Partida Rol por web

ITSVAN:

- En el interior del carruaje, encuentras un ataúd vacío, excepto porque tiene tierra dentro con un cierto olor rancio y mohoso, como la tierra de una tumba.

- También encuentras un saco de tela abierto, en cuyo interior está escondida la sirvienta Enrietta.

Itsvan ignoró el ataud por el momento, mirando perplejo a la sirvienta.

-¿Qué hacéis dentro de un saco?

-Yo... Eh... Viajar-dijo la sirvienta, evidentemente avergonzada por la escena, y también temerosa de lo que pudiera ocurrir. 

Itsvan la contempló dubitativo. Le hubiera gustado que la sirvienta confirmara o desmontara la historia del lacayo, pero recibió una extraña evasiva.

-¿Por qué, y a dónde? ¿Acaso huías del castillo? ¿Te estaban ayudando estos dos? Esto no le gustará al Chambelán.

-Como ha dicho Vasilov... Cumplíamos órdenes de nuestro señor.

Marchó cuanto rápido pudo, teniendo en cuenta el cansancio y el peso de la armadura, así como de las armas. Aun buscaba recuperar el aliento, y a su vez, que su alma no escapara de su propio cuerpo presa del pavor causado por los horrores vistos. Y no podía evitar temer acabar como aquellos milicianos que ahora les seguían.

- Mi capitán. - Lanzó un largo suspiro, parándose en seco, respirando. - Traigo nuevas desde el cementerio. - Se puso firme, mirando a Tomescu para que hiciera lo mismo. Después, carraspeó. - En el cementerio estaban acampadas las tropas Basarab. Veinticuatro milicianos y seis... abominaciones. - Bajó el tono de voz, con cierto temor de que al volver a mencionarlos, volvieran a alzarse como habían hecho en no pocas ocasiones.

- El caballero, Tomescu y yo hemos dado muerte a las tropas enemigas, liberando las propias. - Hizo referencia a aquellos que les seguían. - Hemos quemado los cadáveres y las armaduras. Algunas de esas... abominaciones portaban armaduras de los caballeros Basarab. - Añadió, bajando el tono una vez más.

- Según han informado los milicianos, junto al enemigo marcha un... _vampir. - Apenas fue audible. A sabiendas de lo importante que era esta información, lo repitió algo más fuerte, pero solo con un hilo de voz.  - Vampir. - Y no pudo evitar seguir con la mirada las sombras del lugar, temiendo que estuviera escuchándolos.

- Y.... ese... se alimentó de algunos de nuestros milicianos. - Informó, con cierto tono temeroso de que la pagaran con el mensajero. - Pero el Caballero Schaar cree haber encontrado donde se esconde ese... enemigo sobrenatural, y está investigando. - Se giró hacia el lugar del que venía, señalándolo.

- Eso es todo, Señor. -

Itsvan gruño. No quería verse envuelto en un asunto de órdenes y contraórdenes entre el Capitán y Durius.

-No os mováis de aquí.

Itsvan salió del carruaje y se dirigió al Capitán.

-Capitán Ferenk, en el carruaje viajaba escondida una sirvienta que también dice seguir órdenes de Durius. Ah, y transportan un ataúd.

El capitán Zarak estaba acostumbrado a resolver asuntos uno detrás de otro. No eran, por fortuna, numerosas sus responsabilidades. La guardia ducal estaba bien adiestrada, y los problemas en el castillo, antes de aquella boda maldita, habían sido menores. En este día, sin embargo, agradecía los problemas. El peso de las responsabilidades mantenía a raya  el embate de la angustia.

Un vistazo bastó para comprobar el estado de Maserrak. Si se debía a las heridas recibidas la noche anterior o a algo más, a algo que había tenido que entregar para que Iador fuera consumido de esa forma, lo ignoraba.

Levantó la mirada hacia el cielo, hacia el extraño sol verde que no tardaría mucho más en ocultarse, advirtiendo a la gente que debían cerrar puertas y ventanas, y rezar por que las criaturas de la noche buscaran presas más asequibles.

