Partida Rol por web

En breves se hizo de noche, et que tras comer algo, quedásteis en la puerta de la tienda, con la manta bajada. Nadie podría entrar en ella, ni tan siquiera vosotros si no fuera estrictamente necesario. Como quien dice, velábais el cuerpo hasta ser trasladado. Mientras estábais en la guardia, oísteis claramente unos ruidos en el interior de la tienda, como crujidos de madera.

En breves se hizo de noche, et que tras comer algo, salísteis a buscar un carro. Los rumores de la tremenda muerte de don Juan, acerca de cómo había sido, corrían de boca en boca. La lombarda habíale disparado a bocajarro, a media distancia o le había sorprendido de lejos, todo ello podía escucharse. Los ánimos estaban apagados en el campamento, y de momento, el oficial Pedro estaba al mando... Hasta la mañana siguiente, claro.

La muerte de Don Juan de Luna me pilló por sorpresa. Cierto que la herida parecía fea, y que cuando lo ví no habría apostado un maravedí por su vida. Pero verlo muerto era otra cosa. Me revolvió cosas dentro de mí y me recordó la muerte de mi padre. Ahora tocaba llevar su cadáver a su tierra y darle cristiana sepultura.

Cuando salí de la tienda, después de dar mi palabra de que lo llevaría a su tierra, fuí correteando de un lado a otro. Teníamos que buscar un carro y una mula...pero ¡mis experimentos! ¡Tenía que recoger mis pergaminos, mis materiales, mi todo! Mas o menos recogí mis cosas mientras iba hablando para mí, aunque se me podía escuchar farfullar algo casi ininteligible -elseñorsehamuertoahoradoestálamandrágora?yelburro?miraquemorirseagoramalditaseayelacónitoohseguroqueenalgúnlibrohayalgoquelehabríasalvadoydoestámipluma...-

Y así iba yo, poco a poco recogiendo mis cosas, y cuando tuve el burro cargado con todo, fuí con mis compañeros a buscar el carro y la bestia que tirase del mismo.

¡Maldita sea! ¡¿quien se atreve a perturbar el descanso eterno de nuestro señor?! piensa mientras recuerda batallas pasadas junto a otros señores. El destino del que empuña un arma es morir por otra. Nunca olvidara las palabras de su mentor...

Como en tantas ocaciones ha realizado Uloxio saca presto su hacha de batalla "Dromonen" y se pone los dedos de la mano en la boca en direccion a Xilda. Hablando tan bajo como puede le susurra.

Quedate detras de mi... prepara lo que tengas a mano... en caso de que haya refriega corre y avisa a cuantos puedas. No sabemos quien o quienes estaran ahi dentro ni las intenciones... impropias de nobleza que puedan tener...

Espera la respuesta de Xilda antes de entrar.

Uloxio prepara una Antorcha antes de entrar dentro...por nada del mundo querria toparse con bribones a oscuras dentro.

Sorprendiose Xilda al escuchar los ruídos en el interior de la tienda, mas no dijo nada por no advertir a los ladrones que hubiere de que habían notado su presencia. Limitose a asentir con la cabeza a las palabras de Uloxio y a recomendar silencio cruzando un dedo sobre sus labios, a la que con la otra mano tiraba de cuchillo, con cuidado de evitar que hiciese ruido. Agachose en pose de combate, casi felina, preparada para seguir al Uloxio, que abriría paso hacia el interior de la tienda según lo convenido.

Me sentí completamente abatido por la muerte de mi señor. Ese día no habrían de ver cabriolas ni elocuencias.

Estuve un tiempo en mi tienda haciendo que la cítara cantara fúnebremente, hasta que mis propias lágrimas dejaron de manar.

Los lloros habían de pasar. Ahora era tiempo para cumplir la última voluntad de mi señor. Y puede que no fuera un gran guerrero. Pero en aquel pequeño cuerpo había una resolución inquebrantable.

Vaya por Dios... La primera batalla que se les presenta y va el señor y se muere. ¡No somos nada!

Fadrique da su palabra a su señor de que enterraran su cuerpo donde lo desea. Luego se va a abuscar un sacerdote para que le de la ultima bendición.

Uloxio cogió una antorcha del campamento*, y con su hacha colgada entró en el interior. La bella Xilda lo acompañó, con su filo en la mano y con severo cuidado y sigilo. Una vez dentro, el fuego iluminó el interior, y no vísteis otra cosa que el cuerpo de su difunto señor. Allí dentro os pareció que hacía un frío sobrenatural, e incluso el fuego del palo encendido se difuminaba por una helada brisa.

Allí no había nadie.

Sin embargo, Uloxio quedó petrificado, como mirando el cuerpo de don Juan de Luna... casi en trance.

Al mirar un instante el cuerpo de don Juan, notaste sobre tu hombre una helada mano que te sujetaba y una voz cavernosa que algo te decía:

...Carrillo...perdición...Cornago...

Desde luego, aquella mano no era Xilda, pues estaba a tu lado, y tras mirar a un lado y a otro no vístes nada más. La voz de y el tacto helado te sorprendieron*, cuyo efecto duró unos segundos. La brisa desapareció, y tras mirar de nuevo al cadáver allí presente estaba... exactamente igual. Allí no había nadie más.

Xilda guardó su daga al ver que no era un bandido a quien debían temer. El frío reinante en la sala calábale los huesos y la moza, por combatirlo, frotose los hombros mientras se preguntaba para sí, cómo podía ser aquello pues semejaba cosa de meigas. Más se lo pareció al ver la cara de Uloxio que pareció ver en el rostro de Don Juan algo en lo que ella no había reparado.

-¿Uloxio?¿Qué acontece, Uloxio?

Siguió la mirada del hombre hasta el cuerpo de Don Juan, intentando descubrir qué era lo que había causado tal efecto en un hombre como aquel, al que tenía por valiente y experimentado, mientras ser persinaba encomendándose a Dios Todopoderoso. 
 

- Vamos a ver camaradas, no se puede dejar un ejército como quien deja una romería. No vayan a llamarnos desertores y colgarnos del primer árbol que asome en este secarral. Hablemos con el señor rey o alguno de sus capitanes y que nos dé la venia para llevarnos al difunto.

...Carrillo...perdición...Cornago... susurra Uloxio mientras su mano pierde fuerza y casi, casi, suelta la antorcha al suelo. La agarra con fuerza con las dos manos y mira con media sonrisa a su compañera. Su horrososa faz no ayuda a tranquilizar a nadie.

Lo siento Xilda... han debido ser alucinaciones mias... pero he notado que algo me tocaba... y me susurraba esas extrañas palabras... debe ser por todo lo que hemos pasado en este ultimo y aciago dia. Nuestro señor descansa y nadie parece haber entrado en su tienda... aun asi vamos a inspeccionar. dice mientras entra y otea a su alrededor con sumo cuidado.

Pues vaya usted, señor soldado. Yo no soy parte del ejército, estaba aquí con mi señor y con él me quedaré.

Xilda intentaba encontrar sentida a las palabras de Uloxio. Quiso tranquilizarle más no supo cómo hacerlo. Asintió cuando éste le dijo de buscar por allí, de modo que la moza, hincando la rodilla en el suelo acercó su cara al suelo y comenzó a inspeccionar la habitación en busca rastros, huellas o de cualquier cosa que se saliese de lo común.
 

Tenemos un carro para llevar el feretro o tenemos que comprar uno?