas la conocía, no tenía nada claro cómo tratarla.

Seguía vistiendo igual, con unos vaqueros, botas militares, cazadora de cuero y colgante, aunque ahora llevaba la pistola oculta en una funda en el pecho, bajo la cazadora.

- ¿Estás lista?- preguntó a Niki-. Me han dicho que sabes disparar, pero la verdad, quería asegurarme de que estás preparada antes de empezar. Vamos a asaltar un tren lleno de nazis, no es cualquier cosa.

Y saber disparar armas era una cosa, pero hacerlo contra persona viva con la intención de hacerla daño era algo muy distinto.

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05/06/2013, 04:26
Trevor

Trevor sonrió y se hizo a un lado, dejando espacio a Sawako. Era difícil verle los ojos a través del sombrero, pero fácil adivinar su sonrisa tras la sombra. El resto de participantes en la timba se limitó a asentir o aceptarla, aunque hubo que tuvo sus reservas al respecto. A lo largo de la partida se atrevió a preguntarle "¿qué cojones hace una china en Ámsterdam?".

- Siéntate- dijo Trevor de forma sosegada-, igual aprendes algo.

Cogió la baraja de cartas y la barajó en el aire, partiéndola en dos tacos, sosteniéndola por debajo con los pulgares y mezclando ambos tomos con el índice, dejando que la tensión las dejase caer de forma alterna.

Media hora después Trevor había triplicado sus apuestas. Era bueno. Miraba al resto y les sostenía los ojos hasta que los apartaban ellos. Sabía qué cartas tenían a expensas de sus faroles, únicamente leyendo los rostros. Habilidad que todo buen negociante tenía. Como Linker, quizás.

El caso era que, pese a todo, no hacía trampas, pero sí que le salían muy buenas cartas. Demasiada buena suerte en relación a los demás, pero allí estaba. Explicó algunos principios básicos del funcionamiento a Sawako, diciendo quien tenía o no buenas cartas de verdad a expensas de lo que dijesen. Algo lo cual, por supuesto, enfadó al resto de participantes.

Por fortuna no pudieron criticar demasiada la actitud de su rival, que les estaba desplumando, pues algunos miembros de la fiesta, con pintas de punk y muy pocos miramientos, comenzaron a volcar los cubos de fuego, extinguiéndolos. Cuando comenzaron a gritarles y preguntar por qué, se limitaron a señalar un punto deprimido en la lejanía, que se adentraba en las calles de la ciudad. "Nazis, joder", fue lo único que dijeron.

A Trevor le faltó tiempo para levantarse y caminar con paso raudo en esa dirección. Al asomarse a la carretera, allí estaban. Diez metros por debajo y, cuanto, ¿cien de distancia?, saliendo de la zona urbana para adentrarse en la prefería. Un furgón, una ranchera y un todoterreno de transporte. El segundo vehículo adelantó al tanque que comandaba la carga y vadearon a los soldados de infantería. Se veían unos diez, pero había que contar con aquellos tras los edificios y el tanque. ¿Veinte, quizás?

- Joder, ya no puede ni vivir uno- dijo Trevor, parapetado-. Bueno, podría ser peor. Tenemos tiempo para recoger y marcharnos.

La pregunta qué hacía todo ese despliegue de medios allí. Suerte que Linker se había marchado hacía media hora. Y sin embargo, mala suerte para el tío de los prismáticos, allí debajo, enfocando alrededor. Señaló la posición llena de siluetas moviéndose e hizo una señal a sus compañeros.

El cañón del tanque giró hacia la izquierda, hacia arriba, y disparó. El cohete caería en algún punto de la explanada, y más le valía a Sawako no estar cerca, sólo por si acaso. Estar demasiado cerca podía ser sinónimo de deterioros de salud poco recomendables, especialmente si se relacionaban con la pérdida de una parte del cuerpo.

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05/06/2013, 11:43
Niki Neill

Tras la comida, había tenido tiempo de escribir un rato y eso me facilitó tener la mente algo más clara, aunque los recuerdos de los demás siguieran agobiándome. Levanté mi mirada de mi pequeño cuaderno y miré a Maggie con una sonrisa, lo cierto es que aunque me costara, si íbamos a vivir juntas debíamos entablar algún tipo de relación. Guardé mi pequeño diario en un bolsillo, y traté de concentrarme en todo lo que debía hacer.

La conversación con Maggie fue fluida, traté de coger confianza con ella, le comenté que nunca había compartido piso, no sabía si era cierto, pero se lo conté igual, y que me alegraba de hacerlo con ella. Le agradecí su amabilidad y traté de indagar un poco en su vida, en cómo había acabado ayudando a los anarquistas, e intentando que me ayudara a conocer un poco más Ámsterdam, y que zonas eran más peligrosas y cuales más seguras. A fin de cuentas... seguía siendo nueva. Entonces la conversación llegó a ser algo más personal y traté de aprovechar la situación.

- Maggie... Sé que apenas nos conocemos, y supongo que esto es demasiado para empezar, pero... No conozco a mucha gente más aquí. - Sonreí y me recogí el pelo detrás de la oreja. - Querría contarte algo porque quizá puedas ayudarme... pero necesito saber si puedo confiar en ti.

Esperé la reacción de la chica,  deje que sus pensamientos pasaran por mi mente un segundo... ¿Se sentía cómoda y segura para que yo tirara un poco más de la cuerda?

Por la noche, me sentía preparada para la acción, y la llegada de Drike y su incertidumbre me parecían normales, yo también tenía mis dudas conmigo misma, pero el tiempo me había demostrado que yo era una caja de sorpresas, nunca sabía cuando saldría a la luz mi lado asesino ni sí podría tener el control sobre mí misma cuando estuviéramos en ese tren.

- Creo que sabré hacerlo bien. - Dije con seguridad. - Pero lo cierto es que no tengo ningún arma, me vendría bien una pistola para defenderme.

Sonreí. Su incomodidad se olía desde la otra punta de la habitación. ¿Cómo podía hacer para que Drike se llevara bien conmigo? Medité por un segundo... ¿Qué edad tendría su mujer cuando murió? Si nos parecíamos quizá fuéramos parientes... aquel tipo de mi recuerdo me habló en holandés, ¿Sabía yo habar holandés? A lo mejor era mi idioma natal. Debía saber más cosas de su mujer, sin duda. Podía pedirle a Izan que lo investigara... Espera... ¿Cuánto nos parecíamos, en verdad? Sabía que al mirarme veía a su mujer, así que no sería difícil acceder a ese recuerdo y ver si realmente ella y yo nos parecíamos.

Una vez fuera de la casa, tras unos minutos de silencio en los que mi mente parecía ir a supervelocidad creando conexiones y fantasías, fruto de la obsesión de saber quien era, volví a hablar.

- ¿Soléis atacar muchos trenes de mercancías? Estoy un poco perdida en este asunto... ya sabes... como acabo de llegar. ¿Se usa mucho el tren aquí? ¿Cómo habéis sabido que este llevaba armas?

Luego pensé que me vendría bien conocer el plan, e intenté que Drike me contara algo más sobre cuántos íbamos a ser y que se esperaba de nosotros... Si había tráfico de humanos, ¿Qué se suponía que ibamos a hacer con ellos? En fin... los típicos detalles de una misión.

