Partida Rol por web

Don Cosme se llevó las manos a la barbilla por la gran cantidad de preguntas de los investigadores. Miró a Rodrigo y repuso...

Mmmm... -pensó con calma-, creo que se prestaron Jacinto y Saturnino, creo. Me parece que fueron ellos los que bajaron allá al precipicio de este nuestro monasterio. Y verás -respondiendo ya al joven Nicasio-, fueron los hermanos Pedro, Matías y Genaro, los que compungidos, jamás podrán olvidar lo que contaron, pues estaban de guardia y al parecer que se asustaron bastante... ¿Porqué no van a hablar con ellos? O mejor... esperen a que acaben las tareas, que se acaban de ir, y estoy seguro que les aclararán el tema.

Asiente despacio a las palabras del Abad

Que paciencia tiene este hombre contestando a nuestras preguntas

- Así lo haremos Padre, esperaremos a que acaben sus tareas y después hablaremos con ellos. Los detalles en estos casos son importantes por mínimos que sean. Dios mediante, tengo la certeza que encontraremos el cuerpo del anterior Abad, Dios lo tenga en su gloria, a no mucho tardar.

Diciendo ésto se apartó a un lado y miró a sus compañeros educadamente para ver si alguno tenía algo más que decir antes de ir a recorrer el monasterio. Anhelaba quedarse solo con sus compañeros para decidir el siguiente lugar a visitar.

Rodrigo escuchaba con suma atención las preguntas de su compañero de viaje y las respuestas del abad, apoyado en su pierna izquierda, con la mano derecha sobre el mentón y la izquierda sujetando su codo. Entonces se le ocurrió algo más que preguntar a fray Cosme.

- Padre, ¿sabéis si el desaparecido abad tenía alguna afición, algo a lo que le gustara dedicarse en sus ratos de ocio? ¿En qué parte del monasterio pasaba más tiempo, y con cuál de los hermanos tenía más confianza?

Sabía que aquellas preguntas parecerían irrelevantes, pero tenían su razón de ser. En el monasterio donde fue criado, el abad, cuando alguno de los novicios cometían alguna trastada, empezaba preguntando por aquellos que frecuentaban el lugar donde esta se había cometido y a aquellos que se solían juntar con el principal sospechoso; así se ahorraba muchos interrogatorios. Si don Lucas andaba mucho tiempo en compañía de algún otro monje, este seguramente sabría muchas más cosas sobre él que cualquier otro.

Lo cierto es que no, no tenía ninguna afición en particular -respondió-. Debemos la vida a Dios y a este monasterio, ya lo saben y ningun momento ocioso o costumbre, más que seguir el horario estipulado, tenemos por norma. Por supuesto, él tiene su estancia en la torre como Abad y ente superior en este monasterio.

Luego miró a Jimeno, que parecía algo impaciente.

¿Quieres saber algo más, hijo mio? He de marcharme ya mismo a hacer unas cosas.

Son las 14.45

Si. Si. Maese abad. Yo quisiera pediros algo más que preguntar. dijo amablemente. ¿Podria usted indicarnos donde está la celda de Don Damian? Creo que deberiamos echar un vistazo. Siempre con la idea de resolver este terrible dilema por supuesto. se apresuró a no parecer demasiado curioso o entrometido.

Y otra cosa Ejem... ¿Podria pemitirnos entrar en la estancia del torreón? bajó el tono de la voz como si aquel tema fuera muy delicado.

Si, por supuesto, hijo -le dijo a Jimeno-, acompañadme.

Mientras que íbais tras él por los pasillos del monasterio continuó hablando. Pero no es posible entrar en el torreón, pues es la estancia de nuestro Abad desaparecido y durante todo su mandato no acostumbrábamos a entrar ahí y mucho menos ahora que no está... ¿y dónde estará?... ¡Ah si! Es aquí, aquí están las celdas.

Entonces abrió la puerta, una puerta metálica cuyos oxidados goznes rechinaban al abrirla. Un hedor os invadió entonces, pues allí no había ventilación (no había ventanas) y estaba totalmente oscuro.

Bien, he de irme a mis recados, hacedlo bien, hijos mio -y desapareció por los pasillos. La puerta quedó abierta y la oscuridad que reinaba en el interior de las celdas no eran muy halagüeñas, no invitaban a entrar allí.

Al escuchar la negativa del Abad en funciones a que entraran en la torre, Nicasio miró a sus compañeros y mostró una sonrisa irónica, pues aquello no tenía sentido.

Dio a entender a sus compañeros que habría que mirar allí con o sin permiso.

-Es extraño- dijo Rodrigo-. Este hombre nos manda investigar este turbio asunto, y al mismo tiempo nos pone trabas. Ciertamente estoy de acuerdo con lo que estáis pensando, Nicasio, debemos encontrar una manera de entrar en el torreón. Don Cosme es quien debe tener las llaves, siendo el abad en funciones, pero tal vez haya otra forma de entrar.

Luego, cubriéndose la nariz con la mano, entró en la celda de Damián, buscando algún indicio, alguna pista que arrojara algo de luz sobre aquel misterio.

