Partida Rol por web

Tanto alboroto en cubierta había sacado a Kreontas del trance en el que solía mecerse -inducido por mejunjes que él mismo preparaba- debido a sus problemas de salud. Y como siempre que le sacaban violentamente de estos trances, se levantaba con una mala hostia tal, que ni el capitán se atrevía a toserle. Pues sépase que en dichos trances, no sólo descansaba y sanaba, si no que veía cosas. Y más de una y más de dos de esas cosas les habían salvado el culo alguna vez.

-¿A dónde se supone que vas, joven mentecato?-te increpa Kreontas mientras a duras penas se arrastra por la cubierta hacia vuestra posición-¿Crees acaso que me mantengo vivo de milagro?... Si no fuera por mis ungüentos y mis hierbas curativas hace tiempo que Eru-Ilúvatar, el Grande, el Misericordioso, me hubiera llevado consigo al Janah* para gozar de las innumerables huríes de su harén.

»¡Escucha lo que trato de decirte, joven zopenco!-increpa cuando tratas de interrumpirle-Ya casi he agotado todas mis reservas... ¿Acaso no voy a poder ir a una isla que sin duda esconderá mil maravillas sobre las kelvar y otras tantas sobre las olvar? ¡Mis estudios e intereses en zoología, en botánica!...-se desespera -realmente lo veis pasándolo mal-. Un par de veces parecía que fuera a ahogarse, más siempre tenía un hálito al que recurrir para continuar con la bronca... así como los de Kastanguluka, afamado hombre de ciencia y de letras.

»Necesitamos ir a esa isla y hacer estudios. Rápidos estudios. ¡Lo juro por la Llama Imperecedera! Podría haber animales desconocidos en Tierra Media. Y plantas curativas que en occidente podrían costar un ojo de la cara por su poderes sobrenaturales-cuando ya está casi rojo, vuelve a descargar su ira sobre ti, hasta que su hálito ya no da más de sí-Y tú, zoquete de medio pelo, pensabas dejarme aquí, como a un mueble viejooooocoooff, cooooofff, cooooooofffff-Kreontas ya ha prevenido uno de los lienzos que guardaba en la faltriquera, y los esputos sanguinolentos no pasan de ahí- ...plantas que hacen que no os contagiéis de esta mierda-apostilla, tras recuperarse del episodio de tos, agitando el paño con toda la idea de que el temor a un contagio os amedrentase.

-Y ahora, si me permite vuestra merced, voy a lavarme las manos y a preparar mis pertrechos-dice, dándoos la espalda y cogiendo la dirección de su camaraote-ah, y a avisar a Katanguluka, que se viene conmigo.

Llegado casi a su destino continúa rumiando-¿Os pensabais que iba a dejar el cofre en vuestras manos? ¡Insensatos!... -y sigue despotricando, mas ya no le oís...

La cabeza de aquél anciano desquiciado hubiera normalmente rodado por cubierta, separada de su torso con una mueca macabra en el rostro, pero lo cierto era que el capitán le tenía en gran estima, ya que por encima de todo era gracias al astrólogo que habían llegado con vida hasta aquella isla desconocida. La situación favorecía entonces a las inusitadas libertades que el viejo Kreontas se había creído con derecho de reclamar, aunque hubiera sido doblemente necio de su parte pensar que el perturbado jefe corsario olvidaría una ofensa de ese tipo.

- Permitiré que tu y Katanguluka se unan al grupo. Pero por tu salud será mejor que no vuelvas a hablarme de una manera tan insolente, a menos que desees con fervor que sean mis manos las que terminen con tu larga agonía. No te diré esto mismo dos veces...

Aclarada aquella tensa situación, Cyryatan continuó supervisando los preparativos para la inminente partida del esquife. Tenía tan mala cara a causa de la irreverencia del astrólogo, que parecía capaz y hasta presto a degollar al primero que le dirigiera una palabra de más o mal entonada siquiera. No era aquél el mejor inicio para la expedición, pero considerando los días pasados, las cosas todavía podían empeorar de una manera mucho más trágica.

