Partida Rol por web

Cada lobo por su senda

I. Aude Sapere

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04/09/2011, 19:25
Director

 

Primeros días de diciembre.

El frio aprieta y la nevada es ciertamente fuerte en la pequeña aldea de Navasilla, pueblecito cerca de la villa de Jaca, en la Baronía del mismo nombre situada en Uesca. Tan sólo Dios y cada uno de vosotros sabe qué asuntos os han traído a ese lugar, o lo únicamente cierto es que estáis de paso ¿quién sabe? La verdad es que dicha aldea se ha posado delante vuestros pasos.

A priori y en las lomas cercanas antes de llegar, podéis observar que el pueblito de Navasilla tiene cerca de una treintena de casas, esparcidas un poco a la buena de Dios, sin calles que puedan llamarse tales. Más o menos en el centro de la población hay algo parecido a una plaza, donde se alzan los dos edificios más importantes del pueblo y que sobresalen profundamente: la posada local y una vetusta iglesia de estilo románico. Saliendo de esta localidad se encuentra un bosque propiedad el Baron del lugar y una de sus fortaleza de invierno, un pequeño castillo entre el Navasilla y Jaca.

Ahora bien: os encontráis en la entrada del pueblo (habéis coincidido en medio de la marea de gente que viene y va, llega y marcha), y en su entrada podéis ver un cartel en mal estado y lleno de nieve, colocado de pie, sobre una estaca, que al parecer muestra un mensaje en pergamino. Al acercaros, podéis contemplar que lleva el escudo aragonés, el escudo Real:

Notas de juego

  • Vuestros personajes, fruto de la casualidad, llegan al mismo a la entrada del pueblo.
  • Ninguno se conoce.

Ya podéis actuar.

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12/09/2011, 21:04
Rui Bertrán de Azagra, 'el lobetano'

Uesca siempre ha sido bien conocida por sus leyendas. Una de ellas, representada ampliamente en sus murales románicos, era la de la arpía. De ella se decía que tenía cuerpo de ave, cola de reptil y cabeza de hombre o mujer, así como que eran capaces de provocar tormentas. Una cosa de cuantas se decían era cierta: eran traicioneras y condenadamente feas. Y prueba de ello era el fardo envuelto en cuero que Rui portaba a lomos de su caballo, al que dirigía desde el suelo tirando de las riendas con paciencia y perseverancia. Ambos avanzaban lentamente por la calzada nevada que llevaba hasta Navasilla, Rui soportando el frío del invierno con un manto de pieles y el caballo quejándose eventualmente con quedos relinchos. 

Tenía una herida en el hombro que no estaba del todo curada pese a los esfuerzos del galeno que contrató en Jaca, y aunque su pierna derecha estaba intacta por lo demás, le molestaba terriblemente un calambre que le había dado a mitad de camino. Francamente, ya no sabía en qué cagarse en el momento en que llegaba al modesto pueblecito. Pero sí sabía algo: si el tiempo no arreciaba, llegar a la Corte sería toda una aventura de riesgo. Por tanto, lo más inteligente sería descansar en el pueblo hasta que los pasos quedaran despejados o hasta que las heridas fueran lamidas. 

Se detuvo junto al cartel de la entrada, alzando la cabeza por entre el gentío para curiosear de qué trataba el anuncio real. Y no pudo reaccionar sino con un alzamiento de cejas después de leerlo, por lo curioso del decreto. Por suerte para él sólo hablaba latín, así que poco le afectaba a él aquello... Sin embargo los judíos, los moros y los navarros que pudiera haber por aquellas tierras opinarían a buen seguro de forma bien distinta. Tanto daba. 

Tiró de nuevo de las riendas del caballo, que respondía al nombre de Astilla, y lo dirigió hacia la posada local, donde amo y bestia se alojarían durante los próximos días. No esperó a que algún posible mozo de cuadras saliera para llevar al animal a las caballerizas y él mismo hizo el trabajo. Palmeó el costado del animal y recogió de sus alforjas su espadón, su armadura, el gran fardo envuelto en telas y algunos de sus enseres y, así, bien cargado, entró en el edificio. Necesitaba entrar en calor, y rápido. 

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13/09/2011, 00:43
Jaume de Prades i de Foix

Dentro del carruaje aun podía ahuyentarse el frío con mantas y gorros, pero fuera el cielo amenazaba temporal nevado, así que lo más lógico era descansar en la siguiente aldea o pueblo hasta ver si al día siguiente Dios nos asistía con cielos más calmos y mejores caminos por los que transitar.

