Partida Rol por web

Era el primer día de primavera en la Hasienda los Machos. Las flores se abren como las semillas del nuevo amor que ha llegado o que está por venir.  Es mediodía, y dentro de un rato apareserán en la Hasienda el hijo segundo y su nueva y misteriosa prometida...  En la Hasienda todo el mundo está revolucionado. Los sirvientes preparan deliciosos manjares, la Doña se retoca el bótox, Don Raimundo se  encera su viril mostacho. Todo el mundo se prepara para el evento.

Víctor Alfredo Gonzalo Cortés de todos los Santos se hallaba en su recámara, terminando de arreglarse para la sena en la que su hermano pequeño les presentaría por fin a esa prometida que llevaba un tiempo guardando en secreto. Se preguntaba si la muchacha tendría un enorme mostacho, o cómo carajo lo habría hecho su hermano para coronar tan pronto con ella, mientras su mirada perdida vagaba fuera de la ventana con un aire nostálgico.

Esperaba que Isabelita Carmela no llegase tarde a la hasienda, pues él quería también presumirse de prometida, no fuera a ser que la gente hablase. Que ya se sabe que a la gente le gusta mucho andar de chismosa y más en una hasienda tan rica y bien provista como la suya. Sin embargo, su mente estaba en otra parte, paseando de forma cansona por el perfil de los cafetales que se podían ver desde la ventana. 

Sacudió la cabesa despasio y se obligó a sí mismo a dejar de mirar los campos. - Ya fue sufisiente, Víctor Alfredo.  - Se dijo a sí mismo , frunsiendo el seño, mientras la cámara enfocaba en un primer plano su perfil viril. - Ya valió de recuerditos por hoy, ah. - Se apartó de la ventana con un gesto rápido mientras la cámara trataba de acomodarse al nuevo plano con unos segundos de retraso, y asegurándose de que su ropa estaba bien colocada salió de la recámara, en busca de alguno de sus familiares.

La Doña estaba en su tocador, terminando de colocarse un par de inyecciones de bótox -era adicta-. Llevaba un elegante vestido que resaltaba sus enormes pechotes y que no contenía tela suficiente como para hacerse un bikini,  trescientos kilos de oro azteca colgando de las orejas y el cuello en forma de collares y pendientes y unos tacones mortíferos que habían dañado ya seriamente los pies de muchos enemigos. Giró el cuello varias veces con violencia agitando su hermoso cabello frente al espejo. El guionista se planteó ponerlo a cámara lenta, pero esto no es Baywatch, así que lo dejaron estar.

Salió de su recámara,  la música de sus tacones y sus joyones acompañando sus pasos.

- Ramiro, caramelito... llevas dos días sin parar bolas con todo este asunto de la chica de Ricardito.

Don Ramiro, masculino, viril y enserado, era un hombre ya mayor pero cuya percha delataba que en otros tiempos había sido un  machote capás de conquistar a todas las mujeres que le apetesía y llevárselas a los cafetales. Se desía que en tiempos, se podía atravesar la hasienda saltando de marca de culo en marca de culo de mujersita en la tierra.

- Es importante para el chamaco, wey... - don Ramiro aprovechó a que estaban solos para magrearle un poco el pandero a su legítima. La susodicha legítima aprovechó, a su vez, la coyuntura para meterle la mano en la cartera y sacarle tresientos dólares venezolanos. El cámara no sabía si enfocar al culo respingón de la mujer o a la mano enjoyada llena de billetotes-. Pero cuando termine este asunto nos iremos de viaje a Niu Yorc, mi panesito de yuca.

Lupita Rosaura María de la Encarnasión estaba en la piesa que le habían dejado en esa gran hasienda que tantos recuerdos le traían. Ahora desde la ventana podía contemplar los cafetales en los que trabajó durante tantos años con su mamita. Una gruesa lágrima de emosión y sentimiento se deslisó por sus mejillas, maquilladas de color rosa muy muy rosa. Lupita Rosaura sentía un gran vasío en su interior, por lo que se arrodilló en su cama y se puso a resar para que su querida Virgensita de Guadalupe la ayudase en esos momentos.

