Partida Rol por web

Se sujetó como pudo, cuando aún el agua la cubría, pensó que iba a ahogarse y la sal en su boca la hacía sentir arcadas, quizás vomitase en cualquier momento. Cuando sacó la cabeza, escupió sin poderse quitar el sabor de la boca, sentía que no tenía más fuerzas para sostenerse y subir por el cabo pero no se iba a dar por vencida. Sacando fuerza de sus entrañas, gritó, ella sintió que con fuerzas, pero fue una llamada de auxilio más bien difícil de escuchar, especialmente con todo el desastre de olas golpeando a babor y estribor. Elhediel necesitaba jugarse una última carta.

Empapado, dolorido y hasta los mismos huevos se puso de pie como pudo y se ató un cabo suelto  no fuera que una de esas malditas olas se lo llevara por la borda, luego ya algo más seguro, peor no menos empapado se acercó al capitán para echar una mano en lo que pudiera.

Elhediel trató de subir por el cabo, mas no pudo. La poderosa fuerza de las olas -el incursor todavía iba muy deprisa- tiraba de ella cada vez que hacía un esfuerzo por salir del agua. Mientras, las olas seguían golpeando en el casco del Manawnûl cual lenguas de dragones en el lomo de un tierno hobbit. Y ahí, en medio de la oscuridad, estaba la frágil Elhediel. Sólo le faltaba que cayera otro rayo de esos...

Era cada vez más imposible sostenerse y no ceder ante los constantes golpes del agua que se metía dentro de su boca, Elhediel se sentía cansada, a punto de desfallecer, quizás aún no adolorida por la misma adrenalina que le hacía no sentir cada golpe pero si le permitía sentir que estaba tragando demasiada agua y que posiblemente nadie la hubiere visto caer, quizás sus minutos estaban contados y de alguna manera comenzó a encomendarse a Eru.

Cerró los ojos, aunque ya la obscuridad que se cernía sobre ella era intransitable, pero no aguantaba el ardor en estos, seguramente eran dos bolas rojas más que llenas de la mismísima esencia del infierno. Una vez más se sujetó de la soga pero incluso esta estaba ya hiriendo su muñeca de donde estaba sujetada. Era ridículo que hubiera sobrevivido a todo y muriese por no haberse asido bien.

- ¡Marineros, vamos a capear la tormenta! ¡Que todo el que no tenga nada que hacer en cubierta ponga su culo a resguardo! - Bramó con todo su vigor el capitán corsario desde el puente de mando a la par que se reincorporaba de la breve charla que había sostenido con su parco contramaestre momentos antes.

- ¡Andrea, mantén el timón a la vía hasta nuevo aviso! - Ordenó presuroso Cyryatan al temerario piloto de sangre haradrim antes de dejar su puesto para indagar sobre el paradero de la pelirroja marinera, quién no había dado señales de vida desde que se la enviara a replegar las velas juntos a otros dos subordinados.

-¡Yazán, avísale a nuestra cómitre que cese con los latigazos y de la orden de replegar remos! - Su leal teniente haradan tambien se mantenía firme entre los vivos. La cubierta no tardó mucho en quedar casi desierta antes las palabras del comandante númenóreano, quién aún así no pudo divisar a Elhediel entre los presentes. Dudaba que la orgullosa mujer se hubiera retirado junto al resto de la chusma ante la primera orden de ponerse a resguardo.

Así que sólo podía esperar lo peor de aquella desgraciada ausencia...

Efectivamente, el capitán ordenó ponerse a la capa con rapidez. El viento se abría atemporalado con claridad y la mar arbolaba crestas hasta la cima. Y no era tarea fácil aquella, metidos en plena oscuridad y sufridas condiciones. Los pitidos del contramaestre apenas se escuchaban entre el bramido del viento y los gualdrapazos de las velas, aunque ya trepaban por las jarcias los marineros, afirmados como perchas a los flechastes.

La chusma, que ya empezaban a dar paladas al aire más que al agua, recibieron la noticia de que debían parar de bogar como agua de mayo. Un marinero había bajado hasta el sollado para comunicar que el Manawnûl se ponía a la capa.

-Poco más hay que hacer si no encomendarnos a los dioses-dijo uno de los sotacómitres. Cetrino, bajito y robusto como un jabalí. Mas rapado y sudoroso, con un gran pendiente de oro en la oreja y un fiero tatuaje en el hombro-. Ya lo dice el refrán: ‘Barco a la capa, marinero a la hamaca’. Y tras esto, hizo una mueca que mostró una boca diezmada de dientes. Un conjunto que le le otorgaba un aspecto feroz. Bien lo sabían los galeotes.

Enseguida Capitán.- Contestó yazân intentando hacerse oir por encima del ruido del mar, del crepitar del barco y el del aullante viento que le sazotaba.

Se detuvo un segundo a mirar a su alrededor, quería recordar bien este momento, sin lugar a dudas cuando regresaran a puerto esta sería una aventura digna de cantarse, y el había tenido la suerte de estar aqui, mirar a la muerte a los ojos y salir victorioso.

Sus ojos se entrecerrban a causa del viento y del oleaje

Elhediel quest.

Elhediel se hundía braceando en vano. Y por mucho que intentaba aguantar, las tinieblas del fondo seguían tirando de ella. En una de estas, el Manawnûl dio una cabezada que hizo estremecer todo su costillar, precipitándose vertiginosamente entre ola y ola. En cubierta, todos sintieron el desagradable aviso que les recorría el cuerpo desde las ingles a la cabeza. Elhediel sólo sentía como le ardían los músculos por el esfuerzo, mas también pudo oír como se quejaron las cuadernas de la amura de babor, mientras giraba sobre sí misma y se hundía más profundo en el agua.

