Partida Rol por web

Despues de reencontraros en la estación de tren de Calais no os cuesta reconocer el Clase 4 Mallard que sive de instalación móvil al Club de la Calle 57. Accedeis a él sin problema y Sir Archer os sale al encuentro en el vagón cafetería donde solo hay un barman ocupado en sacar brillo a unas copas.

-Buenos Días damas, y caballeros. - Dice con una amplia sonrisa. -Veo que se han recuperado bien de sus heridas, me llegué a preocupar de verdad- Termina la frase mirando a Madeleine.- Bueno, vayamos al grano que tengo trabajo pendiente. El tren saldrá en unos minutos rumbo a Lión donde hará una breve escala antes de dejarles en Florencia. Una vez allí tendrán que ir a una cafetería situada justo frente al Duomo Santa María del Fiore, no se preocupén, reconocerán la cafetería sin problema. En ese lugar, al atardecer, deberán encontrarse con uno de nuestros agentes, Sir William Donaldson.- Por un momento reacciona como si se hubiera dado cuenta de algo e interrupe su charla - Pero ponganse comodos, siéntense, el bueno de Jonhy les servirá unos refrigerios- Chasquea los dedos y al rato el barman está preguntándoos que quereis tomar, no tarda en servir la comanda. Mientras Sir Archer sigue hablando, el no pide nada puesto que se va a ir.- Bien, nuestro compañero Donaldson tenía la mision de controlar los movimientos de Helmut Zimmer, por lo visto tiene en Florencia su lugar de residencia pero, según nos ha contado William, se ha ido repentinamente a Berlín por lo que tenemos una oportunidad de oro para infiltrarnos en su casa y averiguar que es lo que tiene el Grupo Thule. Donaldson les explicará los pormenores y dejará todo en sus manos ya que ha de moverse hasta Berlín para seguir la pista de Helmut.- Se relaja un poco y se pone en pie para irse.- Pero bueno, faltan unos días de viaje, relájense.- Y sin decir más se despide con una sonrisa y un movimiento de cabeza.

La estancia en Oxford había sido de lo más enriquecedora para Rick, no había noche que no hubiera pasado en compañía de alguna señorita, bien fuera una estudiante o alguna de las camareras de la Turf Tavern. ¡Bendito lugar!

Visitaba a Madeleine a diario, hasta que la presencia del joven pipiolo se le hacia insoportable. Aparentemente habían enterrado el hacha de guerra por el bien de Madeleine, y no es que tuviera un problema con el chico, tan solo no le gustaba para su pequeña. Para su desgracia debía reconocer que iba ganando algo de su respeto, no había luchado en la gran guerra pero se desenvolvía bien en problemas, al menos la mayor parte del tiempo.

Cuando no estaba en el Radcliffe, se dedicaba a explorar la pequeña ciudad o más bien a explorar sus pub, que no eran pocos, siempre llenos de estudiantes dicharacheros en busca de una buena pinta. En alguna de las ocasiones en las que paseaba cerca del rió, viendo a los equipos de remo, lamentaba no haber podido interrogar a ninguno de los alemanes en busca de más información. Además le maravillo las influencia que Sir Archer parecía tener, al menos más de las que pensaba, ya que pese a buscar en la prensa a diario por una pequeña mención a lo sucedido, jamás mencionaron algo.

Con respecto a Sir Archer su paciencia estaba llegando a su límite, sabía que el viejo adoraba a su hija, así que algo debía ir realmente mal si ni tan siquiera se molestaba en ir a verla al hospital. Lo que peor llevaban eran sus evasivas, no había podido contactar con él para que respondiera a sus preguntas, algo que ya daba por perdido. Su trabajo era proteger a Madeleine y así sería, no pensaba quitarle ojo.

Una vez en el tren del Club, escucho con atención a Sir Archer pero sin decir palabra alguna, quedándose con la información relevante a lo que deberían hacer al llegar a Florencia.

Cuando Jonhy le sirvió su café, añadiendo algo de su propia cosecha que llevaba en la petaca, se dispuso a leer el periódico acomodado en uno de los asientos del vagón, apoyando con todo el descaro del mundo los pies sobre el que tenía enfrente.

Zimmer de nuevo, todo lo que involucraba al grupo Thule y a ese hombre no podía ser nada bueno, al menos en aquella ocasión parecía no haber peligro. Aunque no dudaba que la casa del hombre estaría vigilada, el tal Donalson podría informarles, tal y como había dicho Sir Archer, de los pormenores de tratar de infiltrarse en su casa. Parecía algo sencillo y quizá fuera una manera de alejar a Madeleine del peligro.

