Partida Rol por web

Bajo las luces de New York

Clinica Health&Care

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15/12/2012, 19:34
Director

Durante el viaje fue poco a poco cayendo la noche. Las farolas de la carretera se fueron iluminando poco a poco, junto con algunas tempranas decoraciones navideñas. El asfalto reflejaba varios colores entre los coches en su superficie húmeda, que fueron desapareciendo a medida que la Cucaracha salía de la ciudad.

Estando de avanzado como estaba el otoño las tardes se perdían casi en un suspiro, y desde que salió de casa de Charlie el sol no había hecho más que caer en picado hasta desaparecer. Pero David sabía que iba puntual. Hacía poco que habían caído las siete: se lo había dicho un reportero de la radio y el reloj interno del auto lo confirmaba. Y aunque no fuera así, sabía que no sería la primera vez que Jean tenía a alguna de las bedeles esperándole por un análisis fuera de horas. Por que a él no le importaba y al resto no le quedaba más remedio que aguantarle.

Jean era el trofeo de la clínica por varios motivos, el niño mimado. El primero, su más que obvio expediente como médico. Cientos de casos complejos tratados con una genialidad que rozaba a veces la locura. El segundo, que un interino pudiese dar mala imagen sin que eso reportara pérdidas. "Ey, tenemos a uno de los más grandes capullos y aún así facturamos más clientes que tú." Desde luego, era para agachar las orejas e irse en silencio. Y lo peor es que era la más absoluta verdad.

A lo lejos David avistó la clínica, y algo más adelante un cartel le indicó la salida de la carretera. Como había predicho el médico allí apenas quedaban un par de coches aparcados bajo la iluminación de un aparcamiento considerable, por lo que se tomó el lujo de aparcar la Cucaracha prácticamente enfrente de la puerta de entrada.

Dentro una de las atemporales secretarias le recibió con una sonrisa. Como si no le conociese. David había pisado por ahí demasiadas veces, algunas tan ido que ni se acordaba. Y muchas veces acompañado del propio médico, que no siempre iba en el mejor estado. Lo que tenían los servicios de Urgencia...

- El Sr. Luca le esperaba arriba, Sr. Standford. comentó con voz amable, señalando las escaleras con un bolígrafo. No es que le hiciera falta, pero era un gesto a agradecer.

Esquivando a una madre con un niño pequeño de aspecto febril y una joven que iba paseando un gotero, David al fin llego al despacho. Una puerta de cristal tintado, tras el cual solo se intuían sombras y un nombre grabado: Jean Luca. No le hacía falta ver más, pues con las sombras sabía localizar bien lo que allí había. La mesa, la camilla, una estantería repleta de cosas que poco tenían que ver con la medicina. En realidad, ni siquiera le hacía falta llamar a la puerta, pues Jean se hizo notar desde dentro.

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15/12/2012, 19:47
Jean Luca

Detrás del despacho la silla giró, dejando a una silueta masculina de pie, que se quedó contemplando la puerta durante unos segundos antes de dejar algo que llevaba en las manos a la mesa. Con lentitud se fue acercando poco a poco, en una pantomima digna de un teatro de sombras chinescas.

- Te~ veo~~.... comentó con voz cantarina la sombra, que se acercó hasta la puerta para dejarse caer sobre ella como si hubiese pegado el ojo para ver a través, antes de abrirla con rapidez con una mano y asomar la cabeza. Pasa y háblame sobre tu noche loca.

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15/12/2012, 19:55
David Stanford [Superviviente]

David abrió la puerta del despacho, esbozando unas comisuras labiales levantadas ligeramente, como el sitio no fuese demasiado alegre pero aquella sala sí. Por primera vez, no estaba fumando, ni tenía intención de hacerlo, pues por mucho vicio que le tuviese, otra cosa no, pero tenía el suficiente respeto por la salud de las demás y las normativas de sanidad. Que él no había tenido ningún problema del quince con las enfermedades, ni nadie de su familia o allegados, que para el caso era lo mismo, pero no por ello tenía un poco de conciencia y saber hacer para con el tema.

- Te daría la mano, pero- aspiró entre dientes mientras forzaba una expresión irritada y fruncida, no por ello menos bromista, como si aquello le espinase demasiado- ya sabes, me da un pelín de asco- lo comentó dando un pequeño talonazo con ambos pies, cuadrándose en sitio-. No por ti, sino por eso- señaló la puerta, pero no se refería explícitamente a nadie, sino al conjunto de enfermedades inexistentes que debía de haber en la basura, donde los guantes. No dejaba de ser una broma.

Tomó asiento como si esa fuese su cara y echó un vistazo a la estantería. Jean era tan impredecible que podía haber puesto allí cualquier cosa, hasta una calavera con una bombilla dentro.

- Pues precisamente el problema es que no recuerdo absolutamente nada de aquella noche- declaró el buenazo, pues no dejaba de ser verdad-. Tengo por aquí- señaló el pecho con la mano en círculos, abarcándolo en general- rotulador permanente. Lo bonito ya se habrá borrado, así que me queda Partyrock BFF4ever. Sea como fuere, no descarto que haya alguna conexión con lo de mi chiquilla. Yo no me suelo olvidar de estas cosas, ya lo sabes. Como sabes que le tengo algo de respeto a las agujas.

No er una fobia, pero todo lo que fuese clavarle cosas bajo la piel no le acababa de gustar. No en vano, a David nunca le ha ido demasiado todo ese rollo del sadomasoquismo. Era algo totalmente innecesario, por el amor de nadie.

El escritor, dejando en manos de Jean lo que pasase, se relajó en el asiento, cuadrando las manos tras la espalda a modo de cojín, ocupando espacio. Estaba en buenas manos, y lo sabía.

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15/12/2012, 23:06
Jean Luca

- Un día os echaré alguna cepa de algo en la comida, para que veis lo que es asco. comentó el médico, después de quedarse mirando la mano que David no iba a tenderle. Algo con cagalera. Broma o no, no se sabía. Podría ser capaz.

Con la tranquilidad con la que uno pasea en su casa, pero con la que un médico no debería pasear en su consulta, se apoyó en su despacho apartando una taza con forma de cráneo llena de lápices. Las sillas eran para los pacientes, y aquí el dueño del mundo era Jean y como tal siempre estaba un par de cabezas más alto.

El doctor le miró sentado desde la mesa, enarcando las cejas cuando comentó que no recordaba nada. David no sabía si era incredulidad o más bien un "pues que pena". Si una cosa le gustaba a Jean aparte de los analgésicos, era una buena historia de farra.

- El capullo de tu productor se pasó por aquí esa madrugada con un desgarro en el prepucio que no es normal en un tío de su edad. comentó, pasándose el secreto profesional por donde no da el sol sin mayor remordimiento, mientras se levantaba hacia la caja de guantes de latex. A lo mejor él te sabe decir, que intuyo que ibais en el mismo carro.

Con el típico chasquido del plástico cuando se estira, Jean se dejó los guantes puestos mientras buscaba una jeringuilla. Buscaba, por que parecía no estar muy seguro de donde las había dejado

- Ve subiéndote la manga, en lo que busco...¡aha! declaró, triunfal, sacando una aguja esterilizada. Con mano hábil la colocó en la jeringuilla y se acercó hasta David con una sonrisa. No te preocupes, nena, lo haré con cariño.

Con cariño o no, lo cierto es que Jean encontró la vena con precisión y la extracción de sangre fue bastante más rápida de lo que David pudo imaginar. No más agradable, porque estas cosas nunca son agradables, pero al menos sabía que no iría con un moratón por culpa de culpa de una expedición arqueológica vascular. Los viales fueron descansaron en la mesa del doctor uno a uno, hasta que acabó el proceso y los colocó en un sobre con su elegante firma que se colocó bajo el brazo.

- ¿Que, bajo esto y nos vamos a estrenar la noche? preguntó con suficiencia y un gesto de cabeza, levantando la barbilla.

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16/12/2012, 03:32
David Stanford [Superviviente]

David no pudo responder más que con gestos, dado el carácter sumiso al que tenía que adaptarse para el momento. No le daban miedo las agujas, sí, pero el respeto era considerable, y nada bueno podía salir de ellas. Mentira, por supuesto, pero el mensaje se entendía. Dejar que te agujereasen el cuerpo era incómodo e insalubre, por mucha apucultura que practicasen los orientales. Bien es cierto que se dejaría hacer algo así, pero sólo tras unos pocos refunfuños y un buen par de razones.

Así que lo que debió de ser un "Sí, eso es muy propio del viejo que se cree Hugh Hefner" y "Ah, joder", se convirtió en una sonrisa que lo decía todo con la ceja derecha y una mueca de disgusto.

- Lo estoy deseando, nena- respondió dándole una palmada en la pierna derecha, apretándola bien para más muestra de recochineo-. Lo cierto es que Lew tampoco se acuerda de mucho más. Me lo ha dicho Sam.

Normalmente ante los demás la llamaba Samantha, pero estaba contento. Muy contento. El haberse quitado eso de encima era un alivio, y ahora sólo le quedaba esperar. Eso, e irse de fiesta. Y un hombre que lleva dos días buscando a su hija agradece infinitamente un poco de música fuerte y de borregos frotándose mientras él miraba con su calculada suficiencia, creyéndose mejor que los demás. Porque sí, tuviese o no razón con sus creencias, David Stanford pensaba que era mejor que muchos. Pensaba que era peor que Clare, su esposa. Pensaba que era peor que su hija, y que su agente, y Anna, pero pensaba que era mejor que unos cuantos. Básicamente, el hombre se sentía demasiado en relación a algunos y muy poco para con otros. Y no porque les tuviese idealizado, que también, sino porque se habían ganado el título de mejor ser humano. David amaba a su hija, pero ahí estaba, yéndose de fiesta.

