Partida Rol por web

El Advenimiento Corrupto

Diario de la Inquisición.

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11/07/2013, 19:24
- Narrador -

Diarios Personales

 El Diario se traduce en Puntos de Experiencia adicionales y opcionales que el Director otorga según su propio criterio.

 Cada Punto de Experiencia puede transmutarse en puntos de Relación o Elan si el Jugador lo solicita y el Director lo aprueba, pero sólo dará Relación referente a personajes incluidos en la entrada de Diario si esta justifica el incremento.

Es posible incluir música e imágenes en las entradas mientras este aporte sea apropiado y acorde a la entrada.

Para separar varios fragmentos de una misma entrada utilizar esto: * * * * * * * * * * * *

Una entrada no tiene restricciones. Ampliaciones de trasfondo, notas personales, historias extra, conversaciones, etc, etc.

Cada entrada debe tener un Nombre. Pueden ser entradas públicas, compartidas o privadas. Si hay varias entradas relacionadas entre sí como fascículos, partes o tomos cada entrada deberá tener nombre y subnombre.

Nombre.

Subnombre.

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14/07/2013, 18:15
Ace Velvet

Recuerdos de lo que una vez fue

El Baile de las Espadas.

La lluvia los bañaba en el patio de aquel caserón abandonado. Se miraban fijamente, los dos contendientes.

- Es mi hijo, no te lo vas a llevar – sentenció uno de los dos. Portaba muchas espadas envainadas. Curioso equipamiento para un guerrero.

Una extraña carcajada fue la respuesta a aquellas palabras. El segundo contendiente llevaba una única arma, una espada bastarda que sostenía con las dos manos, en una postura agresiva.

- No te rías de mí, Tyler. Si intentas tocar al pequeño te arrancaré los miembros uno a uno para oír tus gritos de agonía – el guerrero de las muchas espadas destilaba veneno con sus palabras. Parecía cegado por un poderoso sentimiento. ¿Era amor? ¿Odio? Quizá era una mezcla de muchas sensaciones que desembocaban en aquella terrible situación. Dos amigos de la infancia que se enfrentaban.

Ésta vez únicamente hubo silencio durante unos instantes. Tyler alzó su arma, dispuesto a pasar por encima de su antiguo compañero.

- Hemos trabajado juntos mucho tiempo, amigo mío. Tú y yo nos debemos a lo mismo y lo sabes. Por eso has de entregar al niño. Ha de tener el mismo destino que tú y que yo – Tyler sonaba severo. Creía realmente en lo que decía y su decisión al pronunciar aquello lo demostraba. Sin embargo el guerrero de muchas espadas frunció el ceño.

- ¡Antes desearía la muerte que arrojar a mi hijo a ese infierno! – sus gritos eran desesperados, era un padre que trataba de proteger a su hijo de un sufrimiento que él mismo había sentido.

- Esa bruja ha nublado tu juicio, ¿es que no lo ves? volvió a acometer verbalmente Tyler, perdiendo la paciencia.

El primer contendiente desenvainó dos de sus espadas y adoptó una postura de combate. No iba a detenerse, por los nuevos sentimientos que había descubierto iba a darlo todo.

- Sea pues – finalizó Tyler, taciturno. Aunque un observador externo no podría jamás entenderlo, aquel enfrentamiento escondía sentimientos y sensaciones que, quizá por orgullo, los dos contendientes nunca se revelarían.

Ambos hombres corrieron a gran velocidad el uno hacia el otro y entablaron un duelo que se prolongó durante largo rato. Sus espadas entrechocaban violentamente, despidiendo extrañas chispas azuladas. Así se formó a su alrededor un curioso espectáculo de luces, que danzaban mecidas por las rápidas estocadas y tajos. Cuando se separaron por fin para detener el intercambio de golpes Tyler frunció el ceño al ver cómo la batalla se desarrollaba. Su oponente, tras un momento de concentración, desenvainó el resto de espadas sin tocarlas. Éstas flotaban a su alrededor, como si tuvieran vida propia. Entonces adoptó una posición de combate un tanto extraña y las seis espadas que volaban a su alrededor se dispusieron a sus espaldas, dando forma a lo que se asemejaba a unas cortantes alas de acero.

- Digno del As de Espadas, Ernest Velvet. He de reconocer que el Estilo del Serafín te ha llevado numerosas veces a la victoria. Pero aun así serás derrotado. Tu don divino no puede vencer a la convicción de mi filo.

- ¡CÁLLATE!

El guerrero de las espadas flotantes se abalanzó sobre su adversario y el patio se sumió en una tormenta de acero y luz que resquebrajaba el suelo y cortaba las mismas gotas de lluvia. Era una visión sobrecogedora, la de aquellos dos amigos que se enfrentaban con todo su potencial. Al principio las numerosas espadas parecieron superar ampliamente las defensas de Tyler, hiriendo gravemente al inquisidor mientras éste retrocedía. Llegó un punto en que Tyler se encontró de espaldas a una pared, completamente arrinconado. Ernest no sonrió siquiera al tener acorralado a su contrincante, aquel duelo jamás había sido motivo de alegría o júbilo.

Entonces el inquisidor acorralado alzó su espada, que comenzó a despedir un brillo verdoso. Una extraña aura de energía rodeó a Tyler, que miró a los ojos a su antiguo amigo con severidad.

Ernest decidió atacar cuanto antes, pero a partir de ese momento Tyler comenzó a bloquear con éxito todos los ataques de las espadas flotantes. El As de Espadas descubrió en medio de aquel combate la cruda verdad, su amigo había desarrollado un estilo de combate propio para acabar con él. Cada vez que la tormenta de espadas se abalanzaba sobre Tyler, este ejecutaba una maniobra de continuas defensas perfectas que no permitían a Ernest atravesar su guardia.  Su Estilo de 8 espadas fue completamente contrarrestado por un Estilo de 8 defensas. La habilidad con la esgrima de Tyler siempre había sido la superior, y Ernest siempre había sentido cierta envidia por ello. Y ahora, tras haber depurado al máximo su estilo de combate sobrenatural, no le servía de nada.

Tyler, el impasible Guerrero de Dios no pudo evitar derramar amargas lágrimas cuando aprovechó una ventajosa ocasión para propinar una poderosa patada a su contrincante. Éste chocó contra la pared del patio, donde se quedó incrustado. Al mismo tiempo todas las espadas que se movían a su voluntad cayeron al suelo, abandonadas por la fuerza invisible que las sostenía. El inquisidor avanzó con paso firme mientras recordaba la larga historia de amistad que lo había unido al hombre que estaba a punto de matar.

- Créeme – dijo con dificultad – Esta es la única misión que voy a lamentar en toda mi vida.

- Siempre has sido el más fuerte y el que tenía el corazón más frío – Ernest escupió sangre mientras miraba a su amigo, indefenso.

La espada bastarda de Tyler se clavó en la pared, justo a varios centímetros del cuello de Ernest. El inquisidor se acercó lentamente al traidor.

- Durante toda mi vida he hecho… - vaciló - hemos hecho lo correcto, y lo sabes. Esa maldita hechicera ha emponzoñado tu mente y te ha robado la voluntad. ¿Es que no lo ves?

- Lo que nos hicieron creer en Caedus no tiene nada que ver con la realidad, Tyler. Eres un estúpido y un crédulo. Yo no he sido embrujado – la sangre seguía brotando de su boca y de varias heridas a medida que su vida se extinguía. Ernest acumuló sus últimas fuerzas para dejar clara su postura – Yo amo.

Y entre lágrimas y sangre el guerrero de las muchas espadas murió, la espada plateada clavada en su corazón en una última estocada de un amigo que nunca más se perdonaría aquella cruel hazaña.

Tyler, con su orgullo destrozado, se arrodilló junto al cuerpo inerte de Ernest. Los inquisidores no lloran, los inquisidores hacen su trabajo y se van a casa tan campantes. Pero Tyler, bajo las órdenes de su código, acababa de asesinar a su mejor amigo.

Recordó los duros años de entrenamiento. Un niño tímido, huérfano, se hallaba entre los aprendices. No era muy diestro con la espada, ni muy fuerte, pero tenía algo que gustaba a sus superiores. Él se le acercó. “¿Cómo te llamas? Mi nombre es Tyler.” Se sonrojó, mostró una tímida sonrisa. “Me llamo Ernest.”

“¿Quieres que seamos amigos…?”

...

...

“C-claro…”

 Ace Velvet: +4 Puntos de Experiencia.

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16/07/2013, 00:42
Ace Velvet

Recuerdos de lo que una vez fue

El Padre, el Hijo y la Bruja.

