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Constantinopla Nocturno - El sueño perdido

Enero de 1260 - Lámpsaco

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22/08/2014, 14:15
Director

A lo largo de las Edades se suceden las historias. Las proezas de los hombres valerosos, y las desgracias que sobre estos acaecieron quedan plasmadas en las páginas en blanco de antiguos códices y arcaicos manuscritos. Sobre libros modernos, impresos desde el vibrante Renacimiento. 

Algunas historias simplemente fueron olvidadas. Y algunas no deben poseer nombres, pues aquellos que las protagonizaron, deben permanecer en el anonimato por el bien común.

La historia que pretende a continuación cautivarnos es la historia de un Sueño. Un Sueño, perseguido por un pueblo tenaz y fervoroso. Un Sueño que fue una llama ardiente en corazones mortales y eternos por igual, de la que sólo quedan ascuas. 

Ésta es la historia del resurgir de la pasión, de las manos que avivaron las ascuas de aquella ardiente llama. La historia de la esperanza y la lucha, la gloria y la sangre derramada por Bizancio y sus gentes. La historia de Constantinopla, tal y como la vivieron las almas inmortales que vagan desde los tiempos de Caín por el mundo. 

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22/08/2014, 14:25
Director

 Enero de 1260, Lámpsaco.

Tras la victoria en la batalla de Pelagonia, en Septiembre de 1259, Miguel Paleólogo y sus hombres se recuperan en esta ciudad costera, guareciéndose en ella durante el invierno. 

Mientras los mortales esperan refuerzos de las distintas zonas del pujante Imperio Niceno, que tras la batalla antes mencionada se ha convertido en la mayor potencia bizantina, una fuerza muy distinta empieza a aunar sus esfuerzos en torno a las conjuras políticas y los movimientos diplomáticos que pretenden ganar aliados para la causa griega. 

Los hijos de Caín, acuden al llamado. Acuden a la petición de quienes un día consideraron Constantinopla su hogar. El por qué, es un misterio. Motivos totalmente diferentes unen sus destinos imperecederos a los pormenores de esta empresa. Cada uno de ellos guarda sus propias ambiciones, en algunos casos más benevolentes y pías, y en otros más ambiciosas y oscuras.

La historia que nos compete, comienza en una noche fresca de invierno tardío, en la que la luna llena brillaba, majestuosa, sobre el mar de Mármara, dándole a todo lo que reposaba bajo su dominio un brillo pálido e ineludible. Aquella noche, nuestros protagonistas, habían sido invitados a acudir a los dominios de la ilustre Ana Comnena. La mujer, que era en gran parte responsable de aquella iniciativa.

Era hora de poner las cartas sobre la mesa. Era hora de cosechar cualquier ayuda posible. Nadie lo había dicho en voz alta, pero era por todos sabido que pronto, los esfuerzos aunados de todos los que decidieron contribuir a la causa, se dirigirían hacia su destino, Constantinopla.

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26/08/2014, 13:05
Director

El camino había sido largo. Desde los confines de las tierras de los grandes voivodas hasta la costa del mar de Mármara habían transcurrido varias jornadas de viaje. Casi una luna entera desde que aquella misiva, escrita del puño y letra de tu sire, hubiese llegado a tus manos. 

"Acude a Lampsaco" dictaba "Las fuerzas bizantinas han despertado, recuperaremos nuestro Sueño" y aquellas palabras, junto a sus ulteriores explicaciones e indicaciones, habían bastado para que reagrupases a tus hombres y emprendieses el largo camino que debía llevarte de vuelta a tierras bizantinas. 

No abandonabas a los gesudianos a los que habías estado asistiendo sin cierta inquietud, pues habías entrevisto las ambiciones que Vykos, el chiquillo de Symeon, procuraba verter sobre el seno de la orden. Quizá temías lo que pudieras encontrar cuando decidieras volver la vista atrás. Pero las viejas promesas y la lealtad hacia tu sire pesaban lo suficiente como para llevarte hacia aquel destino. 

Intuías que algo así ocurriría pronto. Los rumores hablaban de una gran batalla en la que el Imperio de Nicea, mayor potencia escindida del anterior Imperio Bizantino, había obtenido una clara victoria, erigiéndose sobre aquellos enemigos que en primera instancia podían truncar su camino hacia el objetivo mayor de toda fuerza bizantina que había nacido durante las últimas décadas. Y aquel objetivo no era otro que la hermosa ciudad. El Sueño. Constantinopla. 

De manera que emprendiste el camino que el destino, o Dios, parecían haber trazado para ti, y te embarcaste, junto a los hombres que te debían fidelidad, en una travesía. Y tras nevadas, ventiscas, tormentas, caminos de barro helado y pernoctaciones incómodas, vislumbraste el mar de Mármara, el cual ondeaba, oscuro, en el horizonte. Aún quizá eras capaz de recordar su color azul vibrante, pero aquello sin duda te había sido negado. 

En una noche tan sólo iluminada por los astros, cruzaste el Helesponto desde Callipolis, en una gran barcaza, junto a tus hombres. Y frente a ti, pronto surgió la visión de aquella ciudad de la que tanto habías oido hablar durante el viaje. Lampsaco. Una urbe costera y pujante, cuyo esplendor, si bien no se podía comparar al de Constantinopla en sus buenos tiempos, era más que considerable. 

