Partida Rol por web

Mientras tomaba ramas secas de la zona, se percató rápidamente de que, por alguna razón, Severino parecía bastante inquieto, cuando este le habló. Y no tardó en saber las razones, al dirigir la mirada hacia los dos cadáveres desenterrados. – Tú no te mortifiques tanto, y déjaselo al prior. A mí solo me interesa ponerme a comer ahora. – Mientras se alejaba aún más del sitio, para recoger el resto de ramas. En el propio instante, el rayo que cogió por sorpresa a Baldomero, le infundió bastante extrañeza como al resto. Si bien volvió con los palos correteando sobre sus patas, no por el sobresalto, sino porque pensaba que iba a llover repentinamente, y al bandido no le gustaba mojarse. No lo hizo al atravesar el río, y no lo iba a hacer ahora condenado por la odiosa lluvia. Siendo así, llegó a reunirse de nuevo con el grupo, para proceder rápidamente a quemar la broza y crear la hoguera.

Pero entonces, aquello que se abalanzó sobre Miguel y se lo llevó, le sorprendió aún más que el rayo. - ¡¡¡Diantre!!! - Rodando sobre el suelo para alejarse y tomar rápido su ballesta, la cargó sin quitar el ojo a aquel extraño ser. Y cuando lo tuvo en el punto de mira, pese a que la estupefacción del momento y la criatura en sí infundiesen en él una gran conmoción, disparó con determinación.

Gonzalo estaba a sus rezos y una señal del señor hizo que el dominico se centrase más para contentar al señor. Terminó con sus rezos, y casi como si este hecho hubiese de dar comienzo inmediatamente a otro, apareció un pájaro gigante, que en un abrir y cerrar de ojos, se llevo al que tenían cautivo en espera de respuestas.

Apenas le dio tiempo a reaccionar al prior cuando ya sus dos compañeros, reaccionaron ante la acción de aquel animal. Nunca había visto tamaño pájaro, y no parecía recordar el nombre del susodicho, pero seguro que había registro del mismo en algún lugar, en fin...

Baldomero estuvo presto con la ballesta pero no alcanzó a ver el fraile si le había alcanzado o no.

-Bien hecho Baldomero - se limitó a decir.

El monje puso las manos sobre sus ojos, como sin con eso fuera capaz de mejorar su visión, para seguir el rumbo del pájaro hasta donde pudiese, seguro que tenía algún nido por la zona, seguramente allí sería a donde llevaba al campesino Miguel.

-Empieza a encajarme todo esto. Aquí hubo un problema de amores, que ya era evidente. Tanto María como Maribel, sabemos donde están, Miguel lo acabamos de perder, el ave gigante se lo ha llevado, y seguramente allá donde lo lleve, estarán sus hijos, pues algo dijo antes, de que la Maribel habíale llevado los hijos a Él, y luego llamo Él al pájaro este.

El monje se quedó unos segundos pensativo. 

-Presto, coged vuestras armas y haced antorchas, vamos tras el pájaro. Resuelta la incógnita de las desapariciones, ahora hemos de evitar mas muertes, en especial la de los jóvenes, inocentes ellos de todo pecado. 

Ante la incrédula mirada de Severino y el prior Gonzalo, que Baldomero tomó su ballesta, cargó un virote en su ballesta y disparó. Sin embargo, la flecha rebotó en la pared del molino viejo, y nada pudo hacer teniendo en contra la oscuridad de la noche*. Los dos siervos del prior se estremecieron, no dando crédito a aquello que se había llevado a Miguel; sin embargo, el clérigo Gonzalo se mantuvo firme, pensando que más bien habríais de encontrar al raptado y luego hacerse las preguntas oportunas. Por lo que, poniendo algo de orden, mandó tomar una antorcha, prenderla y salir de ruta. Severino hizo tal cosa, y después Baldomero con la suya; y con los bártulos necesarios salísteis del molino, dejando atrás la idea de pernoctar.

