Partida Rol por web

No sabía mucho de esa "cabra negra" que parecía estar detrás de lo que estaba ocurriendo, que no era poco. Pero podía llevarles ante Angus. Era lo único que podían hacer, pero era una buena idea. Angus parecía tener un enorme poder, ellos no representarían ninguna amenaza contra un ser así. Hasta le pareció escuchar una voz en su cabeza que le aconsejaba tener cuidado, y la cosa no era para menos. 

-No se que otra cosa podamos hacer, sino ir a ver a Angus. Tenemos que ir con cuidado, pues aunque estaría solo, que no lo creo, mucho es el poder que parece haber cobrado el rey de los sátiros.- Y ya había comenzado a caminar, pero hacía mucho que no había comido no bebido. Así que provechando que estaban en un lugar civilizado, le pareció oportuno, tratar de calmar su sed y apetito antes de volver a los infortunios.

-Perdón por las molestias, pero no sería posible que nos ofreciesen algo de comer y de beber, antes de volver a ponernos en camino, y más en esta ocasión donde el destino puede ser mortal.- Y trató de poner la mejor de sus sonrisas, a pesar de todo lo que les estaba pasando. Se le hacía la boca agua con tan solo pensar en una buena chuleta, y casi se mareaba de pensar en un buen jarro de vino fresco. Algunas cosas volvían a la normalidad, Coreso, no dejaba de ser alguien a quien gustaba, y mucho, disfrutar de buena comida y bebida, si era posible. Y por unos minutos, nada malo podría ocurrir, y ellos estarían en mejores condiciones para afrontar las dificultades a las que a buen seguro tendrían que hacer  frente. 

Solon dio un par de paso atrás, aturdido, cuando acabó de lanzar el hechizo. Observó con satisfacción como el sometimiento había surtido efecto, pero también observó con algo menos de emoción que su transformación en sátiro era ya completa. ¿Tendría ocasión de recuperar su cuerpo? ¿Importaba?

- Quieta - ordena el anciano con voz firme, para unirse seguidamente a Coreso -. No sería mala idea reponer fuerzas durante unos instantes, aunque no tenemos mucho tiempo que perder. ¿Presumo que pretendéis acompañarnos? - inquiere viendo como Gerékatos se pertrecha nuevamente - Tal vez por el camino podáis contarnos algo de ese curioso búho que vigila todo lo que hacemos.

¿Quién es esa Afrodita? ¿Alguna diosa del panteón griego? o ¿Alguna diosa pagana?

Galia se detiene de golpe cuando su nuevo amo la hace parar. Se queda ahí de pie, sin decir nada, esperando nuevas órdenes. 

Gerékatos accede. A decir verdad, no le viene mal descansar un rato, puesto que la resurrección no le deja a uno el cuerpo muy católico. Éste os lleva hasta unos troncos talados a modo de banco en el que los locales seguramente echan su rato de esparcimiento. El lugar es idílico, rodeado de flores y conejillos.

—¿Cómo que quién es Afrodita, amazona? —pregunta el silvanio, realmente extrañado. Está empezando a confiar en vosotros, aunque aún sienta la lanza de Ahelena atravesarle el pescuezo. Se estremece—. ¿De qué guindo te has caído? ¿Nunca has recibido el favor de ningún dios? —suspira—. Te compadezco, amiga mía, nunca es tarde para ganárselo. 

El niño-jabalí os ofrece unas flores y raíces y carne encurtida de algún animal de caza. Mientras come, mira fascinado a Dafne.

—Tú eres una náyade, ¿verdad? —dice con admiración—. Tú no te has convertido en sátiro como los demás. Debes ser muy fuerte, seguro que has vivido mucho —parece un niño pequeño, ilusionado—. ¿Cómo has terminado aquí? Soy muy amigo de las dríades, pero nunca he conocido a una náyade.

Aquel era un estupendo lugar para tomar un refrigerio, y descansar un poco. Pero también para rezar un rato a su dios, y hacer un ritual de celebración, aunque solo fuese de que seguían vivos y de que tratarían de llegar al final del asunto. Saco su pelliza de vino, y derramo un poco en cada punto cardinal, del bello lugar. Y luego pensó y dedico sus mejores pensamientos a su querido Dionisio, señor del vino.

Aquello le hizo sentirse mucho mejor, sus milagros funcionaban, y aunque Angus ocupase temporalmente el lugar de su dios, intentarían cambiar esa situación, seguro que encontraban una solución. En lo profundo de su mente, le daba vueltas la cabra negra.