- Pero sigue hablando de desgarros en el prepucio, por favor. Es un tema que me fascina- añadió con fingida ironía, pues aunque le importaban un comino, todo lo que le dijese Jean sería interesante y digno de ser escuchado a su manera. Lo dijo por la batalla de egos que tienen todos los hombres, sencillamente.

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16/12/2012, 21:50
Jean Luca

Silbando alegremente, Jean cerró la puerta de su despacho. ¡Ya era libre! Y ambos estaban volando hacia la libertad. Quizás como buitres experimentados a cazar palomas que empezaban a descubrir lo que era la vida nocturna, pero ¡ey! seguía valiendo la metáfora perfectamente.

- Que decir: tuvo que ser una noche intensiva para que Lew se rompa algo que no se haya roto ya en en cincuenta años de excesos. El médico dejó el sobre en secretaria, despidiéndose de manera muda con una mano ante la amable mujer. Ni siquiera se paró a mirarle, pero ella sonrió a David agitando la cabeza y recogiendo el paquete con normalidad. Ambos conocían a Jean y sabían como era. Era tontería tomarse a pecho esos detalles tan comunes que ya no eran ni ofensivos.

Podía ser un desastre, pero tenía toda la razón del mundo. Nadie de su grupo era un santo, pero mucho menos el rockero, y las drogas no habían sido lo único con lo que se había excedido. Ya se sabe el dicho, sex, drugs and rock&roll, y Lew se lo había tomado al pie de la letra desde su tierna adolescencia. No por algo lo tenía tatuado por ahí, en algún sitio que no siempre recordaba.

Sin embargo ahí no paró la conversación y, tomándose el dato al pie de la letra, Jean amenizó el resto del viaje con una didáctica charla sobre pollas sangrantes y alguna que otra anécdota cruel con chicos en urgencias. Lo cual no estaba mal después de tantos viajes oyendo la misma emisora...*

Notas de juego

*Y así me evito elegantemente hablar de un tema no apto para todos los públicos y del que, sinceramente, no tengo mucha idea. Imagínese usted lo que más le apetezca. :P

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24/04/2013, 18:32
Director

David entró en la clínica. Las puertas automáticas se abrieron como siempre, silenciosas, pero la imagen de la recepcionista tenía que haberle dicho algo. Su saludo tan automático y su sonrisa tan cristalina como las puertas iniciaron el proceso, solo para detenerse al verle. El ritual se había roto, porque la visita era esta vez distinta.

La mujer casi parecía sorprendida ante la visión del escritor: los nudillos doloridos, el rostro apagado. Una mirada perdida en la nada, donde ahora estaba su hija. Era como si lo supiese, porque David lo sabía pero...¿como puede un padre perder la esperanza? Porque David era un hombre que de verdad conocía el fondo de la realidad, esa sustancia pegajosa y negra, pero también era un padre.

La secretaria volvió a sonreír, temerosa. Una sonrisa tan llena de compasión que le dio ganas de vomitar, echar el alcohol que había bebido en casa del rockero. Estaba sobrio, pero ni siquiera se había planteado que podía dar positivo en cualquier control. ¿Que importaba? Su hija estaba muerta y estaba en ese hospital. Un cadáver vacío que nunca más sería lo que había sido: una niña que ya era adulta de la que nunca podría despedirse. ¿Que iba a ser sino?

La voz de la secretaria le sonó distante, robótica, guiándole hacía un lugar que no había estado nunca. Los carteles metálicos e impolutos le señalaban con ascéptica ironía lo que la recepcionista había intentado ocultar.

MORGUE.

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24/04/2013, 18:44
Jean Luca

La caminata por el pasillo se sintió en cierta manera como si ya estuviera muerto, y esto fuera solo una manera de ir dejando todo atrás. Los ojos del escritor estaban perdidos en la nada blanca e iluminada del lugar, el eco de sus pasos avanzando con lentitud por el suelo marmóreo.

No podía avanzar hacía el paraíso, un ateo que ha perdido una de las cosas que más amaba. Sería, más bien, trascender. O quizás simple y llanamente dar los últimos pasos por un puente inacabado que da al vacío. El olor iónico y ascéptico del lugar remarcaba esa realidad tenue del borde, y David inhaló en profundidad. Una muestra inconsciente de que seguía vivo.

Al fondo, como un moderno San Pedro, estaba Luca. Era prácticamente la primera vez que le veía con bata, sujetando solemnemente como si fueran sus atributos una pequeña carpeta y un pase de seguridad. En el gesto irreverente del médico se leía una calmada seriedad que caló hondo en el pozo fecal de sentimientos que ahora sentía el escritor. Una última mano amiga antes del salto.

- ¿Sabes por qué estamos aquí, verdad? preguntó. Para muchos sería una falta de tacto, pero David sabía lo que era. La pura y dura honestidad de ser fiel a un mismo y sus amistades. Jean y él tenían algo en común: su visión de la realidad. Cada uno lo afrontaba a su manera, pero eso era lo que mantenía unidos a seres tan distintos...aparte de un ansia por la juerga que probablemente tardía un tiempo en volver.

- Llegó la ficha y pedí a la policía forense que te permitiese pasar antes de que se pusieran a lo suyo. Sonrió levemente, poco más que un músculo estirado. Me debían un favor.

Eso o ahora Luca le debía a su mujer 500 dolares con factura en sobornos, pero era difícil saberlo. El doctor nunca lo reconocería, y menos en un momento como ese. 

- No he avisado a nadie más. Eso es tu deber pero...colocó la mano en el hombro de David y ambos se encararon hacía la puerta, tan asquerosamente blanca como el resto del lugar.

No hacía falta más palabras. David tenía dos opciones, claras y dolorosas como el filo de un cuchillo recién afilado.

Su mujer al otro lado del teléfono, mordiéndose las uñas por encontrar a una hija que ahora yacía tras una puerta blanca, inerme en una camilla de hospital. Muerta. Jodidamente muerta.

Una puerta tras la que estaba su pequeña Clare, una llamada a su Clare.

- Cuando estés preparado.

Ja. Como si alguien pudiera estar alguna vez preparado para eso...

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24/04/2013, 23:14
David Stanford [Superviviente]

Era irónico. No se había dado cuenta hasta que leyó "Morgue". No pensó en algo así. Ni se le ocurrió hacer sinapsis para asociar que aquella llamada tenía como motivo el cadáver de su hija. La había asumido como probablemente cadavérica, pero algo en él se resistía a creer que a ciencia cierta no había posibilidad de que siguiese viva. Se aferraba a un clavo ardiendo que resbalaba, aún a sabiendas de su naturaleza y de que era engañarse a si mismo.

Al leer aquella palabra, una oleada subió desde el estómago, lanzándole al esófago más fuego que cualquier aliento de dragón. David, aquel vividor inconsciente que seguía vivo por toque divino, convertido en una estrella esperpéntica como una más, siendo una sombra viva de su propia crítica. Allí, tirado como una colilla, deseando coger una silla y estamparla contra una pared de cristal de aquellas tan bonitas. Primitivo y violento cual hombre del cromañón.

Cuando vio a Lew, con una mezcla de ira y depresión en el rostro, se limitó a responder con un sencillo asentimiento a su primera y única pregunta declarada. Un oculto gracias, en lo profundo, nacía en sus ojos, por las molestias. Y sin embargo, un ruego pidiéndole que le estrangulase para acabar con ello, también. No estaba preparado. Ver el cadáver de su hija le destrozaría. Pasaría sus huesos por una picadora y los escupiría.

Una lágrima, lenta y solitaria, corrió en descenso desde su lagrimal izquierda, bordeando la nariz. Cayó en los labios, donde se perdió. El hombre negó lentamente con la cabeza, componiendo un rictus fruncido y tenso.

- No estoy preparado- se limitó a decir con un hilo de voz rota, humana y frágil por primera vez en su vida-. Pero nunca voy a estarlo- añadió, apuntando la realidad. Jamás se encontraría preparado para enfrentarse al cadáver de su hija-. Déjame solo.

No lo quería lejos. Se lo rogó con los ojos. Le quería al otro lado de la puerta. Pero no le quería dentro. Necesitaba estar a solas con su niña. Necesitaba intimidad. Soledad para afrontar el momento. Para despedirse. Para aceptarlo. Y para mostrarse como una entidad humilde sin que le vieran. A David no le gustaba que le viesen sin su máscara de arlequín. Casi le picaba. En aquel momento no le importaba mostrarse como hacía en presencia de sus allegados, o del hospital, pero era porque aquello era lo peor que le podría haber pasado. Salvando que la pérdida fuese de su esposa, la otra Clare.

Reprimió el impulso de lanzarse contra la pared y golpearla con pies y manos, llorando y descargando sobre ella la rabia y la frustración. Reprimió el volver a tirarse en el suelo como una colilla humeante. Aunque necesitaba hacerlo. La tensión acumulada y tan pocos métodos conocidos para liberarla. La ira acuciante.

Entró dentro, y cuando dio el primer paso, irónicamente, su primer pensamiento fue estético. No pensó en si murió con dolor. En si se fue en paz. En si su último pensamiento fue feliz. Pensó en cómo estaría su rostro. En si seguiría siendo bella, y si podría mesarla el cabello como si aún fuese una niña, sin tener que ver un cráneo destrozado o surcado por heridas. Sólo deseaba que siguiese siendo su hija, y que hubiese caído con un cuerpo digno. Lo esencial era la cabeza, pero aquello se extendía al resto del cuerpo. Había cosas que no estaba preparado para ver. Cosas que, más allá del llanto, le llamarían como sirenas a quitarse la vida. Sólo su esposa y el dolor que la acompañaría le impulsaba a seguir adelante.

