Partida Rol por web

"¿Cráneos robados? ¿Reliquias de santas? ¿Morir todos? O este párroco está delirando a causa de las heridas o este mundo se ha vuelto definitivamente loco", pensaba Elías, más confundido cada vez. "No recuerdo haber vivido una noche más loca que esta". -Señor párroco, pero cómo vamos a matarnos por los huesos de un muerto. ¿Vendrán acaso otros a matarse por los nuestros si acabamos con la santa esa a causa de tanta riña? Echó una ojeada interrogativa, casi estúpida al navarro, a ver si este era capaz de explicarle el sentido de tanto ir y venir por pueblo a golpes con los lugareños.

-Los caminos del señor son indescriptibles- dijo tratando de repetir una frase que había oído alguna vez mientras se encogía de hombros. Claramente o bien se había equivocado o sus palabras no tenían ningún sentido, pero el navarro parecía convencido de haber aportado verdadera cultura al tema.

-Son huesos con poderes- trató de explicar al judío -et si se usan para el mal... Bueno, podrían abrir las puertas al maligno-
Realmente creía aquello, aunque nadie se lo había dicho explícitamente y, en el fondo de su ser, no tenía ni idea de si eso era posible. En cualquier caso parecía convencido de lo que decía, y es que realmente lo creía.

-Tengo un asunto de cojones que terminar. Después saldré a buscar al Ticio et me iría bien un compañero de armas-

No era lo que más deseaba aquello de sangrar junto a un judío, pero peor era morir solo.
Esperó a la respuesta de Elías antes de salir de los aposentos del religioso.

Agarras a Xuxo por el brazo y lo alejas de lo más encarnizado de la batalla. Por lo que puedes ver por encima del hombro, los combates se han expandido por todo el pueblo, e incluso parece que hay llamas en alguna casa.

No te ha parecido que el niño se haya inventado lo que te ha contado del padre Sao. Te lo contaba como el que sabe algo importante que una persona mayor e inteligente -como Dolça- debería saber.

-- Yo no sé por qué antes no hablaba y ahora sí. Yo no sé nada. Yo vivo en la calle, nadie me cuida, me llaman Xuxo, el tonto; Xuxo, el mudo. La gente me da lo que les sobra y vivo en la calle. Pero yo no le he hecho nunca mal a nadie, señora. Tengo miedo, el padre Sao no es de fiar. Yo vi cómo pagaba a unos hombres armados esta mañana. Es malo.

Xuxo está casi llorando. Se agarra a tus faldas y repite una y otra vez las mismas cosas. Tiene un ataque de nervios y está aterrorizado.

Mientras estás despidiéndote de la familia, se oye un griterío acercándose a la puerta. De pronto, irrumpe por ella un grupo de gente, labradores, cargando el cuerpo de Ticio, que viene gimiendo y sangrando por la espalda.

-- Que le han dao un hachazo, señora Catalina. Que se han cargado a Ticio.

Catalina no puede ahogar un grito. La viejecita y las niñas redoblan su llanto. Alguien dice a media voz: ¡Arriba, subidlo a su cama y limpiémosle las heridas!

Y, efectivamente, la comitiva transporta en volandas al pobre Ticio escaleras arriba, seguidos de Catalina y Glancio, mientras al abuela y las niñas se quedan velando el cuerpo del pobre Álvaro.

Lo de pagar hombres armados pudo haber sido por miedo.  Eso mismo quizo hacer con mis compañeros de caravana hoy, reclutarlos como guardias, esta mañana, diciendo que tenía miedo de que alguien le hiciera daño hoy. 

  Ahora bien, si a quien pagó fue a la gente que trató de robarse al hijo de Ticio, pues ya es otra cosa.  O a sus asesinos, de probar ser cierto.   ¿Una venganza entre ellos?  Todo lo desatado parece que sí, como una chispa en un lugar lleno de pergaminos secos. 

La mercader se quedó pensativa un rato, sopesando lo pasado y los cursos de acción futuros.

Bueno, a calmarse Xuxo.  ¿Tienes un lugar seguro a donde ir?  ¿Algún escondite?  -le dijo, más caritativa ahora, Dolça. 

¿Me podrías indicar donde está la casa del Padre Sao?  Busco alguna prueba de lo que dices es su transformación en lobo.  

Quizá luego tu podrías ir a esconderte y dejar que pase esta locura.  Tal vez, cuando esté más calmo, en ese momento huir a otro pueblo. En este parece que ya hay demasiada sangre derramada para que regrese a ser normal. 

