Partida Rol por web

 - Tu y yo, solos, ¿acaso no tienes lo que hay que tener? - le decia al arraez mientras los jenizaros que habian ido en su ayuda se retorcian de dolor. Esta vez mi espada volaria de nuevo en direccion a sus cabezas. Con suerte rodarian por la cubierta.

Mi brazo tambien sangraba, si bien no era una herida demasiado profunda, perdia sangre poco a poco. Ahora no tenia tiempo, pero si en algun momento una pequeña tregua le dejase tiempo, tendria que cortar ese hilo de sangre. Ahora el fervor de la batalla le tenia completamente sumido en la lucha.

Parecía que con los lances del Capitan y de él mismo estaban conteniendo bastante bien al adversario. Rhogar miró al Arraez haradrim, pero se dió cuenta de que ese era trabajo del Capitan por lo que siguió luchando con los que intentaban entrar en el barco.

.- Capitan haced que ese indeseable muerda el suelo del Turupanto... por los Valar y por Gondor! .- dió ánimos y apoyo moral a su Capitán y con un grito sordo, el Tolfaliano arremetió contra otros dos jenizaros cubriendo los flancos del capitán para que pudiera batirse en duelo con el oficial rival.

La luz fantasmal y gris, casi ausente de unos pocos hachones da al sollado un ambiente de tristeza extrema, intensificada por el olor áspero de cuerpos mutilados y sucios, que emana de los infelices heridos o moribundos que yacen en dolientes hileras desordeandas por toda la estancia, sobre delgados jergones o simples mantas extendidas en el suelo.

Apenas el mogataz atraviesa el umbral de la entrada al sollado experimenta una sensación conocida e incómoda: el estremecimiento de internarse en un espacio ingrato y claustrofóbico, de rumor bajo y continuo, monótono: gemido colectivo de decenas de hombres que yacen sobre jergones de paja -que laboriosamente han preparado Elenezer y sus ayudantes-, puestos sobre tablas, alineados hasta el fondo del sollado.

Rustam trae el pesado cuerpo de Tarcil con él -sudor, sangre y suciedad cubren el rostro del haradan-. A primera vista, el montaraz presenta varias heridas y contusiones, aunque ninguna mortal. El mogataz deja el cuerpo cuidadosamente sobre unas tablas y te mira directamente a los ojos. Nada dice -Rustum nunca fue hombre de muchas palabras-, mas su mirada dice mucho. No es quién para estipular el orden de atención de los heridos, el sollado es tu dominio y ningún soldado está por encima de otro -a excepción del capitán-, pero esa mirada profunda, horadadora -sus vivaces ojos negros de enormes pestañas. Negras-, también está salpicada de una desesperada súplica. Inmediatamente, desaparece por donde había venido...

Casi antes de que de tiempo a reaccionar, el Turupanto se estremece*. Los que estáis en cubierta comprobáis que las galeotas enemigas empiezan a ciar para desatorarse de vuestra nave. Sin duda pretenden retroceder para volver a embestir...

 Los jenizaros eran bravos, aguantaban bien la lucha, pero Rhogar y yo estabamos aguantando sus envites, dentro de nuestras posibilidades. Mi brazo no dejaba de sangrar, pero apenas sentia su dolor. La lucha era encarnizada y no dejaba lugar para los debiles. El intercambio de espadazos, empujones y otras tretas no dejaban sentir nada que no fuese furia.

 El navio enemigo, intentaba desengancharse de nuestro costado probocando una gran sacudida en cubierta, Haciendo lo posible por no caer, y esperando que a los jenizaros tambien les pillase por sorpresa lanzo de nuevo mi espada contra los desgraciados asaltantes. Se habian atrevido a entrar en el Turupanto, y lo pagarian.

