Partida Rol por web

PLANETA IOCANTHOS: EL YERMO:

- El paisaje entre Puerto Amargura y el asentamiento de Desesperanza es todo menos agradable.

- Hace mucho calor, el polvo se cuela por todas partes y la carretera es poco más que un camino de tierra.

- El vehículo va un tanto lleno con siete personas, lo que hace más incómodas las condiciones del viaje. Se trata de un viejo y traqueteante camión de cuatro ruedas y caja abierta diseñado para el tránsito campo a través. No tiene cabina, y en lugar de techo tiene una cobertura de lona alquitranada que puede retirarse para utilizarse a modo de tienda de campaña improvisada.

- Cuenta con un suministro de comida, agua potable y combustible suficiente para unos cuatro días, aunque el viaje de ida a Desesperanza probablemente durará dos, con un descanso para pasar la noche. Está equipado con una parrilla de faros de alta potencia.

Menudo viaje les esperaba. Dos días en aquel vehículo viejo y a pleno sol... 

La Hermana Scythia se recostó contra uno de los laterales del camión y procuró pasar el viaje tapándose la boca. Un incordio. Y para colmo de males tendría que aguantar los comentarios y discusiones entre sus compañeros. No cesaba de preguntarse por qué habría aceptado la misión.

Por el momento se mantuvo en silencio, como era costumbre en ella. Debía conservar fuerzas y no tenía mucho sentido intentar socializar. Deseó que ninguno intentara entablar conversación... ¿Por qué demonios no estarían ya en Desesperanza?

Vladymir conducía tranquilamente, recorriendo la senda que les llevaría a Desesperanza. El vehículo no era ninguna maravilla, y el camino tampoco... Pero había tenido misiones peores con la guardia. Y, desde luego, peor sería ir andando. 

Parecía que el silencio imperaba en el vehículo, si exceptuábamos los ruidos naturales del camino y del trasto en el que iban montados, y nada agradaba  más al vostroyano. No tenía ganas de escuchar más tonterías e insolencias por parte de sus dos nuevos añadidos. Menos aún teniendo las manos ocupadas, y estando centrado en la conducción. 

- "Algunos de ustedes ya han servido anteriormente a los Sagrados Ordos y al Dios-Emperador, ¿no es así? Supongo que en algunas tesituras habrá sido un verdadero consuelo contar con la presencia de un sacerdote ordenado en el grupo." -

- El Sacerdote Faith es un hombre de principios que posee una fe inquebrantable en el Dios-Emperador. - respondió Scythia levantando la cabeza. - Sí, es incuestionable que supone un gran apoyo en los momentos duros, donde sólo la Fe en el Emperador puede ayudarnos a sacar fuerzas de la nada para prevalecer. -

Siguió con la espalda recostada en el lateral del camión, no tenía mucho más que añadir. En su opinión el sacerdote era de lo poco que se salvaba del grupo pero no iba a pronunciar sus pensamientos en voz alta. Flexionó los dedos abriendo y cerrando la mano, y sus ojos se dedicaron a contemplar el paisaje, atenta ante cualquier cosa llamativa o fuera de lugar. Jamás había estado en un sitio como aquél.

De todas formas, ahora que el Vidente lo mencionaba, quizá le vendría bien conversar con el Sacerdote. Después del combate con el Demonio Scythia no se encontraba en su mejor momento, aunque sabía que su fe en el Emperador le había salvado. Scythia permaneció sentada meditando y pensando acerca de las posibilidades... Quizá hablaría más tarde con el Sacerdote.

-Sin duda es un apoyo, aunque no siempre ha estado con nosotros. De hecho, no me gusta resaltar fallos ajenos, pero un desliz en nuestra segunda operación le apartó del servicio de la Inquisición, hasta hace poco-dijo el guardia, mientras seguía conduciendo. El paisaje era monótono la mayor parte del tiempo, pero mejor algo de aburrimiento que emociones continuas por un asalto detrás de otro. 

Renata había hecho la mayor parte del viaje adormilada, recostada sobre el hombro de Kurt. Las palabras del vidente la sacaron de su sopor, aunque solo a medias. Su comentario acerca de la utilidad de un sacerdote, parecía dirigida en exclusiva a los agentes inquisitoriales, por lo cual no se esperaba ninguna respuesta de su parte. Y si se la hubieran pedido, le quedaba claro que prefería confiar en su manejo de las armas, que en su capacidad para rezar. Además, estas solían reservar se de normal a los muertos, aspecto este que demostraba la utilidad de los rezos.

