Partida Rol por web

Ante el aviso de Kaishimi, Yoshimitshu cogió su katana casi sin acabar de despertarse. En un principio se calmó cuando vió al abad, más sus palabras no hicieron si no acrecentar su furia y maldecir internamente no haber hecho caso a su pragmatismo con respecto al monje.

La imprecación de su señor sirvió para que se explicara, pero no había excusa posible. Habían sido traicionados, eso era lo único que importaba.

El samurai empezó a ponerse su armadura, pues no era tiempo de sutilezas. No quiso castigar al abad, pues no era tarea suya si no de su señor Hideyoshi. Así que al menos que se lo ordenara no iba a hacerle nada al monje, más aquello no quedaría así sin duda. Aunque fuese en un futuro lejano tendría que pagar por lo que había hecho.

-No esperes que eso te salve del castigo que te mereces. Si no es hoy será otro día. Y mientras tendrás que vivir con lo que has hecho.-

--Señor Abad, ¿pero qué habéis hecho? ¿no sois consciente de que nadie sabía que Hideyoshi-Sama seguía vivo?

La desesperación hace que Takeshi se exprese en tales irrespetuosas palabras, pero son fruto de la desesperación. Se le erizan los pelos de la nuca, al darse cuenta de que a partir de ahora, serán perseguidos.

Inmediatamente, hinca la  rodilla derecha ante su Señor, al cual le dice, ya con un tono más acorde:

--¡Ordenadnos, señor! Si vamos a tener que ir ligeros, tendremos que prescindir del burro.

... lanza una mirada severa de reojo al Abad, de modo que el Señor Hideyoshi se de cuenta de la misma, y de las palabras que salen de nuevo de la boca de su siervo:

--¡Ordenadnos, señor!

La mirada de Hideyoshi recorrió la escena: del abad a sus vasallos, de estos al abad. Apretó los dientes y cerró los párpados unos segundos mientras su mano se apoyaba, rígida y espectral, sobre su katana.

-Debemos marcharnos -dijo, tratando de permanecer calmado, al tiempo que abría los ojos para mirar a Takeshi-. Ahora.

Después, volvió a girar su rostro para mirar al abad. No debía permitir que la ira se apoderara de él, ¿o debía? Dejarle con vida haría pensar a Nobunaga que tenía miedo, matarle haría que los simpatizantes le tuvieran miedo a él. Le clavó una mirada cargada de odio, el odio de todo el clan Asakura, al que acababa de traicionar. Después, se dio la vuelta y se marchó de allí.

La voluntad del Señor Hideyoshi es la de sus siervos, pensó Takeshi. En su lugar, probablemente, por la mera ira que sentía, habría acabado con este lugar y sus miserables y traicioneros moradores, pero ... pero por fortuna Takeshi solo es un campesino sin responsabilidades, sin tener que preocuparse de los efectos que sus actos tengan en otros, pues es demasiado insignificante; por contra, su Señor habrá ponderado lo mejor para el Clan, cuyo futuro recae sobre sus jóvenes espaldas.

Ahora, serían fujitivos, y la velocidad en la fuga tenía que ser más importante que la discrección. por lo que dudó. No tenía claro si sería mejor que, los que tuviesen, llevasen puesta la armadura, cubierta por los mantos de paja para lluvia y otros elementos de tela basta, y las armas ocultas entre troncos finos de bambú, o llevar las armaduras ocultas en canastos de espalda hechos de tiras de aquel mismo material

-Señor Hideyoshi - preguntó respetuosamente, pero con ansiedad porque noto que el tiempo es enemigo- ¿llevamos ocultas las armaduras en cestos?,  ¿ o bien, puestas y cubiertas por las capas de paja?

Lo asumieron rápidamente, serían fugitivos y ahora con una diana sobre sus espaldas. 

Hasta aquel momento tenían la vana esperanza de que las llamas que cubrían al Ichijodani-jo igualasen los restos mortales de señores y plebeyos haciendo imposible identificar los cuerpos mortales. Sin embargo aquella era ya algo futil a estas alturas, el Clan Oda sabía que había un Asakura superviviente y no cejaría en su empeño de darles caza hasta exterminar de raíz la voluntad del difunto Yoshikage-dono.

