Partida Rol por web

Los cuatro corrían como alma que llevaba el diablo, sus trajes en otro tiempo la viva imagen de la pulcritud y la elegancia se habían convertido en apenas un amasijo de tela que se bamboleaba con el impulso de los brazos que buscaban lanzar los cuerpos unos pasos más allá. Un par de empujones buscando ganar espacio entre los transeúntes provocaron que un par de éstos se apartasen exasperados y temerosos ante el paso de aquel cuarteto que nada bueno presagiaba.

Todos miraban sorprendidos ante aquella estampa, la de unos salaryman sin ningún respeto por el orden que corrían por Dotonbori llegando tarde a algún lugar, sin embargo no eran hombres de negocios, al menos no en el sentido tradicional.

Si hubieran podido fijarse, habrían advertido unos tatuajes que los delataban asomando entre los resquicios de tela. Pero no tenían aquel privilegio, por ello un necio apretó el obturador de una cámara réflex buscando inmortalizar aquella carrera provocando un cegador flash que palideció ante la fulgurante presencia neones de los edificios cercanos. Uno de los cuatro atletas lo notó y se tornó con la intención de ver quién osaba desafiar el respeto que acostumbraba a recibir, en aquel momento marchito; un gaijin. En tiempos mejores se habría detenido para reventarle su cámara y después su rostro, tal vez no fuese necesariamente en aquel orden pero, ¡a quién diablos le importaba! Debían seguir corriendo.

En ese entonces, otro de los que corrían se fijó en cómo su carrera no había pasado desapercibida para los innumerables comerciantes de aquella calle. Todos habían salido atraídos por algún tipo de curiosidad que pronto se vio sustituida por una mirada de pesadumbre al reconocerles. Todos lo sabían, sí, en su mirada de desprecio lo intuían. Les despreciaban y respetaban a partes iguales por ser lo que eran, el último resquicio del japón feudal: la Yakuza.

Yasui Baiken era el nombre del cuarto de los hombres que corrían por las avenidas de Dotonbori. El más mayor del grupo —o el más veterano, si le preguntabas a él—, y tal vez por eso también el que iba más rezagado, el Heiho fue reduciendo la velocidad lentamente, mientras jadeaba desesperadamente para tratar de recuperar el aliento. Observó a sus socios perderse en la muchedumbre, que se iba congelando conforme la atravesaban, y se desabrochó el cuello de la camisa para poder respirar mejor. Fue entonces que se percató de que se había convertido en el foco de atención de todos los allí presentes.

—¡Oy! ¡¿Qué están mirando?! —exclamó, al mismo tiempo que empujaba a un tendero de vuelta al suelo del interior de su quiosco— ¡Métanse en sus asuntos!

Podía parecer que había quedado descalificado de la carrera, pero ni mucho menos: de un salto se encaramó a ese mismo puesto en el que un puñado de transeúntes ayudaban a incorporarse al vendedor, ganando la altura justa para poder ver a Kawauso, Tetsuo y Tobu desaparecer por uno de los callejones que nacían de aquella avenida. Baiken bajó y empezó a trotar en la misma dirección por una calle paralela, tratando de adelantarse a los movimientos de su presa. Cuál era esta… todavía no lo tenía claro. Si llegaba el momento de disparar a alguien, tendría que contenerse para no vaciar el cargador entero sobre Kawauso, ese maldito yōkai¹. 

Al fin y al cabo, estaban en esa situación por su culpa. 

Todo se había jodido como se suelen joder las cosas cuando salen mal y encima vas con prisas. Tobu, jadeante, corría sin mirar atrás; ni siquiera comprobaba si sus compañeros estaban ahí a su lado. ¿Por qué coño se habían visto envueltos en semejante problema? Kawauso tenía la respuesta, pero de momento se guardaría un puñetazo en su cara hasta que no alcanzaran al tipo al que perseguían. Deseaba agarrarlo, cortarlo en pedazos y arrojar sus restos al canal de Dotonbori. La simple ocurrencia provocó que una nueva dosis de oxígeno insuflara de energías su cuerpo. Apretó el ritmo, aventurándose a atravesar uno de los callejones para evitar las conglomeraciones de transeúntes.

En ese instante, un cegador flash captó su atención y cuando descubrió al causante de dicho flash, le pegó una patada haciendo que cayera de bruces contra el suelo y se le escapara la cámara de las manos. Ojalá pudiera pararse a golpearle con el bate repetidas veces hasta que se tragara todos sus dientes...