-Oh, sí, perfecto!-maculló Haar´k golpeándose la frente-, un ratón de biblioteca, un viejo decrépito y dos mujeres. Podríamos incluir también al paje, que con suerte ya tendrá pelos en los aparejos...

-¡Bajen el esquife!-ordenó Azrûbel-¡Despacio, despacio!

Poco a poco, todos ocuparon sus puestos. Más apretados que otra cosa, pues los dos nuevos compañeros y los bártulos dejaban poco espacio para el esparcimiento. Salêm -el último en llegar-, pasó la pierna sobre la regala y se acomodó a duras penas en el único banco que quedaba por ocupar. Un momento más tarde, Cyryatan se reunió con el grupo.

–A los remos–dijo.

Sonaron las voces del grupo elegido por el capitán al inclinarse sobre los remos, chapotearon éstos, y el Manawnûl fue quedando atrás, mecido entre las olas.

Yuma, con los pies apoyados en el banco de delante, doblaba el espinazo en cada palada, antes de echar el cuerpo hacia atrás tirando fuerte del remo. ¡Y por todos los inmundos horrores del mar que se bastaría él solo para llevaros hasta tierra! Pero el capitán había ordenado remar, y ni las féminas se libraban de eso.

Al final de cada movimiento quedabais mirando hacia arriba, contemplando un cielo azul primaveral completamente despejado, que parecía dejar el huracán de hace sólo unos días como un malhadado sueño.

Ahora la brisa era un poco más fresca y el agua se movía en una marejadilla suave que balanceaba la embarcación, obligándonos a estar más atentos al ritmo de la boga.

Sin tardar demasiado pisáis tierra, sintiendo el suelo oscilar bajo vuestros pies inseguros. Y empezáis a andar aturdidos por la arena de la playa, por el demasiado espacio para moveros tras demasiado tiempo en la cubierta de un barco.

Como cada vez que llegaba a tierra después de demasiado tiempo a bordo, el moverse por un suelo que no se balanceaba al ritmo de las olas resultaba extraño hasta que volvía a acostumbrarse. Arrastraron la barca por la arena y la ataron a un tronco. Un buen esfuerzo para gente que se había pasado los últimos días con raciones básicas, pero no sería demasiado bueno encontrarse  con que mientras exploraban la marea había subido y se había llevado el único medio de salir de allí que no fuese a nado. Echó un vistazo alrededor con desconfianza, la mano apoyada en el pomo de la espada. Se encontraba más a gusto en una ciudad que en en aquellos lugares perdidos de la mano de Eru, prefería tratar con ladrones y matones en tabernas de mala muerte a lidiar con mosquitos y serpientes, mientras se apartaba las ramas de la cara.

-Cubriríamos más distancia separándonos, pero no me gusta mucho la idea, mientras no sepamos más de lo que hay en esta isla.

Yazân salta rápidamente del esquife. Escudriña el paisaje e inmediatamente repasa mentalmente lo que lleva para la expedición. Piensa que lo primero sería buscar fuentes de agua. Seguro que cerca habrá más caza.

La costa formaba una vasta bahía, terminada al sur por una punta muy aguda, desprovista de toda vegetación y de un aspecto muy salvaje. Aquella punta se unía al litoral formando un dibujo bastante caprichoso y enlazado con altas rocas graníticas. Hacia el norte, por el contrario, la bahía se ensanchaba, formando una costa más redondeada, que corría del sudoeste al nordeste y que acababa en un cabo agudo. Entre estos dos puntos extremos, sobre los cuales se apoyaba el arco de la bahía, la distancia podía ser de unas seis millas.

Dicho litoral se componía, en primer término, de una playa de arena, sembrada de negras rocas, que en aquel momento reaparecían poco a poco bajo la marea descendente. En segundo término, se destacaba una especie de cortina granítica, tallada a pico, coronada por una caprichosa arista de una altura de trescientos pies por lo menos. Se perfilaba sobre una longitud de tres millas y terminaba bruscamente a la derecha por un acantilado que se hubiera creído cortado por la mano del hombre. A la izquierda, al contrario, encima de un promontorio, una especie de cortadura irregular se desgarraba en bloques prismáticos, y bajaba por una rampa prolongada, que se confundía poco a poco con las rocas de la punta meridional.

