Partida Rol por web

Gonzalo de Castilla, prior del monasterio de Santo Domingo el Antiguo, en la bella ciudad de Toledo, que ahora tenía dos cargos sobre sus espaldas. Bueno, mejor dicho, tres: uno, un almogávar de nombre Severino, el cual, alejado ya de los tiempos de guerra fronteriza, pedía el suyo perdón de éste monje. Y por ello que Gonzalo habíaselo prometido a condición de acompañarle a desmenuzar cierto misterio en la villa de Yepes. Por otro lado, el bandido Baldomero acompañaba al clérigo en pos de una reducción de condena. Que clavar medio palmo de acero te acerca o a la horca o la huida, y en medio quedan los desgraciados. Y por eso, Baldomero viajaba también en esta empresa, para rebajar su penitencia con la ley.

Y andábase la mañana del caluroso doce de junio, que Dios pareciera que quería veros abrasar bajo su gran estela allá en la Tierra, que sudábais hasta entre los dedos de los pies. La meseta castellana, en el camino entre Toledo y Yepes, no era sino un vaivén de montes, arroyos y campos de espigas amarillos. Aquí y allá os encontrábais labradores, algún que otro buhonero que marchaba por los senderos, y aguadores volviendo a sus hogares. Sin embargo, en una pequeña hondonada, donde el terreno descendía unas pocas decenas de varas, que os salió al paso delante y a un lado de vuestra dirección de avance tres tipos. Sus ropas eran parduzcas y desgastadas, al igual que su apariencia: desaliñada y peligrosa.

¿A dónde van sus mercedes, tres perdices perdidas por el campo? -decía uno, mirándoos de abajo a arriba-. El más orondo es para mí, disfrutaré rajándole el vientre antes de relamerme con su dinero -añadía otro-. Y el tercero de los susodichos, que tomó un pequeño filo y lo sacó. Era una almarada. Entonces los dos hicieron lo mismo, y se dispusieron a atacaros y a haceros desaparecer de la faz de la Tierra...
 

Iban los tres camino de Toledo a Yepes, soportando la luz del astro rey calentándoles el cogote - Co, ¿que la calor destas tierras nunca'caba? - en sagrada tarea para expiar los yerros, con ayuda del prior Gonzalo,  que a lo largo de la vida habiánseles acumulado. Severino tenía goterones de sudor por toda la cara - Señor, te pido perdón por to'l'mal que fiz y questa calor vayase a escaparrar - que bajábanle directamente del capacete hasta su corta barba. 

Aprés, fueron sorprendidos por un grupo de malnacidos y desarrapados tipos - Jodo de que tengáis la pitera d'acernos pará, pero no vamo a perde'l tiempo con tres zotes ... ala, maños - justo cuando descendían una escarpa del sendero. Las advertencias no fueron suficientes, como tampoco el tamaño del amigo Baldomero, por ello hubo razones para sacar las armas con premura - Mira tú que te voy'aventar un fachazo que van a tener que recogerte cachos por tó Toledo -y comenzose a golpear con su filo una roca cercana para que saltasen chispas. Aquello habríase considerado una amenaza en tierras de Aragón o por los Reinos del Sur, donde la presencia de almogávares resultaba común - ¡Aur, aur ... Desperta Ferro! - a diferencia de Castilla. Tras el griterío y habiendo visto las almaradas brillar con el Sol, Severino lanzase escudo en ristre contra el más cercano de los maleantes.

- Calla, calla, que de ser por mí, eminente vino más fresco me metía entre pecho y espalda si pudiera. – respondió a Severino con irritabilidad.

Refunfuñando como de costumbre mientras constantemente con su mano secaba el incesante sudor que de su frente chorreaba, Baldomero ya miraba con mala cara a los tres que por su lado se acercaban, notando sus malas intenciones.

- Mira tú por dónde. Me vais a servir para costearme el trago. A ver quién demuestra ser el que raja antes a quién, perro mamón. – respondió el bandido con temeridad y cólera ante la amenaza, mientras buscaba rápidamente su fiel hacha.

