Partida Rol por web

Ha llegado el día.

El día en que habréis de defender el honor de vuestro nombre y de vuestra Casa. Habéis viajado desde muy lejos, cruzando los océanos del tiempo, con vientos favorables y otros que no lo eran tanto. Tormentas y vientos calmos os han traido hasta aquí. pero el viaje ha concluido.

Vais entrando en el gran salón. Os han llamado por vuestro nombre, vestidos con vuestras mejores galas...o al menos las más limpias.

Ante vosotros, el mayor salón que habéis visto nunca en vuestra vida. Ni siquiera en Desembarco del Rey habéis contemplado tal derroche de ostentación y lujo por doquier. Ya os dijeron que era una ocasión especial, pero nunca imaginasteis algo así. Os hacía sentir pequeños y humildes.

Una gran mesa en el centro colmada de viandas, platos de oro y cubiertos de plata, copas ornamentadas de hermoso cristal y joyas. Hay quince sillas dispuestas en la mesa principal, pero vosotros solo sois ocho. Sin duda más gente acudiría al gran evento pero aún no habeis podido verlos.

Al final de la gran sala hay un estrado y una mesa sobre él, colocada en perpendicular a la vuestra. En ella dos asientos; uno de ellos era, sin lugar a dudas El Trono de Hierro. ¿Cómo había llegado hasta aquí? No importaba demasiado. Junto al imponente asiento del Rey de los Siete Reinos había otro trono más pequeño, destinado, evidentemente al consorte del Rey. O Reina. No sabéis bien quien lo ha de ocupar.

Un gran perímetro vacío rodea a la gran mesa y varias decenas de mozos y mozas esperan pegados a la pared. Parece que serán vuestro servicio esta noche.

Parece que no hay más puerta que aquella por la que habéis entrado. Quizás eso resulte tranquilizador...o no. Sólo había una entrada...sólo había una salida. Aún está abierta a vuestras espaldas y dos guardias vestidos con armadura completa la custodian. Imposible discernir sus rostros. 

Unos pocos pasos os separan del banquete. Nadie ha dictaminado cómo os debéis sentar, así que podéis asumir que no hay un protocolo al respecto. 

Un cuarteto de juglares están situados al fondo izquierdo de la sala. A una señal desconocida, empiezan a tocar una música alegre que invitaba a un medido jolgorio.

El día había llegado, y aunque largo tiempo había esperado Jorah porque llegara no podía evitar sentir un homigueo en su interior.  Hacía mucho tiempo que no ponía los pies en los siete reinos desde que fue desterrado, muchos fueron los recuerdos que venían a la mente del mercenario conforme avanzaba hacía el gran salón.

Había pasado los últimos tiempos escondido, despojado de su propia identidad empezando desde cero muy lejos de casa pero en todo ese tiempo no había olvidado el olor de poniente, sus castillos, sus gentes, sus armaduras y caminos.

Jorah había obtenido un salvoconducto para participar en aquel torneo, ni tan siquiera el mismísimo lord Stark podría tocarle fuera del terreno de combate, quizá fuera el destino que fueran sus ojos los primeros que vio al entrar en el gran salón.  Momornt no bajó su mirada que pronto fue recorriendo cada uno de los participantes en el torneo.

Era cierto que Jorah no era un nombre, ni tan siquiera un caballero, tan solo un mercenario con un nombre que limpiar y mucho que demostrar.

El momento de la verdad estaba por llegar, pero antes tendría oportunidad de relajarse. Él disfrutaba de los banquetes, pues eran una oportunidad para vestirse bien, bailar, comer y sobre todo divertirse. Ya mostraría luego que una rosa por más bella que sea tiene espinas y ésta en específico las tenía bastante afiladas. En más de una ocasión sus oponentes cometieron el error de subestimarlo, el Mata Reyes uno de ellos, y todos sin excepción terminaron con las nalgas y su orgullo en el suelo. Loras se estaba convirtiendo en uno de los mejores caballeros de los Siete Reinos. 

