Partida Rol por web

No hay inconveniente por mi parte- responde el Senescal- Maserrak, vaya a ver como se encuentra- mira a Zuyla- posiblemente no sea nada grave. Una indisposición o algo parecido. Al fin y al cabo, el cuerpo ya no es lo que era con esas edades. Lo se perfectamente- ojala tuviera 20 años menos.

Con las mejillas todavía húmedas por el resto de lágrimas, y, sin embargo, una sonrisa que brillaba en su rostro, la pequeña Verónika había cruzado las puertas y aceptado su misión en aquella ceremonia con dignidad.

Avanzó lanzando los pétalos de flores precediendo a las novias, hermosísimas. Ambas lucían las diademas que ella misma había hecho con sus manitas, y eso la llenaba de orgullo. También sentía orgullo porque vio la mirada de su madre, sabía que ella estaba hoy satisfecha con sus hijos. Vikos había tirado pétalos también, pero al entrar le habían dado un pequeño cojín con los anillos. Eso era muy importante, y su hermano iba con la cabeza bien alta.

Ambos Basarab estaban perfectos con sus trajes de gala y su porte, y no desmerecían en nada a su familia, la Casa estaba bien representada.

Cuando llegó frente a su tío, el Padre Adelmus, que seguía cantando como un ángel, se detuvo. Hizo una genuflexión en dirección al sagrario, y se colocó a un lado, para que el Cortejo siguiera su camino.

- Lo haré encantado, Senescal - dije de nuevo asintiendo.- No debéis preocuparos, Caballero Zyula, procuraré ser discreto... Por cierto, Senescal, no se demoren más por mi, comiencen la ceremonia en cuanto estén listos, al fin y al cabo mi presencia aquí no es imprescindible.

Me despedí del Senescal y del Caballero Zuyla con un leve cabeceo y sin perder más tiempo apresuré mis pasos para abandonar la Capilla.

Ajena a casi todo, Radovina entró en la Capilla como un hermoso espectro evanescente. Pálida como la cera, la blanca tez remarcada aún más por la blancura de su atavío, andaba con tal delicadeza que parecía flotar.

La cabeza erguida, el pelo suelto bajo el velo níveo, oro salpicado por el blanco y rojo de las flores de su diadema. Y ésta cruzando su frente altiva, como la de una vestal griega siendo dispuesta al sacrificio. El vestido impoluto ceñía su pecho, y se ampliaba en las caderas, cayendo en pliegues infinitos. Los bajos de la tela se movían a su paso, alrededor, y con ellos las rojas flores allí cosidas, como gotas de sangre que hubieran caído al azar de una herida abierta, de una garganta artísticamente cercenada.

Llevaba los brazos pegados al cuerpo, las manos juntas en su regazo asiendo el ramo, que pendía como si no importara en absoluto.

Al avanzar, sólo por un momento, los ojos escarlata ardieron. Fue el corto instante en que centró su mirada en un punto concreto. Uno indescifrable. Luego volvió a bajarla, y allí la mantuvo, recorriendo los pétalos del suelo que como un tapiz perecedero la conducía a su destino.

Schaar avanzó seguro, atento a las miradas, y aunque sabía que todas las miradas se centrarían hoy en las dos novias, no pudo sino pensar en la seguridad de su señora mientras caminaba hacia el altar, para una ceremonia que cambiaría la vida de su señora e hijo y, esperaba, que no tanto la suya.

Con pasos seguros y posición firme y elegante dejó a las dos novias en el altar para posicionarse en su lugar atento a esta ceremonia e intentando grabar este momento tan especial en su mente.

Ante la "falta" de Zort, tanto en su significado de ausencia como en su significado de infracción por dar semejante plantón, Flaviu se intranquilizó mucho. Se presentaba una ocasión importante para posicionarse en favor del Tercer Caballero de la Corte. Quizás algún día Iacobus muriese, por ejemplo en el campo de batalla, y la opinión que Zuyla tuviese del Petimetre podría valerle al joven Krevcheski tener un señor sustituto que le acogiera como escudero.

Impotente, vió cómo Maserrak se apropiaba de sus intenciones, y era el primero en socorrer al padre de Zuyla. Flaviu no podía competir con eso. Su posición como noble le obligaba a quedarse en la capilla, y no le estaba permitido abandonar sus deberes para sacar provecho de la enfermedad o la dolencia del viejo Zort.

