Partida Rol por web

El interior de aquel lugar era acogedor e íntimo. Todos se encontraban allí agachados y apretados mientras el señor de la casa, Kakeru se afanaba por avivar un fuego del que sólo restaban ascuas para intentar convertir su humilde morada en algo más acogedor.

El acceso posterior era un callejón sumamente estrecho al cual daban la espalda numerosas construcciones, apenas ningún hueco se abría allí y era más plausible su acceso por allí.

–Tono – Había dicho con sumo respeto inclinándose y pegando la frente al suelo, en cuanto se aseguró que la puerta estaba cerrada. –Mi señor honráis a mi mujer y a mis hijos al entrar aquí por ello lamento haceros una petición egoísta. Ruego por favor que no les despertéis para que no sepan nada. Yo he estado en la guerra, pero cuanto menos sepan, menos dirán si nos interrogan.

La cabeza del campesino estaba despoblada de cabellos, su faz estaba muy arrugada fruto de los estragos del tiempo y del trabajo manual, sin embargo suaves cicatrices se insinuaban en un par de sitios escogidos revelando su pasado como combatiente. Al final la fruta no cae demasiado lejos del árbol.

Me inclino ante mi tío Kakeru, al que respeto desde que tengo uso de razón, tanto por el parentesco que nos une, como por su pasado como bravo aunque humilde guerrero.

--Te doy las gracias, tío, por acogernos; intentaremos no ser una carga ni abusar de tu hospitalidad. Ya conoces la situación; creemos que atacaron por sorpresa por medio de una traición, y ahora los Oda están concentrados en el Castillo. ¿Como están las cosas por aquí?

-Niños - Repitió en voz alta.
Hasta alguien con la poca perspicacia de Mistuke entendía el velado mensaje. Estábamos poniendo en peligro a su familia. Había que marcharse rápidamente.
Se giró hacia Yoshimitshu-San e hizo sonar la armadura con los nudillos. Después miro su propio kimono de corte y frotó con los dedos las manchas de sangre.
Si el objetivo era huir en la oscuridad otras ropas les darian más opciones aunque renunciar a las armaduras les pondría en desventaja en un combate.
Pondrian intentar vestirse con ropas de faena, aunque 5 hombres armados en mitad de la noche resultarían sospechoso en cualquier caso.
Pronunciada esa única palabra, acompañada de un par de gestos Mitsuke se acuclilló y se calentó las palmas en el fuego.

-Agradezco su hospitalidad, el clan Asakura jamás olvida a sus aliados y sus súbditos más fieles -dijo haciendo una leve reverencia con su cabeza- Nuestra intención es marcharnos cuanto antes, pero bien es cierto que no sería de utilidad poder pasar desapercibidos, tal vez un par de macutos en los que poder llevar nuestras armas y ropas más... -se giro hacia el samurai y miró su propia armadura- llamativas.

Mantuvo una posición orgullosa, como calentándose únicamente por estar en la habitación, sin inclinarse hacia el fuego a pesar de intentar huir del frío nocturno. Tenía que pensar en como salir de allí. Si conseguían los macutos serían dos o tres paquetes a lo sumo, podrían simular ser campesinos y abandonar aquellas tierras de forma más segura en un período de tiempo bastante corto... en caso de no poder contar con aquel equipaje necesitarían encontrar una ruta más segura.

-En caso de que no podáis ayudarnos con nuestros disfraz... ¿sería posible que nos indicarais una forma segura de abandonar la ciudad lo más rápido posible? -inquirió.

Agradeció con una reverencia a Kakeru, no todo el mundo tenía la valentía que estaba demostrando en ese momento alguien como él, y menos teniendo a su familia en casa. Por desgracia la guerra y la lucha llega a cualquier lugar. Ahora tocaba esperar para ver si podía ayudarnos para pasar desapercibidos, pero la decisión dependía de su señor. Se acercó a Mitsuke para compartir el fuego pues la marcha lo había dejado calado.
 

—A ver si puedo ayudaros— respondió con una voz débil retirándose al tiempo que inclinaba una y otra vez la cabeza.

