Partida Rol por web

Dolça vió al arrepentido violador de rodillas y le dijo:  Reza a tu Dios por el perdón con un paternoster o avemaría o lo que receis, y para que pueda perdonarte comienza a explicarle a mis socios por qué está pasando toda esta locura en Urbión ahorita, y si pasa cada año o qué. 

Mientras yo voy con la muchacha. 

De alguna manera Dolça pensaba que en estos momentos lo que menos quería la chica oír era otra voz "varonil y seductora" cerca de ella. 

Ya Oier, déjala un poco, dale aire.  

Mira muchacha, dime donde vas para tu casa.  Nosotros vamos a donde el Ticio, por si te podemos escoltar hasta que encuentres refugio con los tuyos.   ¿Estas de todo bien?  ¿No te alcanzaron a lastimar?  -preguntó con la cara un poco de preocupación.

Amigos, yo vengo de casa de Ticio, y supongo que vosotros sabéis qué ha pasado en la plaza y qué es lo que tiene Ticio que no le quiere dar al padre Sao. Todo parece haberlo urdido el mismo párroco --tanto el secuestro como el asesinato del muchacho, Álvaro-- como este caos que parece haberse adueñado de los habitantes del pueblo.

Si podéis contarme qué ha pasado mientras hacía mis pesquisas en casa de Ticio, os cuento lo que he averiguado, que no es mucho: Unos encapuchados atacaron a Álvaro y a su amigo Mateo cuando estaban llegando a casa de Ticio.

Según Catalina, la esposa de Ticio, el párroco le pidió algo a Ticio y éste se negó a dárselo, así que ordenó a unos malechores que raptaran al chaval. Pero no sé por qué lo mataron.

Busco rápidamente por la plaza algunas piedras que me puedan servir como proyectiles y me los guardo en el zurrón mientras les cuento lo que he visto en el rato que he estado alejado de la plaza.

Por cierto, ¿qué le pasó al niño mudo que "milagrosamente" habló para delatar al padre Sao? 

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- Se fue a esconderse entre las ovejas o algo así, la moza te puede decir mejor. -

   Mientras mi voz le llega al mozo Yosef, me mantengo escondida y aprovechando que no me ven, me hurgo la nariz y aprovecho para hacer inventario de ungüentos, mientras me rasco el pandero.

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¿Y la calavera esa Yosef, donde está? 

Dolça pensaba que quizá deberían esperar a que la muchacha algo dijera, para poder decidir sin revelar sus planes. 

-Unos huesos viejos, Yosef, toda esta sangre, inocente y culpable, es por unos cuantos huesos viejos de un santo cristiano.

La verdad es que matar a aquel hombre de un solo golpe le ha devuelto a Elías cierta cordura, hay cosas que, parece, no cambian nunca.

--Huesos viejos, calavera, en fin, ni idea.

--Catalina, la esposa, no sabía o no quiso decirme qué quería el padre Sao, así que puede que solo TICIO sepa dónde están los huesos de la discordia. Conviene que vayamos cuanto antes a casa de Ticio. Por aquí, amigos.

Inicio el camino de vuelta a casa de Ticio a paso ligero.

Cuando voy a iniciar la marcha, me giro y miro alternativamente a Dolca, Elías y Oier, pero hablo en voz no muy alta para que ellos me oigan pero nadie más.

--¿Seguimos a las órdenes del padre Sao o hacemos esto de buscar los huesos por justicia? Porque la justicia es una señora que no tengo el gusto de conocer. 

-Lo hacemos por... lo hacemos por... lo... ¿Y no sería mejor largarse del pueblo maldito este y dejarse de huesos y de niños mudos?

Poco entendía Oier que la muchacha no le quisiese a su lado, pero aceptó dejársela a Dolça, aunque sin alejarse mucho de las damas.  

Ahí, ahí. Chica lista, pregúntale ande vive, que una deuda tiene con nosotros et un techo necesitaremos para descansar un rato antes de retomar camino.

Se centró entonces en el joven arrepentido al que Dolça había instado poner al corriente al grupo de lo que pasaba. Cabía la posibilidad de que no tuviese ni idea, pero lo mejor era no descartar aquella opción.

Los demás hablaban, Yosef dijo que el cura era culpable de los crímenes contra los niños. Aquello puso muy serio al navarro, que no dijo palabra pero parecía llevar la procesión por dentro. Aquellos hombres, Ticio y el padre Sao, parecían muy dados a guardarse secretos. No creía que ninguno de los dos fuese mejor que el otro, ahora todo iba de otra cosa.