—¡Suerte tienes de que no te aplaste el cráneo! –le espetó de refilón dirigiendo una breve mirada a aquel idiota mientras corría con todas sus fuerzas.

Pese a su tamaño Tetsuo iba en cabeza. El chivato se había escurrido por un callejón estrecho tirando un par de cubos de basura a su paso. El enorme ijima se detuvo un momento y sonrió sorteando el obstáculo ya sin prisa, mientras le hacía una señal a sus compañeros para indicarles que podían reducir el paso. Al parecer su presa no conocía tan bien como ellos aquella zona y se estaba huyendo hacia un punto sin salida: una pequeña plazoleta cerrada donde los chavales del cercano instituto solían ir a fumar y trapichear.

Efectivamente allí estaba el pequeño y nervudo fugitivo mirando la pared donde finalizaba su huida. Algunos chicos lo miraban con curiosidad pero cuando vieron llegar a los hombres de la yakuza se apresuraron a coger sus cosas y pasar rápidamente por su lado, intuyendo que aquello no iba a acabar bien.

—Nos has hecho correr mucho Hiro y con eso solo has logrado que me enfade más.

Hido se dio la vuelta. El muchacho no tendría más de veinte años. Flaco y escurridizo, con el pelo tapándole media cara teñido de gris, quería imitar a algún personaje manga sin demasiada suerte. Su nariz prominente y unas orejas desproporcionadas le habían valido el sobrenombre de nezumi¹. Ese mote también hacía juego con su habitual cobardía. Y como todos los ratones le gustaba meter la nariz donde no debía. Quizás esta vez fuera la última.

Resollando, tras la indicación de Tetsuo, Sanosuke redujo la carrera a un leve trote y finalmente se paró en seco, inclinado hacia el suelo y sujetándose las rodillas. A punto estaba de echar los higadillos por la boca. Empezaba a no tener edad para estos trotes.

-¡Kisamaaa!¹ -rugió entre jadeos.

Empujó a uno de los colegiales, que pasaban a su lado huyendo de aquella escena antes de que se volviera más violenta, y se acercó a Hiro, que se había apoyado contra la pared como intentando fundirse en ella para eludir a sus perseguidores. A los tres que ya estaban rodeándole se les unió un cuarto, que había quedado rezagado, y se supo sin escapatoria ninguna. Empezó a temblar como un flan, y a escurrirse lentamente hacia el suelo.

Sanosuke golpeó el muro con la palma de la mano junto a la cara de Hiro y se bajó las gafas un poco, revelándole al chico una mirada inyectada en sangre, mientras Tetsuo le miraba amenazante desde lo alto.

-¡Te hago partícipe de nuestros trapicheos! ¡Te doy una oportunidad de oro para ganarte la confianza de los jefazos y pasar a formar parte de nuestra encantadora familia! ¿Y así me lo pagas? ¿Dándole un soplo a la puta Policía? ¿Es que eres subnormal? ¡Baka!² -recriminó al joven soplón, dando otro golpe en la pared- ¿Te creías que no sabría que habías sido tú? Podrías haber llegado lejos con nosotros, pero eres más tonto que la madre que te parió.

Se incorporó de nuevo, reajustándose las gafas y mirando en derredor. Miró a sus compañeros y se los señaló.

-¿Es que no ves en la situación en la que nos pone esto? No podemos dejarte ir con una simple paliza...

Las ratas cuando son acorraladas tienden a correr de un lado a otro confiando en encontrar un resquicio de esperanza oculto a simple vista... Además son rápidas, por eso a veces es jodido atraparlas. Ese era el único punto en común de aquellas bastardas astutas con Nezumi. Eso y nada más porque era jodidamente lento y no había encontrado una mierda.

—Oye tío... —dijo "el Ratón" en cuanto entendió que se le habían esfumado todas sus opciones, en ese entonces pareció adquirir consciencia de las palabras de Kawauso:

—Creo que lo podemos hablar, no sé de qué me está hablando —el presunto soplón lo negaba todo utilizando el mejor keigo¹ que era capaz de articular—. Seguro que puedo ayudarles en algo con lo vuestro preguntando por las calles quién ha podido ser, para así dejar todo este asunto en un malentendido.

