Partida Rol por web

Notas de juego

Almer:

* +2 por Nerakes a todas las habilidades Sociales.

* +2 por Sinergia en Reunir Información por Engañar: 19.

* Gasto Reunir Información: 2macr + 4mp.

* Encuentra a Yaszen "Malogra": Impacto Verdadero, Contacto Electrizante.

* No consigue veneno. No informacion extra, mas allá de que los Caballeros Negros se aventuran lo menos posible.

Notas de juego

Edad: 44 años
Altura: 198 cm
Peso:  95 kg
Pelo: Melena hasta sobrepasar los hombros, con ralla al medio, poco cuidado. Rubio rojizo.

Barba: Corta, por cara y bigote, con dos picos en la barbilla que a menudo compacta en trenzas que agarra con cuentas de piedra.

Ojos: Grises. El izquierdo cubierto por una fea cicatriz.

Hombre de la Casa de Hador de 44 años, de complexión fuerte, como su familia. Suele ser adusto de cara, por la forma en que se perdió la gran batalla de su época, la Nirnaeth Arnoediad, la Batalla de las Lagrimas Inmumerables, en la que perdió no solo su dignidad, si no, a la postre, a su padre, Bregor, a su Señor, Húrin, y lo que mas amaba: su tierra, que fue cedida por El Innombrable a esos odiados orientales comandados por Brodda.

Hombre de pocas palabras, su imagen suele echar para atrás la mayor parte de las miradas, pues una fea cicatriz rojiza le surca la cara, cruzando el ojo izquierdo, hasta la mejilla, allá donde un hacha orco a punto estuvo de mandarle mas allá de los Salones de Mandos. Sin embargo, su poderosa figura, y su voz agradable y profunda, suelen resultar magnéticas para aquellos a los que cuenta historias, o para los que traza rutas para cruzar las imponentes Ered Wethrin hacia y desde su amada Dor-Lómin.

Suele vestir con soltura una cota de mallas cubierta con una gruesa capa de pieles, pues las noches en las montañas donde se ha ocultado tras la invasión de los Orientales leales a Morgoth son casi tan implacables como el propio Enemigo.

Porta, a la izquierda, un largo cuchillo que utiliza como herramienta, o como arma, si el sigilo y el espacio son importantes, y a la derecha, una larga espada que maneja con destreza. Un Arco Largo completa su armamento, que utiliza mas para cazar que como arma, aunque, como todos los suyos, sabe utilizarlo con destreza.

No suele llevar mas aperos de defensa, a parte de un yelmo y un redondo escudo de madera que solo utiliza en combate abierto, que, dada la sangre de los Edain que corre por sus venas, no rehuye, cuando aquellos a los que es fiel, le reclaman.

Soy Galdor Mirthelion, hijo de Bregor, Capitán de los Exploradores de Dor-Lómin, y nací en el año 440 de la Primera Edad del Sol, bajo el reinado de nuestro Señor Hador, en la placentera "primavera" del tiempo en que Morgoth estaba recluído tras los muros de Thangorodrim desde la ya casi olvidaba Dagor Aglareb. Desde bien pequeño demostré la fortaleza de mi padre, y de mi abuelo antes que él: norteños de recio porte y determinación a prueba de granito, que demostraron no tener parangón a campo abierto, en las montañas de su reino, en Hithlum, y que compartían con sus aliados entre los Primeros Nacidos del Rey Fingolfin, Señor Supremo de los Noldor, con quien los antepasados de nuestro señor habían forjado una alianza, y una profunda amistad.

Cuando contaba con solo quince años, de repente el infierno irrumpió con fuerza en mi vida, pues estalló la mil veces maldita Dagor Bragollach donde el Ladino de Angband, Morgoth, "El Ladron de las Joyas" vomitó un vasto y poderoso ejercito que nadie esperaba, rompiendo un asedio que duraba ya varias centurias, devastando el norteño reino de Dorthonion, bajo el fuego del que se convertiría en uno de nuestros mas odiados enemigos: Glaurung, el Urolóki, que hizo arder las tierras altas de Ard-galen, que desde entonces se conoció como Anfauglith. En aquella aciaga batalla pereció nuestro Señor, Hador Lórindol, quedando nuestro reino en manos de su hijo, Galdor "El Alto", con el que yo compartía nombre. A la postre, incluso el propio Fingolfin, Señor de los Noldor, pereció, dicen que en combate singular contra el propio Morgoth.

