Partida Rol por web

Vuestro viaje hasta Enoc ha transcurrido, milagrosamente, sin incidentes. Según los últimos informes recibidos, vuestro desaparecido compañero, el Adepto Parker, se encuentra en este mundo santuario, concretamente en San Deplorus. El Dios Emperador quiera que sea verdad.

El sanatorio es una enorme instalación compuesta de varios edificios. El exterior de todos ellos está construido en un hermoso mármol blanco recorrido por brillantes venas de color azul, y está grabado con iconografía imperial e insignias doradas. Hacéis una reverencia al águila imperial antes de entrar.

La gran puerta de entrada os da acceso a una enorme sala con docenas de salidas. En ella hay multitud de gente, desde pacientes hasta proveedores médicos, pasando por aquellos que sólo han venido de visita. Aunque el sol se filtra a través de vitrales hermosamente detallados, cientos de velas iluminan la estancia. A lo lejos podéis escuchar un apacible himno litúrgico.

De repente notáis un profundo hedor y veis como un hombre corre hacia vosotros. El pánico se refleja en su rostro mientras es perseguido por un grupo de figuras humanoides en descomposición¹, vestidas con batas.

Nemoris había sido designado por el padre Eneas, párroco superior de Enoc, como enlace del Ministorum en este crucial asunto. El variopinto grupo de recien llegados al planeta al que se había unido, hablaba a las claras de la seriedad con la que se habían tomado en las altas instancias, la misteriosa plaga que se extendía por el planeta. Entre ellos había incluso un miembro de los Adeptus Astartes.

Este grupo, a petición de la Santa Inquisición imperial, se hallaba embarcado en la busqueda del Adepto Parker, el cual, podría tener una pista sobre la fuente de la pestilencia. El padre Nemoris, había rezado repetidamente al Emperador solicitando ayuda y parecía que sus oraciones habían sido escuchadas.

Los contactos de los miembros del grupo, habían centrado su investigación en el Sanatorio de San Deplorus, una institución de gran reconocimiento en el mundo de Enoc, e incluso el sistema Gillead.

Al llegar al Sanatorio, y tras presentar sus respetos ante el Aquilla imperial de la entrada, se dirigieron directamente a la recepción. allí, se encontraban un par de hermanas hospitalarias, que podrían proporcionarles algo de información.

El padre Nemoris, a pesar de la seriedad de su misión, no pudo por menos que comentar, algunos datos que conocía sobre San Deplorus, para quién quisiese escucharle entre el grupo, con poco éxito.

En aquel lugar, sin duda, se respiraba beatitud a pesar del gran número de personas que transitaban el hall. La luz que traspasaba las vidrieras, parecía extenderse hasta los rincones, que junto con el impoluto mármol blanco, daba al lugar una luminosidad etérea. Un sereno himno resonaba a lo lejos, y las velas y los incensarios, combinados con los distintos medicamentos, daban al lugar un aroma...

Nemoris arrugó la nariz. Una mueca de repugnancia cruzó su rostro, pues el hedor que había detectado súbitamente, le revolvió las tripas. Se giró en dirección al tufo, y con los ojos abiertos de par en par observó cómo un grupo de seres descompuestos, perseguían a un hombre que huía con el pánico pintado en el rostro.

- Perfidia... aquí, en San Deplorus- gruñó más que vocalizó cuando la ira comenzó a tomar el control de su cuerpo. Ya no fue consciente de ninguna palabra ni conversación. Se lanzó con un gruñido a la carrera, mientras sacaba y activaba su espada sierra.

Con un rugido, se lanzó a la carga contra las criaturas, blandiendo el arma con ambas manos - GRRAAAGH!!!- fué vagamente consciente, cuando los disparos comenzaron a surgir a su alrededor.

Al llegar a la altura de las criaturas, se le escuchaba farfullar mientras balanceaba su espada de uno a otro lado tratando de golpear a las criaturas- El Emperador... justo castigo...impías criaturas...asquerosas... -

Forjada como una hoja de acero en el fuego de la batalla, la Hermana Henna no podía, pese a ello, dejar de emocionarse por estar en Enoc, tan cerca de la sede de su Orden, de su hogar. Entrar en un sanatorio bajo el cobijo de las Hermanas Hospitalarias, también es entrar como en otra dimensión, donde, además de curar las heridas del cuerpo, se curan las de alma, y se accede al calor de la Luz del Dios Emperador, ¡bendito sea!. Tras tantos millones de kilómetros de viajes, respirar la paz de un lugar como este, llena de paz la mente de la Hermana, y se puede permitir olvidar fugazmente los rigores de las batallas, el sufrimiento de las heridas sufridas, la agonía de ver a Hermanas dando su vida gloriosamente por una causa mayor y justa, y no haber podido salvarlas...; un camino hasta aquí, lleno de tanto dolor y sufrimiento, que sin dudarlo ni por un momento recorrería de nuevo, ya que no hay duda de que es lo que se debe hacer, y no hay sacrificio que no esté dispuesta a hacer en nombre de la causa del Emperador.

