Partida Rol por web

—Os acompañaré entonces, el resto podéis aguardar aquí libremente si gustáis. Igualmente si deseáis ver las majestuosas tierras que sirven al Clan Takeda, la invitación sigue en pie.

Sin mucha más ceremonia se volvió a incorporar y abrió completamente el tabique móvil mostrando nuevamente el camino al puente que cruzaba el río. Cerca de allí se encontraban las murallas y presuntamente una puerta que les permitiría salir al exterior.

En cuanto el tabique volvió a cerrarse sustituyendo aquel minúsculo edén por las pinturas doradas que recubrían los tabiques. Eran unas obras magníficas las que allí veían y a pesar de ser profanos en la materia su calidad era evidente para sus ojos toscos. Aquellas escenas en las que hasta aquel momento no parecían haberse fijado parecían estar a punto de cobrar vida: grullas en un estanque a punto de alzar el vuelo ante el movimiento más traicionero de sus obervadores.

Salvando aquello, hablar y tomar el té. Poco había que hacer en aquel recinto... Aquella invitación que les habían formulado parecía en realidad una invitación a irse. Más la lealtad por su señor prevalecería.

No tardó Tanaka-san en dirigirles al exterior del castillo. La fortificación de Kai¹ contaba con varias salidas y una de ellas se encontraba próxima a aquel rincón de paz. Un lugar idílico para recuperar sus energías que contrastaba con el resto del patio de la San-no-maru que respondían a una función más próxima de patio de armas.

Tanaka-san aclaró que antaño aquel lugar se encontraba fuera del castillo más bajo la batuta del difunto general Yamamoto Kansuke habían ampliado el castillo abrazando aquel lugar que tanto le encantaba a Shingen.

Historias del pasado, de grandes hombres que pudieron dominar el archipiélago y se quedaron por el camino, hombres como Asakura Yoshikage.

El exterior era puro bullicio que contrastaba con la serenidad del castillo. Aquel lugar tenía algo extraño que hasta aquel momento era sólo un hormigueo sin embargo una vez fuera alcanzaron a comprender qué era. Parecía un lugar dormido, alejado de las corrientes de aquellos tiempos en los que los estados estaban en guerra. Casi como si con la caída de Shingen hubiesen aceptado la derrota del Clan Oda. O tal vez simplemente se debía a que estaban peleando otra guerra, un conflicto más discreto consistente en recabar apoyos para alzarse con el liderazgo del Clan.

Andaban en esos pensamientos mientras recorrían las calles que rodeaban al castillo viendo cómo los carros cruzaban la calle al tiempo que algunos heimins pregonaban sus mercancías: que iban desde los puestecillos de comida hasta rudimentarias construcciones de jaulas para grillos o getas trenzados a mano.

Iban recorriendo las calles oteando los diferentes puestos y analizando los comportamientos de las gentes, todos eran como cabrían de esperar en aquel lugar. Tal vez eran un poco menos cálidos e iban más frescos para el clima de la zona pero aquello cabía de esperar en aquel lugar. De pronto el clima pareció cambiar en una de las calles.

Rezaba Tono-ya el cartel. Más la tienda se encontraba cerrada, un vistazo al nivel superior permitió confirmar a los visitantes que los moradores se encontraban allí más algunos visitantes se encontraban agolpados por sus alrededores murmurando algunos lamentos y consignas lastimeras:

—Es terrible que haya pasado eso, no lo entiendo... Hace un par de semanas parecía haber sido honrado con el más alto honor y hace 3 días nos lo trajeron muerto. Qué será de su viuda... De sus hijos...

Después de estos días por los caminos y portando la armadura, Yosimitshu se sentía desnudo sin ella. Más entendía que no estaba bien visto llevarla en un refugio, pues ofendería a su anfitrión. Aún así hubiera preferido estar con ella. Al menos tenía su fiel hoja a su costado*.
No le acabó de gustar que Mitsuke y Kaishimi se marcharan. Su señor todavía no había vuelto, y Tanaka no había contestado a su petición sobre el estado de su señor. No era momento de marcharse de visita.

El samurai, no obstante, sí que quiso "visitar" la casa donde se alojaban. Pues lo cierto es que quería ver a su señor y asegurarse de que se encontraba bien.

La elegancia del lugar, está muy por encima del ambiente en que Takeshi está acostumbrado a frecuentar, por lo que se siente fuera de sitio; no osa tocar nada ni apenas moverse, por temor a estropear o manchar algo, pese a tener ropas limpias, pero las preocupaciones no se alejan de su mente

-Yoshimitshu san, perdóneme si le soy sincero... ¿qué será de nosotros? No tenemos ahora donde ir, salvo a nuestra patria para luchar contra los ocupantes, o permanecer aquí, y por la forma en que nos han hablado... no conozco mucho de los buenos modales que se usan aquí, pero la invitación a recorrer la provincia, me ha sonado a ... a patada en el culo, y a no dejarnos luego entrar en estas dependencias, por eso no he querido irme, porque tengo miedo de que nos quieran separar del Señor. No tengo familiares cercanos que me esperen en casa, pero tampoco quiero vivir para siempre en una provincia lejana.

