Partida Rol por web

"Es más fácil encontrar a Hamasaki en su oficina. Está enfrente del Starbucks que está junto al teatro de Umeda. Encima del Family Mart. No se me ocurre otra forma mejor".

Las palabras que dijo Watanabe eran aún recientes y allí se encontraban los cuatro. Habían desechado ir a por Hashimoto-sama optando en su lugar por joder al perro, en el proceso harían daño al que tiraba la correa de Hamasaki-san. Debían hacerlo con mucho tiento y sobre todo no cagarla pues si lo hacían, ellos serían los siguientes.

A esa hora¹ el teatro estaba tranquilo, no así el Starbucks. Aquel símbolo de la invasión yanki que había comenzado de manera repentina 1853 con la llegada de los barcos negros. Con ellos se estaban perdiendo los valores y las tradiciones. Nadie, salvo ellos quería perpetuar la herencia samurái... A su manera esa cafetería eran su antítesis, productos rápidos y sin alma, a diferencia de los tatuajes que cubrian en mayor o menor medida los cuerpos del auténtico alma japonés.

Enseguida localizaron el FamilyMart, uno de los combinis más extendidos y encima de éste había un restaurante italiano: "La Pausa". Tan sólo quedaba el del último piso, "Amataro"² rezaba el cartel que anunciaba aquel negocio sin dar ni una pista más. Un cartel necesario para que no viniesen cada poco cretinos preguntando si el sitio estaba disponible, y a la vez lo suficiente misterioso y discreto como para que nadie se pregunte qué sucede allí.

A un lado estaba el acceso, una escalera exterior que iba subiendo cada una de las plantas sin ninguna otra salida. Arriba había luz, por tanto gente.

El momento había llegado, el viaje que comenzó un par de días atrás en Dotombori estaba llegando a su fin. Todo estaba listo...³

Tetsuo llevaba una escopeta para la ocasión. No entendía demasiado de armas de fuego: lo suyo eran los puños y el cara a cara. Por eso la escopeta, de uso sencillo y efecto devastador, era el único arma de fuego que usaba. Además la noche estaba ya cayendo sobre ellos por lo que ni siquiera fue difícil ocultarla bajo la chaqueta aunque se entreveía su cañón sobresalir por debajo. La gente a esa hora iba rápido para sus casas.

Miró la escalera pero también echó una ojeada a su alrededor para asegurarse de que no había otra salida sorpresa.

—No veo motivos para ser amables.— le dijo a sus compañeros revisando la cantidad de cartuchos que llevaba en el bolsillo. Tendrían que ser suficientes.

Lanzó un suspiro y se preparó para lo que venía a continuación. Sólo los necios iban a una matanza despreocupados. Quizás luego ya no bajase por aquellas escaleras. No era un mal final para un tipo como él.

Sus compañeros no le habían cogido nada de comer como había pedido, así que mientras comprobaban las armas y todo eso en el maletero del coche de Baiken, en un callejón desierto, Sanosuke se escapó a unos puestos callejeros para darse un atracón de dango¹, uno de sus dulces favoritos. Quién sabía si serían los últimos.

Se volvieron a reunir finalmente en las escaleras que llevaban a lo que parecía ser el escondite de Hamasaki. Una empresa fantasma llamada Amataro.

-Entonces, ¿vamos a entrar pegando tiros sin más? -preguntó, viendo que sus colegas iban aún más armados hasta los dientes de lo que los había dejado antes- No es muy sutil que digamos... Bueno, yo cubriré la retaguardia, ¿eh?

Kawauso nunca había destacado por su valentía, y probablemente por eso era un traficante bastante exitoso. Su revólver le quemaba en el bolsillo, y ahora mismo deseaba estar en cualquier otro sitio. Pero el cerco se cerraba.

Tobu apenas probó la comida en el restaurante mientras hacía tiempo junto a Baiken aguardando a la llegada de Tetsuo y Kawauso. Pese a tener hambre, los nervios y la tensión de un enfrentamiento incipiente sacudían su cuerpo y le cerraban el apetito. Una vez reunidos, se ajustó en la cintura la pistola que había sacado de su moto. Seguramente la acabaría utilizando. Se desabrochó la chaqueta cogiendo con fuerza a Kossetssu, balanceándolo de un lado a otro; esta vez el peso le reconfortaba a diferencia de cuando estaban en el despacho de Kuma-san. Observó que la noche ya caía sobre ellos. Era una noche fría, de esas que te calaban los huesos. Y, además, unos negros nubarrones acompañaban la escena, presagiando que en poco tiempo la lluvia les abrazaría.

