Me quedé escuchando en silencio, aprovechando para dejar el filete entero cortado en trozos pequeños mientras los demás hablaban. Sonreí y negué con la cabeza, divertido y algo avergonzado, mirando la carne que cortaba, cuando la doctora afirmó que tampoco tenía idea del dialecto de Perrodon. En el fondo quería entenderla, quería saber qué murmuraba por los pasillos o en esos momentos de espontaneidad, pero no había suficiente tiempo para ello en la vida o, quizá, no estaba dispuesto a dárselo teniendo en cuenta todo lo demás. Además, también debía ser un placer secreto para ella el saber que nadie más era capaz de entenderla, como si ese hecho fuera un pequeño tesoro que ella se había ganado el derecho de aferrar. Asentí cuando Regina habló sobre el tiempo que debía haber estado trabajando el ama de llaves en el castillo, afirmando completamente el comentario sobre su profesionalidad, pero decidí mantenerme en silencio mientras los demás hablaban, y asentí de nuevo, sonriendo, a Mina, cuando enunció que todos la queríamos.
Tomé el silencio de Lycius como respuesta, quedándome conforme mientras no continuara importunando al resto de presentes. Desde luego, tendría que hablar con él y si dejara pasar lo que ha sucedido en la mesa debido a él no estaría actuando como el padre que merece. No pude evitar esbozar una mueca de tristeza mientras terminaba de cortar la carne, pensando en ese dolor constante por conocer la situación y ver cuáles eran las consecuencias de esta en mi hijo. «Hay momentos para todo...», pensé, pero en realidad no era capaz de discernir cuál era el momento correcto para hablar con él ni las palabras que debía decirle. Quizá al día siguiente me hallaría más lúcido para ello, aunque dudaba que esta fuera a ser la primera noche en tanto tiempo en la que pudiera descansar correctamente.
Las palabras de Regina hacia Lycius me provocaron un suspiro silencioso. Ojalá calaran en él y ojalá ella tuviera razón y lograra que todo terminara, que mi hijo pudiera ser libre de su aflicción.
Fui llevándome trozo a trozo a la boca, primero la carne, antes de que se enfriara por completo. Las setas no pierden tanto al ir perdiendo el calor y también dejan buen sabor, sobre todo si aprovechaba también los restos de la salsa de zanahorias después. Casi estaba cogiendo el último trozo de venado cuando Laura dijo que no sabía mucho de la madre de Carmilla.
—¿Sabes al menos su nombre, hija? Más que nada para saber cómo dirigirme a ella cuando tenga que saludarla, que seguro que ella ya nos conoce un poco a todos —le dije, cordialmente, mientras pinchaba uno de esos últimos trozos de carne y me lo llevaba a la boca.
Asentí al escuchar la pregunta de mi padre, aunque no respondí hasta que no hube tragado lo que tenía en la boca.
—Ah, sí. Claro. Se llama Ines.
Me quedé pensando un momento al darme cuenta de que no le había preguntado a mi amiga por su apellido ni por el de su madre. No es que necesitase saberlo para nada, pero a mi padre seguro que le habría gustado. Le gustaban esas cosas. Fruncí los labios un instante y sacudí la cabeza.
—No sé su apellido, pero da igual, papá. La puedes llamar señora Ines.
Mina asintió a las palabras de la doctora Vordenburg acerca de la señora Perrodon, con una sonrisa; sin duda, a Mina le parecía que todas aquellas palabras dedicadas para el ama de llaves del Schloss Von Galler eran más que adecuadas.
Volvió su mirada entonces hacia Laura al escuchar su respuesta acerca de la amiga que llegaría al día siguiente. La enfermera hizo un suave gesto con la mano cuando Laura mencionó al lobo, como quitándole importancia a ese asunto.
—Estoy segura de que Bernhard y los muchachos se encargarán de ese problema y no tendréis nada que temer. Ya verás —concluyó con una sonrisa.
Siguió la conversación entre Richard y su hija mientras seguía comiendo.
Mientras la conversación se sucedía y a medida que se iban terminando lo que tenían en el plato, el muchacho del servicio fue retirando los platos y cubiertos y trajo el postre: un Strudel de manzana calentito y ya cortado en rodajas en cada plato que fue trayendo el mozo.
