Partida Rol por web

El guerrero se preparó para el ataque de la gárgola que sobrevolaba sobre ellos. El elfo tendría que apañárselas hasta que se ocupasen de la suya.

Preparó su escudo y su hacha, esperando el picado del ser. Cuando ésta fuese a por ellos, descargaría su hacha, esperando poder atravesar la dura piel de la criatura.

Garnet evaluó la situación. Dos gárgolas. Una remontando, otra cayendo. La que había fallado al elfo tardaría en volver así que se centró en la que parecía ir directa hacia el enano. Apuntó con calma y disparó dos flechas.

La segunda falló por mucho pero no importaba porque la primera... La primera era una obra de arte de los flechazos. Acto seguido se agazapó y respiró hondo buscando otra localización en la que esconderse. La idea era disparar y esconderse. Disparar y esconderse. Movimientos rápidos y disparos letales. Y sobre todo esconderse. Si no le veían no podían atacarle, ¿no?

El elfo ve pasar sobre su cabeza a la gárgola que parece quería atraparle. ¡¡ Gárgolas !! Era la primera vez que veía una, pero las había estudiado en sus tiempos. Si hacía memoria seguro que sería capaz de recordar algo... aunque, no. A su mente vienen las fenomenales clases de su maestro Jarardin y sus magistrales clases sobre pérgolas. Por su cabeza pasan recuerdos acerca de esas fantásticas estructuras y su utilidad en la comunidad élfica.

Agita su cabeza y vuelve a la realidad. Una gárgola casi le atrapa, y otra parece que va directa hacia sus compañeros que ya están enfrentándola. Oooo Garnet, esta claro que es un tipo observador y no ha tardado en aprender la técnica de los elfos para lanzar flechas.

Langorin se gira hacia el monstruo que casi le atrapa, decide no darle la oportunidad de volver a capturarle, pero antes le dispararía con todo. La primera flecha se fue... directamente se fue. No pudo ver muy bien donde. La segunda sin embargo logró impactar, aunque rebotó en su dura piel, por lo que dudó que le hubiera causado daño real.

¿Lo siguiente? Visto la forma de actuar de aquellas bestias decidió ir corriendo hacia la casa más cercana y tratar de entrar en ella, por la puerta o por donde fuera. Si se metía y disparaba desde la ventana no podrían cogerle...  Parecía que algún Dios estaba en su contra, pues no había forma de llegar a esa torre.

Se retiró cuando vio las gárgolas cargar en su dirección, sacando una honda y dándole vueltas en su mano como si realmente fuera diestra en ello. Se mordió la lengua de forma indolora mientras se concentraba, achicando los ojos e intentando apuntar a las alas de la gárgola que quería atacarlos.

La gárgola iba en picado hacia Orbudor y Elbarïa. La maga, impresionada por el descenso en picado del monstruo, retrocedió mientras usaba su honda para intentar impactarla pero trastabilló y su proyectil se perdió tras las alas del monstruo. Sin embargo dos flechas surcaron el cielo desde las sombras de la calle. Al recibir el impacto de una de ellas en su pétreo estómago la criatura lanzó un aullido de dolor y su vuelo certero se desestabilizó. De hecho hizo que el monstruo cayera pesadamente en el suelo en lugar de lograr agarrar a una presa y salir volando de nuevo. El enano no perdonó la oportunidad y de un salto lanzó un tajo certero en el costado de la gárgola que era evidente que estaba malherida y no podría huir hacia el cielo. Viéndose acorralado al monstruo no le quedó otro remedio que atacar para sobrevivir.

Su garra sacó astillas del escudo enano e impactó con una fuerza desesperada. El enano recibió estóicamente el golpe pero se sorprendió al notar la gravedad de la herida¹.

Langorín, ajeno a esto, había alcanzado con una de sus flechas a la otra criatura aunque aquella herida era superficial. Desesperado el elfo buscaba ahora donde cobijarse pero la criatura ya estaba bajando a toda velocidad a por él. En el último momento el elfo se tiró al suelo evitando, por los pelos, ser llevado en volandas hacia el cielo. Frente a él había una casa que podría serle de cobijo pero o bien se colaba a toda velocidad por la ventana o intentaba derribar la puerta a su paso²...

Al ver que el flechazo y el hachazo no habían bastado para matar a la gárgola, Garnet tragó saliva. Ya tenía localizada su siguiente posición de tiro: un soportal con varios barriles amontonados pero si iba hasta allí, el enano y la maga se podían dar por muertos antes de que pudiera volver a disparar.

Así que, empapado como estaba por la lluvia, volvió a tragar saliva y se encomendó mentalmente a Arsenius: Ya sé que esto de ser heroico es una estupidez de esas que no te gustan Arsenius pero yo solo estoy muerto, necesito a los otros. O me echas una mano o no salgo vivo de este puto pueblo, así que colabora...

Respiró hondo y disparó otras dos flechas...

Visto que no estaba en su mejor momento de puntería, posiblemente causado por el acuciante dolor de la herida de la espalda. el elfo decidió buscar cobertura en el interior de una casa. Desde allí podría evitar que la gárgola le cogiese y con algo de suerte podría derribarla de un flechazo.