-También tengo que confesarle, y disculpe la osadía, que tengo miedo, miedo a la traición. Nos pasó una vez en nuestra propia casa... Como veo que se dispone a visitar este lugar, permítame que le acompañe, se lo ruego

-Gracias por vuestra hospitalidad, Takeda-san -afirmó con una inclinación de cabeza tan pronto como se quedaron a solas-. Y no os preocupéis, no me importunáis al llamar al médico. Me agrada, incluso -reconoció.

Observó la habitación y a su interlocutor, era realmente joven, al igual que él. ¿Qué dificultades habría tenido que pasar en aquel nido de víboras?

-Tengo intención de recuperar mi hogar y, en el proceso, acabar con los Oda -dijo secamente-. Es mi intención que mi pueblo me vea como su legítimo señor, como sé que ahora mismo me ven, y salvador del yugo de ese asesino -continuó-. Vos, Takeda-san, tendréis el honor de ser quién derrotó al mismísimo Nobunaga si me ayudáis en esta empresa... Imaginad lo que se diría de vos por todo Tenga: Takeda Katsuyori, orgullo de Matsumoto -prosiguió-. No puedo ofreceros riquezas, y ofreceros un puesto junto a mí sería no sólo injusto sino ridículo, tratándose de quiénes somos -añadió-. Pero sí os garantizo que no quiero la gloria en la muerte de Nobunaga, sólo quiero clavar mi arma en su cuello y no dejar que se reúna con sus antepasados... Sólo pido venganza, justicia... Y un puesto junto al próximo shogun -dijo mirando a los ojos de su anfitrión.

Yoshimitshu escuchó al ashigaru y le sonrió amable y sinceramente.

-Mi buen Takeshi. Nada me complacería más que tú compañia en estos momentos. Eres una gran persona y el clan te debe mucho. Seguro que no será olvidado.
Más en lugar de tranquilizarte mucho me temo que comparto tus inquietudes. Por eso tampoco me he querido ir, y por eso creo que debemos encontrar a nuestro señor.-

-Más nada has de temer. Sigue comportandote como hasta ahora, y todo saldrá bien.-

Kaishimi aprovechó el tiempo del paseo para hablar largo y tendido con Mitsuke. Hablaron sobre las diferencias entre su hogar y los territorios de Takeda. También pudieron intercambiar opinión sobre temas más profundos como el camino de un monje. El campesino-guerrero pudo aprender mucho durante las horas que fueron fluyendo con brevedad.

Cuando llegaron a una de las calles en donde se escucharon lamentos, la curiosidad innata del ser humano le hizo aproximarse para ver que sucedía.

-Mitsuke veamos qué sucede, pues es una buena forma de calibrar a la población local.

—Me sorprendéis —reconoció Takeda, iba a decir unas palabras más cuando alzó la mano pidiendo a su invitado que se detuviese.

Entonces la puerta se abrió nuevamente, esta vez por un hombre anciano

—¿Me habéis mandado llamar mi señor? —Preguntó el recién llegado, previsiblemente parecía alguien versado en la medicina Kampó, la adaptación japonesa de la medicina tradicional china.

—Os he mandado llamar para que observéis a mi invitado, cuenta con remiendos por vendaje y quería confirmar que se va a recuperar. Puedo dar fe de que su espíritu es inquebrantable más su cuerpo debe acompañar.

El galeno se arrodilló aceptando la orden y a continuación dejó a un lado su actitud protocolaria para empezar a examinar al paciente. Aquello incomodó en cierta manera a Katsuyori que optó en su lugar por incorporarse para dar más espacio a médico y paciente.

Sin saber cómo pasar el tiempo caminó al otro lado de la estancia, en dirección a una puerta corredera que hasta entonces había permanecido en un discreto segundo plano.

—Dejad que os muestre algo —dijo Katsuyori retomando la conversación al tiempo que abría aquel tabique móvil revelando en su interior dos armaduras: la primera contaba con una cornamenta y a los lados de esta un pelaje espeso que la dotaban del aspecto de un fiero león. La segunda era de características similares más su kabuto era perfectamente reconocible: se encontraba rematado por una libérula

—El fantasma de mi padre aún me persigue —aclaró el joven Takeda—. Son inevitables las comparaciones así que he pedido una libérula mi armadura para honrar a mi padre distanciándome de él. Siendo rápido y silencioso cuando la situación lo requiera con capacidad de picar y resistir... Fuurin Kazan¹. Ojalá sea algún día tan grande como él lo fue.

