Llegue a mi alcoba al poco rato, la verdad es que vivir en un lugar tan inmenso hacia que diera largos paseos en el interior yendo de aquí para allá era bueno para mí y mi peso se compensaba.

Al entrar en mi cuarto, fui directamente a mirarme en mi espejo, seguía con la misma silueta de siempre pero no conseguiría estar tan delgada como Astrid o como Tabitha, mi constitución no era un problema pero tampoco comía demasiado, mi cuerpo era más rellenito que el de mis hermanas y eso a edad temprana me producía tristeza y pensaba que nadie querría estar a mi lado.

Me mire y sonreí ya que actualmente había aprendido a valorar mi aspecto y pensaba detenidamente en los peinados que podrían hacerme, quería verme bella y atractiva, no estaba desesperada por buscar un esposo pero siempre había querido verme bien en las fiestas.

Mire a mi alrededor por si alguna de las doncellas esperaba que le diera alguna tarea.

Había pedido un baño a mis sirvientas y después de eso decidí acostarme, mientras estaban metiendo algunas bolsas de agua caliente a los pies de la cama para calentarla, mire por la ventana.

La lluvia sigua cayendo de forma amenazante, los rayos y truenos no me gustaban pues de pequeña me asustaban de tal forma que no me dejaban dormir.

Me asuste al ver caer un rayo a lo lejos, por suerte mis sirvientas estaban conmigo, nadie me haría ningún daño.

A pesar de eso pensé en Mira y me dije para mí misma seguro que está muy asustada por la tormenta y los rayos, iré a verla.

Les dije a mis sirvientas que me proporcionasen una vela, el pasillo de la torre estaba oscuro y posiblemente no habría ni un candelabro encendido en todo el recorrido.

Me entran escalofríos cuando abro con miedo la puerta de mi alcoba, suena un trueno y me estremezco.

-seguro que Lady Mira está bien, sus doncellas se ocuparan de ella. Vuelva a la cama, mi señora-dice una de mis sirvientas.

Asiento y vuelvo a cerrar la puerta que acompañada de un chirrido se cierra por completo, la cama ya está preparada y caliente y las doncellas me ayudan a acomodarme en el lecho.

-que tenga dulces sueños, mi señora-dice otra de mis sirvientas.

El sol despuntaba por el horizonte y entraba por el ventanal que daban a la alcoba de Lenia, despertándola.

Abrió los ojos y se incorporo quedando sentada en la cama, miro a su alrededor, sus doncellas aun no habían aparecido pero no tardarían mucho.

Bajo de la cama y se dirigió en camisón hacia la ventana para abrirla, sintió una brisa en el rostro y los rayos del sol la rozaron de forma suave.

Al poco rato aparecieron sus doncellas  y la ayudaron a vestirla, le pusieron un bonito vestido de color verde oscuro, decían que le quedaba bien.

-tengo hambre ¿mis hermanas han despertado?-pregunto.

En cuanto Lenia se despertó y trató de pronunciar palabra sintió una fuerte afonía. Le dolía la garganta soberanamente, y una poderosa tos le empezó a quebrar la voz. Al escucharse así misma toser, sintió que se parecía a su padre. ¿Habría contraído la misma información?

Además, le costaba hablar y tan solo podía hacerlo entre susurros*

Algo no andaba bien, incluso llegó a pensar que alguien había lanzado una maldición sobre ella. ¿Acaso no sería Lenia la única capaz de rezar al Señor de Luz y lanzar magia negra? ¿O se estaría volviendo paranoica y pensaría que había alguien más como ella en la casa?

Me desperecé lentamente con una sonrisa en los labios, quizás había tenido un sueño de esos que te hacían felices o simplemente, había descansado bien.

Me desperecé y sentí una ligera molestia en la garganta - Que bien he ... - iba a decir, pero noté que estaba prácticamente afónica, sentía como agujas en la garganta, no pude evitar toser y sentir como un dolor aún más desagradable aparecía.

- Maldición - susurré, al menos en susurros, el dolor era llevadero, me levanté de la cama y me puse una bata de seda precisoa, me miré al espejo, ¿estaba enferma? ¿sería casual? ¿sería premeditado?. 

Después de asegurarme en el espejo, de que cada cosa de mi rostro estaba en su sitio, que mis ojos no estaban enrojecidos más de lo normal al desperotar y que seguía siendo "yo", fui a buscar a una de mis doncellas para pedirle que me prepararan una infusión, eso debía de ayudar, ¿no?. 