En cuanto se alejó, sin dar la espalda al señor Asakura en ningún momento, se incorporó y encaminó al exterior para acabar volviendo con la ropa de abrigo que normalmente los campesinos usaban en días lluviosos. Estaba hecha de juncos que si fueran de nueva manufactura se inclinarían hacia abajo, pero estaba tan vieja y usada que los juncos se habían levantado tanto que acababan por parecer el abrigo de dos erizos. 

—Tengo esto, de mi mujer y mío —dijo entregándoselo a Takeshi al no considerarse digno de ofrecérselo a Asakura Hideyoshi, temía ofender a los nobles del lugar si les ofrecía vestir ropa de plebeyos—. También tengo ropa aunque está muy vieja, y un par de Kasas¹ —agregó entregándoselo tras descolgarlos de la puerta delantera.

—Takeshi-san poco más tengo para ofreceros pero si en lugar de seguir en línea recta os desviáis antes pasaréis por el corral de Katsuo-san, ¿te acuerdas de él? Tiene un burro que usa normalmente para llevar leña. 

Yoshimitshu asintió con un gesto de cabeza ante el saludo del tio de Takeshi. Aunque su respetó por el viejo Ashigaru creció cuando dijo que estaban su mujer y sus hijos allí. Poner en peligro a su familia por su señor Hideyoshi le honraba.

Mitsuke dio unos golpecitos a su armadura como queriendo decirle algo, más el samurai enarcó unas cejas extrañado. No creía que sugiriese que se la quitase, pero todo era posible con los monjes.
Mientras el viejo se adentraba buscando unos disfraces, y los demás se calentaban en el ligero fuego, Yoshimitshu se mantuvo en pie en medio de la habitación, controlando la sala. Podían estar en una casa segura, pero su señor ya había sido traicionado esa noche. No le volverían a pillar desprevenido.

Estuvo atento sobretodo a las indicaciones y comentarios de su señor Hideyshi. Pues él tenía que decidir el próximo curso de acción. Eso sí, esperaba que no le hiciese disfrazarse como un campesino. Estaban en zona de guerra, su armadura y katana era lo único que podría mantenerles con vida en caso de pelea.

Asintió con la cabeza ante cada una de las prendas que el campesino les ofrecía. En sus adentros, se daba cuenta de que estaban desposeyendo de sus prendas a alguien que estaba ayudando a los Asakura en su momento de mayor necesidad... Pero Hideyoshi sabía que les honraría en el futuro.

-Arigato gozaimasu, Kakeru-san -dijo simplemente, con una última inclinación de su cabeza- Necesitamos todo cuanto podamos, nos pondremos la ropa y nos marcharemos. Takeshi, aquí presente, me dirá el nombre de sus hijos cuando todo esto haya terminado; tenga por seguro que esta ayuda no será en vano -zanjó, al tiempo que tomaba las prendas de manos del Takeshi y las distribuía entre los allí presentes.

Los gorros serían para Mitsuke (su cabeza rapada era claramente identificativa) y para él mismo, tal vez al único al que podrían reconocer. Todos llevarían ropas, y los abrigos de junco serían para Yoshimitshu y uno de los ashigaru. En cuanto tuvieran un par de sacos o mantas en los que envolver las armas y armaduras, uno lo portaría el samurai y el otro el otro ashigaru. Tan pronto como hubo terminado las distribuciones, ordenó al grupo que comenzara a prepararse para el engaño y se pertrecharan como campesinos. Por dentro, la sangre de Hideyoshi hervía de pura furia. Los Oda pagarían por todo aquello.

--¡Hai!

La respuesta de Takeshi, sencilla, no dejaba por ello de ocultar emoción; nada esperaba su tío de ayudar al Señor, y una recompensa, o la intención al menos de ella, era algo que se escapaba de lo normal, un gran honor que les hacía el Señor.
Takeshi se dirigió de nuevo al Señor, en posición de reverencia:

--Señor, podemos usar el burro de Katsuo-san para, en alforjas, guardar las armaduras y poder conservarlas; las armas largas, podemos ocultarlas también en cañas de bambú cortadas que podemos también llevar en la montura; seremos como otros muchos que deambulan por los caminos, pero necesitamos el amparao de la noche y movernos deprisa para salir de la ciudad, antes de que los Oda dirijan su mirada hacia ella.

