Partida Rol por web

Un campamento... -dijo el orco revolviéndose de dolor, mientras Helmgund le interrogaba con éxito-, a unas cuatro millas al noreste, siguiendo el camino de la montaña... En cuanto dijo ésto Éomer tomó una lanza y la empaló en el cuerpo del orco, y lo visteis perecer en dolor hasta que su vida se esfumó.

Éomer os miró, y también a los dos Rohirrim que habían salvado su vida y ya apilaban los cuerpos. Se relamió los labios un instante, y su rostro brillaba con el fuego de la hoguera. Estaba pensando en su siguiente.

Uramel, Hadani... recoged los cuerpos. Apiláos y tapadlos como podáis -les ordenó, y éstos no tardaron en comenzar a hacerlo-. Soltad los caballos de nuestros compatriotas, pues sabrán volver sólos a casa. Luego cabalgad a Helm y dad aviso al Mariscal Théodred para que venga una tropa a recogerlos... Rhoffar, Helmgund. No hay mayor afrenta que la muerte, y quiero que nosotros tres se la devolvamos. Coged lo que necesitéis -os propuso, mientras él recogía su escudo y se colocaba el casco de Mariscal-. Aún estamos a tiempo de limpiar La Marca y vengar a los nuestros esta misma noche...

- Señor, considero que no es acertado ir y atacar el campamento de los orcos, es usted muy importante para nosotros. Lo digo, ya que no sabemos ni su número, ni su posición exacta. Señor, le diría que no fuéramos, pero mi corazón también arde con la llama de la venganza, así que, si desoye mi indicación de necesaria prudencia, le recomendaría que intentáramos atacar por sorpresa el campamento enemigo, haciéndolo arder, con las antorchas que tenemos, y si pudiéramos, encontrar algún combustible, para que se extendiese mejor el incendio. Y luego, hacer una única carga contra ellos, con las lanzas, y salir al galope. Eso sería lo más seguro. 

Helmgund estaba intentando evitar, y se notaba por sus palabras, que el mariscal de la Marca hiciera alguna imprudencia, pero se le notaba, a su vez, que tenía odio hacia aquellos que habían hecho daño a sus hermanos. Esperaba que el mariscal recapacitase, pero... si no, cabalgaría orgulloso a su lado. 

Rhoffar escuchó al sucio orco delatar la posición de su campamento para luego ser ensartado por el Mariscal. El guerrero no se inmutó ni movió un solo músculo cuando todo esto ocurrió. Sin embargo todo cambió cuando comenzaron a apilar los cuerpos de sus compañeros, cubiertos por mantas para protegerlos de las inclemencias y de las bestias. 

Mientras miraba, algo se movía en su interior, algo que nacía desde muy adentro y que iba creciendo poco a poco hasta llenar todo su cuerpo. La ira, la sed de venganza, la justicia rohir, el sentido del deber, su familia, su legado. Rhoffar se quitó un  pañuelo que llevaba ataco al cuello. Era un bordado intrincado y muy bonito, hecho por unas manos expertas y delicadas. Era el regalo de su mujer como prueba de aceptar su matrimonio. Pero era mucho más.

-Uramel, toma, dáselo al Mariscal Théodred. Él sabrá que hacer con ello -dijo entregándole el pañuelo. Si alguna vez moría, ese pañuelo debía ser entregado a su mujer, ella sabría lo que había pasado. Pero si se lo entregaban sin sangre y como esta vez, eso quería decir que se enfrentaba a la muerte.

Así que cuando Éomer les propuso atacar sólo ellos tres contra el campamento de orcos, el guerrero cogió un par de lanzas de sus compañeros caídos, cogió un escudo recio, canteado con duro cuero y un borde metálico y se posicionó al lado de Éomer.

No dijo nada, pues todo estaba dicho. Lo que habían comenzado los orcos lo terminarían los hombres.

Iremos pues con cautela -vuestras palabras parecieron calarle hondo-. No podemos dejar que esa partida de orcos campe a sus anchas. No sabemos cuántos son, aunque de momento sabemos que son más en número. Tienes razón Helmgund, quizá no debamos ir, pero esta afrenta es mucho mayor que lo que manda la razón. Al menos trataremos de ir con sigilo y vigilantes, dado que ahora somos tres. Tal vez así ganemos alguna ventaja.

Uramel tomó el pañuel de Rhoffar asintiendo al favor que le pedía el rohirrim. Después, ambos soldados tomaron los caballos (una vez que los cuerpos quedadon apilados junto a unos peñascos), y los dos partieron hacia Cuervanilla, allá en el abismo de Helm. En cuanto tomásteis lo que necesitábais, os pusísteis rumbo al noreste.