Al escuchar su nombre la rosa más bella de los siete reinos hizo su aparición. Orgulloso, con la frente en alto y luciendo un traje magnífico que tenía el emblema de su casa bordado en oro. Todo el esplendor de la casa Tyrell quedó manifestado en esa entrada. El joven, pero curtido, caballero dedicó una sonrisa a la gente que ya estaba presente haciendo que más de una dama impresionable soltara un suspiro indiscreto. No pocas eran las mujeres que añoraban que el noble Tyrell se fijara en ellas y aunque él parecía tener ojos para todas, en realidad solo los tenía para alguien cuya llegada al banquete aguardaba. 

Oberyn entró en la sala con la actitud de príncipe que se esperaba de él y tras un breve vistazo a la disposición de la sala, buscó un asiento que le hiciera la noche más amena. Se alegró de que Ser Barristan también acudiera al torneo, pues podría vengarse por la derrota sufrida a sus manos en otro torneo en Bastión de Tormentas. Fue cuando vio a Ser Loras que decidió que él sería su acompañante esa noche, pues era con quien más se podría divertir.

- Ser Loras, es un placer veros aquí. - Saludo al caballero con una nímia reverencia. - Pensaba que vendría vuestro hermano Willas a representar a vuestra familia. 

Tras un fingido silencio de reflexión, el príncipe de Dorne siguió hablando. 

- Lo olvidaba, quedó tullido al enfrentarse a mí, que desafortunado accidente el que sufrió. Espero que no tengáis tan mala suerte como vuestro hermano, pues sería una desgracia para vuestra casa que varios de los hijos de Lord Mace quedaran relegados a una vida con impedimentos. 

Sin duda era de conocimiento público la enemistad entre ambas familias, pero la víbora esperaba provocar al hijo menor de los jardineros para que cometiera alguna hipocresía que avergonzara a su familia ante el elevado público que allí había acudido. 

Al enunciar mi nombre entro dentro de la sala extrañándome que solamente tenga una puerta a la vista. Debe haber además tres más, una que comunique con las cocinas, la del cuerpo de guardia, y la de los aposentos privados de la familia que gobierna aquí.

No sé muy bien como he acabado aquí. El encontrarme con Jorah Momornt es una cosa que me fuerza a controlarme, soy un invitado y debo respetar las leyes de la hospitalidad, no puedo hacer otra cosa por mucho que desee aplicar la sentencia. Me tengo que limitar a aguantar aquí y ahora su mirada sabiendo que soy un esclavo de mi honor.

Saludo con un gesto al joven de los Tyrell y al Príncipe de Dorne, nunca se me han dado bien los modos de la corte, el otro presente. Señalo el número de asientos acercándome a él. – Príncipe Oberyn, Ser Loras. Me habían dicho que seriamos ocho. ¿sabéis a quien están destinados los demás lugares?

La presencia del trono de hierro centra mi atención, después de intercambiar las primeras palabras, acercándome al estrado donde se encuentra sin subir a él. He visto el real, puede que este no sea tan parecido, al fin y al cabo. Cuando llegue Ser Barristan podrá sacarnos de dudas, ha estado décadas junto al Trono de Hierro.

Ser Jaime ingresaba a aquel salón con el porte propio de la casa Lannister, orgulloso e imponente con una media sonrisa en su rostro, había elegido un rico traje color escarlata oscuro con botonadura en oro viejo y en el pecho el león rampante propio de la Casa Lannister bordado en oro y algunos rubíes parecía revolverse inquieto queriendo gritar a toda la concurrencia que uno de los linajes mas importantes de todos los siete reinos había llegado.

Acostumbrado a ser el centro de atracción ya que su apellido y presencia era imposible obviar, Ser Jaime sonrío a toda la concurrencia asintiendo con la barbilla de manera educada como seña de saludo, a paso moderado al primero que vio fue al Jorah Mormont, se preguntó como había hecho para colarse a tan importante torneo pero igual no le dio mucha importancia, pues de todos modos mordería el polvo bajo los cascos de su preciado Argento.