—Descanse. Suba al carruaje si es necesario —accedió—. Pero dígame antes si encuentra alguna explicación a este fenómeno.

Se dirigió en segundo lugar a los guardias de Radovina, tras escuchar el breve informe de Boru. Habían triunfado en ambos frentes. Los hermanos Basarab y sus hombres habían sido derrotados. Y sin embargo, la victoria solo había acrecentado sus dudas. ¿Qué había sido del resto de hermanos? ¿Quiénes eran sus nuevos aliados?

—¿Están todos muertos? —preguntó—. ¿También los soldados Basarab?

Se volvió después hacia sus guardias. Istvan, Hakir y los demás, que habían acudido a su llamada.

—Subid los cadáveres al carruaje, los nuestros y los de los dos caballeros, y volved al castillo —ordenó—. Llevad a la sirvienta y al lacayo a las mazmorras, y sobre todo, cuidad que Molensk Basarab no escape de sus ataduras.

Giró entonces mientras seguía hablando, abarcando a todos los presentes.

—Recordad que Adelmus Basarab sigue libre. Vigilad las murallas durante toda la noche y cuidaos de su voz —ordenó—. Aunque yo no hubiera regresado al alba, podréis descansar de nuevo, por turnos. Hakir, Istvan, quedáis al cargo por el momento. Informad al Chambelán de lo sucedido, y a Durius de Slobozia si volviera a nosotros esta noche.

»Y vosotros —dijo a los milicianos, los que todavía conservaban el ánimo y la voluntad —. Llevad a esos pobres hombres con sus familias, y regresad después con las vuestras. Descansad esta noche y tratad de olvidar.

Sin dejar de apuntar con la lanza al lacayo, escuché las palabras del capitán sin volver la vista. La sentencia para Vasilov, de momento, era clara: mazmorras. Alguien a quien le regalan una estancia en las mazmorras es previsible que no esté muy contento por ello, así que pensé que lo mejor sería meter a ambos en el carro y atarlos de pies y manos, para tener las manos libres y poder cargar los cadáveres también en él.

- ¡Muévete! - Le dije al lacayo, y con la cabeza le indiqué la dirección. Procuré que, en el corto paseo hasta la parte trasera del carruaje mi lanza quedara siempre entre Vasilov y el propio carro, desplazándome siempre a su altura. - Vas a hacer compañía a la sirvienta. Y hazlo en silencio, o me encargaré de arrancarte las cuerdas vocales personalmente.

Mis manos, aun teñidas de la sangre manada del cuello del Basarab, daban credibilidad a mi amenaza mejor que cualquier improperio.

-Sí, Capitán.

Había dejado a la sirvienta sin vigilancia y si esas eran las órdenes podría intentar escapar como hizo el lacayo. Itsvan se apresuró al carromato para tenerla controlada.

-¡Necesitamos más cuerda! Traed de la que usaron con nuestros milicianos. -refiriéndose a los guardias.

-Vamos al castillo así que puedes volver a tu saco si prefieres viajar así -le dijo jocoso a la sirvienta.

Cuando estos dos estuvieran asegurados cargarían los cadáveres y volverían al castillo, un pensamiento grato.

Miro a Enrietta y sonrío.

- Verás que divertido cuando nuestro señor se entere de esto. - le digo al oido. ¿A quien crees que despellejará primero?

- Maese Maserrak, ¿podríais decirle a estos "caballeros" que no mentimos cuando decimos que cumplimos con una misión encomendada por nuestro señor Durius?

Una vez más me veía involucrado en un asunto peliagudo sin haberlo buscado... No sabía bien cómo tratar con el Capitán, aquel juego de lealtades era francamente difuso y brumoso, de modo que decidí que lo intentaría con todo el tacto posible.