El barco se movía con furia bajo nuestros pies, protestando por todo el daño que le estaban causando nuestros adversarios, los cuales parecían que querían volver a embestir, el cuerpo de Rhogar se mantuvo firme sobre el barco aguantando los bruscos movimientos de este y viendo como su compañero se lanzaba al ataque nuevamente aprovechó para volver a lanzar su espada contra el enemigo, los dos que estaban ante él estaban aturdidos por el ataque anterior, por eso Rhogar se recreó volviendo a atacar sobre ellos, tenía sed de sangre y por algún extraño motivo de cada haradrim que perdía su vida ante su espada más fuerte y más fiero lo estaba volviendo.

La cosa no pintaba bien, solo me entraban enfermos y muchos de ellos terminarían siendo lanzados al mar…era duro, pero ya no me asustaba, no era la primera vez que lo veía hacer…

Sonreí al joven cuyo cerebro asomaba.

- Claro que si, la verás, y a tu pequeño con ella, ahora descansa, en cuanto se calme un poco todo le pondremos remedio a tus heridas…

¿Qué hacer? Al menos que se fuese en paz y descansado…acaricié su rostro y le volví a susurrar que durmiese…Al girarme tragué saliva, y otro de los hombres me increpó.

- No me hable ni me haga esfuerzos, hombre, no queremos que la astilla se mueva…Aguante mientras todo acaba, que pueda ponerme con usted…

Le sonreí. Si mis chicos no podían, yo si. Una sonrisa era una muestra de esperanza. No se le sonreía aun muerto, por lo que ver que te sonreían implicaba que uno no lo estaba mucho…

Por Eru, que esto parece más bajo el dominio de Morgoth que de ningún otro Valar… Suspiré, me santigué para mis adentros y me limpié las manos en la falda de mi vestido, para seguir atendiendo.

Los pacientes seguían viniendo. A los que reconocía* y estaban como para poder hacer algo por ellos, lo hacía ** a los que no, pedía a Estë que les diese buena compañía y a Mandos que los acogiese como se merecían…no podía hacer mucho más por ellos.

Los jóvenes a mi cargo hacían, a su vez, lo que podían. Iban sabiendo cuándo había que tocar y cuando no al enfermo, habían aprendido a sujetarles la cabeza y a ayudarlos a vomitar sin que se ahogaran…Se estaban empezando a curtir.
Ahora estaba enseñando a uno a dar puntos, mientras yo cosía la herida y él me miraba. Le pasé los instrumentos.

-          - Sigue como lo hacía yo, y cuando acabes me llamas.

No podía estar en todos sitios y eran muchos los que me llamaban entre quejidos. Saqué un par más de flechas y cosí las heridas y me dispuse a lavarme las manos cuando veo entrar a aquel hombre oscuro.
Su mirada me ponía nerviosa, así como el saber que más pegaba que fuese del otro bando que del nuestro…y me traía a una cara conocida. Tarcil. Tarcil era importante…yo lo sabía, y aquel hombre de ojos negros también.

- Venga, seguid con lo que estáis. Estáis haciéndolo muy bien. Abre esas ropas, que aun no los he visto, y descríbeme qué heridas tienen.

Me lavé las manos corriendo y me fui hacia Tarcil. Con el cuchillo abrí sus ropas, para ver mejor, y me deshice de la tela. Me fijo bien en lo que pueda tener. En principio no parece nada grave…en principio… No está bien hacer más caso a unos que a otros…solo le dedicaré unos minutos más…solo eso…o al menos eso me decía a mi misma mientras lo miraba con detenimiento.

Lo reconozco en profundidad***, miro si tiene cortes profundos, si pierde sangre, si alguno de los golpes le ha afectado a algún órgano…pues una contusión puede ser tan peligrosa como un tajo…

Y entonces el Turupanto se mueve violentamente…

The song of Herion:

Cercenas el brazo del primer jenízaro, que se queda estupefacto contemplando la carne roja, los huesos y los tendones blancos, las venas goteando sangre. Y continuó viéndolo mientras caía de espaldas por encima de la regala hasta el agua, donde el mar tragó su último y lastimero alarido de dolor e incredulidad.

