Partida Rol por web

Dos soldados custodiaban la entrada a la torre con dos descomunales perros. Estos podían llegar a pesar unos 90 kilos de peso e incluso más. Para su defensa se les dotaba de armaduras como la de los soldados. Bien de placas que llevaba incluso escarcelas para protegerles las patas traseras o cota de mallas y en algunos casos un perpunte acolchado. A estas armaduras se le añadía púas o cuchillas y collares erizados de pinchos.  

Los perros estaban sujetos con cadenas de hierro que se unían a unas enormes argollas fijadas a la pared, pero las cadenas podían acortarse o alargarse en este caso tenían la extensión suficiente para que los animales se pusieran ante la puerta. En cuanto os vieron acercaros se pusieron a ladrar llenos de furia. El soldado de la derecha os gritó antes de acercaros más. ¡Parad! No se os está permitido la entrada en esta torre. - Le dijo al jorobado en cuando a la doncella también le negó la entrada. - Y vos lady Ginevra debéis de contar con el permiso de algunas de las hijas del señor o del maestre para poder pasar. No hemos recibido órdenes de que os estén esperando en sus estancias debéis de marchar.   

Ahora no existía ningún espacio o pasillo para pasar por la puerta los descomunales perros se habían puesto delante para custodiarla y los soldados atrás sujetaban las cadenas. Estos también poseían buen equipo una cota de mallas y por debajo un gambesón y por encima un peto de cuero endurecido con hombreras. Llevaban brazales y protectores de metal en los brazos, guantes de cuero con remaches de metal, pantalones de cuero con rodilleras de cuero y grebas de metal. De armas una espada larga.   

Mientras subían Ginevra pasó un brazo alrededor de los hombros de Sloth, y con la otra mano buscó la suya.

- Escuchad con atención - susurró, aprovechando la cercanía y la distancia con los guardias. - La casa entera, desde la vida del lord y sus hijas, hasta la de Sebastian están en peligro. - Hice una pausa, para que procesara la gravedad de mis palabras. - Alguien quiere destruirlos desde adentro, y el maestre podría participar en la conjura. Arriba está la prueba que puede salvarlos a todos.

Miré hacia adelante. Estábamos a mitad del camino, y con el oído busqué cualquier señal de eco. Sentía hiel. No arrastraría a cualquiera a esto, pero la noche y el tiempo apremian. Aproveché los últimos segundos para susurrar de nuevo

- Tengo que entrar a ese laboratorio, y necesito tu ayuda. Sígueme el juego, pon tu peor cara de aflicción y ayúdame con la siguiente pantominia.

Para subir las escaleras rodeo los hombros de Sloth con un brazo. Caminaba, tomando su mano izquierda para que se apoyara en esta. El rostro del Ama de Llaves mostraba una expresión de urgencia.

- ¡Socorro! - cuando llegaron miró al suelo mientras los guardias hablaban. Se mordió el labio inferior, antes de explicarse. - No hay tiempo, es una emergencia.

Parpadeó algunas veces, con la mirada baja, con el semblante de quien contiene las lágrimas, apretando más fuerte la mano del jorobado.

- Lord Vaelys y las señoritas se encuentran en consejo, por la fiesta. El mismo lord ha ordenado a Sloth aquí presente ser su coopero. Estábamos revisando los vinos, ¡cuando tras catar uno de ellos se ha sentido mal! Intentamos probarlo con un cerdo, ¡y el cerdo tiene espuma en la boca!

Su voz vibraba, acompañando con un visible escalofrío el dramático relato.

- Mientras pasaba Sloth ha tenido un acceso que acabó en vómito. Ahora mismo le duele el brazo derecho y tiene una opresión en el pecho. Debo llevarlo inmediatamente con el maestre. ¡Uno de vosotros, buscadle, en nombre de los siete! ¿Dejareis morir al más leal de nosotros, dejareis en peligro a vuestro lord? ¡Necesitamos que el maestre vea si está envenenado y le salve! ¡Piedad!

Sloth se tomaba muy en serio las amenazas contra la casa Vaelys. Hablar de una traición, de una amenaza interior, era algo serio. Mucho. Sloth se tomaba su trabajo en serio. Era eficiente, pulcro. Puede que muchos solo fueran capaces de ver su torturado aspecto, pero dentro se encontraba un máquina de engranajes que, como las ruedas de un molino, giraban y giraban, trillando las ideas, las palabras, las conversaciones captadas mientras se arrastraba como una sombra entre los habitantes del castillo, desmadejando el fruto que ocultaba, juntando piezas.
Apretó la mano de la mujer con más fuerza quizás de la que se suponía. Sloth tenía unas espaldas anchas. Podía soportar cualquier cosa.
—¿De quienes sospechaís? Debo saberlo —era evidente que el maestre Caelus estaba en su punto de mira, pero ¿Alguien más? —No se lo diré a nadie, lo prometo.