El calor de la llanura no era indiferente para Gonzalo, que ataviado con su túnica y su capa no hacía si no sudar, pero ante los problemas gran remedio es el corazón alegre, pues el ánimo decaído seca los huesos, antes que el bochorno castellano. Así que centrose nuestro Prior en la alegría de haber encontrado ovejas que volver a llevar al rebaño, que mala vida llevan muchos, pero pocos deciden volver al sendero, y menos aún los que a su alcance está ayudarles. El señor todo lo perdona, con propósito de enmienda. En estas cábalas hallábase el dominico cuando la voz de Severino resonó.

-Tranquilos, amigos, cruces mas gordas se han cargado, y cuando Dios pide, no hay mañana. Ambos estáis ha hacer buen camino - Dijo Gonzalo mientras sonreía a sus nuevos compañeros de vida.

Apenas cerró la boca nuestro monje, bruscamente aparecieron tres pecadores al medio del camino. Nuestro monje agarrose a lo único que tenía para hacer frente a hombres armados, su fe y su palabra.

-Lo que a nosotros hagáis, a Dios se lo estáis haciendo. pues como midieres serás medido.

No le dió tiempo a decir apenas esto a Gonzalo, pues lo bribones echaronse al asalto, pemsando quizá que algo de dinero sacarían, sin darse cuenta que asaltaban a un monje Dominico, siendo uno de sus votos el de pobreza.

Resumen turno 1:

Severino fue el primero en lanzarse escudo y hacha en mano hacia uno de los tres tunantes de los campos de Castilla. Sin embargo, hubo de tropezarse junto antes de cargar su hacha, y al lanzar el ataque éste fue torpe y desorientado. Por contra, su agresor, hizo lo propio, que intentó endosarle el filo de la almarada al almogávar, pero también sin éxito.

A su lado ya batallaba el bandido Baldomero, y de igual manera, que con su hacha intentó vaciar toda su fuerza en el que quería hostigarle. Y así lo hizo, que aquel sujeto intentó agacharse, pero no pudo hacer absolutamente nada para evitar que el hacha de Cubero le golpeara en el pecho:

Daño: 7 (sin protección): 7 puntos de daño. Secuelas: costillas Rotas*.

El tipo entonces, tras un intenso grito de dolor, se cayó hacia atrás, y quedó tumbado en el suelo, malherido, sin llegar a efectuar la respuesta de ataque a Baldomero.

Por su parte, y en último lugar, el último de los atacantes se lanzó contra el monje dominico, almarada en mano. El filo voló de abajo a arriba, y el Gonzalo no tuvo tiempo de evitar que la almarada se clavara en su abdomen, provocándole un feo corte en él:

Daño: 5 (-1 por ropas gruesas): 4 puntos de daño.

Gonzalo, visiblemente sorprendido ante la vorágine de acciones que se estaban sucediendo, tenía una mueca de asombro y dolor. Se llevo la mano a las tripas, intentando tapar inútilmente la hemorragia. Lo único que se le vino a la mente fue miedo y un salmo, que recitó a grito en pecho, con las fuerzas que le quedaban.

Porque el Señor ama la justicia
y no abandona a quienes le son fieles.
El Señor los protegerá para siempre,
pero acabará con la descendencia de los malvados.

Con los ojos abiertos como platos, y una cara desencajada, Gonzalo seguía enfrente de su atacante, dando pequeños pasos hacia atrás, intentando malamente prever el siguiente golpe para poder apartarse, o al menos, interponer un brazo.

Tiempo ya que mostrábase alejado de la batalla el Severino, no lograba golpear al ruin asaltante por más empeño que le puso. Con un traspiés en el peor momento, quedó a merced de una almarada que por la gracia de Dios no acabase entre sus tripas. Que buena fortuna tiene quien sus pasos cuida, pero suelo besan los desatentos. Mejor no le iba al monje cuando escucháronse sus gritos por toda la hondonada, de pleno dolor y mayor fe, al haber sido ensartado por el sucio filo de un bribón. A protegerle dispuesto estaba cuando Baldomero rompió a un fulano de sendo golpetazo - ¡Baldoooo, qué le sacan las mantecas al prior! - quedando libre de carga y más cerca del Dominico.