El puerto bullía con una gran actividad, a pesar de que el ocaso ya había transcurrido horas atrás. Soldados ataviados con diferentes tabardos se entremezclaban, y un sirviente ataviado con ricas ropas te recibió en cuanto tocaste tierra. En seguida se le ofreció habituallamiento a tus hombres, y a ti, se te pidio amablemente que acudieras a la villa de la mujer que era en parte el origen de aquella nueva y ambiciosa empresa, que no era otra que Ana Comnena, la antigua Quaesitor de la familia Antonina, Chambelán de la misma, que a duras penas había escapado de la cruenta Cruzada que arrasó con muchos de tus semejantes. 

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02/09/2014, 20:40
Director

Algunos meses habían transcurrido desde que Diego, tu sire, resurgiera de su prolongado letargo. Meses, en los que te sentías quizá impelida por el remordimiento a seguir sus pasos, en los que le acompañaste hasta Génova, donde fuiste testigo de numerosas reuniones y negociaciones con una cainita a la que te presentaron como la Obispo Gabriella de Génova. Sin duda ella y tu sire parecían haber mantenido una relación cordial desde hacía muchos años, y ahora que los rumores apuntaban a un futuro provechoso para la Ciudad Estado italiana, ambos se reunían frecuentemente para seguir al día las noticias y actuar en consecuencia. 

Mientras, Diego trataba de recuperar las riendas de sus propiedades, salvar las alianzas que el tiempo aún no había destruido y buscar la manera de remontar sus ambiciones comerciales, que durante aquellos años habían quedado despertigadas y mermadas. A ratos, parecía terríblemente furioso contigo. Sobre todo las primeras noches, en las que a penas te dirigía la palabra. Sin embargo, había un cambio en él, y a medida que su enfado fue cediendo, te percataste de que en su mirada habitaba un nuevo brillo. El brillo del respeto que nace de la admiración. 

Sin duda, por una vez le habías ganado, aunque ni tu misma te habrías imaginado que las consecuencias hubiesen sido tan nefastas para ti. Y como jugador y estratega entregado y apasionado, Diego reconocía tu victoria. Y te reconocía ahora como algo más que aquella mujer que fuiste cuando te abrazó. Quizá un poco más como su igual. Como un rival sorprendentemente hábil, sin dejar de considerarte su chiquilla. 

Una noche, llegó a manos de Gabriella una carta. Una misiva escrita por una cainita, de nombre Ana Comnena, que paecía liderar en la noche un movimiento bizantino acogido en el seno del Imperio de Nicea, que había salido victorioso a principios de otoño en una gran batalla en Pelagonia. Era la mayor fuerza griega circundante a Constantinopla, y como tal, pretendía recuperarla, y para ello solicitaba toda ayuda posible. El líder de las fuerzas nicenas, Miguel Paleólogo, pronto pediría ayuda a Génova, pero ella deseaba adelantarse a los acontecimientos, y le pedía encarecidamente a Gabriella su ayuda, a cambio de ciertos beneficios comerciales y territoriales de los que ahora gozaba Venecia en el actual Imperio Latino. 

La simple mención de Venecia hizo que tu sire sintiese la imperiosa necesidad de acudir a aquel llamado. Necesitaba ir allí y cersiorarse de lo que estaba ocurriendo. Empaparse de las intenciones de la mujer Comnena, sopesar sus fuerzas, y si aquello era provechoso, informar a Gabriella de que aquella empresa podía resultar todo un triunfo para su amada patria, Génova, en detrimento de la derrota de Venecia, cuyo representante, Alfonso, se sentaba en el Patriarcado de Constantinopla, ostentando una posición que para muchos, no merecía. 

De manera que te viste de nuevo embarcada en un viaje junto a él. Ésta vez desde Génova, atravesando el mar de Mármara, hasta Lampsaco, donde al parecer aguardaba la mujer en cuestión, junto a las fuerzas de Miguel Paleólogo, el mortal que ambicionaba, junto a ella, recuperar la ciudad de Constantinopla. 

Fueron varias jornadas de travesía por mar, en las que tu sire y tú aprovechasteis las escalas en diferentes puertos para tomar alimento y así no levantar sospechas entre la tripulación. Un viaje en el que las oscuras aguas siempre estaban presentes, y tan solo los astros proporcionaban luz, en el que tuviste tiempo de sobra para pensar y hablar largo y tendido con Diego sobre el asunto.

Una noche de luna llena, al fin, divisaste una ciudad en el horizonte, que lucía esplendorosa y pujante, aunque no especialmente grande. Lampsaco bullía con importante actividad a pesar de que el ocaso ya había transcurrido horas atrás. Soldados que portaban diferentes tabardos se entremezclaban, formando una algarabía de gentes humildes y hombres de armas. Tu sire, junto a una pequeña escolta personal y algunos sirvientes, decidió tomar tierra, aunque no le resultó fácil efectuar el amarre de su barco dado el inusual tráfico del puerto. 