En aquel instante aislado, la venganza no importaba. No le devolvería a su hija. Sólo el evitar que su esposa se hundiese era revelan. Que aquel cisne siguiese siendo bello y perfecto pese a vivir en un estanque de petróleo. Ella le querría matar cuando supiese el mensaje que había dado a la población, pero no le importaba. Podía matarle si quería. No había buscado a su hija con todo medio al alcance desde el primer momento, lo sabía. Le había costado aceptar que había desaparecido, asumiéndola posiblemente borracha en la cama de algún tío.

Y ahora estaba muerta. Era su culpa. Cortarle los testículos a un capullo o extorsionar a un camarero no le ayudaría a devolverle a su hija. No le ayudaría a sentirse mejor. Sólo que su rostro siguiese siendo bello y que su esposa fuese feliz. Quizás, y sólo quizás, buscase al asesino. Para hacer justicia. Y si lo encontraba, cosa muy poco probable, seguramente fuese incapaz no matarlo, pese a que él también cayese. Él no creía en una justicia legal. Le habían procesado por corrupción de menores, sin ir más lejos, y por todos era sabido cómo funcionaba el sistema.

Pero para eso, David tenía que tomar la determinación de seguir adelante. Y en aquel momento estaba muy, muy, muy jodido. Sólo quería enterrar a su hija y ahogarse en una clínica de rehabilitación. Tenía que decírselo a su esposa. No podía ocultarle eso. Jamás.

Notas de juego

Amo esos dos post tuyos. Ahora mismo, la cosa está jodida para que David, siendo congruentes, tire adelante con la trama, pero algo se le ocurrirá, no worries. Ya seguirá fingiendo que es un capullo mazizorro integral.

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24/04/2013, 23:48
Director

Luca se limitó a asentir y abrió la puerta a David, cerrándola cuando este estuvo en el interior. Un último momento de intimidad era poca cosa para lidiar con la perdida, pero debería bastar. Con temor David se acercó hasta la camilla, centrada en la sala. La luz del techo caía sobre ella con sardónica teatralidad: la protagonista del encuentro, la sorpresa del show. La buscada y difunta Clare Stanford. Un aplauso.

Empezaba a delirar, pero por una vez nadie podía culparle.

Era como una pesadilla extraña. En realidad Clare no estaba tan mal como hubiera creído. Parecía...viva. Bueno, podía parecerlo con la imaginación de un padre destrozado. Podría hacerlo el día de su entierro con muy poco maquillaje. Sus rasgos seguían intactos, al menos los que alcanzaba a ver sin cubrir por la tela gris y pesada.  

Su rostro mostraba poco daños más que unas ojeras que se habían convertido en una grisalla macabra. Tenía a primera vista algunas pequeñas heridas: roces, rasguños. Estaba muy delgada, más de lo normal, pero sin embargo su cuerpo estaba hinchado. La palidez cetrina del cadáver era en realidad de un tono extraño, más cercano al verdoso aunque David no sabía si era cuestión de la luz superior que caía sobre el cadáver.

Con temor al principio, David se acercó a lo que había sido su hija. A lo que era su hija. Quería acariciarla en un intento de recuperar la normalidad, de fingir que esta enferma y no había pasado nada. Solo había sido un susto. Deslizó los dedos por el cabello, que fluyó con normalidad entre sus dedos calloso. Siempre había tenido una melena bonita, como la de su madre...

Intentó agarrar su mano fría, acercando la suya temblorosa, cuando se dio cuenta. En el brazo tenía un moratón muy llamativo, junto con una pequeña herida. Perfecta. Redonda. No era nada que pudiese haberle matado, nada extraordinario. David lo había visto más veces: el rastro de una aguja, de una sonda. Madre e hija habían sido siempre muy sensibles a los moratones, y vacunas y análisis de sangre se convertían en marcas a lucir durante semanas.

Pero hacía años que Clare había cumplido su cartilla de vacunas y no donaba sangre. Lo sabía porque aborrecía las agujas, precisamente por ese motivo. La chispa se iluminó por unos segundos en el apagado cerebro del escritor, pero el chorro de agua fría que era la presencia de su difunta hija era suficiente para apagar cualquier fuego.

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25/04/2013, 21:57
Isabella

- Es difícil, ¿verdad?

David se giró ante aquella voz, suave y femenina, que provenía de una de las esquinas de la sala. Sentada allí, con una bata forense, había una joven. Era muy delgada y su piel reflejaba cierta palidez, remarcada aún más por una melena tupida de pelo negro azabache. En realidad, salvo por el blanco de la bata, todo en ella era negro: botas militares negras, vaqueros negros, camiseta negra. Llevaba gafas de sol incluso en el interior de la sala, que junto a sus rasgos mediterráneos le daban un aspecto un poco extraño, como si en uno de estos puzzles de encajar partes de cuerpo de animales alguien lo hubiera dejado en modo aleatorio.

No hizo ademán de moverse y ni siquiera parecía considerar el agravio a la intimidad que era aquel gesto, y continuó hablando antes de dejar que el escritor la cosiera a insultos. O algo peor.

- Unos capullos han desangrado a tu hija solo para después tirar al río y fingir que se ahogó. Lo más probable es que esa sea la versión que salga en el informe. A Jean no le queda otra. Al menos conocía a Luca, y lo suficiente para tratarle por su nombre de pila...- Salvo que quieras mi ayuda. No puedo cambiar el informe, pero...puedo traerte sus cabezas en una bolsa.

Y por la determinación de su voz, aquello no era una metáfora.

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25/04/2013, 23:15
David Stanford [Superviviente]

David mesó el cabello de su niña. Intentó recolocar un mechón tras la oreja, en un movimiento característico y calculado tantas veces realizado, aunque no necesariamente a la pequeña. Soltó un gemido ahogado demasiado similar a una llantina cuando vio que, dado el estado de las mismas, no podía usarlas como soporte para nada.

No sabía absolutamente nada sobre medicina o tanatopraxia, pero comprendió que debía de haber una razón para que el cadáver estuviese edematizado. Nuevamente, en un atisbo de confianza y negación, no barajó que aquello se debiese a un río hasta que la joven se lo dijo. Miró el brazo. Aquello no era una extracción de sangre. Sabía lo que era calentar una cuchara sobre la llama de un mechero, e inyectar el contenido por la vena tras poner un garrote en el brazo. No porque lo hubiese probado en su sistema circulatorio, ni mucho menos, sino porque lo había visto, y sin necesidad de Trainspotting, la película favorita de su cría, lo cual decía mucho de ella.

- Lo siento- musitó con voz clara, suave y contundente tras haberse aclarado la garganta con tanto sollozo-. Nunca fui un buen padre. Merecías algo mejor que un ninfómano alcohólico más preocupado por beber, follar y escribir que por su propia hija.

Y sin embargo, mentía. David se echaba pestes a si mismo, culpándose de aquello y en una fase autodestructiva del proceso de superación. Un proceso largo y tortuoso lleno de rosas de espinas. Ciertamente, el dramaturgo se preocupó siempre por su hija, pero sólo ante cosas que consideraba vitales. Para él y su particular anarquía muchas cosas simplemente no requerían que tomase cartas en el asunto. De ahí que la niña no hubiese tenido un referente paterno normal y corriente.

Pensó en qué hacer. Podía ir tras el asesino, o podía dejar que Jackson se encargase de aquello. Joder, ahora tenía que cambiar la desaparición por asesinato, u homicidio, o lo que fuere. Por favor, que no tuviese que hacer él la primera llamada. Que sólo tuviese que declarar.

Se giró para ver la fuente de la voz. En un primer instante, pensó que aquello era un sueño, o un atisbo de locura. Que era uno de sus tantos momentos de vigilia donde siempre, motivo de su obsesión, aparecía una mujer en el lugar y momento más inesperado. David Stanford, en el fondo, era un hombre con motivaciones fáciles de comprender.

- No es fácil- se limitó a responder, mirándola sobre el hombro, ladeado, sin encararse a ella.

Volvió a su cadáver, al que plantó un beso a la mejilla y cubrió un tanto más con la sábana, tapando el brazo y el cuello, como si temiese que fuese a coger frío y constiparse. Como si aún fuese su niña y necesitase que la arropasen por las noches. Finalmente, aunque no había procesado bien a la mujer, se giró y echó a andar hacia ella, como quien elige tomar las escaleras mecánicas al cielo tras una despedida del mundo terrenal.

- ¿Tu nombre?- fue lo primero que preguntó, queriendo saber cómo había de llamar a la joven ante él. La tuteó, tal y como ella hizo con él. Diente por diente. Ojo por ojo.

La analizó. Luciría botas militares, pero probablemente no fuese militar. Lucía bata, por lo que trabajaba allí. Sólo así podía conocer tanto a Luca y encajar en el lugar. Sino ya podría haberla sacado con una mano en la nuca y otra en la baja espalda, tirando de la prenda blanca sobre el fondo negro.

- Eres poco más que una niña- añadió en tono crítico, pero más revelador que hosco, comentándolo sin más. Echó un ojo, nuevamente, al cuerpo de su hija, comparando la edad aparente de ambas-. Eres inteligente- o no sería forense o tanatopractora, o lo que fuere, a su edad-, y descarada- o no estaría allí, con él, rompiendo su luto-, pero dudo que supieses encajarme un puñetazo.