Por otra parte estaba el asunto de Abner, Sir Archer no había mencionado nada sobre su estado y para ser sinceros no estaba seguro de saber que había sucedido con él. Habían logrado una victoria ante los alemanes y eso le era suficiente, pero estaba bastante claro para él que era hijo de Zimmer ¿Para que iría a Berlín con tanta prisa? ¿se habría enterado que alguien había “capturado” a su hijo? De verdad esperaba que la incursión en su casa les permitiera arrojar algo de luz a todo esto.

Tanto Zimmer como el grupo Thule habían estado teniendo una suerte del demonio, era hora de cambiar las tornas.

La frustración por no haber conseguido averiguar nada sobre Abner ni sobre los jupiter, tan solo se vio aplacada por ver a su prometida y al resto de sus compañeros de equipo recuperados.

Sin embargo, sabían que poco tiempo les quedaría de descanso antes de volver a la acción. Archer los había citado en Calais para un nuevo briefing de los suyos.

Lo cierto es que el viejo, su futuro suegro, estaba comenzando a resultarle un tanto irritante. Tenía esos aires de la aristocracia británica, tan dados a considerar a las personas como objetos de los que pudiera uno apropiarse y desprenderse a su antojo ¡Cómo detestaba ese tipo de comportamientos!

Los pocos días que transcurrieron hasta su nueva cita fueron tranquilos. Madeleine parecía tranquila y la tensiones con lobo parecían haberse apaciguado. David intentó mostrarse en todo caso amable y considerado con los dos. Notaba ciertas reticencias por parte del guardaespaldas pero a la vez, entendía y valoraba que él también estaba haciendo un esfuerzo. Por Madeleine, evidentemente. Pero para él eso era suficiente. 

El viaje a Calais fue tranquilo. Y tranquila fue la reunión con Sir Archer. Tranquila y desconcertante.

Por un lado, se tuvo que morder la lengua cuando declaró su "preocupación" por su estado de salud. Para tanta preocupación, no se había molestado ni siquiera en mandar un ramo de flores y una nota para su hija. Ni mucho menos, en ir a visitarla. Y si no tuvo esa consideración ni para con su hija, no hablemos ya del resto.

Y como siempre, sin más interés por las relaciones interprersonales, procedió a explicarles cuál iba a ser su próximo objetivo. El "briefing" fue mas corto aún de lo habitual ya que no sería el propio Archer el que les daría los detalles.

Su mirada se cruzó con la de Lobo, de quien sabía que compartía su devoción por Archer.

Durante el viaje, a parte de conversar con su prometida, a veces sobre temas intrascendentes, a veces sobre historia y arqueología. Conversaciones estas últimas en las que coincidían con el profesor Von Wagner. En estas últimas, escuchaba más que participaba, dado que era consciente de que sus conocimientos eran bastante limitados. Pero le resultaban muy instructivas.

Observar el paisaje desde el tren era algo que siempre le había gustado. Total, que entre una cosa y otra y algo de tiempo ocupado en leer los diarios que pudo encontrar en el tren, el viaje se le hizo bastante llevadero al principio, pero acabó por hacérsele insoportable. Demasiado tiempo encerrado en aquel lugar. Deseaba volver a la acción.

Los días en Oxford tras el incidente de la granja de los Júpiter fueron bastante reclusivos para Hans. Pasó la mayor parte de su tiempo a solas, escribiendo y reflexionando sobre lo ocurrido. Y salvo alguna visita muy esporádica a sus compañeros hospitalizados, apenas habló con nadie. Poco antes de marchar, sin embargo, compartió parte de lo que pasaba por su mente con Anne Sophie, a quien se alegraba de ver recuperada del ataque.

- Estuve muy cerca de recibir el impacto del mortero a bocajarro, y esa es una idea que me ha tenido intranquilo varios días. No soy el hombre más apropiado para este tipo de trabajos. -hizo una pausa, hablando después como consigo mismo.- Pero seguir en el Club me acerca a la resolución del misterio que mi padre tanto buscó. No puedo rendirme ahora.