Sin perder tiempo asestas otro mandoble a tu segundo adversario a la altura del pecho. Notas como la punta de tu espada vence una breve resistencia para hundirse finalmente en carne blanda. Remueves la espada mientras el rostro de tu enemigo se desencaja en un rictus de odio y dolor, y su arma cae inútil sobre la cubierta. Aun no está muerto mientras cae de rodillas echando sangre a borbotones por la boca mas ya no tendrás que ocuparte de él más.

Después miras de nuevo al frente. Paras unos segundos para tomar aliento y secarte el sudor con el brazo del escudo, que empieza a pesar horrores. Estás cansado. Aunque al menos, el arráez vuelve a estar a tu alcence, y aunque algo se ha recuperado no parece alegrarse de volver a mirar tu mirada de insania. Una mirada perdida que ahora sólo ve sangre y muerte...

The song of Rhogar:

Sigues describiendo estelas de sangre con cada golpe mientras paras con el escudo cualquier ataque exterior que puedas recibir. El Turupanto se estremece mas logras mantener el equilibrio, al igual que Herion. ladeas la cabeza para poder ver a estribor, ya que el yelmo te dificulta la visión, y calculas el daño que podría hacer la galeota enemiga si vuelve a embestir... ¿cómo estar atento al golpe y a la vez a los enemigos, que siguen echándose encima?...

The song of Tarcil:

Cuando abres los ojos ves sobre tu cabeza un cielo negro. Te levantas con precaución. Estás en una llanura blanca, cuajada de lirios y asfódelos que se extendían hasta difuminarse en la distancia. Pese a que no hay luna y las estrellas se habían apagado, podías ver las flores, igual que te ves a ti mismo alumbrado por un resplandor que no provenía de ninguna parte y que tallaba las formas con perfiles cortantes. Como si fueras uno de los eldar.

Al volverte descubres que a unos pasos acaba el prado y empieza una playa que la luz fría tiñe de azul. Te diriges hacia ella mientras la arena cruje bajo tus pies. Las aguas oscuras lamen la orilla con suavidad, mas en este mar no hay olas, y de su lisa superficie suben espiras de vapor blanquecino. A lo lejos se levantan unos acantilados negros sobre los que vuelan enormes sombras aladas. Un extraño escalofrío recorre tu espina dorsal.

Pronto descubres que no estás solo en la playa. No hay barcos pero sí tripulaciones enteras esperando a que lleguen. Caminas entre aquella interminable fila. Había infantes con el escudo destrozados o la coraza agujereada, marineros y galeotes con flechas clavadas en el cuerpo y en el cuello, otros con la cabeza rota por un remo o un tablón. Mas la mayoría no presentan heridas. Eran los ahogados, decenas y decenas de ellos, con el rostro hinchado y verdoso y los miembros tumefactos. Todos aquellos hombres, tripulantes del Turupanto en alguna de sus singladuras, esperaban a que los llevaran hasta las Estancias de Mandos.

Entonces te das cuenta de que no conoces el nombre de tus compañeros, muchos de los cuales son además hombres a tus órdenes. Quieres despedirte de ellos, abrazarlos, pero sientes vergüenza pues no conoces nada de ellos. No te has molestado en saber si tienen hijos o de dónde son. Si aman a sus esposas o sus inquietudes. Apenas sí conoces el nombre de unos pocos y además no los ves por aquí. Ni siquiera sus nombres te repites...

Algunos sí te reconocen a ti e intentan saludarte, pero tienen la lengua hinchada y de la boca únicamente les brotan chorros de agua con algas verdes. Otros habían perdido los ojos y en sus cuencas anidaban pequeños cangrejos o anémonas. Una cosa era ver sus nombres tachados de uno de los catálogos de Alandur, el escribano, o en las lista de embarque. Otra bien distinta contemplar sus rostros y saber que todos habían muerto defendiendo Gondor. Defendiendo el Turupanto. Defendiéndote a ti...

 El cansancio comenzaba a hacer mella, el sudor se mezclaba con la sangre. No era toda mia, tambien de mis enemigos. Poco a poco parecia que lograbamos hacer frente a todo aquel que osaba pisar sobre el Turupanto. No obstante, ese no era el mayor de nuestros problemas. La nave enemiga habia conseguido situarse para enbestir de nuevo, parecia que nuestro barco moriria con una nueva embestida.

