Partida Rol por web

Itsvan saludó marcialmente a su Capitán.

—Saludos, Capitán. En su ausencia me he permitido dar algunas instrucciones al resto de la Guardia, pero están listos para sus órdenes.

Tras eso, y más en confianza preguntó curioso:

—¿Se encuentra bien? ¿Qué ha ocurrido ahí abajo?

Desde mi puesto frente a los barracones, me cuadré al ver venir al Capitán y el Chambelán.

Me reprimí de hacer si quiera algún comentario, pues bastante tenía con controlar el dolor para permanecer de pié.

Era más frustración que enfado la sensación que embargaba al capitán. Algo que no había tenido más remedio que aceptar como connatural a su situación en el castillo. Resopló cuando Istvan le preguntó sobre lo ocurrido en las mazmorras. Ojalá hubiera sido capaz de darle una respuesta.

—Parece que no basta con la hostilidad de nuestros enemigos —respondió—. Pero nada que no podamos arreglar más tarde, espero.

Se acercó al grupo de guardias. La mayor parte de ellos estaban aterrorizados. Solo los que habían participado activamente en los acontecimientos de aquel día mantenían las formas esperadas en hombres de su posición. Hacían falta más y mejores hombres, era ahora evidente.

—Vuelve a los barracones, Hakir, y acuéstate antes de que se abran tus heridas —ordenó al guardia, que se mantenía firme pese a haber sido malherido por Schaar Dvy—. Los demás, ocupad vuestros puestos. El invasor ha muerto, y yo permaneceré con vosotros, así que recuperad la compostura. Descansaremos después del amanecer.

- A sus órdenes, mi Capitán. - Y me retiré hacia los barracones con toda la marcialidad que fui capaz de reunir en mi situación.

- El guardia ducal Hakir se dirige a los Barracones.

- El Guardia Tomescu sale del pasillo que conduce a las Estancias de Invitados.

- Enseguida ve que los guardias están de nuevo en sus puestos, y que las antorchas y braseros vuelven a estar encendidos. De alguna manera eso le da una cierta sensación de seguridad, aunque tal vez sea algo engañosa.

- Ve al Guardia Itsvan en su puesto, tal vez sea uno de los más competentes de toda la guardia ducal.

- Poco después localiza en mitad del Patio al Chambelán y al Capitán.

- Sin detenerse ni por un segundo a mirar a nada ni a nadie, Tomescu se dirige a las empinadas escaleras que descienden directas desde el Patio a las Mazmorras.

- Tomescu sube apresuradamente las escaleras que conducen de las Mazmorras al Patio, saliendo de nuevo al aire libre nocturno.

El guerrero da un sonoro suspiro al salir de las mazmorras. Son un lugar espeluznante, aun cuando son las propias. Un involuntario escalofrío recorre el cuerpo del veterano soldado.

Con el casco en su lugar se dirige donde está el capitán. Le hace un saludo marcial y le pide:

-¿Capitán, podría tener una palabras con usted?- acompañando la pregunta con un movimineto de cabeza indicando que sea de forma privada. La salida de tono de antes, es una pálida ilusión, tomescu es la encarnación de la marcialidad y el respeto.

- De la trampilla que conduce a las empinadas escaleras que bajan directas del Patio a las Mazmorras emergen varias figuras: El Primer Caballero Durius de Slobozia, seguido de sus lacayos, Mikail y Vasilov, que portan su armadura, de la criada Enrietta y del Maestro Maserrak de Flambeau.

- Los recién llegados ven al Chambelán, que se dirigía hacia el Este y se detiene en seco al ver a su señor.

- En el Patio están también el Guardia Tomescu y el Capitán Zarak.

- Es evidente que el orden se ha reinstaurado en el Patio del Castillo: braseros encendidos en las murallas, los guardias en sus puestos, y las antorchas de nuevo encendidas, iluminando aunque sea leve y tenuemente esta amarga noche de la primavera transilvana.

- El guardia Itsvan debe de estar en la Barbacana.

Itsvan vio cómo llegaba el Señor al patio. Se preguntó qué habría pasado en las mazmorras. Eventualmente le contarían algo. O no: los asuntos de los Señores solía quedar entre los Señores.

—¡No os distraigáis! El enemigo sigue al acecho—, recordó al resto de guardias.

Por fin, tras los acontecimientos de aquel día y aquella noche, una semblanza de orden se había instaurado en el castillo. El capitán aguardaba el regreso del amanecer en silencio, ignorando los lamentos de músculos agotados por largas horas de vigilia. Mantenía los ojos muy abiertos, pues de cerrarlos, la tentación de reclinarse contra el muro y dejarse llevar por el sueño hubiera sido irresistible.

Cuando Tomescu, el hombre de las damas, llamó su atención, se acercó y, apoyando una mano en su hombro, se inclinó sobre él para escuchar lo que tuviera que decir.

Apenas fue consciente de la llegada del séquito del Secretario hasta que sus pasos resonaron en la quietud tensa del patio.

- El Capitán alcanza a escuchar las palabras de uno de sus mejores hombres, Itsvan, y repara en la ironía de que muy probablemente ya no quede ninguna amenaza significativa fuera de los muros del Castillo, al menos.

Llegando al patio, Durius Tremere de Slobocia vio cómo el Capitán Zarak había reorganizado las defensas, tanto humanas como materiales. Su mirada barrió el patio sin pasarle desapercibido el gesto de Otto o el hecho de que Tomescu parlamentara con Ferenk. Ni siquiera sonrió ante aquel hecho tan previsible. Mas bien una sombra de aburrimiento tiñó su mirada.

No detuvo su andar, pues nada había de hacer en aquel patio.

Sin prestar atención a nada sigo andando en pos de mi Señor.

Mikail siguió a Vasilov con su pelo negro oculto bajo la capucha. Aún así se le reconocía fácilmente por su peculiar caminar de zancada bien amplia y por llevar parte de la armadura de su Señor. Aprovechó para respirar un poco de aire puro, un bálsamo para su olfato después de tanto tiempo en las mazmorras.