Escuchó el informe de Sir Archer atento, aunque echó en falta alguna mención sobre Abner. Lo que le había sucedido seguía siendo de sumo interés para Hans, pues de ser cierta su teoría de la plaga, estaban frente a un hecho histórico sin precedentes. Además, justificaría la marcha de Zimmer a Berlín. ¿Quién sino él podría dar explicaciones sobre las fuerzas desatadas sobre Alemania?

Durante el trayecto, se dejó ver algo más en las zonas comunes. Trabajaba de tanto en tanto en sus notas, pero en muchas ocasiones se limitaba a disfrutar de las vistas o de alguna conversación con sus compañeros. No perdió oportunidad de compartir su conocimiento siempre que hablaban de algún tema que le interesara. Según él, ser un entendido en algo y no educar sobre ello a los demás era como tener una plantación y quemar la cosecha al terminar la jornada. Una tarde en que todos se encontraban en el vagón cafetería*, aprovechó para preguntar sobre algunos detalles que aun desconocía de lo sucedido la tarde que visitaron la granja.

- Señor Harris, ¿qué sucedió cuando nos separamos? ¿Pudo hablar con la policia?

-Desde luego que sí-contestó David-Acudí a la comisaría donde el inspector Oldman me hizo pasar a su despacho. Estaba muy interesado por todo lo que le pudiese contar sobre Abner, lo cual en realidad era muy poco. Insistió en interrogar a Madeleine y a todos ustedes, pero me negué. Al final no tuvieron más remedio que soltarme, pero me siguieron. Supongo que ellos pensaron que estaban siendo sutiles y que no me daría cuenta. Intenté darles esquinazo, pero resultó imposible y finalmente regresé al punto de vigilancia con ellos. Visto lo visto y tal como se desarrollaron los acontecimientos, su ayuda habría venido muy bien. Una pena no haber regresado antes y que esa bala de mortero acabase con ellos. Y ya que estamos, ¿qué explicación creen que podemos dar a lo de Abner?¿Qué es lo que pudo...consumirlo tan rápidamente?

Tus compañeros, en tu ausencia, encontraron evidencias* en el faro que les llevaron a concluir que Abner es hijo de Helmut Zimmer, siendo Zucker un apellido falso.

El paisaje pasaba veloz, formando manchas verdosas a través del cristal. Madeleine miraba inexpresiva a través de la ventana, acariciando una de las heridas de su costado que terminaba de cicatrizar. No podía sacar de su cabeza aquella mirada pasiva y distante de su padre al referirse a todos los “acontecimientos” que acababan de ocurrir. Habían estado a punto de morir, todos ellos, y él había ignorado ese hecho por completo. Repasaba una y otra vez la indiferencia con la que su padre le había tratado desde que regresó. Se había convertido casi en un desconocido para ella, y su ausencia en el hospital no hacía más que reafirmar que algo estaba pasando entre ellos dos. Quizás estaba demasiado ocupado para dedicarle toda la atención que antes le prestaba. Quizás estaba cansado de que su hija mimada y caprichosa no parara de meterse en problemas. Quizás, tras su compromiso con David, Madeleine dejaba de ser su responsabilidad.

Se removió incómoda en su asiento, intentando sacar de su cabeza la idea de que era una propiedad que pasaba de mano en mano como una carga a preservar.  Se llevó la mano a la cabeza, intentando mitigar el punzante dolor de las sienes. Llevaba varios días bebiendo demasiado whisky y olvidando todos los problemas que por la mañana volvían a aparecer. Se pasaba el día en el vagón cafetería, intentando que alguno de sus compañeros se uniera en alguna charla alejada de Abner, de Thule, o su padre. Como siempre, terminaba recurriendo a Rick para sacarle de quicio y conseguir algo de diversión.

- Sea lo que sea,  no es contagioso – murmuró Madeleine sin apartar la vista de la ventana – nos acercamos tanto que podía verle los pelos necrosados de la nariz -  aunque eso no era del todo cierto, solo había visto durante un instante el rostro desfigurado de Abner antes de caer desmayada y aún con todo, seguía teniendo pesadillas. – ¿Existe alguna enfermedad que pueda causar algo así? – Preguntó girando la vista hacia todos – quizás algún veneno, una enfermedad degenerativa…- propuso sin mucha convicción.

Los días que pasó en el hospital recuperándose de su herida en la pierna, Anne Sophie los pasó meditando sobre todo lo ocurrido, y más concretamente en el hecho de que su impulsividad, junto a la de Rick, a punto había estado de acabar con la vida de todos ellos, en especial de Hans, al que su trabajo la obligaba a proteger. Y ella nunca fallaba en su trabajo. Esa idea se vio reforzada con las palabras que un bastante recuperado Hans le dirigió.

