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MADRUGADA DEL DOS AL TRES DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

BARRACONES:

- Por la noche tras el funeral, el guardia Itsvan se retira a descansar a los barracones de la guardia. Poco antes lo han hecho la mayoría de sus compañeros guardias y parte de los escoltas de los invitados nobles. El resto de guardias, una media docena, están de servicio nocturno en las murallas.

- La cena en el Gran Salón tras el Funeral resultó sobria y silenciosa, casi rutinaria tras tantos sobresaltos.

- Los dos primeros caballeros de la Corte, en compañía de maese Maserrak habían partido tras la ceremonia, portando cuatro caballos, y en uno de ellos un bulto sospechoso.

- Sólo los nobles se sentaron a la mesa, siendo atendidos por los criados (con la excepción de los sirvientes personales de Durius, que no acudieron a la cena), mientras el guardia Itsvan y el guardia Tomescu custodiaban las puertas dobles del Salón para garantizar la seguridad de los comensales.

- Flaviu Krevcheski abandona la Torre del Chambelán.

¡Qué triste el convite! Hace días, estas mismas paredes albergaban a la flor y nata. Hoy, ni primera, ni segunda, ni tercera espada. Ni el primo del Duque ni el Senescal ni el Emisario. Ni Basarab Padre, ni el padre de los Basarab. Flaviu mira a su alrededor y solo ve despojos.

Damas convertidas en putas abriéndose de piernas en busca de mejora social...

Un puñado de guardias, no más, que se afanan en turnos dobles por falta de personal. No son ni grandes guerreros ni tienen los sentidos alerta. Insuficientes para proteger el castillo.

Idiotas, bufones... Los odia a todos y a cada uno. Los odia mucho. Y ahora tiene que dirigir la palabra al idiota más grande de todos.

¿Señor Otto de Sajonia?-preguntó Flaviu.

- Por la mañana, el Escudero Flaviu Krevcheski partió con su equipaje, un carruaje tirado por cuatro caballos y dos sirvientes; con un mensaje del Capitán Ferenk Zarak para el Duque Gyula Kadar en Hungría.

TRANSCURRE EL RESTO DE LA NOCHE.

ALBA DEL CUARTO DIA DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

- Itsvan salió del Castillo para adentrarse en las Calles de la Ciudad.

TRES DE LA MADRUGADA.

SEIS DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

- Dos hombres, un noble y un siervo campesino de descomunal tamaño, se presentan en el puente de piedra de acceso al Castillo. Itsvan da la alerta y el Capitán Zarak hace entrar a los dos hombres, que se identifican como Valdav Krevcheski y el siervo Aldriu, que quieren ver al señor del Castillo.

- El Secretario Ducal Durius Tremere de Slobozia es avisado de esta extraña llegada, pero pide al Capitán que los haga esperar hasta la llegada de un tercero.

- El tercero es Igor, que llega por los subterráneos una hora más tarde y es enseguida apresado por Carcelero y sus secuaces los cuatro Mazmorreros. Ambos son muy distintos, pero extrañamente similares en sus rasgos inhumanos. El intruso es entregado al Capitán, quien lo conduce a las estancias del Primer Caballero junto a los otros dos. Los tres son admitidos en los aposentos privados de Durius, donde le conocen a él y también a sus otros sirvientes: el Chambelán Otto, el Maestro Maserrak, los lacayos Mikail y Vasilov, y la sirvienta Enrietta.

- Durius actúa como si ya conociera perfectamente a los tres visitantes y rápidamente los pone a su servicio como parte de su séquito. En su compañía visita en noches siguientes las catacumbas al Norte de la ciudad y finalmente les asigna una mansión, que antaño perteneciera a los Basarab, y les encomienda una misión secreta.

Valdav se sorprendió sobremanera de la actitud de Durius cuando llegó al Castillo acompañado de Aldriu, pero no dijo nada.

No puso ninguna objeción, sencillamente obedeció en silencio y estudió atentamente el comportamiento del Secretario Ducal. Algo en su forma de actuar llamó la atención del Krevcheski y picó su curiosidad infinita.

Por supuesto cuando tuvo conocimiento de la misión que les había encargado, y sabiendo además que les otorgaba una mansión donde residir, no tuvo dudas de que su lugar estaba ahí. Accedió a cumplir la misión y se mentalizó para centrar sus futuros esfuerzos en conseguir ese objetivo.

Había fracasado. En cuanto Igor fue hecho prisionero, se sabía acabado. Pasó los minutos siguientes encogido y encorvado por su miedo y su joroba, sin saber cómo iba a morir. Hizo sus conjeturas...

La horca era la mejor opción, la más clásica, y un expectáculo apetecible tanto para niños como para adultos.