En la meseta superior de la costa no se veía ningún árbol. Era una llanura limpia. Por lo menos, así aparecía vista desde el bote. Sin embargo, el verdor no faltaba a la derecha, detrás del acantilado. Se distinguía fácilmente la masa confusa de grandes árboles, cuya aglomeración se prolongaba más allá de los límites de la vista. Aquel verdor regocijaba la vista, vivamente entristecida por las ásperas líneas del paramento de granito.

En último término y encima de la meseta, en dirección del nordeste y a una distancia de cinco millas por lo menos, se alzaba la cima de un monte.

Cyryatan fue el primero en poner un pie sobre aquél pedazo de tierra que se alzaba en soledad en medio de las traicioneras aguas del Gran Mar. Poco tardó en darse cuenta porqué aquella isla no figuraba en ningún mapa o carta naútica. Aquél era un lugar ciertamente insignificante y que seguramente hubiera pasado inadvertido a la distancia que las embarcaciones solían navegar de las costas. Pero los corsarios tenían asuntos peligrosos aguas adentro, y la fortuna había querido que también fueran ellos unos de los pocos privilegiados en desembarcar allí.

- Esa llanura de allá sería un buen lugar donde acampar y descansar cuando caiga la noche. Pero ahora que aún tenemos claridad lo mejor será que echemos un vistazo entre esa arboleda que hay a un costado. Necesitamos comida y agua para la tropa, la suficiente para saciarlos a todos. Aseguraremos primero el ugar y luego los recolectores pondrán manos a la obra. Es probable que tengamos que mandar de regreso el esquife en busca de más voluntarios, pero ahora enfoquémonos es lo más inmediato. Manténganse en guardia y no se separen, cualquier tipo de bestia puede morar en la espesura...

El sombrío capitán avanzó entonces con su temible alfanje en mano, mirando a cada lado con desconfianza y alerta a cualquier señal de vida que pudiera manifestarse a medida que se acercaran cada vez más a los árboles. Tenian que inspeccionar bien aquél lugar si querían estar tranquilos de poder abastacerse de alimento y madera a la brevedad. Cyryatan suponía que una isla tan pequeña no podía albergar en verdad grandes criaturas, aunque prefería mantener la tensión en el grupo y lograr especial cuidado y esmero de parte de su gente.

Yazân después de contar todo su equipo mentalmente se dirige a Kreontas que lo tenía al lado. 

- Espero no estés contrariado por el capitán. Después de tus recaídas, todos tememos por tu frágil salud. Sin embargo está bien al final que vengas porque cualquier cosa puede pasar. Bien es cierto que puede ser útil no solo para aprovisionarse, sino para buscar plantas interesantes. Siempre he usado olvar tal y como mi abuela me inculcó. No se si sería mucho pedirte alguna que pueda ayudarme en esta aventura tan complicada.

Kreontas, apoyado en Kastanguluka -con el telón de tristeza abatido todavía sobre su cara-, camina con dificultad sobre la arena de la playa, salpicada de rocas negras. Cuando le intercedes, se gira para atenderte. Y en parte, le sorprenten tus comentarios.

-Plantas y curación no han de faltarte nunca, mientras Rûmus y un servidor cuidemos de ti-te dice circunspecto, como no estando seguro de si su respuesta era la más apropiada a tu inquietud-. Si te refieres a que quizás puedas ayudarme en la búsqueda y estudio de las olvar que pueda haber en esta isla, gustoso accederé. Y si tanto interés tienes, también podamos compartirlas.

-Eso si escapamos lo suficiente de la severa mirada del capitán-apostilla finalmente con una sonrisa franca, pero cansada.

-Así sea- se despide con un gesto de cabeza tanto de despedida como de gratitud ya terminando la frase en un susurro- Más vale tener que desear. Y nunca se sabe cuando el destino nos pueda separar. Que la paz esté en ti.