Cuanto más hablaba Laura sobre Carmilla, más evidente era que confiaba plenamente en ella, hasta el punto de que le había comentado cuantiosos detalles de su vida personal. En estos tiempos, cada vez es más común conocer gente a distancia, y no tenía nada de malo, pero… ¿de verdad hacía bien en fiarse tanto de una desconocida? Al otro lado podría haber alguien muy diferente de quien ella imaginaba, o incluso alguien que fingía ser alguien que no era.
—Seguro que el lobo no se atreverá a atacar a grupos numerosos. Y menos durante el día. Estaréis a salvo. —Aunque, si salían a plena luz del día, Lycius no podría ir, claro—. Veo que Carmilla y tú tenéis una relación muy estrecha, y que sabéis mucho la una de la otra. Imagino que ya habréis tenido ocasión de veros las caras a través de internet, pero ahora podréis reuniros en persona. Seguro que será una excelente experiencia —dije con afabilidad, aunque mantenía ciertas dudas sobre si eso era realmente buena idea.
Al parecer, la madre tenía un nombre bastante común, a diferencia de su hija. En cuanto a su apellido… ¿Con tantas conversaciones que habían tenido, nunca le había preguntado su apellido? Aquello me hacía pensar que no la conocía tanto como ella creía. Yo probablemente habría desaconsejado el encuentro, pero ya era tarde para echarse atrás, por lo que mi opinión era irrelevante.
Cada bocado que probaba de la comida era una delicia. Su exquisito sabor contrastaba con la incómoda tensión del ambiente, que casi se podría cortar con un cuchillo. Mientras tanto, yo no podía evitar pensar en el supuesto lobo que acechaba allí fuera. Debería hablar con señor el señor von Galler acerca de ese tema lo antes posible y asegurarme de que todos estuviésemos a salvo.
Dejé que se llevasen mi plato vacío y contemplé el postre un instante, pero en cuanto vi que no era nada con chocolate no le presté demasiada atención. Estaba claro que tendríamos que montarnos un buen postre por nuestra cuenta cuando la cena terminase.
Subí la mirada hacia la doctora al escucharle decir eso de los grupos numerosos. En realidad, planeaba hacer esas excursiones sola con Carmilla y eso de numeroso no tenía nada, pero no se lo quise explicar, no fuese que intentase apuntarse ella a los paseos con mi amiga. A veces los adultos hacían esas tonterías para intentar sentirse jóvenes otra vez, pero no tenía ninguna intención de incluirlos ni a ella ni a mi padre ni a la madre de Carmilla. Lycius sería otro tema… si pudiera salir por el día. Así que tal y como estaban las cosas, el grupo numeroso seríamos dos, y dudaba que dos adolescentes fuésemos a espantar a un lobo hambriento.
Tampoco me dediqué a pensarlo mucho más en ese momento —ya tendría tiempo cuando estuviera a solas en mi cuarto—, porque me gustó lo siguiente que dijo sobre nuestra relación estrecha. Sonreí mientras asentía con la cabeza, dándole la razón en eso.
—No nos hemos visto las caras, pero no hace falta. Lo que importa de las personas no es cómo sean por fuera, sino por dentro —dije con un tono que era casi aleccionador—. Y por dentro ya nos conocemos de sobra.
Partí un pedazo de mi strudel y lo tomé con el tenedor.
—Va a ser genial tenerla aquí. Papá ha sido muy bueno por invitarlas.
Le sonreí a él y me llevé el tenedor a la boca.
El filete seguía casi intacto en mi plato, apenas mutilado, para comprobar su estado de cocción, cuando el servicio comenzó a retirar las sobras para introducir el tan ansiado y esperado postre. Y con él, el fin del martirio.
Haciendo un ruido algo innecesario, arrastré la silla en dirección al carrito de la bebida y sin esperar asistencia alguna, volví a tomar otro botellín de refresco y directamente del continente, me tragué de una sentada más de la mitad del contenido, mientras observaba, de espaldas a la mesa, la inmensidad de un bosque poblado de la misma fauna que podrías encontrar, por ejemplo, en un salón social. Depredadores carroñeros.