La vida cambió para nosotros, pues las huestes del Enemigo, largo tiempo contenidas, ahora campaban a sus anchas por buena parte de las Tierras del Norte, lo que obligó a nuestro señor a fortalecer la guardia en las fronteras. Mi padre declinó en sus fuerzas, consumidas en la amarga guerra, y poco a poco, fuí yo realizando poco a poco sus funciones, hasta que unas fiebres se lo llevaron en el crudo invierno del 465, aunque llevaba muriendose desde la batalla en las tierras altas de Dorthonion. Con gran pesar le enterramos en un alto pico, abrigado por las nieves perpetuas de las Wethrin. Desde entonces, mi papel en las defensas de los pasos altos de las montañas, y del mantenimiento de nuestros lugares sagrados: las fuentes del Ivrin y el Teiglin, fueron siendo cada vez mas importantes, pues los orcos eran cada vez mas osados, y cruzaban el paso de Tol Sirion cada vez con mas audacia.

Solo unos meses antes de que se reuniese el Gran Ejercito del Norte para asestar el golpe definitivo al Enemigo, en una de aquellas misiones protegiendo los pasos mas bajos, mientras cazabamos a un grupo de orcos, un hacha de mano voló para clavarse en mi cara, y mi vida se apagó durante casi un año. A punto estuve de perder la vida y el ojo, pero quisieron los Valar que gracias a los cuidados de las Mujeres Sabias de mi Pueblo, pudiera conservar ambas, pero no pudieron sanar la herida en mi orgullo que nunca se cerró, por la cual, aquella maldita hacha me privó de mi destino, luchando al lado de nuestro Señor, Húrin Thalion en la mas amarga de las derrotas, que acabó con la esperanza para el Reino de los Elfos y los Hombres, la Nirnaeth Arnoediad, o "La Batalla de las Lagrimas Inmumerables", como fue conocida por los Skalda del ocaso de la Primera Edad.

Cuando me recuperé de mis heridas, mi pueblo vivía con una tensa y amarga expectación la llegada del enemigo, toda vez que los ejercitos de los Eldar y los Edain habían sido barridos. Eramos muy pocos los que quedabamos para defender nuestras fronteras, y a ello me dediqué en cuerpo y alma, protegiendo a la Dama Morwen, Señora de Dor-Lómin en su dolor, pues nuestro señor permanecía preso del Enemigo. Finalmente, viendo que la llegada de los Orientales a los que Morgoth cedió nuestra tierra ponía en peligro al heredero, nuestra Señora envió, en secreto, a su primogénito, Túrin, al Sur, a la seguridad de los bosques de Doriath, en el Reino del Rey Thingol. Acompañé a la comitiva hasta cruzar las Montañas, deseandoles buena ventura, y despues volví para confirmar a mi Señora que su hijo seguía el curso del Teiglin hacia Brethil, y de allí a la seguridad del Reino Elfico.

Despues, no queriendo alejarme de nuestra Señora, me mantuve con los pocos que quedabamos entre los guerreros de Dor-Lómin viviendo en las montañas, como proscritos, pues nuestra Señora decidió no dejar su Hacienda, a la espera del regreso de su esposo, y gracias a los Cielos, Brodda "El Oriental", falso Señor del Reino, decidió dejarla en paz en su casa, temiendo de sus poderes como Bruja que nunca tuvo.

Siempre que llegaban, me acercaba subrepticiamente a llevar a nuestra señora los informes que llegaban de Doriath, donde el Rey Thingol y la Reina Melian habian tomada a mi señor Turin como pupilo. En ese tiempo, aprendí la lengua del invasor, pues los acechaba desde las sombras durante las frias noches, esperando con amargura el momento de la vuelta de nuestro Señor, y la recuperación de Dor-Lómin, una recuperación que mi corazón de piedra empezaba poco a poco a dar por perdida...

... Pero de pronto, las noticias desde Doriath empezaron a alargarse en el tiempo, hasta que ninguna llegaba. La amargura en el rostro de mi Señora fue haciendolo maliciento, hasta que un día, a traves de correo secreto, nos mandó llamar: quería que viajasemos a Doriath, para saber, de primera mano, que había ocurrido con su hijo y nuestro Señor, en ausencia de su padre, Turin Turambar.