—Sinceramente, no sé qué demonios nos encontraremos ahí dentro. Ese chikushoume es capaz de estar esperándonos –expuso con absoluta certeza-. Si esta ha de ser la última vez que coincidimos, solo quiero deciros... que ha sido un honor compartir momentos junto a vosotros por y para la familia –concluyó escudriñando con la mirada a cada uno de sus compañeros.

Se dio media vuelta, contemplando el edificio donde supuestamente estaba Hamasaki. Apoyó el bate contra el asfalto e inspiró varias veces, buscando concentrarse. Aquello no le gustaba para nada. Sin embargo, no había vuelta atrás. Era matar o morir.

Baiken dio una palmada en el hombro al chaval, sin decir nada. Había estado sorprendentemente tranquilo desde que se enteraron de la localización de Hamasaki, melancólico incluso, pero en ese pequeño gesto todos pudieron atisbar un aprecio sincero del Heiho por todos, incluso por Kawauso.

—Es el camino que hemos elegido, Tobushiro —dijo, mientras abría el maletero—. El camino de la espada.

La puerta se levantó, y tras esa otra, disimulada, que ocultaba un falso fondo en las entrañas del coche. Cuidadosamente apilados, como si fueran las piezas de un puzle, un pequeño montón de maletines de polipropileno negro descansaban en el interior del compartimento. Todos sabían muy bien qué era lo que contenían, y el Heiho pudo ahorrarse las explicaciones mientras los ordenaba metódicamente, para finalmente abrir uno tras otro y dar a elegir a sus hermanos las herramientas que más gustasen. Lo único que tomó para sí fue la katana, que sostuvo entre sus dos manos a la vez que la miraba con pesadumbre en los ojos.

—Esta noche cortamos una de las raíces de la codicia del jardín del oyabun —y tendió la espada a Tetsuo, al que asintió tajantemente, casi que ordenándole que no dijera nada—. Esperemos que sea suficiente.

La tensión era tal que podía respirarse, y en parte se sentía responsable. Echando la vista atrás, habría sido mejor para todos que él solo se hubiera encargado de solucionar el asunto. Esta era su especialidad, no la de ellos. No es que fuera excepcionalmente listo, pero siempre había sido más rápido de mente que de lengua, y si tan solo se la hubiera mordido cuando recibió la orden de labios del wagashira… Sus frios instintos le habían traicionado en el peor de los momentos, y aunque ya no había marcha atrás, sí que podía intentar calmar los ánimos. Baiken rebuscó algo más en el maletero, que sacó sin que ninguno pudiera ver y mantuvo en la diestra, a sus espaldas. Caminó hasta Kawauso, al que amistosa y sospechosamente puso la mano en el hombro.

—Furosawa-san —dijo, en un tono neutro, con mucho el más amigable que había usado con él en bastante tiempo—. Sé que estás nervioso. No, no pasa nada. Como tú mismo has dicho, puedes cubrirnos. Mira —y señaló el rifle de precisión despiezado sobre la espuma de uno de los maletines—. Que no te asuste. Es más fácil de usar de lo que parece. 

Aguardó un segundo, serio, a que el Kuromaku abriera la boca para hablar, pero entonces le interrumpió.

—Ahora bien, si decides venir con vosotros... te daré algo que no has tenido nunca…

Y le enseñó las dos granadas de fragmentación que tenía en la mano, temblando y casi incapaz de contener la risa.

Una vez cerraron la portezuela del vehículo, encaró el cuarteto hacia el volumen cúbico que tenían delante, la luz era apenas palpable y por ello avanzaban ocultando sus armas aunque sin demasiado disimulo. Era suficiente como para no atraer la atención de ojos indiscretos antes de lo que les gustaría.

Al encarar el acceso de la escalera, advirtieron como ésta era estrecha y debían ascenderla en fila india, para acceder a un primer nivel en el que estaba la entrada del italiano. A continuación tendrían su destino en forma de un pequeño descansillo a partir del cual la incertidumbre era total y la certeza de un destino funesto era más palpable que nunca.