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05/06/2013, 14:48
Arjen Wolfzahn

El trayecto en coche fue mucho más tranquilo de lo que Arjen pensó que pudiera ser. Quizá fue la voluntad de los Hados, la bendición de la Virgen o las putas tetas de Astarté... pero para el ecoterrorista no fue más que suerte, que en términos de un adepto del escepticismo crítico y además ateo convencido, era un cóctel conformado por el puro azar y el saber aprovechar las oportunidades. Recorrieron las callejuelas secundarias con cuidado, Arjen haciendo de copiloto e informando a Ambroos de cada próximo giro, de la velocidad adecuada y de hasta los baches de la calzada. El camino entre la Oude Kerke y el Begijnhof era un camino de sobras conocido para él. Lo había recorrido tantas veces que podría seguirlo con los ojos cerrados y sin siquiera tropezarse una sola vez.

Con algo de cinismo, algo de esperanza, algo de orgullo y algo de tristeza les contó a sus acompañantes, el proxeneta y la chalada, la historia del lugar. Quizá ellos ya la conocían, pero le dio igual. No podía evitar ponerse levemente melancólico cuando atravesaba la maleza que ocultaba el corazón de su panda de idealistas.

Y finalmente llegaron a la entrada. Arjen abrió las puertas y acompañó a sus nuevos compañeros hasta abajo.

-Bienvenidos a la ecocueva -dijo con humor. Cínico, pero humor al fin y al cabo-. No tenemos murciélagos pero dicen que debajo del piso hay restos humanos de hace al menos medio milenio -explicó-. No posee las comodidades de tu burdel, Janssen, pero al menos no tenemos que aguantar a los eimer-kopf.

Cuando apareció Erik sonrió con confianza. Era evidente que se trataba de uno de sus mejores hombres, alguien frente al que podía relajarse y no mantener la tensión desconfiada que movía su cuerpo cuando se relacionaba con el resto de la especie humana. Le palmeó la espalda con cariño e hizo las debidas presentaciones. Asintió con seriedad ante su petición de reunión íntima.

-Sin problemas, Erik -le aseguró con confianza-. En cuanto tratemos un par de asuntos igualmente serios. Dile a Irina que vaya donde los ordenadores, con Olga -una reunión de la cúpula, sólo la cúpula-. Me reuniré con vosotros tres en un momento, que antes necesito agua y algo que morder. ¿No está Mark? -preguntó, refiriéndose a su mano derecha, frunciendo el ceño con extrañeza.

Antes que a nadie, debía decírselo a Mark, el siempre cercano, amable, considerado y fiel Mark. Él entendería perfectamente lo que bullía en el interior de Arjen. Había más como ellos dos. Eso era importante. Pero lo más importante era Dyrk. Estaba vivo y lo tenían los nazis. Necesitaba su consejo y lo necesitaba ya.

-Si eso dile que se acerque al almacén de víveres -un lugar cerrado. Nadie más. No añadió ninguna otra palabra. Arjen ordenaba, los demás obedecían. No necesitaba dar explicaciones para sus comportamientos. Si deseaba hablar a solas con Mark Dekker, así lo haría. Sin interrupciones.

Obsequió al joven mutilado con un apretón en sus fuertes hombros y un asentimiento de reconocimiento por su labor. Después se giró hacia Abroos y Gretchen.

-Venid -les indicó, guiándoles hasta el almacén-. No es bueno ponerse con cosas serias con el estómago vacío.

Realmente el bunker reconvertido en sede ecologista no era un lugar complicado de recorrer. Las salas y habitaciones estaban delimitadas por paneles de madera o plástico a modo de biombos. Sólo los almacenes tenían paredes de ladrillo separándolos del resto de la base. Una vez bajo tierra, en las catacumbas, no se gozaba de mucha intimidad. Un hilo de música -una triste minicadena enchufada a varios altavoces de pequeño tamaño colgados en tres o cuatro columnas- reproducía constantemente y a bajo volumen éxitos de los años 70s, 80s y 90s del pasado siglo. Los fluorescentes titilaban de vez en cuando acompañados de un leve zumbido. Y, no obstante, se encontraba limpio, sin manchas, polvo, arenilla, humedades...

No era un lugar muy acogedor, pero para algunos de los que aquí se encontraban era un hogar.

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05/06/2013, 15:51
Gretchen

Las hormonas de Janssen mantuvieron a raya al SS, y Grechen se vio ahogada por una oleada de alivio casi tangible cuando el hombre les dejó marchar. La parquedad de su padre postizo la hizo sentirse mal, y peor aún el escuchar como el enorme proxeneta mentía a Stille siguiendo sus indicaciones -era como mentirle ella misma, pero peor-. Se obligó a bajar la mirada y callar, recordándose que lo hacía para salvar al anarquista.

Gretchen pasó el viaje en el vehículo en silencio, trenzando los cuatro cabellos rosas de aquella muchacha que había en el asiento, pensando en quién sería... su mente errática, a medio del viaje, dijo en voz alta:

- ¿Nos habrá hecho seguir? -sin plantearse que, al no estar en su cabeza, los otros dos hombres no tenían manera de saber que se estaba refiriendo al SS. Si el hombre no estaba muy convencido, quizá había puesto alguien detrás de ellos, puesto que era evidente que estaban saliendo del local en medio de la noche.  No sería irrazonable pensar que iban a romper el toque de queda.

No añadió más, lacónica e inextricable como siempre.

Miró por el retrovisor, buscando el reflejo del SS tras ellos o el rostro aquiescente de Alice. No vio nada. Se apoyó en la portezuela lateral y escrutó el exterior. Buscaba similitudes o diferencias entre este mundo y el País de las Maravillas. No pudo evitar sonreirle al cristal -una sonrisa infrecuente en su rostro, infantil, auténtica... ¿se sonreía a sí misma o a la Alice que vivía allí, en el reflejo?- al pensar en que estaba siguiendo al conejo blanco. De cierta manera. Y Ambroos podía parecer un Gato de Cheshire, peculiar, idiosincrásico, un poco déspota, guía y acompañante mientras quisiera serlo. Ojalá no se cansase pronto, porque Gretchen le necesitaba. Acompañada y protegida podría obligarse a ser un cerebro o incluso a actuar, pero sola terminaría por ceder al pánico.

El lugar era un sitio nuevo, y los sitios nuevos no son del agrado de la gente como Gretchen. A las presas les gustan las madrigueras conocidas. Esta era una completamente nueva para ella... pero se notaba que alguien había tratado de hacer de ella un hogar. No el hogar de una persona, sino el hogar de una idea

Deslizó los dedos fríos y huesudos en la mano de Janssen, pegándose a él, cosa rarísima en ella. Claro que, visto lo visto, estaba empezando a asumir quién estaba a qué lado de esa difusa línea que decía PROBLEMAS. Stille estaba bien a su lado, y Ambroos, aunque no tanto, sí al menos lo suficiente. 

Se pegó a él, pues, escondiéndose como una niña tras su madre -la madre más rara del mundo, con un prepucio descubierto, barba de varios días y el peor vocabulario del planeta- cuando Erik apareció. No aparentaba tanta... animalidad como Arjen o Ambroos, pero aún así era un desconocido.  Tardó varios segundos en decidir si darle la mano o no -en que su sistema límbico lo decidiera, consciencia superior aparte- y otro par en atreverse a hacerlo, pero finalmente lo hizo. Su apretón de manos fue flojo, sin fuerza y blando, y no levantó los ojos del suelo ni fue capaz de responder ni un triste "hola". 