Un sirviente ataviado con ropas de calidad acudió a vosotros en cuanto pisasteis tierra firme. Amablemente, os pidió que le siguiérais. Os conduciría a la villa de la mujer que era en parte el origen de aquella nueva y ambiciosa empresa, que no era otra que Ana Comnena, la antigua Quaesitor de la familia Antonina, Chambelán de la misma, que a duras penas había escapado de la cruenta Cruzada que arrasó con muchos de tus semejantes.

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02/09/2014, 21:11
Director

La noticia había llegado de manos de Malaquita, que había acudido a Epiro potando una misiva. Era por vosotros sabido que los términos entre Natalya y la mujer que se asentaba entre las sombras del Imperio Niceno, no atravesaban una buena racha. Desavenencias personales y políticas habían conseguido separar lo que una empresa tan digna como el Sueño de Constantinopla había juntado. 

Aún así, aquella misiva había llegado, escrita del puño y letra de Ana Comnena. Y en ella había una tregua implícita. Una tregua por el bien común, y la petición de una unión temporal, para obtener Constantinopla y arrancarla de las negligentes manos de los latinos que allí gobernaban. 

Malaquita se había mostrado de acuerdo con aquellas palabras escritas desde un primer momento, y aunque Natalya había sido reticente, finalmente se decidió, y utilizando sus influencias en Epiro, congregó a cuantos hombres pudo conseguir antes de emprender su viaje hasta Lampsaco, donde tanto Ana como las fuerzas de Miguel Paleólogo esperaban. 

El barco zarpó en una noche negra como boca de lobo, en la que tan solo los astros proporcionaban luz. Tras ésta, se sucedieron varias jornadas de travesía por mar, en las que las negras aguas del mar de Mármara parecían extenderse infinitamente, rodeando la embarcación como si quisieran engullirla. 

Una noche de luna llena, al fin, divisasteis una ciudad en el horizonte, que lucía esplendorosa y pujante, aunque no especialmente grande.

Lampsaco bullía con importante actividad a pesar de que el ocaso ya había transcurrido horas atrás. Soldados que portaban diferentes tabardos se entremezclaban, formando una algarabía de gentes humildes y hombres de armas. Natalya, junto a una pequeña escolta personal y algunos sirvientes, decidió tomar tierra, aunque no le resultó fácil efectuar el amarre de su barco dado el inusual tráfico del puerto. 

Un sirviente ataviado con ropas de calidad acudió a vosotros en cuanto pisasteis tierra firme. Amablemente, os pidió que le siguiérais. Os conduciría a la villa de la mujer que era en parte el origen de aquella nueva y ambiciosa empresa, que no era otra que Ana Comnena, la antigua Quaesitor de la familia Antonina, Chambelán de la misma, que a duras penas había escapado de la cruenta Cruzada que arrasó con muchos de tus semejantes.

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03/09/2014, 00:00
Director

El barco había zarpado días atrás, desde Tesalónica, en una noche negra como boca de lobo en la que sólo los astros proporcionaban cierta lumbre. Atrás dejaba largas semanas de viaje en carruaje y caballos, desde Hungría, atravesando tierras paganas transilvanas, campos búlgaros, y costas griegas hasta alcanzar aquella ciudad costera que parecía poseer cierto encanto natural.

Había sido una misiva la que había propiciado aquel traslado. Sabías que en algún momento tú y Nabuk abandonaríais BudaPest, pero al parecer aquello había adelantado el transcurso de los acontecimientos. Durante los últimos años, habías recibido de él todo tipo de lecciones, y le habías acompañado en varias de sus pesquisas. Sin embargo, jamás le habías visto de aquella manera.

Varvara, su chiquilla antes de que tú lo fueras, la cual también viajaba con vosotros junto a un acompañante que respondía al nombre de Gustavus, te había explicado que aquellos caminos le traían malos recuerdos, y en efecto, cuando por fin todos pudisteis sentir el bamboleo de las tablas de cubierta bajo vuestros pies, Nabuk pareció apaciguarse. Pero aún así, eras capaz de percibir cierto matiz de ansiedad en su expresión, que durante las noches que siguieron a aquella en la que abandonasteis Tesalónica, fue aumentando. 

Tu sire te había explicado por qué se dirigían a aquella ciudad de la que no habías oido hablar antes: Lampsaco. Te había contado la desgracia que había acaecido sobre su antiguo hogar, Constantinopla, y te había confesado el motivo de su presencia en BudaPest, que no era otro que el de buscar aliados para recuperarla. Y por lo que sabías, no se aventuraba solo en aquella empresa. Había alguien más, que le consideraba un aliado. Una mujer, una que era como vosotros, de la que a penas sabías nada más que su nombre: Ana Comnena. Y a pesar de que era hacia ella y hacia sus dominios hacia donde se dirigía la embarcación, a penas se la había nombrado durante la travesía. 

Una noche de luna llena, al fin, divisasteis una ciudad en el horizonte, que lucía esplendorosa y pujante, aunque no especialmente grande. Lampsaco bullía con importante actividad a pesar de que el ocaso ya había transcurrido horas atrás. Soldados que portaban diferentes tabardos se entremezclaban, formando una algarabía de gentes humildes y hombres de armas. Tu sire, junto a una pequeña escolta personal y algunos sirvientes, decidió tomar tierra, aunque no le resultó fácil efectuar el amarre de su barco dado el inusual tráfico del puerto. 

