Partida Rol por web

Escasos minutos después de la muerte de los perros y el tropiezo de Prinio, escuchásteis una tercera sorpresa: cascos de caballos. Llegaban inminentemente, procedentes de la fortaleza junto a la falda del monte contiguo. Montado en caballo, el tipo que respondía en aspecto a la descripción del monje agustino (cabellos, porte y ropas), apareció delante de vosotros. Tenía botas altas y ropa oscura, muy lj El novicio Prinio se colocó tras Jimeno, quien, erguido, se pavoneaba de pié, junto a los cadáveres de los perros.

El tipo en cuestión se paró delante de vosotros, y desde alla arriba, sin descabalgar, os miró a todos en un rápido vistazo. Sus ojos parecían refulgir de la ira que acaba de nacer al comprobar a dos perro muertos a los pies de su caballo: eran sus canes. Momentos después aparecieron otros dos tipos, dos soldados de infantería pertrechados con armaduras y espadas (al igual que los asaltantes del camino), y observaron al hombre del caballo.

Señor Conde... -le refirieron como temerosos al subido en la bestia mientras aún observaba con furia los canes muertos-. En unos segundos nada dijo, pero luego volvió la vista a Jimeno y compañía, oséase, vuecencias.

¿¡Qué infame torpeza os han hecho matar a mis perros...!? -preguntó desde las alturas de los cuartos del animal el tipo embutido en ricas telas con brillantinas y relieves de cuero bien labrados-. Notábase que en cualesquier momento fuera a estallar...

Damián no se dejó impresionar por el noble y su comitiva, que no era la primera vez que trataba con alguien así. Prefirió la vía diplomática, y fue quien habló primero, quizá llevado más por su juventud que por su seso.

-Señor... Conde -pues no sabía de otra forma de referirse al noble, de quien desconocía el nombre-. Los vuestros canes trataban de dar caza al fráter Prinio, et como buenos cristianos -obvió a Tariq- echámosle una mano. Ruégole nos disculpe, pues non sabíamos que los rabiosos podencos fuesen de noble propiedad...

De algún modo, sabía que aquello no terminaría bien para ellos... Otra vez.

- Como bien dice el muchacho solo actuamos como buenos cristianos. Seguro que vos hubierais hecho lo mismo mas ¿cómo es posible que vuestros perros perros de caza persiguieran a un pobre hombre y no a una liebre o jabalí?-interrogó el caballero intentando de mantener buenas formas.

No sentía un afecto especial por los hombres religiosos, pero incluso la escoria como él tenía ciertos límites en lo que a los sacerdotes se refiere, no era ya que hubiese intentado matar a un hombre de Dios, sino la forma tan cobarde de no ser capaz siquiera de darle muerte él mismo, sino que mandaba a una manada de perros tras él.

Era repugnante

- Sus perros iban tras un hombre de Dios -no pudo evitar escupir las palabras con evidente desdén -¿es posible que nadie se diese cuenta? ¿es que no están amaestrados para dar muerte a las presas de caza.. únicamente a ellas?

Viendo lo hinchada que tenía la vena aquel tipo, Tariq optó por la hombría. Era Jimeno el que había dado muerte a los canes, pero si no lo protegía, podría quedarse sin jefe al que seguir, y, por tanto, sin nada que echarse al gaznate en mitad de aquellas tierras baldías.

-De christianos es acorrer a un chupacirios -saltó-, mas yo maté a los canes porque se me venían encima. Ese cuchillo es mío.

Señaló el cuchillo que se había clavado en uno de los perros. No lo dijo con arrogancia, sino fingiendo que asumía las consecuencias, por tapar a Jimeno. Fingiendo, porque en el momento en que le pusieran una mano encima, iba a liarse a cuchilladas.

Jimeno miró a los suyos, en especial a Tariq, que sacaban la cara por el grupo. A su vez, el tipo del caballo y sus dos soldados miraba a la par las respuestas de cada uno de vosotros, empezadas por el chiquillo y terminadas por el moro... Ahora veíais en los sus ojos como desprecio, debido a que os "habíais atrevido" a hablarle así (pensaría él mismo), no siendo sino aqueste fulano...

