Partida Rol por web

Miró perpleja a Yedra y Oier.

¿Pero porqué no habríamos de destruir algo que permitiera a cualquiera abrir las puertas del infierno?  A nadie.

Además, no sabemos de donde ha venido la muy abundante comida.  ¿De las puertas entreabiertas?

Para lo que sabemos, el ritua' para ello podría ya estar comenzado. 

Pero ande, vamos, que la cosa aquí se puede deshilar re'rápido.   ¡Al cementerio mi buen Yosef!

Que allá vamos todos, finalmente.  Espero que si, finalmente. 

En el otro extremo de la sala donde estáis, una portezuela lleva a un patio flanqueado por el establo y el lagar. Al final del patio comienza el huerto de la familia de Ticio, de donde llega un penetrante olor a estiércol. La luna ilumina el lugar y las ramas de los árboles frutales parecen brazos retorcidos. En el cielo se aprecia el resplandor de grandes fuegos por el pueblo. En el interior de la casa comienzan a oírse gritos y golpes.

El grupo sale de la casa encabezado por Yosef, al que siguen los demás. Yedra es la última en salir, y aparece en la puerta con un candil en una mano y una alpargata en la otra. Dentro se oyen gritos de los que se han quedado: Mateo, Glancio, Catalina, Juana, la abuela..., y otras voces, agresivas y borrachas, dando órdenes con un tono sádico.

Hacéis planes en el patio, formando un corro y cuchicheando a media voz. En un momento dado, Yedra hace aparecer de entre sus pertenencias un pote, con cuyo contenido unta a Yosef ojos, pómulos y nuca. Después quema unas hierbas. Todo ello mientras canturrea unas extrañas melodías y retuerce las manos en una coreografía arcana.

Del interior de la casa llegan ruidos de muebles arrastrados y rotos, llantos, risotadas.

Dolça, Elías y Oier han decidido ir al cementerio guiados por lo que les ha contado Mateo hace unos momentos. Yedra se ha apartado de ellos y se ha escondido en las sombras, como suele hacer. Esta vez, junto al establo. De allí, de las sombras donde se supone que está la anciana, surge de pronto un potente aullido, un largo y e imperioso aullido de lobo que resuena durante algunos segundos por todo el patio, por todo el pueblo, por toda la comarca.

Las voces de la casa han cesado por un instante. Pero, enseguida, unos improperios ininteligibles vuelven a oírse desde el interior. Más gemidos y risotadas. No hay tiempo que perder.

Yedra queda satisfecha de su aullido. Sigue siendo una de ellos, el lazo sigue fuerte. Ahora no queda más que esperar. Está casi segura de que su cachorrillo ha oído la llamada, pero, ¿desde dónde?

Pues si la señora Dolça quiere que vaya con ella, con ella iré. Vamos, no perdamos más tiempo.

Y salimos por la puerta del patio en dirección al cementerio.

Comenzáis a alejaros de las casas. En la de Ticio, que dejáis a vuestras espaldas, las amenazas y las súplicas se han recrudecido, como si el hogar del campesino estuviera siendo sometido a un saqueo.

Cuando llegasteis a Monegros, esta tarde (¡qué lejos parece ahora!), distinguisteis el cementerio del pueblo, situado al otro lado de un arroyuelo, en la ladera de una pequeña colina, así que sabéis hacia dónde dirigiros. Según os alejáis, oís aquí y allá gritos, llantos y golpes provenientes de distintos puntos del pueblo, mientras que el brillo de los incendios se va extendiendo.

Una vez fuera del pueblo, la luz de la luna ayuda a no ir completamente a ciegas a Elías y a Dolça, mientras que los demás, con sus ojos amarillos, parecen no tener mayor dificultad para caminar. A medida que avanzáis, el silencio va creciendo y envolviéndoos.