Al volver, un crujiente trozo de hojaldre contenía las manzanas cocinadas en canela, amenazantes en derramarse a izquierda y derecha de la bolsa horneada, ahogada en una salsa de vainilla tibia que tras comprobar que no contenía chocolate, hizo aflorar a mi rostro una leve mueca de desagrado con los labios, aferrándome a la promesa de Laura, de una incursión a cocinas para agenciarnos un chocolate caliente.
Y esta vez, pediría que lo hicieran en leche. Nada de la guarrada que solían servir en algunos restaurantes, donde apenas disolvían el cacao en agua hirviendo y le agregaban nata para conferirle la untuosidad que debió tener una crema densa y espesa.
Era una promesa que me distraía de la conversación, regodeándose en el aroma intenso de una expectativa.
De nuevo, otra luz en el móvil, amenazaba mi atención, pero antes de volver a dar iluminación a la pantalla miré muy seriamente a Laura.
- Estaré encantado de presentarle mis mariposas a Carmilla - comencé - Siempre seréis bienvenidas ambas, por supuesto. Y si quieres Mina le puede enseñar las preciosidades de plantas que cultiva y que algunas usamos, para alimentar los gusanos - continúe liviano para finalizar en una sentencia más grave - Ah y por supuesto, la señora Inés también está invitada, faltaría menos.
Y luego, mantuve el silencio y las palabras de mi celular, volvieron a engatusar mi interés.
El Strudel continuaba enfriandose en el platillo.
Debí preguntarle a Laura más por Carmilla y su familia antes de aceptar que la trajera como invitada, pero en aquellos momentos tampoco es que me importara demasiado. Si podía hacerla mínimamente feliz dadas las circunstancias, como si venía de visita un capo de la mafia mientras no la pusiera en peligro ni hiciera perjudicar nuestra existencia en este lugar tan bellamente inhóspito. Ahora me entraba curiosidad, cuando decía tan abiertamente que no lo conocía... ¿cómo podía no conocerlo? ¿Se había abierto a una completa desconocida olvidándose de todas las formas que su propia madre le había inculcado con su excesiva seriedad?
Pero no tardé en darme cuenta, también, de que ese trato había desembocado en unas consecuencias completamente horribles y suspiré.
Todas las palabras de mi hija con respecto a Carmilla, sin embargo, me hicieron fruncir el ceño mientras terminaba de vaciar mi plato de champiñones, a los que tampoco presté demasiado atención. Pareciera que mi hija estaba enamorada... y el amor es un veneno que fácilmente puede pasar de afectarte como medicina a perjudicarte como si fuera inoculado por una serpiente o una araña venenosas.
La intervención de la doctora me hizo observarla mientras el sirviente me dejaba el plato con el Strudel. Algo tan dulce en medio de tanta incomodidad desde luego que provocaba un curioso contraste. Dirigí la mirada a Laura cuando comenzó a hablar y negué con la cabeza.
—Hija, no te engañes. No afirmes que conoces a alguien cuando ni siquiera has podido observar su comportamiento en persona ni has podido compartir lágrimas y risas a su lado... y ni siquiera, aún así, te creas que le conoces aunque sólo sea un poco. Tendrás algo tiempo para hacerlo, pero no te dejes guiar por pensamientos ni palabras escritas pues estas hablan incluso menos que los propios actos —le dije en un tono más cordial y preocupado que aleccionador.
De conocer o no conocer gente sabía bastante, la vida me había permitido comprobar hasta qué punto alguien puede ser completamente diferente de lo que crees o lo que te muestra en un principio... o durante mucho tiempo.
No hice ningún movimiento excepto pinchar un trozo del Strudel para llevármelo a la boca cuando dijo que yo había sido muy bueno invitándolas así como tampoco hallé interés en prestar atención al pequeño de la familia.
Cuando Mina terminó con el venado, dejó los cubiertos educadamente cruzados sobre su plato y le asintió al muchacho que retiró su plato, con una sonrisa amplia.
—Gracias, Max —le dijo, antes de volver su atención a la conversación de la mesa.