-Non va ni de justicia ni d'estar al servicio del cura. Esto va de salvar el culo et al mundo.- Realmente creía que el maligno estaba abriendo sus puertas, y si ponía una de sus pezuñas en la Tierra eso significaría el fin del mundo tal y como lo conocían. -¿Huesos viejos? Sí- Dijo ahora volviéndose hacia Elías , antes había hablado de cara a Yosef. - Pero poderosos. Non importa lo lejos que marches ni lo rápido que corras. Si non arreglamos esto... - Negó con la cabeza mientras miraba los cuerpos muertos que llenaban la plaza - ... al final t'alcanzará- 

No quería reconocer ni confesar ante el resto que temía estar volviéndose loco. Algo se le había metido en la cabeza que a veces veía a una vieja y a veces no.

¿Les pasará lo mesmo a ellos?

No se iba a dejar poseer por el demonio tan fácilmente, tendría que jugar más duro con su mente, porque Oier no tenía prisa en rendirse, aquello no entraba en sus planes. 

- Venga Yosef, dinos cual es la casa del Ticio. Esto se arreglará rápido - Estaba decidido a ello. Después volvió al muchacho que había pretendido abusar de la chica rescatada - Tú, dinos lo que sepas et después que non te vuelva a ver por las calles, o tendrás un encuentro romántico con esta - Y le mostró el arma, su hacha, que ya había probado la carne y la sangre aquella noche.

Cuando Oier recupera, de malas maneras, el virote incrustado en la pierna de uno de los potenciales violadores, el hombre, en su inconsciencia, gime y se retuerce de dolor.* El rijoso campesino que ha ofrecido su rendición aprecia perfectamente el dolor de su compinche. También ve muy bien la sangre corriendo por el hacha del mercenario, y el pecho hundido por el mazazo de Elías. Es por eso que las palabras Dolça caen en tierra fértil, y dan como fruto unos balbuceos un tanto ridículos e incoherentes:

-- Señora, perdonadme. Yo no sé nada, os lo juro. Y bueno, yo solo sé que el padre Sao ha estado diciendo que Ticio robó unas reliquias, y bueno, que es un adorador del demonio, y que es nuestro deber acabar con él si queremos salvar el pueblo. Y, bueno, pues aquí la Juana es prima de Catalina, la mujer de Ticio, y no quiso casarse conmigo cuando mozos, y bueno, pues he pensao que las reliquias sabe Dios dónde estarán, y al Ticio ya le han dado lo suyo, y bueno, pues ya que estamos, pues me cobro de la Juana lo que me debe, que al fin es familia del Ticio, y bueno, pues algo queda, ¿no? Pero qué va, qué va, ya me estoy yendo, señora, y bueno, no me volveréis a ver el pelo.

¡Has oído la voz de Yedra a tu lado, contestando a tu pregunta, pero no la ves por ninguna parte! Oooh, ese es exactamente el tipo de artes que te gustaría dominar...

Después de que los campesinos que la sujetaban salieran corriendo, la mujer se ha quedado gimiendo en el suelo, tapándose la cara con las manos. Cuando siente los pasos de Oier cerca de ella y oye su voz varonil y seductora, se encoge todavía más, adoptando una posición fetal y hundiéndose contra el barro.

Como una madre severa pero cariñosa, Dolça mira a a Oier con reprensión, y hace un ademán para apartarlo de la mujer. Después comienza a hablarle dulcemente, hasta que esta se incorpora y asiente con la cabeza en señal de agradecimiento, al tiempo que se sacude el barro de su saya y de su falda.

-- Gr-gracias, señora, que Dios os lo pague. Yo iba para casa de Ticio, que dicen que le han dado un hachazo. Soy prima de Catalina, la mujer de Ticio. Démonos prisa, señora, antes de que aparezca más gente del párroco, vayamos a casa de Ticio, que allí estaremos seguros.

En la puerta de la casa de Ticio hay un nutrido grupo de gente cabizbaja y santiguándose angustiada. ¡Han matado a Ticio, han matado a Ticio!, se oye murmurar.

Siguiendo a Juana, la campesina que habéis salvado, entráis en la planta baja, que hace las veces de cocina, comedor y almacén. Junto al hogar, tirado en el suelo, está el cuerpo exánime de Álvaro, el hijo de Ticio al que salvasteis al principio de la noche. De todas formas, el pobre chaval ha entregado su alma a Dios. A su lado, de rodilla, una anciana toda vestida de negro no para de berrear, golpearse el pecho, y mesarse los cabellos.

--Deben haber llevado a Ticio arriba, subamos-- propone la campesina.