Al seguir avanzando rumbo a algún lugar en la mesa no pudo mas que suspirar al detenerse un instante ante el imponente y preciado trono de Hierro, aquel en el que hacia bastante tiempo se hubiera permitido sentarse y deleitarse por unos segundos desde una perspectiva casi divina, siguió su camino lentamente dejando atrás aquellos recuerdos.

El siguiente rostro conocido que se cruzó en su camino fue el de Ser Loras Tyrell al cuál le dirigió una breve e hipócrita sonrisa asintiendo con la cabeza, si bien había antiguas cuentas que saldar, Ser Jaime ya lo tenía medido y no le sería difícil deshojar aquella flor, aún cuando ya había probado en carne propia el desagradable filo de sus espinas.

Del príncipe Oberyn Martell no tenía mucho que decir, había escuchado decir que la víbora roja era excelente con el dominio de la lanza pero en un torneo lo que cuenta es el dominio de un buen caballo, otro que mordería el polvo si se llegaban a encontrar en el campo de justas con él.

De última instancia se encontró con Lord Stark el duro huargo norteño y Ser Jaime decidió que este último sería una buena compañía para charlar en aquel banquete.

-Señores, Ser Loras, Príncipe Oberyn, Lord Stark, Jorah... un enorme placer encontrarlos en este lugar esta noche.- Ser Jaime hace un ademán para que uno de los sirviente le lleve una copa de vino mientras toma lugar entre aquel singular grupo.

Llegué a la entrada del gran salón bastante nerviosa. No era muy dada a las celebraciones y confraternizaciones de los torneos. Hubiera preferido quedarme en mi tienda royendo alguna pata de cordero, pero no podía faltar a la cena de presentación. Sería un deshonor para la Casa Tarth y para su padre Selwyn. Tendría que aguantar las burlas de algún estúpido caballero que la llamaría por sus apodos: Brienne la Bella o la Doncella de Tarth. Todos se emborracharían y al final alguno terminaría con algún diente menos...

Respiré hondo y entré. El salón era enorme, con una gran cantidad de sirvientes esperando en los laterales. Algunos aspirantes ya habían llegado y estaban sentados en una mesa de grandes dimensiones. Con mi andar marcial, recta como un palo, me dirigí a sentarme al lado de Jorah Mormont. De todos, era el único que no tenía título y no se le veía muy hablador. Sería la compañía perfecta durante la cena.

Antes de sentarme, hice una ligera reverencia y saludé a los asistentes.

-"Señores, es un honor compartir mesa junto a tan magnos y diestros guerreros."

Las palabras se me atragantaban en la garganta. Tuve casi que escupirlas. El nerviosismo se estaba apoderando de mi interior, aunque guardé la compostura. Llevaba puesto unos ropajes de cuero, como los de cualquier buen guerrero, con la marca de mi casa grabado en el pectoral. Eran ropas con las que me sentía cómoda y no con los vestidos de las mujeres de la corte. Me senté muy rígida y bebí un poco de agua, ya que no solía beber alcohol.

-"Jorah Mormont, supongo." Dije mirando fijamente a mi contertulio de enfrente.

De vez en cuando echaba miradas furtivas a la entrada, esperando ver entrar a mi amado Renly. Solo de pensar en él, mi corazón se desvocaba, llevando toda la sangre hacia mis pecosas mejillas. Era un sueño poder estar tan cerca de él.

El mismo contesto cortesmente Jorah a la mujer, y vos puedo decir sin riesgo a equivocarme que sois Brienne de Tarth, no es nada común ver a una mujer en un torneo, sin duda vuestra fama os precede.

Jorah saludo igualmente al resto de contrincantes de manera correcta, puede ser que fuera un mercenario y muchas otras cosas pero sin duda Momornt sabía como comportarse y no era ni mucho menos un bárbaro.  En mayor o menor medida tanto él como Brienne poco les importaba al grupo de caballeros y nobles pero sin duda pudo sentir la mirada de Ned Stark con un rencor especial.

