Partida Rol por web

El camino siguió en un humor mucho más sombrío. Salvo evidencias de un combate y una gran pira unos metros más lejos del lugar dónde habían encontrado el lobo-sapo no volvieron a encontrar nada extraño hasta que llegaron a Mestor, ya cayendo la noche.

Mestor era poco más que una docena de edificios grandes, que servían a la vez como fondas, burdeles y tabernas. Otro parecía un almacén general, por el tamaño, poco surtido y, el único de cierta calidad, parecía un banco o casa fuerte. Todos en disposición de doble círculo en torno a un pozo grande y una plaza amplia. 

El único camino grande que llegaba era por el que se acercaban ellos, pero media docena más, pequeños y mal cuidados salían en dirección a otras tantas cimas que rodeaban el valle.

Todos los edificios parecían tener hogueras encendidas, aunque el mayor barullo venía de la plaza central, ya iluminada por antorchas, de dónde llegaba música, risas y gritos.

No era fácil decir más con aquella media luz que ya quedaba y la distancia, aún unos doscientos metros cuesta abajo, que les quedaban. Podía parecer que había un corro de personas girando perfectamente sincronizados, aunque sólo distinguían la parte superior de las figuras y de forma muy vaga.

Se acercaban al pueblo y la música empezaba a reconfortarlos, todo auguraba normalidad. Acarició a Tena ante la promesa de comida después del viaje, el poney lo intuía y movía la cabeza con ansiedad.

- Está claro que vamos a la plaza, ¿no? - Señaló al lugar del que venía la algarabía. Aún no veía a la gente pero estaba claro que parecían felices. Aunque algo le inquietaba.

El encuentro del camino con aquel enterramiento semiderruido había alterado un tanto mi serenidad, mas no era misón nuestra comprobar que el ritual había sido efectuado como debía. En aquel momento decidí continuar sin constatar que todo estaba convenientemente realizado.

Sumido en una pequeña trifulca interna avancé con el resto del grupo casi sin dar importancia al encuentro con aquel ser extraño.

Al llegar a Mestor observamos lo que parecía ser un ritual. Uno de los guerreros sugirió que nos acercasemos y, al ver que nadie contestaba, hice un gesto de aprobación a su idea. Habría que ver que tipo de ritual era.

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   Me desagrada la idea de acercarnos tan alegremente, ya que un sacerdote con su séquito y los guardias enviados desde Aflitain no habían vuelto. Salvo los restos de uniforme de un guardia de Aflitain en la tumba horadada y el cadáver, nada se había encontrado de ellos.

   - Los guardias de Aflitain que vinieron aquí no volvieron y el cadáver que vimos era de uno de ellos. Obviamente "esos" señalo al corro, pueden perfectamente haberlos matado, sugiero actuar con discrección y no mostrarnos alegremente. - susurro en voz baja.

   Agarro una jabalina y permanezco cerca de las sombras.

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El grupo se acercó un poco más, lo suficiente para empezar a distinguir las figuras más en detalle en la creciente oscuridad. Parecían prostitutas, mineros y los trabajadores de las posadas y el almacén, junto, tal vez, a algún visitante. Estaban en una fiesta, un baile multitudinario en el centro del pueblo.

Muchos hacían música, y todos cantaban, con voz cansada, y bailaban en una danza caótica y sin sentido, cada uno girando y moviéndose velozmente en direcciones aparentemente aleatorias pero sin chocar nunca y sin dejar de tocar o cantar.

Se movían de forma poco natural, muy fluida y rápida. No podían verse los movimientos exactos, pues la plaza en la que se celebraba el jolgorio parecía, al menos desde su calle, rodeada por una pared de aspecto extraño que a aquella distancia no resultaba fácil de reconocer, la cual hacía que sólo fueran visibles desde los torsos los más bajos y desde la cintura de los más altos.

A lo lejos se escuchaban ruidos de animales, a medio camino entre maullidos y ladridos, provenían de las calles aledañas, una en cada dirección pasando por detrás de los seis edificios que conformaban la plaza para poder llegar a los otros ocho sin atravesarla.

- Estoy con Izurde, ese modo de moverse... - los aldeanos parecían hacerlo de un modo... absurdo. - Todo pinta a que es una trampa, el Caos debe haberse instalado aquí. No acierto a reconocer esos sonidos, - Van se refería a los animales, - si son reales o propios de demonios como el que hemos encontrado, pero lo que está claro es que esas gentes no son naturales, parece como si algo los moviera. Quizá ya estén todos muertos.

- Dim'goth, estás familiarizado con esto, ¿a qué nos enfrentamos? ¿De qué modo los señores a los que sirves han podido tomar la aldea? - intuía que la respuesta quedaría vacía, pues precisamente el Caos carecía de reglas o comportamientos.

Van trató de agudizar la vista, la gente se movía tan rápido que no era capaz de ver siquiera sus caras. Risas, música... todo parecía falso, sin embargo ahí estaban y parecía estar todo el pueblo.

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   - Intentaré mirar, a ver si se cuece en el caldero burbujeante del caos o es simplemente un puñado de bandidos y desesperados asesinos psicópatas, - susurro al resto.