Prestó atención a las distintas opiniones acerca de Carmilla, la nueva amiga de Laura, y mientras escuchaba empezó a cortar con el tenedor el tierno y calentito Strudel. Cuando Lycius mencionó sus flores, la enfermera le sonrió y luego miró a Laura, asintiendo, aunque esperó a que Richard interviniera antes de hablar ella.
—Por supuesto —comentó—, os podemos enseñar el invernadero, con las plantas, las flores y las mariposas. Seguro que a Carmilla le gusta eso. —Miró de reojo a Richard con una media sonrisa y luego se echó un poco hacia adelante, como si quisiera decirle una confidencia a Laura, aunque todo el mundo en la mesa podía escuchar el susurro—. No le hagas caso a tu padre en esto, seguro que Carmilla es un amor. Además, si no lo es, la echaremos a patadas de aquí, claro que sí.
Asintió y volvió a ponerse recta en su asiento, mientras le hacía un guiño a Laura, pero luego miró de reojo a Richard, con un toque de complicidad, como demostrando que su intención no era menoscabar sus palabras, sino añadir un toque de humor a la mesa.
Le sonreí a Lyc al escuchar su invitación, encantada por la buena disposición que mostraba hacia mi amiga.
—Claro que iremos. El invernadero es una de las cosas que Carmilla tiene más ganas de ver. Le encantan las mariposas, así que va a alucinar.
Estaba segura de que luego nos lo tendríamos que quitar de encima algún rato para poder estar solas, pero a diferencia de otros hermanos pequeños, librarse del mío era tan sencillo como atravesar una puerta en pleno día. Así que no me preocupaba demasiado.
Tuve que contenerme para no rodar los ojos cuando mi padre se puso a soltar aquel rollo anticuado. No tenía ni idea, claro, si a veces me parecía que conocía mejor a Carmilla que a él. Y estaba segura de que eso también pasaba al revés. Mientras que muchas veces sentía que mi padre me miraba como si fuese una extraña a la que debía guardarle secretos, mi amiga me entendía de un modo distinto a todos, me entendía de verdad.
Miré de reojo a Mina mientras ella intentaba ser simpática por todos. Se esforzaba demasiado, pero al menos me estaba dando la razón, así que asentí con una sonrisa creciente mientras miraba a mi padre.
—¿Ves, papá? Mina tiene razón. Carmilla es un amor. —Obvié la otra parte—. Te va a encantar, ya lo verás, tú confía en mí.
Me metí otro trozo grande de strudel en la boca. Inconscientemente sentía que si acababa pronto de tomarme el postre, la cena también se acabaría de una vez, podría ir a mi cuarto y estar tranquila hasta que llegase la mañana siguiente.
La chica no tardó en confirmar mis sospechas: ni siquiera había llegado a ver su rostro. Era extraño que, pese a las numerosas conversaciones que parecían haber tenido, nunca hubiesen realizado una videollamada, ni se hubiesen enviado fotografías. Debía de ser muy ingenua para no considerar la posibilidad de que la estuviesen engañando. Por lo que ella sabía, Carmilla incluso podría ser en realidad un hombre haciéndose pasar por una chica de su edad para poder reunirse con ella.
Aquello me hizo reflexionar sobre sus razones para entablar esa amistad. El hecho de que se hubiese obcecado tanto en una chica que no había visto nunca en persona denotaba una falta de satisfacción por su vida social. Debía de ser una chica solitaria, que buscaba refugio fuera de allí. Yo había estado tan centrada en el caso de Lycius que no había preguntado a su padre nada sobre ella.
El señor von Galler, afortunadamente, parecía consciente de la problemática, de que Laura confiaba demasiado en su supuesta amiga. Le lancé una mirada cómplice mientras pronunciaba sus sabias palabras, aunque me preguntaba qué lo había llevado a aceptar ese encuentro, para empezar. Por otro lado, la enfermera la alentó, cosa que me pareció cuestionable, pues la chica podría acabar llevándose una decepción si Carmilla no era como ella esperaba. ¿No se daba cuenta?
—Espero que tu amiga sea tan encantadora como la imaginas. No tendrás que esperar mucho para comprobarlo —dije sin poder ocultar del todo mi recelo. No quería desaprobar directamente el encuentro, ya que era demasiado tarde para ello y, además, no era de mi incumbencia, al fin y al cabo.