...Fadrique de Calemón, es mi noble nombre -os dijo orgulloso justo mientras se bajaba del caballo y los sus soldados se extrañaban al romper el protocolo-. Hijo y heredero del muy grande Castro de Calemón, dueño de cuanto ahora mismo véis. No había visto tanta altanería -ninguna: vosotros habíais cumplido con buena palabra al responder- en hombres tan... -y quedóse mirandoos uno a uno, como si no hubiera tenido ya suficiente, intentando encontrar el adjetivo más indigno posible. Mas quedó ahí-.

Tras ello, desenvainó su espada mientras fijaba ahora su anteción en el clérigo que se escondía en vuestras espaldas.

¡¡Cogedle!! -ordenó a sus soldados-. Entonces los mismos se aventuraron uno por cada lado y prestos, y lo tomaron por los brazos fácilmente, arrastrándolo en volandas hasta colocarlo delante de los pies de su amo... y su afilada espada.

Afrentas, ¡y no hay más! Eso me ha hecho este hombre... -dijo como respondiendoos colectivamente a todos-.

Veíais a Jimeno de Arguilla algo extrañado.

Desde que aquel tipo desenvainó su espada justo después de decir su nombre, vuestro contratista tragó saliva, apoyó el hacha en el suelo y lo miró fijamente, notándo cierto recelo a aquel hombre que habíase bajado del caballo. Parecíó que al escuchar quién era recordara algo, algo que lo transportó lejos y le hizo plantearse cualesquier cuestión (váyase vos a saber qué diantres tendría aquel aliado de Aragón en la sesera...) de forma implacable.

Cuando sujetaron a la fuerza a Prínio, parecidó despertar de su pequeño letargo.

Que no saben vuecencias qué ocurrióles a aquesto cuatro hombre (si, al querido Damián también refiero); que ni Dios parescía tan lejos de todo aquesto ni la maldad habríase de salir con la suya como de costumbre.

Aconteció que cuando el tal Fadrique levantaba su espada de resplandiente acero contra aquel novicio agustino para asestarle un espadazo (lo cual fue todo rápido y ni siquiera os dio tiempo a volver a levantar armas), una luz cegadora invadió aquel paraje en un instante. Un increíble brillo impoluto apareció de entre los árboles en forma de luz casi cegadora, deslizándose por el aire desde la dispersa arboleda (y de la nada) hasta la escena que protagonizábais.

La luz, entonces (y cuando apartásteis vuestros brazos y manos para protegeros de aquel prodigio luminoso del tamaño de un hombre) dió paso a la figura de un ser animado, con alas, sin apenas prendas más que una ligera cobertura de las partes y alas en su espalda, tan blancas y radiantes como sus cabellos. Quedó batiéndolas y aguantándose en el aire, y en su mano portaba una espada del tamaño de dos hombres.

¡¡¡Justo cuando Fadrique de Calemón iba a dar golpe de gracia a Prínio, que aquel ser aparecido de la nada cargó desde el aire tal que si fuera un rapaz contra un ratón y cortóle las manos al noble!!! Sus muñecas quedaron ensangrentadas, desprovistas de palmas y dedos, y la espada de buen acero cayó hacia atrás con éstas. Fadrique quedó de rodillas, mirándose sus tremendas amputaciones totalmente incrédulo, ahogado en infinitos sollozos de dolor ¡¡MENUDO EMBISTE!!

Las manos quedaron cercenadras junto a los cadáveres de sus perros, mientras que los soldados cargaron (increíblemente) con aquel hombre aparecido, que no podría ser sino cosa divina (o maligna). Ambos dos fueron atravesados con la espada interminable (podría decirse) y yacieron en el acto con heridas tan limpias como el agua de una fuente clara. Prínio quedó pretificado mirando a aquella criatura que habíale librado de una muerte segura, mientras que éste, volviendo al aire mientras batía alas, desaparecía en la inmensidad de las nubes (sin cruzar palabra con vosotros), elevándose más alto que la majestuosa torre de Babel.

-Pero...

Fue lo único que pudo articular Tariq, pues inexplicablemente no le salía ninguna blasfemia ni palabras malsonantes, después de aquel fogonazo que había pasado como una exhalación, amputando las manos al noble y exterminando a su séquito. Jamás había visto nada igual, y eso que ya había conocido algunos engendros escapados de las entrañas del mismo infierno. Miró a Prinio embobado, con la boca abierta, como si fuera él el que había obrado el prodigio. Aquella cosa había luchado como una bestia solo para defenderle.