—Tú preocúpate de tus estudios y déjame la acción a mí, no debes correr riesgos innecesarios ya que eres muy importante para esta investigación —Anne se sorprendió dirigiéndole esas palabras pero, poco a poco y a base de pasar tanto tiempo con ese heterogéneo grupo, había cogido bastante cariño, o algo parecido, al joven erudito—. Ya me encargaré yo de darte un empujón cuando vea que te rindes —sí, aquello trataba de ser una broma aunque viniendo de ella no hubiera sonado como tal.

Desde luego la investigación debía proseguir al igual que debían seguir sus constantes viajes. A Anne no le preocupaba tanto si Sir Archer los iba a visitar o si se preocupaba por su salud, ella sabía cuál era su papel y lo asumía esperando las nuevas indicaciones para realizar la siguiente tarea encomendada. Por ese motivo, cuando una vez más se volvieron a reunir con él, aceptó sus órdenes sin decir nada, aunque sí tuvo que reconocer que hubiera agradecido un poco más de información, al fin y al cabo a Abner lo habían encontrado y recuperado ellos, así que alguna noticia sobre el estado de salud de Abner o sobre las teorías que pudieran tener sobre su enfermedad no hubiera estado nada mal.

El siguiente destino era Florencia, famoso por su arte y sus artistas y, aunque Anne consideraba que hacía tiempo que había abandonado cualquier signo de sensibilidad, no por ello era ajena a la vibración de su alma ante la belleza. Sólo esperaba tener algo de tiempo para pasear por sus calles, siempre y cuando fuera acompañando a Hans o cuando éste estuviera bien encerrado en su habitación. Pero mientras tanto, aún quedaba viaje suficiente en tren para intercambiar opiniones y, aunque Anne no abría demasiado la boca, sí escuchaba con atención e intentaba empaparse de toda la información y comentarios que se vertían en el vagón.

—Pudiera ser alguna sustancia mortal que encontraran en la excavación. Lo digo porque recordé todo ese tema de las plagas y el fin del mundo y esas cosas. Por cierto, una de las plagas de Egipto ¿no era algo sobre la muerte de los primogénitos? —Anne se quedó pensativa después de lanzar aquella pregunta que poco parecía tener que ver con el tema de conversación y, sobre todo siendo una mujer más de acción que de erudición, parecía extraño que volviera a recordar lo sucedido hacía ya algún tiempo.

El tren hace una breve escala en Lyon tal y como Sir Archer indicó. Esa mañana recibís en vuestros dormitorios una invitación para comer en el Bouchon Chez Paul firmada por el mismo Sir Archer, un humilde restaurante famoso por sus magníficos platos de cocina tradicional francesa. Mientras, el tren, pasará una noche parado en la estació  ya que ha de repostar y recoger diferentes mercancías (víveres, agua, correo, y otros materiales de consumo). Esto os da veinticuatro horas noche para conocer la ciudad de Lyon y "estirar las piernas".

Volutas de humo asomaban por las parte superior de las hojas de periódico tras las que se encontraba Rick, que disfrutaba de la tranquilidad del desayuno que consistía, como no, en un café con unas gotas de whisky. Esta se vio rota por la oportuna comparación de notas del grupo. Decidió mantenerse al margen, aunque escuchando con atención, hasta que llegaron a la parte de la curiosa afección de Abner.

-Una puta maldición, eso es lo que le pasa – masculló aun tras el diario, cuando Anne Sophie menciono las plagas de Egipto, haciendo que las bajara señalando a la mujer – ahí lo tienen...eso les pasa a los descerebrados que molestan a los espíritus y eso es lo que han hecho los malnacidos del Thule...una puta plaga sobre los suyos – sentenció con su sucio y malsonante vocabulario, estirando las páginas y ocultándose de nuevo tras ella

Esa superstición en lo relativo a los espíritus era algo muy arraigado en sus raíces indias, la experiencia en el Cairo desde el momento que se introdujeron en la tumba no fue algo agradable para el mercenario, que prefería no molestar el descanso eterno de nadie.

Poco después el tren anunciaba la parada de repostaje en Lyon, trayendo a la mente la carta que habían recibido esa mañana, junto a la invitación de comer en el Bouchon Chez Paul, dudaba que Sir Archer fuera a presentarse, por su puesto, pero desperdiciar una comida de primera y gratis no estaba entre sus planes.