Una cosa estaba clara... la elfa tenía que estar ya terminando con el mago de la torre. 

Nada más aterrizar y sin mirar donde había ido a parar se dio media vuelta y lanzó una flecha a la gárgola... que ya debía estar preparando su siguiente ataque.

La potencia de la honda fue tan efímera como su concentración, volando al infinito y más allá sin llegar a ningún punto en concreto. No le habían hecho daño, más bien parecía que la habían cabreado lo suficiente para recordar sus caras y perseguirlos eternamente, una lucha que prefería evitar. Tenían problemas más importantes entre manos.

Sabía que no tenía la voluntad suficiente para formular hechizos sin salir heridas, queriendo guardar su último aliento para una situación realmente desesperada, y su ataque tenía la fuerza del peo de un orco. Tal vez luchar no era la mejor solución.

Buscó por el suelo alguna tablilla suelta para sujetarla sobre su cabeza a modo de escudo improvisado, tirando del enano para salir del cielo abierto.- Tenemos que meternos en la torre, ¡rápido! – Miró por encima a sus compañeros más audaces, esperando que ellos cubrieran su “improvisada carrera” para luego turnarse y defenderlos.

El enano no entendió muy bien lo que pretendía la maga con la tabla en la cabeza. La gárgola que les amenazaba no retomaría el vuelo y en cuanto a la otra... dudaba que una tabla lograse algo. Por no hablar de que estaba entretenida con el elfo.

Solo podía hacer una cosa. Defenderse como no lo había hecho nunca, y rezar para que el ladrón acertase con sus flechas. Mientras mantenía su posición, dijo sin alzar mucho la voz—. No os quedéis ahí mirando, ¡lanzadle flechas y piedras!

Que situación tan crítica.

El elfo se lanzó a la carrera hacia una casa cercana y saltando como si le fuera la vida en ello - le iba - atravesó la cristalera para caer rodando en el suelo. Justo a tiempo de que la gárgola del cielo aterrizase ruidosamente frente a la ventana. ¿Disparar? ¡Bastante tenía con seguir con vida! Rodó hacia atrás mientras la monstruosidad atisbaba por la ventana pero, antes de que pudiera hacer algo, el monstruo elevó el vuelo nuevamente perdiéndose de su vista¹.

Por su parte Elbarïa aprovechó el momento para, tabla en la cabeza, cruzar la calle a toda velocidad para meterse entre los callejones. Quizás no iba desencaminada: los aleros de los tejados ofrecían cobertura adicional ante un ataque aéreo y las callejas, estrechas, resultarían incómodas para el cuerpo a cuerpo de unas gárgolas con alas tan grandes.

Garnet se encomendó a Astinius para lanzar su flecha. La flecha surcó el aire para clavarse en la espalda de la criatura. Ésta se volvió un momento hacia donde estaba el ladrón pero luego se giró a por el enano, que era su objetivo inicial². Estaba tocada, muy tocada, pero pese a ello quería morir matando y lanzaba sus zarpazos contra el enano, que ni siquiera podía moverse, protegiéndose con su escudo³.

Repentinamente saltaron un montón de tejas por los aires. ¡La segunda gárgola estaba intentando destrozar el tejado para llegar al interior del chamizo donde se ocultaba Langorín!

Garnet tenia un dilema. O lo habría tenido si fuera un filósofo o uno de esos tíos que leían libros. El en realidad tenía un problema. Y gordo. Por un lado seguir en esa maldita ciudad era un suicidio así que mejor salir por piernas. Por otro si se cargaban a sus colegas sus probabilidades de salir con vida iban a ser menores.

¡Ah! Sí. Y sería una pena.

De repente la maga cogió una tabla, se la puso en la cabeza y salió corriendo. Bueno, dos compañeros era peor que tres, la echaría de menos... Sorprendentemente sin embargo, la gárgola que atacaba al enano no fue a por la presa fácil y se centró en el guerrero. La otra, por su parte,  parecía querer abrir un agujero en el techo de la casa en la que se había refugiado el elfo.

Había una oportunidad. Y se le había ocurrido un plan, pero primero tenía que librar al enano, que aguantaba, pero a saber por cuanto tiempo.

Así que se sobrepuso a su instinto de salir corriendo, resopló fuerte y disparó otras una flecha hacia la gárgola que atacaba al enano...

La flecha salió volando en un arco perfecto y directa a la cabeza de la gárgola...

La flecha de Garnet surcó el aire y, certeramente, se clavo en la nuca de la gárgola. El monstruo se detuvo un momento. Podría pensarse que hasta estaba desconcertado por aquella rama que le había crecido en la espalda. Luego se tambaleó de un lado a otro para, por fin, desplomarse pesadamente ante el enano, que se apartó de un salto.

¡Había caído una!

La otra, sin embargo, seguía lanzando tejas por el aire.

Eliminada una gárgola, quedaba otra. Y la otra intentaba meterse por el tejado en una construcción inflamable. Garnet miró a todos lados buscando aceite o alcohol que lanzar sobre la casa. Tenía que haber una tienda o una cantina cerca...