Se hallaba en el patio de armas, como siempre. Había tomado la costumbre de entrenar mucho, más de lo necesario. Casi todas las tardes acababa allí, solo, blandiendo su espada contra un oponente invisible. Asumía que cada golpe que asestaba fallaba, por lo que la intensidad del duelo aumentaba cada vez más y más.

Algunos, en ocasiones, se le unían. Pero pocos tenían una voluntad tan férrea como la suya. Cuando el físico no era suficiente, la fuerza mental bastaba para mantenerlo algunas horas más. Pero no le molestaba estar solo, era tranquilo.

Una última estocada hizo saltar su sudor perlado. Las gotas recorrían abundantemente sus sienes, y luego se deslizaban por sus mejillas hasta llegar al mentón. Era una lástima que todo su esfuerzo tan solo fuese apreciado por unos pocos. Ace se permitió imaginarse que aquel ataque era el último de un combate muy igualado. Dejó caer la espada y se sentó en el suelo. Jadeaba abatido mientras observaba el cielo teñido de rojo durante el crepúsculo.

Ya se disponía a volver a sus dependencias cuando una voz familiar, profunda y grave, sonó a sus espaldas.

- Veo que no has perdido esa manía de tomar la empuñadora demasiado por arriba – una risa suave, cantarina.

Ace recordaba, sin duda, como Bronn se había quejado algunas veces de que tenía que corregir la postura de sus manos cuando hacía esgrima. Frunció el ceño, se giró, y halló a sus espaldas a un hombre que no había visto en muchos años.

- ¿Maestro?

En ese mismo instante, la máscara de indiferencia que Ace había ido construyendo durante todo ese tiempo se resquebrajó como si fuese de frágil porcelana. Aquella cara conocida que no supo si volvería a ver cuando apenas tenía 7 años estaba allí, de pie junto a él.

Tyler respondió con un asentimiento de cabeza y una amplia sonrisa. Se alegraba realmente de reencontrarse con su pupilo. En ese momento portaba su uniforme y a Letanía en el cinto. Su imagen era, cuanto menos, digna e imponente. Pero su actitud no era la de un temible inquisidor, era la de un padre.

El joven se levantó y se fundió en un abrazo con su mentor. Quizá no era el procedimiento, quizá la etiqueta dictaba que debían saludarse de otra forma. Pero reencontrarse con una figura que tanto representaba para Ace, después de aquellos duros años, era un interruptor que revelaba sentimientos guardados.

- Ha pasado mucho tiempo, pequeño. Siento no haber podido verte antes – dijo el hombre mientras revolvía su cabello, tal como haría con su propio hijo – Pero he estado muy ocupado.

Su voz sonaba cansada pero complacida, como si hubiese regresado a casa después de un duro viaje.

- Tengo muchas cosas que contarte – anunció el chaval, sonriente.

- Yo también, pequeño, yo también.

* * * * * * * * * * * *

Tras intercambiar golpes, tajos y estocadas, mentor y pupilo se miraron fijamente. El hombre sonrió y asintió, profundamente satisfecho.

- Han hecho un buen trabajo contigo, aunque aún te quede mucho por delante…

- ¡Eh! ¿Qué significa eso? – reclamó Ace, ligeramente ofendido.

- A tu edad tu padre era mucho más rápido y ágil de lo que eres tú ahora. Eso no lo has heredado de él – comentó Tyler, como si sus palabras fuesen lo más banal del mundo.

Se hizo el silencio.

- ¿Mi… padre? – Ace frunció el ceño, confundido. Jamás se lo había planteado, el hecho de tener o no tener padres. Nunca se había sentido solo, por lo que no había sentido la necesidad de remover un tema tan doloroso.

El semblante de Tyler pasó de alegre a sombrío.

- Pequeño, hay algo que siempre he querido contarte, pero que hasta ahora no he podido – paró, se rascó la barba, miró a su pupilo con resignación – Sobre tu padre y la promesa que le hice. Sobre lo que le pasó.

Los dos, hombre y niño, caminaron juntos unos instantes hasta un rincón oculto del jardín de las rosas. Se sentaron en un banco, y el hombre comenzó a hablar de nuevo.

- Él era un inquisidor, como yo. Los dos nos conocimos y entrenamos en este mismo monasterio. Era un gran hombre, increíblemente fiel a nuestra causa, y a sus amigos. Caía bien a todo el mundo – sonrió – tenía una especie de encanto natural.  Y vaya, ¡era increíblemente rápido! Fuimos muy buenos amigos.

Tyler parecía cómodo, pero Ace seguía con el ceño fruncido. Miraba a su mentor, confuso. Su mirada expresaba tanto que no necesitó mediar palabra alguna. El hombre lo comprendió, y siguió hablando.

- No te abandonó, Ace. Tu padre te quería con locura, eras todo su mundo. Pero ella nos lo arrebató, a ti y a mí – el semblante de Tyler volvió a tornarse sombrío, casi nostálgico – Nos encomendaron una misión. Rastrear a una bruja hasta su escondite y destruirla. Ella era muy peligrosa, y Ernest se creía invencible. Aunque yo iba con él, no pude detenerlo cuando nos separamos y trató de solucionar el problema él solo. Cuando llegué era demasiado tarde. Tu padre, moribundo, sólo podía pensar en una cosa.

A medida que el relato avanzaba, las arrugas del rostro de Tyler se marcaron cada vez más. Su rostro se contrajo al evocarse la tristeza de su pasado. El inquisidor recordó como su mejor amigo murió entre sus brazos. Y la última promesa que juró cumplir.

- En su lecho de muerte, tan solo pudo pensar en ti. Me pidió que te protegiese, que te convirtiese en un hombre fuerte y honrado – Tyler tuvo que callar en ese momento para caer en el llanto.

Y sobre sus cabezas, como si el cielo hubiese escuchado su triste historia, comenzó a llover. Al principio escasamente, pero luego en abundancia.

Ace, habiendo descubierto la verdad, sintió en su interior una mezcla de emociones a las que no supo dar nombre. Incapaz de encajar todo aquello, miró al frente y preguntó.

- Tyler, ¿por qué me siento triste y alegre al mismo tiempo?

El hombre rodeó con su brazo los hombros del chaval, y lo atrajo hacia sí.

- Porque estás orgulloso de tu padre, chico, pero ya no puedes conocerlo. Me temo que jamás podrás…

Algo surcó los rostros de aquellos dos amigos en esa noche lluviosa. Pero seguramente no serían lágrimas, porque los inquisidores no lloran.   

“Ojalá siempre haya ángeles velando por ti

Para que te guíen en cada paso del camino

Para que te protejan de todo peligro”

 Ace Velvet: +3 Puntos de Experiencia.

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16/07/2013, 20:04
Ace Velvet

Recuerdos de lo que una vez fue

El Legado del As de Espadas.

Tras su primer encuentro en Caedus, mentor y pupilo siguieron viéndose con asiduidad. Ace, emocionado, le explicaba a su maestro todas las aventuras y desventuras que había vivido en aquel lugar. Pese a su aislamiento, Tyler parecía ser una persona lo suficientemente importante como para entrar y salir del monasterio a sus anchas.

La mayoría de las veces que se veían, Tyler pedía a Ace que llevase consigo su espada. Los dos medían sus habilidades durante unos minutos, y luego el maestro le daba a su alumno unos cuantos consejos para corregir la posición y el hacer. Los entrenamientos solitarios del joven habían sido sustituidos por esas clases particulares que agradeció enormemente. No por el hecho de que le dedicaran tiempo, sino porque Tyler se había convertido en algo parecido a un padre para él.

Un día, para sorpresa de Ace, el mentor admitió que ya estaba preparado.

- Sin duda tus habilidades han crecido considerablemente desde la primera vez que nos vimos, pequeño – anunció, satisfecho -. Ya es hora de que te enseñe algo especial.

Ace estaba que no cabía en su gozo. ¿Técnicas especiales de combate? Había visto a Petros realizar increíbles proezas tan solo con el poder de su alma, ¿le iba a enseñar Tyler algo parecido? Tyler se disculpó y le pidió que se reuniese con él, el día siguiente, en un patio algo escondido. Aquella noche Ace no pudo dormir de la emoción.

Al día siguiente, se presentó en el lugar que habían acordado. Su maestro llegó poco después, cargando un montón de… ¿espadas? Ace no entendía aquello, pero calló y esperó una explicación. Tyler descargó las espadas en el suelo y se puso frente a su alumno.

- Esto va a ser muy complicado, porque yo no soy la persona más apropiada para enseñarte esto – admitió, casi con vergüenza.

- ¿Maestro?

Tyler interpuso sus manos entre los dos, en un gesto tranquilizador.

- Calma, Ace – tomó una de las espadas, tenía el tamaño de una espada bastarda pero era de madera. Más frágil y liviana que una de verdad –. Estoy seguro de que alguna vez has intentado esto, pero ahora vamos a tener que hacerlo en serio.