Sloth había sentido tanto dolor a lo largo de su vida, y de tantas formas, que para interpretrar aquel papel únicamente tenía que recordar alguna de las etapas de su vida. Mientras Ginevra hablaba él se mostró cabizbajo, respirando a grande bocanadas, tomando aire como si le faltase, con el brazo derecho rígido, inerte salvo ciertas sacudidas que fingía de vez en cuando. La mano izquierda se encontraba sobre su pecho, atenanzando un dolor que terminó tras las implorantes palabras de la ama de llaves.
—¡Duele! ¡Sloth duele! ¡Quema por dentro! ¡A Sloth le quema por dentro!—agitó su corpachón, de un lado a otro, suplicante, implorante, igual que si estuviera ardiendo por dentro —.¡Sloth no lo soporta! ¡El vino, fue el vino! ¡Sloth probó el vino! ¡Sloth se quema!
Su rostro reflejaba muchas experiencias, muchas damas que había conocido a lo largo de su vida; tristeza, abandono, dolor, desesperación. Y una que pocas veces se presentaba; esperanza.
—¡Clemencia para Sloth! Ahhhhhh, clemencia, señor...
Terminó de rodillas, delante de uno de los soldados, sollozante, agotado.

- Señora id rápido a la Sala del Consejo y comunicádselo al señor de la casa. No debéis de dejar que se mueva sin que el maestre lo haya ordenado. El maestre no está aquí y no podemos permitir ninguna entrada en sus aposentos sin que él lo permita.

Estaba claro que los soldados no se iban a mover del sitio donde vigilaban y más estando Lady Ginevra presente para comunicárselo al señor de la casa.

Los perros seguían ladrando ya que no estaban familiarizados con aquellos visitantes sobre todo con el jorobado.

Al ver los perros instintivamente se puso entre ellos y Sloth, protectoramente. Los miró con una mezcla de preocupación y frustración, por tener la entrada bloqueada.

La entrada bloqueada. Sintió tal enojo que quiso dar media vuelta e irse. De muy buen grado lo haría. El rencor que sentía en ese momento se materializó hacia los guardias, como si a quien tuviera enfrente fuera a su lord. ¡Pero claro, que podía esperar! Ella de idiota intentando protegerlos, y como lo agradecía, perdiendo además un tiempo muy valioso. ¡Si, idiota por preocuparse por él!

Estuvo a punto de dar media vuelta e irse y dejar que se las arreglara solo. ¡Claro, no conforme con humillar y descuidar a sus leales, aparte le iba a dejar morir! (en ese momento, todo comenzaba en su cabeza a tomar un tinte más literal). ¿Pero que no debería dejar de importarle? ¿No debió de despellejarlo vivo por meter a Mira en todo eso? ¡Claro que ya no debería de preocuparse por él!

¡Si, a los siete infiernos con él!

Apenas comenzaba a volver a apretar la mano del jorobado, cuando el gesto le recordó como deseó apretar la de Mira. Abrazarla y sacarla de allí. Como deseó reclamarle al lord que ella aun era una niña. Todo el amor que sentía por ella volvió a inundar su corazón. Su tía tampoco merecía más pesar. Aunque no soportara a Astrid, estaban Tabitha y Alyra.

Por su pequeña estrella, por el resto de su famila, y quizá en el fondo, sea porque parte de ella se negaba a dejar al lord a su suerte. Volvió a tomar aire.

- Le estábamos buscando, no estaba en el consejo ya. Iré de nuevo por el maestre, pero dejadle descansar. Arrastrar aunque sea una silla...

Volvió a acercarse a Sloth, ayudándolo a sentarse contra la pared o apoyarse en esta. Miró a los guardias, ahora con una súplica en los ojos.

- Volveré corriendo por él, pero calmar a esas bestias y atenderle, por amor de los siete... y si no es por ellos, que sea por temor a explicarle a su señor como habeis dejado a su suerte a su más antiguo criado y copero, y permitido un riesgo potencial para sus hijas e invitados.

- Vigilad. Volveré con el maestre pero estar atendo a si alguien más intenta cruzar esa puerta. - Después de ello miró a los guardias y a los perros. Más les valía que controlaran a sus bestias.

¡O yo misma serviré perro en su jugo en lugar de cerdo!

Los soldados tenían suficiente con calmar a los perros cuando vieron cómo lady Ginevra apoyaba al jorobado contra la pared y uno de ellos el de la izquierda asintió. Los perros dejaron de ladrar al notar que no iban a entrar por la puerta no obstante no quitaron a los perros de ahí. El de la izquierda vio que poco podía hacer por el jorobado que ahora estaba apoyado contra la pared.

Le hubiera gustado decir otras cosas pero sabía que las órdenes eran así de simples. Ellos no tenían la potestad de elegir solo de obedecer y siguieron en sus puestos dejando que el destino se ocupara de lo demás.

Sloth se quedó en las escaleras. Sloth era bien mandado. Sloth creía que Ginevra tenía buenas intenciones. Sloth la escucharía, la complacería. Así era Sloth. Esperaría allí, fingiéndose enfermo, hasta que el ama de llaves volviera a por él. Aunque, pensó Sloth, seguramente se olvidaría de él, como todos.

