Santiguose Xilda al entrar en el monasterio, mas a sabiendas de que una mujer no era la más adecuada para hablar de según qué cuestiones con un cura, quedose un tanto al margen. Observando y escuchando, mas sin hablar. Total que Manuel de Fonseca ya había hecho las pregunta que debían ser hechas y no era cuestión de atosigar al monje.
No era yo la mejor persona para encontrarme en un lugar santo, pero no me arredré en absoluto. Tras santiguarme con la cabeza muy alta, me situé junto a Manuel cuando aqueste hacía las preguntas al monje. Mi señora quizá aún estaba en peligro y yo no iba a dejar que le pasara nada.
¡¡Uno de nuestros frailes!! -repitió sorprendidísimo el hermano-. Luego miró al suelo, con la mirada perdida, como acordándose de algo-. ¡Fray Roberto...! -musitó levemente-. Y os miró de nuevo. Hace un rato que llevamos buscándole, justo antes de empezar el trabajo habíamos de ir a la capilla a rezar y... algunos hermanos encontraron su celda vacía. ¿Vos referís a él?
Entró por la ventana... -dijo levemente- ... entró... por la ventana.
Estaba muy asustada. Nunca antes nadie había osado a tal tropelía, et menos en entrando por su habitación. Aquella maldad la hizo sentir aún más sola, sin su marido, sin nadie siquiera en quien confiar plenamente... Et ahora ese Tomás y el escribano real en su castillo... dispuestos a arrebatarle todo cuanto poseía.
Yo...eh... ¡salid! ¡Salid todos de aquí! Tengo que cambiarme-. Los criados allí presentes se sorprendieron, pues era sabido que ella siempre precisaba a sus doncellas para cambiarse-.
¿No habéis oído? ¡Fuera todos! Fadrique hizo salir a todo el mundo con la cara como un palo. Luego se asomó a la ventana de manera ostentosa, como haciendo ver que no veía, no oía y no sentía nada. No hizo amago alguno de salir él mismo.
Idos fuera vos también... -dijo Doña María-. ¡Aún no sé quienes sódeis como para gritarles a los míos sirvientes! ¡FUERA! -te gritó-. Estaba muy molesta ciertamente. Y es que en verdad habíais sido vosotros quienes habíais traído a ese hideputa de Tomás, que en verdad era dueño legal de Cornago et su castillo. Todos los criados se marcharon.
¿Porque fueron los Hermanos a buscarle? ¿acaso habia dudas de su Fe? Ruego hableis... este asunto es muy serio. Un Fraile ha intentado asesinar a nuestra señora... en otras tierras vuestro monasterio estaria en llamas con los religiosos dentro...
Fadrique, avergonzado, se arrodillo frente a su señora et dijo tal y como solía sin mucha gracia y en tono seco:
Soi o vuestro sirviente, a mía sinyora. Y encargau que siatz segura y sin daño, si no tos pareixe malament. Y, en habendo chent que tos quiera malament, meteré a mía espada en as suyas tripas, si asinas l'ordinatz, porque fuetz un solament estar con o mío sinyor, Alvaro de Luna, y mientres sigatz con vida, seretz a mía sinyora. Dica que tornen d'ixe malhadado convento de veyer qué se trama contra vos, a mía sinyora, tos ruego que no m'apartetz de vos. Si tenetz desconfianza, fetz venitz a bella viella que dimpués protecha a vuestra honor con a suya testimonio, porque as mías intencions son puras y temo que encara siatz en periglo de muerte.
Soy vuestro sirviente, mi señora. Y encargado de que estéis segura y sin daño, si no os parece mal. Y, en habiendo gente que os quiera mal, pondré mi espada en sus tripas, si así lo ordenáis, porque fuisteis un solo ser con mi señor, Alvaro de Luna, y mientras sigáis con vida, seréis mi señora. Hasta que vuelvan de ese malhadado convento de ver qué se trama contra vos, mi señora, os ruego que no me apartéis de vos. Si tenéis desconfianza, haced venid a alguna vieja que luego proteja vuestra honra con su testimonio, porque mis intenciones son puras y temo que todavía estéis en peligro de muerte.
Xilda rompió su silencio para confirmar la identidad del fraile.
-Lembro que María de Luna dijo que era Fray Roberto, en efecto-.
El mismo-asentía a las palabras de Xilda-¿Por qué hizo lo que hizo? vos tal vez nos podáis dar una respuesta, pues no es cosa común que un fraile intente semejante vileza.¿Le notásteis algo raro ultimamente?¿alguna compañia misteriosa?
-¿Algún compañero? -Me adelanté a decir -Es posible que no actuase solo y la vida de Doña María de Luna aún siga en riesgo.
Tira Elocuencia (COM). Bonus del 50%. Pese a que lo tienes fácil, el hecho de que hayas traído al "nuevo heredero" de Cornago le ha sentado como una patada en los...
