Partida Rol por web

Tras unas horas de tranquilo y aburrido viaje llegas por fin a las inmediaciones de Alba Iulia. Justo cuando os disponéis a entrar en la ciudad una gran comitiva de carruajes nobles y tres caballeros a caballo se cruza contigo por el camino.

Cuando la gran comitiva sale de Alba Iulia se cruza con un carruaje que intenta entrar en la ciudad. Ambas comitivas tienen que aminorar su marcha al cruzarse por el camino. Reconocéis en el carruaje el emblema de la iglesia ortodoxa.

El carro clerical marchaba pesadamente, golpeando de manera más bien pausada la percusión del térreo camino. El eminente sacerdote rojo conducía con cierto desinterés y hastío a su par de bestias equinas a través del burdo sendero que desembocaba en la flamante capital transilvana.

La ciudad parecía estar en movimiento, al menos así lo delataba el avance una importante comitiva nobiliaria que llamó la atención del supremo religioso de Balgrad. No fue así con su criado, quién dormía lo más plácidamente posible desde hacía un par de horas. De inmediato el párroco le instó a reincorporarse mientras ladeaba el carromato y lo detenía a menos de medio metro del paso.

Allí siervo y maestro quedaron expectantes mientras la caravana avanzaba ruidosamente.

- Magnífico despliegue... - Comentó por lo bajo sin poder (o sin querer) disimular una suspicaz pero breve sonrisa. Su figura se empequeñecía considerablemente ante aquella marcha, pero no dejaba por eso de ser pintoresco el contemplar a tan lujoso cochero a un costado del camino.

Su fina ropa escarlata no disimulaba opulencia alguna. Su imagen, aunque algo lúgubre, era ciertamente generosa a la mirada ajena. Iduma era un fiel retrato del orgullo de su sangre, la humildad le era desconocida.

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Doble 10, muy buena tirada.

PADRE ADELMUS:

- El primer carruaje porta el emblema de Slobozia, el escudo del Secretario del Duque, el Caballero Durius Tremere de Slobozia.

- Delante ves a un caballero de aspecto temible, su escudo es una montaña en plata sobre fondo negro y no lo habías visto nunca antes. Reconoces, sin embargo, al caballero que produce un profundo temor instintivo en toda la ciudad de Alba Iulia. Se trata de Iacobus Radoslav de los Cárpatos. Su escudo parece totalmente nuevo, posiblemente un privilegio nobiliario conferido muy recientemente por el Duque.

- Cerca hay otro jinete, el Sargento Dominik. Es un simple plebeyo, el guardaespaldas personal del Caballero Durius.

- El segundo carruaje porta las armas de Bistrita, deduces que debe de pertenecer al Mayordomo Valru de Bistritz, uno de los principales sirvientes de Durius Tremere.

- Tras el segundo carruaje va un tercer jinete, al que reconoces como el Capitán Ferenk Zarak. Es tanto el Capitán de la guardia del castillo, como el jefe de la guardia y milicia de la ciudad de Alba Iulia.

- El tercer carruaje va conducido por el noble Flaviu Krevcheski, un emisario de la Gran Casa transilvana Krevcheski, unos auténticos advenedizos que babean por el favor del Duque. El carruaje porta el emblema de los Krevcheski.

- El cuarto carruaje va conducido por un plebeyo al que no conoces. Tanto el tercer carruaje como el cuarto parecen ir abarrotados de guardias, en los otros dos sólo hay siervos y lacayos. El emblema del cuarto carruaje es el del Senescal Jensi Stolnic.

CARRUAJE ECLESIASTICO:

- Ese carruaje funerario sólo puede pertenecer al principal clérigo de Alba Iulia, el Padre Adelmus Basarab.

Empezamos bien...

Vasilov aminoró el paso del primer carro, maniobrando para pasar despacio sin necesidad de detenerse.

A medida que el carro de VAsilov y el de Dagu y Mikael aminoran la marcha yo hago lo propio.

El aspecto del carro realmente era poco tranquilizador.

- Menudo mal fario, hermano. Ya sabes que dicen las viejas de cruzarse con un muerto.

Comentó el joven plebeyo haciendo uso de todas sus nociones de superstición.

- ¿Quien crees que habrá muerto?

- Lo ignoro por completo. - digo. Tal vez el resto de los lacayos puedan decirnos algo.