No sabía a ciencia cierta lo profundo a lo que estaba, pues la oscuridad de fuera no era mucho menor que la de dentro, pero mientras tuviera aire en los pulmones haría acopio de valor y volvería a la superficie, aunque fuera a costa de abrasar sus músculos.

Además, la fricción del agua le quemaba brazos y cara, y cada vez le costaba más no tragar agua. Al menos no sentía frío. Y ni quería ni tenía tiempo de imaginar a qué temperatura estarían esas aguas.

La espuma golpeaba su cara como agujas enloquecidas, así que se sumergió un instante; y en la negrura del abismo, vio su vida pasar delante de sus ojos. Primero su madre, el recuerdo que Elhediel tenía de su madre era la difusa imagen de una jovencita hermosa. Y le sonreía afablemente; después la de su padre, quien le había enseñado casi todo lo que sabía. Este en cambio, le decía que no era hora aún de reunirse con ella; y finalmente Cyryatan, que se hizo cargo de su tutela tras el hundimiento del Kazuzu, y que ceñudo le pedía que se incorporaba de nuevo a los quehaceres de las maniobras, que la necesitaban...

Mas en realidad, apenas sí habían pasado unos instantes y el helor del agua la despertó de nuevo. Había agarrado inconscientemente el medallón de la suerte que cogiera de Huraiva y eso le hizo recordar los torques que su padre le regalara por sus quince primaveras. Su padre estaba muy preocupado por ella y tenía mucho temor del mar. Así que, le regaló un objeto -de un tesoro mágico que tenía, le dijo, enigmático- y que le permitía respirar bajo el agua.

-¡Eureka!-gritó mientras soltaba el medallón para concentrarse en el objeto*. El agua empezó a entrar en sus pulmones, mas ya no sentía agonía sino alivio**. Podía respirar gracias a la magia de los torques. No sabia cómo podía ser aquello, y eso que ya lo había usado más veces, pero su padre le enseñó a usarlo y ¡funcionaba! Qué sabio fue su padre y qué desastre había sido ella.

Ahora ya podía mantenerse bajo el agua sin temor a ahogarse o a que el agua lacerara sus brazos y cara. Así que se concentró, el ceño fruncido los ojos abiertos, la cuerda podría romperse en cualquier momento y los de arriba no parecían precisamente empeñados en salvar su culo. ¡Pero qué carajo, desde cuando necesitó a nadie! Así que, llegado el momento, respiró la última bocanada de agua, anuló el sortilegio, y con renovadas fuerzas salió a la superficie para trepar por el cabo.

-A la hamaca podremos ir, pero pocos marineros conozco que tengan arrestos para echarse a dormir con esta tormenta.-le contestó Elenna a su subordinado. A pesar de todo, no pudo evitar sonreír con él. Puede que no  tuvieran la mejor tripilación, pero por Eru que al menos eran valientes.-¡Recoger remos! ¡Sellad los agujeros*!-Elenna y los sotacomitres repartieron las tapas con las que cerrar las aberturas de los remos, asegurándolas con los mazos y filástica para evitar que el agua de las olas invadiera el sollado.**

Ahí estaba Yazân,  intentando fijar cada detalle en su memoria para luego poder contar la aventura  cuando se fijo en un cabo suelto.
Peeero, vaya descuido.- Pensó en un primer momento. Fue entonces cuando le pareció oir un grito, pero no estaba seguro, podía ser el aullar del viento que ahora soplaba con fuerza arrancando gemidos y lamentos aqui y allí, pero también estaba el cabo suelto….
No quiso arriesgarse y se acercó hasta el cabo y luego se asomó.- Los dioses no lo quieran, pero con este tiempo podría ser que alguien se hubiera caído por la borda, se asomó pero no tenía la esperanza de encontrar a nadie

Había conseguido superar lo peor del asunto con ayuda de aquel objeto que le diera su padre y luego, haciendo un esfuerzo, agarrándose con uñas y dientes a la madera húmeda y al cabo que había quedado colgando, echó su cuerpo hacia arriba con las últimas fuerzas que le quedaban; su corazón dio un vuelco, demasiado cansada pero lo consiguió y tuvo que sostenerse para no caer una vez más.

Elhediel estaba a merced de las olas, que aumentaban su ira por momentos. Incapaz de subir por el cabo dedicó las pocas fuerzas que le quedaban a agarrarse lo más fuerte posible. Al menos ya no tenía que hacer esfuerzos para salir a la superficie a tomar aire. Ahora sólo rezaba porque no se soltara el cabo y porque alguien la viera antes de que se acabaran los efectos del sortilegio...

Entonces, Yazân que se había asomado por encima de la regala, con cuidado de que un mal viento o una guiñada traicionera no lo tiraran también por la borda, creyó ve algo agarrado a un cabo suelto. Y por Ulmo que parecía Elhediel. Su cabellera roja desenmarañada por el agua era inconfundible. ¡Pero estaba hundida y así se mantenía! El corazón le dio un pálpito. Quizás ya era tarde para salvarla, no obstante, seguía agarrada a la cuerda, no se había soltada, y Yazân sabía de sobra que esa pelirroja tenía más vidas que un gato. No había tiempo que perder.

Al asomarse el tiempo pareció detenerse.

Gracias a los dioses que se había asomado, ahí abajo estaba Elhediel. Los bandazos de las olas hacían que su cuerpo golpeara contra el casco una y otra vez

AGUANTA!!!  VOY A SUBIRTE.- Le gritó a Elhediel

Agarró el cabo del que se sujetaba su compañera y empezó a tirar de el, sabiendo que la vida de su compañera estaba en sus manos

Hombre al agua, hombres a mi. –Gritó a todo pulmón para hacerse oír por encima del ruido que reinaba