Aún empuñaba escudo y cuchillo, aunque era obvio que ya no los necesitaba. Cuando pudo reaccionar, se los guardó y se acercó como ausente al perro para recuperar su cuchillo. Le parecía estar en un extraño sueño, y miraba alrededor como esperando despertar en cualquier momento. Cuando se dio cuenta de que no sería así, lanzó la vista al cielo varias veces para asegurarse, y luego miró al lisiado, aún incrédulo, sin saber qué decir, lo cual no era propio de él.

La mandíbula de Damián parecía desencajada por la expresión de su rostro. Los ojos como platos y la boca abierta eran el reflejo de la incredulidad del zagal. ¡Un ser divino! No tenía ni la menor idea de qué o quién era aquella cosa que había salvado la vida a aquel religioso. Bien podía tratarse de un ángel o un arcángel, o un demonio o ser sobrenatural enviado por el oscuro, pero de lo que no cabía duda era de que no pertenecía a este mundo.

En su corta vida jamás había visto nada igual, y no supo cómo reaccionar. Se quedó mirando esperando la reacción de su señor y mentor Pelayo.

- ¡SU PUTA MADRE!

Exclama Potencio cayendo de rodillas, no podía creer lo que estaba viendo... ¿era un ángel? ¿estaba siendo testigo de un milagro? ni en sus peores borracheras había imaginado una cosa como aquella, era simplemente imposible.

Se pasó ambas manos por la cara mientras hacía una mueca y cerraba los ojos. ¿Estaría soñando? se le pasó aquella idea por la cabeza y se empezó a pellizcar pero no, sentía un dolor agudo así que no podía estar soñando. Estaba muy despierto y aquello tenía que haber sido muy muy real. No había otra explicación posible, lentamente se puso en pie y dijo

- Sóis un hombre Santo...

Fue entonces que la reacción fue la misma en la de todos, incluida la de Jimeno y el monge Prínio. Ambos quedáronse embobados, sin decir nada ni mover un ápice algún músculo: era como si el corazón hubíeraseles parado al ver al ente volador y nada (casi ni siquiera respirar) pudieran hacer. Por contra, el conde de jóven aspecto, lleno de dolor, se desmayó en cuanto la criatura desaparecio entre las nubes, quedando tendido en el caminillo donde estábais.

¡Santo Dios! -se aventuró a decir el novicio-. Fue entonces que escuchásteis un pequeño jolgorio. Eran como unas voces que procedían de la misma dirección en la que había venido el tal Fadrique de Calemón-. ¡Oh! -el novicio agustino miró en aquella dirección-, ¡alguien viene!

Unas vocecillas llegaron a los oídos de Damián, quien intentó afinar el oído, esperando escuchar cualquier cosa. Después de lo que había presenciado aquel día, supo que nada más le sorprendería en mucho tiempo.
 

Se giró rápidamente y dijo

- ¡Quién va!

Señores... -dijo un alertado pero tranquilo Jimeno mirando los cadáveres de los perros, de los soldados y al imbuido en la incosciencia Conde de Ricote-. Si alguien viene, y portan espadas -estaba pensando en más soldados como los que os asaltaron- creerán que hemos sido nosotros...

Esperando que os diérais cuenta de la gravedad de la situación, miró al monte que se alzaba a vuestros pies, lleno de árboles y rocas altas, mientras tragaba saliva.

-Han de ser los omnes de don Fadrique. Señores, mejor será que quitémonos de enmedio... Al menos non quiero ser yo quien explique a las huestes de aqueste señor que un ser divino vino de la nada et cortóle las manos, dejándole tal como está.

Tragó saliva el joven, pues non estaba seguro de si lo que iba a decir era buena idea... Ni como se lo tomaría el bueno de su señor don Pelayo.

-Quizá debamos mostrar piedad et acabar con el sufrimiento de aqueste omne, que retorciéndose está de dolor et pronto morirá desangrado entre horribles agonías -et además muerto estará bien callado et de nada podrá acusarnos, pensó, mas no se atrevió a decirlo en voz alta. Pensó que aquellas palabras serían suficientes para que sus compañeros entendiesen lo que quería decir.

Pelayo guardó el arma tal y como había ordenado Jimeno pero algo le decía que en aquella situación, quien fuera que viniese, probablemente los siervos y nobles que estuviesen cazando con aquel tipejo, no les creerían y les acusarían de todas formas.