Parece que el Langorin y Garnet comenzaban a entenderse. A pesar de estar separados y sin mediar palabra comenzaron a preparar el mismo plan, desde diferentes localizaciones. Mientras el humano buscaba en el exterior. El elfo comenzó a rebuscar por el interior escuchando el amenazante sin fin de tejas cayendo. 

Buscaba cualquier cosa que pudiera servirle para iniciar un fuego, lo que encontró fueron las brasas todavía candentes que había en aquella casa así como la paja que hacía las veces de cama para los que hasta antes del ataque descansaban allí.

Lo preparó todo, y esperó a que la gárgola terminase de entrar, para salir por la ventana por la que había entrado y tirar las brasas sobre el material inflamable...

La joven maga siguió corriendo como si la vida le fuera en ello, sin mirar atrás por si eso le hacía frenar. La entrada de la torre estaba cerca y zigzagueaba de un lado a otro para evitar cualquier tipo de ataque o golpe aéreo que le propiciaran, tirando la tabla que usaba una vez llegara a un lugar seguro, o lo que ella pensara que lo fuera.

Desde su posición miró a sus compañeros colocándose la mano abierta sobre los ojos a modo de cortina para ver el intento de la segunda gárgola por entrar en la casa.- ¡Enano! – Agitó los brazos en altos para llamar la atención de Orbudor, instándole a que la siguiera y se resguardara a su lado mientras esperaban al resto.

Cuando la gárgola se desplomó frente al enano, una leve sonrisa surcó su rostro. Por supuesto, no había tiempo para celebraciones. Tenía que buscar un lugar seguro y estrecho, donde la otra criatura no pudiese alcanzarles.

De pronto, escuchó que alguien le llamaba. Era la maga, que al parecer ya había encontrado el sitio. Solo esperaba sobrevivir el tiempo suficiente para que les fuese útil.

—Cuando acabemos con esta cosa pienso largarme de esta maldita ciudad y no pisarla más —masculló el enano mientras avanzaba hacia el callejón—. No me pagan lo suficiente para lo que está pasando aquí… 

Orbudor cruzó la avenida a la carrera mientras Elbarïa se guarnecía en el estrecho callejón, alejada de la casa, entre unas cajas. En el caso de que las cosas se torcieran el enano se dio cuenta de que la gárgola lo tendría difícil para maniobrar allí debido a la envergadura de sus alas. Eso le daría una cómoda ventaja al enano que, aparte de su tamaño, estaba acostumbrado a luchar en lugares poco espaciosos como sus cavernas natales¹.

Sin embargo Langorin y Garnet estaban actuando, por primera vez, en conjunto. ¡Y daba resultados! Cuando la gárgola destrozó el tejado para dejarse caer en el interior de la casa el elfo, que había dejado convenientemente dispuesto un rastro de objetos que prenderían con facilidad, saltó por la ventana. En ese momento el ladrón lanzó un candil de aceite ardiente que había cogido de la pared de una casa cercana al interior.

Aquello parecía funcionar. La casa de madera, la paja y las telas prendieron al instante. El humo era intenso y las gárgolas, pese a ser letales, no destacaban por su gran inteligencia. En medio de la espesa humareda buscaba a su presa, el elfo, momento que los héroes aprovecharon para salir corriendo por el callejón cercano en pos de sus compañeros. Era muy probable que el monstruo, una vez se diera cuenta de que estaba solo, saliera volando por el mismo sitio por donde entró. ¡Había que aprovechar el tiempo ahora que lo habían despistado!

Garnet al ver la humareda salió corriendo en dirección al callejón por el que se habían metido el enano y la maga. Pero, como no se fiaba del todo de que la gárgola no le viera, lo hizo una vez más con un despliegue de todas sus habilidades de ladrón. Al alcanzar al enano y la maga les hizo saber por gestos que se habían librado de la gárgola por ahora y que no hicieran ruido.

También les intentó hacer saber que mejor salían corriendo, el humo llamaría la atención... 

Langorin salió satisfecho por la ventana. Si la gárgola no moría quemada al menos habían logrado dejarla atrás y evitar un peligroso combate. El elfo siguió a Garnet, viendo como daba indicaciones al resto. A ver si con un poco de suerte lograban llegar a la torre antes de que fuera peor de lo que ya era.

Cuando llegó a la altura del resto paró a tomar aliento.

- Tenemos que llegar a la torre. Si esa elfa logra destruirla o al mago que la custodia estaremos perdidos... - 

—No pienso poner un pie en esa torre —dijo tajante el enano, sin dejar de mirar por el hueco del callejón por si venía la gárgola—. No nos pagan lo suficiente para esto. Y menos avanzando como si estuviésemos locos.

—Si quieres ir tú, ve, pero creo que lo que pase en esa torre no nos importa a ninguno de los cuatro, y que lo único que vamos a sacar si vamos allí es salir con los pies por delante —termino de decir, para preparar su hacha y añadir—. Y  ahora preparad los arcos, que la criatura no tardará en venir.