--... por desgracia, no puedo indicar cual sería el mejor rumbo a partir de ahí, porque no se de que parte estarán los monjes de los templos que hay al borde de las carreteras, ni a quien deben obediencia los clanes de ronins de más allá de las fronteras de la provincia; en todo caso, alejarse del territorio de los Oda podría ser buena opción

El despojarse de su armadura y katana no estaba dentro de los planes de Yoshimitshu. Aunque sí que aceptó, a regañadientes, los abrigos de juncos. Metió su espada en el fardo que le dieron y lo llevó a un lado preparado para coger su arma en caso necesario.
Si no odiase ya a los Oda aquello sin duda les habría hecho odiarles. Obligar a un samurai a esconderse y disfrazarse era propio de shinobis, no de guerreros.

Después no había más que hacer salvo esperar a que Hideyoshi indicara el camino a seguir. Pero el samurai esperaba que hubiera Odas a los que matar por el camino.

Cuando le alcanzaron el Kasa Mitsuke se despertó.
Pese a seguir acuclillado junto al fuego y con los brazos cruzados había dormitando unos minutos, siempre tuvo mucha facilidad y lo había hecho en circunstancias peores. No sabía cuánto tardaría en poder volver a descansar y le parecía que una noche como aquella podría suponer la diferencia entre la vida y la muerte.
Se introdujo el sombrero en la parte interior del kimono decidido a apurar ese fugaz instante de paz, pero Hideyoshi-sama ordenó inmediatamente que se preparan para la marcha. Se puso en pie, se ciñó la ropa que le dieron y se ajustó el Kasa. Tambien entregó la katana para que la pusieran en los fardos. Limpiarla había sido lo único que había hecho antes dormitar un poco.
Sin un arma y con ropas extrañas Mitsuke se sintió peor que desnudo, fue un magro alivio ver a su lado a Yoshimitshu-san y ver que parecía tan incómodo como él. Se acercó y le toco el hombro en un gesto que intentaba ser un consuelo

-Tienes razón, Takeshi, deberíamos marchar cuanto antes... a tierras de Takeda Shingen; posiblemente nos escuche y eso permitirá que tengamos una base desde la que contactar con el resto de nuestros aliados, los vasallos y los más poderosos. Una vez que nos reagrupemos podremos hacer a Oda pagar sus agresiones -dijo.

Tan pronto como el resto del grupo estuviera listo, se pondrían en marcha.

Kashimi suspiró, apenas había participado en alguna escaramuza lejos de casa, por lo que todo lo que estaban proponiendo a su Señor le quedaba grande. En su caso se adaptaría al plan que se decida, tomando la apariencia que fuera necesaria. De soslayo miró al Samurai, el cual resultaba visiblemente incómodo al tener que desprenderse de la armadura.

Asakura Hideyoshi fue solemne a la hora de aceptar aquellos bienes que el veterano Kakeru les entregaba. En aquel acto no había lealtad ni vasallaje, si no que había algo más. Le estaba entregando su vida pues ella estaba en sus escasas pertenencias así como la de su familia pues bastaba una mala palabra, una sospecha y probablemente fuesen torturados a fin de que revelasen el destino de los fugitivos.

Con delicadeza se pertrecharon colocándose lo que les había entregado: Yoshimitsu cubrió su armadura con aquel abrigo viejo y erizado confiando en que fuese necesario un examen demasiado exhaustivo para adivinar el ardor guerrero que ocultaba bajo el mismo. Afortunadamente no poseía la cabeza afeitada por lo que despeinándose un poco podría ser suficiente para pasar por un campesino. 