Esos sentimientos enfrentados entre querer lisonjear al Tercer Caballero y cumplir con el Segundo, le causaba gran incomodidad. Una comezón empezó a extenderse tras su nuca, un síntoma psicosomático de la presión y el estrés que le causaba no poder desdoblarse y atender a ambos asuntos. O eso, o era la mirada de algún Basarab maldiciéndole a sus espaldas.

FARKAS DELI:

- No estás muy seguro de dónde procede ese olor, o incluso de si es real o imaginado. Por un momento has pensado que podría tratarse de alguno de los novios, o tal vez del Reverendo Padre. Pero es difícil saberlo, la Capilla está saturada de olores, con tanta gente (especialmente el olor metálico de las cotas de mallas de todos los guerreros Basarab), y también con tantos objeto en combustión, velas y quemadores con incienso.

- El Maestro de la Corte sale de la Capilla.

Tras acercarse Dubieta, Jensi le sonríe. No puede ver su rostro debido al manto que lo cubre, sin embargo no había que usar los ojos para saber que su futura mujer estaba realmente hermosa. 

Estáis radiante, mi señora- le dijo, a modo de saludo.

Un chupacruces como si fuera un chupapollas y un viejo decrépito cuya ceguera podría causar la caída del Castillo. ¿Qué podía esperar? 

Iacobus miró a los dos que le habían contestado, sin cambiar el gesto, aunque lo que sí atinó a preguntarse es si valía la pena responderles. Era un hombre que, para su carácter y semblante, resultaba extrañamente paciente con la mayoría de las provocaciones, lo cual sin duda era un milagro de algún Dios olvidado. Pero no parecía ser ni el día ni el momento correcto para decir estupideces delante de sus narices, a juzgar por la dureza como metal que anidaba en el resquicio de sus ojos. Como si supiera que abrir la boca significaría sacar la espada, Iacobus se limitó a hacer una mueca indescifrable y a hacerse a un lado, hasta quedar cerca de un inmenso candelabro cuyas llamas trémulas aportaban un humo que se fundía con el de la estancia.

Hijos de un carromato lleno de putas. Como si un puto ritual pudiera hacer algo más que nada.

El asunto no le importaba en absoluto, le impacientaba. Para cualquier observador, era obvio que el caballero de los Cárpatos era más que consciente de las cosas que estaban en juego dentro de la Capilla, y no precisamente bajo del señor. Que los niños tiraran lo que quisieran, que se pasaran de mano en mano la Biblia como a una puta de pueblo, daba igual. El asunto del Dravescu, no, en cambio. Iacobus buscó la mirada de Zuyla, por un instante, antes de posarla con impaciencia sobre Dubieta. Luego, miró a Flaviu, que se rascaba algo como si fuera un puto perro pulgoso, y le hizo una seña imperceptible para que siguiera al maestre Masserak. Algo había pasado allí. Finalmente, miró a Radovina.

La creía más inteligente. ¿Es que no se da cuenta que cuanto más tarde, más tardará esto?

Pero la Szantovich avanzaba con la lentitud de siete millones de infiernos, y aquello le dejó a un instante de perder la paciencia. El sentimiento pareció reflejarse un momento en su rostro.

Con la ceremonia a punto de empezar y ahora que toda la atención se centraba en la pareja de novias que avanzaban hacia el altar Farkas decidió que sería el momento apropiado para ir en busca del Capitán Zarak y asegurarse que las cosas en el patio transcurrían con total normalidad. La salida de Maserrak fue la excusa perfecta para abandonar el lugar. Los Basarab parecían muy formales y concentrados en la ceremonia y extrañamente también mostraban un cierto respeto hacia aquél lugar, respeto que Farkas no tenía.

Oh, solo me faltaba esto... Iacobus me da una señal para que desenvainemos nuestras armas y pasemos a cuchillo a todos los Basarab... lo que vienen siendo tres cuartas partes de la gente que hay aquí metida. Pues si ese era su plan, podría habérmelo dicho con antelación. Uno no puede...

Miró sobre su hombro. Si realmente la señal era el inicio de una matanza, ahora Farkas estaría cerrando las puertas para que nadie escapase de la capilla. Flaviu soltó un suspiro de alivio al ver las puertas abiertas y ni rastro del húngaro. Los escuderos siempre mueren en los asesinatos colectivos.

Si Iacobus no le explicó el plan por adelantado es porque el Caballero de los Cárpatos estaba reaccionando a una situación nueva. Debían de ser indicaciones para seguir a alguno de los dos que salieron de la capilla: o Maserrak o Farkas. Flaviu soltó otro suspiro, esta vez de resignación. Iba a quedar muy mal abandonando la ceremonia nada más empezar.