Sí... -asintió repetidas veces el fraile-. Estaba tosco, como errante, como disperso. No guardaba las horas suficientes de oración, et desaparecía de sus oficios durante ratos en los que nadie le veía... et luego aparecía. Cosa extraña, desde los últimos cinco días anda así... ¡Ha intentado matar a doña María! -repitió llevándose la mano a la boca, sorprendidísimo-. Bueno... doña María llegó aquí hace dos noches -dijo, como recordando-. Venía sóla, cosa insólita, y pidió audiencia con un servidor. Me comentó que necesitaba nuestra buena presencia en el suyo castillo por un asunto. Nos pidió bendecir algunas estancias del castillo, pues la servidumbre andábase apesadumbrada, et ella misma... -añadió-. Fray Roberto se ofreció... ¡voluntario para ello!
Fadrique esperó a ver qué decía la De Luna. Pocas veces había pronunciado palabras tan sentidas. Permanecía con la rodilla en el suelo y la cabeza gacha, pero espiando por el rabillo del ojo, no vuera a aparecer algún otro enemigo.
Motivo: elocuencia
Tirada: 1d100
Dificultad: 5-
Resultado: 22(-50)=-28 (Exito)
¡Levantad! -dijo poniéndose ella primero de pie-. Sois buen hombre, et confío en vos -dijo-, al igual que en don Pedro -vuestro oficial en la guerra, Pedro Sáez-. Si vos pido que déis muerte a ese hombre, ¿lo haréis? Pensad muy bien lo que decís... ¿Si os lo pido... lo haréis? -repitió-. Et hablaba una bien posicionada señora a un simple soldado.
Si vos pide... ¿qué? -dijo entonces irrumpiendo en la sala don Tomás, con un rostro risueño y sonrisa hacia doña María-. Perdón mi señora -le dijo a ella-, he oído voces -la que le dió a los criados y a tí-. ¿Todo bien? -y te miró, y luego a ella, y luego otra vez a tí, sin dejar de perder la sonrisa-. Tu estabas ya de pie frente a María, pero de espaldas a él.
Nota, no ha oído nada don Tomás (sólo las voces anteriores).
Fadrique asintió a la pregunta, sin hacer caso del petimetre, ofreciendo su espalda en tanto lo hacía, ostentosamente. Luego se dio vuelta despacio para encararlo, pero manteniendo en el flanco a la De Luna y esperó en silencio a que su señora respondiera, cubierto de sangre como estaba, tras el combate.
-Así que podemos suponer que este ataque no fue algo fortuito-continuó diciendo Xilda-sino que Frai Roberto llevaba tiempo preparándose para ello. Me pregunto si no sabrá qué podría llevar a un fraile de este convento a una locura semejante ¿Se había referido a vos en algún momento respecto a Maria de Luna? En ocasiones los hombres, cuando albergan sentimientos por una mujer pueden llegar a hacer cualquier cosa.
LA cosa se torcía. Si Doña MAría había venido aquí y el fraile cambió su conducta tan repentinamente ¿no podríamos estar hablando de embrujos? Que la casa estaba encantada ya lo habíamos comprobado, o al menos que no iba todo bien, que un fraile fuese a bendecir la casa parecía lo lógico, pero era extraño el cambio de conducta. Si era un embrujo, quizás debieramos mirar a quien anda cerca de la señora. Pero el fraile andaba disperso por cinco noches, hace dos apareció la señora, humm...Esperé las respuestas a Xilda mientras cavilaba en temas de embrujos y posesiones.-¿Podríamos examinar la celda del fraile?tal vez allí encontremos alguna pista.
No señora: la órden Franciscana es impoluta, y sus miembros también... Me cuesta aún creer lo de Fray Roberto... -le respondió a Xilda-. Luego miró a Manuel, y ojeó al resto congregado: Dámaso, Xilda y Dámaso. Uhm... -pensó-. Está bien, lo permitiré como excepción... Pero sólo unos minutos: no quiero alertar más de lo necesario a los demás hermanos... ¡Venid! ¡Y no alteréis nuestra paz!
Entonces os adentrásteis en el convento por segunda vez. Vísteis alguno de los frailes trabajando en el huerto, y otros arreglando cosas o yendo de acá para allá. Tras unos minutos os adentrásteis en el pasillo de las celdas. Todas eran lúgubres, humildes y excesivamente expiatorias: cualesquier Padrenuestro allí dentro valdría por tres... El caso es que, a mitad de tal pasillo, Fray Bernardo se paró, sacó un manojo de llaves y abrió la celda. Os invitó entonces a entrar.
Ésta es -dijo señalando lo único que había: un camastro, una mesa con una silla y un crucifijo en la pared-. Todas son así, por si vos extraña -mirando alguna de vuestras caras-.