Así lo convenimos, el hermano Xavier y yo y así se lo comenté yo mismo al cochero, que pareció recibir mis palabras de muy buen agrado.

El pueblo descansaba en un lateral del camino a recorrer, confluyendo una única entrada tanto para los viajeros que vinieran del norte o del sur. A la entrada, encontramos el cartel. Bien, lo encontró el cochero, que nos lo hizo saber y paró el carruaje justo al lado de la estaca para que pudiéramos leerlo. Aparté las pesadas cortinas de lana y cuero y leí el contenido del anuncio.

- Mi tío siempre tan simpático. - Pensé al leerlo. El hermano Xavier también lo leyó.

- ¡Adelante! - Le ordené al cochero.

Pronto llegamos a la posada. El soldado que hacía de cochero bajó de un salto y desplegó la escalinata frente al carruaje y abrió la puerta. El otro soldado que nos acompañaba a caballo, desmontó también al lado del carruaje y se apresuró a abrir la puerta de la posada. Enseguida descendí y me dirigí de inmediato al interior de la posada, detrás mío, venía el hermano Xavier, con su omnipresente baúl que siempre llevaba consigo.

Al entrar en la posada, nos quitamos las mantas que nos cubrían las cabezas y dejamos que el calor de los hogares del interior acariciaran nuestras heladas mejillas. Aquello era reconfortante.

El soldado que venía a caballo finalmente entró con nosotros a la posada mientras su compañero se ocupaba tanto del caballo como del carruaje, llevándolos atrás, al establo.

Acabé de desprenderme de la indecorosa manta, pues allí dentro no hacía ninguna falta, como tampoco hizo ninguna falta ser un lince para darse cuenta que los parroquianos se fijaron inmediatamente en la cruz pectoral de obispo que refulgió a la luz de las chimeneas y velas que iluminaban la estancia.

El soldado-cochero se dirigió a la barra y le preguntó al tabernero por comida y alojamiento para el Obispo de Tortosa y su compañía. Mientras, eché un ojo por el local, primero para localizar una mesa que fuera de mi agrado y segundo para observar qué clase de gente frecuentaba aquel local.

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13/09/2011, 14:00
Severo Ruiz y Monroy de Villalobos

El jumento parecía querer resbalar debido a la mezcla de la nieve que caía sobre el suelo y la suciedad de los caminantes que entraban y salían confusos de la ciudad. Su fiel escudero sujetaba las riendas esquivando a la gente y pidiendo paso. Severo caminaba erguido en medio del vasallaje, mirando con aire crítico la aldeuela donde la fortuna del altísimo y las cansadas patas de su alazán habían terminado llevándole.

Parecía un lugar pequeño, aunque bastante transitado. Era más un confuso conjunto de casas levantadas y colocadas aleatoriamente que un lugar planificado de antemano. Posada e iglesia compartían plaza y el castillo dominaba el bosquecillo colindante. Severo se encogió de hombros. Aquel era, según su opinión, como muchas otras aldeas que poblaban las tierras del Señor. Un lugar de cristianos, un buen lugar al fin y al cabo.

Pudo ver delante suyo un carruaje, por lo visto de alguien de calidad que paraba unos instantes junto a un cartel. El camino les llevó en aquella dirección y también se detuvieron.

Se prohibía el uso del hebreo, del árabe y del vasco. Aquello sí era extraño.

El frío, la nieve y el cansancio se juntaron para impedirle reflexionar más sobre ello. Era momento de buscar alojamiento y descansar.

Desmontó dejando el caballo a los cuidados de su escudero y el mozo de cuadras.

Asegúrate de que le tratan como es debido y que le cepillen bien. Quiero mucha agua limpia y buen grano para Tordillo. Trae después el equipaje para ponerlo en el cuarto que nos den, no olvides nada.

Severo entró finalmente en la posada y descubrió al tabernero atendiendo ya a un cliente. Las galas que portaba no dejaban lugar a dudas de su posición.

Buenos días ilustrísima. Severo Ruiz y Monroy de Villalobos a su servicio. Y realizando una reverencia se dispuso a iniciar conversación con el monseñor si aquel lo consideraba apropiado. Miraba Severo mientras tanto el resto de la estancia por ver si había alguna otra personalidad que hubiese pasado por alto.