* * *

Habían pasado quince minutos desde que salísteis del molino, antorchas en mano en dirección sur. Lo cierto es que intentábais no dirigiros hacia el camino de Yepes, desandando vuestros pasos, puesto que según las palabras del joven Pere, que lo que ocultaba esa dehesa no estaba sino en el fondo de la misma, y no hacia afuera. Y por ende, que tras un buen rato divisando la oscuridad, que las dudas y la similitud del paisaje en plena noche, todo constante y bastante igual (los mismos árboles, las mismas rocas) hicieron que perdiérais la sapiencia de dónde estábais ya. Por supuesto, ni tan siquiera el molino de antes veíais, abrazado ya a la negrura nocturna, y no sabíais muy bien dónde íbais.

Sin embargo, tras otro ratito andando y mirando en derredor, escuchásteis claramente el alarido de un hombre... ¡Era Miguel! Parecía estar pidiendo auxilio, y antes de que dejara de hacerlo, corrísteis tras los sonidos que llegaban a vuestros oídos. Entonces llegásteis a una zona clara y elevada, donde no había encinas o alcornoques (árboles típicos de la dehesa); sino más bien un gran chopo, pero desnudo todo él y repleno de ramas puntiagudas que se elevaban hacia arriba, hacia el cielo. Aquel árbol os provocaba terror, y mucho más cuando vísteis que Miguel estaba elevado a mitad de altura (a unas seis varas de doce en total). Sus brazos y piernas estaban atravesados por las puntiagudas ramas y lo sujetaban, como si estuviera en crucifixión; y aquello encolerizó bastante al prior, que parecía aquello blasfemia seria. Miguel gritaba por auxilio, lleno de dolor, pues su peso lo empujaba hacia abajo, y las heridas se le abrían más y más (pero seguía colgado allí arriba). Entonces... aquel pájaro, o lo que el diablo supiese qué era, aterrizó justo delante de vosotros... ¡Entonces se dispuso a atacaros!

Gonzalo bien pensó que se habían perdido en medio de la noche, sin remedio de dar vuelta, y que bien la había pifiado por las prisas, que tardarían en encontrar un rumbo o tan siquiera ser capaces de volver a Yepes. En esas andaba cuando se escuchó el grito de auxilio de un hombre, que sin duda era el Miguel. Apuro el pasó el prior, confiando en serle de ayuda al desdichado, mas tuvo que contener el aliento y pararse un momento al ver el dantesco espectáculo, que si bien parecía aquello una mofa al sufrimiento de nuestro señor, y no pensaba consentirlo. 

-Quien te haya hecho eso va a pagarlo hijo, blasfemia es lo que es.

Fue lo único que acertó a decir antes de que el pájaro grande se apareciese ante ellos. Sacó Gonzalo un cuchillo que tenía con el, mientras en la otra mano agarraba el crucifijo, pues aunque el animal fuera terrenal, fuerzas contrarias al señor guiaban sus maquinaciones.

-Baldomero, Severino, a por el ave!

Aquel ser habíase marchado con Miguel apresado y que Severino salió flechado del hoyo sacudiendo las suyas ropas, vergüenza sentía por reaccionar de aquella forma - Baldo, Gonzalo, qu'espero que puedan perdonar mi falt'arrojo y'es'que n'abía visto algo así en toda mi vida, maños - que no quedábale más opción que disculparse ante el dominico y el valeroso gigante, tan raudo en el manejo de la ballesta como el del temple. Temblábanle las manos como para poder echar agarre al hacha y un poco las piernas, que si correr quería que iba a ver el suelo de más cerca - Eso's'un demonio, prior, que se lo digo yo. M'e recorrido varios reinos y no son tan fermosos los pájaros, est'era más grande que el Baldomero aquí al lado mío - y que si miraba en dirección a Yepes respondíanle mejor, quería marcharse hasta que el Sol volviese a iluminarles para no caer en las garras del bosque y las maquinaciones del Diablo. El beato parecía convencido de que se trataba de un ave y tenía otros planes, que ni por asomo contemplaban una retirada, muy diferentes a los del almogávar - Renuncio, prior. ¡Es'una locura esto!, que s'a llevado a un'ombre al peso y seguro tiene fuerza para partirnos las cabezas. Mejor volver al Yepes, con los cuerpos las corderas y mañana y'abrá tiempo de venir tod'el pueblo pá quemar el nido del'monio ese pues - que tomó asiento junto a la hoguera para calmarse.