Ace frunció el ceño, en una mueca de confusión, mientras negaba ligeramente con la cabeza.

- Pequeño, usa tu don divino para manejar esta espada.

El joven asintió y respiró hondo. Tras unos pocos segundos, la espada se alzó en el aire sobre las manos de Tyler, y voló hasta situarse junto a Ace. Flotaba en el aire, suspendida. El mentalista cerró los ojos y la espada, tras temblar un poco, propinó un muy penoso tajo al aire.

- Tenemos que hacer que te concentres – Tyler tomó otra espada de madera – Hazlo contra mí, atácame.

Estuvieron toda la tarde para conseguir que la espada se moviese de forma mínimamente decente para combatir. Pero al menos se movía.

* * * * * * * * * * * *

- Oye, Tyler – murmuró Ace mientras caminaba junto a su maestro. Los dos se habían repartido el montón de espadas, un continuo tintineo metálico acompañaba su marcha -. ¿Por qué hacemos esto?

- ¿Qué pregunta es esa? – replicó el adulto, su rostro mostraba cierta indignación –. Tienes un don divino maravilloso que deberías aprovechar.  

- No es que se me dé muy bien…

- ¡Tonterías! Es que aún no has aprendido a usarlo en todo su esplendor – Tyler sonrió –. Lo has heredado de tu padre. Era su firma característica.

- Pero aquí hay más personas que tienen dones parecidos. Incluso los controlan mejor que yo – era una afirmación algo triste pero cierta. Ace se había descubierto a sí mismo quedándose bastante atrás respecto a las Bourgeois durante las clases de Artes Mentales. Por eso había intentado compensarlo entrenando mucho más con la espada.

Tyler se puso a reír, divertido. A Ace le encantaba esa carcajada sonora, profunda y cantarina.

- A tu padre le pasaba lo mismo. Y por eso encontró un enfoque personal y propio para su don. Consiguió alzar, tan solo con su mente, un montón de espadas para hacerlas volar a su alrededor. Era como si un montón de siervos invisibles luchasen junto a él. Pero era él, precisamente, quien lo controlaba todo. Únicamente con su cabeza – tocó con un dedo la frente de su pupilo, en un gesto paternal.

- Entonces… ¿yo podría hacer eso también? – preguntó el chaval, increíblemente expectante.

- Por supuesto. Si entrenamos lo suficiente, estoy seguro de que lo conseguirás.

* * * * * * * * * * * *

- ¡Maldita sea! ¿Quieres dominar el Estilo del Serafín o no? – gritó el hombre, exasperado. Llevaba demasiado tiempo esperando resultados.

El chico ya había conseguido manejar con cierta sincronía hasta dos espadas de madera, pero no parecía tener suficiente fuerza para alzar las espadas de verdad.

Ace, en medio de su esfuerzo, se quejaba con leves sonidos. Respiraba pesadamente, apretaba la mandíbula, sus ojos miraban fijamente la espada. Pero casi no podía levantarla, pesaba demasiado para él. Las espadas de madera era una cosa, ¿pero alzar una espada bastarda con la mente? Parecía ser demasiado.

El arma daba pequeño saltos en el suelo, emitiendo un rítmico repiqueteo que llevaba sonando en aquel patio durante toda la tarde. El sudor se deslizaba abundantemente por la frente del joven, bañándole el rostro entero. El pomo de la espada se levantaba una y otra vez, para luego caer. Todavía no había conseguido siquiera alzarla en su totalidad. Por si fuera poco, la impaciencia de su maestro ponía al alumno cada vez más nervioso. Él hacía todo lo que podía, pero no era suficiente.

Tyler dio un pisotón.

- ¿Es que no quieres honrar la memoria de tu padre?

Un hilillo de sangre salió de la nariz de Ace. La matriz psíquica que había estado proyectando sobre la espada se fortaleció. Se hizo más ancha y resistente. Alzó la espada en el aire y apuntó a su mentor con ella.

Su mirada, fría y primitiva, se clavó en el hombre como una lanza helada directa al corazón. Lo había hecho enfadar. Tyler sonrió con suficiencia y golpeó la espada suspendida en el aire con la suya, con gesto burlón.

- ¿Eso es todo lo que sabes hacer? ¿Levantar un pedazo de hierro?

El joven gritó y dirigió la espada al ataque. Era un ataque torpe, por lo que no consiguió apenas rozar a Tyler. Lo intentó de nuevo, y otra vez, y otra vez más. Pero el Inquisidor se defendía sin problemas. Ace fue a coger una espada de todas las que había en el suelo, y enfrentó al adulto con el acero en sus manos y con el que volaba a su alrededor.

Se enzarzaron los dos en un extraño combate. Parecían dos habilidosos contendientes, y un tercero más bien novato. La espada en el aire ejecutaba ataques lentos y extremadamente torpes, por lo que no era más que un leve incordio para Tyler. Pero con el transcurso del combate los movimientos del acero volador eran cada vez más precisos y controlados. Pese a la dificultad, Ace estaba comenzando a coordinar bien su matriz.

Tyler quiso detenerse cuando vio que, en todo aquel rato, Ace no había dejado de sangrar por la nariz. Pese a no tener ninguna herida, su rostro y ropajes habían quedado manchados de carmesí. Le pidió que se detuviese, pero él todavía seguía enfadado.

- ¡No! ¡No voy a detenerme ahora, Tyler! ¡No hasta que te comas tus palabras y me pidas perdón! – gritó el joven antes de volver a abalanzarse contra su maestro. Aunque sabía que la diferencia entre habilidades era muy dispar, no estaba dispuesto a rendirse.

Ace dio un salto hacia atrás, ganando distancia, y mientras la espada voladora seguía acometiendo a su maestro, dirigió su mirada al montón de espadas que yacía en el suelo del patio empedrado.

- ¡Ace, por favor! – suplicó Tyler.

Pero el joven no atendió a razones. Trató de alzar otra espada, justo como había hecho antes. Cuando vio que una comenzaba a alzarse, lo intentó con otra más. Luego incluso con una cuarta espada. Pero cuando trató de mantenerlas a todas en el aire, algo en su interior se rompió.

Se sintió mareado, y antes de caer al suelo abatido, escuchó el sonido del acero chocando con la piedra. Un sonido que hizo estremecer a Tyler como si acabase de revivir una terrible pesadilla.

Una lluvia de espadas abandonadas.

 * * * * * * * * * * * *

Una discusión acalorada hizo a Ace abrir los ojos. Se encontraba sobre una superficie blanda, muy cómoda. La cabeza todavía le daba vueltas, pero alcanzó a oír a dos personas que hablaban en voz demasiado alta.

- No puedes exigirle que aprenda lo que su padre en menos tiempo y con espadas más pesadas. ¿Espadas bastardas? ¿En qué estabas pensando?

- Tiene que aprender su propio estilo, uno que supere al de Ernest.

- Todavía es demasiado joven. El As desarrolló su estilo en años, ¿y tú intentas hacérselo aprender en unos pocos meses?

- Ernest no tuvo a nadie que lo guiara, necesitó aprenderlo y descubrirlo todo por sí mismo. Lo sé, ¡yo fui testigo! Por eso mismo puedo ayudarle, yo puedo darle las indicaciones, yo puedo acompañarle en su camino.

Ace alzó una mano. Entre las dos voces había reconocido la de su maestro.

- ¿Tyler…? – alcanzó a balbucear. Sentía la boca pastosa, seca.

- Oh, Dios mío. Has despertado al fin – una voz increíblemente sorprendida y aliviada al mismo tiempo, era la de su mentor. Ace notó como una mano se aferraba a la suya. Creyó ver el rostro de un preocupado Tyler. Junto a él un hombre enorme que también le sonaba, pero que no pudo reconocer. Se encontraba demasiado mareado.

- Lo siento… Maestro. Soy muy débil… - cerró los ojos, tenía ganas de esconderse debajo de una piedra, donde no pudiese sentir vergüenza ni miedo.

- No, tranquilo. No es culpa tuya – se calló, quizá no sabía cómo continuar – A partir de ahora iremos más lentos, ¿vale?

Ace asintió con la cabeza, como pudo, y volvió a abrir los ojos.

Tyler lloraba.

 

 Ace Velvet: +5 Puntos de Experiencia.

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17/07/2013, 21:23
Ace Velvet

Recuerdos de lo que una vez fue

El Dragón de Caedus.

El sol iluminaba fuertemente el patio de armas aquella mañana. Los aprendices corrían para calentar, mientras un instructor los observaba de brazos cruzados. Tras dar vueltas al patio durante unos 20 minutos, los aprendices tomaron sus armas, armas de verdad, y se dispusieron en parejas para hacer las prácticas de la mañana.