El tipo no había entendido nada.

Baiken apareció trotando tras una esquina poco después de que el resto hubiera echado el guante, por fin, a Nezumi. Se acercó a paso lento, asegurándose de que nadie les hubiera seguido a ellos ni estuviera prestando mas atención de la debida, y mientras escuchaba con expresión severa el intercambio entre Kawauso y el chico aprovechó para limpiarse el sudor de la frente y el cuello con un pañuelo que había extraído de su chaqueta. Lo que oyó no debió gustarle demasiado, porque pese a que el muchacho les hablaba con respeto, hicieron que el hombre espetara una sonrisa a caballo entre la incredulidad y el enfado. 

—Vuelve a empezar, chaval —le dijo de repente, a la vez que se acariciaba las falanges recortadas que coronaban los dedos meñique y anular de su mano izquierda—. Y piensa bien lo que vas a decir. No vas a tener más oportunidades. 

Tetsuo se mantenía en un segundo plano dejando que sus compañeros llevasen el interrogatorio. En cuanto terminasen las palabras comenzaría él. Aquella rata vendería a cualquiera por salvar su pellejo y el matón de la Yakuza sólo calibraba la cantidad de daño que tendría que hacerle antes de matarlo para dejar claro al resto de soplones de la calle qué les esperaba si hablaban con la poli.

Nezumi tragó saliva al recorrer con su mirada los gestos del Heiho. Especialmente al percibir cómo se había amputado un par de falanges fruto de fracasos anteriores.

– Bueno… Ahora que lo menciona, esto me hace recordar que el otro día vino un tipo de los vuestros. Como vosotros quiero decir… –quiso aclarar rápidamente por si sus interlocutores consideraban que se había excedido en su fórmula de confianza. Sudaba profusamente y parte de las gotas saladas de sudor se deslizaron por el puente de la nariz (era tan grande como el de un gaijin) para acabar en las mejillas en forma de lágrimas.

– Era de la Yakuza, se llamaba Hamasaki-san y en mi barrio se le conoce por ser uno de los hombres de Hasimoto-sama¹. Se me acercó al saber que era un Jiyunkouseiin de la familia, es posible que hablase de más en un bar. Un viejo que me decía que por qué no estaba en el instituto. Maldito…

Sintió una mirada amenazadora y entendió rápido el mensaje: se estaba enrollando demasiado.

– Me dijo que debía de hacerlo si quería crecer de verdad en la organización, que Furusawa-san era un cabo suelto que debía caer.

Sanosuke se quedó helado durante un momento, y se giró rápidamente hacia el chico. Parecía estar diciendo la verdad.

-¿¡NANI!?¹ -exclamó anonadado- ¿Que soy un cabo suelto? I-imposible, si soy un fiel y servicial miembro que se desvive por sus propios intere... digo, ¡por los intereses de la familia!

Y por cómo se lo había expresado aquel tal Hamasaki-san, quizás hasta le querían muerto. Suerte que Nezumi no tenía agallas y había intentado venderles a la pasma, porque si hubiera tenido huevos quizá Sanosuke se hubiera llevado algún navajazo en el estómago en alguno de sus intercambios habituales. Empezó a sudar, pero un sudor frío, tenso, que le transpiraba desde lo más hondo y se sobreponía al sudor de la carrera que acababan de hacer.

Dejó que sus compañeros se encargaran del chico, mientras empezó a dar vueltas en el sitio con pasos cortos, pensando en los motivos por los que otra rama de la familia querría verle fuera de la ecuación. Pero no se le ocurría nada. No había hecho nada fuera de lo normal... Lo cual no quería decir que no hubiera hecho nada malo, dentro de los propios estándares yakuza que ya eran bastante laxos.

La cosa no pintaba nada bien. Tetsuo se acercó al chaval y le propinó un fuerte golpe en el estómago que hizo que se doblase sobre si mismo. Miró a sus compañeros esperando órdenes. Estaba claro que el chaval era fácil de intimidar y tenía la boca muy grande, lo cual ya había sido un problema y probablemente se volviera a repetir. Sin embargo había sido Furusawa quien lo había apadrinado y de él tenía que ser la decisión final.