Un sirviente ataviado con ropas de calidad acudió a vosotros en cuanto pisasteis tierra firme. Amablemente, os pidió que le siguiérais. Os conduciría a la villa de la mujer que era en parte el origen de aquella nueva y ambiciosa empresa en la que tanto Nabuk como tú estaban a punto de embarcarse. 

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03/09/2014, 00:31
Director

La actividad en la villa de Ana, había sido frenética en las últimas noches. Los criados y esclavos estaban afanados en sus tareas, realizando toda clase de preparativos para recibir a los invitados que poco a poco llegaban. 

Durante las últimas semanas, Ana había comenzado a organizar reuniones en las que los vástagos que debían participar en aquella empresa pudieran entablar una relación más próxima. Banquetes en los que no faltaban los esclavos de sangre, que respondían a toda clase de exigencias por parte de sus amos oscuros, que a pesar de todo resultaban más sobrios que tu propio recibimiento en aquella casa, pues tu sobrina no deseaba ofender a nadie con costumbres quizá poco populares. 

Aquella noche, nuevamente, había congregado a todos los vástagos hospedados en Lampsaco y sus alrededores, y tú te encontrabas a su derecha, que ocupaba un lugar de honor, en un amplio diván que había sido situado sobre una tarima, instalada reciéntemente en el patio interior de la villa. 

Uno de los esclavos se acercó en aquel momento a su oido, y susurró algo que no llegaste a comprender. El rostro de Ana mutó de forma disimulada, pero a todas luces perceptible para ti. Ella depositó en el oido del sirviente una orden, y éste asintió con una pronunciada reverencia y abandonó el patio interior. 

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03/09/2014, 10:32
Tiberius Fabius Lupus
Sólo para el director

La frenética actividad es algo a lo que estoy más acostumbrado. La llegada de cainitas a los dominios de Ana supone un aire nuevo, aire fresco. Es revigorizante.

Decido estar presente en todos los banquetes pues debo apoyar a mi sobrina, no sólo en las sombras, sino también de forma pública. A todos los efectos somos hermanos y debemos parecer unidos.

También me compensa que piensen en mí como alguien de menor edad y generación. No quiero que me consideren una amenaza. Es más fácil morder cuando tu enemigo no está preparado contra ti.

La súbita llegada esta noche de ese esclavo, las palabras susurradas en el oído de Ana, el cambio casi imperceptible en su gesto. Todo parece indicar que la hora ha llegado.

Es fácil deducir que Nabuk está aquí. El Príncipe Bizantino ha llegado, probablemente con esa nueva chiquilla de la que hablan los rumores. ¿Será su belleza tan legendaria? ¿Realmente le importa tanto a Ana? Para mí es evidente que sí, que es importante para ella. Será más fácil de manipular, pero no sólo por mí. Debo estar atento. Y debo parecer inofensivo ante todo.

Nabuk el Micaelita, chiquillo del patriarca Miguel. Tengo mucho interés en conocerte. Me pregunto si seré capaz de engañarte. Ana querrá darte celos Nabuk. Querrá dártelos conmigo. Quizá deba dejar que vuelva a caer en tus brazos. Quizá deba hundiros a ambos en vuestras respectivas miserias. Me pregunto si seducir a tu chiquilla sería una buena idea.

Veamos cómo avanzan los acontecimientos. Permanezco sentado y miro a Ana sonriente, esperando a que lleguen los nuevos invitados.

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03/09/2014, 15:35
Iacobos Prosopophoros

La llegada de la misiva de Ana Comnena fue una sorpresa que no supe cómo tomarme en primera instancia. Si bien el objetivo de volver a dar a Constantinopla la gloria de la que un día fuimos testigos nos unía a ella, y si cabe a Natalya y a Malaquita más aún dada su implicación directa durante siglos con el gobierno de la ciudad bajo la atenta mirada del Patriarca; las desavenencias de Ana con Natalya habían salpicado nuestras relaciones con la Ventrue y sus aliados Patricios. Unido como estoy por mi palabra de honor a los designios de Natalya, guardé inicialmente un celoso silencio acerca de mi opinión, guardada tras mi máscara cualquier gesto involuntario que pudiera delatar algo contrario a la Brujah. A diferencia de los Zelotes a los que acompaño, mi semblante es siempre tranquilo y reservado, sin que esto contravenga jamás mi compromiso con la causa que nos une, solo interferido en momentos por intervención directa de mi sire Malaquita.

El viaje hasta Lámpsaco fue menos agobiante de lo que imaginé en un principio, puesto que aún pesan los recuerdos de los viajes durante mi vida, que se hacían pesados sobre mi cuerpo mortal, pero ahora, los beneficios de la inmortalidad hacían el asunto algo más llevadero. Mezclarnos, una vez llegados, con la multitud me hizo rememorar también la diferencia entre andar con máscara en una multitud cuando la propia respiración se empaña en el interior del hierro y hacerlo como Cainita. El agradable recordatorio de la cara más amable de nuestra maldición me animó mientras nos guiaban hacia Ana, así como el interés en conocer cuál era realmente la situación.

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03/09/2014, 21:08
Gulam Akropolites
Sólo para el director

Sentado en la cubierta de la barcaza, con los codos apoyados en las rodillas, miro sin ver al horizonte con la vista y el pensamiento perdido en mis asuntos.