Ace, como siempre, se había puesto con Elohim. Con el tiempo sus combates se habían vuelto monótonos. Espada bastarda contra lanza. El ángel disponía de mucho más alcance, pero la ferocidad de Ace le permitía rebatir sus acometidas para acortar distancias.

Pero aquella mañana no sería monótona como las demás. Un joven, de cabello oscuro como la noche y ojos azules como un estanque helado, se presentó ante Bronn. El maestro no sabía si se trataba de algún aprendiz o inquisidor ya formado, su cara no le sonaba de nada.

- Me han dicho que ya puedo venir a las clases – murmuró el chico, observando con inquietud el entrenamiento de los demás.

- ¿Perdona? – respondió Bronn, dando un paso hacia su interlocutor. El chico había hablado demasiado bajo, no parecía acostumbrado a conversar en un tono audible.

- Que ya puedo salir y hacer lo que sea que hagan ésos – dijo, esta vez con cierta impaciencia. Apretó los puños, respiró hondo y miró a Bronn a los ojos. El maestro se sintió extrañamente perturbado -. Me llamo Lionel.

Bronn sacudió la cabeza, saliendo de aquel extraño momento de abstracción.

- Eh… claro. Vamos a ver qué sabes hacer – miró a sus alumnos, y escogió al que más cansado estaba de ver en aquellos tediosos combates –. ¡Ace, ven aquí!

El aludido, diligente, acudió a su maestro con su espada en el cinto. Miró, sin disimularlo siquiera, al chico nuevo. No se inmutó por su expresión fiera, lo observó con una indiferencia casi ensayada.

- Vais a enfrentaros en combate singular – anunció Bronn, su tono no admitía réplica – Para que veamos qué tal se le da esto a Lionel. Preparaos, los dos.

Lionel y Ace se dispusieron el uno frente al otro. El chico nuevo, para asombro de Ace, tomó una espada bastarda. Se observaron durante unos instantes, y luego comenzaron a hacer entrechocar los aceros. No fue la precisa habilidad del nuevo, ni su asombrosa velocidad, lo que atrajo la atención de todos los otros alumnos. Lionel gritaba, literalmente, con cada acometida. Era como una bestia descontrolada, que aullaba ferozmente.

La fuerza de los golpes de Lionel no menguaba con el tiempo, sino que aumentaba sin cesar. El joven rubio se vio obligado a retroceder continuamente, perdiendo su posición y siendo empujado hacia una pared. Acorralado como estaba, Ace luchó desesperadamente por recobrar el dominio del duelo. Dejó de desconcentrarse por los gritos de su contendiente, y se centró únicamente en los movimientos que debía efectuar. Las tornas pronto cambiaron, y tras encontrar una apertura evidente en la guardia del nuevo, Ace hizo un último ataque que hizo brotar sangre del antebrazo de Lionel.

Ver su propia sangre en el suelo y en la espada de Ace debió de hacer enloquecer a aquel joven. Gritó de nuevo, pero no se abalanzó para acometer al rubio con su espada. Dirigió una mano hacia él, y de ésta surgió una bola de fuego. Las llamas se precipitaron hacia el aprendiz, que rodó por el suelo para evitar el ataque. Al levantarse miró confundido a Bronn, que parecía tan sorprendido como él. Ace frunció el ceño al mismo tiempo que otra bola de fuego trataba de calcinarlo. Para evitar quemarse la mano, tuvo que desprenderse de su arma, que cayó al suelo y se deslizó por éste poco menos de un metro.

Aquel espectáculo pirotécnico acabó de atraer la atención del resto de aprendices, que observaban con expectación el desarrollo de aquel duelo. Bronn alzó la voz, les ordenó que se detuviesen, pero aquella bestia de fuego no cesó en su arrebato.

El joven no podía acercarse al chico nuevo, que manejaba el fuego como si fuese un auténtico dragón. Respiró hondo y se concentró en su propia espada y en una que reposaba en la vaina de un compañero. En unos instantes, las dos espadas se alzaron en el aire y salieron disparadas hacia Lionel, que se vio obligado a defenderse de aquel extraño ataque. Nuevos murmullos se alzaron entre los espectadores al ver el inesperado truco, Ace no era muy dado a usar en público su don divino. Confiando en que las espadas lo mantendrían ocupado, Ace corrió hacia Lionel para derribarlo y despojarlo de su arma, un final que seguramente satisfaría a Bronn. Pero fue muy distinto a como lo había imaginado.

Justo antes de llegar hasta su objetivo, una nueva bola de fuego se precipitó hacia él ¡Estúpido! Aquella carga lo había puesto a tiro de una manera demasiado evidente. Trató de tirarse hacia un lado, pero las llamas rozaron su torso y provocaron una explosión que lo lanzó por los aires. Ace rodó por el suelo y quedó tendido. El olor a carne quemada lo hizo revolverse. Un dolor lacerante se expandía por todo su cuerpo, su costado derecho todavía humeaba. La cabeza le daba vueltas, y en unos pocos instantes cayó inconsciente.

* * * * * * * * * * * *

En la enfermería vio a Elohim, a su mentor, incluso a sus más cercanos compañeros. Pero la última persona a la que esperaba ver allí era él, Lionel, el Dragón de Caedus. En un solo combate se había ganado ese sobrenombre a pulso, y todos lo murmuraban ya a sus espaldas.

Ace sacudió la cabeza, extrañado, y desvió la mirada. No quería hablar con él. Pero Lionel se acercó.

- Hola – comenzó, con palpable desgana -. He hablado con Bronn y me ha dicho que tenía que venir aquí – parecía tenso. Las relacionas humanas no eran lo suyo.

- Espero que no vengas a hacerme arder de nuevo. Ya guardo una cicatriz – espetó Ace, llevándose una mano a los vendajes que tapaban su torso entero. Tampoco quería mirarle.

Lionel apretó los puños.

- Podrías haberte rendido. Cuando comencé a usar mi don, era lo más sensato – se excusó, como si hubiese tenido que usar aquellas mismas palabras miles de veces en su vida -. Pero todos tienen siempre miedo de todo. Del fuego, de rendirse, del deshonor…

Si Lionel esperaba reconciliarse con el joven, había conseguido todo lo contrario.

Ace volvió su mirada hacia Lionel. Cuando aquellas dos miradas gélidas chocaron la tensión en aquella sala creció exponencialmente. Era como otro duelo, un duelo de convicción. Con tan solo mirarse, esos dos se lo decían todo. Pero alguno tuvo que parar en algún momento.

- Si tus llamas me diesen medio se me notaría, ¿no crees? – su mueca de burla acompañó perfectamente la indiferencia que ahora mostraba en su mirada.

Alguien que usaba su don de una manera tan descontrolada no merecía el respecto de Ace. Había estado a punto de matarlo por… ¿una rabieta? No estaba dispuesto a lidiar con él, es más, le caía increíblemente mal.

El Dragón de Caedus necesitó unos segundos y toda su fuerza de voluntad para no hacer estallar a aquel imbécil allí mismo. Se giró, con la dignidad que le quedaba, y se marchó. Justo en el marco de la puerta se detuvo, para decir unas palabras no sentidas.

- Sólo venía a disculparme.

* * * * * * * * * * * *

Desde el primer encuentro desafortunado, Ace y Lionel desarrollaron cierta aversión el uno por el otro. No se soportaban, uno tan orgulloso, el otro tan salvaje. Su relación pronto se tornó en competición, y a medida que pasó el tiempo pasó a ser una seria rivalidad. Ace se alegró, incluso, al enterarse de que a Lionel le había sido negado su propio Legislador.

Pero quizá, si hubiesen dejado de lado sus estúpidos egos… Si hubiesen decidido hablar del verdadero problema aquella vez… Si las circunstancias de su primer encuentro hubiesen sido diferentes…

Ellos dos podrían haber sido grandes amigos, pero no quisieron.

 Ace Velvet: +3 Puntos de Experiencia.

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18/07/2013, 03:00
Eriol Lahey

Monasterio de Caedus, hace unos meses...

Eriol se reclinó en la silla al fondo del aula, dejando la pluma a un lado del documento que tenía a medio escribir, y empezó a hacer gestos circulares con la mano izquierda, la que usaba para escribir, mientras se cogía la muñeca con la mano derecha, aliviando la tensión de la última hora escribiendo aquella redacción. Un castigo inmerecido, quizá. Esta vez no le habían pedido explicaciones, pero había aceptado la tenue penitencia para no motivar una búsqueda más exhaustiva en sus faltas que sin lugar a dudas hubiera sacado a la luz más motivos por los que castigarle. Y de momento, servía a su propósito, pues Bernadette estaba sentada tranquilamente en la mesa del profesor en la otra punta del aula, trabajando en algún documento. No creía que la situación fuera tan tranquila si hubieran descubierto lo que estaba haciendo realmente aquella madrugada en los pasillos, y no sería castigado por una simple ruptura del toque de queda.