No había vuelto a decir una sola palabra desde el comentario en el vehículo.

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05/06/2013, 23:00
Sawako Yamagawa
Sólo para el director

Observar como Trevor era capaz de leer a los demás con solo sus gestos y expresiones era algo increíble y quizá hubiese podido aprender bastante de esa situación si no hubiese sido por la entrada a lo grande que están haciendo los nazis en ese mismo momento. ¡Con tanques y todo! ¿Cómo pueden haberse enterado que están de reunión en ese punto exacto? Pero ese no es el problema, el problema es que la pillen en ese lugar, sin papeles y sin nada y será entonces cuando se inicie su verdadero calvario. Al menos han avisado con algo de tiempo, lo justo para tratar de desaparecer del lugar sin ser identificados por nadie.

Ayuda a Trevor a recoger.

-Será mejor salir pitando de aquí... creo que van a disparar.

Mira la posición del cañón e intenta calcular la trayectoria y el posible lugar en el que caerá el pesado proyectil... y será mejor que no la cague con el cálculo porque de hacerlo es posible que hasta pueda morir. Decide una dirección en la que alejarse y comienza a correr para irse de la explanada.

-Creo que si nos vamos por aquí no nos alcanzará el cañón!

No está muy segura, pero es la única posibilidad. Si se queda puede morir, perder algún miembro o acabar en manos de esos nazis asquerosos... aunque quizá sería una forma de ligarse a uno joven y que le deje salir del país.

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07/06/2013, 02:32
Administrador

Erik no tuvo problema alguno con la personalidad de Gretchen, al contrario. La estrechó la mano con cierta suavidad, como una especie de tío preocupado que sabía cómo tratar con niños pequeños. Se notaba que aquel hombre antes de perder un ojo y esconderse bajo tierra en un refugio a prueba de bombardeos había sido una persona acostumbrada a tratar con personalidades asustadizas y frágiles.

Asintió a Arjen con una sonrisa, poniéndole una mano en su hombro de igual modo, aunque por debajo y con más suavidad, revelando a Wolfzahn como el dominante en el saludo sin demasiado lugar a dudas. Era fácil percatarse.

- Voy a por las chicas- aseguró el hombre con un cabeceo, parpadeando de forma prolongada en el proceso-. Mark está descansando-  puso ambas manos, con las palmas unidas, a un costado del rostro, inclinadas, marcando que el hombre estaba durmiendo-, pero si quieres, le despierto. No es que vaya a poner problemas por eso- se refería a Mark, claro, y su sonrisa lo secundaba.

Tras esperar sus indicaciones al respecto del segundo al mando, el hombre partió despidiéndose con dos dedos de frente, literalmente. Dejó que mientras tanto Arjen hiciese su camino con los invitados, que tenían el aval de estar con Arjen y haber sido traídos con él. Mientras así fuese no debería haber problemas.

Mientras Ambroos juzgaba y se llevaba sus impresiones y Gretchen seguía analizándolo con ojo bajo mano, fueron a la despensa. Allí el ecoterrista comenzó a hacer inventario rápido nuevamente, revelando suministros suficiente como para alimentar a decenas de personas durante unos pocos meses.

Estaba claro que alguien se beneficiaba de que aún no había cartillas de racionamiento para meter ahí comida en lata como si cualquier día les dijesen que había que encerrarse allí dentro. Faltaba bastante poco para que la regencia comenzase a limitar el abastecimiento de suministros a la población civil, dado el difícil tráfico de víveres, la mayoría provenientes de tratos con empresas privadas, países neutrales, los países bajos o la propia Alemania. Pero aún no habían llegado a eso.

Arjen estaba dando los enseres necesarios a Gretchen y Ambroos, por ese orden dado que la niña era la que más los necesitaba por norma general, cuando les interrumpieron el resopón. Eran pasos firmes y pesados al fondo del pasillo, que hacían eco en las paredes.

Una mujer joven, melena larga y rubia, ojos avellana, cargados de desagrado. Casi tan alta como Ambroos, a pocos centímetros del metro noventa de estatura. Algo muy notorio, que se acuciaba con una musculatura fibrosa y atlética, sin aires de culturismo. Esa mujer era más precisa y rápida que fuerte, pero por la seguridad y agresividad de su andar célere y rabioso no era alguien a quien ignorar.

Janssen bien suponía que si llegaba a las manos desnudas con esa mujer no sería para acostarse con ella, pues no parecía nada receptiva a las artes sociales y menos todavía una seductora. Esa mujer sabía combatir, y se filtraba a través de su mirada feral y molesta, de su movimiento agitado y de la seguridad con la que avanzaba con esa personalidad frente a dos hombres como Arjen y Ambroos.

- Dinos, Arjen- saludó la mujer, dirigiéndose inicialmente al ecoterrorista y obviando a los demás.

Su tono era colectivo, imperioso, y aún así era ligeramente suave para con Arjen, como si aceptase su liderazgo pero fuese un tanto reticente a mostrarse. Era obvio que llevaba una coraza emocional cada segundo del día, al menos en público. Un fuerte acento, quizás ruso, iba acompañando sus palabras.

- Veo que traes compañía. Y supongo que estarán relacionados con el motivo de la reunión, ¿cierto?- estiró una mano hacia Arjen, firme y segura. Al hacerlo plantó distancia, mirándole a los ojos y sosteniéndole la mirada con entereza. Era dura, no cabía duda-. Irina Dozdovna.

No, no le dio dos besos a Ambroos Janssen. Sin embargo, sí que se puso en cuclillas ante Gretchen, antes siquiera de evaluarla, para darle dos besos. Otra cosa era que la pequeña no la rehuyese.

Y tras ella, cuando les alcanzó, mientras se presentaba, llegó la segunda mujer.

Entre treinta y cuarenta años, pelirroja, ligeramente ondulada o rizada, con el pelo apelmazado como si viniese de darse una ducha, aunque era muy poco probable y no estaba húmedo. Ojos azules, metro setenta y muy poco, unos sesenta o sesenta y cinco kilos de peso. Piel ligeramente blanca, de catacumbas o encierro en casa, si bien tenía complexión normal, con reservas de energía. Paso normal, aire distendido.

- Llegas tarde- bromeó la chica mientras se acercaba, alzando la voz-, pero estás mono con esa camiseta- añadió el referencia al grupo de música de turno que llevaba escrito-. Te perdono.

Dio dos besos a Arjen tras alcanzarle, poniéndole las manos en los hombros. Se giró hacia la pequeña y compuso una sonrisa encantadora, totalmente maternal. Saludó a Ambroos con unos ojos que rebosaban sabiduría.

- Hola, novatos- les saludó siguiendo el código de comicidad.

Se puso de puntillas para dar dos besos al armario ropero de proxeneta y dio otros dos a Gretchen, agachándose para ello y poniendo dulzura en el gesto. Aquella mujer bien podía haber sido la madre de la patinadora, y las cosas hubiesen sido muy distintas en casa. Si con alguien podía sentirse tranquila, era con ella. Aparte de con Stille, claro.

- Yo soy Olga, Olga van Holsen- repitió con un cierto aire paródico y rimbombante, cargando un muy bien fingido acento alemán-. Pero podéis llamarme O.H- se rió-. No, es broma, Olga estará bien. Bueno, Kommandeur, ¿qué nos traes en esta reunión de DEFCON 3?- añadió, soltando dos al precio de una y girándose hacia Arjen.