Dentro de mi pecho, mi sangre bullía con el deseo de venganza, con la ira de la pérdida y con el fulgor de la fuerza que recorría este cuerpo inmortal. El momento se acercaba, y pronto caerían bajo mi mano y la de mis hombres todos aquellos que se habían atrevido a truncar le Sueño de Miguel por sus propios intereses económicos y políticos. Aquellos seres sólo eran escoria: los cruzados, los hombres de Narcés,... todos ellos.

Cierro mi puño y golpeo contra la palma de mi otra mano, en un arrebato controlado, pues si golpeara el suelo no sé que podría ocurrir con la cubierta y no tengo interés alguno en probar sus resistencia. Mi cuerpo está tenso, pero procuro forzar una sonrisa interesada entre mis labios cuando me levanto y me acerco a la proa para acercarme aún más a la tierra que depara mi destino. Allí esa mujer, la señora Conmena, había creado más bien en una acción, más esperanza en mi vida y más futuro que un millar de hombres en cualquier día a día.

Me giro, buscando a mis hombres. Todos probados. Todos temerosos de Dios. Todos seguidores del Sueño. Todos mis hermanos fuera de mi sangre. Pese a que no conocían mi naturaleza, probablemente me tuvieran miedo y respeto a partes iguales, pero sabía liderarlos, y ellos confiaban en mí. Esta vez, mi sonrisa se volvió auténtica, y creció hasta convertirse en una carcajada orgullosa.

¡Mancharemos las piedras de nuestro hogar de la sangre de los cobardes que se atrevieron a arrebatárnosla! - grito, al aire, esperando ver su reacción. Nuestra voluntad debía de estar clara, y recordarla siempre ayuda a motivar a las masas.

Al llegar al muelle, recojo mis ropas de lino burdo y el peto de cuero que suelo usar en batalla, dejando mi espada enfundada, y bajo del barco, mirando alrededor, suponiendo que la Antonina habría de tener una comitiva de bienvenida preparada, que no tardó en dejarse ver.

Llevame pues con tu señora - digo, con el nerviosismo en un deje de mi voz. - Comienzan a moverse las fichas del tablero.

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04/09/2014, 13:42
Demetrios

I La noticia portada por Malaquita realmente me cogió por sorpresa. Pese a que antiguamente Natalya y Ana Comnena fuesen aliadas, la crísis de Tesalónica destruyó aquella relación solo dejando la enemistad tras de si. Por fortuna, las palabras de Ana y que fuese el propio Malaquita quien portase la misiva hizo que finalmente mi sire accediese.

La perspectiva de poder luchar de nuevo por el sueño de Constantinopla, de levantar de nuevo lo que una vez fue y de crear una nueva Cartago, era cada vez menos una perspectiva y más un hecho, desde el momento en que esa misiva llegó, lo supe, retomaríamos Constantinopla.

El viaje fue más lento de lo que esperaba, aunque por fortuna la esperanza de por fin poder actuar para cumplir mi objetivo hizo que la demora fuese más soportable.

Finalmente, al llegar a la ciudad bajé del barco ataviado con ropas de las más elegantes que disponía, a fin de cuentas pese a mi condición de vástago aún tenía costumbres de mi época mortal; y vestido con esos ropajes y acompañando a mis compañeros, decidí seguir al sirviente, el tiempo es oro y más cuando estabmos hablando de Constantinopla.

Notas de juego

Siento un post tan rarillo, pero tampoco sabia muy bien que poner

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05/09/2014, 13:09
Beatrice Lasso de Gamboa

Los meses habían pasado y el espíritu de Beatrice se encontraba más sereno y calmo que nunca. Todavía le resultaba difícil acostumbrarse a la idea de haber recuperado a Diego y el hondo arrepentimiento que había sentido al vencerlo sólo se mitigaba con la tranquilidad que le aportaba su presencia. 

Había informado a su sire de todos los movimientos políticos que había tenido que realizar ella en su ausencia y la mirada iracunda en los ojos del hombre le había dejado claro que no le satisfacían. Beatrice se había limitado a seguirlo como si de una mascota se tratase, manteniéndose en un silencio cortés y dispuesta para atender cualquiera de sus necesidades. Sin embargo poco a poco había empezado a ver un cambio en su forma de mirarla y el arrepentimiento había comenzado a tornarse satisfacción. La que podía sentir alguien que había superado las expectativas puestas en ella. 

La cainita había viajado a Génova y había asistido a todos y cada uno de los encuentros entre Diego y esa hermosa mujer, Gabriella, vigilando con cierta suspicacia por esa camaradería que parecía haber entre ellos. No era el amor lo que la movía a celar los pasos de su sire, sino un palpitante temor a la soledad que había experimentado mientras él dormía. 

Pero en ese momento por fin estaban de nuevo solos los dos. Beatrice se esforzaba por prestar atención y comprender todos los planes, alianzas y movimientos políticos que urdía Diego para poder aportarle una conversación interesante durante el largo viaje que les esperaba. Finalmente la oscuridad de las aguas en la noche dio paso a la brillante ciudad que era su destino. Y verdaderamente Beatrice sentía que el futuro se presentaba esplendoroso para ellos.