Landon, que se encontraba a su derecha con un castigo idéntico se levantó. Eriol lo miró de reojo, sin acabar de creerse que hubiera acabado ya, pero su amigo simplemente se había quedado sin tinta. Ansioso por encontrar una excusa para levantarse el también, comprobó su tintero, pero estaba lleno prácticamente a rebosar. Miró a Bernadette, traspasándola con la mirada, sabiendo que la mujer se habría asegurado de mantenerle sentado el máximo tiempo posible, y aquello incluía una cantidad de papel que no gastaría en una semana, y un tintero que tardaría horas en vaciar. Bernadette levantó la mirada, viendo que Landon se había levantado, y captó la mirada de Eriol, a la que replicó con una sonrisa de suficiencia. Durante los últimos años aquella situación se había repetido en incontables ocasiones, por supuesto que la santa conocía todos los trucos que el adolescente pudiera plantear.

Copiar manuscritos una y otra vez, era una tarea tediosa y agotadora, pero no quería ni imaginarse (por temor a revivir castigos anteriores) a lo que habría sido condenado si en vez de Bernadette habrían aparecido Maestro o Severus. Tres fardos de hojas, a replicar quince veces cada uno. Le llevaría todo el día si quería hacerlo bien. Porque más le valía escribir con letra clara e inteligible. No le apetecía mucho repetir el trabajo hasta que le dieran el visto bueno a la calidad del mismo.

El primer fardo lo había replicado ya siete veces: "El Sacrificio de Isaac". Ya sabía por dónde iba haciéndole copiar eso: "Obedece y calla, eso es lo que Dios espera de ti". "Sigue las normas, pues son las de Dios y solo él te dirá cuando debes saltártelas". Lo que no parecían entender ninguno de los profesores era que Eriol no tenía ninguna "necesidad imperiosa" de incumplir las normas o mofarse de ellas. Lo que ocurría es que las normas estaban, normalmente, entre él y su objetivo. No le gustaba ponerse en riesgo, dar pie a que le encontraran haciendo algo que no debiera y ser castigado por ello, pero menos aún le gustaba quedarse con las ganas de hacer lo que quisiera hacer.

Aquello le hizo acordarse de los rasguños en las manos que había sido capaz de esconder de la vista de la inquisidora. Se había hecho eso hacía unas horas, mientras cortaba unas cuantas rosas del patio. Llevaba todo el día planeándolo, incluso le había preguntado a Juliette la mejor manera de preparar su disculpa, escogiendo las mejores flores y la mejor composición para el ramo. Landon, por otro lado, se había despertado - o quizá no dormía aún - cuando él salió del cuarto y le siguió, como otras tantas veces, cómplice en sus aventuras. A pesar de que aquello no tenía nada que ver con él. Fueron al jardín, evitando a los guardias y tras un pequeño susto con una pareja de estudiantes más pequeños que se estaban dando el lote en "la zona", en el jardín, había logrado el ramillete. Había ido a la habitación de Aenea y Resha, otra vez arriesgándose a ser descubierto. Pero no entró por la puerta, sino por la ventana, no era tan loco como para intentarlo - otra vez - por el pasillo, y ser descubierto no solo rompiendo el toque de queda, sino en la zona de las chicas.

Golpeó el cristal con los nudillos, esperando ver la cara de Aenea aparecer, algo ofendida o incluso completamente enfadada, pero lo que se había encontrado era a Aenea llorando por los descosidos y Resha abrazándola. Había ido a disculparse por algo de lo que se le acusaba, pero sin dar detalles del supuesto delito, y que estaba seguro de que fuera lo que fuera, no había hecho. Hacía un par de noches que habían discutido, otra vez, y había acabado en ella dándole calabazas, otra vez. Pero había aprendido en sus dos años de relación que una disculpa acostumbraba a arreglarlo. No esta vez. Aenea le miró, con ojos enrojecidos, y se enterró bajo las sabanas, y fue Resha quien le explicó, enfadada, que le habían visto "retozando" con Juliette esa mañana.

No hubo manera de explicarle a ninguna de las dos que no había habido ningún "retozo", ni "revolcón" ni "besuqueo". Esta vez, no habría reconciliación posible. Era extremadamente injusto que Aenea se hiciera sus propias historias en su cabeza y él tuviera que pagar el pato, siempre.

Aún colgando de la ventana, con cara de póker, y un ramillete de rosas en la mano, decidió emprender el descenso hasta el suelo, cuando al encontrarse con la ventana del piso inferior, decidió dar unos golpecitos en la misma. Momentos después apareció Shelinne, totalmente confusa ante la imagen de Eriol ofreciéndole un ramillete de rosas por la madrugada. De vuelta a la habitación que compartía con Landon fue cuando Bernadette les pilló. Quizá debería haberse guardado el ramo para ella, después de todo, la Santa al menos era coherente con sus acciones y no le provocaba aquellos quebraderos de cabeza.

Landon, su eterno amigo y compañero de fechorías, regresó a su sitio no sin antes ponerle la mano en el hombro, dándole ánimos con un apretón y una sonrisa.

- Lo sabe - susurró, aprovechando el ruido de la silla para hablar. - Lo de Aenea y lo de las rosas.

Landon podía saberlo, Eriol podía ver en el aire los trazos del poder de su amigo, capaz de percibir los sentimientos de los demás o de hacerles sentir aquello que él quisiera. De hecho había sido en gran parte lo que había propiciado su amistad. Pero lo importante en ese momento era que Bernadette lo sabía, sabía que había "mancillado" el jardín y había estado en la sección de las chicas, ¿Pero solo les había castigado a aquello? ¿Porqué? ¿Acaso sentía pena? Landon, que debía estar leyendo la confusión en Eriol y la súbita resolución de la incógnita, volvió a sonreír y asentir.

Eriol, en cambio, no sabía que pensar. No sabía si estar contento por haberse librado de una buena, o enfadado porque sintieran pena de él. Y ya bastante pena de si mismo sentía por culpa de Aenea. Entonces sintió ganas de reír, y tuvo que llevarse la mano a la boca porque se le empezó a escapar la risa por mucho que intentara cerrar los labios.

- Landoooon - Exclamó Bernadette, desde su sitio y casi sin levantar la mirada del documento - Así no.

Por supuesto, había sido Landon haciéndole reír. Había sido un poco... brusco. Sí, pero había logrado lo que pretendía: que por un momento se olvidara de sus penas. De hecho aquello le hizo acordarse de cuando poco después de ser admitidos como estudiantes de pleno derecho en Caedus. Habían encontrado que todos sus nuevos compañeros de clase estaba un poco mustios, y Eriol había incitado a Landon a "alegrar" a todos un poco. Después del caos estuvieron castigados durante semanas. Pero había valido la pena, durante unos días, todos comentaron con alegría el hecho. Poco sabía Eriol las causas de la negatividad, de Venganza Primigenia, del mal momento por que habían pasado. Quizá no hubiera pedido a Landon que hiciera lo que hizo. O quizá sí. Porque funcionó.

Con una sonrisa, Eriol retomó el trabajo, alegrándose de tener amigos como Landon.

 Eriol Lahey: +2 Puntos de Amistad con Landon Argent.

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18/07/2013, 20:27
Elohim

Preparativo ritual

 

 -Mañana es es el gran día. ¿Has pensado en ello?

 

 

Elohim miraba a la imagen de Abelcristo crucificado con la mirada perdida. Iba a ser un momento importante, el momento más importante de su vida se podría decir. Aunque realmente nada le había preparado para aquello, sentía que era su destino, y no se lo habían dicho pocas veces. Incluso multitud de voces en su interior eran incapaces de callar aquella verdad. 

El ángel de Dios, el chiquillo de las alas, el pequeño rubio con problemas para mantenerse de pie, el zagal que cumplía años el 25 de diciembre... sí, ese chico iba a convertirse en Santo.

-Desde hace mucho tiempo. Quiero hacer algo... he escuchado las palabras del altísimo. Tengo que hacer algo, me lo ha dicho, lo he oído. Pero todavía no puedo. 

Bajó la cabeza y miró a Evangeline. Ella era lo más parecido a una madre que había tenido en su vida. Realmente aquella santa tenía un cariño especial hacia Elohim. Su mirada cayó hacia el suelo, en un claro gesto que auguraba una petición. Al mismo tiempo, una furtiva sonrisa suavizó las facciones de la Santa, conocía al pequeño, sabía que iba a pedirle algo, y por extraño que parezca no le sorprendía. Esperó paciente a que Elohim encontrara las palabras, sabía la devoción que le guardaba el pequeño y que en ocasiones le costaba hablar con ella, por el mero hecho de poder ofenderla o contrariarla. 