Cuando ya marchábanse los audaces para dar caza al colosal pajarraco - ¿Qué puedo facer, Señor?, estoy'en promesa de proteger a el Gonzalo y es q'a perdido el juicio - desde la distancia y cálido cobijo del fuego, Severino observaba. De reojo vio a las difuntas y que decepcionadas estarían de un hombre que no llegase al final del asunto - Cagüen, por las de guerras qu'e pasao yo - para hacer la justicia que Dios querría y que de un salto púsose en pie y echó a correr para dar alcance al resto - ¡Co!, que se'os vais a perder y no llegaréis muy lejos'in alguien que reparta fachazos a diestro y siniestro - que las cacerías necesitan cazadores.

Aprés, perdidos por el monte y guiados por gritos de dolor - ¡Jodó!, la qu'ay montada aquí es menuda. Blasfemia, qu'esto es un demonio y más a mi favor viend'esto - llegaron al siniestro nido de aquel ser. Miguel que culpable o no, sufría un inmenso dolor y que de aquellas ramas habrían de bajarle, que las manos de Severino volvían a temblar - ¡Aur, aur ... deperta ferro! - hasta que aquel rudimentario grito salió de su pecho, a golpe de hacha contra las rocas del lugar. Antes de que nadie pudiese reaccionar avalanzose sobre la criatura, cabizbajo para no ver los suyos ojos rojos, arma en ristre para desplumarla a golpes.

Pese a que la impresión que sintió sacudirle era grande, Baldomero era tan bandido como inconsciente. Sin perder tiempo, acató órdenes del prior, y encendió su antorcha, para seguir al horrible monstruo tan rápido como pudo. Los gritos de Miguel los llevaron hasta el imponente árbol, donde el hombre se hallaba colgado, y hasta crucificado.

- Qué barbarie... – respondió con respiración agitada Baldomero, ya que aquello era crudo hasta para el corazón rígido de un criminal.

Y posándose frente a ellos la criatura, el bandido se retiró unos pasos, dejando caer frente a ella su viva antorcha, para ver si ardía en sus plumas el fuego. Y mientras tanto, procedió a cargar otro de los virotes en su ballesta, para disparar directamente a la perturvadora aberración que trataba de atemorizarlos, pero que a Baldomero no consiguió amilanar. En cambio, su conmoción fue rota por un grito de alto torrente que buscaba rivalizar con la imponencia del ser.

Resumen turno1:

El primero en lanzarse hacia adelante con su gran hacha en la mano, pese a que un rato antes había dudado si andar por el bosque o no, era Severino. Tamaña impresión debió darle ver aquel ave rufián delante de ellos, dispuestos a picotearles hasta las entrañas. Y que estando en éstas, llamando a la guerra con su "DespertaFerro", que hízose valeroso y cargó hacia delante filo en vanguardia, corriendo hacia adelante contra la criatura lo más rápido que pudo. La criatura intentó batir sus alas para dar un gran salto, pero el almogávar se ladeó y cargó lo más potentemente que pudo su filo contra el estómago de aquella bestia. Y aquella bestia, gimió... ¡Y sangró!

Daño: 12 (x1.5 por Carga) (-1 por Plumas): 17 puntos de daño.

El ser comenzó a gemir batiendo con recelo y avidez sus alas mientras unos borbotones de sangre negruzca y caliente se le sobresalían por lo que era el suyo abdómen. Acto seguido, Baldomero, ni harto ni perezoso, apuntó en mitad de la noche al ser, intentando clavarle el virote de la suya ballesta; más que al apretar, éste se desvió como era natural, al portar antorcha y quererla lanzar también (que no le había salido la jugada tan buena como pensaba).