Una rapida mirada alrededor me hace tener una idae mas clara de nuestra situacion. Frente a mi el arraez, temeroso de mi espada, esperaba un ataque hacia el. No le defraudaria. Con todas mis fuerzas, lanzo una estocacada buscando su garganta, lugar donde su adornado yelmo no podria protegerle...

Había que hacer algo, no podíamos permitir una segunda embestida de la galeota enemiga hacía el Turupanto, teníamos que evitarlo de alguna manera, Rhogar miró buscando al Capitán, él era el que tenía que hacer algo para evitarlo, virar, atacar con las Balistas... alguna cosa... los dioses tendrán que estar más que nunca con nosotros.

El tolfaleño, meneo la cabeza contrariado... él no podía hacer nada y frustrado volvió a cargar sobre los haradrim que aun se encontraban en el barco.

The song of Elenezer:

Había ya más de veinte hombres, con lesiones de diversa gravedad. Un joven infante de Ithilien acababa de morir cuando te disponías a atenderlo, pues por orden de gravedad era el primero; Jenófanes se llamaba, al menos eso fue lo último que balbuceó. Quizás sabía que iba a morir y el hecho de que conocieran su nombre le haría morir con más dignidad. Elenezer le cerró los ojos. Había otro con las tripas perforadas por un lanzazo. Otro se había desangrado por una estocada de alfanje en el muslo. Ni con el cauterio al rojo habíais conseguido detener la hemorragia. El hombre, un veterano de cincuenta años estaba tan blanco como una estatua de mármol sin pintar.

El galeno auxiliar y los pajes atendían a los hombres con bastante solvencia dada la precaria situación y los terribles vaivenes del barco. A un infante, al que prácticamente habían emborrachado para que no gritara, le estaban extrayendo fragmentos de diente y hueso de la mandíbula. Por el aspecto de la herida, el golpe se lo habían dado con el borde de un escudo. Otro estaba en el suelo con el hombro dislocado. El galeno le puso bajo la axila una pelota de cuero, se sentó a su lado, planto el pie en la pelota y le dio un tirón salvaje de la muñeca. El hombre, que estaba mordiendo un trapo, apenas pudo sofocar un grito, pero el brazo se colocó en su sitio con un sonoro chasquido. A un tercero le estaban cosiendo una estocada en el biceps derecho. Elenezer chasqueó la lengua al verlo, según pasaba rauda como una saeta en dirección a Tarcil: a veces no hay más remedio que suturar, pero Elenezer no lo hacía si podía evitarlo. Había una posibilidad entre cuatro de que a ese hombre se le infectase el brazo y en unos días estuviese muerto. Evidentemente, la curandera contaba con sortilegios, recurso con el que sus ayudante no podían ni soñar...

Finalmente atiendes las heridas de Tarcil. Son varias aunque ninguna mortal. Después las limpias con una hilaza. Un tajazo había golpeado la clavícula tras llevarse el lóbulo de la oreja, sin duda podría alardear de las heridas en las frías noches de invierno por las posadas de Gondor y Arthedain cuando despertara. Si es que sobrevivía. Tras limpiar a toda prisa las heridas, Elenezer tapa con lino empapado en el mismo bálsamo de vino y mirra aderezado con alguna de sus mejores hierbas que guarda para casos especiales. Y por un momento se siente mal por no tratar a todos los soldados igual, pero qué coño, Tarcil se había portado muy bien con ella, al igual que Rhogar, Fiaras o el mismo Herion. Mientras su cabeza viajaba con estos y otros pensamientos, notó como Tarcil recuperaba la consciencia...

Entonces, la playa y todos esos soldados se difuminan entre luces blancas y de repente estás en un lugar oscuro y hostil, huele a sangre y a sudor y hay un monótono lamentos de voces agónicas. Por un momento piensas que estas en el mismísimo Infierno, cuando ves la reluciente sonrisa de Elenezer, y te percatas de que estás en el sollado del Turupanto. Te duele todo pero estás bien.