En poco tiempo amaneció. Tras recorrer ese trecho despacio (las inclemencias del terreno así lo exigían) y notar que nadie os observaba ni cruzaba libremente las Montañas, vísteis en la falda de una fría loma una torre en ruinas. A su lado hay como una especie de poblado, tal vez el campamento orco, pues varias casetas de maderas rodeaban la torre en ruinas. Allí, desde luego, vivía alguien.

¿Qué os parece, jinetes? -os preguntó el Mariscal-.

- Creo, señor, que debiéramos esperar un tiempo escondidos, observar lo que pasa y quiénes son. No podemos actuar a la ligera, sobre todo si son un poblado entero. Y por la noche, pasarlo a fuego. Entero. Librar a esta tierra de su presencia. Si esperamos todo el día podremos ver si tienen guardias, si vigilan, si hay muchos... Y si son ellos, o dunledinos, o ambos... 

Helmgund se aprestó a ello, porque parecía querer decir que no era un buen plan atacar a esa hora del día, solos y sin saber lo que ocurría en aquella zona. Lo más sensato sería, pues, estudiar el poblado, y después, hacer su asalto de venganza. 

-Si son orcos, la luz del día les molestará y de día será mejor atacarles que no esperar a la noche, donde ellos tienen ventaja sobre nosotros -contradijo Rhoffar a su amigo-. De todas formas no está de más investigar un poco más, ver quién vive allí y cuantos son. Pero eso en menos de una hora debería estar -dijo encogiéndose de hombros.

-Y otra cosa que he pensado es que si pudiéramos cargar con nuestras monturas, haríamos más daño y el desconcierto que crearíamos sería nuestro aliado -dijo imaginándose la escena-. Aunque si vamos con sigilo y entramos en el campamento sin que se den cuenta haríamos mucho más daño...ambas son muy buenas soluciones.

-De todas formas, haremos lo que proponga señor -dijo sin ninguna duda al respecto.

Ambos tenéis razón. No sería bueno acercarse sin saber nada de sus ocupantes -señaló el Mariscal, sentado aún sobre su caballo-, y así atacar cuando caiga el sol, pero ellos no tienen problemas en ver por la noche... -Éomer se quedó pensativo un instante-.

Rhoffar escuchó a su Mariscal y asintió. Tanto él como Helmgund habían expresado su idea, pero ambos habían coincidido en una cosa: observar al enemigo antes de actuar. Y así se lo hizo saber a Éomer.

-Mi señor -intervino el guerrero-. Si bien Helmgung y yo diferimos en cómo actuar, los dos tenemos claro que deberíamos recabar más información sobre el enemigo y luego, en base a lo que veamos actuar en consecuencia.

-En mi opinión, deberíamos observar, acechar al enemigo sin ser vistos y luego actuar -dijo y mientras los decía miró a su amigo para ver si realmente coincidían en ese punto.

Señor, si bien ven por la noche, saben que nosotros no es nuestro mayor fuerte, y por eso podríamos sorprenderles. De hecho, nos da tiempo para recabar información , y a la par diseñar un modo de atacar que maximice el daño a esos bastardos del Señor Oscuro... O Saruman.  - Helmgund estaba muy de acuerdo con su amigo en que lo importante era la información, y saber cuántos y como se organizaban. Y luego, el ataque. 

-Señor, decidáis lo que decidáis, cabalgar a vuestro lado es un honor.

Aguardemos pues. Bajemos de los caballos y vigilemos más de cerca -sentenció el Mariscal, sabiendo que ambos teníais razón-. Después, creo que deberíamos esperar a la noche; pero  bien es cierto que los orcos no distinguen la luz del día para hacer fechorías, asique... en cuanto nos aseguresmos de su disposición, quizá podamos atacarlos. Seguro que no se esperan una incursión enemiga... Ahora, separémonos y un poco y vigilemos -dijo Éomer-. Y tal que así, os bajásteis de los caballos, y sin distanciaros muchos unos de otros, divisásteis desde diversos puntos el campamento formado alrededor de la torre en ruinas.

Tras un rato observando, llegásteis a la conclusión que aquello era un campamento provisional. Vísteis que allí había entre dos y ocho orcos (unos llegaban, otros venían, y cambiaban su número, pero no había una tropa excesiva). Alrededor de la torre, se levantaban cuatro estructuras. Una de ellas debía ser un barracón para los propios orcos (donde entraban y salían con más asiduidad). Otro no debía ser sino una especie de calabozo, puesto que en su puerta siempre había uno de ellos, y a veces entraban y salían jarras de agua y platos comida. Los otros dos eran pequeños chozos de los que no sabíais muy bien su utilidad.

