Partida Rol por web

Durante la primera milla, los árboles, muy espaciados, permitieron al grupo  pasar muy a sus anchas. Y, aunque de vez en cuando había que cortar algunos bejucos y mucha maleza, ningún obstáculo serio detuvo la marcha de los corsarios. El ramaje espeso de los árboles mantenía una fresca sombra sobre el suelo. Ficus, dragos y otras especies conocidas y desconocidas* se sucedían hasta los últimos límites que alcanzaba la vista. Extrañas aves de mil colores llaman profusamente vuestra atención: urogallos, jacamares, faisanes, loros y toda la familia charlatana de las cacatúas y cotorras. Los agutíes y otros animales desconocidos para vosotros corrían entre las hierbas.

En ninguna parte se manifestaba la presencia de los Pueblos Libres. Y menos aún de la Oscuridad. Ni el más mínimo indicio. Jamás ningún machete había cortado los abejucos tendidos de un tronco a otro, en medio de la enmarañada maleza y las altas hierbas.

El paisaje era delicioso. Los árboles de tonos amarillentos se agrupaban maravillosamente para recrear la vista. Algunos enormes troncos, abatidos por la edad, se destacaban por su corteza negruzca sobre la verde alfombra que cubría el suelo. Allí gritaba una infinidad de cacatúas ruidosas, que saltaban de una rama a otra. Parecía que la luz no llegaba sino descompuesta a través de aquel paraje singular.

Elenna se acercó al viejo hechicero. Después de todo, ella no sabía demasiado de lo que podía servirles.

-¿Sabes qué plantas sirven aquí para comer?

Kreontas iba dictándoselo todo a Kastanguluka mientras el resto dabais machetazos a diestro y siniestro*. El escribano, muy puesto en sus labores, apuntaba concienzudo en un pergamino. También se había aprovisionado de plumas de ave, tinta y salvadera. Eso son deodaras, y eso de ahí duglas, casuarinas; y eso dragos, e hibiscos; y eso cedros...-decía entusiasmado...

-Pero seguro que hay muchas variedades más. Simplemente habrá que estar ojo avizor-contesta afablemente a Elenna, en relación a sus sugerencias. Kreontas estaba más radiante que nunca, pese al cansancio de la exploración (de hecho, tuvisteis que parar un par de veces para que tomara resuello y otras dos para que tomara unas notas. Incluso Kastanguluka se atrevió a dibujar alguno de esos pájaros de colores que habitaban la isla). Y de animales también-apostilla-¡esta isla es sin ninguna duda un tesoro natural!

Nada había dicho el anciano astrólogo, pero también esperaba encontrar eucaliptos, pues sus bondades vendrían muy bien para su malograda salud. Sólo rezaba a Eru-Allah para que la latitud fuera lo suficientemente adecuada, o, en cualquier caso, y aunque fuera por veleidosa obra de Yavanna, hubiera.

Poco a poco, con precaución pero sin pausa, nos vamos adentrando en el interior del bosque. Lo que ven mis ojos no es comparable a cualquier descripción que pueda dar al respecto. ¡Un paraje virgen!. La heterogeneidad de colorido con un predominante verde esmeralda se alza por toda la superficie, mezclándose con la fina y blanca arena de la playa y con sus poderosas rocas. El canturreo de las innombrables especies de aves suenan como una prodigiosa melodía. ¡Hasta las cacatúas y cotorras parecen corear al unísono!. Seguimos adelante trazando nuestro propio sendero. En las zonas tupidas es necesario pisar la maleza para abrirse camino, y en las más frondosas hay que echar mano de machetes, navajas o cualquier otro instrumento cortante a mano. El acantilado se alza como rey de la costa imponiendo su dominio frente al mar…dónde el Manawnûl  se refleja en el agua, aunque mis ojos ahora no pueden verlo…

Disimuladamente… me acerco al Capitán.. No se si es el momento más oportuno, sus inestables estados de ánimo me confunden llegándome a alterar, en ocasiones, por todo un día. ¡Pero por todos los valar, que me aspen si la ocasión no vale la pena!
-¡Capitán!- digo en un susurro- no quisiera ser pájaro de mal agüero…pero estamos medio perdidos en mitad de la nada. No sabemos la ubicación exacta de esta especie de isla, no sabemos si quiera su nombre. Yo no tengo verdadera maestría en comunicarme con las aves, y había pensado que tal vez usted…Estamos ante mil especies diferentes, algo podríamos sacar en claro.