Obstinado el almogávar, quien como los necios, no aprendía de los suyo errores - ¡Cagüenlá!, mira tú pues al co este que se ha escorromoñao y vas'a'star igual cuando te de un estacazo - lanzase de nuevo hacha en ristre para dar unas sacudidas al desgraciado que le enfrentaba. 

- La madre que lo parió...

Echando una rápida mirada a Gonzalo una vez avisado por el almogávar Severino, y contemplando la herida que este tenía en el vientre, Baldomero dejó en paz y agonizando al primer canalla que probó el acero de su hacha, para dirigirse al que atacó al prior. Si bien no era el estilo de Baldomero el ser un justiciero, necesitaba del amparo del hombre para alcanzar su amnistía y salir ileso de su aprisionamiento y ejecución. Y aquel bandido desprevenido le venía de perlas para desatar su rabia y ensañarse una vez más con fiereza.

- ¡Pelea conmigo, miserable!

Resumen turno 2:

Severino se lanzó pues, una vez más, contra el que cargaba contra él, y que si bien parecía un instante atrás haber olvidado el cómo luchar, que ahora parecía haberlo recordado. Que con tanta fiereza cortó al suyo enemigo en el brazo y en el pecho, que éste cayó hacia atrás, quedando tendido con dos sendos tajados de curvo filo del almogávar.

Daño1: Crítico (daño máximo e ignora armadura) (/2 por brazo): 7 puntos de daño.
Daño2: 8 (sin protección): 8 puntos de daño.

Ahora así, quedaba libre Severino de rival, pues este cayó sin conocimiento alguno, y seguramente moriría en segundos fruto de las heridas. Y que por ello, al igual que su compañero y amigo de luchas, que el hacha del bandido Baldomero hizo amistad con la pierna y el vientre del maleante que había herido al bueno de Gonzalo, y así, que de igual manera desmayó de las heridas, entre profundos dolores y gritos, y cayó en el suelo, desplomado como peso muerto:

Daño1: 11 (-2 por grebas) (/2 por pierna): 5 puntos de daño.
Daño2: 3 (sin protección): 3 puntos de daño.

Sin embargo que éste último, aún no perdió la vida, sino que intentaba levantarse penosamente desde el suelo. Su almarada había sido soltada, y no tenía intención ninguna de atacaros (de hecho, como ya narramos, tenía dificultad para levantarse). Segundos después, sus compañeros perecían desangrados. Parecía haberse hecho justicia.

¡NOO! ¡¡NOO!! -gritaba el bandido levantando una mano como podía, en señal de que detuviérais vuestros hachazos-. ¡Piedad! ¡Tened piedad! -os imploraba-. ¡Padre! ¡Piedad, se lo suplico! -ahora diciéndoselo al clérigo Gonzalo-. Los dos cuerpos de sus dos compañeros malogrados estaban allí tendidos, bocarriba.

Solemne hachazo pocos habrían aguantado, que otros por menos abonan las tierras de labranza en plena meseta. Ingenióselas para golpear el brazo del tunante de arriba a abajo, como el Sol que inclemente doblegaba el suyo vigor para recorrer el camino de perdón, que ni la ropa y la sangre cubriéronle la seria herida que al descubierto dejaba tendones en colgajo. Aprés, aprovechose del dolor infligido para arrearle un golpe en el pecho que llevase su alma con Dios, quien con su eterna paciencia recoge a los necios faltos de arrepentimiento. 