Por ello su expresión se relajó y acarició la melena de Elohim.

Ambos se encontraban en la capilla del monasterio, rezando un 24 de diciembre. Así que, mientras esperaba a que Elohim hablara, miró a la imagen de su Dios y comenzó a orar.

-Conozco el rezo. Sé que es lo que quiero pedir, sé que me lo concedería... pero... estoy inseguro. Creo que no sería capaz de invocar tanto poder, creo... creo que mi mente no es capaz de comprenderlo.

Evangeline alzó una ceja y mudó su sonrisa por una expresión a medio camino entre el interés y la preocupación. Giró su faz, que antes encaraba a Abel para poder mirar a los ojos al pequeño ángel. Sus profundos ojos azules se encontraron con los también zafiros del chico, y volvió a sonreír. No podía salir nada malo de aquella cabecita y, tal y como hizo el primer día que ingresó en Cadeus, estaba segura de que iba a sorprenderla gratamente.

Elohim también sonrió, sintiéndose arropado. No hacían falta palabras en ese momento, las interminables horas de rezos en ese lugar había hecho de su relación algo bastante íntimo, a pesar de las constantes salidas de la Santa en misiones oficiales.

 

 -¿Qué te propones, muchacho?

 

 

El sonido del aleteo de una paloma blanca inundó el lugar. Una inocente ave había entrado en la capilla y ahora volaba por encima de sus cabezas, alejándose de ellos mientras Elohim movía los labios, contándole a su mentora lo que su mente había tejido. Las alas de la paloma se elevaban y elevaban, dejando caer alguna pluma furtiva que, danzando al son de la ligera brisa, caía junto a la pareja. La luz que entraba por las pocas cristaleras incidió sobre el animal, haciendo que este proyectara su sombra sobre la pared, permitiendo que la perspectiva hiciera de la paloma un ser de tamaño humano, un ser iluminado por el cielo, un ser... que volaba libre.

Tanto Elohim como Evangeline observaron la escena.

Y rieron.

 Elohim Malach: +1 de Amistad con Evangeline Matheus.

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19/07/2013, 02:25
Elohim

Color de Rosa

El joven proyecto de inquisidor acarició las alas de la blanca paloma que había enviado el mensaje. Ella la había llevado, a modo de broma al encuentro con el chico. Y Elohim no pudo más que liberar la tensión que tenía acumulada en una amplia sonrisa al verla, tanto a la paloma... como a la que la portaba.

Su capa estaba algo manchada por el camino, no en vano el viaje no era precísamente corto. La cruz dorada que ostentaba en la espalda había perdido un poco su color, y los guantes que cubrían sus manos empezaban a darle calor. Aquella situación ponía un poco nervioso al pobre Elohim. Aunque no era la primera vez que la veía, sí iba a ser la primera en encontrarse con ella a solas, lejos de las miradas inquisidoras de sus superiores. El corazón le latía a gran velocidad, tanto que tuvo que darse un golpecito antes de que se acercara, como mero toque de atención a su cuerpo.

+Agradécele que sepa encontrar el camino de vuelta a casa tan rápidamente, "angelito".+La voz de la muchacha sonaba divertida, como si estuviera dando un reproche a modo de broma a su interlocutor.

-Lo que tengo que agradecerle, mi dama, es que me haya permitido estar ahora con vos.-Elohim también jugó al mismo juego, modulando su tono de voz para que la conversación fuera como si de un verdadero juego entre nobles se tratara. Miró a los ojos azules que tenía delante, y se derritió por dentro. Aquellos ojos tenían algo mágico, algo capaz de hacer sonreír al ángel. Una sola mirada, acompañada de una sonrisa podría hacer que la ya inquebrantable fe de Elohim fuera absolutamente impenetrable. Dios había creado la belleza, y le había puesto nombre. Leonor.

Alzando su mano derecha, Elohim dejó volar con libertad al ave, que se retiró aleteando a toda velocidad, dejando un momento de intimidad a la joven pareja. No tardaron un segundo en abrazarse, en juntar sus labios con inocencia, con la mera intención de sentir la caricia del otro, una caricia cercana, íntima. Y sin embargo, casta. Las alas del prelado envolvieron también a su chica creando algo parecido a una esfera, un lugar de intimidad, un abrazo "perfecto", donde Leonor se sintiera segura, arropada, querida.

El sonido del agua corriendo les acompañaba, a la par que las pocas luces que escapaban del anochecer. En aquel jardín, propiedad de la familia de Leonor no podía verles nadie, estaban absolutamente a solas. Hubiera sido cierto problema enseñar sus alas en cualquier otro lugar, a pesar de que había viajado con Evangeline y con Leonardo, en caso de algún tipo de malentendido la condición de Santa de Evangeline podía sacarles de la mayoría de los aprietos. Pero lo cierto era que mejor no tentar a la suerte y a la buena mano de la inquisición. Con un poco de mala suerte puedes acabar en una hoguera si se montaba un alboroto suficientemente grande.

Pero eso no iba a suceder allí. A Leonor le encantaba el tacto de las alas de Elohim. Le acariciaban los brazos con la punta de las plumas lo que hacía que el vello se erizara y una sonrisa perfecta floreciera en la chiquilla. Era un juego más, una muestra de cariño.

Ambos conversaron durante casi toda la noche, entre beso y beso y caricia y caricia; entre juego y juego, y entre descanso y descanso. Aún teniendo muchas cosas que decirse, los silencios fueron constantes, constantes pero no eternos para ellos. Fugaces sería la palabra. Un silencio en el cual su única intención era mirar a los ojos al otro mirando más el alma que el cuerpo. Un silencio en el cual los que hablaban eran los sentimientos, chillándose a voz en grito las consignas más románticas. Un silencio, por tanto, cargado de significado.

Tras una noche poniéndose al día, los rayos de un nuevo día comenzaron a despuntar en el cielo, augurando lo que ambos temían. El momento de separarse. Elohim iba camino de convertirse en un inquisidor, y Leonor era miembro de una de las familias más influyentes del mundo conocido. No disponían de mucho tiempo para estar juntos. Pero, al menos, el tiempo que eran capaces de robar lo aprovechaban al extremo.

Guardando las alas bajo su capa, y peinando un poco su alborotado cabello, el ángel miró a los zafiros de su amada, tan sólo quedaba una cosa por preguntar, una duda que, aunque conocía la respuesta, quería escuchar de los labios de Leonor.

-Estarás allí, ¿verdad?

Leonor sonrió mientras se colocaba un guante de seda en su mano izquierda. Tras ello, le hizo un pequeño gesto para que se apresurara.

+No sé ni por qué lo estás dudando.

Elohim se quedó parado un momento, mirando como embobado a Leonor. Era bella, muy bella, era perfecta...

+¡Corre!

Gritó divertida, al tiempo que con el grito algunos pájaros que bebían tranquilamente en la fuente fueron espantados, emprendiendo su vuelo justo en medio de Elohim y Leonor. Ella se quedó mirando el vuelo de dichas aves mientras veía alejarse a su enamorado, de alguna manera le recordaban a él. Suspiró mientras volvía la cabeza y le veía irse corriendo.

Y dos voces casi al unísono, susurradas por ambos en su lugar se sucedieron en el tiempo. Dos susurros que podrían ser tan atronadores como una tormenta eléctrica. 

+- Te quiero.

 Elohim Malach: +1 de Romance con Leonor Barbados.

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21/07/2013, 16:55
Gilbe Klimb

Veneno en el Alma

Como casi todas las cosas interesantes que pasaban en el mundo, ésta también sucedió en la oscuridad de la noche. 

* * * * * * * * * * * *

Hacía horas que la mayoría de los alumnos y profesores de Caedus dormían, sólo unos pocos permanecían en vela y no todos tenían los mismos motivos. Mientras unos custodiaban el monasterio, mientras otros sucumbían a los placeres de la carne, un último grupo todavía estudiaba en la academia inquisitorial.

No podía sentir a todos ellos, eso requería de una concentración que no podía permitirse... Sin embargo en su mente sabía dónde estaban y qué hacían algunos de sus compañeros de desvelo. Un grupo practicaba las oscuras artes del espíritu; reconocía a alguno de ellos, normalmente eran sus amigos, pero en estas noches se estremecía cuando les sentía. Eran oscuras simas que penetraban en el vacío de la realidad, humanos que se valían de poderes impíos. Les apartó de sus pensamientos.

En algún punto de la profundidad el monasterio sintió también la presencia del mal, y de aquellos que lo estudiaban. Criaturas que debían ser exterminadas en el nombre de Dios permanecían allí: capturadas, interrogadas, estudiadas. A veces sentía el deseo de bajar a las mazmorras y exterminar a esas abominaciones, pero sabía que eran necesarias para cumplir el plan de Dios. Gilbe Klimb seguía sabiendo muchas cosas, pero ya no era ningún niño.

