Partida Rol por web

Su nombre era Kichiro, Matsumae Kichiro. Miembro del Clan Hibiki y esta es su historia¹...

El samurái avanzaba suavemente, su pelo estaba recogido en un intento de moño que se le había deshecho en una cola de caballo por la carrera. La suave brisa fresca, que traían los albores de la primavera, agitaba sus cabellos con la misma serenidad con la que lo hacía con las cercanas ramas de los cerezos que ya estaban en flor. Algunas de estas flores caían suavemente al suelo para acabar siendo pisado por los zoris del samurái quién  no cesaba en su avance hasta su enemigo. Él lo sentía en el tacto de sus pisadas pero no quería mirar para no bajar la guardia, con alguien como el que tenía enfrente no podía permitírselo.

De pronto se detuvo, pronto terminaría todo. Sin embargo, la cercanía con lo efímero en forma de flores provocó que su mente empezase a viajar apenas un año atrás en el tiempo, al momento en el que según sus recuerdos todo había empezado.

Recordaba ese verano tan vívidamente como si hubiera sucedido el día anterior².

Su nombre era Ikino Torama. Era miembro del clan Hakomura. Y ésta era su historia...

El pelo desgreñado caía sobre un kimono negro que había visto tiempos mejores. Estaba claro que a aquel hombre poco le importaba su aspecto ni apariencia. Había tocado fondo hace tiempo y la desesperación lo había mecido entre sus brazos dejándolo al borde de la locura. Pero ahora estaba allí, más sereno de lo que nunca había estado, con su katana elevada frente a él para recibir a su oponente. Cuando el otro se detuvo él se limitó a asentir. Efectivamente: todo acabaría allí.

Se encontraban en lo alto de una meseta, rodeados de los cadáveres pertenecientes a las dos casa más importantes de aquel valle. Los cuervos disfrutaban de un festín que pronto aumentaría con un nuevo plato.

Aquella era una historia de Coraje, del valor que te mantiene en pie cuando todo lo demás se viene abajo. Ikino recordaba el momento en que, sobrepasado por su destino, confió en que su viejo amigo acudiera en su ayuda. Pero Kichiro no quiso reunir el coraje suficiente para afrontar con él su desgracia, destruyendo la confianza que los había unido hasta el momento.

***

El verano fue especialmente caluroso. En aquella época Torama todavía era el orgulloso defensor de las Pergaminos del Clan Hakomura, considerados por muchos un hombre juicioso, dotado de una memoria tan eficiente como habilidad en esgrima. Parecía haber pasado una eternidad en vez de un año.

La llegada del emisario del Emperador lo pilló por sorpresa. Desde un primer momento Torama sintió una animadversión natural hacia él. Aquel gordinflón pagado de si mismo se movía por el santuario como si las paredes le perteneciesen, acompañado en todo momento por un séquito tan innecesario como ruidoso. Alejados del habitual bullicio de la capital los pocos monjes que habitaban el santuario se retiraron a la biblioteca mientras Torama atendía al ilustre invitado.

—Venimos para llevarnos los pergaminos.

La exigencia era tan sorprendente como la propia presencia del emisario. Los pergaminos jamás se habían movido de allí y, después de todo, no pertenecían al Emperador sino al Clan Hakomura.

—Kyoto los ha reclamado y el shogun ha aceptado el reclamo—anunció Matsumae Kichiro apareciendo tras la comitiva del emperador. Tanto él como Torama eran viejos conocidos que habían coincidido en el pasado en algunas campañas militares. Eran camaradas de armas.

Al sentir la mirada del gordinflón se postró en señal de respeto por si se había sentido ofendido. En ese entonces pudieron fijarse en cómo estaba sudoroso y lleno de polvo del camino.

—Mi señor, ruego que me disculpe por interrumpiros. Vine en cuanto supe que una comitiva del emperador venía a las tierras vecinas. Tenía curiosidad y me enteré de la causa que os traía—levantó entonces la cabeza. Si bien en sus gestos había respeto, no tanto en su mirada. Si se había postrado era por lo que aquel desgraciado representaba

—Torama-san... 

Torama no mostró sorpresa en su rostro pero interiormente se preguntaba cual podía ser el motivo para que Kichiro estuviera mejor informado que él de lo que debí hacerse con los pergaminos que custodiaba. Su mirada se posó de nuevo en el emisario.

—Efectivamente vengo en nombre del Emperador y el shogun está al tanto.