En ese momento salió una pareja de japoneses del italiano situado en la primera planta, estaban demasiado acaramelados para los estándares del país del sol naciente y su diferencia de edad era palpable. Se echaron a un lado para dejarles pasar sin renunciar a mirarles con cierto descaro para hacerles sentirse avergonzados por el adulterio que estaban cometiendo y con ello pusiesen tierra por medio cuanto antes.

Frente a ellos tenían 44 escalones y al final, la luz de un aplique titilaba iluminando la puerta que se insinuaba en la última planta. Los destellos de luz parecían fruto del resultado del enfrentamiento de los sagrados kamis que luchaban contra los malvados onis desde los orígenes del archipiélago nipón. 

-Yo no tengo ni idea de cómo manejar eso, Baiken-san... -dijo Sanosuke, rechazando el ofrecimiento de un rifle de francotirador.

Entonces el Heiho le tendió 2 granadas, que casi se le caen al suelo cuando se las pasaron, por lo que Kawausó ignoró completamente el chiste sobre sus pelotas para directamente cagarse en las muelas de su compañero.

-¿Pero estás puto loco? ¿Qué haces con esto en el coche, bakayaro? ¡Que yo no sé utilizar explosivos tampoco!

Pero Baiken no le hizo más caso, cerró el maletero y avanzaron hacia el edificio. Como tampoco las iba a dejar por ahí tiradas y que las cogiera cualquiera con menos juicio que él mismo, se metió las granadas en los bolsillos de la americana.

-Esperad, ¿ya subimos? -sus compañeros empezaron a ascender los escalones que conducían hacia su inevitable destino- Ahora en serio, ¿cómo vamos a entrar? ¿Cuál es el plan? ¿De verdad la idea es entrar disparando?

Tetsuo se limitó a asentir a la pregunta de Kawauso mientras subían las escaleras.

—¿Quieres decirle algunas últimas palabras? ¿O llamar a la policía? ¿Hacer un trato?

Para el gradullón la cosa estaba clara. Llegado a ese punto, siguiendo la retórica de Baiken, arrancaban de cuajo la mala hierba. Subió los escalones hasta situarse junto a la puerta. Ahora ya tenía la escopeta en las manos. Le habló en susurros a sus compañeros:

—Como si fuera un atraco. No es necesario matar a trabajadores que no estén armados, pero vigilad que nadie se escape para dar la alarma. A cualquiera que tenga un arma lo matáis sin preguntar ni pedirle que se rinda. Esto no es una película americana. Yo soy partidario de matar a Hamasaki sin mediar palabra. El mensaje no es para él. Él es el mensaje.

Todo aquello le parecía tan obvio a su modo de entender las cosas que no podía evitar que su tono de voz sonase como si hablase con un niño. Y en todo momento miraba a Kawauso. Los demás parecían tener claro a lo que iban.

El joven Chimpira caminaba despacio detrás de Tetsuo, sintiendo cada vez más cerca la amenaza del peligro a cada escalón que superaban. El corazón le palpitaba de manera constante, pero no tenía miedo por lo que se avecinaba. Tampoco quiso añadir nada en ese lapso de tiempo, aquel momento ya era crucial de por sí. Totalmente abstraído de los ruidos que se producían alrededor, sujetó el mango del bate con firmeza, deseando entrar de una vez en aquella sala y repartir unos cuantos batazos. ¿Tendría tiempo de hacerlo? Nadie se lo aseguraba, aunque eso no quería decir que no lo intentaría. Su bate necesitaba sangre; y fuera la suya propia, la de algún maleante que estuviera allí o la del propio Hamasaki, iba a saborearla esa noche. De eso no cabía duda.

—Tetsuo-san, haz los honores y echa esa puta puerta abajo –susurró al Ijima lanzándole una mirada de decisión.

Aquella espiral de violencia y caos se inició con una patada que hizo salir de sus goznes la precaria puerta de las oficinas estampándola contra el suelo. Como si se tratase de un cyborg asesino de una película de ciencia ficción en el umbral de la puerta apareció Tetsuo, con su escopeta alzada, apuntando a todos los que estaban allí. Pero no permaneció quieto más que un par de segundos antes de avanzar hacia el interior sin decir ni una palabra, sólo atento a la gente que lo miraba todavía asimilando que estaba pasando.