Flaviu, estaban en el pescante del carro, con la mirada perdida. Solo se limitaba a seguir la marcha del resto de carros. Su carro había sido requerido para la misión, seguro que recibiría alguna compensación por el servicio, o no; eso dependía del Duque. La misión parecía que no iba a ser complicada, ni peligrosa, y eso consolaba al petimetre. Pero la fachada de felicidad por el puesto de escudero, la noche anterior, se había desvanecido poco a poco ante la cruda realidad del día, No fui entrenado como conductor de carros, debería de estar en la corte rodeado de buenas viandas y los mejores vinos. Pensaba mientras oía los comentarios groseros e inentendibles de los guardias.

De repente el carro que iba delante aminoro la marcha, Flaviu hizo lo propio dejando pasar al carro eclesiástico. Lo que faltaba, una señal de mala suerte. El petimetre inclino cortésmente la cabeza ante el paso del carro.

El sargento Dominik avanzaba a lomos de su caballo cuando observó la llegada del carruaje, al que miró con evidente curiosidad. No esperaba algo como eso, y por mucho que lo normal fuera que se tratase justo de lo que parecía, no pudo ni quiso evitar tomar las medidas de seguridad oportunas. Tal vez todo fuera alguna celada, alguna trampa. Interpuso su propio caballo entre ambos carruajes, y mientras pasaban los carruajes de su comitiva parecía a punto de que cualquier cosa ocurriera

Un carruaje era un carruaje. Tal vez si hubiera sido el mismo duque el que estuviera allí el comportamiento del capitán hubiera sido distinto, pero el jefe de la guardia comprendía que su destino a este viaje era otra parte más de su castigo. Deseaba, no, necesitaba, estar en el castillo ducal

Diantre, Ferenk se reprendió mentalmente Si vas a hacerlo, hazlo bien

El capitán hace un gesto a los guardias para que estén atentos, y aprovecha para mirar alrededor

El canalla miró a su acompañante y frunció el ceño al ver acercarse a la comitiva religiosa. El carromato tenia un aspecto fatal y el signo de la cruz era, a los ojos del eslavo, algo que no ayudaba en cambiar la imagen. Mirando la escena por el rabillo del ojo, le dedico unas palabras al que conducía la carroza del castillo.

- Justo lo que necesitabamos, hace un tiempo que no me confieso... - Dijo en voz socarrona mientras esperaba que su compañero aminorara la marcha.

El sacerdote rojo de los Basarab condujo su lúgubre carro hacia el notable cortejo que se despedía de la capital transilvana. Había reconido a su entender a toda figura que mereciera la pena ser identificada en aquella fastuosa procesión. Emblemas más o menos importantes decoraban a la ruidosa tropa, siendo el más eminente el escudo de Durius de Slobozia, caballero de larga fama al servicio del Usurpador.

Un trío de hombres a caballo encabeza la marcha, y hacía ellos condujo el clérigo mientras acortaba distancia con el sombrío armatoste tirado por un par caballos. Cuando la distancia se hubo reducido a un puñado de metros, el vicario escarlata hizo frenar en seco a sus bestias y alzó su mano derecha en señal de saludo y detención.

- ... y las murallas temblarán con el fragor de los jinetes, y de las ruedas, y de los carros".

La entonación del noble eclesiástico era dramática y severa a la vez, más casi de inmediato abandonó su porte solemne, convencido de que aquellos vasallos tan vulgares nunca reconocerían los pasajes citados.

- ¿Acaso marcháis a la guerra, caballeros? Quizás pueda daros mis bendiciones entonces, aunque sea triste el presagio de tan amargo final para la Paz del Duque...

El párroco sonrió con cierta malicia al escrutar con su aguda mirada a los hombres de armas que tenía en frente. Sujetos tan sombríos como recios, la clase de hombres que se enaltecía con demostraciones de brutalidad. Eran épocas violentas en Transilvania y esa realidad, aunque aberrante para Adelmus, era más que lógica y conveniente.

Iacobus había hecho aminorar la marcha a su caballo al ver el carruaje, mas el brioso corcel no parecía saber del respeto debido a lo eclesiástico y se agitaba, molesto, rasgando la tierra con sus cascos duros como el metal. El sol de mediodía pegaba en su armadura haciendo que los destellos hundieran los alrededores en sombras, y ese ángulo generaba la extraña apariencia de que el caballero de los Cárpatos resplandecía tenuemente. Sus ojos oscuros, divertidos, habían recorrido desde las astillas de la rueda de madera hasta la punta más alejada de lo que parecía un ridículo recordatorio de esa antaña corona de espinas. Corona puesta, claro, sobre los plebeyos, porque las puestas en cabezas nobles de espinas sólo conocían las cosquillas.