Y todo por un cobarde, cierto es que su preocupación por sus hermanos era honesta, ¿pero qué son 20 personas alejadas del mundo viviendo como ermitaños frente a las vidas de miles de personas en el archipiélago que los dioses crearon?

Apenas asomaba la faz de Amaterasu por el horizonte, pero estaban corriendo como alma que llevaba el diablo por aquellos caminos de montaña. Si al menos el Abad había sido honesto, tenían algo de margen antes de salirse del camino y transitar por sitios más escarpados. Sería un camino más lento pero seguro. Atrás quedó el burro que una vez perteneció a Katsuo-san forrajeando el heno del templo, llevarlo por aquellos caminos habría sido un suplicio para él y seguramente hubiera retrasado al grupo para defender una mascarada que creían ya rota.

Pronto los jadeos entrecortados se tornaron en minutos y con el tiempo en horas. Ni rastro del enemigo… Parecía que habían conseguido darles esquinazo por ahora. Sin embargo no se fijaron en eso hasta la hora del Gallo, cuando la luz brillaba por su ausencia.

Descartaron la posibilidad de descansar bajo techo. Aunque no hubo muchas oportuniades, las perspectivas de ser traicionados una vez más no eran nada halagüeñas.

Esa rutina se sucedió a lo largo de varios días en los que la monotonía empezaba a asentarse en ellos. Ésta monotonía ocasionalmente se veía interrumpida cuando repentinamente se veían sorprendidos por el sonido de los cascos de los caballos que martilleaban el suelo. Cada vez que eso sucedía, detenían sus pasos para prestar atención a sus sentidos con el fin de anticipar cualquier peligro, pero afortunadamente siempre terminaba aquello en falsa alarma.

Además de la suciedad, el único síntoma que había del paso del tiempo eran los pelos ralos que empezaban a asomar en las calvas del monje así como del portador del destino del Clan. Afortunadamente en todo momento estuvieron bien alimentados pues la presencia de la fauna era bastante abundante en los alpes japoneses y en los alrededores de las montañas de Hida.

Había pasado un día desde que vieron en la lejanía el Fukashi-jo y decidieron dejarlo atrás para encaminarse a Kai cuando algo cambió.

El suelo hace tiempo que dejó de ser escarpado pues las montañas quedaron atrás. Sin embargo estaba húmedo y las hojas alargadas de los bambús que habían caído cubrían el mismo como si de una alfombra celestial se tratase. Aquella alfombra respondía con un crujido bajo sus pisadas que hace mucho que dejaron de ser apresuradas pues poco quedaba para llegar a su destino.

Un crujido ajeno al de sus pisadas se escuchó poco más adelante y frente a ellos se dibujó una figura con su rostro feo y barbudo que les sonreía como si estuviera esperándoles. Lo peor de todo es que estaba pertrechado de una pobre armadura.

—Vivah Kanon la dioza de las mongas vírgenes que nos trae cosas maravillozas —. Murmuró en voz alta y con un fuerte acento que no era el que acostumbraban a escuchar. Blasfemaba como un condenado y lejos de amilanarse por ello, rompió a reír.

La risa fue seguida por un coro de voces que les desveló que estaban rodados. ¿Cuánto tiempo llevaba siendo eso así? Una rápida mirada les permitió identificar a otras cuatro personas que se mantenían a una distancia prudencial, unos con armas de asta, otros con espadas, hoces... Uno de ellos, el único con ropas les apuntaba con un tanegashima.

—¡Yuzue! ¡Mirah! —dijo mirando al que se encontraba en el lado de la derecha, el que vestía unas ropas harapientas y el único que no portaba armadura que no dejaba de apuntarles con el arma de fuego—¡Una armadera para ti!

Entonces se puso serio durante un breve momento y desenvainó su arma, previsiblemente robada. Una katana que susurró al rozar con el borde de su vaina.

—Rendíoz y entregaznos todo lo que llevéis, los oroh, las armaderas y armas.