Acorralado como estaba, Nezumi, hecho un manojo de nervios, no tardó en empezar a hablar. Ahora bien, podía estar diciendo la verdad, o, como buen usotsuki¹ que era, mentir e inventar historias para salvar el pellejo. Que se lo creía él… Tobu se llevó una mano al bolsillo de su pantalón sacando de él una navaja y con un rápido movimiento se puso frente a la rata, doblada de dolor tras el golpe de Tetsuo, empujándola contra la pared. La resplandeciente hoja de la navaja se deslizó a la altura de su cuello, buscando la carótida. Una mueca de sadismo se dibujó en el rostro del joven Yakuza. Él sabía tratar a las ratas como se merecen y Nezumi no iba a ser una excepción en este caso.

—Bien, vas a largar todo lo que sepas, si es que sabes algo más –comentó apretando un poco la hoja contra su cuello-. Si no lo haces, te reunirás de inmediato con Izanami². Seguro que te recibe con honores –añadió esgrimiendo una siniestra sonrisa.

Baiken bufó de exasperación cuando el muchacho desembuchó lo que sabía. Su mirada y todo el rigor furibundo que arrastraba con ella se clavaron entonces en Kawauso. El Heiho dejó a Nezumi en manos de Tetsuo y Tobu y se detuvo de espaldas a ellos a contemplar al buscavidas que era su compañero deambular sin rumbo. No le había gustado una pizca lo que había dicho, pero tampoco le sorprendía. Cuando uno juega con fuego, se acaba quemando, y eso era lo que había ocurrido: la experiencia le decía que no se podía confiar en gente como Sanosuke, no a largo plazo, y ahora pagaban las consecuencias. Claro que el chivato tampoco es que fuera de fiar... Iban a tener que asegurarse de que lo que decía era cierto, sí. Recurrir a otras fuentes. 

—¿Qué has hecho ahora, desgraciado? —le imprecó— ¿En qué lío nos has metido esta vez? 

El acero de la navaja que empuñaba el Chimpira estaba helado como el mismísimo aliento de la muerte que está a la espera de su tributo. Al sentir su frío contacto, la mirada de Nezumi cambió entre el terror y la desesperación.

—Joder Kawauso-sama... Ya te he dicho todo lo que sé, díselo a tu gente—dijo olvidando el keigo e intentando buscarle con la mirada sin forzar demasiado el movimiento de su cara temiendo que así aceleraría su destino.

—Hamasaki-san quería joderte y no sé por qué. Dijo que tenía que joderte el negocio, que eso sería suficiente. Sé que te he fallado y por eso... —se vio interrumpido por un fuerte acceso de asma combinado por unos hipidos—. Era el camino más rápido para ser Kanbu¹, que tú ibas a caer y toda tu gente contigo.

Suspiraba, y su mirada de pronto pareció cobrar vida. Parecía haber encontrado una solución desesperada que tal vez le permitiría vivir:

—Déjame expiar mi pena Kawauso-sama, me cortaré la falange... Déjame esa navaja y me la corto aquí y ahora. Y después me marcho para no volver a molestaros —sus inspiraciones eran cada vez más pausadas, parecía que había recuperado el resuello y la esperanza—. Abandonaré mi intención de formar parte de vuestra familia.

Al acostumbrarse al tacto de la navaja ya más templada, se permitió entonces ladear un poco su rostro buscando la confirmación de su interlocutor.

Sanosuke miró a su compañero e hizo aspavientos como si se sintiera muy ofendido.

-¿Cómo que qué he hecho? ¡Negocios! ¡Lo de siempre! Qué huevos tienes, Baiken-san, si soy yo el que trae el dinero a esta organización. Sin mí se nos comería la mierda. No comprendes el trabajo delicado que requieren todos nuestros negocios más fructíferos. ¿Por qué no haces algo útil y vas pensando dónde coño vas a deshacerte del cadáver de este gilipollas?

Dijo en una retahila de dignidad fingida, mientras ignoraba completamente a Nezumi aposta. Pero tras la última frase observó cómo Tobu apretaba la navaja contra el cuello del chaval hasta que una perla de sangre asomó junto al filo.

-¡Para, para! ¡Joder! ¿Te he dicho que le rajes el cuello? ¡Dios! Además, aquí nos ha visto gente, baka.

Se arrodilló entre Tobu y Tetsuo, muy cerca de la joven rata, y le hizo un gesto a Tetsuo para que le diera otra suave caricia en el estómago. El cobarde se tragó unas palabras que iba a decir y casi echa todo lo demás.