Se acercó a la joven, quedando a un palmo. Lucía la entereza parca de quien se sabe impertérrito ante cualquier femme, con un valor de hierro y una personalidad arrolladora. Se le sabía con un aire de inmanente dolor alrededor, flotando y haciendo de él un hombre peligroso, feral y tóxico, pero por herido de muerte que estuviese un cazador, su talento no se extinguía y moría con el sangrado.

Agarró una de las muñecas de la niña, con el pulgar por un lado y los dedos índice y corazón por el otro. La alzó, hasta la mejilla de un hombre cerca de los cincuenta, y la dejó allí, como una señal muda, un desafío sencillo y la voluntad de un condenado. Precisaba de un puñetazo para tomar constancia de la realidad, para caer a la tierra y sentir que estaba en el suelo, despierto, vivo y real. Necesitaba que aquella cría le tocase, tal y como había hecho Samantha, demostrándole quien era. Y necesitaba averiguar los talentos de la joven.

La entereza con que lo hizo fue envidiable para cualquier hombre. Sólo alguien con treinta años tratando con mujeres a sus espaldas hubiese podido hacer algo así. Estar en el particular, privado y anticipado velatorio de tu hijo, sólo bajo las luces celestiales de la morgue, contemplando al divino cadáver de la santa. Acercarse a una observadora, ataviada como una mezcla de profesional sanitario, soldado y su propia hija a juzgar por la vestimenta, el carácter y los rasgos. Hablarla como si él siguiese teniendo el control y mandarla con la autoridad autárquica de un rey diletante. 

Aquello ya no era un mundo donde David era un alegre e irreverente vividor que se follaba hasta el agua de las plantas, pero había cosas que nunca cambiaban, y en base a cada situación y contexto, los talentos de un hombre podían enfocarse de una u otra forma. Canalizar su esencia, su voluntad y su magnetismo hacia un fin sencillo y visceral. Conseguir una vástago en lugar de una reina.

- Hazlo- pidió, aunque su tono se debatía entre la orden y la aceptación a un ofrecimiento.

No dejó claro si se refería al puñetazo o a las cabezas en la bolsa, y ni él lo sabía. No le servían de nada unas cabezas en una bolsa, y no era en absoluto su estilo. Él los hubiese preferido vivos. Aunque quizás no hubiese tenido valor para matarlos si llevaba a término una justicia particular. No a sangre fría.

- Y explícame todo lo que puedas- añadió, refiriéndose al informe, y al por qué debía estar incompleto, ignorando la verdadera causa de la muerte, obvia para cualquier forense, pero también haciendo mención a por qué ella estaba allí, quien era, y qué quería, por qué estaba segura de poder cumplir lo que prometía. David Stanford no pensaba hablar tanto, pedir tantas cosas de forma explícita. Hubiese ido en contra de su intención.

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29/04/2013, 15:29
Isabella

La joven, aunque descarada, esperó a que David acabase de despedirse de su hija. Un beso de despedida para después tapar un rostro que sabía que no volvería a estar a su disposición. Era difícil, era un corte abrupto y violento, pero era necesario. El ser humano necesita el duelo para poder librarse del peso que supone la muerte, la pérdida.

- Isabella Luca.

Aunque fríamente sorprendida, la desconocida sonrió ante la mezcla de reto y petición susurrada del escritor. Los dedos de la mano de la chica, tan cálidos como si hubieran estado en agua caliente, se deslizaron por la rugosa piel del escritor acariciando el inicio de barba como quién analiza un instrumento a tocar. Una risa tenue y algo desnaturalizada, como la de alguien que no se permite el lujo de la diversión a menudo, surgió de sus labios.

El golpe fue seco: un suave movimiento de muñeca. No se percibió esfuerzo alguno en el brazo de la muchacha, tan fino como pálido. Y sin embargo ahora una dolorosa y cálida marca de cinco dedos enrojecía en la piel del escritor: suficiente para hacerle cerrar los ojos, suficiente para amenazar con trastabillar físicamente. Pero la vida es pura ironía y ese desequilibro físico solo causó que sus tambaleantes emociones tomaran pies en la tierra.

Su fuerza era envidiable. O mejor dicho: monstruosa. David había tenido su buena cantidad de peleas de bar, y había visto camioneros golpear más flojo. No estrictamente hablando, pero si en cuestión de esfuerzo.

Como si quisiera demostrar algo, la joven arreó un puñetazo ante el dolorido escritor, pero esta vez sus nudillos se clavaron en el metal del armario donde reposaba algún que otro pasado a mejor vida. El metal se quejó ante el golpe,  vibrando y cediendo con miedo. Los ojos de David se abrieron con sorpresa, una mezcla de incertidumbre y dolor empático. Pero al retirar el puño los nudillos de la joven seguían intactos, mientras que el cajón lucía el deplorable aspecto de algo que sabes que nunca podrá volver a abrir.

- Las apariencias engañan. se limitó a decir, como si aquello fuera algo normal en su vida. No soy normal, pero tampoco lo ha sido el asesinato de tu hija.

Tomo aire. En ellas las reacciones parecían demasiado comedidas, calmadas, como quién ha vivido tanto que no puede volver a sentir como la emoción de antes. Sin embargo David podía percibirlas. Era un animal social, un auténtico predador, y su especialidad eran las mujeres. Tantos años en busca de todas y cada una de ellas, tantos años de devoción a una familia únicamente femenina se traducía en un conocimiento instintivo. Y sus vísceras doloridas le decían que aquella chica estaba en una diatriba, intentado respetar una distancia que tenía que romperse si o sí. 

- Clare murió desangrada y su cadáver fue lanzo al río para fingir un ahogo. hizo una leve pausa para que el escritor aceptase la nueva cara de la muerte de su hija. Sin embargo y pese a extraño que pudiera sonar el modus operandi, Isabella no parecía muy sorprendida. Nueva York esconde una amenaza para todos, pero hay quién saca beneficio y la oculta. Y es lo bastante poderoso para obligar a quién desee a que suceda así, parece ser...Torció la nariz. Leí tu blog, y estoy segura de que podría encontrar al asesino de tu hija. No se quién es, pero se que es. Suspiró. Y David juraría que era el mismo aire que acababa de coger bastante antes. Pero yo necesito que me ayudes a buscar a alguien.

- Eres un hombre inteligente. Pero quiero estar segura de que quieres aceptar este trato antes de hacerte ver cosas que pueden no gustarte.

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29/04/2013, 20:12
David Stanford [Superviviente]

El puñetazo sacudió a David con una certeza simple. Isabella pegaba como una mujer. No como una niña. Un puñetazo así sólo podría haber sido descargado por alguien que albergaba en su yo más oscuro e íntimo el vivo reflejo de la ira. Daba igual que uno se vistiese de santurrón. Sólo el cura menos católico podía dar una ostia consagrada de ese calibre.

Estoico, a sabiendas de que le habían partido la cara muchas veces, David compuso una mueca de molestia y cuadró el rostro, recobrando la expresión de entereza y su actitud agresiva. Mientras tanto tenía que encajar el nombre. Hija de Jean, o, como mucho, sobrina. Sea como fuere, que compartiesen lugar de trabajo y apellido era demasiada casualidad.

Era sorprendente cómo en años siendo su médico nunca le había hablado de la cría. Quizás porque, dado el historial del hombre, lo más probable era que ya se hubiese acostado con ella, y eso no hubiese sido algo en absoluto bueno para el negocio que tenían el matasanos y el dramaturgo. Una relación empleador y cliente muy provechosa, y una pena perderla.

Ante el nuevo golpe, esta vez contra el contenedor de un cadáver, David sintió una mezcla de pena, temor y confusión. Pena por el muerto, pues si allí dentro hubiese estado su hija ya habría tomado por las muñecas a Isabella gritándola como un energúmeno, escupiendo saliva. Temor porque, hasta donde David sabía, aquello no era posible. Una joven de ese músculo no era capaz, ni por asomo, de combar el metal con su mano desnuda, y mucho menos de salir indemne. Si él se agrietaba los nudillos golpeando a un ser humano, imagínese contra aleación.

Esperó impertérrito, guardándose sus sentimientos, hasta que ella terminó de hablar, aunque un tenue parpadeo, con un rictus triste y una fuga de aire por la nariz se mostraron al oír cómo había muerto su hija. No podía evitar mostrar una mínima debilidad al oír algo que le resultaba tan, no sólo doliente, sino degradante. Clare merecía mucho más que acabar sus días desangrada y en un río. Sin boda de blanco ni bodas de plata ni de oro. Sin hijos y sin nietos. Sin un padre en el asilo, tras una vida de viejo Hugh Hefner, y sin un padre muerto con una estatua irreverente en el cementerio y un epitafio que rezase "Que os den por el culo, cabronazos".

- El mundo no necesita más libros sobre vampiros- fue lo primero que dijo David, componiendo una sonrisa triste, como si con esa reflexión lo dijese todo.

La fuerza de Isabella, bien unida a un trabajo con muertos y a una existencia llena de ira, conteniendo a la bestia que todo ser humano llevaba dentro, clamando por egoísmo y satisfacción personal, por actuar de una forma primitiva y animal, como todos hacían pese a vivir en el siglo veintiuno. La forma en que Clare había muerto.

Tomó, ignorando la peligrosidad que encerraba Isabella, la mano que descargó el golpe entre las suyas, con una suavidad inherente. Y sin embargo, aunque iba cargada con su habitual caballerosidad y maña, no parecía pretender ser halagador, y sus ojos eran el vivo reflejo de la observación. Analizando la textura del brazo, cómo decía la piel al presionarse ligeramente bajo un dedo. Ver cómo la sangre volvía a la zona tras dejar marcadas las yemas de forma amarillenta. Buscar el pulso en las venas de la muñeca, no sólo por adivinar si estaba nerviosa o calmada, y, por supuesto, evaluar sus uñas, la temperatura, la dureza, su aspecto fibrado.