En esos pensamientos estaba, con el hermoso fondo musical de los cánticos a la Gloria Imperial, que junto con la luz polarizada y filtrada en las vidrieras, que no eran sino un libro visual del Credo Imperial, daban la sensación de estar inmersos en una oración, en un éxtasis de Fé, cuando notó una anomalía. Sus sentidos volvieron en un instante a la realidad, recordándose a sí misma, que no hay paz ni descanso, y reprocándose por haberse quedado embelesada siquiera por un momento en la contempación. Estaba en una misión y no había momento para bajar la guardia posible.

¿Alguien perseguido por Poxwalker, seres tocados por la mano corrupta de Nurgle!, ¡Aquí, en terreno sacro! El sentimiento momentáneo de sorpresa, dejó paso a la ira, la ira dejó paso a la paz que sentía en su alma cuando iba a hacer lo que tenía que hacer, servir al Emperador como debe hacerlo una Hermana de Batalla.

Sólo gritó una cosa:

-¡SACRILEGIO!!!

Echó mano a su bolter, y en un movimiento que se diría un acto reflejo, apuntó al grupo de seres, con cuidado de que nadie estuviese interpuesto en la trayectoria de los proyectiles, y disparó...

   Shalak'ir apenas se había relacionado con sus compañeros hasta llegar a Enoc. Para los salamandras no compartían aquel rechazo, tan común en otros capítulos, por los mortales pero eso no los convertía en astartes. El pesar que le producía el haber perdido al resto de sus hermanos era un peso que lo había forzado a recluirse en si mismo, jamás olvidaría sus nombres, Valan'yr, Na'ken eran los más próximos a él y ahora su legado jamás regresaría al capitulo ni sus restos al fuego "El círculo de del fuego se ha roto para ellos." se repitió para si.

   Aún así, sabía que el duelo no debía de ofuscar sus emociones, los hijos de Vulkan eran seguidores del credo prometeano y el pragmatismo era la base de ello, pensar en el pasado no le aportaba nada útil ahora, por lo que ya tendría tiempo de hacer sus ofrendas una vez regresase a Nocturne. Observó a sus compañeros al darse cuenta de que habían alcanzado el santuario, la mayor parte del mismo eran siervas del emperador de cierta valía, aunque la que más parecía destacar era la interrogadora Aleretta, su manera de pensar era similar y su carácter era el propio de una agente de cuerpo que representaba.

    Retiró su yelmo y lo fijó a su cinto por medio del enganche magnético a modo de respeto para dejar al descubierto un rostro curtido en la guerra de piel ónice, su aspecto demoníaco acostumbraba a despertar miradas incomodas, pero era algo que desde hacía tiempo había asumido y a lo que no daba importancia. Fue entonces cuando sus sentidos aumentados delataron que algo no iba bien, aquel hedor a podredumbre sobrenatural no anunciaban nada bueno, por lo que instintivamente llevó su mano al bolter enfocando su atención al punto en el que creía que se encontraba el origen. Un hombre corría de manera desesperada hacia ellos seguido por un enjambre de cuerpos hinchados y abotargados que dejaban un rastro legamoso a su paso.

    No necesitó nada más, en apenas un instante el arma se encontraba en sus manos tronando mientras desataba el infierno contra las abominaciones acompañado por la hermana de batalla. -¡Por el Emperador!- Rugió el marine acompañando a su ataque.

El viaje había sido como estaba acostumbrada tras tantos años en activo. Gael se mantuvo firme, estoica y sobre todo en silencio. Siempre se mantenía cerca de la comisaria y de Lady Yyrmalla; parecía estar más que predispuesta a ser la guardaespaldas de esta última. 

La búsqueda de su compañero perdido comenzaba por el sitio más lógico, el sanatorio, quizás alguien lo hubiera podido llegar a ver. Gael, con el rifle láser colgado al hombro se mostraba vigilante. Esquinas, entradas y salidas, las gentes que por allí pululaban. Trataba de analizar todos los puntos flacos de la zona y los fuertes desde los que montar una defensa. Quizás era su defecto como veterana, pero cualquier lugar era bueno para sufrir una emboscada, y, si algo le enseñó sus años al frente en los "Excavadores de Tumbas", es que uno nunca esta a salvo. Loado sea el Dios Emperador por darle un día más de vida.

En el momento en el que aparecieron aquellas aberraciones, Gael entornó los ojos descolgando el rifle láser con total y absoluta fluidez. Quitó el seguro y abrió fuego contra ellos después de apuntar - ¡Mi Lady! ¡Detrás de mi! - le dijo a la acolita tratando de protegerla. Ella debería saber que no buscaba menospreciarla y sino protegerla, la confianza que depositó en Gael sería más que demostrada. 

Victoria no esperaba que toda la misión fuera tan cómoda y sin incidentes como el viaje hasta allí. La realidad era que los enemigos y traidores estaban siempre acechando, y una no podía permitirse el lujo de relajarse. Por ello, al ver aparecer aquellas criaturas impías, lo único que hizo fue encogerse de hombros y preparar sus armas, dispuesta a hacer lo que fuera necesario por defender el Imperio de la Humanidad. Sentir la espada de energía vibrando en su mano derecha era incluso reconfortante, pero por ahora seguramente bastara con la pistola.