- Escribiremos el fin de un capítulo en la historia. - Había susurrado la noche anterior a Diego mientras su vista se perdía en la lejanía, apreciando la belleza del reflejo de la luna, rileando sobre la ondulante superficie. Y cuando descendió del barco para seguir en silencio al criado que los esperaba, junto a Diego y portando un vestido suave de color perla , ese era el pensamiento que acudía de nuevo a su mente. 

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06/09/2014, 13:40
Naida

Tras días de viaje, Naida se encontraba en cubierta contemplando el brillo de la luna reflejado en las aguas oscuras. Escuchó que llegaban a tierra y dirigió su mirada hacia la costa. 

Todo el viaje había estado preocupada por Nabuk. Le miraba cuando él no se daba cuenta y observaba el reflejo de la preocupación y el nerviosismo en su rostro. Él le había hablado de por qué quería recuperar Constantinopla y ella haría lo que él deseara. Pero no tenía aquella necesidad. Ella era feliz a su lado, estuvieran donde estuvieran.

El barco finalmente atracó y la joven esperó a su sire para bajar a tierra. Empezaba a sentirse algo nerviosa. Era la primera vez que viajaba tan lejos de casa y no podía evitar preguntarse cómo saldría todo. 

Recordó la primera vez que vio a Varvara. No pudo evitar que su estómago se retorciera de celos. Ella había entrado en su vida antes y podía reclamar su derecho a estar con él. Pero aquellos sentimientos fueron desapareciendo según fue hablando con ella. Y ahora le caía muy bien y se sentía feliz cada vez que sus caminos se cruzaban. Pero ahora iba a conocer a gente importante. Cainitas que llevaban generaciones caminando por aquellas tierras. ¿Estaría preparada para lo que iba a venir? No podía evitar que ese temor fuera creciendo donde un día su corazón estuvo latiendo.

Seguro que todo va bien. Estaré al lado de Nabuk... Se dijo mientras observaba como ataban los amarres del barco. Escuchó unos pasos por detrás y se volvió, con una sonrisa suave y un brillo en sus ojos celestes. Él acababa de salir de los camarotes y ya estaba preparado para desembarcar. 

- Hace una noche preciosa... - Le dijo y se cogió de su brazo para bajar por la pasarela que acababan de desplegar. Fuera les esperaba un sirviente, que empezó a guiarles hacia su destino. Naida caminaba en silencio, fascinada por todo el bullicio que había a su alrededor. Tragó saliva, llegaba a ella el olor de todas aquellas personas que inocentemente caminaban a su alrededor, desconocedores de los depredadores a los que no podían evitar mirar, con cierto temor y admiración. Miró de reojo a Nabuk y una nueva sonrisa, tímida, se dibujó en sus suaves labios. Está tan guapo e imponente...

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09/09/2014, 15:39
Director

— En efecto—te respondió tu sire, esbozando una sonrisa, y sin embargo, siendo incapaz de ocultar la tensión que parecía acrecentarse en su interior. 

Agarrada de su brazo, recorriste las calles de Lampsaco, en compañía de Nabuk, de Varvara y de su acompañante, Gustav. En algún punto del camino, el criado que os acompañaba miró hacia adelante y señaló con su brazo izquierdo hacia lo alto de una colina, que resaltaba entre los edificios de la población costera. La construcción era un exquisito palacete, construido en un estilo claramente bizantino, intensamente iluminado por múltiples antorchas que lo circundaban y daban candor a sus colores cálidos y agradables. Tu sire se mantuvo en silencio durante el corto trecho que restaba del camino que llevaba hasta la villa. 

Una vez situada en sus inmediaciones, pudiste comprobar que se hallaba acordonada por una pequeña muralla bien vigilada, pero no hizo falta proferir palabra alguna para que os franqueasen el paso, pues en cuanto los guardias atisbaron a los recién llegados, se apresuraron a abrir las puertas, dándoos paso a un exótico jardín, de flores de colores vistosos y palmeras y árboles frutales que desprendían una agradable fragancia. 

En medio de la vegetación, un camino de piedra con la anchura adecuada para que un carruaje pudiera transitar por él cómodamente, llevaba a la entrada de la espléndida construcción. Una puerta alta y majestuosa, de madera de buena calidad, con un enrejado dorado en semiarco en su parte superior. 

Ante ella, de nuevo, unos guardias, os franquearon el paso, y en cuanto entraste, pudiste observar que el interior de la villa era aún más impresionante que el exterior. Hermosos mosaicos de teselas adornaban las paredes, y un patio interior, en cuyo centro se encontraba una fuente soberbia, se atisbaba desde el vestíbulo abovedado de la entrada.

En él, se congregaba una pequeña multitud de personas que charlaban animosamente, rodeadas por sirvientes y, dada la vestimenta y los brazaletes que adornaban sus brazos, un variopinto grupo de esclavos, de diferentes edades, con un físico admirable y constitución variada, que se mantenían atentos. Alguien, una mujer de porte distinguido y cabellos rizados y castaños, tomó de la mano a una de las muchachas, esbelta y de piel oscura, y con un delicado gesto apartó su cabello de su cuello, acercando sus labios, para seguidamente hincar sus filosos caninos y tomar de ella la vitae. Y nadie pareció encontrar aquello extraño o de mal gusto. 