Yoshimitshu ni se molestó en mirar el disfraz. Se colocó su armadura y su daisho. Nisiquiera pensó en llevar los fardos para ocultarlos.
Ya estaban marcados. No iba a ir encima como un hemin. Era un samurai después de todo.
Aunque tras los días de marcha por la intemperie no le hicieron sentirse como tal.

No era la primera vez que viajaba, pues muchas de sus misiones habían sido de hacer de correo especial para su señor. Pero en aquellas ocasiones no tenía por qué ocultarse y podía descansar en posadas del camino. Era algo muy distinto.

Varios días después se toparon con su primer problema peliagudo. Afortunadamente tan solo era bandidos. Bandidos que habían elegido a la presa equivocada.

-Por un momento me había preocupado mi señor. Son simples bandidos, esto no durará mucho.-

Yoshimitsu decidió ir a por los que llevaban armadura, el de la katana y la naginata parecían especialmente peligrosos.

Esta parte del viaje fue muy distinta a la primera; en aquella, se movían por caminos, a una velocidad normal, procurando no diferenciarse del resto de gente que se encontraran. En ésta, esas consideraciones ya no tenían valor. Se trataba de ir rápido, y procurar estar listos ante cualquier emboscada. Dado que Takeshi prescindió de su armadura a la salida del pueblo, tenía bastante más libertad de movimiento. Había optado por llevar el Tanegashima entre unos palos echados al hombro; de modo que si tenía que acercarse a alguien, podría aparentar que acarreaba leña para algo. En carrera, llevar al haz bajo el brazo tampoco era una gran incomodidad. Lo que sí tuvo en cuenta, fue la precaución de llevar una mecha preparada para el Tanegashima, mecha que mantenía oculta, aunque sabía que el hilo de humo le delataría, pero en las circunstancias en que estaban, ya parecía que podía dar igual.

Pese a ir con los sentidos alerta, mantener la situación durante mucho tiempo, varios días, es difícil, y tal vez fuese por ello, o por una imprudencia al intentarse en una zona más cerrada, que se encontraron rodeados por una partida de bandidos. En los instantes de estupor, apenas tuvo tiempo de fijarse en su aspecto físico... ya solo por la voz se notaba que era una panda de palurdos, pero unos palurdos armados, y uno tenía también un Tanegashima.

Lo que sucedió... todo fue rápido; oyó al fiero samurai Yoshimitsu en su intención de atacar, y eso ya le valió como señal para moverse. Estaban a algo de distancia.., por lo que tuvo tiempo de deshacerse de los palos que rodeaban su arma con un movimiento que ya tenía previsto, soplar la mecha para darle vida, y encarar a un enemigo; decidió apuntar al que estaba en igualdad con él, el bandido que portaba un Tanegashima, ya que era el peligro que, pensó, antes había uqe suprimir. Tal vez fuese una imprudencia, pero ya daba igual: el bandido tambié ndispararía, así que evitar el hacer ruido con el arma de fuego, ya era un sinsentido.

En un abrir y cerrar de ojos, estaban rodeados. No quería culpar a ninguno de los integrantes de su reducido grupo de haber cometido una imprudencia, pero no le gustaba pensar que fueran una presa fácil por los caminos.

Antes de que pudiera indicar nada, Yoshimitshu ya había mostrado su intención de atacar, por lo que la mano de Hideyoshi se movió en un abrir y cerrar de ojos hasta desvenvainar su katana al tiempo que se movía en dirección al bandido que portaba la hoz: cuanto antes pudieran desprenderse de amenazas más discretas, antes podrían centrarse en los problemas mayores.

-Mitsuke, a mí. Takeshi, Kaishimi, ya sabéis que hacer... Yoshimitshu -dudó unos instantes si decirle algo, pero finalmente se quedó en silencio; aquel samurai había participado en más combates que él mismo, y seguro que era más apto.