"¡Que no quede ninguno de esos engendros!", grito, comprobando al tiempo que mis compañeros se libran con facilidad de aquellos seres. Es evidente que están bien entrenados, aunque probablemente se hayan enfrentado a retos mucho más peligrosos. Decidida a acabar con los pocos que queden con vida tras el fuego de sus bolter, apunto con calma y comienzo a disparar también, rematando a los pocos que aún osen mantenerse en pie.

Lady Yyrmalla descendió la primera de la nave que les había llevado hasta Enoc y avanzó rápidamente hasta las enormes puertas del sanatorio. Aunque a un lado y al otro del camino había pequeños edificios de almacenaje, la acólito apenas reparó en ellos. Sólo tenía una cosa en mente: encontrar al Adepto Parker.

Tras cruzar las puertas, observó la sala. Infinidad de personas, alumbradas por la luz de las velas y por el sol que se filtraba a través de los vitrales, se encontraban en ella: proveedores médicos, visitantes y varios pacientes atendidos por las hermanas hospitalarias, el brazo no militante del Adepta Sororitas.

Entonces vio al hombre perseguido por los poxwalkers y una mueca cruzó su rostro. La mancha de los Poderes Ruinosos también había alcanzado aquel sagrado lugar. No estaba dispuesta a consentirlo.

Lady Yyrmalla desenfundó su pistola laser y disparó.

El disparo de la noble consigue impactar en una de las infectas criaturas¹. El corrompido cuerpo cae al suelo, desprendiéndose de él lo que parece ser un nuevo y atrofiado brazo, mientras la multitud grita e intenta ponerse a salvo.

Entonces el hombre al que están persiguiendo cae de rodillas, deja escapar un gemido de absoluta agonía, y se transforma ante vuestros ojos en un nuevo posxwalker²

Gael, forjada en infinidad de batallas a través de una miríada de mundos, no se deja impresionar por la horrible transformación que presencian sus ojos y, tras apuntar cuidadosamente a las horribles criaturas que acaban de aparecer, dispara, sesgando la vida de cuatro de ellas¹

Desgraciadamente, los cuatro engendros restantes atacan a cuatro de los visitantes que, sin conseguirlo, intentan escapar de la sala, transformándolos en cuatro nuevas mutaciones²

Henna, al grito de ¡Sacrilegio!, escupe fuego sobre las horrendas criaturas que han osado profanar la pureza del sanatorio de San Deplorus. Por desgracia, su mano tiembla en el último segundo, al ver la horrible transformación que se muestra ante ella, y su ataque sólo consigue acabar con tres de las mutaciones¹

El Marine Espacial, por el contrario, no se deja impresionar por la nueva y repugnante metamorfosis, y con una precisión increible consigue eliminar a cuatro de los horrendos monstruos²

Tras la carnicería realizada por ambos combatientes, el único poxwalker que queda en pie ataca a otro indefenso visitante, convirtiéndole en otra asquerosa criatura³

Victoria sonríe al ver la proeza llevada a cabo por sus compañeros, apenas percatándose del temblor de manos que asalta a la Hermana de Batalla segundos antes de disparar.

Queriendo erradicar la amenaza lo antes posible, la Comisaria desenfunda su arma, notando como instantes antes de disparar el miedo nace en su interior. No pudiendo permitirse semejante deshonra, respira profundamente y dispara. Los dos poxwalkers que quedan con vida caen al suelo¹

El combate termina, habiendo sido erradicadas las terribles mutaciones que han osado profanar el sagrado sanatorio de San Deplorus. Los visitantes y pacientes, quienes intentaban hace tan solo unos instantes proteger sus vidas, os miran con cara de felicidad, reconociéndoos como sus salvadores.

Entonces, un grupo de cinco miembros de la Guardia Imperial entran en la sala. Van ataviados con casco y el típico chaleco antibalas, y en sus manos portan rifles de asalto como el de Gael.

- ¡Guardad las armas e identificaros! - grita uno de ellos al percatarse de vuestra presencia. En su vestimenta porta las insignias de un sargento del Astra Militarum.

El combate había sido arduo, y lo que era peor, en un lugar de paz como es una comendadoría de las hospitalairas. Sus ojos se clavaron en los del pobre soldado que había osado gritar a una interrogadora.

-Debería mostrar más respeto cuando esté en presencia de la Santa Inquisición, sobretodo si le acompaña un glorioso Astarte, necio soldado¹- le dice con una voz fría y amenazadora, como de una serpiente rondando su presa. Aprovecha para colocarse bien la chaqueta, haciendo que su distintivo negro y dorado que la señala como interrogadora brille con la luz. Evidentemente seguía con su pistola láser en la mano, aunque bajada y no apuntando a nadie.

-Sargento, antes de las presentaciones hay algo mucho más urgente- su cara cambió justo en ese momento, mostrando un claro enfado por lo que había ocurrido- ¡Quiero que sus hombres hagan un perímetro y que nadie entre ni salga del edificio, ya! ¡Y que otros rodeen los cuerpos, no quiero que nadie los toque hasta que yo los vea! ¿Ha quedado claro?²