Tendió el pergamino a Torama, que lo recogió haciendo una reverencia. El lacre estaba sellado, efectivamente, por el Palacio Imperial. Las instrucciones contenidas eran escuetas: debía preparar los pergaminos para el viaje así como la escolta del funcionario emisario, Makeda Tetsuo, ya que era de vital importancia que se recibieran en la corte.

El samurai dudó un momento. Nunca había estado en la corte y las veces que se había alejado del monasterio había sido sólo para guerrear en nombre de su shogun.

—Tu presencia aquí es siempre bienvenida Kichiro-san.— saludó a su viejo amigo antes de volverse servicial hacia el emisario de la corte —Dispondremos de una estancia para que puedan descansar del viaje antes de preparar la partida.

Mientras unos sirvientes se encargaban de conducir a la comitiva a un lugar donde pudieran refrescarse y descansar Torama se dirigió hacia su viejo amigo.

—¿Es realmente casual tu presencia aquí o hay algo más de lo que quieras alertarme?

No le había pasado desapercibida la mirada de soslayo qeu Kichiro había lanzado a Tetsuo cuando ya salía por la puerta que conducía al jardín interior.

—A mi clan llegaron las noticias de la visita del emisario del emperador y por eso partí raudo por la curiosidad. Por aquí nunca pasa nada —valoró recuperando su postura una vez estuvieron solos—. Por el camino me enteré de que se rumoreaba que iban a reclamar los pergaminos que llevas tanto tiempo guardando eso hizo que me desviase y viniera directo hasta aquí.¹

—Es raro que el emperador haga un reclamo así, ¿no piensas lo mismo? ¿Crees que hay algo en marcha? —inquirió con curiosidad. Tras dejar sus palabras en suspenso durante varios segundos. Acabó por dejar de lado las especulaciones y centrarse en el presente:

—¿En qué has pensado para agasajar al recién llegado? Si queréis puedo pedir a Hibiki Yasuhiro² que os ayude con el servicio.

Torama se detuvo ante lo que proponía su viejo amigo. Aunque intentó que no trasluciera la propuesta no le había gustado.

—Aunque humildes creo que tenemos lo necesario para atender a nuestro invitado. Lo cual me recuerda que quizás tú tengas otros asuntos que atender en tu propia casa.

Luego lamentaría haberse llevado por la pasión de su carácter, pero podía decirse a su favor que aquella situación le había tomado totalmente por sorpresa. La llegada del emabajador y el entrometimiento de Kichiro eran dos cosas que ya le habría costado manejar por separado, al juntarse se convertían en un muro inabarcable para sus casi carentes dotes sociales.

A Kichiro no le pasó desapercibido el tono que había empleado su anfitrión. Le había hecho su oferta como un regalo y con la intención de que el enviado del emperador sólo tuviera buenas impresiones de aquel territorio en el que muchos samuráis servían. De paso le serviría para congraciarse con su propio señor. Sin embargo, no sólo le habían rechazado, si no que le había invitado a volver a sus tierras como sólo se podría hacer con un campesino ¹.

–Cometes un error, pero me marcharé– contestó seca y totalmente serio. Hizo una reverencia que se limitaba a lo cortés y estrictamente protocolario, después se marchó.

Tal vez Torama creía que con aquellas palabras todo se había terminado, no podía estar más equivocado.

El samurái de las tierras vecinas después de la reverencia se incorporó para alejarse por el camino. Su rostro estaba compungido por la sensación de impotencia, todo en él traslucía la imagen de la derrota: su abatimiento, el estado de sus ropas y la pobre imagen que daba totalmente cubierto por el polvo de los caminos. Las gotas de sudor que traían consigo el inclemente verano, se abrían paso entre la suciedad para abrir surcos salados.

Llevaba varios pasos cuando una idea le sobrevino. Se trataba de un pensamiento que le permitía aferrarse a la esperanza de que no todo había sido en vano, no lo meditó demasiado, apenas cuatro segundos, tal vez cinco en los que redujo el ritmo de su marcha hasta que se sintió lo suficientemente seguro como para volver sobre sus propias pisadas. Al volverse a acercarse hacia la residencia de Ikino vio cómo éste y los suyos empezaban a dar las órdenes al servicio para preparar las dependencias de los invitados. Su idea ya se había asentado como una garrapata en su mente, y seguro de lo que iba a hacer se escabulló por otro pasillo con la intención de llegar al encuentro de Makeda Tetsuo ².

Se ofrecería como escolta suyo.

Se encontró con el emisario del emperador en uno de los jardines externos. La servidumbre de Torama no estaba por ningún lado y aquello parecía no estar sentándole nada bien a Tetsuo. Cuando el recién llegado se ofreció como guardaespaldas el hombre pareció complacido.

