Partida Rol por web

Incluso para vuestros estándares habituales, el Banshee no es un lugar agradable. Por si la fachada que se cae a pedazos (está hecha de madera y ladrillo que datan del siglo XX) o el  cartel de neón parpadeante (que está apagándose poco a poco) no fuesen evidencia suficiente, la impresión se confirma cuando un tipo sale disparado atravesando la puerta de doble hoja del local justo antes de que entréis. No sale corriendo, sino lanzado por los aires para acabar aterrizando en el suelo y dar un par de vueltas. Se trata de un humano de pelo castaño con una chaqueta de sintacuero, con suciedad y vómito manchando su barbilla, whisky en el cuello de la camisa y bastante gomina.

-¡¡Y esta vez, recuerda quedarte fuera!! grita un enfurecido portero orko, frotándose las manos (una de las cuales es cibernértica). Cuando sus ojos amarillos se fijan en vosotros señala un cartel a medio despegar en el muro de ladrillo que tiene detrás y dice “NO SE PERMITEN ARMAS” (la escopeta Defiance T-250 apoyada debajo del cartel debe ser una excepción) y os tiende una cesta metálica donde podéis depositar las vuestras. Otro de los porteros, un troll que no lleva armas a la vista, se muestra impasible mientras os dice:

-Cualquier arma que sea una pistola pesada o mayor, a la cesta, colegas. Os las devolveremos al salir.

Desde el interior se escuchan los aullidos del Nu-metal con influencias de ork-explotation provenientes de un sistema de sonido que suena sospechosamente igual que una máquina de discos estropeada y se eleva por encima del chocar de vasos, conversaciones obscenas y al menos una pelea de bar a punto de estallar. Vuestra nariz detecta el bouquet único de whisky pasado, cerveza derramada, serrín y sudor de días.

Después de todo, no es más que la típica noche en los Barrens…

La pequeña montañera saca su matraca y la enseña. La soporta con dos dedos, y tras la muestra lo deja caer con parsimonia y delicadeza. Parece más una burla que obedecer una orden, pero de todas maneras no cree que pueda darle a un burro a un metro con un arma que pesa más que ella.

- ¿De verdad creéis que voy a dejar mis armas ahí dentro y entrar en ese tugurio de mala muerte totalmente desarmado? - pregunto sin mover ni un sólo músculo. Supongo que estarás de coña.

-Vamos a ver, tú, el elfo bajito: he dicho pistolas pesadas, ese tirachinas que intentas ocultar bajo la chaqueta lo puedes pasar. Pero mantenla donde está o tendrás problemas. Tú y la señorita- dice mirando a Encina y señalando con el pulgar hacia dentro -podéis pasar.

Luego se gira hacia Sav. -En cuanto a tí, colega, tienes dos opciones. Dejar tus armas y pasar o no entregarlas y esperar a tus amigos fuera. A mi me da igual, pero con esa escopeta no entras.

Sonrío ante las palabras del Segurata. - Te equivocas. - le digo. Tengo otra opción. - Podría daros una paliza a ti y a tu amigo y pasar tranquilamente sin que nadie me moleste. - añado mientras una perversa sonrisa de dibuja en mi feo rostro.

Con un suspiro y una mirada de resignación, el portero orko responte a Sav sin inmutarse por el tamaño del troll:

-Ciertamente puedes intentarlo, pero lidiamos con gente como tú cada noche. Y si buscas pelea, seguro que puedes encontrarla en otra parte, sin molestarnos a nosotros, nuestros clientes o a tus compañeros.

Viendo como está de alterado el troll con el coincidí en la celda, paso a su lado saco mi Ares Crusader y la pongo en la cesta.

Enseño los dos cuchillos de combate y pregunto : "¿Pasan?".

Los guardo y continuo hacia el interior, dirigiendome a la barra.

Encina pasa, abteniéndose a siquiera mirar la pelea, pero por su mente corre cierta información.  Si estamos aquí es para ayudar, no para liarla más y si nos matan por esto, nos lo mereceríamos, ya que es lo que le debemos a la loca de la "señorita leyes".

-Amigo, la mitad de los razorboys* de ahí dentro llevan hojas implantadas más largas que esos cuchillos. Y Mike y yo entendemos que un hombre tiene que protegerse a sí mismo. Simplemente mantén las formas, ¿de acuerdo? P'a dentro... ríe el orco entre dientes mientras se hace a un lado para dejar pasar al Aztlaner.

Sonrío ante las palabras del orco. - Por cierto. - comento dejando mi escopeta. No hay otro como yo y si le pasa algo a mi amiga. - prosigo palmeando la culata. Lo comprobarás personalmente.