Otro cliente estaba siendo atendido por un empleado a quien daba el equipaje y parecía ser un caballero de alcurnia por lo que Severo se apresuró a saludarle.

Buenos días caballero. Soy Severo Ruiz y Monroy de Villalobos. Y humilló ligeramente la cabeza.

 

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13/09/2011, 20:35
Director

Un fuego iluminaba la estancia. Sobre todo y más importante, la calentaba. Ciertamente aquella taberna, al igual que cualquier casa de aquel pueblecito, contaba sin duda con buenas chimeneas y salidas de humo, pues era prudente el haberlas en medio de nevadas casi constantes en los inviernos de Uesca.

Aquella taberna era un lugar amplio de planta rectangular. Muy limpio por cierto, pareciendo que su dueño se dedicaba enteramente al negocio. Poseía dos plantas y un apartado contiguo que hacía de establo. En la planta inferior se ubicaba el mostrador de bebidas y comidas, y ocupando el resto de la sala las sillas y mesas pertinentes, aparte de la mencionada chimenea. En la planta superior aguardaban habitaciones utilizadas para las más indignos placeres o para las estancias de quien está de paso y pronto ha de marchar. En aquellos momentos no había muchos clientes, al menos a esa hora. El día acaba de comenzar y la mayoría de habitantes invierten su tiempo en las labores diarias, pues ya habría tiempo de tomarse un vino cuando las labores del hombre fueran terminadas ese día, mas aún no.

Ciertamente, el tabernero tenía varios empleados: dos mozos que siempre aguardaban en un establo algo improvisado junto a la tasca (y que otras tantas veces hacía de guardarropas momentáneos para los más ebrios durante "sus regocijos"); contaba además con otras dos mozas y un jovenzuelo que atendía las mesas y vigilaba quién entraba para beber o quién lo hacía para otros propósitos. Lo cierto es que debido a este muchacho, el mesonero ya sabía que se acercaban, al parecer, personalidades de cierto prestigio, pues incluso uno había divisado el joven un carruaje parándose a la entrada y dirigiéndose a la taberna.

Cuando el "soldado-cochero" de aquella personalidad que no hacía sino brillar por sus majestuosas galas (o más bien fuera el Altísimo quien otorgara tal prestigio gracias a su fe) se acercó al mesonero, que aguardaba en la barra, éste, inmediatamente, antes de que acabara el susodicho la frase, ya estaba preparando viandas suficientes para disponerlas en la mesa ¡tal que para un regimiento entero parecieran!, y a su vez hacía sacar un barril de la cocina a para ofrecerlo si fuera preciso.

Por supuesto que si, mi Señor -le decía al subordinado de aquel obispo-, una buena habitación propuesta para Su Excelencia como la presente le espera, y otra para vos. En seguida he de servirles.

En realidad, el mesonero no sabía qué rango eclesiástico poseía aquel "Hijo de Dios"; obviamente comprendía que no era el Papa de Roma o un simple monaguillo, pero contaba con los pudientes que pudiera traer consigo o las buenas influencias que podría prestarle. En extensión, sus siervos contaban con la misma opinión para el tabernero. Luego se dirigió al Obispo acercándose con recelo y algo de vergüenza.

Su Excelencia... -tampoco sabía como dirigirse a él, con lo que utilizó lo primero que le vino a la mente y lo pronunció como si realmente no errara-, el gusto ha sido mio cuando amablemente sus magníficos subalternos me comentaron su disposición por guardar cama en ésta, mi taberna, pues los inviernos en esta parte de la buena tierra del Señor son muy frios ciertamente. Y volvió a la barra a por las viandas antes ofrecidas.

Y estando el mismo de camino a las mesas donde se sentó el Obispo, una vez le colocó todo tipo de alimentos casi aduladores encima de la mesa, notó que otros caballeros amenizaban la mañana, un tal "de Villalobos" y un hombre cargado de fardos, tal como un mozo, pero con más estilo, al parecer.

"No menosprecies al resto por esta "eminencia de la fe", Fuencislo" -pensaba para si el mesonero. Por lo que, acto seguido se dirigió a ellos al mismo tiempo (razón quizá de menosprecio para ambos al únisono...)

Me congratula su presencia, mis Mercedes -aquellas palabras pronunciadas toscamente-. Sin dilación alguna les serviré qué comer y qué beber, a su preferencia sin dudarlo. Y si han de descansar y gustosos aceptan mi propuesta, les proporcionaré una buena cama con buenas vistas a ambos.