Continué comiendo el postre, lentamente y con trozos pequeños, hasta que mi plato quedó vacío.
El crujido del hojaldre retumbaba en el comedor más que las voces que conminaba a la sensatez. Ni siquiera el mascar de los adultos disfrutando de un postre estúpido, podía paliar las preguntas.
- ¿Así que no os habéis puesto la cámara para ....? - y ahí deje la frase puesto que el significado y el tono hablaban por sí solos, acompañados de un par de sugerentes elevaciones de cejas, una medio sonrisa arrogante y finalmente un guiño.
Dos, eran dos, pero esta vez no me aparté, puesto que no esperaba represalias en forma de caponazos ya que todos seguían ocupados en decirle a mi hermana algo que, si en el peor de los casos era verdad, caería por su propio peso. A mi solamente me interesaba verla con un gesto medianamente feliz en el rostro, producto del espejo de su alma. El resto, como todo, lo aprendería ella sola, si era una lección que debía aprender.
El tenedor revolvió, indiferente, el contenido de mi plato, desmigando el Strudel en una amalgama de jugo de manzana machacado y microfragmentos de masa empapada en salsa, para terminar, tras un par de minutos, reposandose en el naufragio sin comer de un postre que habria que desperdiciar por completo
Me tragué un suspiro y traté de forzar una sonrisa ante las palabras de Mina y las subsiguientes de Laura. Pese a todo, Mina en realidad tenía más relación con los niños que yo, algo que me dolía sobremanera y que en algún momento habría querido cambiar... pero cada paso que daba tratando de acercarme a ellos me alejaba un poco más de su corazón. Laura era mucho más educada y cordial que Lycius, pero la cercanía casi era la misma.
La doctora parecía ver algo raro en todo esto y no podía culparla. Sus palabras y lo que parecía servirles de motor eran exactamente aquello que yo mismo debía haber hecho, debía haber pensado, debía haber sentido. No pude evitar mirarla de reojo con cierto grado de tristeza al sentirme tan... bueno, como me sentía, como llevaba tanto sintiéndome.
Del Strudel llegué a comer un par de trozos, dejando el resto sin tocar y a parte. Mi estómago no podía soportar más invasiones alimenticias en ese momento ni, quizá, podría hacerlo hasta el día siguiente.
—Mañana será un nuevo día y, desde luego, vendrá con muchas cosas nuevas. Descansad, hijos —les dije, mirando fijamente a Laura, no con acritud sino como queriendo fotografiarla en ese momento, un momento en el que parecía rebosar felicidad después de tanto sin verla así, para luego observar a Lycius durante algo más de tiempo.
La cena prácticamente había terminado y yo no pretendía levantarme hasta que todos se hubieran ido.
Edit rápido, "parecía ver".
Mina sonrió satisfecha y un poco divertida al escuchar a Laura y a la doctora. La pregunta de Lycius, sin embargo, le hizo arrugar la frente un poco, pero prefirió no hacer mucho caso a aquello. Al contrario, miró a Laura y añadió:
—Ahora yo también tengo muchísima curiosidad por conocer a Carmilla y a su madre Ines.
Después de eso, se terminó el Strudel, se llevó la servilleta a los labios, se limpió, bebió un poco más y luego dejó la servilleta sobre la mesa. Richard parecía haber dado por terminada la cena y eso parecía suficiente para ella.
—Si me permitís —le comentó a la familia—, me voy a retirar. Doctora —le dijo a ella—, le dejo que descanse ahora, pero seguro que mañana tendremos tiempo para hablar.
Sonrió a la mujer y después se puso en pie.
—Que descanséis —dijo finalmente, con amabilidad, antes de retirarse.