Posiblemente en otra ocasión hubiera llamado a alguien, pero como solo con la idea de alzar la voz me dolía la garganta, sería más sencillo ir a buscar a alguien.

- ¿Hola? - me llevé la mano a la garganta como si quisiera protegerla mientras intenté decir mas fuerte que un susurro, algo para que cualquier doncella me escuchara.

Entonces un escalofrío me recorrió la espalda, ¿y si alguien me había maldecido?.

" Calmate Lenia, nadie sabe que tu ... ¿y porqué iban a maldecirte? si no has hecho nada  malo ... aún, ¿o si?, bueno, vamos a calmarnos que igual solo es un poco de frío " trate de convencerme mientras seguía buscando a alguien.

Al fin encontré a una de las sirvientas, tras una infusión caliente y una ducha, parecía encontrarme mejor aunque no era capaz de hablar demasiado, no obstante, decidí salir a dar un paseo, tenía que distraerme porque mi mente pensaba todo el rato en si alguien tenía algo que ver, así que me limité a aprovechar para ir a dar un paseo. Con un pañuelo rodeando mi cuello para no pasar frío, me dirigí a los jardines, quizás de ese modo pudiera distraerme y pensar en otra cosa.

Lo que sintió al escuchar la orden fue mucho menos violento que lo que la sacudió cuando se dio cuenta de que su señora tía estaba en las cocinas. No quería entrar. No después de lo de anoche. Se había apoyado en el marco, nerviosa, asustada.

Tuvo que obligarse a salir. Sea por un acuerdo divino o una grandiosa casualidad, pero su orden de acomodaba para cumplir el encargo de Rhys.

No fue hasta que entró que se preguntó por lo que había hecho. Si no era un acceso demasiado fácil. E incluso, dudó sobre las intenciones de su tía. Debía ser más prudente.

Al dar vuelta en el pasillo primero revisó que nadie pudiera verla, ni estuviera cerca. Contuvo el aire un momento. Inhaló. Suspiró. Aprestó el oído a cualquier intromisión o pisadas cercanas.

Entró. Decidió como excusa que estaba revisando los vestidos, tal como le "ordenó" Tabitha. Los dioses le estaban prestando una nueva ayuda o era obra de un ingenio agudizado, o un acuerdo de conspiradoras. No, no podía ser. ¿O si? No sabía si podía confiar en ellas. Y eso dolía.

Buscó primero el vestido, para dar validez a su historia. Aunque no trancó la puerta, para evitar sospechas externas, arrastró lo más silenciosamente posible una silla para extender sobre esta el vestido. Colocó la silla cubierta por la puerta a manera que bloqueara un poco el campo de visión de cualquier intruso. Acomodó el espejo, a modo que este reflejara directamente a la puerta.

Tras estas precauciones, comenzó a revisar. Primero la cama, podría pretender que estaba tendiendola, revisando los forros y pliegues de las sábanas y el interior de las almohadas, buscando cualquier objeto oculto con el tacto distinguible a través de las plumas. Repitió el proceso con el colchó y bajo la cama.

Se alzó las mangas del vestido, dejando sus antebrazos y muñecas libres, y sacó su alfiletero para la ropa. Lo colocó encima del tocador, memorizando como estaba acomodado. Buscó entre los botes de crema, pesándolos en sus manos para ver si contenían algo más que crema y reacomodandolos con sumo cuidado, vio dentro de los alhajeros sin tocar su contenido sino revisando que no tuvieran doble fondo, borrando sus huellas de los dedos y revisando que estuvieran exactamente en la misma posición que como los había encontrado. También en los cajones, buscando entre los pliegues de la ropa, sin desacomodar nada, con cuidado pero buscando cualquier cosa extraña incluso dentro de los ropajes doblados y en las esquinas. Debajo de los muebles y bajo las alfombras, pretextando si le veían la caída de sus agujas.

Buscó en los marcos, y tras los muebles, pensando en pretextar haber visto una araña, cuidando de no marcas en el polvo que pudiera haber acumulado. Cuidó de todos los detalles, revisando a consciencia lámparas y cuadros, pedazos de viga o madera o ladrillo que pudieran ocultar un hueco y los libros, dentro de estos con suma delicadeza, siempre con el oído atento y revisando el espejo.