Si poca cosa fue el bribón para Severino, quien más tuvo que temer fue el mengano que enfrentose al gigante Baldomero. Que ni los lobos son tan fieros y el fuego correr les hace, este almorzábase asaltantes a la par para desayunar - Desto no's'olvidáis en la vida, otra vez ahívadeahí o fachazo que te crío - asegurando así la vida de Gonzalo. El monje, ya algo mayor para la lucha, había sido herido - ¿Qué pasa pues, Prior?, vamo'a cucarle el ojo a'sa herida antes de seguir por estos andurriales. Que te se van a salir las tripas - por uno de los maleantes. Quien justo castigo recibía con la panza abierta en el suelo.

El vivo no tardó en pedir la nuestra clemencia cuando los otros pusiéronse pálidos como la harina - Mía que te lo dije, maño. A ver'ahora pues - por si sonaba la flauta en presencia del Dominico. Con brazos en jarra miraba al condenado y agachose a recoger la almarada que de las suyas temblorosas manos habíase caído.

Gonzalo, una vez pasados aquellos segundos que se le antojaron una eternidad, suspiró aliviado. Poco le duró aquella sensación, pues la tensión y adrenalina generada por el peligro se esfumaron y empezó a ser consciente de su herida, por el dolor, y por la mano que, de modo reflejo había llevado a la tripa, hallábase ahora llena de sangre.

-Ahhhh, apiádese de mi el Señor, pues no me encuentro muy bien. Mejor me vendría buscar quien sepa de remiendos para la carne. - dijo el Prior mientras se sentaba a un lado del camino.

Mientras se hacía consciente de la escena, pensó rápidamente en que hacer con aquellos que habíanles asaltado.

-Baldomero por favor, echa a los muertos del camino y cúbrelos un poco, que no los coman las alimañas. Severino ten la gracia, coge sendas armas que usaron estos truhanes, y vigila que no se mueva del sitio el que queda vivo, que se ha de venir con nosotros a donde paremos, si es que aguanta el camino.- Dijo Gonzalo pensando en si él mismo lo aguantaría.

-Presto rapaces, presto.

Quedó mirando unos instantes el monje hacia el malherido bandido y con mueca de dolor, debido a su herida díjole:

-Estás bautizado hijo?

El desgraciado miró a Gonzalo y negó ante aquella pregunta. Truhán y medio, y encima "en pecado mortal"

Gonzalo miró perplejo a aquel hombre. No tenía delante de si a una oveja descarriada, ni tan siquiera a una oveja negra, por no ser, no era ni oveja. Un estallido de dolor le sacó de sus pensamientos. Cerró los ojos y apretó los dientes durante un buen rato.

- Dime tu nombre, que te ha llevado a esta vida, y que estás dispuesto a hacer para enmendarla. Y sé sincero,- dijo en tono tenso, con cierta rabia contenida, ya que era monje, pero también humano - Dios te observa, y te juzga.

Mientras esperaba la respuesta del bandido miró hacia Severino y Baldomero. Si aquellos dos, con una vida pasada compleja, de hecho, bien parecida al que acababa de atacarles, querían volver al sendero, y bien lo estaban haciendo...¿por qué no ese otro?.

Habiendo derrotado al próximo atacante y sacando de apuros al malherido prior, Baldomero meneó su hacha para limpiarle a esta así la sangre. Miró con fastidio al único de ellos vivo, y seguidamente procedió a cumplir con la petición de Gonzalo. Diría mil funestas cosas a aquel bandido que se hallaba ahora lacerado en el suelo, pero si bien cayó en que sería hipócrita por su parte haciéndolo, y posiblemente su criterio no alcanzaría a tener mucho sentido, dejó que el bueno de Gonzalo hablase con él tranquilamente.

Agarrado a los cadáveres, a cada uno con una mano por el cuello de su prenda, los echó a pudrirse entre las espigas. Y como ya era habitual y primordial, rebuscó en sus bolsas y bolsillos, con la intención de agenciarse algunas monedas con la que pagarse las molestias surgidas bajo tal atroz y sofocante calor, si este ya no era suficiente molestia de por sí.