Asakura Hideyoshi y Mitsuke optaron por cubrirse la cabeza con los Kasas ocultando sus cabezas afeitadas al estilo de los cortesanos y monjes. Aún así sus ropas estaban demasiado impolutas y sin remiendos por lo que probablemente acabarían por despertar suspicacias, así que se desnudaron para cubrirse con las viejas ropas del campesino. No eran cómodas y picaban un poco sobre su piel acostumbrada a telas de algo más de calidad, pero desde luego que ocultarían su ascendencia a ojos inquisidores.

Los que más fácil lo tenían eran Kaishimisi y Takeshi, campesinos e hijos de campesino que por las circunstancias de la situación habían sido llamados al frente pero cuando todo terminase labrarían el campo como lo habían hecho sus padres y los padres de éstos antes de ellos y como haría su descendencia tal y como marcaba el orden celestial. Las ropas de Kakeru les quedaba como un guante, más para poder llevarlas debieron desembarazarse de las armaduras que portaban y meterlas en sacos.

Se despidieron con silenciosas reverencias y volvieron al exterior por la misma puerta trasera que habían entrado.

El cielo seguía estrellado pero los tenues rayos de Amaterasu amenazaban con hacer que el día clarease. No había tiempo que perder así que siguieron aquellos callejones que recorrían las partes traseras de las edificaciones de aquel área para, siguiendo las indicaciones de su benefactor, desviarse antes de salir del lugar y encaminarse a donde Katsuo-san vivía. 

El panorama allí era el mismo que en las ciudades, silencio. El mismo silencio opresivo capaz de mandar callar a los niños que saben que algo han hecho mal. Tal vez se fingían los dormidos pero aquella oportunidad no la iban a desaprovechar así que tras colarse en el corral, Kaishimishi y Takeshi azuzaron al jumento para que se pusiera en marcha. Normalmente los asnos son cabezones más aquel parecía conocer bastante bien lo que se esperaba de él y sin rechistar accedió a que le cargaran más y más de ramas. Las armaduras de los Ashigarus se depositaron en las alforjas y las armas se ocultaron entre las numerosas ramas que el animal portaba.

Al salir del pueblo antes de encaminarse al sendero principal Hideyoshi se dirigió a un árbol desde el que se divisaba los que habían sido sus dominios y con mucho pesar ofició unas exequias rápidas por las que enterró la cabeza de su padre. Nadie la encontraría y menos aún la profanarían... Tal vez con aquel gesto paliaran la ofensa al orden celestial que estaban realizando.

Para cuando recorrían los senderos que separaban las provincias de Echigo de la de Kai el sol ya bañaba con sus luces rojizas los caminos. La luz y oscuridad propias de las primeras horas se dibujaban en un maravilloso contraste que recordaba a los cinco que allí se encontraban, las maravillas de la naturaleza.

Porque estaban vivos, sí... Y además no habían encontrado patrullas. Parecía que Oda Nobunaga se había confiado pretendiendo atestar el golpe final al corazón del Clan Asakura y lo había apostado todo por aquel ataque. No se podía hablar de fracaso pues ellos eran todo lo que quedaba, sin embargo mientras hubiera vida... Habría esperanza.

El camino fue largo y tortuoso más no debían confiarse aunque no fuesen por los caminos principales. Se había valorado la opción de atravesar por el medio del bosque pero aquello se desechó por resultar aún más duro y podría dañar la pata del animal. Si se habían prestado a semejante humillación debía servir para algo, y vaya si sirvió.

Se cruzaron por el camino con varios campesinos que hacían el camino inverso quienes saludaban amablemente. A cuyo saludo respondían con la misma efusividad los dos Ashigarus, el resto callaban y escuchaban otorgando. Precisamente escuchando fue como descubrieron que si seguían con aquel ritmo podrían llegar con las últimas luces al Sedai-ji un santuario situado en un claro algo alejado de los caminos. Contaban algunos de los peregrinos que siempre se prestaban a dar alojamiento a cualquier viajero devoto que lo necesitase.

Estaban aún escuchando la explicación cuando el sonido de unos cascos al galope les puso en alerta.