Finalmente distinguís los bultos oscuros de las tumbas, muchas de ellas dispersas entre los árboles. En la parte más cercana al camino por el que llegáis, una minúscula capilla de piedra se levanta.

De pronto, un ruido os sobresalta. Pasos, respiración agitada. Una sombra se mueve a toda velocidad campo a través hacia vosotros. Antes de que os deis cuenta de lo que sucede, distinguís la imponente figura de un lobo corriendo hacia vuestra posición. Yedra se gira hacia él y lo recibe abierta de brazos. El lobo da un par de saltitos con las patas delanteras y gira alrededor de la bruja.

Pero, ¿acaso no ha convocado la bruja al lobo con su aullido? ¿Es posible que alguien tenga el poder de llamar a los animales? De un hombre santo, quizás podrías creerlo, pero de esta perdida que es Yedra... Algo no funciona en este mundo del Señor.

Yosef decide que toda precaución es poca, carga la honda (por si las moscas) y avanza rápidamente hacia el cementerio. El lobo tendrá buen olfato, si hay un cadáver reciente, él seguramente sea capaz de encontrarlo. Y así será más fácil que buscar una lápida con el nombre de Ticio, eso seguro. También será bueno que miremos si hay tierra removida. Y lo más importante de todo, debemos buscar si hay alguna casucha o almacén en el que haya palas y picos, para no tener que cavar con las manos desnudas.

Uy, ¡el lupus!

Doña Yedra, ¿su animalito podrá ayudarnos?  -preguntó muucho más despreocupada de lo que esta realmente. 

Dolca se puso a complementar al lobo con lo que mejor sabían los humanos: leer.  Al menos ella.  Buscó el nombre de Ticio, o algún indicio, entre las tumbas que se vieran más frescamente excavadas y, ahora, utilizadas. 

Checaré primero la capilla esa.  ¿Quién viene?

.

   Lo primero es lo primero, antes de que se me asuste alguien, y ese alguien puede ser el lobo, tomó mis precauciones y pronuncio las palabras para que me acompañe, luego saco el trozo de tela de Ticio y señalo al cementerio mientras se lo doy a olfatear.

   - Busca, - Señalo al cementerio, si veo que tira al pueblo lo llamo y lo conduzco al cementerio. - Menos nosotros, - y nos señalo con un gesto de la mano, - esquiva humanos.-

   - Veamos donde estuvo arañando la tierra, jijijii. Es curioso, ¿verdad? Normalmente són los cadáveres los que se arrastran fuera de la tumba, este Ticio es el primer muerto que arañaba tierra al reves, jejejeje. -

   Y por si acaso echo un vistazo mientras camino agilmente brincando alegremente. Esto está mejor, en los pueblos de los campesinos hay veces que no corre el aire, mejor trotar a la luz de la luna en una alegre noche.

.

"Solo faltaba esto... un lobo amaestrado y un cementerio en mitad de la noche. Que salga el sol, que esto no hay quien lo soporte más..." piensa el pobre Elías, que no sale de una para meterse en otra. "Me quedaré cerca de la señora Dolca, que mi misión fue protegerla antes de que todo esto comenzara, pero al mismo tiempo lo más lejos posible del lupus ese".

Non es cosa tuya. Nadie ta pagao para luchar ahí dentro

Pensaba Oier mientras se alejaba de la casa en la que, de bien seguro, estaba siendo presa de asesinatos, violaciones, robos y a saber cuántas más necedades. Seguramente poco quedaría de la mujer que habían rescatado en la plaza, de la viuda, de la anciana o de ese juglar.

Pero al fin dejan de hacer sandeces estos judíos. Por fin entienden que la forma d'acabar con esto es dar con los huesos

Y así, caminando, llegaron al cementerio y recuperaron al último miembro del equipo, casi tan inquietante como la bruja, aquel lobo que despertaba el mercenario admiración, respeto y temor a partes iguales.