Era obvio que la mujer se le daba bien hacer sonreír a los demás. Una gigantesca y gran mamá comunal.

Si Mark aparecía el siguiente o no dependía de lo que Arjen hubiese decidido.

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07/06/2013, 03:26
Trevor

Sawako tenía un cerebro brillante, y no le hacía siquiera falta recurrir al instinto para saber dónde podía caer el misil. Sus vastos conocimientos sobre ciencia en general, sumándole los de física en particular y dinámica de aceleración bien le valían para poder calcular una trayectoria lo suficiente aproximada sobre el lugar de impacto. No tenía más que seguir una curva mental imaginaria con los ojos y mirar el lugar donde iba a caer. Efectivamente allí impactó al cabo de unos segundos, levantando una nube de fuego, polvo y cilindros de cemento ahora fragmentado en mil pedazos.

Sin embargo, su pericia a la hora de interaccionar con otras personas podía llegar a ser bastante limitada en ocasiones, y más contra alguien que revestía de máscaras absurdas para desviar la atención y centrarla en las luces a su alrededor. Trevor miró con unos ojos grisáceos y afilados como dagas, hasta que asintió y echó a correr como libre frente a cazador.

Se cubrió con las manos cuando escuchó el proyectil, dejando que el sombrero cayese al suelo tras él mientras la grava temblaba ligeramente bajo los pies de Sawako. No pareció preocuparse por recogerlo, y lejos de ello siguió corriendo, ajeno al gorro. Libre de este, el hombre reveló una melena cuidada, oscura como la noche y refulgente a la luz de la luna.

Era ligeramente ágil, pero no de forma excesivamente notoria. Seguía corriendo de forma trasversal a los nazis, intentando alejarse el máximo posible de la zona de conflicto. A su derecha el pequeño despliegue militar corría en todas direcciones, y no se preocupó en abrir fuego. La japonesa pudo ver cómo apuntaban a las piernas.

- No nos habían visto hasta ahora- comentó a la carrera el acompañante de Sawako-. Habían venido aquí por otra cosa, y se han desviado al percatarse como polillas a la luz.

Una metáfora bastante acertada, y razón no le faltaba. La barrida con los prismáticos era rutinaria, y se habían limitado a abrir fuego a discreción como hacían con todo. Los nazis sencillamente sólo tenían una opción, sembrar el terror como medio de control. Los que se revelasen o no acatasen la autoridad servirían de ejemplo a los demás. Eso decían las antiguas aguas rojas de un canal gracias los homosexuales lanzados al fondo tras encadenarlos a sus parejas como siameses.

Y entonces el hombre frenó en seco, deteniéndose al cabo de seis pasos, levantando un puñado de tierra al final tras clavar los pies juntos como zancada. Puso cara de honda preocupación y miró hacia atrás, sondeando a la masa que se dispersaba.

- Tengo que volver a por Anki- declaró con pesar, a sabiendas de que era algo arriesgado-. Esa niña correrá como el demonio, pero es incapaz de quedarse quieta. Si se mete en un agujero- y quien decía eso decía cualquier recoveco de la zona en obras- la encontrarán. Es como una alarma con piernas, en serio.

El asunto era hasta qué punto estaba Sawako dispuesta a arriesgarse por encontrar un trapo sucio de Trevor. Tenía muy claro que no podría persuadirle para abandonar a la adolescente desarrapada, al menos a no ser que activase sus talentos más ocultos, y quizás, probablemente, ni con esas. El asunto era por qué le importaba lo que pasase a la niña.

Pero por otro lado, si no era a través de Trevor, y por tanto de Linker, tendría que buscarse otro medio de conseguir dinero. Algo relativamente fácil en Ámsterdam, si tenías mano para las actividades ilegales y bastante suerte. Sin ella serías una bonita ejecución. O eso, o una forma de salir de la ciudad, pero para ello lo más fácil era tener contactos y billetes. Y a Sawako le faltaban de las dos cosas.

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07/06/2013, 08:48
Eugenius Novák

Eugenius sonrió recogiendo la tarjeta de Fremont. A su hermana no le iba a gustar la idea, pero era lo único que tenía por el momento... salvo que se le ocurriera otra cosa. Agarró el lápiz de la mano de su hermana y volvió a escribir:

Dame hasta mañana. Idearé algo. Os sacaré del país a las dos. Luego intentaré parar lo del reactor y avisaré a la población por megafonía para que tengan tiempo de intentar salir... pero no voy a hacer nada de eso hasta asegurarme de que tú y mamá estáis a salvo... No quiero avisar a toda la población y que colapsen todas las salidas para que vosotras no tengáis oportunidad. 

Dejó de escribir... parecía que no pero el texto era largo. Y necesitaba más tiempo para pensar. En su cabeza la opción más rápida y viable era avisar a Fremont de que sacara a su madre del país... y a Liselote con ella como familiar y enfermera. Si lograba eso, ya podría centrar su mente en c0mrade y Avalon... o en asuntos más importantes. Además estaba el tema de los cazarrecompensas y el tipo que le quería muerto... Muerto no podría hacer nada con el reactor, ni por la población... ni por su madre y su hermana.

Oye - dijo acordándose de algo repentinamente. Era normal en el genio y su hermana estaba acostumbrada desde pequeña. - ¿Sabes algo de Anne? Hace tiempo que no me contesta, y me temo que haya venido a Amsterdam... - 

Todo eran complicaciones... y el señor Rotterdam seguía sin dar señales de vida. Repentinamente hizo un gesto como de que había recordado algo. Era una cosa bastante común en Eugenius. Sujetó el lápiz con firmeza y escribió:

Avisa a la doctora Wassus de lo del reactor. Prometí tenerla al día. Dile que salga del país si puede... y que no diga nada. Yo me encargaré de avisar a la población. No podemos dejar que cunda el pánico.

Eugenius paró de escribir... la verdad es que no tenía motivos para fiarse de Maggie, pero era un hombre de palabra y se lo había prometido. Estuvo a punto de tachar todo pero decidió cumplir su palabra.

No podía quedarse quieto… tenía pocas opciones. Fremont por un lado, Rotterdam por otro… y ya. Quizá si visitara de nuevo la mansión del Gobernador… a lo mejor podía hacer algún contacto allí, conocer a alguien que pudiera sacar a su familia de forma rápida y discreta del país.

Eugenius se levantó y depositó un beso en la mejilla de su hermana.

- Tengo que irme, te llamaré. Hasta que lo haga pórtate bien. – indicó confiando en que su hermana supiera controlarse y no se diera a un ataque de histeria.

Con extremo cuidado recogió su chaqueta y se la colocó sobre los hombros antes de salir. Echó un último vistazo a Liselote y un pensamiento cruzó la mente de Eugenius aunque no se atrevió a pronunciarlo en voz alta: Si algo me pasa, cuida de mamá.

Eugenius bajó a la calle bastante seguro de que alguno de los gorilas alemanes estaría plantado realizando sus labores de vigilancia frente al portal de Liselote… además serían tan tontos e ingenuos de creer que estaban bien camuflados pero Eugenius daría con ellos. Y si no encontraba a ninguno, sólo tenía que llamar por teléfono a Eichmann y darle el coñazo.

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07/06/2013, 12:42
Sawako Yamagawa
Sólo para el director

Ahora Trevor quiere volver a por Anki, justo cuando están a punto de escapar de ese campo de tiro de los alemanes y está segura que no podrá convencerle para que no vaya, así que se pasa la mano por el pelo, alborotándolo aun más, con rabia y mira a Trevor.