- Virgensita mía, por favor-comensó sus resos con devosión mientras la cámara enfocaba su cara en un primerísimo plano-. Has que este almuerso salga bien y dame modales de señorita de hasienda, nomás. 

Se volvió a levantar rápidamente (lo que descolocó al cámara, que tardó en seguirla) y se puso un vestido que su prometido le compró en la siudad esa misma mañana, era muy caro y lleno de flores, la falda se movía como si una ráfaga de viento la sacudiese. Sepilló su cabello y se dispuso a salir de su habitasión para ir al salón, donde la estaría esperando su futuro esposo y su familia... 

*Pensamientos en voz en off acompañado de otro primer plano que se mueve demasiado*

Ay, Ricardo Toribio es un buen hombre... pero no lo amo, nunca podré haserlo... espero que la virgensita me ayude... 

La abuelita Carmen Antonia Lucia es preparada en su habitasión por la atenta Lupita. Mientras le cardan el pelo, una ves mas, cardado sobre cardado, contempla las fotos de ella con su difunto marido, - Era tan hermosa en aquella en epoca, Lupita, los hombres caian a mis pies... y ahora, (Mira al espejo) estoy en el ocasito de la vida, agarrada con uñas y dientes en el borde del barranco. Ahora solo caen a mi paso la gente que atropellas cuando empujas la silla de ruedas. (La genial toma en el espejo quedaria mejor si no se reflejara tambien parte del camara) Ya no tengo fuerzas para nada, lupita. Solo me quedas vos y el cariño que la familia de mi marido me da, aunque no sean de mi sangre.

Es una ocasion espesial asi que se pondra los pendientes de diamantes que sabe que valen más que todo el oro de la doña junto porque pertenecieron a una reina de europa, como muestra de cariño hacia ella para que cuando se los herede se acuerde de ella.

Perseo Alberto Jairo Uribe Peñalver y Quintana se encontraba en la Hasienda Vesina preparándose para asistir a la presentación de la loca esa.

Se rizo sus bellos rizos, se puso crema con olor a mango por su pechote, aunque solo la parte que quedaba al aire, libre de aquella maldita camisa con demasiados botones.

Buscó un pañuelo de seda que fuera a juego con los hilos sus botas y se lo ató al cuello cual cow boy.

Se miró y remiró al espejo antes de ajetrearse el pelo. Esté quedo en la misma y milimétrica exacta posición que al principio sin embargo dio una palmada y exclamó – ¡Perfecto Perse! ¡Rompedor!

Se dispuso a marcharse de la hasienda camino de la otra pero su hermano mayor le detuvo antes ed salir.

- ¿A dónde te crees que vaz? – le preguntó masticando una pajita apoyado en el porche

Perseo Alberto Jairo Uribe Peñalver y Quintana se detuvo en seco y se giró lentamente clavando su mirada no demasiado intimidante en los ojos de su hermano – voy a la hasienda los machos. Dan una fiesta de bienvenida para la chava esa.

El hermano de Perseo Alberto Jairo Uribe Peñalver y Quintana, Julio Julián  Ambrosio Mario Peñalver y Quintana, se empujó para desapoyarse de la pared y se acercó a su hermano. El otro le imitó y ambos terminaron con las narices bien pegas a mitad de camino entre la hasienda y el establo.

- Usted no va a ir hermano. – hace una mueca al pronunciar la última palabra echando al suelo la pajita que ahora se había convertido en un trozo de apio.

- Pues míreme hermano. – sus cejas forman una ola al pronunciar la última palabra.

- Lo vi. – le empuja separándose un poco el uno del otro- Le falta el sombrero hermano. – Se lleva la mano a la cabeza y traspasa su sombrero a la cabeza de su hermano Perseo Alberto Jairo Uribe.

- Gracias.  Adiositos.

Perseo Alberto Jairo Uribe Peñalver y Quintana finalmente llega al establo y se monta en un caballo para desplazarse hasta el acaparamiento, a pesar de que tal aparcamiento está justo delante de la casa donde su hermano sigue todavía de pie en medio del camino para poder tomar las riendas del caballo una vez Perseo Alberto Jairo Uribe  se monte en la van.