A la hora señalada, aparezco por uno de los callejones que desembocan en el garito de la cita. Nunca me ha gustado llamar la atencion en exceso y por tanto, permanezco unos instantes a la sombra de una fachada mirando, delante de mi, la entrada del local. Y conforme van llegando los que posiblemente vayan a ser mis compañeros de correrías, un suspiro se me escapa. Es todo un jolgorio el que hay montado a la entrada del Banshee conforme vamos apareciendo. Y puesto que no se puede evitar, miro a derecha e izquierda y cruzo la calle. Mis botas resuenan levemente en los adoquines de la calle. Es mi manera de permitir que note mi llegada. Algunos giran la cabeza y al descubrir sus miradas, hago una levisima inclinación de cabeza a modo de saludo. Buenas noches y perdón por el retraso. He preferido optar por una ruta de aproximación un tanto tortuosa. Una precaución excesiva quizás. Me aproximo justamente en el instante en que el orko guardián, suelta el termino adecuado para definirnos. Y con apenas un breve alzamiento de mis comisuras, sale de debajo de mi chaqueta mi Ares para acabar junto a la escopeta del Troll. Sintiendo como retumba el suelo cuando este pasa, añado a media voz. Si. Precauciones excesivas las mías sin duda. El orko y yo, cruzamos a continuación una mirada. Ni siquiera hago el gesto de depositar mi katana. Y tras negar levemente con la cabeza, al fin entro en el local.

Buenas noches dijo Gabriel sencillamente, dejando su cuchillo dentro de la cesta metalica, se suponia que esto era una reunion de negocios pero si alguno queria broncas con la entrada y empañar su reputacion de profesional, pues el mismo, lo ultimo que se necesita en las calles es fama de buscabroncas para que los arregladores corran en direccion contraria.

No pude contactar con Holly... me pregunto si es una regular en este tugurio. Parece que el derecho de admisión se reduce al mínimo común denominador de la metahumanidad. Si hasta dejan pasar "tirachinas". Espero que la actitud del grandullón no nos haga llamar más la atención de lo estrictamente necesario y que sepa contenerse o nos costará el trabajo y quizá algo más.

Orfebre carraspea. Creo que aún falta alguien por llegar... susurra en español con acento Aztlaner convincente a "Juan sin miedo".

Si, nuestro caballero andante, seguramente se habra entretenido ayudando a pasar a alguna viejecita la calle, bajando algun gatito de un arbol para una niñita llorosa o algo por el estilo.

¿Si no recuerdo mal su nombre era orfebre no? , esto esta fuera de lo normal, no se sigue el procedimiento, vamso a trabajar juntos un grupo de gente que no nos conocemos de nada, y ni siquiera sabemos si podemos confiar los unos en los otros.

Será divertido, y siempre viene bien un poco de Cash las cosas no andan especialmente bien. 

 Contesto a Orfebre con una amlia sonrisa y ofreciendole mi mano.

Orfebre mira la mano un poco confuso, se frota la palma por el lado del muslo de manera perezosa. Al final decide reciprocar el gesto. No tiene prejuicios muy fuertes con otros metahumanos, pero tampoco una gran sensación de conexión con otros elfos a pesar de haber tratado más con los de su metatipo. Y tú eras... ¿Juan? ¿Juan Pérez? ¿Como John Doe? Dice mientras le estrecha la mano. ¿No me vas a dar algo más... característico?

Una furgoneta, destartalada pero funcional, aparece doblando la esquina y para justo delante del club. Bajo visiblemente cabreado, y quejándome en voz alta.

- ¡Maldito cabrón! Como le pille le rajo de arriba abajo. Me esfuerzo por calmarme, y me dirijo a los presentes. Perdonad el retraso compadres, parece que a alguien le pareció gracioso rajarme las ruedas. En cuanto reuna un poco de pasta le pongo un buen sistema de alarma y la maqueo para que aguante lo que me echen encima, pienso mientras camino hacia la puerta, haciendo caso omiso de los porteros.

- Bueno, qué, ¿pasamos?

Gabriel entra sin problemas, pero cuando Hayate y el Sr Muerte intentan entrar con katana y machete, el orko menea la cabeza a ambos lados.

-Lo siento, pero esas espadas son considerablemente mayores que una pistola e incluso más peligrosas para quien sabe usarlas. No puedo dejarlas pasar.

Así que aunque ambos son reticentes a dejar sus armas preferidas, especialmente Shiro, acaban entregándolas y recibiendo sendas fichas para recuperarlas a la salida.

En el interior del Banshee escoria callejera diversa, aspirantes a shadowrunners fracasados y un par de bandas con sus colores característicos componen el grueso de los asistentes.

En uno de los rincones del local, un hombre vestido de traje con facciones coreanas, bigote fino y pelo engominado hacia atrás se sienta en una mesa suficientemente amplia para que os acomodéis. Os hace señas para que os acerquéis y pocos segundos después de que os sentéis, una camarera orka, semicomatosa debido a los parches de bliss*, aparece para tomar nota de las bebidas (vuestro contacto tiene a medio beber su 7&7).