No tengo ni idea de qué excusa voy a dar luego de porqué dejé la boda...

Disculpe...-dijo pasando por delante de su compañero de banco.

Lo siento...-susurró al siguiente.

Bonito broche...-el Petimetre ya no distinguía si había pasado delante de Svitlana o se trataba de un varón con un gusto muy afeminado por los complementos. ¿Porqué este sitio tenía que estar tan oscuro?

Perdone-terminó, llegando al fin del banco y pudiendo salir de la capilla por el pasillo entre los bancos.

Zuya no entendía muy bien qué estaba ocurriendo. Parecía que con la llegada de las novias se estaba armando mucho revuelo, y mucha gente estaba comenzando a abandonar la Capilla. Primero su padre, luego Maserrak, después Farkas y finalmente el escudero del caballero de los Cárpatos.

Por un instante la mirada de Zuyla se cruzó con la del Boyardo, deseando que no se tomara a mal, o como una afrenta personal que tanta gente desapareciera justo al comenzar los esponsales.

Zuyla decidió permanecer en su posición como nuevo padrino, firme y sereno. Respiró hondo y trató de relajarse con la paz y serenidad que emanaban de aquel lugar de cristiandad.

El boyardo miró, con la sospecha reflejada en sus ojos, como toda aquella gente abandonaba la capilla del castillo. Sin embargo, no hizo ningún movimiento que revelara ninguna actitud hostil, ni nada que pudiera señalar inquietud o agresividad. 

Aunque también es cierto que tampoco le sería muy difícil echar mano de su arma en caso de problemas...

- Los Guardias les franquean las puertas y el Capitán Zarak y Zort Dravescu entran en la Capilla del Castillo procedentes del Patio.

- Flaviu Krevcheski se disponía a abandonar la Capilla siguiendo la orden silenciosa de su señor, cuando ve entrar al anciano Dravescu, con lo que supone que la orden queda invalidada.

Esto no cambiaba absolutamente nada. ¿Cómo es que Maserrak, que fue a buscar a Zort, no se encontró con él en el camino de modo que volviesen juntos? Todo era bastante extraño... Por si acaso, mejor preguntar.

Oh, fantástico... Bienvenido, Padrino-susurró a Zort-. Llega justo a tiempo. ¿Sustituirá a su hijo? Si no se encuentra recuperado del todo, puede sentarse entre los invitados. Por allí quedan un par de sitios libres-dijo señalando al tramo de banco vacío que había sido calentado por las posaderas del propio Flaviu-. Estaba tan preocupado por usted, que envié a Maserrak a prestarle asistencia. ¿No ha vuelto aquí él con usted?

Un brillo de perspicacia asoma por los ojos del escudero. En cuanto lograse sonsacarle que Maserrak no había ido a verle, el Petimetre abandonaría la Capilla. Hasta tenía una excusa: ir a buscar a Maserrak para que no se pierda la doble boda.

- Es ciertamente una tarea muy decorosa, joven Tiberiu. Pero el deber era de mi monaguillo, Sandu... - Contestó de manera jovial el religioso Basarab, inclinándose con gracia para recibir el aparatoso libro de manos del pequeño heredero Szantovich. Buscó luego con una mirada más severa a la sabandija que tenía por criado, pero al no hallarlo de inmediato entre la multitud, se limitó a agradecerle al voluntarioso Radomir e indicarle gentilmente una buena ubicación desde la cual presenciar la inminente llegada de las novias y el inicio de las bodas.

Aquel tan ansiado momento trajo por fin algo de alivio a las almas de los sombríos e inquietos feligreses. La majestuosa entrada de las Szantovich, criaturas benditas por una belleza absurda,  fue como la mueca final con la que alguna divinidad burlona había querido coronar el dantesco cuadro de aquella teatral puesta en escena.

- El siervo de Dios, Jensi Stolnic, se compromete con la sierva de Dios, Dubieta Szantovich. En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén...

Pero ese cautivante espejismo  resultó ser algo pasajero, que se desvaneció cuando Adelmus abrió su boca para leer los sagrados versos de la suntuosa Biblia. La exquisitez en su manera de recitar halagaba hasta al oído más escurridizo. Pero a la larga se tornaba insoportable en su perfección, llegando incluso a incomodar en ciertos pasajes del rito, como cuando apuntó con ciertos aires inquisitivos a las parejas, segundos antes del tradicional intercambio de anillos.