-¡Eh! ¡Baka yaro! ¡Kono yaro!¹ Ni se te ocurra mancharme el traje, que es de marca -mintió como un bellaco-. Escúchame atentamente, me parece muy bien que te cortes la falange para mostrar tu entrega, de hecho, hazlo ahora mismo. 

Le hizo un gesto a Tobu para que le diese la navaja al crío, mientras sacaba su revolver, como medida de precaución.

-Pero si con eso crees que te libras de nosotros es que parece que no has estado prestando atención. Te vas a reunir con Hamasaki-san, y nos vas a llevar hasta él. Y cuando tengamos unas palabras con nuestro "compañero", entonces nos pensaremos si te dejamos marchar de rositas. Cuidadito con las tonterías o tendremos que hacer una visita al 3-Chome 2-34 Nanba, junto al Muelle Chuo -amenazó, recibiendo una mirada de pánico como única respuesta-. ¡No me mires así, joder! ¿Te crees que no le descerrajaré cuatro tiros a tu madre?

Y se quedó observando cómo el chaval se cercenaba un dedo como antaño hizo Baiken.

Sin mediar palabra Tetsuo golpeó al individuo tal como demandaba Furusawa. Luego con una innecesaria patada en el gemelo hizo que aquella rata se pusiera de rodillas, agarrándolo con fuerza por el pelo para acercar su cabeza al suelo, donde ahora mismo le había extendido el brazo y apoyaba la mano derecha firme contra el cemento. Al pobre desgraciado le temblaba la mano izquierda que sostenía la navaja y no era para menos. El matón dudaba que el chaval tuviera los cojones de cortarse el dedo. La gente lo ve en las pelis pero es muy complicado autolesionarse salvo que estés muy mal de la cabeza... o que la opción de no hacerlo sea mucho peor. La verdad es que en este caso lo sería. Si el pobre imbécil se negaba o intentaba usar la navaja para atacarlos no sólo iba a morir allí. Lo haría dolorosamente.

—¿Te has vuelto más estúpido de lo habitual? ¿Para que demonios has traído una pistola?— le dijo cabreado a Furusawa.

Llevar armas de fuego era un riesgo innecesario. ¡Como si no tuvieran suficientes problemas en estos momentos!¹

—Vamos chaval: cuanto menos lo pienses antes terminarás y será menor el sufrimiento.— le dijo a Nezumi sin aflojar la presa.

Si el tipo lo hacía se habría ganado su respeto. De lo contrario no tendría piedad alguna.

Al principio no escuchó a su compañero hasta que este le llamó idiota. Tobu, con gesto contrariado, accedió de mala gana a la orden tácita de Furusawa y le entregó la navaja a la rata para que llevara a cabo su acto de arrepentimiento. Le hubiese gustado hacerlo él mismo, pero había unos códigos tradicionales de honor que se debían respetar. Y si quería escalar puestos dentro de la organización que componía la Yakuza, algunas veces tenía que aguantarse a pesar de que su corazón le dijera otra cosa. Ya tendría oportunidad de divertirse...

Se dio la vuelta para buscar por el suelo un trapo sucio o algo similar para arrojarlo a los pies de Nezumi antes de que se cortara la falange. Sabía reconocer por la expresión de las personas a los que no aguantaban bien el dolor, y aquel tipejo no tendría arrestos para soportar cercenarse su propio dedo. Cuando por fin encontró lo que buscaba, se lo tiró a la rata además de indicarle que limpiara después la navaja una vez terminara.

—Muérdelo. No queremos que te pongas a chillar como una baishunpu¹ barata del barrio de Tobita Shinchi –dijo lanzando una mirada furtiva al soplón para después observar el otro extremo del callejón por si había alguien curioseando.

Baiken se cruzó de brazos y permaneció quieto como una estatua, hasta que se permitió el lujo de cubrirse el ceño con una mano. Lo hizo cuando vio que Kawauso sacaba un revólver, como si compartiera la opinión de Tetsuo, a la vez que murmuraba algo entre dientes. Cuando vio cómo se estaba desarrollando la escena, apretó la mandíbula. No lo hará, pensó. Nezumi no tenía ni el orgullo ni el valor necesarios para automutilarse, y no los tendría nunca. Casi podía olerlo.

Volvió su atención hacia el causante de todas sus desgracias, habidas y por haber. 