La pareja de forasteros se encaminó al lugar, sin mediar palabra. Al verlos llegar aquellos a los que habían oído hablar y que habían llamado su atención, se apartaron para dejarles entrar.

En el interior del Tomo-ya el ambiente era opresivo y oscuro. A duras penas un puñado de luces repartidas estratégicamente luchaban por combatir contra las tinieblas, intentando desterrarlas de aquel lugar más estas tinieblas eran el fiel reflejo del estado de ánimo de los que allí estaban. 

Dos niños callados que no sabían muy bien qué hacer y cómo comportarse se encontraban próximos a la salida dando cuenta de una fuente en la que había mijo para las familias y amigos que allí se encontraban, eran la antítesis de los demás dolientes. El resto de la estancia era una sucesión de personas que daban el pésame a una viuda quién no paraba de rezar sutras frente a un altar familiar en el que descansaba un pequeño ‘tanto’ como única pertenencia del difunto. Extrañamente el mismo era demasiado valioso en comparación con el nivel del ágape que allí se ofrecía.

Ambos, samurái y campesino... Una extraña pareja que las circunstancias de aquel mundo había acabado por unir, salieron de aquella casita del té. Allí rodeados de tanto lujo y opulencia se sentían cohibidos pues eran hombres de guerra, y en tiempos de paz acostumbraban a actividades más sencillas que las de pasar las horas muertas embelesados por la ceremonia del té.

Había algo en todo aquello que les preocupaba, y el estar separados de su joven señor que habían jurado proteger ante el ya difunto Asakura Yoshikage no terminaba de calmar sus sentimientos. Así que raudos desandaron el camino recorriendo la meseta en la que estaban hasta llegar a la rampa que llevaba hasta una de las conexiones con la Ni-no-maru.

—¡Alto ahí! —Ordenó una voz, se trataba de uno de los que custodiaban aquel castillo —¡Quién va!

Aquella pregunta tenía una respuesta inocente para el ashigaru. El samurái en cambio era consciente del juego en el que se encontraban. Y es que en el Ichijodani-jo era costumbre que una burocracia excesiva dilatase los asuntos de todos aquellos que acudiesen al castillo a pedir audiencia con la intención de filtrar lo importante de las vulgares quejas de himins sin nada más que hacer... Algunos necesitaban asistir día tras día hasta que al cabo de unas semanas desistir de su tarea y terminar por acatar el orden celestial.

Por supuesto la guerra todo lo cambiaba y había mensajeros que tenían alta prioridad en aquellos asuntos.

Mientras el médico inspeccionaba su herida, Hideyoshi observó a su interlocutor caminar por la habitación y abrir aquella estancia paralela. Observó las dos armaduras e intentó que su rostro no perdiera la compostura. Sonrió levemente ante el comentario de Katsuyori.

-Estoy seguro de que seréis un digno heredero... -dijo calmadamente- ¿Habéis participado en batalla? Vuestro padre era tan buen estratega y general que no dudo de que su hijo habrá heredado sus virtudes -añadió, tratando de sacarle algún dato revelador.

Katsuyori suspiró resignado como si algo le preocupase

—¿Está bien? —Le preguntó al galeno. 

—Se recuperará con reposo—. Confirmó antes de hacer una leve inclinación de cabeza y marcharse para dejarles solos llevándose los viejos vendajes. Había sustituido los harapos con los que le habían detenido la sangría con unas vendas más limpias que evitarían que la herida se infectase.

Una vez confirmó que estaban solos, Katsuyori habló francamente:

—Mañana lo verás, con los generales... Tienen su propia línea de pensamiento.

-Mi intención era seguir hablando con otras familias, cuantos más seamos en los próximos días, antes podremos parar a los Oda -expuso, con los brazos cruzados y mirando a Katsuyori- ¿No lo creéis conveniente? ¿Creéis más conveniente que sólo vuestra familia y mi persona intente derrotar a Nobunaga? -preguntó, al tiempo que se ponía de pie y movía levemente el brazo, como para comprobar que estaba relativamente bien.

Mantuvo la distancia con su interlocutor al tiempo que revisaba discretamente las entradas a la misma, y posibles sombras en los pasillos. De nuevo volvió la mirada a su interlocutor.

-¿Hay algo más que necesitéis saber, Takeda-san? -preguntó finalmente.

—El resto de los grandes clanes ha sido derrotado. Solo podemos contar con nuestros vasallos. Y en cuanto consiga el apoyo de los míos... Tendrás más fácil recordar a los tuyos los que te deben.

Negó ante las últimas palabras de Asakura:

—No, podéis marchar. Supongo que Haruka-san habrá preparado ya tus aposentos. Consideraos mi invitado Asakura-dono— concluyó con una leve reverencia respetuosa.