-Señor Ostrogov, hay que reconocerle que para no gustarle sacar fallos de nadie, lo hace admirablemente bien. Y esa suele ser una habilidad que acompaña a quienes cojean del mismo pie -medio murmuró debido a su sopor-. Nadie es perfecto, y los errores son una gran escuela. Y nunca he conocido a nadie que no los haya cometido. 

-Hay diferentes grados de errores. Bien sabe el señor Faith que no siento ninguna hostilidad hacia él, pero la verdad es la verdad. Me vi obligado a ejecutar a un inocente por ello. Sin embargo, cuento con que éso constituyera una lección para todos, y que ésa clase de fallos no se vuelvan a repetir. No está en la misma escala rozar la pintura del vehículo al apartar que, por poner un ejemplo, calcular mal el disparo de un basilisk y borrar un pelotón entero de la guardia del mapa. Pero, aparte de ésa precisión, sí. Todos cometemos errores. 

- "¿Qué me dice de usted, señorita Garibaldi? ¿Cuáles son sus motivaciones en la vida? ¿Qué opinión le merece el Imperio? ¿Tiene usted fe?" -

El Vidente saca distraídamente de su cartera un estuche lacado del que saca un mazo de ornamentadas cartas y comienza a barajarlas muy lentamente.

Renata se removió buscando una mejor postura y volvió a colocar la cabeza sobre Kurt para seguir durmiendo, algo que la intervención del vidente parecía tener por objetivo impedir.

-¿Mi motivación? Tengo varias -dijo de forma esquiva-. Y hablar de todas ellas sería un tanto ridículo. A fin de cuentas son mis motivaciones y dudo que interesen a nadie. Respecto a las demás preguntas, no sabía que estuviera siendo juzgada por la Inquisición, vidente. Y como imagino que no es el caso, sino un vicio de trabajo adquirido por su parte, me va a disculpar que no le responda porque necesito dormir y porque la respuesta carece de interés. Además estoy agotada -comentó cerrando los ojos-. Osito, hueles bien -añadió con voz adormilada.

Menuda desfachatez la de la mercenaria. Hablarle así a un Vidente al servicio de un Inquisidor. Al menos no había proferido ninguna blasfemia u ofensa contra el Emperador. De lo contrario Scythia tendría que estar ajustándole las cuentas en ese mismo momento.

Y el perro faldero que la seguía no era muy diferente, solo que de peores modales.

Iba a ser un viaje muy muy largo. Un grupo poco cohesionado y cada uno con motivaciones diferentes. Si aquello salía bien sería sólo por la gracia del Emperador. Pero ella no era quién para cuestionar su voluntad, los caminos del Emperador eran inescrutables.

Se acomodó en el camión y siguió con los ojos cerrados, no fingiendo sino tratando de conciliar algo de sueño también. Si había problemas ya les despertarían. A fin de cuentas, el Emperador protege.

El Vidente Aristarchus mira a Renata con profunda decepción.

- "Nuestra misión requerirá de fe. Que el Dios-Emperador nos proteja, y el santo nos guíe por su senda en la consagración de la primera catedral en su honor en este mundo perdido..." -

El Vidente observa sus cartas con el entrecejo fruncido, después las guarda y su mirada se pierde en el árido paisaje.

Torrarse en un vehículo era de todo menos divertido, y como no ibamos a estar un ratito corto decidí que lo mejor iba a ser echarse una siestecita, así me escaqueaba de posibles tareas.

- Avísame si quieres que conduzca, Vlad - dije entre bostezos.

Cerré los ojos y traté de acomodarme lo mejor posible en el reducido espacio, al menos no pasaríamos frio eso estaba más que claro.