- ¡Vaya bien hermano! – le despide mientras la cámara se eleva para enfocar el coche que se aleja carretera arenosa al infinito.

Mientras tanto, en los establos la cámara se centraba en un hermoso ejemplar de macho humano que estaba cepillando a un hermoso ejemplar de macho de caballo. El pelo de ambos relusia ya que era la hora de aplicar su champu de biotina a los sementales, y Carlos Antonio Javier Sanegunio Veracruz no podía evitar pasarse la mano por la cabeza para apartar el sudor. En la hasienda aún hacía calor.

-Aiiish.- Suspiró exageradamente Carlos Antonio Javier Sanegunio Veracruz mientras le enfocaban a él y al caballo, el cual estaba soltando una cagada en ese mismo instante.- ¿Que será de mi mamasita, Tornado?- Dijo, dirigiéndose al animal. El doctor vino a verla ayer. Dise que no mejora y que nesesita tratamiento. Mi pobre mamasita...

En ese momento la cámara cambió de plano de manera inesperada viéndose como Carlos Antonio Javier Sanegunio Veracruz se quitaba la camiseta y se restregaba con ella para quitarse el sudor, quedando totalmente aseitado en champu de caballo.

-No es momento de platicar, Tornado. Con esfuerzo conseguire la plata para mi mamasita. Y mira que hora es...he de prepararme para la sena. El señorito menor trae a su prometida.

En todo este tiempo el caballo, estuvo rumiando un montón de heno quitándole gran parte del glamour a todo.

- Hiiiiin!!! - le respondió Tornado  a Carlos Antonio. La cámara enfocó al animal varias veces para hacer una sugerente relación entre la sementalidad del caballo y la del propio Carlos Antonio.  Luego enfocó los ojos del caballo, indicando que quizá tras el actor equino existía más relevancia de la que podía parecer en un inicio.

Montada en su impresionante semental -en las Hasiendas sólo había sementales impresionantes y yeguas salvajes, bichos suficientes como para llenar un hipódromo de carreras- llamado  Pakal, como el emperador maya, Isabelita Carmela entró trotando grasiosamente en la Hasienda. 

La joven era joven, exuberante y sensual, y para el día de hoy se había puesto un coqueto vestido de lino blanco que dejaba intuír la bellesa de su juventus exuberante y sensual.

Macarena, la criada -se sabía que era criada porque era negra- entró buscando al señor Victor Alfredo.

- Aaaaaaay, señoriiiito -dijo con su asento sacado de Lo que el Viento Se Llevó, donde había trabajado previamente-. La señorita Isabelita Carmela está entrando en la Hasieeenda. 

Dicho esto, la cámara volvió a enfocar a Isabelita Carmela cabalgando a cámara lenta.

Los pensamientos en off de Lupita Rosaura fueron interrumpidos  el siniestro Gonzalo Tomás. El hombre tuerto llamó a la puerta, y cuando Lupita se giró sorprendida la cámara hizo un zoom a sus ojos. Después, Gonzalo Tomás abrió la puerta y miró y remiró a Lupita Rosaura con su único ojo. Probablemente porque carecía de visión tridimensional.

- Señorita -dijo con su voz gravísima que anticipaba que probablemente sería un malvado-. Ricardo Toribio me envía para desirle que se ponga esto para la sena.

Y le entregó una cajita de joyas. Cuando Lupita la abrió llevaba un hortera collar, con un enorme rubí de cristal de pega tallado con forma de corazón y grabado en oro "Te amo mi amor".

Perseo Alberto entró en ese momento por la parte de atrás, para encontrarse con el pensativo y aseitado Carlos Antonio, que estaba platicando nomás con Tornado.

- HIIIIIIIIn!!! -saludó tornado al recién llegado, que se pasaba más tiempo en la Hasienda Los Machos que en su propia hasienda.