David no era un jodido mago de la investigación, pero no era gilipollas, y las manos de una persona podían decir mucho. Él no sabría distinguir si la cianosis o uña morada o azulada significaba algo, pues sus conocimientos médicos no daban para tanto, pero podría adivinar si fumaba, si se mordía las uñas, y todo lo citado anteriormente, pues sólo un auténtico incompetente, en un entorno solitario y sin distracciones, no sería capaz de analizar aquello.

- Nada es normal, Isabella. Ya deberías saberlo- respondió el escritor inicialmente, en su búsqueda, sin mirarla a los ojos, asumiendo cómo se sentía y qué buscaban sus pupilas-. Otra cosa es que llegados a este punto lo parezca. Un asesinato de por si no es normal. Y la gente como nosotros de por si, somos aún más extraños que los demás. Porque vivimos al margen del rebaño. Y cada vez somos más.

Alzó por un instante los ojos hasta la pequeña, taladrándola con una mirada cargada de coraje y una sensación de invulnerabilidad. Había llorado durante horas, y ahora danzaba en ese punto del luto donde uno, tras asimilar el dolor, lo interiorizaba, proyectando una máscara y un halo de sufrimiento que le acompañaba a todas partes. La situación acompasaba. Situaciones no creíbles para alguien pragmático y escéptico como David.

- Pero, como todos, y me incluyo, me dices que no eres normal porque anhelas que te considere especial- tras espetarle eso con rotundidad volvió a la mano, analizándola como quien evalúa las joyas de la corona-. No me importa quien sacó de su mano por un tubo la sangre de mi hija- añadió, uniendo un par de piezas bastante obvias.

Sonrió ligeramente por un segundo. Clare también torcía la nariz.

- No me descubres América- en otras circunstancias hubiese dicho "la gran polla de América", pero no estaba para ese tipo de bromas en aquel momento- diciéndome que en Nueva York hay chicos malos- añadió con cierta sonrisa socarrona, no exenta de tristeza, incluyéndose, y añadiendo, en realidad, a políticos, empresarios, jueces, asesinos, traficantes y demás calaña-. Me importa enterrar a mi hija, consolar a mi esposa, y ahogarme en un mar de alcohol y coños hasta que alguna me asfixie demasiado fuerte.

Se lo tomaba con calma, pero estaba acabando con la mano. Su tono, pese a ser duro y realista, no era grotesco u ofensivo. Era explicativo. Aquel no era lenguaje que no saliese en sus novelas. No era sino triste sinceridad de alguien que no se recrea en algo divertido, sino en una propia celda para su alma condenada. Algo que Isabella bien podría entender.

- Pero quiero que lo encuentres, claro- añadió con una sonrisa ligeramente macabra, rota-. Todo condenado tiene una última voluntad, ¿verdad?- soltó la mano, mirándola nuevamente a ella, pese a la falta de distancia. Asumía que ella conocía la respuesta-. Envidio que tengas el estoicismo del que yo carezco- mintió, pues podía referirse a la mano, pero hablaba de su carácter, y ciertamente, no la consideraba tan fuerte. Sólo era una mentira piadosa-, y me halaga que tengas buen gusto- añadió refiriéndose a su blog-, pero no cometas el error de subestimarme. He visto y tragado demasiada mierda como para que una niña como tú pueda disgustarme ahora.

Aquello era un órdago. Un farol en el poker. Una forma de retarla descaradamente, valorando cómo jugaba el orgullo de la pequeña. Ciertamente, quizás podría sorprenderle. Podría revelarle cosas que él quizás no sabía. Podría asustarle. Pero no disgustarle o desengañarle más de lo que estaba.

- Llevo décadas pactando con el Diablo, y tú respiras como él- añadió sin perder comba de cómo se viciaba con el mismo aire. De haber sabido de medicina, apostaría a que si aspiraba por sus labios se ahogaría con un aire tan estancado-. Ilumíname, llevo toda la existencia deseándolo.

Súbitamente, descargó un puñetazo al lado del de Isabella. Con todas sus fuerzas. Lo peor que podía hacer era sangrar un par de gotas más. Y él tenía más músculo que ella, seguro. Tras ver las estrellas, cerró los ojos y se apretó los nudillos de dolor, pero abrió los ojos y miró la zona del impacto, ansiando confirmar que su golpe había sido más débil que el de ella. Y sin más, la miró, a la espera de ver cuán hondo había calado su discurso. Su Oratoria. Su Carisma. Su Charlatanería. Aquello que le hacía notorio ante el rebaño.

Era obvio que, muchas cosas, David las exageraba, recargando la situación con lo que era preciso para el momento. Seguía siendo escéptico, pero sumido en aquellos momentos donde la realidad perdía su nombre para unirse a la locura temporal y la confusión aguda, insuflada por el dolor, la desesperanza y las incoherencias, el hombre sino decorar aquello con su propio pincel.

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01/05/2013, 18:36
Isabella

La mano de Isabella tenía un aspecto bastante normal: algo más pálida y pequeña. Sus uñas era perfectas, sin pintar y sin morder, pero la palma wra más callosa de lo que son las manos de las chicas: roces por todas partes se habían ido convirtiendo en durezas. Una mezcla de manos de princesa, matón y granjero. Y eso sin contar que parecían una puñetera estufa. 

- Si te subestimara no estaría aquí, Stanford. Declaró con tranquilidad, mientras dejaba que el escritor analizase su mano. La frase venía a ser un "nunca hago nada sin estar completamente segura" muy disimulado, pero no lo suficiente para ser pasado por alto a oídos del escritor. El lenguaje tiene pocos secretos para alguien que trabaja y vive de él. 

Pero el puñetazo del escritor impactó contra la estantería de todas formas. El golpe sonó hueco, el alivio de saber que no estaban alterando el descanso eterno de algún pobre capullo. El dolor en los nudillos sin embargo no fue tan agradable, y David tardó un poco en retirar la dolorida mano de su diana. 

El metal se había combado bajo su golpe, tomando una forma irregular que no llegaba a coincidir con su mano, adoptándose con terquedad a su nueva forma. Pero las marcas distaban mucho de conseguir la profundidad y definición del golpe de Isabella: los nudillos de la joven habían golpeado como un percutor la superficie, dejando a claro a David lo que ya sabía.

El mundo no era normal. Isabella tampoco.

La chica contempló la escena con sangre fría. Era dificil atravesar su mirada apagada por el cristal de las gafas, pero había algo en su gesto que dejaba claro que aquella demostración le había parecido un poco inútil. Echó mano a sus gafas de sol, sujetando las patillas con parsimonia.

- Ojala tuvieses razón, pero temo que mi caso es otro. Retiró los cristales de sus ojos, cerrados, que sin embargo se iluminaron de un azul casi fluorescente al abrirlos. Fue un choque repentino, como bucear en un tanque de luz clara.

Y lo peor es que no era una metáfora.

Su ojos brillaban de verdad. Era un efecto tenue, que se reflejaba en una suave sombra velada por sus pestañas en las mejillas. Era algo apenas perceptible, un error que uno podía atribuir a la vista cansada o algún traspiés de la iluminación. Pero era real. Una luz azulada como la de los efectos especiales, como la de los objetos cargados de una energía potente e imparable.

- Alguien ha extraído sangre a tu hija, y dudo que para venderla. Dos y dos me dan vampiros, por mucho que concuerde contigo y sus puñeteros libros melodramáticos. dijo, con un resoplido que demostraba su hastío hacía la generación de libros. Existen. Puedes creerme o no, no me importa. Lo importante es que huelen a muerto, y puedo encontrarlos. Puede que no encuentre al de tu hija al principio, pero todos se conocen. Y hablan igual que el resto cuando empiezas a partirles huesos. Sonríe con algo de prepotencia, como si la idea le divirtiese.

- En lo que a mí respecta, Los dos faros azules de la chica se dirigieron al escritor. estoy aquí por que alguien se ha puesto a jugar con los conceptos de vida y muerte, y bastante tuvimos con mi generación. Puedo rastrear de donde vienen, pero necesito que me ayudes a encontrar al verdadero culpable. No voy a liarme a hostias con todo un bloque de edificios.

Notas de juego

Posible edición posterior, pero para que vayas pensando.

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05/05/2013, 22:47
David Stanford [Superviviente]

David Stanford compuso una mueca dura y hosca. Mostraba enfado, ira contenida, y desagrado.

- Tiene usted un sentido del humor pésimo- fue lo primero que dijo-, y esto me parece un insulto a mi inteligencia.

El novelista se dio la vuelta y comenzó a negar con la cabeza. Vampiros, sí. Por supuesto. Si le hubiesen dicho que la polla del presidente negro brillaba con el color de un sable láser o un pitufo, se hubiese reído asumiendo que nunca debió probar esos preservativos que brillaban en la oscuridad.

Si Isabella se había comprado las lentillas más caras de toda la tienda, tanto más de lo mismo. Pero era simple y llanamente insultante. Desconocía si Jean estaba en el ajo, pero esperaba sinceramente que no. No le creía capaz, y si lo era estaba más que claro que había mezclado muy mal el alcohol con las pastillas. El hecho de que, por otro lado, Isabella hubiese podido ocultarle su afección sobrenatural a Jean era aún más irrisorio. Hablábamos de un médico. Un hombre que sabía los límites y el funcionamiento del cuerpo humano. A ver qué justificación le daba a aquello.

