Partida Rol por web

- Guardia Istvan. - le digo. Podeis empezar a preparar las fogatas siguiendo las indicaciones del Chambelán Otto. Yo iré a las Cocinas a por los fogones y a por personal del servicio para hacer las fogatas necesarias.

Dicho esto salgo del Salón y me dirijo a la Zona de Servicio para dar las pertinentes instrucciones.

Itsvan asiente y sale hacia el Patio.

- El guardia Itsvan sale hacia el Patio. Visany hace lo propio, pero para dirigirse a las cocinas.

- El Chambelán Otto sale al Patio.

QUINTA CAMPANADA, MADRUGADA DEL CINCO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

- Llegan al Salón Principal: Los guardias ducales Radu y Hakir. Los sirvientes del Primer Caballero: Mikail, Vasilov, Enrietta.

Debía llevar cerca de veinticuatro horas despierto, y de pie. Ya no solo era el hambre, el sueño y las heridas producidas por las correas de la armadura tras llevarla durante todo el día sin descanso. A todo aquello había que sumarle el agotamiento mental y mental. Boru sentía un suave pinchazo en sus rodillas que le advertía de que en cualquier momento, le fallarían. Su cabeza no dejaba de dar vueltas sobre lo que estaba sucediendo fuera, temeroso de los peligros que deseaban entrar, temeroso de los peligros que aun había dentro, pero sobretodo temeroso de que ahora mismo, su cuerpo no contestara a sus deseos.

Que su voluntad no fuera suficiente si la hora más oscura debía llegar.

Y con esa idea en mente, mantuvo la vista fija en la puerta, intentando concentrarse en el ruido que venía desde fuera para apartar su mente del dolor corporal, del hambre y del sueño. Porque a esas alturas, incluso tenía los ojos secos de no parpadear, temiendo que si lo hacía, se dormiría.

Y por eso, quizás, por el eclipse que ahora estaban sufriendo su razón y sentidos, tardó unos segundos en reparar en que allí habían vuelto a entrar los guardias ducales y los sirvientes del primer caballero. Deseaba hablar, pero no sin el permiso de su señora. Deseaba preguntar sobre el transcurrir de la batalla, o de lo que estuviera sucediendo fuera, pero no sin el permiso de su señora.

Y se preguntaba por qué su señora estaba tan tranquila. Como podía ella, que podía hablar y moverse, guardar silencio y reposo. La envidié, pensando que quizás ella sabía algo que yo no, que tenía un plan alternativo. Y de llegar a ese plan alternativo, solo esperaba estar incluido en él.

La mujer había pasado toda aquella noche en el salón, alternando breves cabezadas con momentos en los que estaba despierta... Aunque, en esos momentos de consciencia, tampoco estaba demasiado lejos de los brazos de Morfeo. Aquella noche estaba siendo especialmente incómoda, y todo por culpa de aquel asedio. Esperaba que aquello terminase pronto, pues deseaba volver a una cama y descansar como es debido. 

En uno de sus momentos lúcidos, reparó en que Boru seguía allí de pie, fielmente. Si ella ya estaba cansada, la labor de Boru debía ser mucho peor... Y sería necesario en caso de que hubiera problemas, como parecía que los iba a ver.

-Boru... Come algo y descansa... Cansado no me-la frase fue interrumpida por un bostezo de la dama-no me sirves. Es una orden. 

Incluso cuando la palabra que más deseaba escuchar en aquel momento salió de los labios de la Dama Radovina, en mente se formó una contradicción. Esta tenía un significado sencillo y evidente. Por un lado, las ordenes de su señora, que mandaba hacer lo que más deseaba en aquel momento. Comer, beber y descansar. Por otro, la lealtad y el deber de permanecer junto a ella hasta que el peligro desapareciera o disfrutaran del descanso eterno.

El duelo en lo más profundo de su ser duró poco, cuando encontró la solución más inteligente -al menos, para alguien tan limitado en recursos mentales como él-. Iría a las cocinas, tomaría una jarra de vino, un vaso y se serviría cualquier cosa que pudiera llevarse a la boca, aunque solo fuera un mendrugo de pan.

- Mi Señora, en humilde petición os solicito que no me apartéis de vuestro lado en este momento. Si me lo permitís, marcharé a las cocinas a por comida y bebida, y tomaré asiento aquí para disfrutar de su compañía, el descanso y las ordenes que me encomienda. - Bajó la cabeza, en señal de respeto cuando le habló, sabiendo que estaba siendo osado al hacer tal petición.