El salón era sin duda magnifico y estaba a la altura de un evento como ese, Jorah tenía ganas de que empezara el torneo pues sin duda se desenvolvería mucho mejor en la arena que en la mesa.

Sin duda será más de uno quien prefiera la justa a la espada, en mi caso no tengo dudas de que es la espada la que se ajusta más a mi.

-"Gracias sir, pero no creo que tenga buena fama por intentar ser caballero. La mayoría no acepta que una mujer sea mejor con la espada que ellos. Por cierto, escuché hace tiempo que estaba exiliado fuera de Poniente. ¿Qué ha pasado para que vuelva aquí a participar, aún a riesgo de perder la cabeza? Si me permite hacerle la pregunta..."

Giré levemente la cabeza y miré de refilón a Lord Eddar Stark, Guardián del Norte. Sabía que fue él quién le juzgó y le encontró culpable. Al verse las caras aquí, seguro que saltarían chispas de sus ojos.

-"Espero no incomodarle. La vida de cada uno es privada y no tiene que contestarme sino quiere, pero quería comentarle que yo también he oído hablar de usted, y para bien. Erais el señor de la Casa Mormont. Durante la rebelión de los Greyjoy fuisteis uno de los primeros en tomar el castillo. Y ganasteis el torneo de Lannisport. Todo eso dice mucho de vos, sir."

A veces era muy ruda hablando y era directa en los comentarios, como el filo de mi espada. Estaba algo intrigada por la vuelta de este hombre, gran combatiente hace unos años, distinguido incluso por el rey Robert.

Jaime Lannister analiza a cada uno de sus oponentes de manera discreta mientras bebe el vino que le han llevado en una exquisita copa bellamente forjada en oro.

Le llama la atención al nula presencia de Lord Renly y Ser Barristan, al final se encoge de hombros la noche es joven y después de esta breve presentación prefiere deslindarse aunque sea por unos instantes de la justa, después de todo para eso era un banquete de presentación, una última cena para algunos y para otro el principio de la gloria obtenida a través del triunfo del torneo entre pares.

Acepto gustoso el saludo de ser Jaime Lannister. – No es una sorpresa que asistáis a un torneo, Ser Jaime. – Señalando hacia el Trono de Hierro. – No puede ser el auténtico, ¿no?

Un hombre directo y que si decide hacer una cosa la hace el mismo. Sí mato al Rey Loco, pero solamente murió poco antes de que yo llegara a su lado y Hielo pusiera fin a su vida. Alguna nueva locura debía estar a punto de llevar a cabo, no me lo imagino haciendo algo indigno de lo que proclaman los códigos de los ungidos por los Siete Oleos. Su padre nunca lo hubiera hecho con sus propias manos, y menos quedarse allí aceptando que todos lo supieran, habría dado la orden en secreto y se habría asegurado de estar en una de las Ciudades Libres en aquel momento.

Cuando le sirven el vino me dirijo a quien lo ha hecho. – Una jarra de cerveza fresca, norteña evidentemente.

En ese momento aparece una mujer que no va vestida como tal, algunas muy próximas a mí, si les dan a elegir tampoco era lo que preferían. En un primer momento no estoy seguro de quien puede ser hasta que se pone a hablar con Jorah y éste dice su nombre. El que halague al Mormont hace que pierda puntos ante mi habiéndola llegado a comparar a mi hermana Lyanna y una de mis hijas, Arya.

Vestido con la inmaculada armadura blanca de la Guardia Real Ser Barristan hace su entrada, reuniendose con el resto de caballeros con quienes habrá de disputar la justa. Algunos de ellos son hombres de reconocida valía en el campo de armas como Lord Eddar o el Prínicpe Oberyn. O incluso el Matarreyes aun cuando uno pueda dudar de su carácter no puede dudar de su habilidad.