Notas de juego

Severo, una duda: te has dirigido al Obispo y luego a... ¿quién? ¿al cochero que se puso a pedir servicios para el Obispo? (es que no lo tengo muy claro).

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13/09/2011, 23:25
Gil de Oñate

Acababa de llegar hasta el pueblo y me dirigí directo hacia la posada tras preguntar a un lugareño su ubicación. El camino desde Somport había sido fatigoso y eso lo reflejaba mi estado de ánimo. Toda la noche cabalgando no era agradable, pero quedarse en Somport habría sido un suicidio. Y una profunda pena se reflejaba en mi rostro.

Entré en la posada tras sacudirme la nieve de mis ropas.

Alojamiento para mi y un establo protegido para mi caballo. demandé con arrogancia y algo de mal humor. Y preparadme el desayuno.

Era un establecimiento demasiado humilde pero no quería llamar la atención del barón ni delatar mi presencia. Mi viaje pronto habría de continuar, cuando cesara la tormenta de nieve y los pasos de montaña sean de nuevo transitables así qeu esperaba no tener que quedarme mas de un par de días en esta aldea.

Y mis ojos repararon en otras gentes de alto linaje que escogieron esta humilde posada para descansar. buenos debían ser los alimentos para que hubiéramos decidido confluir todos aquí.

Buenos días, señores. Había dicho con algo de timidez al reparar en su presencia. Me senté cerca del fuego y descansé.

Notas de juego

Perdón por lo escueto del mensaje, es que ando un poco apurada hoy

 

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13/09/2011, 23:43
Jaume de Prades i de Foix

A penas había entrado en calor cuando un viajero irrumpió en la posada. Al principio pensé que sería el bueno de Joanot, que habría acabado de acomodar el carruaje y el caballo, aunque me pareció demasiado rápido para tal empresa. Entonces oí la voz educada de alguien de alta cuna que se dirigía a mi persona, me giré y sonreí ante la muestra de buenos modales, tan escasos últimamente.

- Un placer, maese de Villalobos, mi nombre es Jaume de Prades. 

Antes de poder continuar la conversación con el recién llegado, el tabernero comenzó a deshacerse en atenciones hacia sus nuevos clientes, tratándome de Excelencia, lo cual no hizo si no que dibujar una sonrisa condescendiente en mi rostro ante la convencida ocurrencia de aquel pobre hombre.

- No me tengáis en tan alta estima, buen tabernero, reservad el tratamiento de Excelencia para la curia real, cuando tengáis la oportunidad de estar en su bendecida presencia. - Miro fugazmente al de Villalobos, con complicidad - Yo no soy más que un humilde siervo de Nuestro Señor Jesucristo y tengo la inmensa fortuna de cargar con la responsabilidad de un obispado en su servicio. - Observando con aprobación las viandas que prepara el posadero sobre la que habrá de ser nuestra mesa, continúo - Suculentos manjares, sin duda. 

Entonces, mientras el buen Hermano Xavier se acercaba un momento al posadero y le susurraba algo al oído*, volví a dirigirme al de Villalobos.

- Si le place, puede usted acompañarnos a la mesa, maese de Villalobos.

Acto seguido entró otro viajero. Por sus ropas también parecía de alta cuna, aunque por su arrogancia se diría que pasaba más tiempo a caballo que entre personas de calidad.

Sin descuidar la sonrisa que ha de mostrarse a todo hijo de Dios, saludé al último recién llegado.

- Buenos días, caballero.

Al ver que aquél guerrero se dirigía sin más ceremonias a calentarse junto al fuego, comprendí que no debía gustar de conversación en este momento, así que volví a dirigirme al de Villalobos y reiteré mi ofrecimiento con un gesto de la mano señalando la humilde bancada que escoltaba la mesa.

Notas de juego

*El hermano Xavier le dice al tabernero: - Su Ilustrísima y Reverendísima, hijo. No su Excelencia.