Clavé la mirada en la doctora durante unos segundos tras sus palabras, que en apariencia parecían tan solo traer buenos deseos, pero con las que no podía evitar sentirme juzgada. No me gustó que lo hiciera —juzgarme— cuando ni siquiera me conocía. No tenía ni idea de cómo era yo, ni cómo era Carmilla, ni tampoco de cómo éramos juntas. Y esa certeza de que juzgaba sin saber me hizo descartar cualquier opinión que tuviera la doctora. Pero también ese recelo que la mujer no había sido capaz de ocultar tocó con demasiado tino una cuerda que ya estaba tensa en mi pecho, y con los ecos de esa vibración se despertó un temor que nunca había desaparecido, que solo estaba agazapado esperando su momento.
Apreté los labios y tuve la suerte de que Lycius volviese a abrir la boca para decir una tontería, porque al hacerlo me sacó de una espiral de pensamientos sombríos en la que sabía que debía evitar caer. Sentí con claridad cómo mis mejillas se calentaban y lo miré con un brillo amenazador en los ojos, una amenaza de una colleja de la que solo se libraba porque había una invitada en la mesa.
—Eres un cerdo, Lycius von Galler —dije con mirada asesina—. Claro que no hemos hecho eso. Es mi amiga. —Una idea me pasó por la mente y me puso en alerta—. Espero que no se te ocurra decirle algo así a ella.
Tras esa advertencia, me terminé el strudel y dejé los cubiertos sobre el plato. Mi padre parecía tener prisa por dar la cena por finalizada, y no me extrañaba, yo también estaba deseando salir del comedor y librarme de los juicios. El juicio de la doctora. El juicio de la mirada que había sentido clavada desde el cuadro que estaba en el extremo lejano de mi campo visual.
Fui la segunda en ponerme en pie.
—Buenas noches, doctora Vonderbug. Buenas noches, papá. —Miré a Lyc y le hice un gesto—. Enseguida subo, espérame en mi cuarto. Pero sin tocar nada —le advertí.
Tras esas palabras, me retiré con intención de buscar a la señora P. Era la persona perfecta para conseguirnos el chocolate con malvaviscos que necesitábamos. Un trago de dulzura que nos ayudase a pasar lo amargo de aquella cena llena de reproches encubiertos y cinismo.
No tardé demasiado en llegar a mi cuarto para reunirme allí con mi hermano. Y tampoco tardó la señora P. en traernos una bandeja con el chocolate pedido y un plato lleno de galletas caseras con perlas de chocolate, hechas por ella misma.
Fue un buen rato, en el que me quejé un poco por las tonterías que había dicho papá, que había estado tan rarito como solo él sabía estar. Suspiré pensando en la imagen que se podía llevar la madre de mi amiga de él, con todas esas cosas raras que se empeñaba en hacer, como las pintas horribles que había llevado para la cena. También imité a la doctora intentando no reírme. Comí galletas, bebí chocolate, y cuando tuvimos los estómagos llenos de calidez, invité a Lyc a subir a la cama conmigo y allí le conté la historia que tenía para él.
Trataba sobre un muchacho que estaba encerrado en una torre, sin poder salir nunca de allí, sin poder sentir el calor del sol en su piel. Tanto tiempo llevaba encerrado que había olvidado los colores del mundo y tan solo podía hablar con los pájaros que le regalaban sus trinos desde su ventana.
Pero en esa soledad de su encierro, el chico había aprendido a tejer con hilo de seda. Había tejido un capullo y se había metido dentro para dormir. Cuando salió de él la primavera siguiente, lo hizo rodeado de hermosas mariposas de todos los colores. Azules con alas alargadas, pequeñas de alas amarillas como flores silvestres, majestuosas blancas y negras, y, las más llamativas, unas enormes mariposas púrpuras. Sin embargo, algo tenían todas ellas en común: entre los motivos que adornaban sus alas había un óvalo con un círculo en su interior, que recordaba a un ojo. Y cuando aleteaban, parecía que ese ojo pestañeaba, a veces más rápido con sorpresa, a veces más lento y plácido.
Las mariposas salieron por las ventanas de la torre y llenaron el castillo primero, el bosque que lo circundaba después y se extendieron por todo el mundo. Y gracias a ellas, el muchacho volvió a ver el exterior, pues cada vez que cerraba los ojos y soñaba dentro de su crisálida, podía mirar a través de sus mariposas. Así, pudo cuidar a su familia desde lejos. Así pudo enamorarse de quien nunca supo que él existía. Así viajó mucho más lejos de lo que lo habrían hecho sus pies.