-Joder! Vamos a por ella.

Está segura que si no salva a la chica hiperactiva Linker tampoco le perdonará y se esfumaría la única forma de salir de esa maldita ciudad. Pero si le atrapan a ella ¿quién se preocupará? Nadie iría a buscarla, pero tiene que intentarlo al menos para ganarse la confianza de Trevor y que le deba un favor por ayudar a la pequeña. Sí, tiene que conseguir que le deban favores para poder llegar a su meta.

A pesar de la polvareda levantada trata de ver donde están los soldados y las posibles formas de acercamiento para no caer en la redada de forma evidente. Si les disparan en las piernas están jodidos, si les disparan en cualquier otro sitio, están jodidos, sobre todo ella que no puede pagarse un médico ilegal que le cierre las heridas ni le extraiga las balas. Ahora tiene que dejar de ser Sawako la mente brillante para convertirse en Sawako, la delincuente que se paseaba por las calles de su ciudad sin "importarle" su propia seguridad, viviendo aventuras al límite.

-Sabes dónde está? No podemos acercarnos así como así... nos meterán una bala, o unas cuantas, las que sean necesarias para atraparnos.

Comienza a correr en la dirección por la que han venido, buscando un sitio en el que esconderse y tratando de encontrar un arma improvisada con la que pegar palos si es necesario.

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07/06/2013, 20:33
Administrador

A Liselote no le gustó que su hermano volviese a salir de casa, pero la situación era grave, y estaba claro que no podía retenerlo. Ni aunque hubiese sido su madre y no su hermana. Si iba a hacer algo que pudiese ayudar a la situación del país o de su familia debía de dejarle marchar. Por peligroso que fuese.

Aceptó el razonable plazo de su hermano y le deseó toda la suerte del universo conocida y por conocer. Encontró lógico que no pudiese avisar a la población por esa razón, al menos por el momento. No sabía nada de Anne, aunque eso era lógico dada la torre de comunicaciones. Liselote asumía que, sin permiso expreso de el director del complejo seria imposible obtener un salvoconducto telefónico. Novák podía enviar mensajes, pero no recibirlos. Sea como fuere, estaba claro que Anne, tras leer el mensaje de Novák, no habría quedado indiferente.

La hermana también aseguró que le comunicaría a su compañera de trabajo todo lo relacionado con Avalon, aunque no esperaba que, pese a ello, la doctora huyese del país. Era demasiado sacrificada, decía, aunque eso no era algo que ella pudiese saber a ciencia cierta, sólo asumir. Bajo presión la gente cambiaba.

Rotterdam seguía sin aparecer, y sin dar señales de vida, probablemente porque estaría hablando con su contratista. O porque tenía otros asuntos que atender. 

Todo eran complicaciones... y el señor Rotterdam seguía sin dar señales de vida. Debía de estar hablando con su empleador, u ocupándose de otros asuntos igualmente relevantes. Tiempo, quizás, y traería noticias. Si no lo hacía ya había avisado de lo que significaba. El empleador no quería concertar una cita.

Eugenius, enfundado en su chaqueta, bajo por el ascensor del edificio todos los pisos y salió al frío de la calle. Pisó un charco, provocando ondas de agua. Miró las farolas, que iluminaban la calle de forma regular con un tono anaranjado, dejando varias zonas en la penumbra. Al hombre le costó, pero caminando por la acera, exhalando haliento blanco por el frío, alcanzo a encontrar lo que buscaba mientras se frotaba las manos.

Era un coche con gente. Un coche negro, normal, modesto, con parachoques delantero reforzado y ruedas de competición. Salvando eso era un vehículo normal y corriente, con dos personas dentro vestidas de paisano, que miraron a Eugenius con cara de sorpresa y circunstancias. Intentaron ignorarle, pretendiendo que era algo casual, pero al ver que el científico no se movía bajaron la ventanilla.

Si, estaban custodiando el portal de Eugenius, pero era obvio que a esas horas de la noche no iban a poner a miembros de las SS a sus espaldas, sólo a un par de soldados rasos en turno nocturno. Dos menos para las patrullas.

Aseguraron que no podían conducirle a casa del Gobernador sin permiso expreso, así que llamaron a su jefe, que se encargó de seguir contactando a través de la pirámide alimenticia hasta dar con alguien pertinente. Ese hombre fue Viktor Eichmann, que en lugar de llamar de vuelta a los soldados lo hizo directamente al teléfono particular de Eugenius.

- Señor Novák- dijo con tono distendido al otro lado del teléfono, con el inherente aire de seducción y placer que acompasaba su personalidad-, no sabe cuanto me alegra su llamada, y cuanto la esperaba. ¿Quiere ver otra vez al Gobernador?- preguntó para confirmar lo obvio, por si había habido algún malentendido-. Me consta que actualmente no está en Residenz des Gouverneur, y que está bastante ocupado, pero bueno, es difícil dirigir una ciudad como esta en los tiempos que corren- bromeó cargando de cierto tono sarcástico sus palabras-. Puedo intentar llegar hasta él, si es algo verdaderamente importante.

Era una forma sutil de decir que El Gobernador no estaba sólo para cumplir las exigencias de Eugenius, y que, aún así, sólo atendería cosas de primera importancia. Los nazis eran solícitos con Novák, pero estaba claro que Eichmann no iba a dejarle manga ancha. Por otro lado, Eugenius quería hablar con alemanes, en general, y no sólo con El Gobernador. Era muy tarde, y ciertamente un baile de máscaras o un evento similar no estaría teniendo lugar en ese momento.

Quizás una reunión de carácter más práctico, enfocado a un consejo de guerra, o algo que competía al barrio rojo. Tratándose del Gobernador, lo primero.

- Por cierto- comentó con aire fingidamente casual, sin molestarse en ocultarlo-, el bueno de Fremont me ha puesto al corriente de la situación de su madre- fantástico-. Lo siento, Novak- ni Doctor, ni Señor, ni nada. Novák, a secas, como si ya pudiese tratarle como a un colega, o no sintiese necesidad de darle un mayor protocolo. No en vano, estaba sentando cartas de dominio y control sobre el tablero-, sé que debe de resultarle duro, así que permítame transmitirle mis mejores deseos. Mi madre también murió de cáncer, e imagino cómo se debe sentir.

Y no eran hechos necesariamente relacionados. Por un lado, ya daba a Ria por muerta a causa de su enfermedad, lo que ni tenía ningún sentido, y menos cuando aún estaba en estadíos iniciales de la enfermedad. Novák estaba plenamente convencido de ello. Era imposible que Liselote, Ria, Maggie, Fremont y las pruebas les hubiesen mentido sin que se diese cuenta. Era Eichmann el que tenía un conflicto a ese respecto.

Por otro lado, Eichmann no necesitaba que su propia madre hubiese muerto de la misma enfermedad para ponerse en el lugar de Novák. Estaba claro que ese hombre sentía desde que conoció al doctor que tenía la sartén por el mango. Se le daba sumamente bien analizar a la gente, y jugar con ella. Y aún así, aunque a propósito jugaba con Eugenius para resultar un irritante desafío, era, a su modo, encantador.

Aquel hombre trasmitía algo que instaba a Novák a ser ligeramente más concesivo con el alemán. Era sólo un hombre que sabía cómo influir en los demás, y seguramente su intelecto y sus conocimientos, pese a ser notorios, serían muy inferiores a los del científico. Pero por desgracia, si hombre llegaba al CERN y se batía en una entrevista de trabajo contra Novák, seguro que era incluso capaz de darle la vuelta a la situación.