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14/09/2011, 14:38
Rui Bertrán de Azagra, 'el lobetano'

Vestía un gambesón grisáceo, pantalones y botas de cuero además de brazales, esto último un accesorio propio de guerreros. Y, si quedaba alguna duda, buen testigo de la profesión de Rui era la cota de malla reforzada que descansaba en el suelo, junto a él, y el espadón apoyado contra la pared. En la empuñadura del mismo había atado, además, un pendón que le identificaba como un Infanzón. Y, al parecer, no era el único en la taberna. Tres Infanzones y nada menos que un Obispo ubicados en aquella taberna, justo en aquél pueblo. ¡Maldita sea que no podía ser una coincidencia!

Rui estaba recostado en la silla que había escogido y observó cómo la gente comenzó a entrar. Y, dada la amplia comitiva del  Obispo y el escudero de Severo, se dijo a sí mismo que más le valdría andarse con prisa para no perder la oportunidad de dormir en caliente. Respondió al saludo del primero con una inclinación cortés de cabeza y una media sonrisa; e hizo lo mismo con el segundo. Mas estaba demasiado hambriento y sediento como para andarse con demasiadas cortesías de buenas a primeras, así que hizo lo primero que el instinto le pidió y se dirigió al posadero. 

-Cordero de la tierra y cerveza de la casa para regarlo, posadero. Me gustaría dormir bajo techo hoy, si mis maravedíes sirven para pagar una habitación -ordenó cortesmente, sin perder la sonrisa-. Y si fuera posible, creo que mi jaco no tendrá menos hambre del que tengo yo, si me entiendes. 

Acto seguido y tras dar una palmada sobre su mesa, se inclinó sobre esta, apoyando los codos, para dirigirse al resto de inquilinos. 

-Señores... Ilustrísima... Aquí Rui Beltrán de Azagra, natural de la Sierra de Albarracín. También me conocen como 'el lobetano', y es un placer conocerles. Y la verdad es que llevo varias jornadas viajando en solitario, así que si gustan no me importaría un poco de conversación. La mesa es amplia, además... -giró la vista hacia las sillas vacías. 

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14/09/2011, 16:10
Severo Ruiz y Monroy de Villalobos

Severo Ruiz y Monroy de Villalobos a su servicio. Respondió rápidamente al nuevo caballero. Por un momento pensó que la frase se iba a gastar de tanto usarla y una vez más se preguntó cómo podían los cortesanos hablar y hablar y no decir nada o insinuar todo con extrañas y veladas insinuaciones. Lope sin duda tendría algo que opinar. Una vez más aquel bastardo le llenaba los recuerdos. Apretó los labios, amargado como si hubiese mordido un limón y se apresuró a ahogar el recuerdo con nuevas palabras.

Ilustrísima, me honra permitiéndome sentarme a su mesa y si da la venia opino que Maese de Azagra podría acompañarnos. Su elección en el comer es excelente.

Esperaba Severo la aquiescencia de monseñor Jaume dándole por supuesto la preferencia a la hora de elegir asiento. Con el rabillo del ojo vigilaba al tercer infanzón que se mantenía apartado preguntándose si querría acompañarles.

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14/09/2011, 19:43
Mesonero Fuencislo

En esos momentos vi a otro señor entrar en mi local ¡Pero si era otro hombre de buena cuna! Realmente no se qué pasaba aquel día que jamás olvidaré, pues nunca vi con éstos los mis ojos tantos hombres de bien (al menos buena presencia y grandes pudientes) alojados bajo el mismo techo. Observé que las dos muchachas mias cuchicheaban desde la barra cuando Gil de Oñate entró en la sala, pues era un ser muy apuesto y desde luego de noble linaje por sus prendas. Una de ellas, incluso, fue corriendo a preapararle el desayuno que ansiaba tomar.

Bienvenido -le dije-, entre y acompáñenos sin temor, buen señor, ¡que sin duda la Gracia del Altísimo -esto lo dije mirando al obispo- se ha cernido sobre esta taberna al citar a tan y buenos hombres bajo mis humildes servicios! ¡Aprisa con el galán, muchacha! -gritaba a la de la cocina.


En esos momentos, el mesonero escuchó las palabras de De Azagra, y rápidamente mando a la otra muchacha a por las viandas que había preparado.

¡Anda y ve, hermosa, a por lo que este otro "Gran de bien" pide!, ¡y tú -le dijo al joven avispado que había adelantado con su vista la sorpresa de aquellas mercedes- ve a las cuadras y diles a aquellos dos que guarde con buen trato sus caballos, y que los cepillen si se embravecen!