En esos momentos, el prior Gonzalo tomó su crucifijo, aquel objeto humilde y sin apenas decoración, pero que ahora era objeto sagrado y bendito. Y que lo elevó, en medio de la noche castellana, en plena dehesa, a la luz de las antorchas tiradas en el suelo. Y comenzó a exhalar palabras de confrontación, reiterando a aquel hombre-pájaro (o sabe Diós qué) que se marchara del lugar, por orden del señor de los Cielos, y anteponiendo en primer lugar a su figura de refencia: San Juadas Tadeo.

Puntos de RR de Gonzalo: 75 (x2 por Crítico) (+20 por Cruz Sagrada)
Puntos de IRR de Criatura: 125
Resultado (tras los modificadores y la comparación en la tabla): Ante la visión del objeto, que brilla intensamente, la criatura se encoge y empieza a humear; recibe 3D6 PD que atraviesa armaduras y auras mágicas y huye de la zona. Los que sean testigos de la huida ganan 1D10 puntos de RR.

Como si de un prodigo se tratara, la cruz del prior allí alzada sobre su mano brilló, como carcomiéndose la madera y saliendo de ella luz pura en infinita; y todo en derredora, a unas cuarenta varas a la redonda, se iluminó, como si fuera de día, durantes varios segundos. Y a los tres os pareció que aquello no era obra sino del Altísimo.

Y entre tanta lucha contra aquel ser alado, que éste batió adelante sus alas, como protegiéndose el rostro picudo y aguileño, puesto que sus ojos no soportaban tanto sopor, tanta brillantez, salida de la mano de don Gonzalo. Tras unos gemidos de dolor físico y también de visión (y esque la luz salida  de aquella cruz bendita le estaba quemando ya las plumas y las patas) éste optó por huir, repelido por el prodigio de la Confrontación.

Más no quería ver de nuevo a la criatura y que casi con la mirada extraviada, que de oscuro que se encontraba el bosque no iba a distinguir las formas mucho menos, cargó hasta sentir que de sendo hachazo había tocado hueso. La sangre caliente, apestosa como de agua estancada, habíasele vertido desde las manos hasta los codos y que del asco que sintió no pudo más que apretar los labios para que el mal no entrase dentro de su cuerpo. Entreabrió los ojos con temor de no ser salpicado por tan impío fluido, alertado por el ulular lastimero y el vendaval levantado por batir de tan inmensas alas y que agacharse tuvo para no ser derribado.

Un virote pasó cerca de su cabeza, que del capacete nunca se separaba y que no pocos compañeros murieron por errores del bando propio y que creyose muerto cuando observó el milagro - ¿Señor, viene a por mí pues?, que siervo suyo soy - que no su defunción. La exaltación en conjunto con su gran miedo, que no era otro que el de arder en el fuego eterno, le confundieron y es que se trataba del prior más santo que hombre haciendo gala de una fe inquebrantable que dio el suyo merecido al diabólico búho. Empezó a humear que aquello parecía una candela y que alzó el vuelo, esta vez menos imponente, para poder seguir haciendo mal - Que s'escapa, aventadle lo que se'algo a el'echuzo ese - si es que entre todos no lo derribaban. No era por falta de ganas que el almogávar comenzó a lanzar piedras cegado por el fervor y que por poco no mata a el Miguel allí colgado del árbol.

Aprés, que sería el Baldomero quien tuviese que encargarse del resto, ballesta en mano, que ya andaba la criatura bien lejos y que el Severino encaramose a las siniestras ramas para ayudar a bajar al desgraciado de larga pelambre.

Aquel acontecimiento divino fue la salvación para el grupo. Todo un estupor para el de por sí suspicaz bandido, cuando vio aquella radiante luz emanando de la cruz del prior.