- ¿Por qué no viene mañana a jugar al golf?- preguntó el hombre con interés, como si le estuviese haciendo un favor-. A mi primera hora. Irán El Senador, El Gobernador, El Comandante, El Mayordomo- Alfred-Knochenmann- muerte, un nombre que no había escuchado hasta ahora, pero que no sonaba como alguien a quien quisiese conocer-, y otros tantos. Puede traer a su pareja, si quiere. Si es que Anne está en la ciudad ahora, claro.

Ese hombre era bueno. Había leído el mensaje de teléfono de Eugenius del revés y se había estado documento. No podía saber que había dicho en el segundo mensaje, era algo totalmente seguro que escapaba a la torre de comunicaciones. Era una proeza que, enfocada de otro modo, podría haber borrado millones de dólares en una cuenta bancaria.

Pero sabía que tipo de relación tenían, y quizás demasiado bien. Ese hombre no era estúpido, no. Y lo peor era que se hacía querer. Era irritante, problemático, soberbio, dominante e irrespetuoso, pero también ingenioso, carismático, elocuente, persuasivo y seductor. No en un ámbito sexual, por supuesto, pero sí de un modo que conseguía hacer que Novák se lo tomase casi más como un juego inocente que como una ofensa y una vulneración su intimidad.

Casi llegaba a sentir empatía por él, en parte por su madre, si era cierto, y por otro lado dadas sus capacidades. Hacía que plantar cara a Novák e indagar en su vida personal sonase a reto, no a ofensa, y estaba claro que un alto cargo alemán como él no habría llegado a jugar al golf con toda aquella cúpula de ubercapullos si no tuviese mano para la gente. Leer del revés, saber obtener información y tener astucia para soltarle de forma elegante también eran puntos que hablaban en su favor.

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07/06/2013, 23:33
Trevor

A Sawako no le costó demasiado conseguir un trozo de tubería, cilíndrico y pesado, que estaba convenientemente tirado a un margen junto a tantos otros restos abandonados de una construcción nunca terminada. Era un peso difícil de balancear con precisión, pero era cierto que seguía siendo un arma letal, o si no que se lo dijesen a los presos en los disturbios de la cárcel.

Volvían a acercarse al foco de conflicto, y Sawako tuvo que girar junto a su acompañante para no acercarse demasiado entre la multitud. Se adentró poco a poco en la caótica zona de obras, que se había convertido en un nido de ratas con un montón de crestas corriendo despavoridas, sin tener en cuenta las cazadoras y los abrigos desgastados. Aquello estaba lleno de rampas, palés y vigas.

Tres pisos de edificación sin paredes, sólo con suelo a medio construir, columnas de cemento armado y un montacargas que no parecía funcionar. Había escaleras para acceder entre los pisos, pero mas allá del edificio se extendían una grúa, dos camiones abandonados de cinco metros de carga y buen montón de bloques de cemento.

En algunas franjas el terreno estaba abierto y excavado hasta las entrañas, dejando ver canales de acceso al sistema de alcantarillado de la ciudad. Un buen sistema de huida llegado el caso. A unos metros, varias máquinas de transporte, monoplaza, para cargar los palés y elevarlos a un piso superior si era necesario.

Aparte de eso, sólo desperdicios, tierra por todos lados y varios bidones vacíos. Aquello estaba lleno de sitios para esconderse y de un montón de coberturas, lo cual era beneficioso para esquivar balas, algo imposible en terreno abierto, pero también dificultaba la búsqueda de nadie. Las personas que entraban por las que salían.

Si miraba a su izquierda, Sawako podía ver a un nazi corriendo tras lo que en antaño debió de ser un futuro prometedor. Aterrizó sobre el chico, placándolo por la espalda y tirándole de boca contra el suelo. Sólo atinó a sentarse sobre sus brazos, desenfundar una porra de la cadera y clavársela en el cuello. Un chisporroteo azulado reveló que aquello, en la oscuridad, no era sino un arma eléctrica en realidad. Probablemente el chico estuviese inconsciente.

Así que ese era el plan, cogerlos vivos. A la mañana siguiente habría una buena fiesta en la Plaza Dam, bajo el monumento nacional. Los invitados, violadores del toque de queda. La disyunción de aquel momento clamaba tiempos peores en un futuro muy próximo, al menos para los capturados.Y ya, 

Dios, no por egoísmo. Anki era sólo una adolescente trastornada. Y si Trevor estaba en lo cierto respecto a su personalidad, podía considerarse, además de anoréxica, un cadáver andante en otro sentido. Seguro que un nazi diría que al menos en el río engordaría. Edemas.

- No tenemos mucho tiempo- declaró Trevor, que en aquellos instantes de tensión no se paraba a pensar en por qué todavía Sawako seguía con él en lugar de aprovechar y alejarse-. Es cuestión de tiempo que vengan por nosotros en concreto. A Anki no le gusta la oscuridad.

- Tiradas (1)
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08/06/2013, 00:05
Sawako Yamagawa
Sólo para el director

¡Joder, joder, joder! ¿Dónde puede haberse metido la renacuaja hiperactiva? Tira de Trevor mientras carga con la barra metálica para esconderse mientras evalúa la situación. Le hace un gesto a Trevor para que no se levante mientras ella echa una ojeada. Es más pequeña y más ágil así que le costará menos ver lo que pasa a su alrededor e intentar analizar los posibles lugares en los que la chica puede haberse escondido.

-Maldita enana - murmura mientras se asoma un poco por su parapeto mientras piensa como van a conseguir salir de ahí sin que les identifiquen, quizá las alcantarillas sean un buen método, pero primero tienen que encontrar Anki. 

Espero que estés en un lugar desde el que te podamos ver nosotros, pero los nazis no piensa mientras observa la escena durante unos segundos y luego se agacha para no ser un blanco fácil ni evidente para los soldados, si no mañana acabará fuera de la ciudad, pero muerta y como alimento para los peces.

-Trevor, esto se está volviendo complicado... a ver... dónde puede estar? Creo que siendo como es quizá se haya dedicado a trepar por el edificio, pero no tendría muchos lugares por los que huir... si no le gusta la oscuridad no estará en los camiones, quizá tras los bloques de cemento...

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08/06/2013, 01:34
Drike

Maggie confiaba en los amigos de sus amigos, y ciertamente Niki transmitía la sensación de ser inocua. Ella trabajaba en el Hospital Boven IJ Ziekenhuis, en la zona noreste de la ciudad. Era el hospital principal, adonde se destinaban la mayoría de los mercenarios, policías, guardaespaldas, militares y fuerzas de seguridad públicas o privadas que trabajaban para los nazis y sufrían un accidente.

Paradójicamente, más de una vez se falsificaron informes de defunciones en las unidades de hospitalización. O dicho de otra forma, se remataba a un herido para silenciarlo definitivamente, y la mayoría de veces a manos de sus compañeros. Era anormal la cantidad de pacientes que aparecían asfixiados en su cama, siendo la mayoría de ellos gente que estaba destinada a la central nuclear y había sufrido quemaduras eléctricas. Otros tantos eran, por contra, ajustes de cuenta.