Fue entonces cuando enmudeció, y el mesonero miro con ojos de corderito al Jaume cuando corrigió la forma de dirigirse a él. Pasado este lance, el tabernero, fruto de pensarlo bastante (unos segundos a decir verdad), concluyó en su mente algo que bien podría ser plato de mal gusto para algunos y bien recibidos, como así mostraban ciertos, para otros:

¡No se preocupen, todos dispondrán de más comida y las habitaciones que deseen arriba! ¡Es más: la taberna estará a su servicio único hasta que el último de ustedes se vaya, sin otros clientes! Pues seguro estoy que si están de paso aquí no querrán escuchar de noches los rebuznos de los más pérfidos y lujuriosos villanos desposándose o los, y perdón por la expresión, eructos y vanalidades que sueltan los ebrios por la boca cuando comen en este comedor.

El mesonero, movido por la proposición de Severo para sentarse con el obispo, se llevó la mano al mentón, miró a un lado y a otro, a cada uno de vosotros y luego añadió.

¿Sería algo atrevido si les junto unas mesas y coloco más sillas alrededor de su Exce… esto… Ilusitrísima para que puedan charlar todos juntos de forma más amena? No me sería un gran esfuerzo, mis mercedes.

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14/09/2011, 22:52
Gil de Oñate

La nieve adherida a mis ropajes comenzaba a deshacerse y mi entumecido cuerpo comenzaba a entrar en calor.

Asentí al posadero y le comenté No será mucho tiempo el que permanezca en esta posada, pues estoy de paso y debo regresar a mis tierras, cuando pase esta tormenta y los caminos vuelvan a ser transitables con seguridad.

El posadero se ofrece a juntarnos unas mesas y compartir charla con el obispo. Me encogí de hombros y me senté con los demás pesadamente. En mis ojos todavía podía entreverse el cansancio y la falta de sueño. Mi agotamiento era considerable. Fui parco en palabras, no tanto por la sequedad de mi carácter sino porque mi mente parecía estar en otro lugar.

Mi nombre es Gil de Oñate, y me enorgullece compartir mesa con tan distinguida compañía. Mis palabras reflejaron además cierta tristeza y melancolía. 

Estaba incómodo, llevaba demasiadas horas cabalgando y sin dormir y el caballo había llegado exhausto y casi al límite de su agotamiento. Habría deseado tumbarme y dormir durante horas aunque fuera en el mugriento colchón de esta indigna posada, porque en mis actuales circuntancias incluso un humilde jergón de paja me habría parecido un lecho confeccionado con plumas de ánade y doseles de seda.

 

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16/09/2011, 14:09
Director

En esos momentos los empleados del mesón sirvieron a todo el mundo y el posadero Fuencislo juntó dos mesas y arrimó varias sillas a las mismas. El joven avispado que trabajaba allí se alejó de la sala y se puso, como siempre, a mirar por la ventana, para ver quién podría acercarse. Entonces vio al pequeño sirviente de Severo esperaba en la puerta.

Notas de juego

Tu muchacho aguarda en la puerta, Severo.

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16/09/2011, 14:12
Mesonero Fuencislo

Bien, mis Señores: aguardaré en la cocina para cualquier disposición que tengan. Mientras les diré a estas muchachas que preparen con esmero sus habitaciones, que sin duda quedarán lujosas y limpias como recién estrenadas. Si me disculpan...

Y se alejó a la cocina dejando que las personalidades charlaran.

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16/09/2011, 14:23
Jaume de Prades i de Foix

Como respuesta al de Villalobos, le respondí alegremente: - Por supuesto. La grata compañía siempre es bien recibida, sobretodo cuando el viaje te depara varios días de aislamiento, sin poder disfrutas de noticias y aventuras que sin duda vuestras mercedes, nobles prohombres de mundo, deben portar en su zurrón. - E hice extensiva la invitación a los demás huéspedes de la posada.

Asentí a la propuesta del mesonero - ¡Gran idea! Sin duda inspirada por revelación divina, pues justamente en eso estaba pensando. - Mi sonrisa también fue portadora de agradecimiento a aquel servil y honrado hombre.

Me dirigí entonces al hombre de mi escolta - Quizá nuestro querido Joanot esté dedicando excesivos cuidados a las caballerizas, habiendo resueltos mozos de cuadra que podrían hacer el trabajo. ¿Qué os parece si vais a buscarlo para que coma caliente tras tan largo viaje, maese Jordi?