La comitre echó a andar detrás del capitán, atenta a cualquier ruido que pudiera señalar algún peligro, aunque en una isla de aquel tamaño, no creía que hubiera ninguna bestia de gran tamaño que pudiera atacarles, y los pequeños como serpientes, o insectos venenosos poco ruído iban a hacer. De vez en cuando miraba hacia el viejo, no tanto porque creyera que Kreontas iba a necesitar su ayuda, como para comprobar si el hechicero reconocía alguna de las plantas que les rodeaba.

Después de tantos días en alta mar poner los pies en tierra firme me deja medio  aturdida y desorientada. Mis pasos no son todo lo firmes que quisiera, y no es por falta de seguridad.

Sigo las huellas del resto del equipo, en última posición pero sin alejarme, observando a mi alrededor lo más atentamente que me es posible. Primero arena, seguida de más arena en una explanada colmada de pequeñas y grandes rocas negras. La vegetación brilla por su ausencia en este primer tramo, sin embargo…bastaba con un simple giro de cabeza a la derecha, justo detrás del despeñadero, para poder vislumbrar el vivo color del follaje.

En la brevedad de un instante me cruzo con la faz asquerosa de Haak´r. No trago a ese mal bicho, machista y misógino, que por ser hombre  se cree superior. Y para colmo oficial. Que su repugnante rostro horrorice hasta a su sombra es obra de la madre que le engendró, que sospecho que de haber sido posible lo hubiera tornado de vuelta a sus entrañas por el mero hecho de no tener que verle la cara.  ¡Pero que se habrá creído el muy imbécil…rata engreída!…murmuro para mis adentros, aunque lo que me placería sería gritarlo a los cuatro vientos. Más de momento, no quiero problemas.

Mientras sigo mirando todo con indecible desasosiego escucho el rugir de mis tripas. No las llené lo suficiente y ahora mi mal hacer me pasa factura.

-Deberíamos tomar precauciones cuanto antes-farfulló Haark´r.
-¿Por qué?... la isla no está habitada-contestaba Salêm.
-Eso parece. Aunque aún no la hemos explorado.

»Y no olvides que estos son mares de piratas. Tengo más miedo de lo que pueda venir del mar que de la isla.

-Estamos demasiado lejos, Haark´r. Nadie en su sano juicio vendría hasta aquí.
-Es probable, pero tú y yo sabemos que los piratas son tan audaces marineros como temibles malhechores, y habría que tomar medidas de precaución. Espero que Azrûbel esté haciendo lo propio. Aunque sin balistas...
-Bueno, ya has oído al capitán, primero aseguraremos el lugar...-parafrasea Salêm mientras mira de reojo a Yazân, para ver si su oficial y amigo, tenía algo que decir al respecto.

-Quizás sea buena idea ir hasta esa loma para poder verla desde arriba-seguía farfullando Haark´r mientras se adelantaba un poco, a modo de explorador-. Eso y encontrar agua dulce. Si es que la hay...

Finalmente aquella arboleda se alzaba impasible ante la mirada del taciturno jefe corsario y su pintoresco grupo de expedicionarios. En aquella maleza se hallaba gran parte de las esperanzas de Cyryatan, pero no por eso se notaba en el capitán ningún furor desesperado o emoción violenta. Antes de internarse en la espesura, el lúgubre lider se giró hacia sus subordinados y los recorrió uno por uno con el semblante endurecido y la mirada fría como el acero de su letal alfanje. Al cabo de unos segundos se decidió a hablarles nuevamente antes de continuar.

- Avanzaremos en formacion abierta para cubrir más superficie y tener más posibilidades de encontrar agua y alimento. Cuando hayamos asegurado la zona y un decente suministro de comida, enviaremos el esquife de regreso en busca del carpintero y de más hombres que ayuden en la tarea de cortar árboles para las reparaciones pendientes. Ahora, en marcha. No podemos perder más tiempo...

Con esas últimas indicaciones, el mandamás corsario dio medio vuelta otra vez y comenzó a caminar con prudencia hacia la frondosidad. Su espada ancha se mantenía siempre atenta en su mano derecha, preparada para rebanar carne o cualquier obstáculo natural que pudiera interponerse entre su dueño y el ansiado botín. Aquella cruel hoja estaba sedienta de otro tipo sangre, pero de momento debería conformarse y esperar en silencio.