Y sin embargo, la sobrehumana fuerza de Isabella hablaba por si sola, rompiendo todos los esquemas del escritor. Uno que se sentía tremendamente ofendido. No alcanzaba a entender todo aquello, y le había seguido la corriente a la chica, pero decirlo todo de una forma tan abierta y sólida le obligaba a aterrizar en el mundo real. Y allí los vampiros eran fantasías de malfolladas e imbéciles a partes iguales.

Soltó aire por la nariz, hosco, y se giró con un dedo en alto, balanceándolo. Su rostro, incrédulo y escéptico, reflejaba su mera esencia. La de alguien enfadado con el mundo, que se sabía poseedor de una arrolladora personalidad dominante revestida de una máscara de inocencia y aceptación.

- Supongamos por un momento que me creo tus jilipolleces- dijo por un momento, a sabiendas de que no se había pasado toda la vida riéndose de lo sobrenatural para que ahora se lo revelasen como cierto-. ¿Qué cojones eres tú? Porque me ha quedado muy claro que, al parecer, morirías si te partiese el cuello. Como todo hijo de vecino. Pero también parece que yo sería incapaz de hacer eso- se acercó a pasos de gigante, bastante enfadado.

Era el tipo de momentos en que podía ponerse a repartir botellazos o insultar al presidente del gobierno y amenazarle de muerte. El instinto de supervivencia de Stanford a veces brillaba por su ausencia, y su tacto, también. La cantidad de veces que le habían llamado de todo por ser brutalmente sincero eran incontables.

- Mira, voy a intentar ser paciente y no avisar a tu padre, a tu tío, o a quien coño sea Jean para ti- señaló la puerta por la que había entrado, al otro de la cual debía estar Jean. Sólo faltaba que le dijese que Jean era una tapadera-. Pero si quieres que en una hora, día y lugar como este siga dedicándote un mínimo de atención, vas a tener que acatar mis normas. Porque está claro que me quieres para algo, o no habrías venido aquí a molestarme de esta forma.

En el universo de David, la gente no era altruista, e Isabella, menos. Todos querían algo, y ella no estaba allí sólo para ayudarle. Desde luego, sabría pelear, rastrear, y tendría cultura de la sociedad vampírica, pero tenía la maña para dar noticias bastante atrofiada. Algo seguramente adquirido gracias a sus vivencias.

- Punto uno- levantó el índice-. Explícame que coño te pasa en la cara, ojitos tiernos, y desde cuando. Y no me refiero al hecho de que necesites cuatro polvos bien pegados- giró el dedo en círculos señalando de forma vaga la cara de la joven. Entre tanto, el hombre seguía escupiendo un rostro molesto e incrédulo. Se refería a los ojos, por supuesto, lo cual apuntó señalándose los suyos con índice y corazón. Aunque desde luego un par de orgasmos no la vendrían nada mal para relajase un tanto y mostrarse de una forma más agradable-. Y si es algún tipo de enfermedad seria, lo siento, pero es que me estás tocando mucho los cojones y no de la forma en que me suele gustar.

David Stanford era un encanto. Pero era un auténtico desconsiderado, malhablado y ofensivo desgraciado cuando algo le ofendía hasta el punto de no poder seguir. Y Isabella no sólo había criticado su gusto literario, y sus obras, lo cual le agredía sobremanera, sino que venía allí a decirle abiertamente que todo lo que siempre había considerado supercherías de tarot era real y tangible. Podía llegar a darle cierto crédito henchido de dolor y de forma velada, pero si directamente le decía que los vampiros existían, y menos con una forma tan falta de tacto.

- Punto dos- sus ojos graves la miraron desde abajo, con una O en los labios como quien intenta explicarle a un niño estúpido cómo se pronuncia-. Explícame quienes sois los de vuestra generación, qué demonios os pasó y qué clase de esteroides os dan dado para arrear esas ostias.

El hombre contuvo el impulso de aferrar un brazo de la chica, a sabiendas de que no era en absoluto su estilo, y que llegar a las manos con una mujer era algo de lo que todavía no había pecado.

- Punto tres. Qué necesitas que haga, qué sabes sobre tus chupasangres- fue a decir chupatintas, pues para él el mundo era mejor sobre papel escrito, y fue a decir parásitos, pero era un término demasiado general tal y como estaba la actualidad-, y ahórrate los chistes sobre política, hacienda y las quinceañeras- sabía que lo haría, pero esas tres cosas eran los chupasangres para él. Y los abogados. Y su agente en tono cariñoso-. Sólo quiero saber si voy a tener que inflarme a comer ajo y echarles el aliento. 

Cansado, el hombre apoyó una mano sobre un contenedor. Se pasó la mano por el rostro, apartándose el pelo, y siguió tras negar con la cabeza.

- Y punto cuatro, deja de correrte mientras hablas. Da la sensación de que disfrutas demasiado con esto, y por si no te has dado puta cuenta, esa de ahí- señaló el cuerpo en horizontal, bajo la sábana- es mi hija. Y ella no se va a levantar con un par de bombillas en los ojos- pensó inmediatamente, casi sin pretenderlo, en los mundos de Coraline, película que tuvo que tragarse con Rebecca, su hija pequeña.

Pocas veces, muy pocas veces, David había mostrado de una forma tan abierta su enfado. Pero aquella situación era del todo excepcional, y requería medidas excepcionales. El hombre no sólo proyectaba una atemorizante máscara de miedo, una que alguien como Isabella, si era tan vieja y curtida como en el fondo pensaba, resistiría sin problemas.

Pero bajo eso, David sabía que Isabella se creía todo lo que estaba diciendo, y que no era ninguna broma. El problema era que para alguien como el dramaturgo, aceptarlo esa soberanamente difícil a la primera de cambio. Si hubiese tenido una prueba más radical e irrefutable que los ojos, todavía, pese a que sabía que aquello tenía pocos boletos para revestir de explicación racional.

Más calmado, el hombre suspiró, relajando el pecho con una especie de sonrisa durante el cigarrillo de después.

- Necesitaba esto- dijo al fin-. Demasiada basura en muy poco tiempo. Pero lo decía en serio. Lo de los orgasmos también. Si no puedes salir a comprar de día yo tengo pilas en casa para el vibrador.

La miraba a los ojos, guardándose para si la inquietud que le provocaba mirarlos. Y pese a todo, era fácil entender que aquello era un mecanismo de defensa. Se sentía ofendido, así que cargaba con su lenguaje más habitual, transformado para la ocasión. El sexo era algo de lo que siempre había podido presumir, así que era algo con lo que podía intentar insultar a los demás, a sabiendas de que por comparación tenía la batalla ganada.

Eso y que, ciertamente, Isabella no debía de ser una persona que se diese demasiadas alegrías en ese aspecto.

Notas de juego

Sé que es un suicidio, pero David no hubiese hecho otra cosa. De hecho, en aras de no eliminar totalmente el futuro de la relación y seguir adelante con la trama, hemos suavizado un poco la cosa. Sí, la hemos suavizado. Si consideras que ha de tirar Intimidación o gastar DD para no morir por rapearle la boca a una entidad sobrenatural con fuerza sobrehumana, adelante. Sino, un placer xD

Respondo ya en vista de que no hay edición, por cierto.

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06/05/2013, 17:26
Isabella

La sonrisa del escritor duró poco, anunciando su final con un tenue gruñido.

Fue como un balazo. David oyó antes el golpe contra la taquilla metálica que sintió el dolor en la espalda, tan repentino que lo dejó sin aire. La chica le había alzado sin esfuerzo alguno del suelo, sujetando el cuello de su chaqueta. Las puntas de sus pies apenas conseguía rozar la tierra y, por primera vez en su vida, poder mirar a alguien por encima del hombro le produjo la mayor sensación de debilidad que había sentido nunca.

No sabía que frío se clavaba más, si el del metal contra su nunca o el de los ojos furibundos de la chica.

- Punto uno. Repitió con sorna, aunque su cabreo estaba en un nivel monumental. Tan cerca como estaba, David se dio cuenta de una cosa: el único aire que exhalaba era el que usaba para articular sonidos. Los no muertos hechos como Dios manda, o ghouls, estamos animados por magia que alimentamos comiendo tejidos vivos. Si fuera tan fácil de entender habría miles como yo, pero así en resumido nos meten un pelotazo de energía que satura el cuerpo y lo mantiene animado mientras la fuente se alimente. Puedes pensarlo como si estuviera llena de esa cosa nuclear verde que veis en las películas y en vez de plutonio me comiese a los hamsters de la tienda de animales. añadió, con frialdad.

- Punto dos, generación del 1123. Ciudades estado italianas, no se si te suena. Está como al otro lado del océano. El insulto a la inteligencia de David no era tanto a nivel personal como a la innegable tendencia norteamericana a ser el ombligo del mundo. Generar soldados casi inmortales de cadáveres que se alimentan de los cuerpos caídos del enemigo les parecía una buena idea para ganar las guerras, hasta que no supieron que hacer cuando no había cadáveres enemigos que comer. Y hay que hacer algo más que partirnos el cuello para matarnos, al menos cuando estamos bien hechos.

- Punto tres. Tu no puedes partirle las piernas a los putos vampiros porque de una hostia te matan a ti, a la hija que te queda y a todas las putas generaciones venideras. La condescendencia por el luto de su hija desapareció completamente de la voz de Isabella dejando una cosa clara: a sus ojos, solo estaba ofreciendo una capacidad de redención al escritor. Y no pensaba aceptar que el perro viejo mordiese la mano que le daba de comer...y menos cuando esta podía arrancarle la mandíbula de cuajo. De eso me hago cargo yo. Tu tienes que ayudarme a averiguar de donde coño han salido los dos ghouls mal hechos que me han anunciado y yo me cargaré a ese hijo de puta.