—¿Y qué vas a decirle a Hamasaki-san, Kawauso? ¿Le vas a pedir perdón, o vas a "descerrajarle cuatro tiros" nada más verle, como a la madre de esta alimaña? ¡Se te empieza a acumular el trabajo! ¡Será mejor que cuentes bien las balas, porque tu revólver solo lleva seis! —chascó la lengua, a la vez que negaba muy lentamente y se esforzaba por retomar las riendas de su mal genio— Si lo que dice es cierto, consultaremos primero al Clan. Somos Yakuza. Tenemos un código, y lo seguiremos a rajatabla*. 

Entonces miró a Nezumi, que por algún motivo parecía tener la esperanza de que el viejo Heiho fuera a poner fin de alguna forma a su martirio. 

—¡¿Y tú qué miras, orokana¹?! ¡Acaba de una vez, que no tenemos todo el día!

Con aquellos dos golpes bien propinados por la mole de músculos y grasa que era Tetsuo, la rata Nezumi cayó pesadamente al suelo doblado de dolor. Un par de estertores le sobrevinieron, pero no tenía nada salvo babas para expulsar.

Tobu le tiró entonces la navaja la cual cayó al suelo pesadamente, era aquel arma apenas un mal chiste pues todos sabían que no sería suficiente para el Yubitsume que el cararata debía practicarse. Mientras las increpaciones a Kawauso tenían lugar, el penitente no hizo amago de moverse permaneciendo hecho un ovillo hasta que Tobu le arrojó un trapo aún más sucio que la mugre de la calle.

Nezumi temblaba mientras se disponía a alcanzar el mango del arma con timidez, a continuación extendió su propia mano apoyándola en el asfalto de aquel callejón y con la diestra se dispuso a hacer la operación. Sin embargo de pronto le entraron dudas, se dio cuenta entonces del mal chiste que estaba protagonizando.

Podía apoyar el filo contra la articulación pero no sabía si sería suficiente, otra opción era apoyar la punta y rezar porque una vez se abriese camino entre la carne y el cartílago, toda la falange cediese.

Tras un insulto de Baiken y el temor por su propia vida le hizo decidirse por la parte filosa.

–¡Aghhhrrrr! –gritó mientras el rubí de la sangre empezó a asomar entre el corte, pero apenas era suficiente, el arma no estaba preparada para ello. Iba a ceder pero enseguida vio el cañón la pistola y volvió a intentarlo con el filo. Tampoco.

Levantó entonces el arma para intentar conseguir potencia pero falló en el ataque y golpeó el asfalto provocándose otro corte en otro punto de la mano.

–¡Kusokurae¹! ¡No puedo hacer esto! ¡Con esta puta mierda de arma no puedo hacerlo! –reconoció finalmente entre lágrimas tirándola a un lado, se supo insultado y entonces alzó la mirada desafiante y empezó a hablar en el mismo tono que le habían hablado:

–¡Joder iros a tomar por culo! ¡Si queréis matarme hacerlo hijos de puta, pero reíros de vuestra puta madre!

Tetsuo contuvo la risa. Porque la situación, que debería estar teñida de solemnidad, parecía más bien sacada de un sketch cómico occidental. Allí estaban cuatro yakuzas obligando a un imbécil a cortarse una falange con poco más que una cuchara. Finalmente no pudo más y lanzó una risotada mientras estampaba la cabeza del chaval contra el cemento. Le vendría bien dormir un poco mientras decidían que hacer a continuación.

—El capullo tiene razón. No podría cortarse el dedo aunque quisiera.

Levantó el cuerpo para sentarlo en un banco de piedra que había cerca. Lo puso de tal manera que si llegase alguien podría parecer que el chico estaba borracho. Revisó la herida de la cabeza: le iba a doler al despertar pero probablemente ese sería el menor de sus problemas.

—¿Qué hacemos con él? ¿Lo llevamos a un sitio donde tengamos algo que corte de verdad y seguimos? ¿O lo matamos?

La verdad es que a Tetsuo le daba igual lo que hicieran con Nezumi. El chico lo había intentado pero eso no basta en el mundo de la Yakuza. Pero esta tontería, como decía Yasui, les estaba llevando demasiado tiempo. Y aunque Tetsuo no era muy listo sí que intuía que se aproximaba a ellos el peligro.