- (...) así lograremos el efecto que buscábamos. Gilbe, ¿estás escuchando?  - una mujer vestida con bata blanca y gafas hablaba con un selecto grupo de inquisidores.

- Discúlpeme profesora Crest, estaba pensando en cómo podríamos lograr un efecto similar pero que no necesitara ser ingerido. - mentía, pero no del todo. Ese mismo día en el comedor había meditado sobre este hecho, ilusionado por el pequeño conciliábulo al que iba a asistir por primera vez.

- Eres increíblemente afortunado por esta aquí, señor Klimb - su tono se tornó un poco más duro.- Mi colega, la profesora Cone, nos ha pedido que te diéramos una oportunidad. Y aquí estás. Pero no te confundas, todavía no eres un inquisidor, durante nuestros encuentros permanecerás callado y conservarás la concentración. No quiero tener que repetirlo.

La profesora Renata, normalmente cariñosa y cercana, se mostraba dura ante sus compañeros inquisidores, esto no era una clase de primer año. Mientras tanto, el resto de los Inquisidores sonreía, o incluso reía abiertamente. El entrenamiento que recibía esa gente de pequeños dañaba su carácter, y matar criaturas de la oscuridad no ayudaba a mejorarlo. Pocos eran los que, como la profesora Blanchett, todavía conservaban su plena humanidad.

La profesora Renata prosigió.

- La clave es tener capacidad para experimentar.  Cualquiera puede comprar un veneno o conocer qué sustancias son tóxicas, y de qué manera afectan al organismo, pero para crear nuevas mezclas más potentes, o descubrir nuevos resultados necesitamos probar nuestras fórmulas.

Un chasquido llenó de sonido la sala, una de las puertas crujió y se abrió dejando entrar una camilla ocupada por un hombre. La empujaba un soldado, el cual cuando paró el artilugio frente a ellos y dijo:

- El preso es Aarty Mahradin. Sus crímenes son la destrucción íntegra de una Iglesia en Argos a través de la magia, y el asesinato del sacerdote y los 10 feligreses que había en ella. El tribunal ha dictado sentencia de muerte, se les entrega conforme al acuerdo de Romeo Exxet con Prospero Reinhold, para el desarrollo de nuevas técnicas de lucha contra el demonio.

- Gracias, puede retirarse. - Dijo un hombre con un extraño acento que Gilbe no reconoció. 

Sobre la camilla estaba el condenado. Gilbe se envaró. Hacía ya tiempo que había comprendido que la muerte es un castigo que había que dar con rectitud... Ya había matado a varios desgraciados, tanto dentro como fuera del monasterio, sin embargo utilizar a alguien como cobaya en vez de acabar con su vida, tal y como estaba sentenciado, le parecía una canallada.

Renata prosiguió con su charla.

- Como veis se trata de un paciente sano, exceptuando los cardenales, etnia Tahayar.  Aproximadamente 30 años. Unos 60 kilos de peso. Estos datos es importante conocerlos, el modo en el que vuestra víctima resistirá o no vuestro veneno dependerá de su constitución.

Se apartó un poco para que la gente pudiera ver de cerca al sujeto, Gilbe no se acercó, estaba paralizado. Entendía incluso la tortura, porque el fin era conseguir información realmente valiosa para Dios... Sin embargo esto se trata de hacer sufrir gratuitamente a alguien de un modo sádico y cruel.

- Cada compuesto tiene unos efectos, y por tanto nos servirán cada uno para un fin distino... Para que un veneno funcione lo primero es elegirlo correctamente. - Hizo una breve pausa mientras remangaba el brazo del condenado. - Si lo que queremos es que a alguien le entre el pánico, entonces no usaremos un veneno que l e mate, y muchísimo menos un veneno que o le mate o le haga sentir pánico, pues dejaremos el resultado al azar. Cada compuesto tiene su función, darle varios usos lo debilitará y le restará eficacia. Elegid bien cuál es vuestro objetivo, y utilizad el compuesto que con mayor pureza os asegure dicho efecto, hacer cualquier otra cosa es comenzar fallando.

Algunas voces confirmaron lo que ella decía, otros asentían con curiosidad. Para muchos era todo lo dicho hasta el momento era una obviedad, para otros como Gilbe era información en la que hasta ahora ni había pensado.

La profesora cogió una vaso hecho de cerámica del que bebió. Se acercó a una bandeja donde tenía una serie de compuestos, así como un artilugio que terminaba en una alargada punta de metal, y lo acercó a la camilla.

- Como ya sabéis la toxina que logréis puede inocularse a la víctima de diversos modos. Los más usuales son a través de la sangre o ingiriéndolo, pero el contacto o la inhalación también son opciones posibles. Cada método es más o menos efectivo, por lo que al utilizar vuestras mezclas  haríais bien en meditar cómo vais a suministrárselas a la víctima, el cómo puede ser tan importante como el qué, cuando se trata de utilizar ardides en vuestras misiones.

Aunque la profesora Crest no era ninguna combatiente tenía un contacto permanente con ellos, tanto a la hora de curarles como de suministrarles material, por lo que conocía las características de un correcto asesinato.

La charla prosiguió durante más de una hora, hablando de lo que se podía hacer con cada una de las diversas toxinas con las que ella trabajaba. En este tramo de la charla fue donde más interés generó, pues el descubrimiento de nuevos compuestos o la aplicación novedosa de los tradicionales interesaba a los Inquisidores más letales.

En algunas ocasiones utilizaba el artilugio en punta para suministrar un veneno al paciente, demostrando lo que hacía, para finalmente inyectarle un antídoto que le libraba de la agonía.

Minuto a minuto Gilbe se ponía más nervioso, mantenía la calma pues no quería dejar en mal lugar a su mentora, Mary Jane, que había depositado su confianza en él llevándole a una clase a la que sólo unos pocos inquisidores estaban invitados. Pero cada vez le costaba más reprimir su rabia, el sufrimiento del desgraciado al que debían ajusticiar le dolía en el alma.

- Joven Klimb, querido, acércate. - Era la voz de la profesora, seguramente había percibido el estado de ánimo del niño. - Estábamos hablando de un poderoso veneno de mi invención que mata en cuanto toca el corazón. Me gustaría que lo probaras con éste infame asesino. -dijo las últimas palabras mientras golpeaba la cara del aterrorizado preso.

Gilbe no estaba en una clase en sus primeros años, estaba rodeado de inquisidores e incluso tal vez de algún alto inquisidor... En el monasterio no se podía simplemente fallar, cuáles serían las consecuencias de negarse... ¿Qué sería de él si rehusaba, qué le diría a Mary Jane cuando le viera?

Se acercó a la mesa, rojo de ira y vergüenza. Le temblaban las manos y el preso, aunque agotado y amordazado, todavía luchaba por su vida.

* * * * * * * * * * * *

Media hora más tarde estaba en su cuarto, todavía despierto. El veneno que había inyectado al hombre había ido corrompiendo su cuerpo según avanzaba por dentro, había sentido cómo se pudría su interior en tan sólo unos instantes. El hombre había intentado aullar de dolor, pero había muerto antes de lograrlo.

* * * * * * * * * * * *

Como casi todas las cosas interesantes que pasaban en el mundo, ésta también sucedió en la oscuridad de la noche. El monasterio forjaba a los niños a golpe de martillo, los que sobrevivían al envite terminaban por doblarse.

 Gilbe Klimb: +2 de Amistad con Renata Crest.
 Gilbe Klimb: +1 de Amistad con Mary Jane Cone.

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22/07/2013, 23:53
Gilbe Klimb

El Juego de Gilbe

Olor a sudor. Y a tierra. Un aire caliente y húmedo que impide respirar.

El sonido de las pisadas en el suelo se dispersa por el aire. A lo lejos, el murmullo del mar lo llena todo. La fuerza de su constancia recuerda al joven la importancia del esfuerzo y le ayuda a seguir su carrera.

Una zancada tras otra, sus músculos le impulsan cada vez más cerca  la playa. Mientras corre piensa en lo poco que le hubiera costado llegar a caballo, pero como todo en el monasterio, cualquier eventualidad podía aprovecharse y utilizarse como una prueba... Aunque fuera el propio hecho de ir a una clase.

Y ahí estaba Gilbe, su ropa estaba empapada en sudor y un sol de justicia castigaba su piel, ya tensa y enrojecida. Llevaba desde la madrugada corriendo, pero ya casi había llegado.  O eso creía, las horas que llevaba corriendo sin parar, la posición en la que estimaba que estaba el sol y, sobre todo, el sonido y la humedad... Sí, no podía faltar mucho.