—Me vendrá bien tu protección ya que he oído que Torama San es un luchador más que eficiente y temo su reacción.

Ante la sorpresa que su interlocutor no pudo disimular Makeda Tetsuo dio una explicación:

—Hay algo más en la orden del Emperador que trasladar esos pergaminos. Su señor ha caído en desgracia y busca con ellos reconciliarse con su Majestad. Pero hay rumores de que Torama está tan obsesionado con su labor de guardián que ha llegado a pensar que dichos pergaminos son de su propiedad. O al menos que la custodia solo puede corresponderle a él.

Miró fijamente a su interlocutor:

—Dime Matsumae Kichiro. ¿Estás dispuesto a protegerme si Ikino Torama decide ir más allá de sus obligaciones a la hora de defender esos pergaminos?

Aquella revelación pilló a Kichiro totalmente de sorpresa, aunque en cierta manera no era inesperada por lo que había podido ver y oír durante sus informales conversaciones al calor de varias jarritas de sake¹.

—¡Sí, mi señor! Yo, Matsumae Kichiro del Clan Hibiki me aseguraré que el enviado del emperador pueda recorrer este valle sin peligro —juró solemnemente mientras trazaba una profunda reverencia y desde allí prosiguió con sus palabras—. Y si es necesario, mataré a aquel que ose atacaros pues atentar contra vuestra vida es como atentar contra la vida del último hijo de Amaterasu².

En ese momento se incorporó para encontrarse cara a cara con su señor, sin embargo, vio que ya no estaban solos. Ikino Torama estaba allí y no estaba seguro de cuánto había escuchado.

El emisario pareció muy complacido.

—Está bien. Mañana por la mañana partiremos. Ve a tu casa a buscar tus pertenencias.

Fue en el momento en que se iba a dar la vuelta que Ichiro se dio cuenta de que había una figura tras uno de los árboles que se apresuró a entrar en la casa. ¡Uno de los sirvientes de Torama San había escuchado todo y probablemente iba a advertir a su amo!

Kichiro se planteó por un momento correr a detener al criado que había visto perderse tras uno de los paneles móviles de madera. Pero se detuvo, eso sería como si tuviera algo que ocultar...

»Realmente no hay ningún problema, tan sólo estoy velando por la seguridad del invitado» pensó en su fuero interno.

Sabía que Torama no lo vería bien, pero no podía culparle por pensar en el bienestar de su clan. 

—¡Hai! Makeda-sama —respondió ante la propuesta del emisario con otra reverencia—. Con vuestro permiso, me marcharé para estar listo para acompañaros. Disculpadme por haberme presentado con este aspecto pero para mañana intentaré estar a la altura de vuestra augusta presencia.

Tras aquellas palabras se incorporó con la intención de marcharse.

Había abandonado aquel patio y estaba a punto de enfilar el camino que unos minutos atrás había encarado, cuando sintió un tirón en el brazo. Por un momento se planteó responder ariscamente, pero al ver quién era el que tiraba, refrenó su lengua:

—Torama-san... 

El rostro de Torama estaba rojo de ira.

—Vienes a mi casa sin invitación, insinúas que mi servicio no basta para atender a mi invitado y ahora ¡ahora conspiras con él para robar los pergaminos de mi shogun de los que siempre he sido custodio!

El embajador, que había presenciado la escena sin moverse, intervino:

—Torama-san: ¿osas negarte a cumplir las órdenes del Emperador?

El anfitrión estalló cegado por su rabia:

—¿Y cómo sé que no os habéis confabulado contra mí y que todo esto no es más que una mentira urdida con habilidad para robar los pergaminos?

¿Cuándo había desenvainado la espada? Eso es algo que ni el mismo Torama supo contestar nunca. Los caballos de la furia habían ido galopando desbocados desde su corazón hasta su mano y ahora el filo de la espada brillaba bajo la escasa luz del ocaso.

—¡No iréis a ningún sitio hasta que compruebe la veracidad de los hechos!

Makeda Tetsuo meneó la cabeza como si aquello no le sorprendiera en lo más mínimo. Su mirada se cruzó con la de Kichiro. Luego volvió hacia Torama:

—Entrad en razón. Sabéis que era el sello imperial y que estáis dejándoos llevar por la locura de vuestro celo. Se me advirtió que esto podía suceder y por eso decidí tomar precauciones. Por favor Torama-san. Pensad en vuestro honor. Estáis rebelándoos contra el Emperador y desobedeciendo a vuestro shogun porque la locura os ha velado la mirada.

—¡MENTÍS!— gritó un enajenado Torama alzando su espada.