-¿Alguien sabe algo de la cabra negra? Parece que ese poder esta detrás de todo lo que esta ocurriendo. Me suena algo, y estoy tratando de recordar la historia.- Y comió y bebió, celebrando la vida y la amistad. Coreso era feliz, y ni que le quitasen su dios, o que le cambiasen el cuerpo por el de un sátiro, podría apagar su alegría durante mucho tiempo.-Celebro estar rodeado de tan buenos amigos, así las alegrías serán mayores, y seguro que todos juntos, podremos devolver las cosas al lugar en el que deben estar.-

Sonrió al niño/jabalí y asintió -Si, soy una náyade, pues la verdad no he vivido demasiado, creo que no me convertí en sátiro porque no bebí del vino que hacen aquí, visto lo visto, todo esta ligado a ese vino, así que me alegro de no haber bebido, aunque realmente no me llamaba eso la atención, no vine por el vino, ni mucho menos, era una oportunidad única para conocer de cerca humanos- bajo la cabeza, algo triste -aunque me he arrepentido de eso- levanto la vista hacia el muchacho y mirándolo con aquellos ojos dorados al del chico, le dijo -Siento muchísimo como te trataron, lo que te hicieron, no tienen ningún respeto por la naturaleza, igual el único que se salva es Coreso- no pensaba prestar mayor interés por la amazona, en lo que a ella respetaba era un monstruo, era un alivio que no pudiese reproducirse.

Miro a Coreso y rio ante sus palabras, luego algo le vino a la mente -Hay una lechuza que nos sigue desde hace rato ¿es uno de los vuestros?- dijo curiosa, pues juraría que aquella lechuza les advirtió.

Todas las reinas amazonas son hijas de Ares y veneramos a este en la guerra, a Artemisa cuando cazamos y a Ceres cuando recogemos lo sembrado. No tenemos más dioses que esos, ni los necesitamos.

Se gira hacia la bruja de agua. A veces creo que me miras mal mujer de agua... ¿Acaso te molesta que haya matado a un jabalí que nos había atacado previamente y sin razón? Acostúmbrate a que, en este mundo que estás explorando, o eres la presa o eres el cazador, no hay término medio y si dudas seuramente acabes con las tripas en el suelo y fuera de tu cuerpo.

Miro a la amazona arqueando una ceja -me da mucha lastima que pienses asi, lo siento mucho por ti, pero no todo es blanco o negro, tienes la prueba en nuestro amigo- luego nego con la cabeza -pero no intentaré razonar con una persona como tu y si quieres seguir discutiendo, lo harás tu sola- dejo de lado a la amazona y volvió a mirar a Gerekatos - ¿conoceis y benerais a Afrodita?  El noventa por ciento de nosotras somos consideradas hijas de Afrodita-

Pero qué demonios... ¿Todas las mujeres de agua sois tan prepotentes? ¿Acabas de llegar a este mundo a visitar a sus moradores y ya te crees con derecho para juzgarnos con tus remilgos?

Si vienes de un mundo en el que el cielo siempre está teñido de arcoiris, en donde los pegasos cagan fruta escarchada y la comida siempre abunda, me parece genial, pero en este mundo, lo que has visto hasta ahora por parte mía y de Soron, es simple supervivencia.

Crueldad, como tu la llamas, es que vayas con tu marido de vuelta del pueblo vecino al tuyo, por un camino que has hecho mil veces en ambos sentidos, y de repente siete hombres maten a tu marido, te roben, violen y te dejen moribunda al lado de un charco de tu propia sangre.

Justicia para esa chica es lo que hice yo cuando la encontré y murió entre mis brazos llorando y pidiéndome ayuda mientras yo veía que no había nada que hacer para salvar su vida. La única ayuda que podía prestarla es combinar los dones que me otorgaron Ceres y Ares al nacer, vengarla cazando a aquellos hijos de mala perra haciéndoles sufrir lo mismo que sufrió ella.

Así que si vas a seguir juzgando te recomiendo que sea después de vivir un poco más en el mundo real de los humanos. Ahora si quieres no respires y enfurrúñate, tuerce el morro como una niña pequeña y sigue tu camino si quieres.

Solon observó como Galia obedecía sus órdenes sin chistar. Hacía muchos años que no hacia uso de ése hechizo, pero estaba por jurar que jamás había tenido antes un efecto tan potente. ¿Acaso la maldición del sátiro había dado fuerza a sus hechizos?

Gerékatos no parecía confiar aún demasiado en ellos, y mucho menos parecía dispuesto a responder sus preguntas sobre la extraña lechuza que les seguía: había optado por ignorar sus preguntas. Tal vez la nyade tuviese más suerte: a fin de cuentas, parecía caerle en gracia.