¿Y qué pasó después? Con una sonrisilla traviesa, me quedé mirando a Lyc, esperando que fuese él quien le diese primero un final a la historia. Yo lo haría después, repitiendo un un juego que le había enseñado cuando éramos niños y que demostraba que cualquier historia podía tener tantos finales como lenguas que la contasen. Aunque también le pedí que hiciera un bonito dibujo con sus acuarelas sobre esa historia.
Era ya de madrugada cuando eché a Lyc de mi cuarto para dormir. Estaba inquieta y sabía que me costaría, pero al menos quería intentarlo para poder estar descansada cuando llegase Carmilla al día siguiente.
Esa noche dormí con la luz encendida. Mientras Lyc estaba allí había sido sencillo ignorar las sombras que se arremolinaban en las lindes de mi visión. Pero una vez me quedé a solas, empecé a sentir su presencia espesa y su peso, como si estuviesen acechando en los rincones, esperando que la oscuridad llenase mi cuarto para trepar tortuosamente por las patas de mi cama, para enredarse en el dosel y acariciarme con sus tentáculos y sus uñas afiladas.
Sabía que eran las mismas sombras que había intuido en el bosque. Los mismos jirones de oscuridad que habían perseguido al cervatillo y se habían regodeado con el charco de sangre que se había formado en el suelo. Eran las mismas sombras que había sentido rodeando el castillo en un abrazo sombrío del que solo me protegían las cortinas que me impedían ver el exterior de la ventana.
Me costó conciliar el sueño, pues cada vez que cerraba los ojos sentía la excitación palpitando en las sombras de los muebles. En el telón oscuro de mis párpados veía el cervatillo. Veía sus ojos, el modo en que respiraba y exhalaba el último aliento. Veía el pestañeo lento de la mariposa de Lycius. Veía los ojos del cuadro siguiéndome, juzgándome. Y una y otra vez volvía a conectarme con la mirada del animal que había visto morir. A pesar de haberme lavado los dientes cuando Lyc se había marchado, sentía el sabor fuerte del venado en el paladar. La mirada del cervatillo. El charco de sangre. La certeza de que yo había sido ese cervatillo apenas un año atrás. La culpabilidad por disfrutar del sabor ferroso de la sangre, que se mezclaba con la dulzura del chocolate y me confundía. Y las sombras del bosque, anhelando alcanzarme y cubrirme de oscuridad hasta que no quedase ni una brizna de luz en el mundo.
En algún momento el cansancio fue más fuerte que toda aquella actividad de mi mente, y caí en un sueño intranquilo, del que me desperté en varias ocasiones con el corazón latiendo fuerte en la garganta y las sábanas enredadas en los dedos crispados.
Por suerte, tras las sombras acabó por llegar el día. Y cuando ya el sol despuntaba sus primeros rayos, caí en un sopor profundo que me duraría algunas horas.
No supe si sonreír o poner los ojos en blanco al oír el comentario de Lycius. Me lo tomé como una ocurrente broma, haciendo referencia a la obsesiva admiración que Laura profesaba por esa amiga a la que apenas conocía. El chico no se cortaba lo más mínimo al bromear o decir lo que pensaba, como un espíritu libre, que en realidad estaba encerrado en una jaula dorada.
Finalmente, el señor von Galler pronunció unas palabras con las que daba por concluida la cena. Todos parecían tener prisa por largarse, lo cual no era de extrañar, considerando la incomodidad con la que se había desarrollado la velada.
—Sí. Mañana tendremos tiempo para hablar. Buenas noches, señorita Lafontaine. Buenas noches, Laura y Lycius —dije con una amable sonrisa. Luego me dirigí al padre de familia—. Señor von Galler, si no le importa, me gustaría hablar con usted durante solo unos minutos. Cuando usted pueda. —Si no podía ahora, podríamos tener la conversación al día siguiente.
Tuviésemos la conversación en ese momento o no, acabaría por despedirme y retirarme a mis aposentos.