- El siervo de Dios, Iacobus Radoslav, se compromete con la sierva de Dios, Radovina Szantovich. En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén...

Al intercambio de anillos le sucedió otra larga y soporífera serie de salmos y oraciones, tan reiterativa en sus proclamas que hasta el más santurrón entre los presentes tuvo que esforzarse para no cabecear de hastío en plena ceremonia. Ya entrada la énatos, fue el propio cura quién pareció querer aligerar un poco aquél sacro calvario. Para ello solicitó la ayuda de su taimado monaguillo, quién le facilitó las tiaras laureadas con las que por fin los novios fueron  coronados y bendecidos.

- El Señor os bendiga y os guarde. Regocijaos ahora en vuestra sagrada unión y marchad en paz. Que la gloria de este día sea eterna en vuestros almas, así como vuestra fe en Dios Todopoderoso. Esa es mi plegaria...

En soledad, la sentida voz del clérigo Basarab se elevó por toda la indiferente estructura de piedra, en un canto divino que ofreció un inmerecidamente digno cierre a toda aquella farsa que había nacido del cruel mandato de Gyula Kadar. El Duque tenía ahora sus condenadas bodas y en Constantinopla quizás alguien llegara a apreciar ese gesto, de no enterarse por supuesto de los pormenores de toda la historia. Lo cierto era que con el ardoroso cantar del ruiseñor de Balgrad, se inmolaba  también una bochornosa dosis de piedad, de la cual el sombrío cura debería rendir cuentas, tarde o temprano.

- Gracias, si estoy bien. El Maese Maserrak está por entrar seguramente.

Zort se acercó a su hijo, lo palmeó en el hombro e hizo un gesto con la cabeza para tomar su lugar de Padrino. La boda se podría haber vuelto larga y fastidiosa de no ser por la impresionante voz del Saccerdote. Había algo mágico en escucharlo...

La capilla había permanecido cerrada durante meses, y la última vez que la había inspeccionado, algunos días atrás, Ferenk había encontrado el lugar en un estado tan lamentable que hacía parecer los barracones un paraíso. Una gruesa capa de polvo había escondido el mobiliario, pintándolo de gris opaco; las esquinas habían desaparecido entre marañas de telarañas; carcasas secas de insectos y diminutos excrementos de ratón alfombraban los suelos, y los roedores, que probablemente habían encontrado un lugar en la estancia abandonado para refugiarse entre asaltos a las cocinas, campaban a sus anchas. El resultado del trabajo del servicio había conseguido que la capilla recuperara su lustre y elegancia, aunque no era necesario más que un vistazo para encontrar restos del prolongado abandono.

La ceremonia no había comenzado todavía, afortunadamente, y el capitán aprovechó que la atención de casi todos los invitados estaba centrada en las dos parejas para deslizarse, tan sigilosamente como le permitía su envoltura de acero, hasta un banco desocupado del fondo. No le costó mucho identificar a la comitiva de los Basarab entre los bancos. Una quincena de hombretones enfundados en armaduras de placas y mallas, tan fuera de lugar en el recinto sagrado como un grupo de cortesanos perfumados en un campo de batalla.

Junto al altar, las dos parejas prestaban atención al padre. Las dos mujeres más bellas de Transilvania, más hermosas que nunca en sus galas nupciales. Ferenk esbozó una sonrisa retorcida al considerar que, no hace tanto tiempo, semejante visión hubiera sin duda despertado su lujuria. Dubieta era una mujer afortunada. Jensi no era un hombre joven, más por apariencia que por edad, pero era un hombre bueno. Disfruta esta bendición cuanto puedas, amigo mío. Radovina, empero, había sacado la pajita más corta, como el perdedor del juego que realizaban sus hombres para determinar los turnos de guardia. Por un momento se preguntó siquiera si sobreviviría a esa noche. Aunque, de ser ciertos los rumores, quizás el Caballero de los Cárpatos había encontrado la horma de su bota, o, perturbador pensamiento, su media naranja.

El Padre Adelmus inició entonces la ceremonia, entonando los ritos con una voz de resonancias ultraterrenas, la voz de un hombre de quien no costaría creer que había sido puesto en la tierra para ser vehículo de la Palabra, demostrando que su apodo no era inmerecido. Sin embargo, el capitán se abstrajo enseguida, la sierna que susurraba en sus oídos no tenía la forma de un párroco, el ritual le importaba bien poco, y su atención en esos momentos estaba concentrada en otros Basarab.