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   Mientras las plañideras lloran, y hacen sus cosas, observo al cura gordo y aguanto la tentación de coger el bastón y empujar por la parte reforzada de metal donde le cuelgan las criadillas de hombría, y me limito a escupirle y salir fuera mientras abro la puerta y salgo, comento a la congregación, saliendo tras Oier.

   - Mozos, hay gente fuera persiguiendo a una pareja, se podría sacudir un par de porrazos para que se calmen. -

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   Una vez fuera, saco los reales de plata que le faltan a Oier (y si sale Elías los suyos) y los dejo a su lado, sobre una piedra o junto a la ventana, lo que más cerca le quede, y comento.

   - Mozo Oier, esto es tuyo. De este despejo ya me encargo de los pendientes reales. -

   Dicho y hecho, saco el cuchillo y le corto los cojones al cadáver y los guardo de recuerdo en una bolsita que haré con algún trozo de tela del fiambre.

   Después de todo, pienso, una tiene que cuidar su reputación.

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Habiendo dejado el cadáver en la entrada del hogar del hombre santo Oier sentía que podría trabajar con calma. Salió de la habitación del padre Sao barriendo la casa con la mirada, en pos de algún pichel o cualquier cosa que pudiese hacerle las veces de contenedor. Para su sorpresa la anciana estaba allí con él, no se había dado cuenta de su presencia y aquello le hizo sentir un escalofrío que le recorrió todo el espinazo. 

-Ho, hola- alcanzó a decir simplemente con cara de estúpido.

No tenía ni idea de para qué querría los huevos de aquel tipo, imaginaba que Yedra los necesitaría para hacer algún tipo de poción, brebaje o ritual.

¿Quizás algo para la fecundidad?

En cualquier caso aquello no era asunto suyo, le pagaban por la entrega del paquete y no por preguntar.  Sacó su cuchillo mientras se aproximaba al cadáver, pero entonces las palabras de la mujer detuvieron sus pasos.

M... debe querer facerlo de algún modo especial... empieza por el principio el ritual...

Así que asintió y se hizo a un lado para dejarla hacer y observar, quizás pudiese aprender algo.

Cuando ella terminase cargaría de nuevo con el cadáver para devolverlo a las calles del pueblo, aunque no lo abandonaría en la puerta de la casa del cura, no era plan de que le colgasen el muerto al padre Sao.

- Eso es cosa del maligno- dijo refiriéndose a los que perseguían a la pareja y los acosaban desde fuera de la casa en la que se habían refugiado. Se arrepintió automáticamente de sus palabras tal y como salían de su boca, pues estaba seguro de que la anciana era una bruja, incluso tenía sus escobas para volar, y no había sido muy prudente hablando así del Diablo, a quien ella seguro adoraba. -Bi... bien, veamos- añadió rogando que ella no hubiese decidido que los cojones de Oier también podían darle un buen servicio.

-- Voy a ir a esconderme donde las ovejas del concejo, que a mí me conocen y no han de asustarse. Con ellas estaré calentito y protegido. Y la casa del padre Sao es la casita pequeña que está detrás de la iglesia. Pero tened mucho cuidado si vais allí, señora, que el padre Sao es malo.

Y, después de decir esto mordiéndose las uñas, avanza los brazos hacia ti, te da un abrazo patoso, y sale corriendo. Evita los grupos que todavía se pelean en la plaza y se pierde en las sombras mientras las campanas de la iglesia comienzan a repicar, aunque nadie les hace caso. Parece que la batalla de la plaza se ha extendido por el pueblo. En la plaza ya no queda ni la mitad de la gente, contando la docena de cadáveres que hay en el suelo.

Busco a mis compañeros entre la multitud y si no veo a nadie conocido, preguntó a alguno de los aldeanos (miro si entre los aldeanos haya alguien de los juegos de fuerza o que haya estado durante la primera pelea con los rufianes) y pregunto por Dolca o por Elías. Si nadie me da respuesta me dirijo a la plaza con celeridad

Desde la entrada de la casa del padre Sao se oyen los llantos apagados de las viejecitas que cuidan al cura y el fragor de las múltiples escaramuzas que siguen sucediéndose en Monegros, así como las campanas, que han comenzado a repicar. Por encima de todos estos sonidos sobresalen los gritos de los mozos que aporrean la puerta de la casa de los "Toñines", amenazando con prenderle fuego.

