Partida Rol por web

Tomásteis pues rumbo norte atravesando el Folde Oeste hasta dichas estribaciones montañosas. Tras una media hora de viaje, el Mariscal ofreció un descanso para que los caballos pudieran refrescarse (ya que ellos mismos habían viajado hasta encontraros sin apenas descanso). Descendísteis de las monturas, y mientras pisábais ahora los altos y frondosos pastos del Folde Oeste uno de los rohirrim dió la voz de alarma: detrás de la colina se encontraban los restos de un pequeño campamento. No era difícil llegar hasta allí, y por eso fuísteis andando (con vuestras armas en mano, eso sí); veíais ahora, andando entre ellas, hogueras apagadas, trozos de carne y huesos roídos desparramados por doquiera, algunas prendas oscuras y numerosas pisadas sobre los pastos las cuales se dirigen en la misma dirección que están siguiendo.

¡Aquella tenía que ser una pista inequívoca! Orcos, estaba casi seguro. -Señor Éomer, está debe de ser la pista que buscabais. Sólo ellos dejan este desastre por aquí. -Aun cojeaba ligeramente, aunque había dejado de sangrar la herida. Estaba pensando en si me daría tiempo a venderme en cuando paramos a beber, pero ahora me temía no me daría tiempo, habría que salir a la carrera tras ellos. 

Miré a nuestro alrededor, y ojeé en busca de señales. El hacia donde había ido era claro, pero, ¿Y cuántos eran? ¿Estaban muy armados? ¿Llevaban alguna carga?

Había parado para refrescar solo para sus monturas, pero a veces la suerte les llegaba de forma inesperada. Alguien dio la voz de alarma. Había signos de un pequeño campamento. Empuñando su arma, Rhoffar se acercó lo más sigilosamente que pudo al campamento. Pero al llegar vieron que no había nadie a quien acechar.

Un vistazo más detenido del mismo les hizo saber quién lo había ocupado. Helmgund habló por todos al apuntar quienes fueron sus moradores: orcos. Rhoffar asintió con la cabeza las palabras de su hermano de hueste. No había duda. Pero lo importante era saber a dónde se dirigían, pues con aquella calaña no había piedad, les seguirían hasta que dieran con ellos y los matarían a todos.

El rohir prestó atención a las huellas y descubrió que se dirigían a la misma dirección que ellos seguían. El guerrero apretó sus mandíbulas y miró al norte. Las coincidencias no existían en aquella época oscura. Si iban en la misma dirección, era el grupo de orcos que ellos perseguían.

-Mi señor, debemos darnos prisa en seguirles. No sé cuanta ventaja nos llevan, pero cuanto antes salgamos antes daremos con ellos -opinó Rhoffar mirando a Éomer-. Mi mariscal. Si quiere podemos mandar un par de jinetes que hagan de enlace. Yo me presto voluntario a tal tarea -se ofreció sin siquiera pensárselo.

En cuanto Rhoffar se ofreció voluntario para ser exploradores en vanguardia,me apresuré a ponerme a su lado, y sumarme a la iniciativa de mi compañero: - Señor, es una gran idea. Tanto Rhoffar como yo somos conocedores de este Folde Oeste, y servimos desde hace varios años, yo además como explorador. Mi compañero y yo, estamos a sus órdenes. 

Me preocupaban todos aquellos orcos campando libremente, y los dunledinos tan valientes, cómo los que habían atacado la caravana de enanos. La verdad, eran tiempos extraños, pero no por ello podía parar de intentar defender su amado hogar. Todos los enemigos de Rohan deben ser detenidos. 

-La dirección, señor, sigue siendo la misma... Y me temo que están en connivencia con el Mago Saruman. Esto lo hace complejo, mi señor, necesitaremos toda la fuerza que podamos unir para proteger a nuestro pueblo. -Dije preocupado, pero con el arma dispuesta, como para salir cabalgando ya en la defensa. 

Revisando aquel pequeño campamento, Rhoffar pudo darse cuenta de una cosa: se trataba de un lugar con un gran número de huellas que, según el jinete, conformaban unos quince orcos, más o menos; aunque tal vez fueran alguno que otro más o menos, estábais en cierta desventaja en número. Eso sí, en caso de encontrarlos por las estribaciones montañosas vosotros contábais con vuestros caballos.

No, jinetes, viajaremos todos juntos -ordenó Éomer, respondiéndoos a vuestra propuesta-. Los caballos no pueden ir muy rápido en estas elevaciones como para enviar rastreadores. Subiremos con cautela. ¡Avisad a los demás! ¡Cabalguemos! ¡Eeaaa! -dijo tras subirse al caballo-.