Solon se sentó en la hierba, aprovechando para comer lo que le ofrecieron los aldeanos y de meditar un poco: el último hechizo le había dejado agotado. El anciano no puedo evitar sonreír al escuchar como Dafne y Ahelena discutían, aunque no quiso intervenir. Era evidente que ambas mujeres tenían maneras muy distintas de ver las cosas. Se preguntaba como actuarían cuando estuviesen frente a Angus.

Miro a la amazona sin alterarse lo más minimo, luego se encogió de hombros y la dejo por imposible, no tenia sentido discutir con una persona, que para ella, no sabia mas que escucharse a sí misma, su atencion se fijo nuevamente en el joven, que era lo que le interesaba ahora.

El silvanio come de buen grado las raíces, como si fuesen un auténtico manjar, compartiéndolas con vosotros. Mira con atencíón a Coreso celebrar su ritual, algo divertido; no es que pasen muchas cosas en el bosque. Cuando el sacerdote bebe de su bota de vino, parece recuperar sus fuerzas, pero sus cuernos crecen un poco más por encima de su largo pelo dorado.

—Ni siquiera nosotros sabemos mucho más de la Cabra Negra —admite Gerékatos—. Sólo sabemos que no pertenece al Panteón y que a Ártemis no le gusta porque corrompe la Naturaleza y eso la debilita —suspira.

Después, las dos mujeres comienzan a discutir y Gerékatos no sabe dónde meterse. Siente que ha provocado esa discusión y, ciertamente, no le gusta la confrontación. Tal y como piensa Solon, son dos mujeres con visión muy distinta de la vida.

—Vaya, siento mucho lo de tu marido, Ahelena —dice con pesar el silvanio—. Seguro que lo has tenido que pasar muy mal —entonces se le quiebra la voz. A fin de cuentas, su hermana acaba de fallecer a manos de Galia y sus secuaces—. Pero mi hermana Yékata ha vuelto con la tierra —se consuela, secándose las lágrimas—. Al igual que todos los seres tras morir, sobretodo los adoradores de Ártemis. Ahelena, me alegra saber que tú también la veneras —dice con una triste sonrisa, posando su mano con dulzura sobre el antebrazo de la amazona, lleno de pelo carmesí.

Después, se dirige a Dafne.

—Espero que encuentres lo que buscas, Dafne —dice de corazón y sonríe de nuevo—. Aunque no haya sido la mejor opción venir, no estaba en tu mano, y por lo menos he podido conocer a una náyade. Y, volviendo a tu pregunta de la lechuza... —dice mirando hacia la copa de uno de los árboles, donde se ha posado de nuevo la lechuza sin que os hayáis enterado—, los ancianos del pueblo dicen que son animales sagrados. Que Ártemis nos vigila a través de ellos y cuida de nosotros.

Finalmente, la lechuza se posa en el suelo, como asintiendo ante sus palabras. Es casi tan grande como el silvanio, que mide algo más de metro y medio. Irradia un aura de pureza tremenda. Ulula y bate las alas. En su pico, lleva una flauta tallada en una rama de madera caoba.

—¡La flauta de Yékata! —exclama el silvanio. Tiende la mano para cogerla, pero la lechuza se aparta. «Aquí no. Seguidme», resuena en vuestras mentes la misma voz que os ha advertido hace un rato al querer salir de la aldea.

Realizar el ritual de comunión con su dios, que ya no tenía claro quien era, le lleno de paz y de júbilo. Estaba a gusto, a pesar de que su cuerpo había cambiado hasta convertirse en el de un sátiro. Tras el ritual ,comió alguna de aquellas raíces, y hasta le gustaron. Tan solo la discusión entre sus dos compañeras le hizo fruncir el ceño.

-No creo que debamos discutir entre nosotros. Lamento mucho tu pérdida Ahelena, como la tuya Gerékatos. Pero son muchas más las vidas que están en juego, y debemos estar unidos. Si estamos aquí es porque cada uno podrá ayudar de diferente manera, unos con la fuerza y otros con magia, milagros o como sea. Pero todos tendremos nuestro papel, en esta importante tarea. Así que no debemos discutir, sino estar unidos.-

Aquella cabra negra que corrompía la naturaleza, habría cambiado a Angus, el cual posiblemente se habría convertido en un peón, para lograr oscuros y negros objetivos. Tenían que parar aquello, si es que esto aun era posible. 

La enorme lechuza, volvió, esta vez le quedo claro que era ella quien les hablaba, en sus mentes. Tenía una flauta, sería aquella flauta mágica de la que les habían hablado, y quería que la siguiesen. 