Y luego estaban los Anarquistas. Fue un caso aislado, pero ahí estaba. Rayen, el líder de los Anarquistas, inyectando vía intravenosa pentobarbital, un fármaco utilizado en la eutanasia. Un nazi que había encontrado la sede de los Anarquistas y que consiguió darse a la fuga. Consiguieron hacer explotar el coche, lo cual atrajo a dos patrullas nocturnas. No pudieron rematarle en su momento por culpa de eso, así que tocó hacerlo en el hospital antes de que hablase.

Maggie Wassus tenía tres opciones. Delatarlos, ayudarlos, o dejarlo correr. Eligió lo segundo. Era una voluntaria de la Cruz Roja, y no había ido a zona de guerra para ayudar a los nazis. Los Anarquistas luchaban por limpiar la ciudad, así que era lo mínimo que podía hacer, aunque fuese por ella.

Consiguió ayudas para montar de forma extraoficial una pequeña clínica clandestina en un piso, con un compañero suyo, Caelum, que a lo largo de su vida había sido tanatopractor, forense y médico generalista, por ese orden. Había ido escalando progresivamente, metiendo más en aquello que realmente quería. Actualmente la doctora y su compañero valoraban si incluir a un tercero, el Padre Jürguen, un sacerdote calvinista que trabajaba en la Ouke Derk, en pleno barrio rojo, y que fue médico en el pasado.

Pero más allá de ese pequeño proyecto la mujer tenía en su verdadera casa, aquel piso, el material imprescindible para atender heridas y urgencias no complejas. Más de una vez habían ido allí los Anarquistas con un compañero herido de bala o arma blanca, llevándolo en brazos. Finalmente, la mujer tenía en la sede de los "Anarcos" una modesta cantidad de material médico, generalmente primeros auxilios.

Todas las zonas eran peligrosas, especialmente de noche, cuando imperaba el toque de queda. De día, si no hacías nada sospechoso o ilegal, y mientras guardases decoro y apariencias, no debía pasar nada. En breves impondrían probablemente cartillas de racionamiento, pero aún aguantaban más o menos bien con los suministros del propio país y aquellos importados de aliados, neutrales y la propia Alemania. De noche, sin permiso, sólo se podía circular por el barrio rojo. Si estabas allí al caer el toque de queda, no podías salir hasta que se terminaba. No sin arriesgarte a las patrullas.

Había un servicio de megafonía en fase de pruebas, y uno de cámaras en construcción, generalmente ligados a las farolas. La mujer hablaba tanto y comentaba tanto con Niki que se fue por las ramas y no pudo escuchar aquello que tenía que confiarle la pelirroja amnésica. Se había olvidado, así que bastaría con recordárselo más adelante. Pero no parecía molestarle. Era una medico voluntaria que servía a una organización terrorista, estaba acostumbrada a las confidencias.

Una vez Drike entró en la ecuación, tras el saludo, la pregunta y la respuesta, el hombre esbozó una sonrisa amplia y se rió de forma sana y amplia, usando la cuarta vocal en el timbre. Era como un gran papá noel. No se reía de Niki, en absoluto, sólo le había hecho gracia lo de la pistola en comparación con su seguridad como tiradora.

- Sí, sí, tranquila, te daremos un arma- declaró con una sonrisa, palpándose el arma oculta como un acto reflejo de todo iba bien para él-. Para asaltar un tren vamos a necesitar armas automáticas y bastante munición, así que, según te defiendas, te daremos un AK o algo más pequeño. Me enfadaría mucho si no te consiguiese un chaleco de kevlar.

Al parecer, dentro de lo que cabía, Drike se preocupaba por Niki, aunque era obvio su conflicto de intereses y emociones para con ella. Y mientras tanto, Niki se quedó ausente, sumida en sus propias reflexiones. Sabía qué tacto tenía un chaleco de Kevlar, y podía oír con claridad el sonido de un AK modelo 47 desmontándose.

Podía enumerar las piezas y su posición, aunque en aquel momento no recordaba qué forma tenían. Sí, definitivamente sabía mucho y poco a la vez. Sus recuerdos estaban jugándole una mala pasada, aunque eran útiles.

Cariño, de todas las armas del vasto arsenal soviético no hay nada mas rentable que los Avtomat Kalashnikova de 1947, más conocidos como los AK47 o Kalasnikov. Es el fusil de asalto más popular del mundo. El arma que todos los combatientes adoran. Una fusión elegantemente simple de acero forjado y contrachapado de cuatro kilos. No se rompe, no se encasquilla, ni se recalienta. Ni recubierto de barro, ni relleno de arena, deja de disparar. Es tan fácil manejarlo que hasta un crío puede hacerlo; y lo hace. Los soviéticos lo tienen en una moneda, Mozambique en la bandera. Desde el fin de la guerra fría los Kalasnikov se han convertido en el primer producto de exportación de los rusos, le siguen el vodka, el caviar y los novelistas suicidas. Una cosa esta clara, nadie hace cola para comprar sus coches.1

Era la voz del hombre de su visión, el que asumía que, quizás, era su padre, o padrastro, o lo que fuese. Había estado manejando armas desde pequeña, estaba claro, pero las armas se usaban para matar. Si en su mente comenzaba a rumiar la idea de que podía haber estado trabajando para el gobierno norteamericano, difícilmente sería repartiendo flores.

- Los nazis tienen controladas todas las vías ferroviarias- declaró el Anarquista son sencillez, bastante neutro en aquel momento. No le molestaba el silencio-. Rayen- el jefe infiltrado-, nos dice qué envíos de armamento son más rentables en relación coste-beneficio- balanceó las manos en el aire, sopesando algo imaginario-. Según la cantidad y tipo de material, ruta, seguridad, acceso, ese tipo de cosas. Gastamos armas y munición en cada asalto, tiene que salir el recuento total a nuestro favor. Ganar más que perder. Eso sin contar el riesgo que supone. No queremos arriesgarnos por nada- desvió la mirada un segundo, cuadrando la mandíbula-. Alemanes hay muchos, Anarquistas, pocos. Así que asaltamos poco, lo necesario. Si lo hiciésemos demasiado aumentado reforzarían demasiado la seguridad, y eso sería malo para nosotros.

Hablaba de la muerte. No le gustaba perder compañeros. ¿A quien sí? Pero era la guerra.

- Si hay...- se pasó una mano por la frente, resoplando. Aquello le angustiaba- pobre gente allí dentro, retenida contra su voluntad- una forma velada de llamarlo-, supongo que los sacaremos a todos y hablaremos con los chicos de El Burdel. A ver si tuviesen sitio para esconderlos.

El Burdel, sí. El Barrio Rojo cogido de la mano por un bien común. Esconder a la gente, reconstruirla, darle un uso y sacarla del país cuando no queda más remedio. Si hay suerte.

- El resto de los detalles los dará Rayen en cuanto lleguemos a la sede- declaró finalmente, refiriéndose a la cantidad de gente, al plan, y al modus operandi-. Y bueno, supongo que te presentaremos oficialmente al resto. Ya toca.

Y con esas, subiéndose a la moto, tendió el casco a Niki. Se veia la luna, así que el toque de queda no tardaría en imperar. Si iban a ir a la sede era mejor hacerlo ya a correr el riesgo de toparse con una patrulla.


1* Texto extraído del guión de la película El Señor de la Guerra. Video Aquí.