Sobre una tarima, situada en un ligar privilegiado del patio, se encontraban dos divanes. En uno de ellos, se encontraba tendido un hombre que parecía haber alcanzado la cuarta década de su vida. No era especialmente atractivo, pero sin duda tenía un aspecto fuerte y regio, y sus ojos azules parecían temibles enmarcados en su rostro de facciones duras. 

Sobre el otro diván, divisaste algo que por un momento te dejó sin respiración. Una mujer. Quizá una de las más bellas que habías visto en tu vida. Sus cabellos dorados caían en bucles sobre sus hombros, su cuerpo era un camino de curvas vertiginosas, y sus ojos almendrados y castaños. Sus labios, carnosos y perfectos, se inclinaron sobre el oido del hombre que se situaba a su lado, y su boca profirió acto seguido una ávida sonrisa, mientras su mirada se clavaba sobre ti y sobre tu sire por igual. 

Había algo escalofriante en su forma de fijarse en ti. Una chispa peligrosa. Como si en cualquier momento el fuego pudiera brotar de su interior. 

Nabuk, se acercó a ella con paso decidido, llevándote con él. Su cuerpo estaba rígido, increíblemente tenso. Pero aquello lo percibías tú, que te encontrabas a su lado. Su aspecto, sin embargo, era tan encandilante como de costumbre. La mujer, miró a tu sire de arriba a abajo en cuanto éste se situó frente a ella, y con un movimiento de cabeza le invitó a hablar.

— Ana — la manera en la que pronunció su nombre, estaba cargada de tantos matices que a penas pudiste identificarlos— Te presento a Naida, mi chiquilla. —mientras esperabas la respuesta de aquella mujer, notaste que todos los presentes parecían haber enmudecido. Todos te observaban, y algunos te admiraban. Otros, sin embargo, esbozaban muecas de desagrado. En cualquier caso, nadie parecía indiferente a aquella escena. 

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09/09/2014, 16:11
Director

Momentos después de que el esclavo susurrase al oido de Ana, las puertas de la villa se abrieron para recibir nuevos invitados, que no tardaron en aparecer en el patio interior. 

Eran cuatro. Dos de ellos no te impresionaron en absoluto. Una mujer de aspecto adulto pero joven, cabello rubio y liso, elegantemente vestida, de facciones más propias de otros lugares situados al norte, y junto a ella un hombre, de cabello oscuro y rizado, cuyo aspecto era anodino y sus ropajes adecuados. 

Los otros dos invitados, sin embargo, llamaron en seguida tu atención, y la de todos los presentes. Eran una pareja, hombre y mujer. El hombre poseía una tez algo más oscura de la acostumbrada en aquellas regiones del mar de Mármara. Sus ojos verdes refulgían como dos esmeraldas, en medio de un rostro de facciones armoniosas. Su cabello, lustroso, castaño y corto, coronaba su cabeza, y su afeitado, a la moda de aquellos días, volvía su aspecto aún más atractivo. 

Pero junto a él se situaba una joven arrebatadora, cuya belleza competía claramente con la de Ana. Una joven de facciones dulces y tez pálida e inmaculada, con el cabello rojo como el fuego cayendo en bucles sobre su espalda y el cuerpo bien formado y apetecible. Sus ojos, también verdes, algo más apagados que los de su acompañante, se fijaban en Ana, que en aquel momento se inclinaba hacia ti, para susurrarte al oido — Ahí están... El Príncipe Bizantino y su puta— tu sobrina esbozó una ávida sonrisa, y clavó su mirada sobre la muchacha, con lo que sin lugar a dudas era desprecio absoluto. 

El vástago que la llevaba del brazo, parecía tirar de ella, acercándose con paso ceremonioso hasta Ana, que lo miró de arriba a abajo, e hizo un gesto con el rostro, invitándole a hablar.

— Ana — la manera en la que pronunció su nombre, estaba cargada de tantos matices que a penas pudiste identificarlos— Te presento a Naida, mi chiquilla.

Notaste que todos los presentes parecían haber enmudecido. Todos observaban a los recién llegados, y algunos los admiraban. Otros, sin embargo, esbozaban muecas de desagrado. En cualquier caso, nadie parecía indiferente a aquella escena. 

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09/09/2014, 16:34
Ana Comnena

— Nabuk —dijo, con tono indiferente, reclinándose relajadamente sobre el diván, dedicando una mirada de soslayo a su acompañante— Me preguntaba cuándo llegarías. Ya veo que por fin te encuentras aquí, y bien acompañado— su sonrisa se ensanchó— Sin duda has escogido un hermoso ejemplar. No esperaba menos de ti. 

Volvió a fijar su mirada sobre la joven que acompañaba a Nabuk— Eres hermosa, querida. Espero que no encuentres dificultosas todas las atenciones que eso conlleva. Sin duda la belleza es un don a medias maldito. Y una debe contar con otra clase de herramientas para poder sobreponerse a la cruz que ésta puede suponer—dijo, con elocuencia, antes de volver a mirar a su acompañante— Por otro lado, me gustaría presentaros a mi querido Tiberius Fabius Lupus. Un orgulloso Antonino al que sin duda tengo en alta estima— pronunció aquella vez sus palabras mirando directamente a Nabuk— No sé si erro al decir que creo que vosotros ya os conocéis, o al menos habéis oido hablar el uno del otro.