A Sloth no dejaba de parecerle curioso el comportamiento de Ginevra. El "odio" que sentía por el señor del castillo se asemejaba mucho al de una amante despechada. "Ni contigo ni sin ti", parecían decir sus palabras. Había hablado de una conspiración pero cuando él la había tomado con su fuerte mano ella no había confiado en él. Sloth si debía plegarse a los deseos de los demás. Sloth si debía ceder ante sus deseos. Sería un bufón para su señor, un pelele para Jhon, un siervo cabeza hueca para Ginevra. Sloth había interpretado su papel muy bien durante todos estos años.
Lo cierto era que estaba cansado de esperar, de quedarse tirado en las esquinas, de que le burlasen las palabras, de ser ignorando, despreciado. Lo que más odiaba era la lástima. La lástima que sentían por él. Para algunos era un tullidos que requería cuidados. Y eso le dolía por dentro. Vaelys era su hogar. El abuelo de la casa le había dado un lugar donde vivir. Había sido noble. Había sido justo. Podía ver como Lord Rhys, de alguna manera, se apagada. El futuro de la casa quedaba en las manos de sus hijas...o de Eric Colina, de Sir Mordred o de algún otro pretendiente. Era imperante que la casa quedase en manos de un heredero justo.
Y no iba a lograr velar por los intereses de la casa quedándose allí parado.
—Sloth ya se siente mucho mejor —mintió de nuevo, se sentía mal, borroso en su interior, torcido en su corazón. Decepcionado una vez más. Los habitantes del castillo eran víctima de sus pasiones, de sus deseos. Sloth miraba de corazón por el escudo. Sloth sabía cosas.
—Dolía, pero ya no duele—habló a los soldados —.Sloth seguirá con sus tareas.
Se puso en pie, miró a los animales. Feroces, pero leales. Igual que los soldados.
—Habeís hecho bien en no dejar subir a Sloth. Órdenes son órdenes, y en estos tiempos es raro encontrar a alguien que cumpla con su deber...y no con pensamientos propios. Si, eso es lo que cree Sloth.

Por fin estaba allí, en su torre, y cómo no... Otro soldado. Su padre tenía un grave problema de paranoia, debería hacérselo mirar. Y puede que ella un problema con el seguir las normas 

Buenas noches -saludó a los soldados que hacían guardia y siguió su camino hacia su dormitorio. 

Mira que tiene que ser aburrido, su trabajo...

Evan se presentó ante la torre del Fénix. Llevaba una copa y una jarra de agua fresca. Por su semblante parecía cansado o preocupado, era difícil distinguir cual de las dos opciones era la correcta.

Dos soldados custodiaban la entrada a la torre con dos descomunales perros. Estos podían llegar a pesar unos 90 kilos de peso e incluso más. Para su defensa se les dotaba de armaduras como la de los soldados. Bien de placas que llevaba incluso escarcelas para protegerles las patas traseras o cota de mallas y en algunos casos un perpunte acolchado. A estas armaduras se le añadía púas o cuchillas y collares erizados de pinchos.  

Los perros estaban sujetos con cadenas de hierro que se unían a unas enormes argollas fijadas a la pared, pero las cadenas podían acortarse o alargarse en este caso tenían la extensión suficiente para que los animales se pusieran ante la puerta. En cuanto te vieron acercarte se pusieron a ladrar llenos de furia. El soldado de la derecha os gritó antes de acercaros más. -¡Parad! No se os está permitido la entrada en esta torre.

Ahora no existía ningún espacio o pasillo para pasar por la puerta los descomunales perros se habían puesto delante para custodiarla y los soldados atrás sujetaban las cadenas. Estos también poseían buen equipo una cota de mallas y por debajo un gambesón y por encima un peto de cuero endurecido con hombreras. Llevaban brazales y protectores de metal en los brazos, guantes de cuero con remaches de metal, pantalones de cuero con rodilleras de cuero y grebas de metal. De armas una espada larga.   

Evan se detuvo. No era tan estúpido como para provocar ni a los soldados ni a los perros. No le sobraba ningún miembro de su cuerpo.

-Buenas noches- saludó. - Estoy buscando a Lord Rhys, ¿sabéis si se encuentra en sus aposentos? Le traigo el agua fresca que me pidió, aunque si no doy con él pronto volverá a calentarse-

Y me caerá un buen rapapolvo

Pensó para si mismo. Desde luego era lo último que quería, acudir a la fiesta siendo el que no fue capaz de llevar a Lord Vaelys su agua fresca.

- Buenas noches,- te respondió el soldado de la derecha. - El señor no se encuentra en sus aposentos. - Asintió cuando te vio con la jarra. - Tampoco puedo ayudarle pues no sé donde puede estar. - Los perros se calmaron un poco al escuchar a uno de los soldados hablar contigo. - Tampoco tenemos órdenes de poder dejar un objeto en sus habitaciones.