Unos hijos de puta como cualquier otro. Sólo que más sutiles.

El caballero de los Cárpatos sonreía de costado, mientras que el Capitán Zarak se desvivía por garantizar la seguridad de la caravana. Por supuesto, que se ocupara de ello. Para eso estaba. Dejándole otras cosas a quienes lo merecían y... ¿Pero qué decía aquel de la sotana? Iacobus posó la mirada sobre el Padre, que de pronto estaba entonando fuera a saber uno qué clase de delirio místico. ¿Se suponía que aquello era importante? Cómo le gustaba darse aires a la gente, sobre todo cuando sólo eran perros que intentaban ladrar muy fuerte frente a un primer encuentro, ladrar tan fuerte que a nadie se le ocurriese acercarse y comprobar que no había nada tras su cortina de humo.

Otro hijo de puta. ¿Qué puede esperarse?

Sonrió más, aunque no con malicia, sino con oscura diversión. Adelantó un poco su caballo, lo suficiente para enfrentar al interlocutor que preguntaba.

- ¿Tan pobre consideráis al Duque, para pensar que a la guerra enviaría cuatro carros, veinte hombres, una mujer y un caballero? - Iacobus movió la cabeza. Era difícil saber si hablaba seriamente, si estaría ofendido, o si en realidad se estaba burlando, y era que manejaba la ironía como un experto - Vuestros lamentos deberán esperar a mejores tiempos, me temo. O mejores presentes - los ojos oscuros parecieron desviarse hacia el carruaje, como si buscara un escudo que por supuesto no estaba allí - Aunque quizás queráis daros vuestra bendición para que éstos lleguen.

Adelmus reconoció al jinete que lo encaraba como Radoslav de los Cárpatos, un caballero de presencia sobrecogedora y un muy dudoso o nulo linaje a sus espaldas. Los fieles tras las murallas de piedra de Balgrad lo llamaban de varias maneras, ninguna de ellas demasiado lisonjera. Los fieles en las calles de Alba Iulia preferían no llamarlo de ninguna forma, tal era el temor que inspiraba en sus corazones.

- Hijo mío, nunca mencioné que fueráis a luchar una guerra con tan mísera soldadesca. Diría yo que vuestro deber será el de amaestrarla, domesticarla y tornarla llevadera nuevamente.

Las razones del sacerdote carmesí sonaban paternales y casi benignas, más su talante y ademanes de arrogancia le impedían despertar simpatía alguna en sus oyentes. Otra cosa no pretendía, la humildad no era lo suyo.

- Transilvania no olvida, y en épocas como las que vivimos la insignia del ilustrísimo Caballero Durius Tremere de Slobozia es más poderosa que varios centenares de hombres de hierro.

- Él está aquí con vosotros. El maestro de las bestias se dirige nuevamente a la contienda. Estas tierras añoran que su victoria se perpetúe. Sus mandatarios... ellos tienen intereses enfrentados.

Adelmus instó a sus bestias a despertar del letargo y reanudar paulatinamente la marcha. Su siniestro y deforme carro volvió a moverse pesadamente por el camino. A modo de despedida alzó su voz, profundamente desconcertante, para que gran parte de los esbirros del Duque pudieran escuchar su aval de hombre santo:

- ¡La escolta ducal tiene mi bendición! Mi familia ya ha sangrado demasiado, el Patriarca se encuentra intranquilo. Dios favorecerá siempre al más virtuoso. Ruego porque sea Durius otra vez.

Aflojó las riendas de sus caballos entonces, picándolos casi de inmediato con una vara de aspecto hiriente. Los nombró a cada uno en una lengua desconocida, y sus palabras fueron replicadas con una mayor presteza en el andar. Renovada su modesta celeridad, el lúgubre carromato no tardó demasiado es sobrepasar a la sedentaria comitiva nobiliaria y desaparecer de la vista al entrar en las calles de la flamante capital transilvana.

Gheorghe se asomó brevemente por una de las ventanas del carromato cuando escuchó el sonido de la otra comitiva y la suya se detuvo. Corrió ligeramente una de las cortinas, solamente el espacio suficiente para echar una rápida mirada fuera y soltó un pequeño silbido cuando vio el carro que se había detenido junto a ellos.

-Mira eso Papadimos, es digno de ver -le dijo a su acompañante en el interior del carro a la vez que se retiraba rápidamente de la ventana, impresionado por el aspecto del carro. Las palabras que se cruzaban en el exterior llegaban claramente a sus oídos y un escalofrío recorrió su espalda cuando casi sintió caer sobre él la bendición de aquel individuo.