La abuela se colocó -o más bien la colocaron- unos pendientes que pesaban treinta kilos cada uno y eran los responsables de las malas cervicales que tenía la pobre. La Viejita Lupita se puso una máscara antigás y comenzó a fumigarla con doscientos kilos de laca del pelo hasta que su peinado se convirtió en un Todo Cósmico capaz de repeler un ataque directo.

- Sí, señora doña Lucía -dijo dócilmente la Viejita Lupita, mientras el contador géiger del tocador indicaba que ya debería de dejar de echarle laca a la abuela.

- ¿Quién es?-pregunta Lupita Rosaura mirando a la puerta, siendo su mirada acompañada con un giro de cámara que es demasiado rápido y desenfoca al resién llegado-Ah, eres tú, Gonsalo Tomás, me asustaste...-añade suspirando. 

La muchachita cogió la cajita entre sus morenas manos y la abrió mientras la música de ambiente iba subiendo. La cámara enfocó el contenido de la caja, llegando al culmen de la música. La cámara enfocó la cara sorprendida de Lupita, que soltó una exclamasión paresido al gritito de una rata. Con los ojos desmesuradamente abiertos, se dejó caer sobre la cama. 

Ricardo Toribio es un buen hombre... pero con estos regalos... ¿¿Cómo quiere lo ame??

- Es... relindo, Gonsalo Tomás...-dijo intentando buscar palabras adecuadas-... Las señoritas de alta sosiedad llevan estas joyas acá, ¿verdás?-qué poco gusto tienen las chamaquitas acá...-Pronto, Gonsalo Tomás, acompáñeme al salón, quiero lusir esta joya.-mandó como una mujer de bien, elevando demasiado el tono de vos, pero es que Lupita Rosaura quería aparentar que pertenesía a esa refinada clase sosial.

Qué ejemplar de macho más presioso Pensó Perseo Alberto Jairo Uribe al entrar en el establo ¿qué hará hablando con el caballo?

Perseo Alberto Jairo Uribe jaló del cuello de su camisa e hizo saltar algunos botones para mostrar más su pecho con olor a mango.

- Buenos días Carlos Antonio – le saludó dirigiéndose hacia Tornado.

Perseo Alberto Jairo Uribe tomó entre sus robustas y sensuales manos el morro del animal y apoyó su frente, con ese gestó su sombrero se levantó ligeramente cayendo todavía más ligeramente hacía atrás (por suerte lo llevaba bien sujeto con unas horquillas) – y dime, ¿qué le contabas a este semental? -Pregunta al caballo haciendo ambiguo el destinatario de esa pregunta y le guiña un ojo a Carlos Antonio.

Sin embargo, la entrada sensual de Isabela Carmela le roba la escena.

Al escuchar a la criada Víctor Alfredo suspiró muy teatralmente mirando a cámara. - Grasias, Macarena, ya voy hasia allí. - Respondió, colocando su ropa y caminando hasia la puerta de la hasienda. No se podía negar que su prometida era una joven de lo más sensual y de exuberantes pechotes, la pareja perfecta para un macho aseitado como él. Pero la sombra de los cafetales pesaba siempre sobre los hombros de Víctor Alfredo, como si un recuerdo permanesiese imborrable en su memoria.

Salió por la puerta, buscando con la mirada y una sonrisa a su prometida y se asercó para ayudarla a bajar del caballo. - Isabelita, mi vida, estás tan presiosa y divina como siempre. - No la amaba ni la amaría nunca, pero su belleza compensaría ese problema, al menos mientras se mantuviese joven y lozana.

Pues no más que la sieguita se levantó dispuesta a dar un paseíto por la vereda, y su perro guía que era medio tonto por toda la coca que había esnifado se equivocó de Hasienda. 

La Abuela Lucía estaba saliendo de su cuarto  y había desidido ir a  revisar que todo para la sena estuviera perfecto. Cuando entró en las cosinas -su silla la llevaba la Viejita Lupita y chocaba contra todo- se encontró que la cosinera estaba escuchando rancheras en su walkman, no más, y no se había enterado de que la Sieguita Bella estaba vagando erráticamente mientras su perro guía se estaba poniendo siego -ironía- a harina, pensando que era coca de la buena.