Mi señor Stark, Principe Oberyn os doy la bienvenida a Desembarco del Rey en nombre del Trono. Saludó al Lannister con un asentimiento de cabeza. Mientras tomando una copa observó al resto de participantes.

Esos eran más dudosos, un caballero norteño del que apenas había oido hablar, el pusilánime hermano de el Rey y un muchacho imberber. Y lo que más lo agravaba esa mujer, esa doncella, que inisistía en pasearse disfrazada de hombre de armas. Con severidad le llamó la atención.

Mi señora de Tarth, os ruego por favor que pongais de inmediato fin a esta patochada. Os ruego que os retireis ahora antes de que por vuestra doncellez y delicada condición sufrais daños u os pongais en evidencia.

Al oír que alguien entraba, giré rauda la cabeza, esperando ver a Lord Renly. Pero no era él, sino el jefe de la Guardia Real, ser Barristan Selmy. Uno de los más afamados guerreros de todos los tiempos. Mi cara mudó a blanco cadáver cuando me dirigió esas duras palabras. No me esperaba ese tono de él, ya que había oído que era un hombre benévolo, de buenos modales y no un bocazas machista.

-"Me temo mi señor, que eso es imposible. Si estoy aquí es porque mi fuerza y mi destreza con la espada me han otorgado el derecho a competir en este torneo. Quizá deba rogarle a usted, dada su avanzada edad, que se retire antes de que se haga daño al montar en su palafrén y quede en evidencia. A su edad, una rotura de un hueso puede ser desastrosa, ya me entiende..."

Mi mirada era de desafío, no me achicaría ante nadie, ni aunque fuera un fabuloso guerrero como él. Le aguanté la mirada sin siquiera pestañear, recta en la silla, sudando a mares por debajo del jubón de cuero. La tensión se podía cortar con un cuchillo perfectamente. Desgraciadamente, a lo largo de mi vida, había tenido que lidiar con situaciones así muy a menudo... demasiado a menudo.

Divertido ante aquella situación entre Barristan y Le Tarth Jaime no puede más que solicitar más vino, una vez que rellenan su copa se incorpora sonriendo y alza en tono de brindis.

-Propongo un brindis, uno de muchos que se realizarán esta noche, brindo por la casa de Tarth quién nos ha enviado a un digno representante el cuál mañana temprano habrá de demostrar su valía...- Con un saludo de cabeza sonrío a Ser Barristan al cuál no podía permitirle que olvidará sus modales de caballero capa blanca a la que alguna vez represento el Lannister y aunque Brienne de Tarth portara armadura, seguía siendo una dama.

Además Jaime tenía curiosidad por probar las habilidades de Brienne de Tarth en el campo de justas.

El príncipe de Dorne no podría haber pensado un espectáculo mejor para acompañar la cena y, habiendo apenas bebido, rió ante toda aquella actuación, para luego aplaudir sonoramente al tiempo que se levantaba de su silla. 

- Bravo, magnífico, sublime. - Entonó en alto ante el teatro representado. - No os preocupéis joven dama, el guardia real sólo teme perder ante alguien más joven, más aún si es mujer, así que os ataca para minar vuestra moral para mañana. 

Oberyn gustaba de molestar a ser Barristan que, dada su edad, había terciado su carácter a uno más intolerante e intransigente. 

- Así que, joven dama, dadle una jubilación adecuada mañana en el torneo y disfrutad del banquete esta noche. Si os cansais de la actitud tan cínica de este sector, mi copa y yo os reservamos un asiento a nuestro lado. - Dijo alzando su copa antes de volver a su asiento. - En Dorne sabemos que una mujer es igual de capaz que un hombre. 

Me desconciertan las palabras del comandante de la Guardia Real, alguna cosa debe haber ocurrido que desconozco.

Antes de hablar lo hace su compañero de la guardia real.