En el momento en el que la criatura comenzaba a arder, Baldomero vio una nueva oportunidad de recargar su ballesta. Atendiendo a las palabras de Severino, el gigante se quiso asegurar de no fallar nuevamente. - ¡Ya lo sé, no me pongas nervioso! – exclamó, pagando su hastío con el almogávar. Intentaba ser lo más preciso posible esta vez, a pesar de la oscuridad de la noche apenas alumbrada por el fuego. Así que se posicionó con una rodilla al suelo, para tener más firmeza en el pulso. Y disparó.

El prior respiraba agitadamente, que el señor respondiese a sus plegarias de manera tan brutal, dejaba a uno extasiado. Mas poco estuvo el dominico parado. Había trabajo que hacer allí.

-Dejadlo ahora, que el señor ya se ha encargado de él. Ahora irá a lamerse las heridas, ya lo pillaremos mas adelante, con más gente. Ahora hay que ocuparse de los vivos, bajad al Miguel de ahí. -Luego se dirigió a Miguel- Estate tranquilo hijo, ya se acabó tu sufrimiento, ahora te bajamos- y volviendo a dirigirse a sus fieles compañeros continuó- Tened cuidado, este árbol tampoco tiene pinta de ser criatura del señor, esas ramas parecen traicioneras, ya tenemos bastante con Miguel herido. Cuidado, cuidado.

Dicho esto, y mientras sus fieles bajaban al atormentado campesino, llevó sus rodillas al suelo y rezó una plegaria de agradecimiento.

Hízose valeroso el grupo, que había expulsado la criatura de junto a aquel árbol tenebroso, del que, por cierto, andaba aún colgado, a modo de crucifixión, Miguel. Mientras Gonzalo hincaba rodilla al suelo para rezar plegaria de agradecimiento, que un instante antes Baldomero cargó otro virote de ballesta y apuntó al ser que aleteaba allá arriba; mas no logró acertarle, pues la noche eran un buen refugio para las bestias impías. Y que así, que Severino, después de lanzar infructuosamente piedras a la criatura* y sin pensarlo dos veces, se aventuró a subir al árbol para intentar despresar al Miguel de las ramas, clavadas en su cuerpo, y poderlo bajar.

El árbol era más grande y más tenebroso y no menos imponente, que a más cerca se estaba íbansele las ganas de subir - Cagüen, qu'esto'stá muy alto, ¡echad ahí un'ayuda, maños, no me se vay'a resbalar un pie y m'escorromoño por to'l monte - que las prisas no son buenas consejeras y no había medido los cuernos del toro antes de lanzarse a cogerlos. Sacó la cuerda para dejar bien atada su cintura, el tronco y la gracia del señor - A ver s'así no me mato - que bien falta le haría para llegar hasta Miguel.

Sin embargo, Baldomero se encontraba demasiado iracundo como para ir a ayudar a su compañero Severino. – ¡¡Manguarrián hijo de mil putaaaaas!! ¡¡Como lo alcance lo echaré al caldo!! ¡¡¡Rata voladora!!! – frustrado de haber fallado tantos disparos, mientras chafaba su ballesta de una forma que parecía que la iba a romper, y pateaba el suelo tan fuerte que parecía que iba a romperse.

Andábase Baldomero irascible ahora; que bien quería dar muerte a aquel hideputa alado, que tanto mal había hecho al Miguel y casi a vosotros. Pero que no pudo hacer nada con ese último virote lanzado con la ballesta, y que era normal ponerse así. Y mientras Severino rodeaba el gran tronco con la cuerda y algunas ramas para encontrar seguridada en su ascenso, que se aventuró a subir a él. Pie, mano y zancada. Todo hacia arriba y repitiendo proceso; y que no era harto difícil, que si bien aquel árbol era tenebroso ser vivo por tantas ramas puntiagudas, que éstas eran a su vez ayuda de subida. Tras un par de minutos de leve incertidumbre, Severino logró llegar hasta Miguel, y al almogávar se le erizaron los vellos de la nuca al ver cómo algunas ramas le habían atravesado ciertos miembros. Y con mucho cuidado, húbosele de quitar y atar luego a la cuerda, para bajarle con el más extremo cuidado.