 
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09/09/2014, 17:21
Tiberius Fabius Lupus

Asiento con la cabeza en dirección a los recién llegados y muestro mi mejor sonrisa.

Es todo un honor conoceros al fin. Vuestra reputación os precede, Nabuk el Micaelita. – Saludo con una voz profunda que reverbera en todo el patio interior. Se oye claramente en cualquier punto del mismo, como si estuviéramos en el interior de una pequeña sala cerrada, a pesar de estar en un espacio abierto.

Mis profundos ojos azules se clavan en los del recién llegado, estudiando al cainita que ha tomado la palabra, examinando con atención cada minúsculo detalle de su fisonomía, con ávida curiosidad, pero sin grosería.

Seguramente mis próximas palabras no sean del agrado de Ana, pero hay cosas que ni ella misma comprende, y son necesarias.

Y es un honor conocer en persona a vuestra Chiquilla. – Añado asintiendo con la cabeza en dirección a la joven de cabellos rojizos. – Verdaderamente los rumores que os adelantaron no hacen justicia a vuestra belleza. –

No quiero acaparar tiempo de mi anfitriona, ni de los recién llegados, y aún faltan por presentarse otras dos figuras, así que por el momento no digo nada más y permanezco en silencio esperando que todos los presentes continúen con el protocolo. Nada me gusta menos que una falta de etiqueta.

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09/09/2014, 19:57
Naida

Naida se hubiera quedado en aquel espléndido jardín, observando embobada las hermosas y exóticas flores que allí crecían. Pero tenían que ir a presentarse ante su anfitriona y no podía hacerle aquel feo. Miró de soslayo a Nabuk y una suave sonrisa aleteó en sus labios. 

Continuó caminando junto a él, sin soltarse de su brazo, entraron en el palacete. Entonces las pupilas de Naida se dilataron al contemplar los hermosos mosaicos de teselas adornando las paredes, dándoles una aspecto majestuoso. - Es precioso... - Murmuró y una suave mueca se formó en sus labios cuando los dejaron atrás. 

Al entrar en la enorme sala, la joven volvió a mirar a Nabuk. No era la primera vez que lo acompañaba en un acto "oficial", pero nunca se había visto entre tantos de los suyos. Vio a la mujer de porte distinguido coger a la esclava y clavar sus filosos colmillos en su cuello. Tragó saliva, casi podía sentir los latidos del corazón de aquella joven en sus labios. Pestañeó y apartó la mirada, entonces fue cuando la vio. 

Nunca había visto a una mujer tan bella. Por un momento envidió sus curvas, sus cabellos de oro y el porte que tenía. Se dirigían directamente hacia ella y Naida empezó a sentirse nerviosa, y más cuando se dio cuenta de como la estaba mirando.

Se detuvieron delante de aquella mujer. Junto a ella había un hombre que les miraba fijamente. Naida sentía que aquellos ojos azules, fríos, podían entrar en lo más profundo de su ser y desgranar toda su esencia. 

Sin darse cuenta se había quedado embobada, sin saber qué decir ni cómo reaccionar ante sus palabras. Nabuk la presentó y ella pestañeó, mirándole con expresión confusa. Entonces fue consciente de su craso error y se inclinó suavemente, moviendo el pie derecho hacia atrás e inclinando la cabeza mientras se cogía del vestido para no pisarlo. Recordaba las enseñanzas de su institutriz. Naida, levanta la cabeza, no te encojas de hombros, chiquilla, pero se puede saber qué actitud es esa... No pudo evitar pensar con añoranza en aquella recia mujer.

Si en ese momento su corazón hubiera latido y la sangre cálida circulara por su cuerpo, sus mejillas se habrían sonrojado y sus labios temblado ante las palabras de aquellas dos personas. Pero éstas se mantuvieron pálidas y frías, tan sólo se pudo apreciar el nerviosismo en el suave aletear de sus pestañas. 

- El honor es mio - .  Respondió y levantó de nuevo la mirada, deteniéndola por un momento en aquel recio hombre, para volver de nuevo a mirar a Ana Comnena. - Estaría muy agradecida si pudierais darme algunos consejos -

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09/09/2014, 23:58
Ana Comnena

Ana frunció levemente el entrecejo al escuchar las palabras de Naida, y asintió levemente— Supongo que tiempo habrá para esa clase de menesteres— dijo, ladeando su sonrisa, antes de posar su vista sobre los otros dos acompañantes del grupo— Varvara, querida. Estáis tan encantadora como siempre. Me alegro de que estéis aquí.— miró entonces a su acompañante — Y, ¿vos sois?

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10/09/2014, 00:05
Varvara Almassy

La mujer, que hasta entonces se había mantenido en respetuoso silencio, se adelantó, haciendo una reverencia similar a la que había realizado Naida— Es un placer estar ante vuestra presencia, Ana. Me siento halagada por vuestras palabras— se irguió entonces, antes de proseguir, demostrando una precaución casi palpable— Os transmito los mayores respetos en nombre de Vencel Rikard y de su sire, Bulscu— dijo, con actitud ceremoniosa y formal, mirando disimuladamente a Nabuk y a Naida, dejando que su acompañante se explicase por si mismo.