Vosotros lo hicísteis también rápidamente y dísteis la voz y orden del Mariscal al resto. Los demás jinetes hicieron lo propio y la decena de rohirrim seguísteis ascendiendo el terreno. El pasto de las tierras bajas ya se conformaba, poco a poco, como piedra y roca de las alturas, y cada vez hacía más frío. El terreno era más ondulante y ascendente, cada vez había menos pastizales y ya se comienzan a vislumbrar los primeros valles y picos de las alturas. Pero esa tarde nada vísteis, ni cerca ni en el horizonte cercano: ningún rastro más de orcos. Entonces, el sol comenzó a descender y a ocultarse.

El sol se marcha... -Éomer dió un vistazo al este, hacia la dirección donde debía estar Édoras, allá en la lejanía del horizonte y desde la altura donde estábais-. Hmmmm... -el mariscal comenzó a dudar qué hacer: por un lado, sabía que era un terreno difícil y el sol se ocultaba (lo cual podría propiciar un descanso), pero por otro anhelaba seguir y seguir, buscando a los orcos-.

Rhoffar asintió cuando su compañero y amigo Helmgund cuando se postuló con él para seguir a los orcos. No conocía a nadie mejor que él para que le acompañara en aquella misión. Los dos habían compartido muchas horas, aventuras y batallas juntos por lo que se conocían a la perfección. Fueron los dos quienes registraron aquel campamento y tras hablarlo en conjunto llegaron a varias conclusiones. Rhoffar intuyó el número de orcos que formaba aquella escuadra y se lo hizo saber a los demás.

-Señor, por el número de pisadas y el espacio utilizado, creo que serán unos quince orcos, más o menos -dijo seguro de lo que había visto.

Éomer asintió al oír el número y luego habló, cortando de raíz la idea de mandar unos jinetes a modo de exploradores por delante. Debían seguir todos juntos, cosa que entendía. El terreno se volvería más abrupto, por lo que sería complicado dar la voz de alarma si llegase a haber una emboscada.

Cabalgaron y la noche se les echó encima. Rhoffar oteaba el terreno montado en su caballo "lluvia", una yegua de color blanco con infinidad de pequeñas pintas grises. No había signos de los orcos y pese a que ellos iban a caballo y se movían más rápido no los habían alcanzado. Debían decidir si seguían o descansaban.

-Si me lo permite, mi Mariscal -se atrevió a opinar Rhoffar a Éomer-. Deberíamos descansar. Si damos con los orcos de noche estaríamos en desventaja por dos razones. Una porque estaríamos cansados de la cabalgata. Y dos, porque esas bestias se desenvuelven mejor por la noche -razonó el guerrero.

-Pienso que es mejor descansar, aunque acataré lo que decidáis, mi señor -dijo Rhoffar al Mariscal.

La cabalgata en persecución de los orcos fue los más rápida posible, pero aquello no era terreno para los caballos, que se aprovechaban mejor en las grandes llanuras de Rohan y no en las estribaciones montañosas de las montañas donde estabamos, cerca de Nan Curunir, el valle del mago Saruman e Isengard. La noche nos alcanzó, y el Mariscal dio el alto, dubidativo de si seguir o no.

Rhoffar habló, y yo asentí. Estaba muy de acuerdo con que no deberíamos continuar de noche. El terreno no nos era propicio, y eso no nos daría la ayuda de nuestra mayor ventaja, los caballos. -Si señor, quizás deberíamos parar. En esta zona, sin visibilidad, no podríamos aprovecharnos de los caballos y cargar contra el enemigo. En cuanto se vislumbren los primeros rayos de sol, el camino estará expedito hacia el enemigo, que parará en algún momento con más luz. Ahí recortariamos nuestra desventaja, señor. -Dije, mientras inclinaba la cabeza hacia el Mariscal en señal de respeto. 

Miré a Rhoffar y le hice un gesto de pregunta, para saber qué tal estaba su corte en la espalda. 

Rhoffar escuchó a su amigo Helmgund, quien corroboraba lo que él había dicho y pensaba. Se notaba la coordinación de ambos jinetes y las horas de cabalgadas juntos, pues pensaban casi como uno solo.

Entonces el guerrero vio que su amigo le hacía una seña con la cabeza y le miraba la espalda donde había recibido el corte. Rhoffar solo asintió una vez sin decir nada. No quería que por aquella nimiedad Éomer lo mandara a lejos de ahí para que se curarse.

Él hizo lo propio con su amigo al levantar las cejas en señal de pregunta y luego mirar su pierna donde había recibido un feo tajo. Sin duda si al final Éomer decidía descansar, usarían una parte de ese descanso en curar sus heridas.