A Renata no le pasó desapercibida la reacción de la sororita, para la cual su osito tenía una perfecta descripción, ni la del Vidente que guardó su juego de cartas. Lo que la primera opinara le importaba tanto como la opinión que su abrigo de piel pudiera tener. Respecto al segundo, había intentado ponerla en una situación comprometida y absurda, cuyo verdadero objetivo no entendía ni pretendía entender. Pero en el escaso tiempo de convivencia, sí había percibido algo. Todos y cada uno de ellos estaban sumergidos en sus propios ombligos inquisitoriales, ajenos a eso que se llamaba vida. La vida real de todos aquellos que debían luchar por llevarse un trozo de comida a la boca, que suspiraban por un amor no correspondido, que gemían bajo las sábanas, que parían y morían, que se emborrachaban y trabajaban la tierra o en una industria. No, ellos, preocupados por aspectos superiores, abrigados por aquello que llamaban fe, se aferraban a una superioridad moral que conocía muy bien, pues era la de su familia. Sí, tenían una misión y no sería ella quien la defenestrara. Conocía su valor. Su padre había muerto por ello. A cambio, una medalla póstuma. Ahora, ella, por razones que no deseaba recordar, debía cumplir con una deuda y en ella arrastraba a Kurt. Suspiró quedamente y el olor de su hombre penetró en sus fosas nasales. Sonrió bajo el recuerdo de aquella mañana. Alzó la mano hasta la barbilla de Kurt, silencioso como en la mayoría de las ocasiones en las que no quería decir nada, y le hizo girar la cabeza. Se estiró un tanto y besó sus labios antes de reacomodarse en su hombro y quedarse dormida. 

Que no contaran con una limusina, como con sorna había ofrecido el señor bigotes hacía horas, no significaba que no dispusieran de chófer para la tartana en la que viajaban. Este era, ni más ni menos, el puto líder del grupo de amargados que les había tocado en desgracia. De todos ellos solo el cura se salvaba, y tan solo a ratos. Pero aun con todos sus “el Emperador esto” o “el Emperador aquello”,  el curita era más enrollado que Pelofino, que se las prometía de diva dilataculos y era un jodido muermo. Si en lo que llevaban de viaje a Kurt le hubieran dado un trono por cada bostezo, no se hubiera vuelto rico, pero al menos hubiera sacado suficiente como para emborracharse hasta perder el conocimiento.

Sacó un mechero con el emblema del Munitorum poco después de que Renata le besara. El beso le pilló por sorpresa, de no haber sido así lo hubiera convertido en algo mucho más tórrido solo por ver si la cara de acelga de la monja podía cambiar de color.

- Hay que joderse. Esto parece un puto funeral…- ¿Nadie tiene nada que contar? ¿Un chiste? ¿Algo? Joder…- Dio una larga calada a la varilla que acababa de encender.- Eh, tú- llamó al estirado que se entretenía mirando tierra y rocas.- ¿Para qué sirve eso que has sacado, las cartas esas? ¿Se puede jugar con ellas?

Y ahora a jugar con las cartas de un Vidente. Emperador dame paciencia.

Al menos la hermana Sororita contaba con que el tal Kurt fuera un buen combatiente. De lo contrario siempre podían usarlo como cebo para el psíquico que en teoría iban a cazar... éste podría entretenerse horas y horas en la mente del hombre buscando sin encontrar nada interesante. O a lo mejor le explotaba la cabeza al psíquico, dependiendo de la cantidad de obscenidades que encontrara urgando en la cabeza de Kurt.

Scythia no resopló pero miró con curiosidad la reacción del Vidente. También a ella le interesaba saber para qué usaba Aristarchus esas cartas. Al menos la pregunta de Kurt no carecía del todo de sentido.

Abrí un ojo al instante, enarcando una ceja, sin estar realmente seguro de lo que acababa de escuchar...

- ¿Alguien ha dicho cartas? ¿He oido bien? - una partidita era lo que necesitaba, y con suerte sacarle algo de dinero a alguien.- ¡Oh, mierda! En este cacharro no vamos a poder jugar, es demasiado estrecho...

- "Estas cartas son un generoso y conmovedor obsequio del Abad Misionero Orland Skae, una antigua y especialmente bendecida baraja del Tarot Imperial, a través del cual el Dios-Emperador, San Drusus, con quien tengo el inmenso honor de estar lejanamente emparentado, y otros santos de la ortodoxia imperial me inspiran y fortalecen mi devoción.

Legionario Penal, soy miembro de la nobleza, pero por encima de eso, soy un miembro destacado del séquito del Inquisidor Globus Varaak, del Sagrado Ordo Hereticus. Soy además un Vidente Imperial de la Inquisición, y le vaticino un horrible destino como vuelva a tutearme o a tratar de un modo aunque sea levemente irrespetuoso a cualquier otro Acólito inquisitorial." -

Los ojos del Vidente resplandecen con una poderosa luz blanco-azulado al tiempo que su mirada taladra, desnuda y fustiga con la fuerza de un santificado coro de ángeles el alma desprevenida de Kurt Brokenbone.