Cyryatan avanzaba ensimismado por entre la maleza, su alfanje firme y alerta a cualquier posible amenaza. La variedad de pajarracos en la isla, aunque insólita para el capitán y el resto de los corsarios, no dejaba de ser una molestia para el sombrío dueño del Manawnul. El escándalo que montaban aquellas aves charlatanas con el pasar del grupo no era muy conveniente para el sigilo que él deseaba. Pero en medio de aquél disgusto, la mujer pelirroja vino a traerle una ocurrencia interesante con la que aprovechar al menos la cuantiosa presencia de volátiles.

- No es una mala idea, Elhediel. Alejémonos un poco del resto antes, no quiero que mi gente me vea haciendo cosas de brujos, mucho menos después de todo lo que han pasado...

Con un gesto de su mano le indicó a su cómplice que le siguiera con sigilo y comenzó a apartarse de la fila establecida entonces, aparentando arbitrariedad en ese hecho. Trataba de divisar algún pájaro que estuviera a una distancia prudencial, tanto como para poder intercambiar algunas palabras con él sin tener que vociferar a grito pelado y terminar de sepultar así toda clase de discreción que le restaba a la expedición. 

Luego de intercambiar algunas palabras por lo bajo con Elhediel, el capitán parece asentir a lo que la mujer corsaria le dice y prosigue con la marcha sin más. Poco a poco se va distanciando con renovada sutileza, casi de manera casual, mientras su mirada recorre cada tanto las alturas de los arboles, sin descuidar por eso las varias vicisitudes que presenta la maraña del terreno boscoso. Parecía entonces una bestia de presa, acechando a su víctima.

Después de hacer revolotear a unas cuantas aves, a punto de perder tu ya de por sí exigua paciencia, das con una lo suficientemente próxima como para lanzarle el sortilegio de tu pendiente. Aunque no durará mucho*...

Cyryatan se llevó en aquel instante su mano al pendiente dorado que le colgaba de la oreja izquierda, y lo frotó como si aquello fuera  a tener algún tipo de efecto en la tarea insólita que intentaba concretar. Miró fijamente entonces al infeliz pajarraco, una criatura que le pareció a primera vista algo pedante y con aires de majestad. En verdad poco importaban ya las impresiones del capitán corsario, aquella era una buena oportunidad para conocer las fuentes de donde se nutrían tantas aves en aquella isla olvidada por la mano del hombre.

- Oye... - Exclamó finalmente para llamar la atención del animal. - Busco agua, frutas...

El ave gira la cabeza para clavar uno de sus ojos en ti, y por unos instantes te escruta. Mas no hace nada. No sabes si es fruto del desconcierto -por ver algo completamente desconocido para ella- o simplemente, por estupidez de pájaro. Así que te ves obligado a  repetir la pregunta varias veces. Y de varias maneras, buscando qué palabras o qué conceptos podría entender un pajarraco de estas latitudes. Y cuando ya estabas a punto de perder de nuevo la paciencia, mirando el tupido suelo de reojo en busca de una jodida roca que arrojarle por impotencia, se digna a contestarte:

-Bebemos en el largo susurro...no lejos de aquí, a cuatro o cinco planeadas de aquí-vocaliza, en un tono alto y chillón bbastante desagradable-... si el alulante colabora, mucho menos...

- ¿Cuatro o cinco "planeadas", dices? ¿Hacia donde? ¿Norte? ¿Este...?

El recio capitán hizo énfasis en aquellas preguntas señalando a los distintos puntos cardinales, con excepción del que provenían luego de desembarcar en la costa. Cualquiera que hubiera visto aquella curiosa escena habría concluido que el corsario númenóreano padecía algún tipo de demencia druídica o un mal similar a ese. Por fortuna para Cyryatan, no había nadie más en aquél lugar más allá que Elhediel, aunque era cierto que le convenía apurarse en su tarea por si alguno de sus hombres aparecía de repente y lo sorprendía en plena interacción animal.