-Está bien... Pero quiero que descanses. Quizás, en unas horas, no tengas ocasión de hacerlo y debas luchar...

- Muy agradecido, mi señora. Será como dice. - Hizo una pequeña reverencia, con una ligera mueca de dolor que dejaba entrever que los músculos agarrotados, las quemaduras producidas por las correas de la armadura y el peso de la misma le habían pasado factura.

- Con permiso de mi señora, me retiraré. -

- El Guardia Boru se dirige a las Cocinas.

Al final Hakir no les había llevado frente al Capitán y les había metido prácticamente a empujones en el salón. Mikail dejó escapar un sonoro suspiro. Lejos de cabrearse por la situación, decidió matar dos pájaros de un tiro. Se alejó un poco y, apoyado en la pared, dejó reposar su cansado culo en el frío suelo. Ya que no dejaban que trabajara aprovecharía para descansar todo lo que pudiera. Tenía la perfecta excusa, órdenes contradictorias. Si la Dama Dubieta, o cualquier otra persona a la que le gustara hacerse oír y dar órdenes, viniera a requerir sus servicios, le diría "vaya a hablar primero con el Capitán, lo siento.". Estaban recluidos en el salón sin saber muy bien el por qué. Lo más divertido era ver cómo otros salían sin que les pusieran objeción alguna. Observó divertido la situación mientras se acomodaba lo mejor posible.

- Poneos cómodos chicos.- Les dijo a Vasilov y a Enrietta.- No sé cuánto tiempo nos tendrán aquí.

FALTA MEDIA HORA PARA EL CANTO DEL GALLO.

CINCO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

AMANECER DEL CINCO DE MAYO, AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

- Carcelero entra en el Salón Principal y enseguida encuentra a sus Mazmorreros durmiendo plácidamente en el suelo en un rincón.

Carcelero se acerca despacio hacia los cuerpos dormidos de sus hombres. Sabe que es bueno que descansen, que les esperan muchas horas de vigía. Pero aun así siente un estremecimiento de placer ante la oleada de crueldad que se avecina justo antes de comenzar a dar fuertes patadas sobre los mazmorreros mientras grita.

-¡Arriba, perros! ¡Arriba he dicho! Volvemos a las catacumbas, a seguir con lo nuestro. ¡Arriba, si no queréis que os devore los hígados...!

- Regresa al Salón Principal el Guardia Boru, portando una jarra de vino en una mano y un trozo de pan en la otra.

Los Mazmorreros se ponen en pie.

- "Sólo estábamos echando un sueñecito, jefe." -

Parecen contentos con la perspectiva de volver a las Mazmorras. Al contrario que otros guardias, ellos ya se han hecho a vivir bajotierra y lo prefieren. Son ya unos años así, desde el 952.

Hakir entró sintiendo el peso de la armadura y la noche encima. Oficialmente estaba cansado y de mal humor, junto a Radu se quedaron junto a la puerta de entrada un rato en guardia. Ahora tocaba la parte más pesada y, a juicio de Hakir, más insípida de lo que ya no había de noche.

Estaba pendiente de la sala, pero apenas prestaba ya atención dado que el sueño ya era inclemente en él. De seguir a ese ritmo, si al final había combate, no creía que pudiera ofrecer la mejor de sus versiones.

Entró, caminando lenta y pesadamente hacia la mesa, y tomó asiento a cierta distancia de su señora. Quería poder seguir protegiéndola y velando por ella, aunque estuviera comiendo, pero sabía que incomodaría o molestaría a la noble si comía o bebía cerca suyo. Solo eran dos mendrugos de pan, pero dos mendrugos de pan era mucho más de lo que había comido en las últimas 24 horas.

- Mi señora, con su permiso. - Solicitó, haciendo una reverencia con la cabeza en dirección a Radovina, pidiéndole permiso final para poder comer.

Derramó algo de vino en la taza de arcilla, llevándose la boca antes de nada buscando paliar su sed y dar un asiento al pan que estaba a punto de comer. Derramó algo más de vino en la taza de arcilla, parándose un momento a mirar el vino aguado, mientras partía el mendrugo de pan con cuidado de no derramar miga, y de hacer trozos pequeños para que aquel descanso no solo fuera más largo, también engañar a su estomago haciéndolo creer que estaba comiendo mucho más de lo que estaba comiendo.

Habría deseado decir que aquella era una comida esperada y agradecida, pero él, en cambio, solo pudo pensar que aquella quizás sería lo último que se echara al gaznate. Y sentir el suave abrazo de la muerte a su espalda le arrancó un escalofrío que no olvidaría jamás.