Hans reflexionó en silencio mientras sus compañeros lanzaban teorías sobre Abner. Gran parte de sus notas personales de aquellos últimos días trataban, precisamente, de aquel fenómeno.

- La última plaga que Dios desató sobre Egipto para liberar a los judios. -dijo respondiendo a Anne Sophie.- A falta de más pruebas, podríamos haber presenciado el poder de esas mismas fuerzas, afectando al primogénito de quien abrió el sepulcro donde estaban siendo contenidas. El Profesor Zimmer podría haber desencadenado la ola de desastres que parece azotar Alemania entera. -hizo una pausa pensativo, sorprendido al acordarse de pronto de su hermano.- Quién sabe qué otras consecuencias traerá ese acto.

La mañana en que el tren llegó a Lyon, Hans tuvo que convencerse a sí mismo de salir. No había estado nunca en Francia más que de paso, así que decidió finalmente darle una oportunidad.

- ¿Conoce usted la ciudad? -preguntó a Anne Sophie cuando se reunió con ella para ir al restaurante.

-¿Desastres bíblicos dice?-contestó David arqueando una ceja con excepticismo-Creo que han olvidado ponerme al día acerca de sus hallazgos en esa granja. A pesar de ello, hay algo que no encaja. La Biblia hablaba de la muerte de los primogénitos. Abner no ha muerto. Al menos no todavía y además, nadie más que él parece haberse visto afectado por esa plaga. No son extrañas no obstante, las historias acerca de insensatos que pagaron con su juventud el precio de jugar con poderes que no entendían. 

El tren se detenía, David miró hacia afuera. Estaban entrando en la estación de Lyon.

-Lyon al fin. No me vendría nada mal caminar un poco después de tanto tiempo metidos en este vagón ¿Qué les parece?¿Damos un paseo?

No volvió a participar en la conversación, sin embargo, aquel pequeño apunte de L´Ourse le sumió en profundos pensamientos. Conocía aquella profecía a la perfección, pero es costumbre que mito y realidad se entrecrucen peligrosamente creando leyendas sin ningún tipo de base real.  Creía en los símbolos, y lo que ellos producen a la gente. En el ingenio del ser humano para hacer cosas excepcionales, e incluso podía admitir que existían ciertos poderes inexplicables. Pero... ¿una gran plaga destructiva?

***

- ¡Oh mon amour! –exclamó de manera teatral Madeleine, abriendo los brazos hacia su prometido. El aire fresco y el contacto de sus pies en suelo firme le habían puesto de buen humor –es una idea excelente. Necesito ropa nueva urgentemente y estoy segura que aquí encontraré unas estupendas boutiques a la moda francesa – respondió animada, dando por sentado que David la acompañaría. –Aún nos queda un rato para nuestra cita en el Bouchon Chez Paul, ¿alguien más se anima? – preguntó, girándose hacia el resto de sus compañeros. Estaba casi segura de que la señorita Hinault y Von Wagner no la esperarían tras los probadores para comentar que tal le quedaba su vestido, pero sus modales le exigían que al menos preguntara. Miró a Lobo, dudando de su respuesta, deseando que dijera que si, y esperando que dijera que no.

Sus conocimientos, incluso su inteligencia, no eran tan amplios como los de sus compañeros así que Anne, una vez lanzada su idea, se limitó a escuchar las respuestas mientras el tren proseguía su camino. Sabía que harían una parada en Lyon, pues esa misma mañana se había encontrado una invitación de Sir Archer que los invitaba a comer. Aquel hombre era sumamente extraño, o por lo menos esa era la impresión de Anne, pues tenía la capacidad de aparecer y desaparecer cuando menos se lo esperaba y, sobre todo, por la rara relación que mantenía con su hija. Pero esas eran cuestiones que a la mujer poco le debían importar, su trabajo era muy claro y no meterse en la vida de sus jefes, fueran unos o fueran otros, y ella en esos momentos se podía considerar contratada por dos personas distintas.

Cuando se propuso la idea del paseo a Anne no le pareció mal, lo que no iba a soportar era ir detrás de la niña mimada yendo de tienda en tienda. Ese no era su trabajo así que, negando con la cabeza al ofrecimiento de Madeleine, esperó a ver qué hacía Hans pues era a él al que debía proteger.