El camino hacia territorio seguro, que decir amigo es un tanto aventurado aún,  es largo, pero no se está haciendo pesado para el grupo de fujitivos, pues tal es el estatus de los 5, si bien no tienen constancia de que se sepa de su existencia, y por tanto, fujitivos tal vez no sería aplicable a su caso.

Dado que en el burro solo hay sitio para llevar dos armaduras, y que el bravo Yoshimitsu porta la suya, aun oculta, o bien Kaishimi o bien yo mismo debemos renunciar a la nuestra, ya que la del Señor Asakura sería impensable que se quedase tirada en un estercolero!. Por lo tanto, Takeshi renuncia a su armadura; ya solo posee su kama, y el uso del Tanegashima, que no ha sido preciso utilizar hasta el momento.

Hasta el momento, han podido sortear los peligros del viaje, transitando por los caminos como otros tantos grupos de buhoneros, campesinos, peregrinos o gentes que vagan aparentemente buscando otros sitios para vivir. En un entramado de ramas de bambú, viajan las armas largas, bien ocultas, en la cara de los haces que están más próximos a la montura y, por tanto, menos a la vista. Kaishimi y Takeshi, habitualmente encabezan la marcha, charlando despreocupados, como cualquier otro grupo de viajeros, pero teniendo siempre sus kamas listas para lo que pudiera suceder. Cuando se cruzan con otra gente, si notan que miran esas modestas armas, responden con toda la naturalidad del mundo, palmeándolas, e indicando que son por si dan con forajidos, que en los tiempos que vivimos, hay muchas tropas de clanes derrotados que se han tenido que dedicar al pillaje para sobrevivir... ¡Que tiempos en que los daymos no aseguran la tranquilidad de los viajeros!. Ante tales afirmaciones, la gente con la que se cruzan y entablan diálogos no pueden menos que asentir y coincidir.

De pronto, al poco de hablar con unos peregrinos, se oye el sonido de cascos: ¡un grupo de jinetes se acerca al galope! Takeshi habla al resto del grupo, pero sin levantar demasiado la voz:

-¡Jinetes! no puedo ver sus emblemas, pero vienen rápido. No se si estamos en territorio Oda o no, así que... creo que lo mejor sería actuar con normalidad, apartándonos del camino; Kaishimi y yo nos pondremos más cerca que los demás, que se nos notará que no somos nada refinados. Mostraremos el respeto debido a unos samurais; por favor, señor, ¡os lo ruego!, la prudencia ahora es un arma que tenemos que utilizar.

Espero que me digan si están de acuerdo; no sabemos quienes son, y podemos tener una opción de que pasen de largo, o incluso de que haya suerte y sean enemigos de los Oda; por desgracia, parece que lo sabremos solo cuando estemos cara a cara. Aun así, se que será difícil para los que no son de nuestra clase, el mostrar humildad ante los Oda, aunque nos vaya la vida en ello. A fín de cuenta, tanto Kaishimi como yo pertenecemos a la clase más modesta, y estamos acostumbrados a mantenernos en nuestro lugar dentro de la escala social....

Sintió el temblor del suelo un poco antes de oír los cascos. Habían tenido suerte hasta ahora y no había porque pensar que iba a cambiar, pero si convenía precaverse. Takeshi-san dio instrucciones precisas Parecía muy nervioso, pero que Kaishimi-san y él ocuparan la vanguardia les había funcionado hasta ahora y mejor continuar así. 

Mituske trató de estimar donde se colocarían los jinetes si estos decidían detenerse para increparles o preguntarles algo y eligió cuidadosamente el sitio; lo más cerca posible del asno, donde estaban las armas; pero lo bastante cerca de Hideyoshi-sama como para poder interponerse entre el señor y unos hipotéticos atacantes. Atacantes a caballo pensó antes de corregir ligeramente la posición. Alzó levemente su kasa para establecer contacto visual con Yoshimitshu-san. Trato de hacerle entender por gestos que se acercara al burro lo máximo posible, sin armas poco podría hacer para detener a los enemigos, quizá bastara al menos para que el samurái acudiera armado. Finalmente, tomo aire 2 veces con lentitud y se giró hacia el ruido de los caballos.