Kaishimi-san no solo había resultado ser un hombre resolutivo y valiente. Tambien le resulto un hombre perspicaz, sus preguntas sobre la vida que llevaba Mitsuke, despertaron en él una compenetración que habría pensado imposible hace una semana. El encontró a su vez interesante las preocupaciones con las que convivía Kaishimi-san. Los 2 eran hombres ni más ni menos. Pero sus vidas cercanas en el tiempo y el espacio, habían sido muy diferentes.

Entraron en la tienda y la imagen les golpeo en la cara. Los sutras de la viuda inundaba el cuarto a la par que una mezcla de luz y oscuridad. Varias caras se giraron hacia los recién llegados y el monje se sintió súbitamente tan fuera de lugar, como aquel bello tanto en una estancia tan pobremente iluminada. Con las muertes acontecidas últimamente, una más no debería parecer importante, pero no es así. Cada hombre deja un vacío y fuera humilde o no, se notaba que una persona, había dejado uno grande. Mitsuke no se atrevió a dar su pésame ni a introducirse más en la escena, pero si hizo una profunda reverencia en señal de respeto.

El Castillo era ciertamente hermoso, dispuesto en forma de anillos defensivos concéntricos, en el centro de los cuales, se hallaban las principales dependencias y el reducto final. Sumergido en sus tribulaciones, Takeshi caminaba junto al samurai Yoshimitshu, admitando la fuerza que denotaba su andar firme con la katana a la cintura. Sí, hay una enorme diferencia en la confianza que emana de alguien de su clase respecto a la de la plebe.

El alto dado por el centinela, le sorprendió por un momento, pero inmediatamente cayó en que el soldado, simplemente, acataba órdenes y cumplia su deber; no pudo por menos que responder inocentemente, al considerar que probablemente estaría hablando con un igual a él.

- Queremos entrar; somos invitados del Clan Takeda; hace un rato hemos estado en el San-no-maru con el Señor Sanada Nobutsuna. Somos servidores del Señor Asakura, por tanto, aliados además de meros invitados, como puedes comprobar al ver que mi acompañante, Yoshimitshu-sama,  lleva katana dentro del recinto en que estamos. ¿Cómo si no podría ser así?

Hizo una leve reverencia y se marchó de allí tan rápido como pudo. Al salir de la habitación trató de recordar tantos datos como pudiera sobre los criados, guardias... cualquier dato era fundamental en aquel momento. Katsuyori, hasta que demostrara lo contrario, no era más que otro traidor, pero ahora todavía podía mover una cuantas piezas para conseguir que los Takeda no sufrieran el mismo destino que su último interlocutor merecía. Había escuchado varias veces que había tenido problemas a la hora de asentar su poder en los dominios... tal vez era momento de averiguar quién había tratado de competir con él.

—No sabía que Tonoma-san tenía un amigo del templo —dijo uno de los amigos —. O puede que ustedes sean unos de sus camaradas del frente. Entonces... —miró en derredor y repentinamente el que había hablado, un hombre más bien feillo con una barba de un par de días, pelo corto con entradas prominentes y en general no muy aseado.

—Salgamos fuera. 

En el exterior estaban los demás, uno de ellos le deció un saludo seco y recio al que había hablado. Algo más propio de militares.

—Soy Gemba —se presentó el hombre feo que les había interceptado en el interior— Estos son Yusuke-san y Heizo-san. Servimos junto con Tonoma-san bajo el general Sanada Nobutsuna. En la última batalla contra el Clan Uesugi servimos bajo Yamamoto Kansuke pero no estaba Tonoma-san... Supongo que fuisteis sus camaradas en esa batalla.

Aunque los rostros de aquellos hombres eran igualmente vulgares, eran menos feos que su camarada. Un par de cicatrices confirmaban aquel testimonio.

El servidor del Clan Takeda miró a la pareja con suspicacia. Era evidente que sabían más que vulgares himins pero aquello tampoco era razón suficiente para dejarles pasar. No podía decirles que no, pero tampoco podía decirles que sí. Inclinó su rostro a un lado como si pensase en cómo delegar aquel aviso cuando pareció ver a otra persona.

—¡Tanaka! —Exclamó de repente, no tardaron en reconocer la pareja a aquel hombre que estaba a punto de regresar del interior del castillo. —¿Acostumbráis a servir a los visitantes del clan. Tienen esta pareja de forasteros permiso para entrar dentro?

—Mi señor, estos hombres acompañan al invitado del joven Tono¹. Sin embargo Sanada-dono ha dispuesto que sean alojados en los alrededores.

Aquella respuesta terminó por disipar sus dudas y alzó la mano pidiendo que se detuvieran. No pasarían.