Era un espacio amplio con media docena de escritorios de los cuales tan solo tres estaban ocupados en ese momento. Los salaryman se quedaron estupefactos contemplando a aquellos individuos que ahora irrumpían en el lugar. Uno de ellos sostenía un teléfono en la mano incrédulo pero cuando el gigante de la escopeta lo apuntó haciendo un gesto con la cabeza lo colgó de inmediato.

Baiken, a un lado de la puerta, tuvo que apartarse de la pared cuando retumbó por la patada de Tetsuo. La fuerza con la que el grandullón la había golpeado le sorprendió, pero estaba seguro de que la sensación no era nada en comparación con el pavor que debían estar sintiendo quienes hubiera allí dentro. El Ijima desapareció tras el umbral y él le siguió, concentrado. En menos de un segundo recorrió con los ojos las figuras allí presentes y, después, el techo de la habitación, localizando el contorno redondeado de una cámara de seguridad de una manera casi instintiva. Cuando la disparó, el estruendo, transformado en un discreto silbido por obra del silenciador que tenía acoplada su pistola, la cámara estalló en mil pedazos y los salaryman agacharon la cabeza, asustados, a la vez que ahogaban un grito.

Tetsuo echó la puerta abajo con suma facilidad, casi como quien arranca un folio de una libreta. El estruendo producido por el gigante reactivó a Tobu y este entró detrás de Baiken, con el bate por delante, preparado para abalanzarse sobre el primero que se pusiera en su camino. Los tipos que allí había estaban aparentemente confusos, pero le pareció que uno de ellos se llevaba una mano al bolsillo de su americana, tanteando algo. Se lanzó a la carrera, tratando de compensar el rápido movimiento, sujetando con firmeza a Kossetssu y cargó contra aquel desgraciado. No pestañeó ni respiró. Únicamente sentía la adrenalina fluir por cada poro de su piel. Dio un salto para coger impulso y acompañó el bate con el cuerpo, empujando con todo su ser. Deseaba romper algún hueso de aquel salaryman. Bueno, en realidad deseaba destrozarle todos sus huesos.

En apenas un momento, la puerta salió disparada un par de metros más allá, Baiken neutralizó la solitaria cámara de vigilancia y Kossetssu golpeó con fuerza la mano de aquel infeliz que en un alarde de estupidez decidió llevarse la mano al bolsillo. La extremidad golpeada voló con violencia y tras ella el cuerpo del desgraciado al tiempo que, lo que en otro tiempo era un dispositivo electrónico, volaba hecho pedazos de microchips, plástico y cristal. 

Algunas personas chillaron de puro susto pero tras un par de movimientos amenazadores con las armas, todos callaron. Incluso el desgraciado que fue golpeado, se limitaba a llorar con quejidos lastimeros mientras intentaba proteger su mano rota. En aquella anodina oficina nadie se movía y salvo el ruido que produjeron los asaltantes, flotaba un extraño silencio que se había asentado en el ambiente. El lugar lo componían unas cuantas mesas grises repartidas de manera homogénea y únicamente un montículo de papeles eran lo que diferenciaba una mesa de la siguiente. 

No pudieron fijarse mucho más pues en ese entonces escucharon una el sonido de una puerta abrirse, una puerta en la que no se habían fijado pues estaba fuera de su ángulo de visión. Un rostro apareció y al tiempo que daba la voz de alarma empezó a levantar su mano en la que empuñaba algún tipo de arma de fuego...

—¡Nos ata...

La tranquilidad que había caracterizado a Baiken parecía haberse esfumado, y ahora estaba tenso como un resorte, preparado para saltar sobre cualquier cosa que se moviera a la más mínima amenaza. Parecía que tenían todo bajo control, pero eso no le relajó. Mientras miraba los rostros de los desconocidos que tenía delante, dedicando apenas una milésima a cada uno, se percató de que ninguno era el de Hamasaki. Apretó los dientes, y entonces escuchó el sonido de una puerta abrirse en algún lugar. Las tripas se le estrujaron, a la vez que se volvía y daba con la susodicha en el único rincón de la sala que parecía que se les había escurrido. Sin pensarlo demasiado, el Heiho alzó el cañón de su pistola y disparó. 

Sanosuke miraba a sus compañeros. Tenían las miradas más serias que nunca les había visto... bueno, Tetsuo tenía la misma cara de siempre, pero los demás parecían dispuestos a matar a cualquiera. Con un nudo en la garganta tragó saliva. Su mano temblaba con el revólver sujeto.