Cuando vi que Rhoffar preguntaba silenciosamente sobre mi pierna, me encogí de hombros. Sangrar no sangraba, y doler, más me dolía el error que me había causado la herida. Le hice un gesto con la boca, como diciendo: Saldré de esta, no es tanto. Si paraban, tendría que curarse, porque otro par de heridas así, y estaría a merced de cualquier enemigo de Rohan, y no sería ni una ayuda, si no una carga. Sabía que, si bajase del caballo, ya podría controlar la cojera, pero cabalgar, podía hacerlo sin el más mínimo problema. 

Éomer sopesó vuestras opiniones. No os dijo "tenéis razón", pero carraspeó un poco y asintió muy levemente. Entonces dio una voz a su grupo.

¡Jinetes! ¡Esta noche descansaremos en este campamento! -ordenó vociferando un poco-. Al alba continuaremos con la caza. Traed leña, limpiad este desaguisado y enceded una hoguera. Cenaremos y dormiremos un poco. El Mariscal se os acercó entonces, bajando de su caballo mientras la decena de sus hombres ya se ponían manos a la obra, yendo de acá para allá para preparar el improvisado campamento. Quizá deberían veros esas heridas. Hagrold, aquel de allá* -señaló a uno de los jinetes que retiraba una tela de los orcos-, remienda bien los cortes. Tal vez deberíais hablar con él. Entonces Éomer se alejó un poco, justo antes de volver a vociferar. ¡Y haremos guardias de a dos, jinetes! Enseguida la noche comenzó a caer, se pudo acumular cierta leña y encender una reconfortante hoguera, pues las Montañas Nubladas, que estaban a vuestras espaldas, ya traían el viente helado de sus cumbres.

Rhoffar asintió ante la orden de Éomer, quien decidió no seguir adelante justo como habían planteado Helmgund y él mismo. Para el guerrero era la mejor decisión pues en aquellos terrenos escarpados estarían en desventaja si daban con los orcos. Además así podrían curarse. De hecho eso les sugirió el mariscal, que aunque ellos no habían querido decirle nada por si les mandaba de vuelta a casa, como buen líder, sabía de sus heridas y les mandó a uno de sus compañeros a que les curasen.

Tras dejar las cosas y ayudar a montar el campamento, Rhoffar junto con su compañero Helmgund acudieron a Hagrold, que era el que les había dicho Éomer que acudieran para que les curase.

-¿Hagrold? Soy Rhoffar y este es mi compañero Helmgund -se presentó y presentó a su amigo-. Nos ha dicho Éomer que acudiéramos a ti para que nos curases unas heridas que sufrimos en el enfrentamiento de esta mañana al defender la caravana de enanos asaltada por los dunlendinos -explicó brevemente el guerrero.

Luego, cuando éste accedió a curarles, el guerrero mostró su corte en la espalda. No era muy profundo, pero si bastante largo, por lo que sí que necesitaría una cataplasma de hiervas y un vendaje que tapara la herida y no se infectara.

Al terminar, le agradecció su tiempo y dedicación y esperó a que tratara la herida de su amigo. La suya parecía más complicada, pero remediable.

-Señor, instalaremos el campamento, me acercaré en cuanto pueda a ayudar, despues de que hablemos con Hagrold. - Saludé al mariscal marcialmente, maldiciendo interiormente que se hubiera dado cuenta de la fea herida de mi pierna, y me dirigí con Rhoffar hacia dónde estaba el jinete que hacía las veces de médico de campaña. Dejé que mi querido compañero hablara, mientras yo bajaba del caballo, ligeramente dolorido. Ahora que la tensión del día había pasado, no es que me doliese más, pero si que se hacía más patente el daño hecho. 

- Jinete Hagrold, ¿podéis ayudarnos a curar nuestras heridas? Yo dispongo de dos vendas, una para mi compañero, y otra para mi, para mi pierna. Todo lo que podáis hacernos, tendrá nuestro agradecimiento. - Dije, mientras sacaba ambas vendas, le ofrecía ambas al jinete, y le agradecía con un gesto su ayuda. 

El jinete se dispuso a ayudarnos, mientras yo pensaba que debería hacerme con más vendas, en tanto fuese posible y llegáramos a nuestro cuartel. No se podía ir sin un pequeño seguro en la mochila. 

Hagrold dejó lo que estaba haciendo y se dispuso para el nuevo trabajo. Os sentásteis en el claro que allí mismo habían formado los orcos, y sobre un madero os apoyásteis. Con las vendas de Helmgund, el jinete os divisó las heridas y sopesó unos instantes cómo curaros. Tras unos minutos estábais algo mejor, y al menos éstas ya no podrían infectarse*.