- Ehm... Capitán, quizás sea una buena idea dejar que los lacayos vayan a buscar al Secretario Ducal - dije, aún apoyándome con esfuerzo sobre el bastón.- Es cierto que es probable que pueda regresar por su propio pie pero, dadas las circunstancias, creo que estaréis de acuerdo conmigo en que su presencia es requerida lo antes posible... sin duda si ellos van a buscarle con el carruaje llegará al castillo mucho antes - me froté las sienes, pensativo.- Si lo que os preocupa es que puedan huir, francamente, lo dudo mucho. En vuestras manos queda tomar a bien esta recomendación.

Era todo cuanto podía hacer o decir, y sin duda, Vasilov se llevaría un castigo por la forma en que se había dirigido al Capitán, pero tenía claro que no arriesgaría mi vida por aquel asunto. Si Durius seguía vivo, cosa de la que no podía estar seguro, en algún momento regresaría al Castillo.

- Habéis hecho un gran trabajo aquí, Capitán - dije, haciéndole una reverencia como muestra de respeto.

En el momento en que Vasilov osó abrir la boca, y más en los términos en los que se dirigía al Capitán, mostrando una absoluta falta de respeto, con maestría di la vuelta a la lanza y con la contera le descargué un buen golpe al lacayo.

- ¡Te lo advertí!

- Vasilov recibe un tremendo bastonazo que le deja aturdido el tiempo suficiente como para que sea atado y llevado a la parte de atrás del carruaje, junto con Enrietta.

- Los dos cadáveres son recogidos, aunque del mayor sólo quedan cenizas, y el menor, bien atado, es llevado al carruaje.

- Hakir se coloca en el pescante, listo para conducir el carruaje de vuelta al Castillo a una señal del Capitán.

-Solo faltan los de los sargentos, no podemos dejarlos aquí. En cuanto estemos listos partimos, Capitán.

- Todos los soldados Basarab cayeron en combate, Señor. En cuanto a sus milicianos, dos escaparon a la matanza, presos del miedo y el terror. - Explicó el guardia, dudaba que sus enemigos hubieran tenido la misma piedad, pero a decir verdad, no había sido un acto de piedad, más bien de necesidad, pues nada más huyeron, fueron asaltados por los soldados Basarab.

- Regresaremos al castillo, Señor. - Confirmó la orden, y se dispuso a acercarse al carruaje para acompañarlo al castillo y asegurar que el Basarab era encerrado en los calabozos. Pero no dio dos pasos hasta que se paró de forma repentina, cuando el magyar golpeó al cochero. En ese momento, decidió que seguiría al carro detrás, sin decir nada, y que no deseaba enfrentarse a aquel hombre tampoco.

—Tengo mis razones —respondió simplemente al maestro.

Razones que, a juicio del capitán, debieran haber sido evidentes para cualquiera que se hubiera detenido a considerar la situación por encima de sus deseos más acuciantes. Razones que, por otro lado, no tenía obligación de explicar a ninguno de los presentes. Uno de los lacayos de Durius había desaparecido.  

—Podéis regresar al castillo —dijo a Boru y Tomescu, asintiendo—. Temo que será una larga noche.

Terminados los asuntos en la plaza, se puso en marcha a buen ritmo hacia el cementerio, en solitario.

En vistas que no había cambiado el parecer del Capitán, en cuanto los cadáveres de nuestros sargentos estuvieron también dentro, azucé los caballos para guiar el carruaje hacia el castillo.

- Los milicianos se van con sus familias a sus casas.

- Los guardias ducales ayudan a cargar los cuerpos de los Sargentos feudales de Radovina muertos, después se dirigen de regreso al Castillo.

- Itsvan toma las riendas del carruaje, Boru se sienta a su lado en el pescante. Hakir se sube a la parte superior del carruaje cuando todo está listo.

- Enrietta y Vasilov van prisioneros, dentro del carruaje. Lo mismo Molensk, que sigue inconsciente.

- Maserrak se sube al carruaje, necesita descansar pronto como sea.

- El Capitán Zarak se dirige, en solitario, hacia el Norte de la ciudad.

- Carcelero y Tomescu se quedan quietos, parados y solos en mitad de la calle. Cada uno por sus propias razones.