Sentándome a la mesa, al lado del hermano Xavier, que siempre permanece a mi lado, invité a los demás a tomar asiento con un ademán de la mi mano.

- Es realmente notable que se hayan juntado casi al unísono tantas gentes de noble cuna bajo este mismo techo. Como nada es casualidad y todo lo rige la enérgica, pero a veces inexcrutable, mano del señor, me gustaría preguntarles por el cometido que les trae a esta pequeña aldea y a esta buena hora.

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17/09/2011, 02:26
Severo Ruiz y Monroy de Villalobos

- Es un honor, maese de Oñate.  Respondió prontamente Severo al nuevo comensal. Esperaba Severo que acomodasen las mesas al tiempo que apareció Alvar, su sirviente, después de haber dejado el caballo en las cuadras.

- Acércate le dijo Marcha con esas muchachas que te indicarán cual es mi habitación. Y le indicó a Alvar las mozas de las que había hablado el posadero. Acomoda las alforjas y el equipaje y baja luego. Hoy comerás bien de las sobras.

Escuchó entonces la diatriba de su ilustrísima y asintió al ser preguntado por los motivos de su viaje.

- Me dirijo en peregrinaje a Santiago de Compostela, ilustrísima. Sufrí una grave herida en las guerras contra los infieles que me mantuvo postrado un año y ahora, ya recuperado y antes de mis esponsales, quiero redimir todos mis pecados para acudir puro al altar.

Dijo Severo todo con naturalidad y esperaba mientras tanto que el obispo se sentase para hacer lo propio en el debido momento.

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17/09/2011, 16:23
Rui Bertrán de Azagra, 'el lobetano'

Con razón el mesonero estaba contento y gustoso de cerrar su establecimiento... Cuatro grandes reunidos en un solo establecimiento podía suponer beneficio bastante como para compensar un par de meses de trabajo. Más teniendo en cuenta que probablemente pasarían ahí una temporada, hasta que el tiempo arreciara. Rui se levantó de su asiento y cogió la armadura y la espada, que dejó de nuevo junto a su nuevo lugar en la mesa del Obispo. Suspiró fuertemente cuando se dejó caer en la silla, mientras escuchaba a Severo y al hombre de Dios intercambiar palabras. 

Juntó 'el lobetano' las manos sobre el vientre, cavilando la pregunta del Obispo de Foix. Una pregunta compleja si no es muy apropiada una respuesta extraña. Se rascó la herida del hombro por encima del emplasto y las vendas que había aplicado y sobre el gambesón. Acto seguido frotó la pierna en la que tenía el calambre, que ya estaba desapareciendo, y habló mirando a Severo.

-Qué nobles motivos, válgame el Misterio. Buena herida tuvo que ser para dejar postrado a un hombre durante un año entero. ¡Y buena suerte que tenéis, compañero, para que la jodida peste no os cazara en el camino. Ya perdonaréis mi lenguaje, pero llevo mucho tiempo compartiendo camino y hospedaje con gentes menos afortunadas y, bien sabrán los presentes, todo se pega salvo la hermosura. 

En efecto, los caminos tenían la facultad de embrutecer a quienes los recorrían, y largo tiempo hacía que no se codeaba Rui Bertrán con los de su casta. Y, para ser francos, siempre había simpatizado con los más desfavorecidos, sobre todo en su Albarracín natal, donde las gentes tienen fama por su bravura y tosquedad en la parla. Se rascó la barba por debajo del mentón antes de continuar hablando. 

-Estoy de paso por estos lares por asuntos de la Corte bien específicos a los que vengo dedicándome desde hace tiempo. Para hacerlo simple, baste decir que soy cazador y me ocupo de toda bestia que gusta de zamparse a las buenas gentes que viven bajo la Corona de Aragón. Me cogió el invierno descendiendo por el Pirineo tras mi último negocio y hasta aquí me han traído mis pasos. Con este tiempo mejor descansar los pies un tiempo antes de volver a retomar el camino...

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18/09/2011, 20:48
Gil de Oñate

Yo estoy de paso.  comenté apoyando mi espalda conta la pared con evidente cansancio.

Un alud  nos sorprendió cerca de Somport y me vi obligado a cabalgar toda la noche hasta llegar aquí. en busca del abrigo de un techo por humilde que sea. Pero pronto habré de regresar al castillo de Javier donde presto servicio al buen Rey Carlos II, a quién Dios guarde muchos años, cuando la tormenta lo permita y mi caballo recupere fuerzas. Y en efecto, no esperaba compartir mesa, ni siquera posada, con tan distinguidos caballeros. y si os soy sincero reconoceré que ni siquiera esperaba que hubiera posada alguna en este pequeño pueblo.