* * *

Durante la noche, las guardias se hicieron de dos en dos. A vosotros os tocó en mitad de la misma, aunque en realidad no tendríais que velar mucho tiempo, ya que estábais las suficientes personas para hacerlo. El fuego crepitaba aún en la pequeña hoguera, y los rohirrim se apretaban entre sí en sus sacos. Helmgund azuzaba el fuego con un palo mientras Rhoffar divisaba a los caballos, atados todos entre sí junto a un árbol a un paso del campamento orco donde descansábais. La noche era tranquila, pero azotaba viento del norte, es decir, viento helado de las montañas. El frío se os colaba hasta en los huesos.

- Bueno, compañero, otra guardia juntos. Hacía tiempo que no hacíamos, yo tanto explorar los lindes del Folde Oeste y tu más en tu trabajo allí en la Casa del Mariscal, con suministros, o lo que sea... Hace tiempo, si... Hicimos muchas en el adiestramiento, eso si. - A la luz del fuego, que estaba alimentando, miré las heridas de ambos, y cómo Hagrold nos había curado, y la verdad, el que hubieran sido en el campo, y no en la tranquilidad de su propio cuartel, se notaba. Hice un pequeño gesto de incomodidad, pero ya no cojeaba, al menos. Estaba dispuesto a todo el día siguiente.

-¿Crees que habrá algún problema esta noche? - Dije, mientras me levantaba y estiraba las piernas, mirando alrededor, primero a Rhoffar en la zona de los caballos, y luego, al resto de jinetes que estaban descansando. Estaba mirando alrededor, pero no me daba la impresión de que nada estuviera fuera de lo normal. Me parecía una noche calmada. 

-Sí, hacía ya mucho tiempo que no compartíamos guardia -confirmó Rhoffar a su amigo mientras miraba su entorno. Su vista se centraba en los caballos pues sabía que ellos tenían mejor oído con lo que si algún enemigo se acercaba éstos se enterarían antes y se moverían nerviosos.

-La verdad es que echaba de menos salir más a vigilar las fronteras, como hacíamos antaño. Ahora es más cómodo, pero menos interesante -se sinceró el guerrero acostumbrado a la comodidad de vivir en una casa y dormir en una cama y no en el suelo bajo la luz de las estrellas-. A ver lo que me dura esta sensación jejeje.

El guerrero echó otro leño en la hoguera y miró a su amigo y luego al entorno donde se encontraban.

-Si yo fuera ellos atacaría esta noche, pues no me arriesgaría a que me cazaran diestros jinetes a caballo por el día -reconoció Rhoffar-. Además estamos en su terreno y eso les da ventaja. 

-Pero están huyendo o por lo menos moviéndose hacia el norte, con lo que tienen algún tipo de misión...

Rhoffar se encogió de hombros y luego miró a Helmgund.- No sé, amigo mío, son orcos y todo lo que podamos pensar es lo que no harán ellos, así que será mejor tener nuestras armas cerca por si acaso -dijo tocando su lanza.

- Estás en lo cierto, amigo mío, son orcos, y lo mejor es mantenernos dispuestos para cualquier problema. Al menos, hasta que termine nuestra guardia. - Miré de nuevo el fuego, y me di cuenta de que hacía falta alimentarlo y azuzarlo un poco, con algo de gracia. - Espera, que voy a echar un par de ramas al fuego. - Dije a mi compañero. El fuego era una señal de que estábamos ahí, aunque lo habíamos dispuesto para que no se viese en la dirección de los orcos, pero sobre todo era para disuadir a los animales salvajes de aquella zona. 

- Creo que ya está. - Le dirigí una palabras a mi amigo. - Yo, sin embargo, estoy hecho a esta sensación, el ser explorador hace que lleve muchas horas de vigilancia en los últimos tiempo. ¿Sabes? A veces he pensado en envidiarte, Rhoffar, de estar más tiempo en el cuartel, y poder cuidar más al caballo. Pero siempre me ha gustado la exploración y la caza. - Suspiré. Miré al cielo, y oteé los alrededores. ¿Pasaría algo aquella noche?

Andábais charlando animadamente, dentro del silencio que podía esperarse de una guardia, y no perdiendo el ojo a los caballos y los alrededores. Tras un rato, cuando estábais ya más tranquilos, Rhoffar vio asomar un par de arcos entre las rocas en derredor, más allá del perímetro del campamento, pero sin acercarse a los caballos. Después vio que asomaban otros tres; y todos llevaban flechas y virotes cargados. Alguien había allí. Vuestros compañeros, incluyendo el Mariscal, dormían, y el gélido viento de la noche ocultaba cualquier sonido de pisadas que pudieran darse en los alrededores.