El garrote necesita en la ejecución mucha fuerza y diligencia. No todos los verdugos serían capaces de hacerlo de un solo golpe, pero con un Igor tan participativo a la fuerza, de la repetición se haría virtud.

Algo más sofisticada era la decapitación por hacha, en el que el verdugo se veía librado de los esfuerzos del garrote gracias a la tecnología del acero y de un buen filo. Además, la precisión de este final de la historia permitiría conservar la cabeza para colgarla en una pica. Sin embargo, Igor no consideraba de suficiente calado su propia cabeza para que pudiese servir de ornamento, o como advertencia a otros.

En su mente tuvo tiempo de idear un nuevo medio que revolucionaría el arte de la ejecución. Se imaginó un cepo de madera, y sobre él el marco de una puerta. Y una hoja afilada caía por los rieles de la puerta hasta colarse por la ranura del cepo y cortar el cuello del sentenciado. Lo llamaría guillotina, ya que el verdugo se libraría de esfuerzo hasta convertirlo en un auténtico gillote. Permitía un corte limpio en el cuello, con lo que la cabeza quedaba disponible para clavarlo en una lanza, hacer macabros orinales o lo que el señor del castillo gustase. Además, mantenía la espectacularidad de una muerte brutal que una soga no proporcionaba al querido público. Todo eran ventajas.

No llegó a desvariar más. En cuestión de minutos fue llevado a la presencia de un idiota con nombre de elemento alquímico aún por descubrir. Masculló para sus adentros al ver en la misma sala al Krevcheski. Le había traicionado, estaba claro. Esa escoria de Valdav había puesto en sobreaviso de la incursión de Igor. ¡Maldita sea su estirpe! En cuanto al Excelsísimo Durius, Igor cambió de idea sobre su idiotez cuando de pronto le ofreció un puesto a su servicio.

¡Chúpate esa, Krevcheski! No podrás librarte de mí tan fácilmente...

Acompañé a Valdad en su intento por conseguir como seguir con vida, realmente no sabía hacer otra cosa más que ayudar a alguien, ser un asistente o un sirviente, por lo que no tendría idea de que hacer incluso si me marchaba a algún pueblo alejado de todo ser con poder.

Además había vivido todos mis años rodeado de cosas extrañas y había visto cosas que le helarían la sangre a cualquiera, incluso servía a un ser sobrenatural, por lo cual al escuchar que pasaríamos a servir a otro, mi corazón sintió cierto alivio o más bien un sentimiento de familiaridad.

Me mantuve tranquilo y obediente, procurando ayudar en lo que fuera necesario, pidiendo de vez en cuándo la oportunidad de seguir entrenando, debía de ser quien protegiera al grupo de pasar algo.

La silueta del capitán apareció en las mazmorras, brillante bajo el fulgor rojizo de las antorchas que iluminaban el subterráneo. Tras él caminaba Istvan, uno de los guardias ducales bajo su mando. Los rostros de ambos hombres mostraban el agotamiento de las largas horas de vigilia.

Buscó con la mirada, deteniéndose en la entrada. Los mazmorreros estaban ocupados limpiando, como si la sangre derramada esa noche no fuera a desaparecer en el océano de miseria que encostraba las piedras. Schaar Dvy reposaba en su celda, roto pero vivo, a juzgar por los suaves movimientos ascendentes y descendentes de su pecho. Y Carcelero… no estaba solo.

Las preguntas que tenía que hacer al señor de las mazmorras murieron en sus labios cuando descubrió la presencia de un extraño.

—¿Qué sucede, Carcelero? —preguntó, acercándose al torturador—. ¿Quién es? ¿Y de dónde ha salido?

El monstruoso torturador del Duque sujeta casi en el aire a un individuo de rostro tan desagradable como el suyo propio, quien se debate zarandeándose. Carcelero desvía la mirada hacia los recién llegados y deja caer al intruso.

-No tengo ni idea de quién es éste -dice-. Pretendía entrar en Castillo por el acceso menos iluminado, y al diablo pongo por testigo que lo ha logrado. En cuanto a él... no sé si matarlo ahora o si encerrarlo, torturarlo y matarlo después. 

Carcelero alza levemente los hombros, mostrando una sonrisa repleta de dientes afilados al Capitán Ferenk.

-Creo que lo encerraré.

Tomescu entra hasta donde esperaba su señora. Parece haber envejecido varios años, sus ojos aunque se mueven, no levanta la vista del suelo. Deja lentamente el hacha contra una de las paredes, todavia tiene restros de sangre en su hoja de los combates del día.

También se quita el casco y se lo coloca bajo el brazo, por último miro a mi señora a los ojos, y muevo negativamente la cabeza. No he podido hacer nada. Schar sigue vivo pero no podemos acercarnos a él. Cierro la puerta a mi espalda. No se hasta que punto estamos a salvo nosotros mismos.