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08/06/2013, 05:11
Padre Jürguen

Las confesiones de la hija de Rendbrandt no habían escandalizado a Jürguen. Quién mejor que él para saber de lo que es capaz un ser humano en una situación como la que estaban viviendo en aquellos momentos los habitantes de la ciudad. A veces su tapadera como sacerdote le llevaba a contemplar situaciones como aquella, en cierto modo casi propias de una comedia.

Se preguntó que diría la chica si Jürguen le hubiera confesado a su vez en aquél momento todo lo que él había sido capaz de hacer durante la Segunda Guerra Mundial.

No, mejor no.

Parecía increíble que en circunstancias como aquella alguien pudiera confiar en un desconocido, confesar sus pecados. Que los conquistados comerciasen con los conquistadores, o que, en definitiva, en cierto modo la  vida fluyese de modo "normál" para la mayoría de los habitantes de la ciudad.

Pero el ser humano debía ser pragmático. Ante todo, adaptarse a los cambios era esencial para sobrevivir. Aquellos que no lo hacían estaban condenados a perecer. Una lección que el doctor judio-alemán bien aprendió de los judíos en los campos de concentración.

Y ahora era su turno. Debía hablar con Linker para cambiar, para adaptarse como un camaleón. Quizás eso significase cambiar de domicilio, y perder amigos. Un sacrificio necesario quizás, pero no por ello menos doloroso, y bien cierto era que Jürguen llevaba pensando en ello, carcomiéndose por dentro desde que aquél desconocido ex-militar alemán le visitara anoche. A su edad, la tensión emotiva de tener que desprenderse de todos aquellos con los que había intimado los últimos meses (incluso aquél pesado del Prior D´Courvisier, maldita sea) junto con las horas de falta de sueño le empezaban a pasar factura, y las veces que esto le había empezado a ocurrir en ocasiones anteriores se preguntaba por qué razón el éxito del experimento que le mantenía eterno no había podido pillarle en una edad más temprana.

Sea como fuere, Linker estaba allí, y Jürguen le abordó sin miramientos. Fué al grano, y le explicó la situación. Los nazis le estaban investigando, y se preguntaba si era posible seguir con su identidad actual o era más seguro crear una nueva.

Pero aunque Jürguen había llegado allí con la intención de adquirir una nueva (lo cuál era a todas luces mucho más seguro) pronto se encontró negociando con Linker le posibilidad de mantener a toda costa su identidad actual. No explico por qué, pero era algo que a Nicolaás a buen seguro no pudo pasarle desapercibido, cosa que aprovechó como buen mercader para inflar el precio más de lo debido.

Jürguen tenía una provisión acumulada durante largos años de existencia en distintos bancos internacionales con identidades distintas, y aunque ese dinero era precisamente para cosas como estas, bien sabía que no era ilimitado. Al finál le dolería más la cartera que el corazón, pero empezaba a darse cuenta para su propia sorpresa que no podía permitirse más golpes bajos para el segundo.

Linker pareció quedar conforme tras la transacción, como siempre. En cierto modo, ambos salían ganando en el intercambio, pero el alemán no pudo evitar sentir que el holandés siempre sacaba más provecho que él. De todos modos, mejor aquello que unos años en una prisión sin hacer nada mientras el mundo seguía su lento camino hacia la decadencia en el exterior.­­­­­­.. o quizás algo peor, como instrumento de una monstruosidad genética.

Miró el reloj, y pensó ni no sería demasiado pronto para ver a ese tal Jannsen. Seguramente, con su trabajo, el muy capullo acababa de irse a dormir.

Jürguen pasó algo de mañana en cosas cotidianas, intentando olvidar sus preocupaciones. Paseó por la calle, pescó un rato en el canal y estuvo un par de horas leyendo algún libro en alguna plaza soleada. Finálmente, se acerco a un ciber-café. Pidió un café caro (qué demonios, se había gastado ya una pasta con Linjer) y, aunque los enlaces estaban bastante restringidos, abrió el programa de ajedrez electrónico a distancia al que solía conectarse.

Se sentía más cómodo con el tablero con piezas que tenía en casa, donde estudiaba las jugadas. En realidad, la partida en concreto que ocupaba su tablero "físico" le resultaba mucho más desafiante que las demás. El tipo, sin duda, era alguien muy inteligente, que se tomaba muy en serio el juego. Diría que tenía un caracter muy competitivo. Para Jürguen en cambio, el ajedrez era más un divertimento, pero ciertamente aquél oponente era más duro que los demás, y merecía un capítulo aparte. Resultaba agradable enfrentarse a un verdadero desafío, al fín.

Jürguen abrió el programa, empezando por las partidas más sencillas y dejando la "partida importante" para el finál. Hacía tiempo que no se conectaba, y sus contrincantes estaban algo impacientes.

Finálmente, se encontró con la partida de su igual intelectual. Se preguntaba como sería. Un genio jóven y desenfadado o un hombre como él, entrado en años. Su último movimeinto había sido osado pero muy calculado. Jürguen sintió que su contrincante era alguien agresivo, lo cuál le divertía, pues él era más tendiente a la defensa, lo cuál siempre resultaba una posición más cómoda.

Aunque el agresor era el que tomaba la iniciativa y, por tanto, solía imponer al contrario cómo sería el transcurso del juego.
Jürguen había estudiado ya aquella jugada en casa. En realidad, llevaba días estudiándola, sin encontrar una solución perfecta.

El cabrón era astuto, y le situaba contra el rincón, obligándole a tomar decisiones precipitadas, ninguna de las cuales tenía una solución perfecta. En esta jugada, forzaba a Jürguen a realizar un intercambio de piezas, lo quisiera o no.

Empieza a conocerme y sabe que no me gusta arriesgarme. Pensó Jürguen para sí. Quiere que me sienta incómodo obligándome a jugar un estilo de juego que no me gusta llevar.

Jürguen tomó su decisión, entre las diferentes opciones. La más rentable a su modo de ver, y la envió. Luego se quedó unos segundos a la pantalla, pensando.

Nunca había hablado con él. Simplemente jugaban. Sin embargo, el tipo empezaba a intrigarle.

Quizás sea incluso una mujer.

A Jürguen no le gustaba arriesgarse. Siempre mantenía el anonimato en las partidas. El tipo lo sabía, y lo usaba en su contra. ¿Y si cambio la perspectiva que tiene de mi? Al fin y al cabo, estoy a punto de tomar decisiones arriesgadas en el mundo real en breve... ¿por que no aquí también?

Sosrprendiéndose a sí mismo, Jürguen empezó a escribir en alemán a su oponente: -No me gustan los teclados ni las pantallas ¿Y si mejor continuamos en un tablero de verdad?- Le dió a enviar al mensaje. Se preguntó si su oponente aceptaría el desafio.

Pagó, se levantó del café y marchó. La proxima vez que consultase la partida, tendría una respuesta de su contrincante.

A pesar del tiempo perdido dando una vuelta y jugando al ajedrez, aún era muy pronto para despertar a un proxeneta. Pero ¡Qué demonios! ¡A la mierda si lo despertaba de mal humor! ¿Qué era lo peor que ese capullo podía hacerle ese Ambroos Jannsen? ¿Matarle?

Con paso vivo, se dirigió hacia el local del proxeneta, preguntándose si el tipo sabría reálmente que podía ser un candidato al Vitalismo. Era una posibilidad remota, pero era hora de explorarla a fondo, aunque tuviera que cogerlo del cuello y usar su sexto sentido mientras el proxeneta holanes le rompìa la nariz y la mayor parte de sus dientes a base de golpes...