Efectivamente. En una de las habitaciones del piso superior encontráis la siguiente escena. En el lecho, boca abajo, el alegre campesino Ticio ha perdido la vida por una terrible herida en la espalda que ahora está completamente a la vista. Sus dos hijas lloran desconsoladas, agarrándose al cuello y a la mano de su padre. De pie, la hermosa Catalina, mujer de Ticio, se agita con las manos tapándole el rostro. Junto a ella está Glancio, el juglar que os recibió a vuestra llegada a Monegros. Con un cariñoso abrazo, trata de consolar a la pobre campesina.

Al oír vuestra llegada, Catalina levanta los ojos, se separa de Glancio y cae en brazos de su prima.

-- ¡Ay, Juana, Juanica! ¡Que me han matado a Ticio! ¿Qué será de mí ahora?

Doña Catalina, nuestro mayor pésame por su pérdida inconmensurable.  Dolça es empática, atisba al dolor de madre y esposa con la intuición que todas tienen de ello.  Apenas alcanza a detener sus propias lágrimas, pero hay algo que hacer.

¿Podría venir con nosotros un momento, aparte?  Queremos platicarle de algo que hemos oído en todo este caos doloroso.  Quizá sea la clave para que se acabe esto.  -mira triste sin poderlo evitar.  Espera que Juana, a quien acababan de salvar, intercediera por ellos.

Unos sus ojos se fijan en el juglar.  Dio la advertencia a la entrada, ¿es algo o alguien más?  Es muy discreta al verlo de reojo.  Quiere saber que siente y piensa de lo que está pasando aquel hombre.  Hay demasiada gente y sentimientos revoloteando como para saber. 

Al fin se ponían en marcha, camino a la casa de Ticio. Parecía tener mucho adeptos aquel hombre, familiares, amigos... No importaba mucho, pero parecía ser más popular que el párroco, ya que el séquito del hombre santo, quienes le lloraban y cuidaban, se resumía a tres viejas. Oier no estaba seguro de si eso podía o no significar algo, poco le interesaba descubrirlo ahora. Tenía muy claros sus objetivos.

Siguió a la mujer que habían rescatado mientras miraba alrededor, atento por si encontrase la calavera. Como si Ticio hubiese podido dejarla sobre la mesa, o sobre cualquier mueble.

El pequeño cuerpo sin vida de Àlvaro hizo que la mirada de Oier se ensombreciera. Habían arriesgado sus vidas por salvarle y había sido en vano. Otro niño muerto, víctima de la avaricia y mal hacer de los adultos.

Subieron al piso de arriba, y mientras las dos primas se abrazaban el navarro se acercó al cuerpo de Ticio, ya sin vida.

-Le han matado con un hacha- indicó al resto de sus compañeros como si no fuese obvio, señalando la herida, él conocía bien los estragos que causaba ese tipo de arma. Cierto era que también había visto como sucedía, pero eso no importaba mucho ya.

Ya te lo había parecido antes cuando estuviste aquí, pero ahora no te cabe duda. El joven Glancio tiene un aura extraña, como si formara parte de una dimensión sobrenatural, además de la terrestre.

Que el buen Dios te castigue si estás equivocada, pero jurarías que el joven Glancio tiene un aura extraña, como si formara parte de una dimensión sobrenatural, además de la terrestre. A pesar de que Dolça sabe que en el mundo hay cosas que rebasan lo racional, la presencia de este hombre es algo que no habías sentido nunca.

Que el te lleve la Dama de Amboto si estás equivocada, pero jurarías que el joven Glancio tiene un aura extraña, como si formara parte de una dimensión sobrenatural, además de la terrestre. Yedra ha visto y vivido mucho, y se han encontrado seres de muy diversa calaña, pero lo de este Glancio es algo especial, aunque no sabrías decir por qué.

Dolca buscó con la mirada alredor de la sala de velar al muerto por símbolos religiosos, esperando las cruces cristianas y rosarios comunes en estas casas, pero también buscaba algo que indicara cosas para rituales no tan santos o reliquias de santos o santas.  No la calavera en sí, la cual pedirían a pronto saber si la confianza les daba la mujer.  Pero si quizá algo indirecto, relacionado con ello.  

Siendo judía más difícil le sería saber algo, pero un objeto religioso se sabe por lo que es aunque no se tenga la fé.  

Al tanto, al pasar junto a la viejecilla que se les desaparecía -por miedo seguramente- de cuando en cuando, le señaló con un breve e imperceptible jalar de manga al juglar, para ver si ella veía lo mismo que ella, esa aura sobrenatural que no bien identificaba quera.