- Punto cuatro.  Isabella soltó aire exasperada, dejando que David cayese de nuevo al suelo. Los brazos de la chica parecían ahora más relajados, pero sus dedos seguían crispados como si en realidad lo que quisiese fuera abrir el cráneo del escritor como si fuese un melón maduro.  Si disfrutase bajando a esta puta mierda de ciudad que huele a una mezcla de fábrica de chinos y vertedero industrial concentrada y buscando al tio más jodídamente cínico de toda la panda de gilipollas que en ella habita y que encima esta en un puto shock traumático, me lo haría mirar. Pero por suerte no lo hago.

Con un par de pasos se alejó del escritor y volvió a sentarse en la silla en la que David la había encontrado. Era obvio que seguía molesta, pero su ira parecía haberse al menos estabilizado al "aclarar un par de puntos". Quieta en tensión. Como una estatua de cera totalmente descontexualizada.

- Jean es mi no se cuantos nieto, perdí ya la cuenta, pero tampoco es que importa mucho. Añadió, al final. Se llevó la mano a la cabeza y se rascó la nuca con insistencia. David no sabía si había ignorado el tema del sexo a propósito, pero desde luego no era el mejor momento para volver a preguntar. No parecía demasiado culpable por lo que había hecho, pero si de que no había ayudado precisamente a su buen comienzo. Entiendo que esto es difícil de digerir, pero ninguno de los dos tenemos tiempo para estupideces. Puedes aceptar mi oferta o no, pero no sigo las normas de nadie, Stanford.

Se levantó de la silla casi como un resorte, encaminándose hacía la puerta de la morgue. Andaba con la suficiente determinación como para dejar claro que iba en serio: podía hacer lo que demonios quisiera hacer con o sin él. Estaba solo en las manos de David el saber si quería o no dejar pasar su oportunidad de vengarse y jugarse el tipo en un mundo hasta ahora desconocido o llevar el duelo como un padre de verdad y organizar el funeral de su difunta hija... 

- Mañana estaré en la plaza de hielo de Rockefeller. Anunció Isabella, de camino a la puerta. Giró levemente la cara, sus ojos fulgurantes mirando por última vez al escritor antes de que se bajase las gafas.  A las 8 de la tarde. Tu sabrás.

Notas de juego

Tienes mínimo un post de reacción, que puede ser más si se entabla dialogo, obviamente.

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07/05/2013, 21:40
David Stanford [Superviviente]

David soltó el aire que había estado conteniendo. Sus ojos destilaban vinagre bajo una cándida llama. Era una mezcla desigual de desagrado, aceptación, y la sensación de haberse convertido en una entidad omega. Toda la puñetera vida de Dios había sido una persona beta, superior al resto pero incapaz de alcanzar la cima del mundo por propias taras de su código moral. Ahora, en un mundo como aquel, toda la raza humana eran vinos jóvenes en un minibar. Y no era un símil muy desacertado, pues eran eran bebidas consumibles. Recipientes, se diría.

Ciertamente, no podía negarlo. No por sus palabras. Eso podía decirlo él. Podía decir que su polla concedía deseos si la frotabas con bastante fuerza. Cómo Isabella había reaccionado ante sus palabras, y la pura determinación envenenada de su enarrada historia, eran combustible para la credibilidad. Y el hecho de que se sentía como un pajarillo levantado por su madre a ver si volaba o se estampaba con el suelo metros por debajo de la rama.

- De acuerdo, Bellankamon- dijo el hombre con una voz que destilaba, sobre una capa de suficiencia y sátira, cierto respeto ligado al miedo. Su nombre era una parodia a Tutankamón, por supuesto, fusionándolo con el propio-, admito que te conservas muy bien para tu edad. Yo también estaría amargada. La verdad, no sé cómo has aguantado tanto sin volarte la cabeza.

Se notaba que aún le costaba asimilar los detalles, pero para él, lo esencial era decir eso. Demostraba, no sólo que intentaba aceptarlo a paso lento, manteniendo una actitud defensiva de incredulidad, pese a que, si se molestaba en un emplear un tono excesivamente paródico era porque daba crédito a sus palabras. En el fondo, bajo la superficie, no era sino una forma de decirle lo que para él era importante.

Y es fácil intuir en qué pensaría primero un hombre que vive en el límite de la vida y la muerte, pero de una forma mucho más efímera. No sólo pensaba en que, ciertamente, pocos purgatorios podría haber peores que la vida eterna. Tal y como estaba el hombre, sólo su esposa y su hija le animaban a sobrevivir. Y de perder a la primera, ni siquiera sería capaz de evitar pegarse un tiro con una recortada de dos cañones.

Pero no podía quedarse de brazos cruzados ante algo así. Ciertamente, en lo más profundo de Straford, la idea de poder patearle el trasero a una entidad sobrenatural, aunque fuese el último mono, era algo de lo más delicioso. Sería, quizás, la forma más gratificante de morir que pudiese concebir. Sólo salida de una de sus pesadillas. Vampiros. Le costaba un imperio asumir con todas las consecuencias lo que debía de ser algo así.

Lo cierto es que obvió la parte en la que Isabella comía tejidos. Simplemente no la computó, pues había demasiada información que procesar, y que fuese una especie de caníbal mística milenaria se le antojaba ya jodidamente extraño. Más de lo que podría soportar. Y casi mejor, porque sino su primera visión hubiese sido la de un pene arrancado a mordiscos. La cara de dolor interiorizado y desencajado hubiese sido brutal. Hizo lo propio con el hecho de que había seguido su árbol genealógico durante novecientos años hasta cuadrarlo con Jean. Pero entendió por qué ese lugar para presentarse.

- Pero tengo un par de preguntas. Por qué y si puedo salvarla- el hombre avanzó un par de pasos, intentando superar el terror primigenio que le evocaba alguien como Isabella, de quien no huía por el mero de ser un hombre roto, desesperado y que había llegado al punto en el que daba igual cuán espectral resultase todo-. Hay miles de asesinatos cada día. Decenas provocados por vosotros. Seguro que a más de uno se le va la mano mordisqueando muñecas. Por qué yo. ¿Qué me hace especial?

La pregunta no era, como tal, qué hacia especial a David. Él sabía muy bien qué tenía especial. Sabía que era el hombre al que todos miraban con una mezcla de incredulidad y asombro, sin procesar del todo cómo ese individuo podía tener tanta "suerte" en determinados ámbitos bastante obvios.

No. La pregunta era qué le hacía especial para Isabella. Ella tenía novecientos años. Casi. En nueve añitos podría celebrar su milenio de edad como cadáver ambulante. Un cadáver cálido por alguna razón que no atinaba a procesar, pues debía de estar relacionado con su naturaleza excepcional dentro de lo que ya era calificable como tal.

- No se trata del asesino. Se trata de mi. No sabes quien es él- podía tratarse de él de varios modos, pero era ínfimamente probable y no iba a extenderse tanto por posibilidades muy cogidas con pinzas-. Entiendo que mi cerebro enfermo y todos mis kilos de yo sean papel matamoscas para las emocionalmente desequilibradas- hablaba como un embaucador egocéntrico, pero destapaba a plena vista que se trataba de una broma-, pero tú has visto todo lo que se puede ver- ladeó el rostro, pensando. Lo cual puede llegar a ser interesante en cierto modo-, así que no lo entiendo. Me parece demasiado. Yo nunca aspiré a que una tía de novecientos años me pidiese ser su detective.

Miró al cadáver de su hija y apretó los dientes ligeramente. Se había permitido el lujo de ser él por un momento, reprogramado para ser útil de la única forma en que sabía. Con un lenguaje malsonante cargado de su magnetismo social. Verla otra vez le devolvió un peso en la espalda. Y se sintió mal por poder ser capaz de lucir, otra vez, ese comportamiento tan rápido.

Tenía un gran aliciente, y buenos catalizadores, pero seguía esperando más de si mismo. Un poco menos de tolerancia al dolor para seguir mostrando con una personalidad tan radiante. Algo que palió metiéndose una mano en el bolsillo. Podía sentir el móvil echando humo.

Su plan era sencillo. Regalar los beneficios de su último libro publicado al tío que descubriese la identidad del asesino. Seguía siendo improbable, pero debía intentarlo. Era mucho dinero, el suficiente para que todo el musgo se moviese con un aliciente más allá del fanatismo o el altruismo. Pero una cantidad asumible para que no tocase demasiado su economía en un futuro. Ni la de su familia.

Por otro lado, tenía que hablar con el policía, y salir a calle al ver el verdadero impacto de aquello. El Lumiere debía de echar humo, y a saber qué matones podrían custodiar ahora la casa del ruso, que sin duda estaría maldiciendo a David y la hora en que decidió ayudarlo. Si es que aún lo hacía. Buscar a la cría. No descartaba que pudiese ser mínimamente relevante al ser quien le había dejado fuera de juego.

Pero, más allá de eso, sabía lo que debía hacer. Ordenar a su agente que levantase un puto muro que le permitiese seguir actuando. Tenía que encargarse de retrasarlo todo. Y a eso debía ayudarle Lew. Él no podía encargarse del funerario. Su mujer quizás le matase, pero terminaría aceptando que sólo se inmolaba para salvar a su hija.

- Lo otro es mi hija. Si dices que existen los vampiros, y lo que demonios seas tú, es posible que existan más. Debe de haber algo, lo que sea, que la permita volver, aunque sea a un precio- su tono era claramente desesperado, pero cierto. Estaba dispuesto a quemarse donde fuese para que su niña volviese a abrir los ojos. Algo quizás imposible, pero debía aferrarse a cualquier esperanza.

