Partida Rol por web

- La Sirvienta Elena salió al Patio del Castillo.
 

- La sirvienta Elena regresa a la alcoba de su señora y el señor esposo de ésta, y comienza a recogerlo y adecentarlo todo.

Ha quedado muy bien todo.

Observo complacida el trabajo, el cual absorbió sus pensamientos al grado de mitigar su odio, la cámara relucía como debía un recinto de la realeza, salvo por los adornos, existía  un límite para hacer lucir las cosas, y no pondría esfuerzo extra en hacerle más cómoda la vida a esa demoniza.

Lo más seguro es que termine cargando esto alguien más.

Puso manos a la obra en el acomodo de las pertenencias de su señora, aunque el impulso de realizar aquello era simplemente facilitarse el trabajo en un futuro, o al pobre sirviente que le tocara cargar el lastre de su señora.

Ojala un mal rayo enviado por nuestro señor, dejase a esa bruja ardiendo en el infierno.

Terminada su labor, seguía cansada, era de noche, pero no tenía ni una pizca de sueño, así que busco algo en que entretenerse. Tejería con su amiga, era estricta, pero hacia el tiempo ameno, ahora el odio ardía dentro de su pecho, pero no podía darle uso, era su señora y por más odio que le tuviese, solo podía rezar por que su vida fuera reclamada por el todopoderoso.

Debía de aprovechar esa fuerza, no estaba dispuesta a perdonar y menos aún a dejar apagar ese sentimiento. Fue tal vez la noche, o su odio, pero un creciente deseo de independencia se introdujo en forma de un pensamiento.

Debería aprender a envenenar; tal vez algún día la mano de mi señor me guíe y de fuerzas para sobrevivir.

- Las propias piedras del Castillo parecen gemir y llorar al tiempo que la oscuridad de la noche se torna incluso más densa.

Que miedo, animas, este lugar suena a animas del averno.

No era culta, por lo que el plan de aprender sobre venenos le era imposible en ese momento, tal vez encontrara algo en la zona del servicio, ahí estaba Innya, se había ofrecido a ayudarla y la convenció de no huir al bosque, al menos por el momento.

Un cuchillo de cocina será útil, últimamente ocurren muchas desgracias en este castillo maldito, tres veces maldito.

Su mente voló a la extraña pelea, y cuando recordó todo, se entremiso, podía rezar de camino para ir a salvo, tomo entonces una vela y salió de la estancia. 

Con suerte la tormenta habrá amainado. 

- La Sirvienta Elena sale al Patio del Castillo.

- La Sirvienta Elena retorna a las habitaciones de su señora y de su posiblemente difunto esposo.

- Piensa entonces dónde puede estar su señora, pues no la ha visto, aunque sí ha visto a su protector, el guardia feudal Boru.

- Tal vez Dama Radovina esté en el Salón Principal, o acaso esté con su prima Dama Dubieta en las estancias de invitados.

¿Por qué me estoy preguntando donde está mi Señora? ¿Estaré preocupada? ¿Preocupada por... por esa?

Aun siendo leal, aun con todo lo que le debía a la Dama, Elena estaba más que disgustada. Si esa noche, los espíritus del averno estaban a las puertas del castillo, tal vez venían a llevarse a todos los impuros, incluyendo a su Señora.

¿Habría sido mejor escapar? El bosque es peligroso, pero enfrentar todo el infierno que representaba ese lugar, tal vez valiese el riesgo de irse.

Negó con un gesto de cabeza ese pensamiento, Innya, si no fuera por ella, seguramente hubiera cometido alguna acción irracional.

Estaba asustada, dudaba de todo, pero se animó a ver por las ventanas de la torre, una curiosidad indómita le incitaba a saber que ocurría abajo. 

SIRVIENTA ELENA:

- Tirada Oculta de Percepción + Consciencia.

- Son siempre dados de 10.

- Son siempre Desglosados.

- Son siempre a dificultad 7.

- Tu tirada no es válida, pues no le has dado a Desglosar. Tira de nuevo.

ELENA:

- Afuera se oye nada más que el ruido de la lluvia, el viento y los truenos.

- Los relámpagos iluminan el interior del Patio del Castillo y alcanzas a ver al Chambelán convertido en una monstruosa bestia no muerta.

- En ese momento, penetran en el Patio el Primer Caballero Durius y el Capitán Zarak, el primero a lomos de un caballo de batalla negro. Dirías que está intentando calmar al monstruoso y bestial Chambelán.

Si este es el juicio divino ¿Por qué enviarían demonios en vez de seres dotados de la gracia del señor?

Elena busca por la habitación cualquier objeto no indispensable para su dama y que pudiese lanzar desde esa distancia, aparte de causar daño.

Mmm… ¿Existirá algo que no extrañe mi Señora?  

Si fuera por ella arrojaría la vajilla, pero si lograba sobrevivir y su señora se enteraba, sufriría la misma suerte que los demás desafortunados de aquel tres veces maldito castillo.

Fue a la chimenea y busco los atizadores. 

ELENA:

- Coges dos atizadores de hierro y vuelves a la ventana.

- Ves que el Chambelán Otto vuelve a tener un aspecto considerablemente más humano. Si piel sigue siendo muy blanca, y le sangran las manos, pero ya no muestra colmillos afilados y sus ojos son totalmente normales.

- Está hablando con su señor Durius, el Secretario Ducal, y con el Capitán Zarak.

- La conversación parece transcurrir en tono normal y amistoso, aunque desde aquí te es imposible escuchar lo que dicen con la tormenta.

¿Ahora dialogan con los demonios? 

Elena no entendía, aunque fuese muy letrada, aquello le era incomprensible.

Si pudiera escuchar.

Pero no queriendo arriesgarse a bajar y toparse a la cara a aquellos demonios, aguzo el oído y presto atención a lo que hacían.

ELENA:

- Ves que un guardia, Itsvan, sale de la parte Sur del Patio, aunque no alcanzas a ver de dónde procede exactamente. Habla con los otros tres y todos juntos se marchan hacia el Sur, dejando el Patio vacío.

- Desde tu posición no oyes ni ves nada más.

- Parece que la tormenta está aminorando su intensidad. Llueve menos y hace algo menos de frío. También se escuchan menos truenos.

Elena mira con cierto pesar, en todo su miedo la esperanza de que acabaran las injusticias, incluso la furia natural se apaciguaba.

Solo le quedaba ver por la ventana, esperar que en toda esa negrura nocturna, algún halito de esperanza surgiera.

Posiblemente, el señor reservara alguna penitencia a todos, pero la espera la hacía dudar momentáneamente que algún ser superior cuidase a los justos.