* * *

Eran cerca del mediodía. Las horas habían pasado, los vientos de las Montañas Nubladas azotaban en esas alturas. Llegó un momento en que os reunísteis para comer, apartados del campamento.

Cuando haya al menos tres orcos en el barracón cabalgaremos sobre el claro del campamento, ya que seguramente estén allí dentro desarmados -añadió el Mariscal-. ¿Tenéis todo preparado?* No podemos esperar hasta la noche...

Rhoffar asintió a la orden del Mariscal. Como habían dicho ambos amigos, primero debían observar al enemigo durante un tiempo para saber cuánta gente habitaba en aquellas casetas y la torre, y saber qué tipo de gente era, si eran orcos como esperaba o era otro tipo de personas.

Al descubrir que eran orcos y que el campamento habría un máximo de ocho orcos, decidieron ir a por ellos sin tardar más, justo lo que Rhoffar había propuesto. El sol era su aliado y el enemigo de los orcos, con lo que sería bueno atacarles cuanto antes para tenerlo cuanto más tiempo de su parte.

Cuando se juntaron para comer, como habían quedado previamente, decidieron atacar cargando con sus caballos directamente hacia el centro del campamento. Rhoffar asintió. Le gustaba como sonaba y se imaginaba a los orcos corriendo presurosos a por sus armas ante la terrible carga rohir.

-Si he visto bien, hay una tienda que se usa como prisión. Tras la carga, podríamos intentar liberar a los presos, si son humanos, para que nos ayuden o por lo menos que escapen de las garras de esas viles criaturas -dijo mirando a su amigo Helmgund y luego a Éomer.

Helmgund asintió ante la decisión del mariscal. La verdad era una salomónica decisión, sabia y justa. Lo mejor sería esperar a la noche, pero en cualquier caso, una oportunidad anterior debería ser aprovechada. Se preparó, con la nueva lanza, a la que prometió honrar con sangre en venganza de su anterior dueño, y vigiló en su posición lo que le tocó. Cuando pusieron todo en común, dijo preocupado: 

- La presencia de posibles prisioneros es un problema para nosotros, porque debemos ser más cuidadosos en nuestro ataque... y además, es posible que tengamos que protegerles a la vuelta. Quizás si sea mejor, como tu dices Rhoffar, atacar a esta hora, cuando el sol es nuestro aliado. 

En ese momento, Helmgund estaba listo para cargar, e indicó: - Yo, con vuestro permiso señor, antes de cargar con todas nuestras fuerzas, haría arder el barracón de los orcos, de modo que se distraigan, y en ese momento, atacar con ellos reunidos y hacerles un gran daño. Estoy a vuestras órdenes.

¿Con flechas, decís, Helmgund? -preguntó el Mariscal-. Es una opción, por supuesto, pero no creo que sea una ratonera para ellos, puesto que podrían salir fácilmente de él antes de perecer en el fuego. Además, perderíamos el factor sorpresa...

Rhoffar negó con la cabeza -Yo usaría nuestro factor sorpresa para cargar contra ellos -dejó claro el guerrero-. Una vez hayamos cargado, iría a liberar a los prisioneros y les dejaría nuestras armas sobrantes, arcos y lanzas, para que ayudaran contra los orcos -terminó de explicar Rhoffar a sus compañeros.

-De todas formas haré lo que ordene, mi señor -terminó diciendo el rohir.

- O lo añadiríamos el factor sorpresa, señor. No son extraños los incendios en techumbres de paja de modo espontáneo, y mientras intentan arreglarlo, no estarán atentos a un ataque... Esa sería mi idea. Aunque desde luego, señor, cargar y destrozarles con un buen lanzazo y aprovechar la sorpresa para armar a los prisioneros me parece una solución interesante. 
 

Helmgund se preparó para cualquier cosa que decidiera su señor, y en ello, se puso su lanza en ristre, la espada lista, y miró al campamento orco, ardiendo en ganas de cabalgar por su señor Éomer... 

Está bien. Haremos lo siguiente. Cada uno de vosotros disparará un par de flechas incendiadas sobre el campamento, para urdir un ataque masivo en su sospecha -apuntó Éomer-. Luego cargaremos con las lanzas.

Tras entender el plan, estuvísteis otro rato de guardia, observando si llegaban o se marchaban los efectivos orcos. Pero no: definitivamente había ocho sujetos allí y, seguramente, prisioneros dentro de su calabozo.

Entonces, subidos a vuestras monturas, prendísteis un par de flechas y las disparásteis sobre las tiendas y los tejadillos de las cabañas. Enseguida comenzaron a arder, y los orcos se alertaron. Pero cuando quisieron tomar las armas, vosotros y el Mariscal ya estábais en galopada, con la lanza en alto.