Cyryatan sonrió al ver el gesto del condenado pajarraco, que le señalaba el rumbo a seguir. Dejó en paz entonces a aquella servicial ave, para girarse hacia la pelirroja Elhediel y hacerle él también un gesto para lo que lo siguiera. Desanduvo entonces sus pasos hasta retornar a su posición anterior en la formación establecida, para detenerse entonces y llamar a grandes voces al resto del grupo. Tenía al fin buenas noticias para todos.

Luego de momentos de absoluto mutismo, el jefe de los bandidos de alta mar volvió a pronunciarse a viva voz. Su rumor parecía acercarse al resto del grupo, como si se hubiera separado varios metros desde la última vez que lo vieran marchando en la formación que él mismo había designado para la exploración del bosque.

- ¡A mi, corsarios! ¡La suerte vuelve a estar de nuestro lado, je!

Haak´r y Salêm, siempre con la barbilla sobre el hombro y dando machetazos a diestro y siniestro, guíaban al grupo. Yazân iba con ellos, pero sin perder de vista a Kreontas y a Kastanguluka. O al cofre. No teníais claro si al oficial de trinquete le preocupaba más el cofre o el viejo hechicero. Y refunfuña cada vez que se paraba a mirar tonterías o por culpa de algún extraño animalejo. Pequeño y ni siquiera comestible.

El capitán y Elhediel, que se habían desviado hacia el noreste adentrándose en la espesura, volvían con ánimos renovados. O al menos una sonrisa iluminaba el rostro del siempre gris Cyryatan.

Elenna, después de haber hablado con Kreontas, había vuelto al centro de grupo, con su vista puesta en las copas de los árboles, escrutando la espesura en busca de cocos, o de cualquier fruta comestible.

Cerraba la zaga el musculoso Yuma. Su fortaleza natural y cinco años en las galeras habían hecho de él una mole correosa, como los ents de Fangorn. Él se encargaba de vigilar sobre vuestros pasos, no fuera que algún peligro viniera desde la playa. Al fin y al cabo, aquella isla llena de estridentes cantos de pájaros os era absolutamente deconocida.

Llevamos un rato a la espera de una señal de la naturaleza. Cyryatán pronuncia unas preguntas en adunaico, una vez tras otra...siempre las mismas, y siempre sin obtener respuesta. A punto está de perder los nervios, cosa que tampoco me hubiera sorprendido en exceso...la situación es la que es, estamos desesperados y hambrientos. Juro por Eru que yo no se que esperaba, tal vez que algún ave de especie desconocida se posase en el musculoso hombro del capitán  y le susurrase al oído. Pero nada de esto ocurrió. Lo único que fui capaz de percibir es como un singular pájaro, posado en una de las ramas más escuálidas de un árbol de espeso follaje,  se  vuelve en dirección a nosotros y canturrea de un modo extraño  e irritante. El Capitán se sonríe, parece que asiente y girándose hacia mi me hace gestos para indicarnos que es el momento de regresar con el resto del grupo. Si a mi me preguntan, la palabra es decepción. No he oído a ningún pájaro canturreando en adunaico y mostrándonos el camino y los alimentos. ¡Si por mi fuera, estrangulaba al animal con mis manos para luego darme un festín!... Pero Cyryatán parece contento...
- Si , Capitán- digo en un murmullo apenas audible para cualquier ser vivo a una distancia superior a la habida entre mi boca y su oído. ¡No vaya a ser que asuste a nuestros queridos amigos voladores!. Además, si no regresamos pronto los más suspicaces y una celosa Elenna pueden empezar a chismorrear. ¿Ha habido suerte?-me atrevo finalmente a preguntar.

El canturreo de las aves se entrevera con mi voz perdiéndose la pregunta en el aire.

Regresamos en silencio, desandando el camino, apareciendo como de la nada en mitad de la espesura dónde andaba desperdigado el resto del grupo, pero a la vista.