Tetsuo propinó tal patada a la puerta, que no se abrió de par en par sino que fue arrancada de cuajo de los goznes y se estampó contra una mesa. Baiken y Tobu entraron detrás y pudo oir un disparo y un golpe seco acompañado de un sonido como a cristal y plástico roto. Sanosuke se quedó allí fuera, por el momento. Echó un vistazo dentro, había unos pocos salaryman, pero la cosa parecía estar controlada. ¿Les habrían dado un mal soplo?

Se centró en vigilar escalera por si subía alguien a ver qué era esa algarabía, porque aunque no mucho, algo de ruido habían hecho. Puede que el dueño del restaurante de la primera planta quisiera saber qué pasaba o algo. Aunque esperaba que no subiera nadie, porque con los nervios no sabía si iba poder contenerse y no pegarle un tiro.

El sonoro golpe metálico y el chasquido de las falanges de la mano al ser quebradas resonaron en los oídos de Tobu como si de una sinfonía se tratase. Con los ojos inyectados en sangre y la respiración agitada, se llevó el índice a la boca para indicarle al salaryman que dejara de aullar de dolor. En esas estaba cuando observando toda la habitación, detectó un fugaz movimiento en una puerta en la que no había reparado hasta ahora. Acto seguido salió de la misma un hombre de aspecto rudo alertando a los que allí hubiera y alzando lo que parecía un arma de fuego. Instintivamente, bajó el bate y se llevó la mano libre a la cintura cogiendo la pistola que tenía guardada y sin vacilar apretó el gatillo contra aquel tipo. Daba igual quiénes estuvieran ahí dentro; iban a comprobar el sabor del plomo y de la muerte en sus cuerpos.

Aquel pobre desgraciado recibió una lluvia de balas que lo dejó momentánamente de pie, mirando a su alrededor incrédulo, sin darse cuenta de que ya estaba muerto. Tetsuo se dirigió hacia él y cuando caía hacia el suelo lo agarró por el cuello con la mano izquierda y lo apartó a un lado como si se tratase de un muñeco de trapo.

En la mano derecha la sostenía firme la recortada apuntando al pasillo del que había salido aquel remedo de guardián para volarle la cabeza al siguiente que se asomase.

Empezaron a sonar tiros dentro de la oficina y Sanosuke, por acto reflejo, se agachó.

-Kuso...

Habían sido dos tiros limpios, y ni siquiera oyó la escopeta de Tetsuo ni a sus compañeros decir nada, así que supuso que seguían teniendo controlada la cosa. Algún iluminado se habría hecho el valiente. Se reajustó las gafas, que casi se le cayeron del sobresalto, y mantuvo su posición en la escalera, temblando un poco más que antes.

El cuerpo abatido cayó pesadamente al suelo sin asimilar su destino, seguía suplicando por su vida aún cuando Tetsuo pasó por encima de éste, ignorándolo y abriendo la marcha por aquel nuevo recorrido.

El pasillo era corto y únicamente se abrían a lo largo de éste dos puertas, ambas de aluminio con una vidriera. Mientras que en la más próxima no se advertía movimiento, en la que estaba situada al fondo desapareció un rostro femenino al ver llegar a Tetsuo. Buscándola con la mirada para comprobar si era una amenaza o no, pudo fijarse el Ijima en que aquella vidriera estaba serigrafiada. Rezaba lo siguiente:

Hamasaki Shintaro

Director Gerente

La información que les habían dado no parecía errónea, sin embargo hasta aquel momento poco habían conseguido salvo acojonar a varios pringados que gustaban de llevar traje. En aquella parte de la planta, salvando aquella mujer, parecía no haber nadie, esa situación no cambió durante los siguientes dos o tres pasos que dio el Ijima con prudencia. El instinto le hizo apartarse cuando de improviso brotó la vida de la primera puerta en forma de un disparo que rompió la vidriera en múltiples pedazos de cristal que cayeron al suelo. Sus reflejos lograron que la bala se alojase en la pared a dos palmos de su cara.

De donde vino aquel disparo parecía que iban a llegar unos cuantos más, pues el que falló se echó a un lado para dar paso a otro compañero que iba a replicar el intento de acabar con él.