Hans observó un instante a Madeleine y después a Anne Sophie. No era hombre interesado en ropas u otros caprichos, y entendía que la francesa pensaba igual. Viendo que se esperaba una respuesta por su parte, hizo gala de su sobriedad y buena educación ante la petición de Madeleine.

- Gracias por la invitación, Señorita Archer. -dijo quitándose el sombrero- Pero me temo que no sabría distinguir entre una pieza a la última moda de un simple trapo, así que debo declinar su propuesta. La Señorita Hinault y yo daremos una vuelta, quizás encontremos algo interesante con lo que ocupar el tiempo hasta el mediodia. -Miró entonces a Anne Sophie.- Si a usted le parece bien.

Se despidió con un cabeceo del resto y volvió a ponerse el sombrero, esperando a que Anne se uniera a él.

- No conozco Lyon. -le dijo cuando echaron a caminar- Ni apenas Francia, de hecho. ¿Conoce usted la ciudad?

Acostumbrado a la teatralidad con la que Madeline podía actuar en ocasiones, ignoro por completo la actitud de esta hacía su prometido, aunque sin poder evitar poner los ojos en blanco mientras salia tras ellos del tren.

La perspectiva de sentir la luz del día, fuera del confinamiento del tren, estirar las piernas y de respirar aire puro era suficiente para el ex-mercenario. Ahora la idea de ir de compras con Madeleine y David, ya no era tan tentadora, sabía de primera mano el suplicio que ta tarea suponía, envidiando la elegante cortesía con la que Von Wagner los había disculpado a él y a la señorita Hinault de tal excursión.

-disfruten del paseo – se despidió de ellos con una inclinación de su sombrero – a mi me toca ser la carabina de estos dos jóvenes para que no hagan nada indecoroso – repuso a la invitación de Madeleine

Respiró aliviada ante la propuesta de Hans. Ir de tiendas no era algo que le apeteciera y, por otra parte, su tarea de ser la niñera del joven Von Wagner estaba resultando mucho más difícil de lo que en un principio había creído, por ese motivo saber que no iba a tener que discutir con él para mantenerlo vigilado y que era el propio Hans quien proponía dar un paseo por la ciudad, le resultó bastante tranquilizador.

—Conozco Lyon, aunque hace ya bastante tiempo que no he puesto un pie en la ciudad así que espero que no haya cambiado demasiado —contestó al joven—. De hecho conozco un par de sitios que seguro te van a resultar bastante interesantes —se imaginaba qué era lo que podía atraer la atención de Hans.

Se despidió del resto y se dispuso a seguir a Von Wagner por las calles de Lyon, dispuesta a mostrarle los rincones que ella recordaba.

Rick siguió a la pareja de “enamorados” por las calles de Lyon, viendo entrar a Madeleine de tienda en tienda probándose modelo tras modelo, procurando censurar aquellos atuendos que ponían a prueba el buen gusto y decoro. Al menos aquellos que mostraban demasiado a los maravillados ojos de su joven protegido, Madeleine seguía con ese aura juguetona y provocadora que la había acompañado desde que habían abandonado Londres, no sabiendo a que venía ese tira y a floja con la paciencia de su guardaespaldas pero el aguanto el tipo estoicamente.

Caminando siempre detrás de ellos, cargando con las compras, el trió disfruto de un paseo por lo demás agradable por las calles de la ciudad. Incluso se molestaron en visitar el famoso reloj astronómico que se encontraba en la catedral de Saint-Jean, única parada realmente turística que hicieron y porque les quedaba de paso al café donde se deberían reunir con los otros.

Mientras camináis oís gritos a vuestras espaldas:

-¡Eh!¡Oigan!...- Enseguida caéis en la cuenta de que os están llamando, al giraros véis a un hombre vestido con un sobrio traje gris que corre hacia vosotros sudoroso.

-Demonios... por fin les encuentro.- Dice al llegar a vuestra altura, al momentos de inclina con las manos sobre las rodillas para tomar aire -ufff, arf...- Se incorpora, tiene un marcado acento francés - Disculpen pero han de regresar al tren, es urgente, muy urgente de hecho, va salir rumbo a Florencia ya mismo, allí deben apearse.-  Sin decir más, el hombre se gira de regreso a la estación confiando en que le seguís. - Espero que Antoine haya encontrado a sus compañeros, no tengo fuerzas para seguir corriendo.-