Tenía que decírselo a Clare. Se enteraría igual aunque no viese el cadáver. Ya había soltado la bomba en internet. Por suerte aún no lo sabía. No había llamado. Lo diría, haría lo necesario y se iría. La dejaría con acompañada todo el rato, con la esposa de su agente probablemente, y ya. Mientras este lidiaba con quien se le refiriese y orquestaba por menores para dejarle actuar, él debía encontrar al asesino.

Y sabía por dónde debía de empezar. El Lumiere. Ese camarero iba a decirle todo lo que supiese. A las buenas o a las malas. No podía ser tan difícil como Jack.Y por suerte David tenía todo un puto ejército de colegas famosos que le darían bola a su noticia. Tantos guiones de película escrita, tantas biografías tintadas y tanta historia para sacar dinero y mantener su tren de vida debían de dar sus frutos. Quizás ni siquiera él hubiese puesto precio a la cabeza del susodicho, aunque eso, dicho de esa forma, fuese ilegal.

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07/05/2013, 23:12
Isabella

Isabella se detuvo antes de salir. David sabía por qué: su última afirmación. El resto de comentarios habían sido ignorados. Pero la petición desesperada de un padre fue suficiente para hacer que la no muerta se detuviese, antes de responder sin mirar al escritor.

- Lo hay. Pese a la esperanza que creaba la frase, nada en su tono oscuro reforzaba aquella idea de segunda oportunidad.  Pero no conozco a nadie que pueda hacerlo. Al menos bien. Y si lo conociese, probablemente lo mataría. respondió con partes iguales de sinceridad y frialdad. Daba igual lo que llorase el escritor, sabía que la certeza de esa última afirmación no cambiaría.

Para eso había venido a Nueva York. Y eso iba a hacer.

La joven (o anciana, si se escuchaba a su historia) se giró entonces para encararse al escritor. No se movió de su puesto, peligrosamente cercano a la puerta, aunque la nueva actitud algo más dócil de David pareció convencerla de que lo único que necesitaba aquel hombre era una oportunidad de entender las cosas.

Y cerrar un poco la bocaza de vez en cuando, para que negarlo.

- Los vampiros son distintos a nosotros. Al parecer hasta con los no muertos había distinciones. David no podía saber si era un snobismo extraño, un orgullo racial o una diferenciación extrema, pero hasta muertos seguían siendo hombres y temerosos de lo diferente ¿no?. Viven entre hombres, disfrazados. Disfrutan jugando a cazadores, pero no suelen matar. Porque entonces llaman la atención y alguien les aplasta de nuevo a sus tumbas. A Isabella no le gustaban los vampiros. Eso estaba claro.  De los nuestros cada vez quedan menos. Había un leve tono de tristeza en su voz, pero desapareció rápido. Nadie más nos fabrica. Y mejor. Vivimos aislados donde podemos alimentarnos de la caza sin alterar el equilibrio.

Por un momento Isabella cerró los ojos. Ciertamente, sin aquella luz extraña iluminando su rostro, tenía el tétrico aspecto de un muerto. Uno reciente, pero un muerto. Y aún así su cuerpo tenía un extraño calor, el de la magia de siglos que ardía por sus venas manteniendo inalterable un sistema muy por encima del humano...

- Nuestra sangre está corrupta, pero nuestra maldición no se transmite completa. Podemos transmitírsela a alguien contagiando su sangre, pero no habrá energía que la potencie y un cuerpo no puede soportar la presión. Se descomponen con rapidez y se convierten en bestias babeantes deseando alimentarse solo para mantenerse en ese estado precario. No sonaba como un gran destino: esa vida peor que la muerte de la que hablaban tontamente algunos románticos sin saber el dolor que era perder a una hija...

- Aunque se pudiese...la inflexión de su voz dudó durante un milisegundo, antes de continuar tu hija volvería teniendo que comerse algo vivo. Vivo de verdad. Sangrando y mirándote a los ojos. La crudeza de su voz dejaba claro que era por lo que ella pasaba continuamente. Esa frialdad tenía un sentido, al fin y al cabo. Y si no lo soportase...solo se convertiría en un cadáver sin mente infectando a todos aquellos a los que rodea. 

Volvió a abrir los ojos, que posaron en los de David. Unos ojos cargados de determinación. Unos ojos que David solo había visto en mujeres, una dulce y peligrosa cabezonería que las hacía tan adoradas y destables ¿Entiendes por que tengo que parar esto?

-  Voy a hacer esto igual. Pero quiero darte la oportunidad de que duermas tranquilo pensando que hiciste lo correcto, que no dejaste que te robasen a tu hija sin más. Isabella parecía sincera, como si la muerte la hubiese librado de la necesidad de subterfugios y juegos sociales. Era lisa y sin reflejos oscuros y engañosos. Me dediqué a la guerra durante siglos. He visto pasar grandes hombres, grandes mujeres, grandes épocas. He visto pasar hombres terribles, mujeres crueles y decadencia. Pero siempre hay algo que mueve a los hombres y es la justicia. ¿Justicia? Lo peor es que, pese a los siglos encima, Isabella parecía creer de verdad en esa Justicia de la que hablaba,como si no viera los asesinos que salían de la cárcel, los especuladores que se libraban a golpe de maletín de pasar unos años a la sombra. Como si su hija no estuviese allí, a escasos dos metros, muerta y tapada con una sábana.

- También lo hago por Jean. Hizo una pausa breve, encogiéndose de hombros. Le caes bien. Añadió, como si fuese suficiente motivo para escoger a un compañero. Quiere ayudarte y no sabe como...

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12/05/2013, 21:22
David Stanford [Superviviente]

Dejó que Isabella se fuese. A las ocho donde se otrora se vio con la encantadora Violet. De acuerdo. Una lástima las circunstancias en que la había conocido, como una lástima era que el hombre volviese a apoyarse sobre la camilla donde yacía el cadáver de su hija mayor.

Sacó el teléfono y entró a su web personal. Comenzó a publicar una nueva entrada en aquel formato de blog que tenía. Los dedos danzaban a pie de camilla, aporreando las teclas con los pulgares cerca del oído de su hija.

Nuevas noticias. He decidido que a estas alturas me importa aún más una mierda que me algún meapilas malfollado me tache de alterar el orden público o menospreciar el loable trabajo de la policía. En el fondo tienen razón, reconozco que a mi me costaría estar comiendo donuts todo el santo día. Aunque se parezcan vagamente a un seno o una vagina, no tienen nada que ver.

Cedo, regalo, pago u ofrezco al que descubra la identidad del secuestrador, ahora asesino, el 65% de los beneficios de generen a partir de hoy Book&Fuck, Good guys are dinosaurs, y Living in a hell, así como un 15% de lo que produzca mi próxima novela. Una que seguramente publique en relación a este secuestro, aunque no podréis masturbaros demasiado con ella salvo que os ponga cachondos la necrofilia y los polvos moribundos.

No es algo que en realidad fuese a extrañarme a estas alturas sabiendo que internet debiera ser una herramienta para comunicarnos, expresarnos y hacernos libres pero que habéis convertido en un purgatorio sin puntuación ni gramática. Es peor que el WhatsApp, que si bien sigue siendo una forma de proto-lenguaje cavernícola y de pseudo-comunicación anodina, al menos está libre de pornografía infantil y onanismo compulsivo a lo chimpancé.

Desde luego ese hijo de puta, sea quien sea, ha conseguido metérmela por detrás. Estoy viendo a mi hija en la mesa de operaciones de un forense, y la verdad, nunca pensé que tocarme las pelotas pudiese dolerme tanto. Generalmente es una sensación placentera. Cada vez hay menos cosas que me la pongan dura. Menos mal que aún hay fans agradecidas que me envían fotografías.

Hemos vuelto a la edad media con barberos sangradores flebotomianos, así que por mi puede aparecerse en la calle la santísima inquisición negra para rapearle la boca y el culo al monstruo que me ha quitado una de las pocas cosas que me hacía sentir orgulloso de formar parte de eso que aún os dignáis a llamar Humanidad.

Flash. Flash.

A la mano desde dos ángulos. Adjuntar imágenes. Listo. Ahora había dos fotografías de aquella incisión y el edema. Añadió al texto una reflexión sobre los cuerpos encontrados en el canal con más agua que sangre en las venas y lo publicó. Si a eso se le unía la entrada anterior, con la carta de la niña escaneada, podía dar su pequeña Solución Final como iniciada.

Ahora sólo le faltaba, mientras una parte el universo se movía sin compás, moverse él. Hablaría con su esposa, que de seguro le mataba y se acababa de coger la depresión del siglo, le pediría a su agente que estuviese pendiente de la web y junto a Jean del funeral, que si quería ayudar ya sabía cómo, y mientras tanto él se tendría que encargar de hacer lo que ni de coña sería capaz.

Descubrir por si mismo al asesino. Próxima parada; el camarero avinagrado de El Lumiere. La que le esperaba. Se presentaría allí el primero, antes de que hubiese cliente alguno. Y aunque hubiese. Lo mismo le daba. Sólo rezaba por que aquello no acabase con una madre depresiva y un padre en la cárcel. Sino algo peor.

Por suerte, en el fondo, era una liberación. Ya no había normas. Sólo una sociedad llena de parásitos que se mordían unos a otros, donde David era tan culpable como todos los demás. Al fin podía decir sin que nadie pudiese rebatírselo que siempre había tenido razón. Y por ello fue que comenzó a escribir, sólo por si acaso, su último "testamento". Si caía al abismo se encargaría de que al menos la prensa lo supiese. Y sabía al buzón de quien tendría que enviarlo. Katherine Aldridge.