Por cierto ¿Que encontrasteis en esas catacumbas? preguntó Jimeno mientras buscaba en la escueta celda algo de interés aunque sin desmasiado enfasis. No creía que allí hubiera nada de interés. Lo que verdaderamante le interesaba se encontraba en la habitación del torreón. ¿Por qué Don Cosme les negaba el acceso? Algo debía ocultar desde luego.

-Nada de interés -contestó Rodrigo-. Nos llamó la atención una tumba de piedra que tenía cerradura. La abrimos, que Dios nos perdone, pero aquello solo sirvió para perturbar el descanso de un difunto guerrero que yacía allí. Según don Cosme, en las catacumbas están enterrados los monjes del monasterio, pero también hombres de armas que ayudaron a recuperarlo de manos de los infieles moros.

PNJOTIZADO.

Eso es -remarqué- Porrr lo visto están todos su miembrrros ahí affajo, ahi enterrrados... ¿cuantos dia crrreéis que coffstarría bajarr a los diffuntos? ¡Una eterrnidaff!

Poco habia allí. Lo cierto es que esa celda no podía ser de castigo, sino simplemente para encerrar allí a alguien, o tal vez la usaran para rezar sin ningún tipo de estímulo posible... ¿quién sabe? Lo cierto es que era sencilla: oscura, algo tenebrosa y vacía.

Después de buscar son las 15.00.

-No parece que vayamos a sacar nada en claro de aquí -dijo Rodrigo, hablando consigo mismo; a continuación, se dirigió a los demás-. No me gusta esto; no hacemos más que dar palos de ciego. Debemos buscar sospechosos; estoy seguro de que alguno de estos monjes está detrás de la desaparición del abad. Ya hemos interrogado al hermano Jonás, aunque no nos dijo gran cosa. Os propongo que hablemos con los demás monjes cada uno por separado, a ver qué nos cuentan, y nos reunamos en la iglesia cuando toquen vísperas*; así podremos ver si alguno de los monjes falta a la misa o llega tarde. Yo iré a la biblioteca.

Rodrigo hizo una pausa para conocer la opinión de sus compañeros al respecto, pero antes añadió:

-Aunque si a alguien se le ocurre cómo podríamos colarnos en el torreón, estaré encantado de escucharle; la mejor hora para entrar en él, por cierto, sería durante cualquiera de las tres misas, pues se supone que la mayoría de los hermanos estarán en la iglesia y no podrán vigilarnos.

Mostrándose de acuerdo

- Don Rodrigo, parte de razón tenéis a mi modo de ver, pero no es propio de gente de frontera como yo el desfallecer ante nimiedades de este calado. Hay que hablar con los hermanos Pedro, Matías y Genaro, que fueron los que estaban de guardia cuando acaeció la pelea entre el abad y el fraile. Podemos dividirnos de a dos, un grupo habla con éstos que acabo de mencionar y el otro a la biblioteca. ¿Quién viene conmigo a hablar con los hermanos?

Pues yo creo que el hombre a vigilar es Don Cosme, el nuevo abad. Me da la mala espina que sabe algo más de lo que su lengua parece querer decir. Y que Dios me perdone por desconfiar de uno de sus siervos Jimeno corrió a santiguarse. Podriamos esperar a que esté en alguno de los servicios y entrar en su celda. Quizás encontremos la llave del torreón...

-El mejor momento para eso es durante la misa, efectivamente -dijo Rodrigo-. Supongo que, siendo don Cosme el abad sustituto, será él quien tendrá que oficiarla y tendremos vía libre para hurgar en su celda. No obstante, es posible que la lleve siempre encima y tengamos que buscar otra manera de entrar. Hagamos una cosa: separémonos ahora e indaguemos cada uno por su cuenta y, cuando llamen a misa, reuniros vosotros en algún lugar para acometer la empresa, mientras yo acudo a misa y vigilo a los hermanos. Si en algún momento veo que corréis el riesgo de que os descubran, os haré una señal.

- ¿Con señal os referís a un sonido característico? bien en caso de que nadie quiera venir conmigo, parto raudo a hablar con los hermanos Pedro, matías y Genaro -dijo alejándose.

Bien. Me parece una buena idea. Nos veremos aqui a la hora de la misa. respondió Jimeno al plan propuesto por Don Rodrigo con cierta sorpresa. Noble y de alta cuna pero con una mente dada al subterfugio nocturno y a las puertas cerradas. Así estaba la nobleza de este puñetero país. 

Por mi parte voy a ir a hablar con ese monje que cuidó de Don Damián cuando cayó enfermo. Si alguien quiere acompañarme...

-Así es -contestó a Nicasio-. Haré ruido para alertaros.

Luego, contestando a Jimeno:

-Id, Jimeno, el hermano Jonás no nos dijo gran cosa y es de los que más luz puede arrojar en este turbio asunto. Yo, como dije, voy a la biblioteca, pues tengo alguna sospecha que desearía confirmar... o desterrar.

Miró un momento al silencioso Herman. Le vendría bien la ayuda de aquel judío, pues siendo hombre de mundo seguramente conocería varios idiomas, pero no estaba dispuesto a rebajarse pidiendo ayuda a alguien como él; así que se encaminó hacia la biblioteca sin más.