Una vez en mi habitación, me senté y tomé mi libreta, la cual ya contenía numerosas anotaciones con los datos que conocía de Lycius y mis teorías respecto a su condición. No la había llevado conmigo durante la noche, ya que podría haber causado mala impresión utilizarla cuando aún nos estábamos conociendo. Procedí a tomar nota de todo lo que había aprendido esa noche: la nueva información que me había transmitido el señor von Galler, la relación que había observado entre los miembros de la familia, y lo que había descubierto al examinar el cervatillo.
En mi cabeza, no paraba de preguntarme qué había sido el causante de la muerte del animal. El corte había sido limpio, lo que descartaba que se tratase de un depredador corriente. Quizás podría haber sido una persona, utilizando algún tipo de arma, aunque era improbable. La otra posibilidad era… algún tipo de criatura desconocida. Una criatura de la noche. La pregunta más importante era: ¿estábamos a salvo? No podía saberlo con certeza sin averiguar más información sobre dicho ser.
Con el paso de los minutos, el cansancio no tardó en embargarme. Había sido un día ajetreado, en el que había viajado y había conocido gente nueva. Necesitaba descansar. Me desprendí de la formal ropa que había decidido llevar para esa ocasión y pasé a colocarme un simple pijama. Me metí en la cama, todavía rumiando acerca de lo que había ocurrido y lo que ocurriría en los días subsiguientes.
Hice caso omiso del comentario de Lycius y su posterior respuesta por parte de Laura. Tratando de recordarlo entiendo que fue algo intrascendente o impropio, porque creo que mi memoria es algo de lo que puedo enorgullecerme.. pero supongo que estaba demasiado cansado. Lo sucedido anteriormente también había hecho mella en mí, y todavía sentía más el peso de ese cansancio cuando parecía que todo había terminado.
Cuando Mina se levantó para despedirse le asentí, aguantando un bostezo lo mejor que pude. No tardó en levantarse Laura.
—Buenas noches, Mina, hijos... —enuncié, mirándolos mientras me despedía, tratando de esbozar una sonrisa amable.
La intervención de la doctora, sin embargo, me hizo darme cuenta de que habían quedado cosas que hablar y, después de este primer contacto, seguramente habrían incluso más. Sin embargo, en ese momento, me era imposible confiar en poder controlar mi estado y mantener una conversación seria e importante sin bostezar o perder atención cada pocas frases.
—Lo siento, doctora. No creo que ahora mismo vaya a poder mostrarle la educación que merece. Si le parece bien, podemos quedar en mi despacho mañana por la mañana, entonces tendremos tiempo de sobra para hablar de todo lo que vea conveniente. Espero que pueda hallar buen descanso entre nuestras paredes y, si necesita algo, no dude en pedirlo.
Me quedé sentado, observando a los sirvientes recoger la mesa mientras el resto se marchaba.
Cambiado un "supongo" por un "entiendo".
Si, sería un cerdo, pero me alegré al ver cierta chispa iluminando los pensamientos turbios en los que se estaba sumiendo mi hermana. Así que musité un casi inaudible "Si tú no quieres ponérsela, puedo hacerlo yo" tras lo cual, me levanté impulsivamente, siguiendo el por fin acertado ejemplo de papá. Era una alegría ver cómo se había puesto fin a la charada y habían entrado todos en razón al no prolongarlo.
Tomé con premura el bloc de esbozos y el móvil pausando una mirada en los comensales adultos, tras dar un empellón a la silla para retirarla.
- Ha sido toda una experiencia enriquecedora - sardónicamente - Deberíamos repetirlo más a menudo¿Mañana a la misma hora y mismo lugar? - fingiendo un forzado acento de las clases altas británicas que nunca conocí.
Una ojeada dulce despidió a Mina con un gesto indescifrablemente soñador. Una mueca fría dio las buenas noches a mi padre y terminé con una elevación de cejas tras una sonrisa hipócrita a la doctora agregando:
- Que tenga dulces sueños y no haga caso de lo fantasmas que le visiten. Tenemos tan pocos huéspedes que ya no saben con qué entretenerse - ahogando una risa divertida
Un somero guiño le hizo ver a Laura que me encontraría en su cámara cuando volviera de hablar con la señora P, claro, que no le aseguró que sus posesiones quedasen "intactas"