Me froté los cansados y doloridos ojos y respiré profundamente mientras observaba las viandas que se encontraban en la mesa del obispo. Aguardé pacientemente a que las muchachas trajeran mi desayuno. Si no compartiera posada con estos caballeros o si no hubiera estado tan cansado y apenado puede que hubiera coqueteado inocentemente y bromeara con alguna. Pero hoy no era un dia apropiado. Debía parecer bastante serio y frio.

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18/09/2011, 22:38
Director

Estando ya los sirvientes reunidos y habiendo preparado a cada uno unos desayunos de alta alcurnia como nunca se habían preparado en ese local (que hasta las muchachas quedaron fatigadas), la conversación parecía ir viento en popa. Todos parecían tener historias que contar mientras, gradualmente, se acercaba uno de los jóvenes y les ponía en la mesa otra hogaza de pan o más frutas... Ciertamente todo exquisito.

El posadero, que hasta entonces había maldecido al duro invierno de la zona por no atraer a todos los clientes que debiera (pese a que había camas los caminantes y gentes de paso rehuían atravesar tales tempestades), se mostraba ahora ocioso, desde la barra, espiando felizmente a sus comensales como si de figuritas de oro puro se tratase: podría comprar otro negocio, comprarse una vivienda con cierta dignidad o, ¿porqué no?, guardar el dinero que en tiempos aciagos no hace más que permutarse con premura si no fuera robado antes.

En medio de estos pensamientos entrelazados con la conversación, algo alertó a los presentes: desde la calle, no muy lejos de allí (pero si lo suficiente como para no contemplarlo a través de alguna de las ventanas) una muchedumbre se congregaba entre un par de filas de casas (como ya dijimos, poco definidas y sin estructura sobre un mapa...). El jaleo era gradual, cada vez menos, pero iba creciendo, aunque en realidad habíais escuchado rugidos en disputas mucho mayores hechos por un sólo par de hombres.

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19/09/2011, 11:45
Jaume de Prades i de Foix

Tras escuchar con atención las razones de los tres prohombres. Viendo que los tres son hombres piadosos, en algunos casos incluso con píos motivos, procedí a explicar sin ambages las razones de nuestro viaje.

- Nosotros viajamos hacia Jaca. Por todos es sabido que la muerte negra está haciendo estragos en tan piadosa ciudad, sin duda por obra y arte del maligno. Así pues, en servicio al Altísimo, nos dirigimos hacia allí para intentar paliar, en la medida que Dios Nuestro Señor tenga a bien otorgarnos, esta trágica situación.

Tras observar las caras interrogantes de los comensales, procedí a aclarar.

- Como quizá algunos de ustedes sepan, en la diócesis de Tortosa, que tengo a bien administrar, guardamos celosamente la reliquia de la Santa Cinta de Santa María. Tan valiosa reliquia, entregada por la Virgen María directamente a los piadosísimos sacerdotes de la Catedral de Tortosa, tiene el favor de la amantísima Madre de Dios y es capaz de curar de casi cualquier mal a aquellos que posean la Fe verdadera.

- Así que el hermano Xavier, celador de la reliquia, - Presento al monje sentado a mi lado - y yo mismo, hemos sido llamados a portar tan bendita Cinta hasta Jaca, para socorrer a aquellas buenas gentes.

Casi antes de acabar la explicación, unos ruidos procedentes del pueblo distrajeron mi atención de la mesa.

- ¡Posadero! ¿Qué son esos ruidos y algarabía de disputa que se oyen ahí fuera?

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19/09/2011, 18:06
Mesonero Fuencislo

Mandé al joven de ojo avizor que tenía a mi cuenta para que marchara corriendo al lugar.

¡Anda y vé y cuéntanos que ocurre, rápido! -le ordené de inmediato al escuchar el ruego del obispo. Y vuestras mercedes, y por supuesto ustéd, Exce... Ilustrísima, ¿pu, pu, puedo prepararles algo m, m, más?

Realmente estaba nervioso. Me había parecido que el siervo del Señor estaba molesto, pues había perdido el hilo de la conversación por momentos. Y no era menester descontentar a aquellos pudientes comensales.