Partida Rol por web

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La víspera de Todos los Santos, un grupo de hombres armados y vestidos con corazas oscuras subió por el camino real, el que conducía desde Barcelona, y llegó a Alós. Los allí reunidos, que se habían despertado para ver un amanecer especialmente rojo, estaban disfrutando de una función cómica a cargo del Gran Séptimus, un juglar local, y su troupe de artistas. Pero cuando aparecieron los hombres en armadura, en sus corceles, todo el mundo calló. En sus emblemas, rojos, lucía un par de llaves cruzado. El emblema del Santo Padre.

Un grupo de harapientos había seguido a la comitiva, inspirados por el aura beatífica de su líder, el único de aquellos caballeros que no llevaba armadura. Los seguían descalzos, cantando con el poco aliento que les quedaba el himno latino, aquella ventana al fin del mundo, dies irae, dies illa... Las pías gentes de Alós se arrodillaron a su paso, y rezaron. Todo el mundo tenía miedo.

Para cuando las noticias de su llegada hubieron llegado al castillo, la comitiva se había apoderado del estrado donde hacía sólo unos instantes el Gran Séptimus había estado cantando canciones cochinas, y su líder, apenas un muchacho, se había encaramado a hablar. Y hablaba tan bien, que las pías gentes de Alós dejaron de tener miedo. Ahora sentían esperanza.

El mensajero era apenas un niño, que vino corriendo con sus pies descalzos hasta la fortaleza. Entró, desbocado, esquivando a unos guardias que estaban de ronda, y pidió ver a los señores. Traía un mensaje.

Entró en la sala en la que se estaba reuniendo la familia, donde se acababa de encender el fuego por primera vez aquel otoño, y dijo:

-- Mis señores, tengo una noticia de la villa. Daniel de Livonia, legado papal, ha llegado y solicita una audiencia.

La expresión legado papal te hiela la sangre.

La expresión legado papal te hiela la sangre. ¿No fue un legado papal el que redujo Béziers a cenizas, matando a todos aquellos niños cátaros?

Ese niño llego a la sala haciendo un gran alboroto a su paso, pero parecía traer algo importante, así que me acerco al niño, con la mano extendida posándola sobre su cabeza con una sonrisa amigable. Lo has hecho muy bien trayendo el mensaje, pero hay que mirar las formas en las que se hace. No se puede irrumpir así en un castillo. Podrías salir muy mal parado. Dejo de tocarle la cabeza y me acerco a la mesa donde cojo mi porción de pan. Vamos procura retomar el aliento y espera un momento. Ten toma, mientras esperas, porque no comes algo. No se sabía muy bien si le estaba regañando o felicitando por su trabajo.

La joven Clara seguía vistiendo acorde a las modas de la corte, mostrando aún cierto pudor en sus ropas pero dejando ver que ya no era ninguna niña, aunque usaba colores algo más oscuros y apagados. 

Antaño sonriente ahora pasaba la mayor parte del tiempo con una expresión más seria y fría, pasando más tiempo entre libros y hablando con el padre Rodrigo y escribiéndose con su tío el abad.

Nadie sabía que pasaba ahora por su cabeza pero la alegre y jovial muchacha parecía haber desaparecido...

Durante la reunión permaneció en un lugar apartado, atenta a todo lo que se hablaba pero en silencio, observando y aprendiendo. Cuando el muchacho interrumpió sólo le dedicó una fría mirada y esperó a ver qué contestaban aquellas personas que debían hacerse cargo del mensaje. 

Durante todo ese tiempo Manel se había recluido en sus aposentos, solamente salía si era imprescindible para su trabajo como jefe de la guardia, el resto del tiempo recibía a su segundo al mando en su alcoba, le daba instrucciones y este las cumplía. Tanto era así que la gente cuchicheaba que se había vuelto loco, su aspecto había empeorado y ya no lucía aquel porte antaño conocido. Su pelo antes largo y sedoso se había transformado en algo muy diferente, descuidado y corto, lucía una cicatriz en el ojo izquierdo que nadie sabía como había surgido y su antes carismático rostro se veía reducido a su mínima expresión dándole una apariencia seria, fría y algo siniestra. 

Nadie sabía a ciencia cierta qué había ocurrido para ese cambio tan drástico o por lo menos nadie podía confirmarlo de forma segura, lo único que sabían sus más cercanos es que había empezado durante aquel torneo.

he modificado un poco tu mensaje, porque el abad de Olot vive relativamente lejos, en todo caso mantendríais correspondencia

A diferencia del resto de mi familia, mi aspecto no ha sufrido ningún cambio, ni aquella lenta pero constante revitalización de Carles ni aquello por lo que estaba pasando Manel, fuese lo que fuese, y, en verdad, alguna idea tenía del qué. Quizás algo más pálida, algo más silenciosa, pero era fácil entender estos cambios más sutiles como una reacción al cambio de las estaciones, de nuevo, el frío se cernía sobre el valle.