Observó a sus compañeros ¿Qué buscaban? Ticio no estaría allí enterrado y ¿Cómo sabían si había dejado allí los huesos?

Viendo que todos iban a buscar bajo tierra el mercenario decidió pensar diferente y puso rumbo a la capilla. Tal vez encontrase algo allí. Nunca se sabe.

La anciana Yedra se agacha junto al lobo, le da a olisquear la alpargata de Ticio* y le susurra unas palabras. El animal comienza a ventear el aire, frenético, y se lanza a corretear completamente concentrado entre las tumbas. Yedra, Yosef y Elías salen tras él, siguiéndolo en su aparentemente caótico zigzag.

Mientras tanto, Dolça y Oier se acercan a la diminuta capillita.

¿Es posible que alguien pueda hablar con un lobo? ¿No eran eso solamente cuentecillos que se cuentan para asustar a los niños? ¿Qué clase de mundo es este donde una vieja puede comunicarse con un animal salvaje?

Seguís al lobo, adentrándoos en el cementerio. El gigantón Elías camina con cuidado para no tropezar, pero Yedra y Yosef parecen ver tan bien como el propio lobo.

Finalmente, el animal se detiene sobre un montón de tierra. Aúlla brevemente buscando a Yedra con la mirada y comienza a escarbar con sus patas delanteras mientras gruñe y jadea.

En la cabecera de ese montón de tierra hay una lápida, con una inscripción de apenas unas cuantas letras. Como recitando una letanía, Yosef y Yedra deletrean en voz baja el texto de la piedra, en la cual se refleja la luz de la luna:

-- Ti... cio.. Ron... do... no...

La capilla no es más que una diminuta edificación de piedra de tres varas de largo por dos de ancho y unas dos de alto, con techo de tejas. Oier tiene que encorvarse para entrar por la pequeña abertura que hace de puerta. Dolça se cuela detrás de él. Aparte de la puerta apenas hay un diminuto ventanuco en un lateral, por lo que la oscuridad es casi total.

Pero esto no afecta al mercenario navarro, que en este momento se da cuenta de que ve en la oscuridad como si de un lobo se tratara, y todos los objetos adquieren un brillo plateado como de luna.

No hay mucho en la capillita. Sobre el altar de piedra, una cruz de madera y unos ramos de flores marchitas. En un rincón dos palas y un pico apoyados sobre la pared. Nada más.

Dolça le siguió, compartiendo camino junto a Oier. Al Navarro no le sorprendió que escogiese su compañía en vez de la de uno de los judíos. A estas alturas ya se había dado cuenta de los sentimientos que despertaba en la mujer, algo normal por otro lado.
Cuando llegaron a la capilla Oier no perdió la oportunidad de adelantarse un poco con los andares más masculinos que Dolça había visto en todo el tiempo que habían compartido. Abrió la puerta y entró primero mirando en todas direcciones.

-Es seguro- le dijo a ella tendiendole su áspera y fuerte mano en un gesto galante y varonil.

Una vez dentro pudo apreciar que poca cosa había allí, al menos aparentemente.

- Esas palas podrían irnos bien, et los picos, para ablandar la tierra o abrir alguna cabeza si los del pueblo deciden venir a facernos compañia-

Dijo a su compañera envueltos en las sombras.

-Non se te da mal la honda tampoco- y es que era judía, pero al ser mujer eso se le podía perdonar un poco.

Yosef busca una caseta o almacén o algún lugar propicio para guardar palas y picos, utensilios propios de un cementerio. Y si no encuentra nada, un palo o algo que le ayude a apartar la tierra parte a parte.

Recuerdo los versos del poeta:

[...] Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor de nadie y sin consuelo...

[...] Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes quiero minar la tierra hasta encontrarte y robarte la noble calavera...

Ahora sí, si no tengo un bonus o algo, he fallado.

La única edificación que parece haber en todo el cementerio es la capillita donde acaban de entrar Oier y Dolça.