Mitsuke se tomó un segundo para pensar si seria defender a su señor lo mejor, más desistió al segundo eran demasiados y estaba muy expuesto sin armadura, decidió salir hacia el que le pareció más peligroso.
La Katana silbo mientras el monje recordaba la noche que había pasado limpiándola, tras aquello aunque fuera por un estúpido e infantil instinto de propiedad la sentía más suya.

Ser sorprendidos por bandidos no era difícil ya que apenas podían diferenciarse de campesinos palurdos, por lo que a pesar de verlos venir era necesario que declarasen sus intenciones como era el caso. Desde siempre la lección más importante que había obtenido para la supervivencia era vencer al "lider" del grupo, por lo que Kaishimi siguiendo las órdenes de su Señor se lanzó al combate sin temor, pues luchar con un samurai a lado daba mucha seguridad.

No había opción negociar con los bandidos, enseguida los aceros empezaron a hablar por los hombres dejando como único recuerdo la sangre.

Asakura Hideyoshi fue el más rápido y en lugar de dejar la iniciativa a aquellos desgraciados que se imponían entre su deber sagrado y él, corrió para encararse con el que parecía menos armado. Una rudimentaria hoz de segar el grano era lo único que portaba para encararle. Era insuficiente para él y enseguida logró encontrar un hueco por el que propinar un feo tajo. Aquello le aproximó demasiado a su agresor quién devolvió su ataque con aquella hoz fea que acabó por morder parte de su brazo sin piedad. El dolor era algo que nunca había sentido y cayó desmayado bajo los ojos de su agresor.

Yoshimitsu hizo lo propio para enfrentarse contra uno de ellos, el que portaba naginata y parecía capaz de provocar más daños pero antes de darse cuenta otro de aquellos desgraciados se le había adelantado e hizo su movimiento en forma de una estocada que atravesó su armadura y carne a partes iguales. Era un corte limpio y no había afectado a órganos vitales, por lo que podría aguantar. El de la naginata aprovechó aquel momento de distracción para intentar atacarle más no fue lo suficientemente rápido. Yoshimitsu no tuvo piedad de su fracaso. Restaba vengar la estocada y lo solucionó revolviéndose contra su agresor provocándole un feo corte que le dejaba a puertas de encontrarse con los dioses.

Mitsuke decidió ir a por el líder. Una katana no era lo mismo que un bo y enseguida lo comprobó al sentir cómo gotas rubíes salpicaban su faz. Kaishimi también intentó descabezar a la serpiente pero no pudo, éste logró esquivar el golpe y prepararse para una contraofensiva contra el que veía más débil de los dos: Mitsuke sin embargo el monje parecía estar besado por Buddha y sólo tuvo un rasguño como recuerdo.

Takeshi juzgó la situación y decidió que aquel arma de fuego traido por los nanbans podía ser demasiado peligrosa, él también hizo el mismo juicio y abrió fuego antes. El perdigón impactó en su hombro provocando que éste disparase y afortunadamente impactó en su agresor derribándole fruto del impacto.

En cuanto intentó recuperar parte del resuello tras el primer ataque, advirtió los resultados de aquel primer encuentro. Se presuponía que aquellos hombres eran desertores o fugitivos pero allí estaban. Vendiendo cara su vida y negándose a entregar sus pertenencias. Aquello no era bueno, malo para él y sus hombres.

—¡Alto ahí!— Gritó nuevamente el líder de los ronin, había caido uno de ambos bandos y como aquello siguiera así ambos bandos tendrían mucho que lamentar.

—¡Nos hemos equivocado de víctimas, marchaos y dejaremos esto aquí!

Una oferta que tal vez sería interesante para ambas partes.

¡Nuestro Señor está herido!, pensó Takeshi; en una batalla, es normal que la gente sufra heridas, pero no, no es posible que el Señor del Clan Asakura haya sido herido y no hubiesen podido evitarlo. La sensación de fracaso, ira, desesperación, se agarró al pecho del ashigaru.

Ajeno a lo que dice el jefe de los bandidos, dejo cear el Tanegashima, y se arrodilló junto a Hideyoshi-sama; arranco una tira de mis ropas para intentar taponar la herida de la que mana sangre, mientras lágrimas de desesperación empezaron a manar de sus ojos.