Para ello ató su cuerpo con la propia cuerda de seguidad, y actos seguido, descendió. Como si de un peso de polea se tratase, el cuerpo del aldeano herido comenzó a descender, dando manga ancha Severino desde el suelo con ayuda de Baldomero. Así pudieron bajar a Miguel casi herido ya de desangre. Y en éstas, que Baldomero ya había acabado de improperar, y Miguel apenas soltaba gemido de dolor, que el prior pareció escuchar algo. Miró en dirección a Yepes, en la negrura de la noche. Alguien, según su percepción, venía. Parecía... parecía... un gran clamor. Gritos, voces, todo a la vez. Alguien se aproximaba a vosotros.

Lo maltrecho que estaba el Miguel le tenía más cerca del cielo de lo que merecía y más de lo que aquellas seis varas le alzaban allá en mitad del bosque - Aguante, maño, que le voy'a bajar despacio - donde pronto comenzó su descenso, no al infierno donde van quienes dañan a mujeres y niños, que más bien al suelo donde le esperaba el prior. Bajaba con sumo cuidado, apoyándose con los pies en las retorcidas ramas que más lo fue la mente de quien dioles forma, que solo servían para ensartar la carne del hombre o amedrentar los suyos corazones.

Aprés, tocando tierra pudo recoger la cuerda para echarla de nuevo al cinto y que por poco no besa el suelo por impío que este fuese - Me se van'a'partir las piernas de tanto tembleque. Que d'un milagro tengo la'sesera endentro y n'a cachos por'ahí - de las ganas suyas de volver a sentirlo cerca sin haberse abierto la cabeza. Sentó al herido donde más cómodo pudiese estar - Prior, está en las'ultimas o'so creo. ¿Esa criatura era él'ese al que se refería pues?, qu'aquí n'hay niños por ningún lado - cuando vino a darse cuenta de que Gonzalo atendía otros asuntos, oteando el horizonte en dirección a Yepes.

Gonzalo terminó sus rezos de agradecimiento justo cuando terminaba ya el amogávar de bajar al desdichado Miguel. Quiso acercarse a darle unas palabras de consuelo pero sus sentidos fueron a reparar en lo que parecía ser una turba acercándose.

Sacando el cuchillo que llevaba con él, Gonzalo rasgose sus hábitos para hacer unas improvisadas vendas.

-Tapadle las heridas y apretar con fuerza, que no se le vaya mas sangre al pobre, y recemos por que salga de esta. Allá parece que viene el pueblo de Yepes, más viendo y sabiendo que hácenle ofrendas a ser maligno en el pueblo, no acabo de fiarme del todo de que eso sea buena señal.

Mientras los dos hombres que le acompañaban ya desde Toledo atendían al herido, el dominico intentó hablarle a este.

-Miguel hijo, haremos lo que podamos por ayudarte, a finde cuentas hemos venido detrás de ese ser maligno por ayudarte, confía en nosotros. Hay algo que debamos saber de Yepes y sus habitantes, pues creo que dirígense hacia aquí, y no se si conviene más acercarse o poner tierra de por medio.
 

Miguel, estando en posesión de Severino y Baldomero, que escuchó las palabras del prior. Su estado era prácticamente crítico, y balbuceaba más que hablaba. Lo único que salió de su boca fue el nombre de su mujer, repetido una y otra vez. Parecía estar como delirando. Sus piernas y brazos presentaban la sangre que atravesaba las improvisadas vendas de Gonzalo.

Entonces vísteis que la muchedumbre que se acercaba con antorchas os divisó. Escuchásteis una voz cercana, y era la del joven Pere. Decía algo así como "están allí", haciéndoos saber que iban tras de vosotros. Luego escuchásteis la voz de nuevo, del joven, que venía corriendo junto con el resto, y decía "prior, prior". Acto seguido, mientras aún dudábais si salir corriendo o esperar a la muchedumbre, Miguel murió desangrado, allí tendido en mitad de la dehesa.