– Me sumo a vuestro brindis, – levantando mi jarra de cerveza mientras busco la mirada de Jorah. – Podríais ilustrar a los demás relatando las tradiciones de las mujeres de la Isla del Oso. Indudablemente las conocéis mucho mejor. Nunca me han molestado como sabe todo el Norte.

El tono es amigable sin recriminación hacía ninguno de los presentes.

Jorah esbozó media sonrisa al escuchar a la mujer, una mueca que denotaba cierta nostalgia.

Hace mucho tiempo que no uso el titulo de ser, aquello fue otro tiempo cuando aún era alguien... antes de todo.  Es algo que no sirve de mucho fuera de poniente me temo.

Echaba de menos estas tierras, mucho tiempo ha pasado y después de mucho tiempo he encontrado algo por lo que luchar de nuevo.

En aquel momento Ser Barristan hizo su ofensivo comentario el cual no debía quedar sin contestación y fue Jaime Lanister quien propuso un brindis al que todos parecieron unirse, Jorah se levantó con su copa mientras.

Estoy seguro de que Brienne sabe defenderse y no dudare en cubrir una apuesta si se enfrenta a vos dijo mirando a ser Barristan.

Por último Lord Stark se dirijió directamente a Jorah.  Las mujeres de la Isla del Oso son fuertes y valientes como todas las norteñas mi lord.

Al joven Loras se le borró la sonrisa del rostro cuando la víbora roja le hizo un comentario sobre la condición de su hermano. Por su mente pasaron miles de improperios que soltarte, pero se contuvo. Había aprendido a mostrarse digno y galante en todo momento, su reputación y vanidad iban más allá de las palabras de un Martell. Esa casa llena de polvo que alguna vez fue importante, pero que desde la caída del rey loco había pasado a un plano muy alejado. -Le agradezco su preocupación príncipe Oberyn, pero le aseguro que puede estar tranquilo. Más bien, yo le sugiero que tenga cuidado, no queremos que su familia tenga que enfrentar otra tragedia. Sobre todo luego de lo que pasó con su hermana. -Con esa frase el Tyrell había clavado una espina en una herida muy dura y se sentía satisfecho. Ojalá Oberyn se diera cuenta de que tanto en la mesa como en el campo Loras no sería un rival sencillo. 

Los invitados siguieron llegado y a todos los saludo con cortesía, aunque en más de uno le tocó obligarse a ello. Para los únicos que su saludo fue con total sinceridad fue para Lord Stark y para El Bravo, Sir Barristan Selmy. Hombres que se habían ganado su respeto y a los que admiraba. No como ese Matareyes, o aquella horrorosa chica Tarth. Brienne era un insulto a todo lo hermoso, compartir mesa con ella le hacía que se le quitara el apetito. Lo único bueno fue la discusión que ella tuvo con el Lord Comandante de la Guardia Real, eso le sacó una sonrisa e incluso se unió al brindis de Jaime por no quedar mal. Aunque en voz baja soltó una broma que no pudo contener. -Cuidado se pone celosa su hermana.  

El torneo tenía una pinta interesante, la tensión entre varios rivales era evidente y quién sabía lo que depararía la noche. Aunque todo eso quedaba relegado en la mente de Loras por la ausencia de alguien muy importante para él. ¿Acaso no vendría al torneo? 

Oberyn cerró fuertemente el puño sobre su copa al escuchar las palabras del Tyrell, pero mantuvo su compostura para no partirle la mandíbula en aquel preciso instante, no en público al menos. 

- Eso suena como una amenaza hacia mi persona. Yo, que sólo me preocupaba por vuestra integridad física. - Respondió con la mejor cara posible. - Comparar un accidente en un torneo con una atrocidad acontecida en tiempo de guerra denota vuestra falta de madurez mental, pero no nos queda más remedio que aceptarla pues ni habíais nacido cuando ocurrieron los hechos de los que os mofais. 

Oberyn gustaba de tener enfrentamientos verbales, pero el joven imberbe había traspasado los límites de aquel juego.