En el propio zaguán (un cuarto oscuro con puertas a la calle, a la pocilga y a la habitación principal de la casa), vemos a Oier y a Elías junto al cadáver de un maleante. Pero oír, oímos también la voz de Yedra:

- Mozos, hay gente fuera persiguiendo a una pareja, se podría sacudir un par de porrazos para que se calmen. -

Misteriosamente, dos montoncitos de cinco reales cada uno aparecen en el poyo de la puerta, como pago por el asunto colgante. Más misteriosamente aún, las calzas del muerto comienzan a bajarle solas por las piernas, y luego un trozo de las calzas se desgarra del resto y desaparece. El muerto está ahora desnudo de cintura para abajo. De pronto, sus testículos se elevan y comienzan a desgarrarse, poco a poco, hasta que se separan definitivamente del cuerpo y desaparecen también.

Entre el grupo de personas que portan a Ticio reconoces a alguno de los campesinos que defendieron a Xuxo. Él también te reconoce.

- Tus compañeros salvaron al pobre chaval. Ticio perdió los nervios y atacó y malhirió al párroco. Tus amigos se lo llevaron a su casa, creo. No sé, luego alguien atacó a Ticio y aquí lo traemos, medio muerto.

Las campanas de la iglesia se ponen a repicar.

Se había hecho a un lado para permitir el paso a la anciana, pero para su sorpresa no vio avanzar a Yedra ni nada por el estilo. A su lado el enorme Elías y frente a ellos el muerto, el que Oier mismo había cargado, con algunas vísceras saliéndole fuera del abdomen de un modo despreocupado. El navarro estaba seguro del hedor que debía estar impregnando la estancia y quiso tranquilizar al judío con una frase simple.

-Por dentro siempre huelen a mierda-

Llevaba su cuchillo en la mano, pero la voz de la anciana volvió a hacerse oír y se detuvo. Estaba seguro de haberla oído, pero también estaba seguro de no verla.

¿Qué magia es esta?

Con una expresión bovina observaba alrededor, buscando respuestas a aquello. Entonces los pantalones del muerto se bajaron solos y se le elevaron los cojones, después empezaron a desprenderse del resto del cuerpo. De no estar ya muerto hubiese sido un espectáculo muy sangriento, pero la sangre ya no circulaba.

-¿E...estás viendo eso tú también?-

Preguntó a Elías. Temía que la anciana le hubiese hechizado y ahora estuviese dentro de su mente. Podría haberlo hecho cuando le untó aquella pasta en los ojos, pues seguía viendo con visión de lobo, pero entonces ¿Por qué no veía a Yedra?

Pregunto por la casa del párroco, por la casa del niño mudo que pudo hablar y por quién causó la herida de Ticio, (me da miedo que haya sido el hacha de Elías) con las indicaciones pertinentes me dirijo a casa del chico. Pero ahora que ya sé dónde está la casa del padre Sao quizás pueda hacerle una visita y buscar pistas o indicios de su corrupción

Que Dios te cuide niño.  -dice Dolça, mirándolo con bondad, pero también con cuidado, para ver si algo falso había en sus palabras u acciones. 

 Se va después de eso hacia casa del párroco Sao.  

Las campanas.  En medio de esta matanza, es bueno saber que alguien tiene esperanza.   -piensa, mientras apresura el paso, divisando a cualquiera de sus compañeros por si estuvieran por ahí. 

De susto en susto, de horror en horror... a todo lo anterior, el pobre Elías ahora tiene que sumarle ahora algo mucho peor y más grotesco que lo anterior: una castración invisible.
Se le escapa un gemido apagado, levanta el arma con las dos manos con la intención de defender al pobre hombre de la peor de las afrentas, pero... no sabe sobre qué o quién descargar su maza y acaba dejando caer el arma y sujetándose sus partes, no fuera él a ser el siguiente en la lista. En cuanto puede abandona casi a la carrera el lugar, buscando refugio a cielo abierto.
-Lo veo y... apenas lo creo. Dejémonos de hueso. Este pueblo está embrujado, marchémonos cuanto antes

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   Tras guardarme en una bolsita de cuero (si hace falta del cadaver o improviso con tela del muerto) los recuerdos y aprovechando que está Elías ahí, dejo a sus pies el resto de los reales de plata prometidos.

   Luego abro la puerta y salgo, cuando salgo, aunque no me vean, me aparto y les digo.

   - Habría que echar una mano a los chicos de la casa esa, ¿no mozos? -

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