El chico y su mensaje me sorprendieron ensimismada en estos y otros pensamientos. El gran alboroto del muchacho interrumpe lo que por otra parte era otra reunión familiar más en completo silencio. Se estaba volviendo una dinámica demasiado habitual en aquella casa. A veces, resultaba cuasi asfixiante.

-¿Un legado papal, dices? Le recibiremos de inmediato -respondí con convicción. No tenía la menor idea de lo que podía requerir el Santo Padre de la pequeña Alós, pero no debían hacer esperar a ningún enviado de la Iglesia. La Fe, ah la Fe. En aquellos días la Fe parecía ser el único consuelo y solaz de Maria. Al fin y al cabo, tras tantos días de rezar una y otra vez junto a su esposo, éste parecía estar recobrándose. Quizás Dios había escuchado sus plegarias y le había enviado un ángel. Un ángel venido de alguna exótica tierra llamada Livonia. -Peire... -estaba a punto de regañar al anciano por si iba a regañar al niño, pero viendo su actitud, cambio de idea. -necesitaré hablar con vos, cuando tengáis un momento.

No podías evitar recordar las palabras de Rodrigo sobre escribir a alguien que os ayudaría a liberar el valle del Mal. Recordabas su nombre: efectivamente, Daniel de Livonia.

El niño comió y bebió con fruición, contento. Al acabar, de manera inocente, cómica, pero poco protocolaria, soltó un generoso eructo. Se limpió la boca con su manga mugrienta.

--Muchas gracias, señores. Ha dicho el Legado que ha venido a erradicar el Mal de este valle, dado que le han llegado noticias de desapariciones de niños y demás obras del diablo. O algo así. Las buenas gentes del valle lo han oído y se han regocijado.

>> Bueno, iré a transmitirle la respuesta de la señora del Valle al Legado. Muchas gracias.

Y, sin esperar permiso de nadie, se levantó y se fue. Estos niños de ahora ya no eran como los de antes.

Tras unos momentos, el caballero d'Erill apareció por la puerta, llevando consigo al padre Bernat del Gat, el párroco de Alós.

-- Señores, tenéis montado un pandemonio en Villegat. Han llegado unos señores italianos o franceses o yo no sé qué, y se han ganado al pueblo, que ahora grita extasiado consignas sobre el mal o los malos o yo qué sé qué. No entiendo nada.

>> Lo que sí entiendo, es que han sacado a este pobre hombre de su parroquia y se la han ofrecido al jefe de esos extranjeros, un muchacho delgado y alto, un mequetrefe, que ahora usa la iglesia como residencia y oficina.

>> Dadme a vuestros mejores caballeros, mi señora, y los echaré a todos de allí.

El niño se marchó tal y como había venido. Y si no hubiese sido por el jaleo que armó, me hubiese llegado a preguntar si no había sido una aparición. En cualquier caso, el siguiente problema se presentó igual de veloz. Hoy iba a ser uno de esos días...

-¿Qué decís? ¿Qué ha sucedido, padre? -pregunto, inquiriendo la versión del párroco. Me gustaría poder oír de su boca lo que ha sucedido y no de la del caballero, que parece querer echar mano ya de las espadas. -Intentemos que la sangre no llegue al río, si puede ser. ¿Quién decís que son estas gentes? ¿Tienen algo que ver con este célebre legado papal? Si es así, ya se le ha mandado recado de que venga aquí cuanto antes -probablemente se tratara de la misma persona, aunque la imagen mental que me había formado de Daniel de Livonia no era la de ningún mequetrefe.

Al ver salir al niño, voy detrás de él, con una rápida despedida a los que me acompañan

-Chiquillo, he oído que Daniel de Livonia está en el valle. ¿Puedes llevarme junto a él?

Bernat del Gat, con su barriga enorme y su fétido aliento a vinazo de misa, respondió:

--Es verdad, mi señora. Mis parroquianos me adoran, por supuesto, pero ese chico... ciñendo los símbolos del Santo Padre. ¿Dónde vamos a llegar? ¡Dónde vamos a llegar! 

>> Vino y empezó a prometerle cosas al pueblo, a infundir temores sobre el mal en el Valle. No sé quién le habrá invitado, pero no es bienvenido aquí. La turba decidió que se alojaría en la parroquia, y me echaron a patadas. De no haber sido por este caballero... no sé si la turba hubiera respetado mi integridad. Me da miedo sólo pensarlo.