   Con sumo cuidado y de forma meticulosa me oculto entre cualquier sombra que me pueda proporcionar el lugar, mientras me pongo de puntillas para poder ver mejor a los supuestos habitantes del lugar.

   Sin perder de vista las casas, claro, vamos que echo de vez en cuando un vistazo a las casas por las que estamos pasndo. A ver si por mirar a la plaza, el peligro venga del interior de las casas. Uno nunca sabe con palurd... con la gente de algunos poblachos perdidos.

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Algo no andaba bien con ese poblado. Dorg entrecerró los ojos mirando y olfateó el aire. No sabía decir que, pero no le gustaba nada la pinta de ese sitio.

- Algo pasa- se limitó a señalar.

Salamina andaba un tanto despistada y sin ver nada, en ningún momento, pero el comentario de que esta sucediendo algo fuera de lo normal la preparó para combatir, aprestando su arma en ese mismo instante. No sabía, no veía, pero … si ellos dicen algo, hay que estar listo para … defenderse.

Animado por la ilusión común traté de ver qué era lo que hacían aquellos que participaban en aquel baile tan extraño para mi. Más nada puede ver que no fuera danzantes y cantantes que de momento parecían ajenos a todo lo que no fuese su tarea.

La mayoría poco más alcanzaron a ver, salvo que algunas posadas tenían también actividad y que el banco tenía varias luces encendidas, probablemente candiles de aceite y hogueras. También que Izurde, en cuanto que se empezó a entremeter entre los barriles de lluvia y las mecedoras de porche, desapareció casi por arte de magia.

El clérigo pudo acercarse tanto como se atrevió, que no fue tanto como esperaba.

Primero le llamó la atención que entre los danzantes había, al menos, un guardia de Arlankas y uno de los clérigos que acompañaron al anterior Sumo Sacerdote.

Después que los danzantes tenían cara de agotamiento supino, a pesar de que no dejaban su loca danza sobreexcitada.

Se acercó a y subirse a un porche lateral de la posada que daba a la plaza, un poco más elevado al pillar calle arriba, y que  le permitiría ver mejor el interior de la plaza por encima de la barrera. Fue entonces cuando las cosas empezaron a salirse de sus cabales.

La barrera tenía una textura carnosa, con aprensión miró más despacio el interior y comprobó que toda la plaza era una sola masa carnosa en la que las todas las figuras que bailaban compartían la parte inferior y se desplazaban sobre ella como ondas en una balsa de agua, sólo de los muslos para arriba conservaban independencia, el resto era una sola carne, llena de pseudópodos en cuyo centro parecía haber un sonriente flautista, con cara de placer y éxtasis, que era el único inmóvil. 

Ese individuo estaba incrustado por completo en la masa de carne móvil, sólo cara y brazos sobresaliendo de ella.

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   Después de ver lo visto, y tras restregarme los ojos para asegurarme de que no alucinaba, decidí, que era hora de volver e informar. Vuelvo oculto sobre mis pasos donde los demás, hasta volver al punto de donde partí y hago gestos y señas para que no hagan ruido.

   - He visto... algo..., algo que no me gusta nada. -  Tras tan alegre saludo, procedo a susurrarles de forma meticulosa lo que he visto, intentando no dejarme nada en el tintero.

   - ... y la barrera que rodea la plaza es una sustancia carnosa, tambié el suelo de la plaza, como si barrera plaza y lo que hay en el centro fueran un único y malévolo ser, pero aún hay más... -

   Procedo a describir en voz baja a los danzantes y sus peculiaridades, - ... los que danzan... varios son los que vinieron a investigar y no volvieron. He visto al menos a un guardia de Arlankas y un clérigo que acompañó a la anterior comitiva... y en el centro... -

   - Incrustado en esa masa de carne un inmóvil flautista sonriente, sólo la cara y los brazos sobresalen, y los que están bailando en esa plaza, la masa de carne los mantiene unidos a ella hasta las rodillas de los danzantes, de forma que sólo de muslos para arriba son ellos, como si fueran un todo... -

   Y después de informar y con un ojo puesto en esa infernal plazoleta, espero a ver si alguien tiene alguna genial idea, que no sea cargar contra esa masa cargando a pleno pulmón.

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Estaba claro que nada se podía hacer a campo abierto contra esa masa informe, y menos sin saber si los aldeanos estaban aún vivos o eran simples muertos que el extraño ser había asimilado para su danza macabra.

- Sacerdotes, ¿se os ocurre algo? - En asuntos poco mundanos, Van tenía poco que aportar. - Creo que está claro que acabando con ese músico se acaba con la danza, pero también que va a ser difícil llegar a él. - Se quedó pensando. - Quizá una flecha... pero por lo que cuentas es solo una cabeza saliente, una difícil diana.

- Y luego está el acabar con el resto, no creo que cesar la música destruya a esa bestia, y estará cabreada después. Nuestra mejor arma es el sigilo, atacarla sin que sepa desde dónde, pero tarde o temprano nos encontrará.

