Lentamente aquel custodio de la llave espada se despierta, el olor de la cama, el tacto de la almohada, todo le indica que está en su querido y tierno hogar. Al fin en casa, por así decirlo. Abriendo los ojos con lentitud, este pudo comprobar como su habitación se encontraba tal y como lo recordaba.
Pese a que el custodio de la llave no entendía del todo bien qué era lo que estaba pasando, o lo que había pasado, ahora se sentía seguro en la calidez y tranquilidad de su propia habitación, en su hogar.
Me quedo pensativo mientras me acabo por despertar, ciertamente aquella situación era embarazosa. Me levanto despacio y bajo de la mesa, me pongo los zapatos y me acerco a la ventana, miro a través del cristal y observo la estatua del otro lado del lago, su mirada, sus rasgos, su pelo... Rayla es preciosa, cada sombrerero de toda la historia había encontrado a su Alicia y yo la había encontrado dos veces ya, aunque eso también significaba que la había perdido dos veces, una de dos, o era el mejor sombrerero de la historia o el peor.
Como cada vez que me encontraba perdido, salí fuera, me quité los zapatos y me zambullí en el lago, buceé por debajo del agua, me senté en una piedra plana que había en el fondo. Esperé hasta que no pude más y salí de nuevo a la superficie. Me quedé haciendo la plancha mientras la estatua de Alicia me miraba con sus preciosos ojos. Nadie podía saber de que color eran porque nadie recordaba ya como era aquella chica que había inspirado la estatua, pero la verdad es que yo sí, porque los había visto en la cara de Rayla.
Solo esperaba que estuviera bien.
Salgo del agua y me calzo de nuevo, emprendo el camino hacia el único que imponía respeto, inspiraba miedo, y a la vez, daba consejos crípticos y sabios por igual. El gato de Chesire se encontraba lejos, muy adentro en el bosque pero necesitaba hablar con él.
Al llegar al claro en dónde creí que se encontraría miré a mi alrededor, todo se encontraba medio a oscuras y pude ver su característica sonrisa y sus grandes ojos verdes.
El paisaje que mostraban las ventanas era algo familiar, algo que el propio Aleksis bien conocía y recordaba de su mundo de origen, de su hogar. Pese a ello, aún con el paisaje familiar que tenía ante él, esta decidió abrir la puerta de su hogar y salir al exterior con la intención de bañarse en el lago, sentarse en piedras planas, contemplar una estatua o que la estatua le contemplara a él...
Pero nada de eso ocurrió, pues una vez que salió, se encontró con una Plaza. Una plaza de un pueblo que recordaba como si de un sueño cercano se tratara. Ahí estaba él, nuevamente, en un lugar desconocido.
¡Cáspita! ¡Que contrariedad! Me rasco la cabeza metiendo la mano en el sombrero. Miro a mi alrededor a ver si veo a alguien conocido.
No había nadie en el interior de la casa del aprendiz de sombrerero.
Una vez que salió de la casa se suponía era la suya, se encontró con una Plaza. Una plaza de un pueblo que recordaba como si de un sueño cercano se tratara. Ahí estaba él, nuevamente, en un lugar desconocido.
¡Cáspita! ¡Que contrariedad! Me rasco la cabeza metiendo la mano en el sombrero. Miro a mi alrededor a ver si veo a alguien conocido.
Aleksis salió de la casa hacia la plaza. Quizás tuviera más suerte allí que en el interior de su vivienda.
Aleksis se despertó sobresaltado en su cama; echando un vistazo al reloj, eran las 24:00 horas de la noche. No era una hora ideal para hacer cosas como cuidar el jardín, ir a visitar a un familiar a su casa, o gritar con todas tus fuerzas mientras juegas al pilla-pilla.
La cuestión era... ¿Cómo y cuándo había llegado hasta ahí?.
Tampoco pareciera que nadie hubiera entrado en la casa a decir verdad. Eso sí. Aleksis encontró algo que estaba fuera de lugar en todo aquel asunto, una pequeña caja blanca justo enfrente de la puerta de entrada de su hogar; sin ningún tipo de marca salvo una "U" partida por un guión estilizado de color negro.
Extrañado, sorprendido, esquivo, indeciso y quizás un tanto reflexivo, así se encontraba Alexis cuando apareció de nuevo en su casa, abrió la puerta para comprobar que estuviera todo en su sitio, fue cuando vio la caja en su umbral y acabó, además de todo lo anterior, desconcertado.
Se agachó lentamente, cauteloso y mirando a su alrededor por si algo estaba espiando, por si era una especie de trampa. Cogió la caja del suelo y entró en la casa cerrando la puerta rápidamente. La colocó encima de la mesa del salón mientras decidía si abrirla o no y decidió tomar un té con leche y pastas. De repente se acordó de que el conejo hacía mucho tiempo que no venía a pasar la tarde, aunque reflexionando un poco más en profundidad estaría ocupado con su nuevo cargo.
Cuando las pastas se acabaron miró la caja de reojo, con desconfianza. acercó la mano y la retiró un par de veces antes de ponerla delante suyo. Y entonces la abrió.
En el interior de aquella caja había una baraja de cartas, junto a una nota.
"Tus amigos del otro lado... te echarán una buena mano..."
"Échale una carta al que quieras... y ese en nada desaparecerá"
Guardo la baraja de cartas en el forro doble de mi sombrero, tiene un fácil acceso si se sabe dónde buscar. Acto seguido salgo por la puerta esperando encontrarme de nuevo en la plaza.
Los tres llegaron a la casa del aprendiz de Sombrerero, y a decir verdad, el interior de la casa era tal y como cualquier persona se hubiera imaginado que sería la casa de Aleksis Supercalifragilisticoexpialidoso. Lo único que resaltaba era una caja blanca abierta con un símbolo extraño pintado en negro.
Señalo la caja y digo extrañado: Eso es nuevo.