Encontrarse con el rostro constreñido por el odio de Ikino Torama fue una experiencia casi aterradora para Matsumae Kichiro. Sin tiempo a procesar nada, de pronto se encontró entre el embajador y su, hacía una hora, camarada de armas. 

—Torama-san... Entra en razón antes de que sea peor. Vine porque quería conocer al enviado del Emperador... No hay ninguna conspiración escúchame —en ese momento Kichiro separó un centímetro su katana con la mano izquierda mientras que la derecha se mantenía a distancia prudente—. No te acusé de no ser capaz del servicio, simplemente quise ayudarte a asegurarte de que fuese brillante. Mentiría si te dijera que no esperaba de paso ganarme el favor de mi señor... Y es por esa misma razón por la que ofrecí mi espada a Makeda-sama.

Suspiró una última vez buscando apartar el bochorno y los nervios, una gota de sudor se deslizó por su sien, entonces inclinó su espada para facilitar su desenvainado si las cosas se ponían peor.

—No lo hagas, por favor... —suplicó.

—¡NO!

Torama san estaba fuera de sí. Su katana hizo un arco que Kichiro desvió en el último instante al desenfundar la suya. Tarde se dio cuenta de que esa era la intención del anfitrión que, aprovechando el desvío realizado por el defensor, se lanzó a por el emisario del Emperador. Cuando la espada de Torama atravesó el pecho del gordinflón fue el turno de gritar para Kichiro:

—¡NO!

Pero Makeda Tetsuo no sangraba. En lugar de ello se mantenía allí de pie, con una amplia sonrisa, mientras la katana se mantenía presa entre su carne. Luego rompió a reír:

—¡Esta vez has salido bien librado Torama san! ¡Pero algún día se te acabará la suerte!

Y entonces todo su cuerpo se desinfló como un globo vaciado de aire para dejar en el suelo un amasijo de piel sin forma. Torama recogió las ropas del suelo para limpiar su katana con un gesto de desagrado. Entonces fue cuando Kichiro comprendió:

—¡Era un oni!

El que había sido su compañero lo miró con un gesto que mezclaba cansancio y desprecio:

—Y tú preferiste creérlo antes que a mí.

—No podía saber...

—Fuera de mi casa.

Con aquellas palabras Torama se dio la vuelta para regresar al interior del palacio. Sabía que había ganado la primera batalla pero un oni no era tan fácil de derrotar. Volvería. Y tendría que enfrentarse de nuevo a él. Solo. Siguiendo sus corazonadas, aunque con ello pareciera precipitarse al vacío. Con coraje.

Otoño

Para cuando llegó el otoño habían pasado ya tres meses de aquel episodio. Matsumae Kichiro había enviado varias cartas con pulcra caligrafía intentado ponerse en contacto con Ikino Torama, hasta que acabó por desistir. En todo ese tiempo no se habían vuelto a encontrar, sin embargo, todo eso cambiaría con la boda. El protocolo exigía que todos los aliados fuesen invitados a aquel enlace entre la familia Ikino y los Makeda¹. 

Hasta el culmen de la celebración, momento en el cual ambos contrayentes habían intercambiado el sake, todo había ido a las mil maravillas: hacía un sol radiante, contaban con un escenario de excepción gracias a las hojas de los arces teñidas del característico color rojo de la estación y todos los invitados habían asistido sin excepción. La familia Matsumae también estaba allí aunque entre los distintos clanes era sabido que la relación entre ambas familias no era la que acostumbraba a ser antaño. 

La novia estaba radiante en su kimono de fina fractura, el novio como era tradicional vestía sobrio y elegante con ropas oscuras con el mon de su familia. 

—Enhorabuena Ikino-san² —felicitó Kichiro en cuanto llegó su turno. Había utilizado un tono formal y exento de toda cercanía—. También quería agradecerte por habernos permitido asistir a tamaño acontecimiento, aunque haya perdido el favor de Hibiki-sama³.

Torama asintió ausente a las palabras de su antiguo amigo. Aunque era la boda de su sobrina y debería estar feliz celebrándolo el samurai se encontraba ausente, como si no pudiera sacarse algo de la cabeza. Kichiro había escuchado rumores de que, desde su último encuentro, el comportamiento de Torama era errático. Había gastado una fortuna en que diversos monjes bendijeran su casa y el templo e incluso se rumoreaba que había viajado a visitar a un onmyoji¹ que vivía en una torre cercana al lago. Ahora, contemplando la mirada ida de su viejo amigo, Kichiro comprendía que fuera lo que fuera que hubiera pasado con aquel oni la cosa no había terminado.