-Esta puede ser la oportunidad que estábamos esperando, con la flauta y siguiendo a este ser, con aspecto de lechuza, puede que logremos cambiar lo que esta pasando. Vayamos alegres, pero no confiados, sino alertas y preparados, por lo que podamos encontrarnos. El poder de estos enemigos, supera lo humano, acercándose más a lo divino o demoniaco. No creo, que ni aun con la flauta, sea sencillo derrotarles.-

Solon asintió pensativo a las palabras de Coreseo, sin quitar el ojo de encima a la lechuza que parecía hablarles. ¿Sería el ave una especie de oráculo de Ártemis?

El hechicero se incorporó, y se dispuso a seguir a la lechuza, no sin antes pararse junto a Galia y ordenarle que les siguiese.

Las amazonas no tenemos la necesidad de tener ni maridos ni hombres, en Temiscira las amazonas nos encargamos de todo, una vez al año buscamos un guerrero que nos deje en estado y volvemos a casa para criar a nuestras hijas en la cultura amazona. 

Creo que habéis entendido mal la historia que os he contado, o quizás yo me he explicado de forma confusa. En la breve historia que os he relatado yo soy quien encontró a la mujer y fue en busca de los responsables.

Jabalís que se convertían en hombres, lechuzas mágicas con flautas aún más mágicas. Aquello la empezaba a inquietar en demasía.

De acuerdo con la proposición del ateniense, Solon ordena a Galia que se ponga en marcha. Gerékatos se encuentra totalmente determinado para salvar a su tierra y vengar a su hermana.

Mientras Ahelena rezonga, el silvanio se escapa un momento a hablar con un grupo de compañeros suyos. Aunque tampoco aparentan más de quince años, parecen más ancianos; las vestimentas son como de chamán o sacerdote. Le dibujan un símbolo en la frente con barro antes de despedirse de él. Después, se abrazan y Gerékatos se arrodilla en señal de respeto.

Cuando vuelve, emprendéis la marcha. La lechuza alza el vuelo y os va dirigiendo hacia el interior del bosque.

* * * * * 

Estáis un buen rato andando por senderos difíciles. En algunos casos, es prácticamente imposible pasar debido a la vegetación y tenéis que cortar ramas con la espada de la amazona o realizar algún que otro truco. Gerékatos, que ya se encuentra bastante más recuperado tras un tratamiento realizado por la curandera, se mueve en el bosque como pez el agua. Sin embargo, no es vuestro caso.

Por fin, llegáis a un claro. 

En medio del claro hay una estatua con la cara de una mujer. La estatua recuerda mucho a las otras que habéis encontrado por el bosque e incluso las que presidían la entrada al recinto ferial. Sin embargo, esta tiene algo diferente a las demás del bosque: está limpia, brillante, cuidada; y tiene una corona de flores cambiadas hace poco.

La lechuza se posa sobre la estatua y ulula con energía. Se agita y mueve el cuello, estirándose.

—Héroes —dice la misma voz en vuestras cabezas. Los ojos de la lechuza se iluminan—. Esta tierra se encuentra en grave peligro. Sé que, a excepción de Gerékatos, sois recién llegados —el silvanio se azora—. Gerékatos, siento lo de tu hermana. Estos visitantes son nuestra última oportunidad, pues han demostrado ser dignos de confianza. 

El ave abre sus grandes alas y un calor os inunda el pecho.

—Aceptad mi bendición, héroes —dice, entregándoos su poder—. Convertíos en mis agentes divinos para terminar con esta plaga que asola Silvania. 

Solon sintió como un extraño poder le recorría el cuerpo mientras recibía la bendición de Ártemis. Jamás había sido alguien propenso a creer en dioses, pero era evidente que ahora necesitaba toda la ayuda que fuese posible, y aceptó este poder de buen grado.

Mientras sentía fluir el poder, su túnica empezó a brillar, tomando un tono verde claro mientras la parte trasera de ésta empezaba a cubrirse de pelo castaño.

Aquella lechuza resultó ser un avatar de la propia Artemis, que les convirtió en sus agentes, vertiendo su bendición sobre ellos. Esto hizo que todo el cuerpo de Corese se estremeciese al notar los dones de la diosa. Una profunda sensación de paz y serenidad le invadió, no estaban solos, al menos Artemis estaba mas que interesada en acabar con aquella locura.

-¡Muchas gracias Artemis! Me honras con tu confianza, y espero no defraudarte.- Y luego, viendo aquellos objetos, el pensó que como no iba armado, y se acercaban conflictos, lo más sensato sería coger aquel arco. 

-Compañeros, si no tenéis inconveniente cogeré el Arco de Ártemis, ya que como sacerdote ningún arma tengo, y mucho me temo que los problemas a los que tendremos que hacer frente, van a requerir algo más que palabras.- Tras lo que cogió el arco, lo balanceo y vio que aun recordaba como se manejaba aquel arca con la que de joven fue diestro, pero que hacía años que no utilizaba. 

Escojo la "Brida de la Doma".