- Votaría por separarnos y afrontarla desde varios flancos, mantenernos unidos solo nos hace presas más fáciles. O quizá ir a alguno de esos edificios que tienen luz y ver si su fuente de vida está allí. Quizá encontremos algo y desde ahí se pueda destruir.

- Y doy por hecho que es "UNO", pueden ser cientos de seres o demonios que han ocupado la zona.

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   Farfullo para mis adentros, se me ocurre que estaría más a gusto en casita, luego me encojo de hombros, aunque no me queda claro si me ven o no, así que clarifico.

   - Si hay gentes en las casas que no formen parte de esa... masa viscosa... igual pueden decirnos algo, sea de buen grado o bajo el filo de hoja, - comento con voz queda.

   Señalo a las posadas en las que brilla luz y al banco, que también parece tener iluminación. - Ahí, parece haber algo, pero también se oyen ladridos y maullidos muy extraños de las calles aledañas de los edificios del centro... y no me gusta. Antes de meternos de ir al centro, quizás deberiamos subir a alguna casa que se domine alguna de esas calles, quizás, a un tejado. -

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- Dim'goth, estás familiarizado con esto, ¿a qué nos enfrentamos? ¿De qué modo los señores a los que sirves han podido tomar la aldea? -

Sí, es cierto que he visto muchas cosas extrañas pero, sin más información, no sabría decirte. Y aún con más información, nada dice que sea lo que parezca, el Caos es Caos en si mismo y es imposible conocer la voluntad de mis señores, de hecho, puede que ni ellos mismos la conozcan. Una sonrisa, más bien una mueca, adornan el rostro del pantangiano.

Las noticias de Izurde, con la descripción de lo visto, hacen que se le erice el vello de la nuca a Dim´goth. Si bien es cierto que criarse en Hwangaarl con sus estatuas aullantes forjan el carácter de un mabden, el enfrentarse a algo tan... caótico, no se le ocurría otro epíteto, hacía que sus manos sudaran y su pulso se acelerara. Había abandonado Pan Tang huyendo de ese tipo de cosas y he aquí, de bruces otra vez. Maldito sino.

Pero aquí estaban y había que actuar y, otras cosas podría ser, pero cobarde no era, eso no.

Estoy con vos, Izurde, yo empezaría por el edificio más exterior, de manera que podamos retirarnos a campo abierto si ello es necesario.

Apresto mi falce y mi escudo y sonrío de manera temible. ¿Vamos a bailar? Por Chardros, esta noche va a ser una noche de sangre.

Se dirigieron en grupo al edificio más exterior y cercano, situado detrás del que había aprovechado Izurde para asomarse a la plaza. Era una de las mezclas de posada y taberna que constituían la mayoría de los inmuebles del pueblo, aunque éste en particular tenía corrales para animales en la parte trasera, todos ellos cerrados y, aparentemente, vacíos a juzgar por la falta de ruidos.

Esta, en particular, no tenía luces por lo que estaba oscura y requirió que encendieran una antorcha para poder moverse por el interior. Pudieron acceder por una puerta trasera a la cocina, que estaba no sólo destrabada sino abierta de par en par. También con grandes manchones de sangre.

La cocina parecía haber sido abandonada a medio usar, un caldero con guiso se había quemado por dejarlo hasta que las llamas se extinguieron y ahora ya había criado moscas y moho en su masa de carne requemada y verdura casi derretida, el suelo tenía más manchas de sangre y la puerta al salón estaba abierta revelando, a duras penas con la indirecta luz de la antorcha, el escenario de una lucha encarnizada en el que quedaban media docena de cadáveres que empezaban a descomponerse, a juzgar por el olor, y habrían sido roídos por alimañas, lo que a aquella distancia no era posible confirmar.

Justo a la puerta de la cocina se podían ver las escaleras al piso de arriba, con seguridad adaptado a habitaciones de invitados, desde fuera todas parecían tener ventanas aunque probablemente la vista no fuera buena a la plaza al tener otro edificio delante, alguna de ellas debería pillar justo en el callejón entre dos edificios y, si había acceso al tejado, estaría allí.

La barra del bar y el acceso a la parte trasera de la planta baja no eran visibles desde la cocina, probablemente pillaban detrás de la escalera. Y, si había sótano, seguramente la entrada estaría debajo de los primeros escalones.

El lugar no alentaba. En esta villa habían ocurrio más cosas de las que parecía en un principio. Por algún motivo el caos había puesto sus ojos aquí y había decidido llegar y quedarse.

Las pruebas de la batalla ponían de manifiesto que algo llegó por sorpresa y los pilló desprevenidos. La comida sobre los fogones lo certificada, como una pintura captando un momento, una pintura tornada en macabra.

Si querían ver lo que ocurriá en la plaza debían subir al tejado, el resto de pisos no les aportaba nada al estar tan apartados.

- ¿Subimos arriba? Es nuestra única opción de ver algo.

Quizá no todos debían hacerlo, para no poner en peligro el sigilo del grupo, pero no iba a ser él quién negase u obligase a alguien a tomar decisiones en un terreno así.