Junto a él una gran perra, trotando alegremente, incansable. Deneb le había llamado. Tras el enfrentamiento con la Sombra, y la muerte de Altaír pensaba que nunca querría tener otro perro. Sin embargo ahí estaba Deneb, ya hacía 2 años que estaba con él y juntos habían pasado miles de aventuras. El vínculo que les unía era muy fuerte, y se comprendía casi a la perfección.

Cuando ella ladraba, Gilbe se lanzaba por el aire, saltando, sabiendo que había un obstáculo que debía evitar. Si Deneb se paraba, él también lo hacía, pues confiaba que algún motivo habría para ello. Si su mascota le mordisqueaba bajo uno de los lados de la túnica, como ahora, él giraba hacia el lado en el que estaba el perro.

Torcer el camino fue como cambiar de habitación. Súbitamente el mar rugió, e incluso sintió la salpicadura de las olas en su piel. Las gaviotas graznaban y a los pocos pasos comenzó a pisar una gruesa arena.

El perro dio un par de ladridos de alegría y se dispuso a correr hacia algún lugar, pero cuando se quedaba con su Maestra lo mejor era no asumir riesgos. Gritó:

- ¡Deneb, conmigo!  - Y se golpeó una de las piernas con varios golpes rápidos.

El perro reprimió su carrera y obedeció. Estaba perfectamente educado, sabía hacer lo que se le decía.

- Quédate aquí. No me ayudes si no te lo pido. - Insistió- Quédate aquí. - Le bajó los cuartos traseros al perro, haciéndole sentar.

Un simple sobre donde estaba escrito, a mano y no en braille, las intención de su maestra de darle una clase en este lugar. No creía que la clase consistiera en tomar té con pastas.

Se acercó paso a paso, agazapado, hacia el mar. Se puso cuan alerta pudo, esperando una trampa o un ataque por la espalda. Avanzó y palpó bajo la arena, con la punta de los pies, unas grandes hojas, probablemente de palmera.

No era posible que Mary Jane pensara que él podía caer en una trampa tan poco sofisticada. Casi se sintió insultado, tal vez no era un Alto Inquisidor, pero tampoco era un bebé.

Cogió una piedra cercana y la lanzó contra la trampa, que se derrumbó.  Tras ello Gilbe rodeó la trampa y siguió avanzando. Tal vez el propósito de esa trampa era confiar al ciego, pero ya llevaba dos años en el monasterio, no bajaría la guardia.

Más adelante encontró una mesa. Con dos sillas, parecía que estaba preparada para tomar un almuerzo. Desclavó el pincho, probablemente envenenado, que atravesaba ligeramente su silla. Comprobó que se mantenía en pie. Y se sentó a la mesa.

Esperó durante un largo rato. Y no ocurrió nada.

Cansado de esperar decidió alargar la mano para coger un trozo de pan. El viento cambió. Cuando fue a metérselo a la boca súbitamente se lanzó hacia atrás, con silla y todo. Un puñal se clavó en el suelo, justo donde él estaba.

Un nuevo olor se mezclaba con el aire. Un olor como a cuero, a piel, a animal. Puede que se lo imaginara, pero tal vez logró oír el ruido que unas comisuras hacían al sonreír. Por fin había aparecido.

- Qué tal, ¿chico? - La voz de Mary Jane, cercana y juguetona, le llegó desde encima de la mesa.

- Algo cansado y hambriento, Maestra.

- La muerte podría librarte de esas molestias...

Gilbe lanzó la silla a donde estaba su Maestra y pirueteó hacia atrás. Tres puñales se clavaron de nuevo en el suelo, uno a su derecha, otro a su izquierda y otro a punto estuvo de acertarle en el pecho, lo que de nuevo le hizo retroceder.

Cada vez estaba más cerca del agujero que había descubierto. Si no empezaba a avanzar terminaría por caer en la trampa más obvia que le habían puesto nunca. Sacó una daga de su túnica, que con un rápido movimiento blandió frente a él.

Por desgracia su siguiente paso terminó en una placa de metal, su pie casi fue zapado por una trampa para osos. El sonido del metal retumbó por el aire, la clase iba en serio. Su maestra normalmente le enseñaba trucos o entrenaban cómo abrir cerrojos o pasar por otra persona. Rara vez luchaba con ella, normalmente contra quien luchaba era contra Maest...

Una mole que sonaba como si una montaña de arena se estuviera desmoronando se alzó en su espalda. El sonido de una gran arma cortando el aire se acercó hacia él. Rodó, esta vez sí, hacia la mesa. Maestro había salido del foso cuando sonó la trampa para osos, ah, eso sí que es una trampa, pensó Gilbe.

Estaba situado entre sus dos profesores preferidos. Deneb lanzó un par de alegres ladridos, debía estar divirtiéndose. Sonrió. Estaba totalmente seguro de que no tenía ni una posibilidad.

Dio un mortal hacia adelante, tenía más posibilidades contra MJ. Mientras estaba en el aire lanzó un puñado de arena hacia atrás, donde debía estar Maestro en ese momento y dejó caer unos arrojos por el suelo. Esperaba por lo menos hacerles sudar, aunque fuesen por las molestias que se habían tomado.

 Gilbe Klimb: +1 de Amistad con Mary Jane Cone.
 Gilbe Klimb: +1 de Amistad con Maestro.

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23/07/2013, 02:59
Eriol Lahey

Monasterio de Caedus, hace dos años...

Eriol se reclinó en su silla en la parte trasera del aula de castigo, apoyando el asiento sobre las patas traseras y haciendo descansar la espalda del mismo en la pared, tras lo cual soltó un largo suspiro. Landon rió, a su derecha, y Gilbe a su izquierda se hundió más en la silla, deslizando el culo hacia adelante.

En la otra punta del aula estaban Berny (Bernadette), Owen y Leona discutiendo alegremente pero en voz demasiado baja como para que Eriol entendiera lo que decían.

- Gracias por esta agradable velada, Landon – susurró para que solo los otros dos lo escucharan. El interpelado volvió a reír.

¿Qué por qué estaban allí aquella vez? Era una historia un poco larga de explica. Todo había empezado aquella tarde, mientras entrenaba con Satin.

* * * * * * * * * * * *

Estaba escondido en el alfeizar de una ventana que quedaba encerrada entre tres paredes, con los ojos cerrados y concentrado en dos cosas: No descubrir su propia presencia y detectar la de los demás. Su respiración estaba agitada, llevaban horas con aquel juego bajo el sol del verano. Los últimos minutos los había pasado huyendo de Satin sin conseguir despegarse de ella, hasta que al subir a los tejados había logrado romper la línea de visión.

Ocultar su aura era sencillo, era algo interno que no se veía afectado por nada ni nade, una parte de él se había acostumbrado aquedarse pendiente de ello mientras realizaba otras acciones, pero intentar detectar a alguien ya era más complicado. Si además ese alguien también estaba ocultando su aura era una batalla de concentración. Satin era muy buena ocultando su aura, pero no tan buena detectando como lo era Eriol, al menos eso lo sabía seguro. Incluso concentrándose al máximo solo era capaz de percibir su presencia y localización de forma esporádica, ahora aquí, ahora allí, y era muy difícil determinar hacia donde se estaba moviendo o que ruta seguía. Aunque por su “aspecto” parecía algo confusa, quizá le había perdido totalmente.

Entonces se empezó a dirigir hacia él, pudo no solo sentirlo, sino oír sus pisadas en el tejado justo encima de su cabeza. Justo a tiempo, rompió su concentración para volver al mundo real y saltar a la pared de enfrente, por la que se puso a correr hasta alcanzar el tejado, puesto que en ese instante cayó Satin con gracia y elegancia en el alfeizar que él había estado ocupando.

- ¿Estas cansado chavalín? – Sonrió ella, socarrona - Te oigo jadear desde la otra punta del monasterio.

Eriol deseó darse la vuelta y responder con algo audaz a la vez que mordaz, pero lo que ella decía era cierto, estaba cansado y respiraba con dificultad, aunque ella parecía fresca como una rosa. Así que siguió corriendo por el tejado, hasta que salida de no se sabe dónde, Satin apareció ante él y Eriol tuvo que saltar de nuevo a un lado, aunque esta vez no llegó a otro tejado sino a otra pared por la que se dejó deslizar hasta el suelo. Se tomó un instante para tomar aliento y volvió a salir corriendo seguro de que estaba al caer, aunque no pudiera notarla.

Pero el cansancio y las prisas le jugaron una mala pasada, corrió en la dirección equivocada y ante él había un muro. No era un gran problema porque sabía que detrás estaba uno de los patios así que fue a saltarlo, primero saltando hacia un muro sobre el que rebotar y ganar más altura, para poder apoyar las manos en el mismo y acabar de izarse, pero justo en mitad del aire cuando ya estaba extendiendo los brazos, una daga llegó volando y se clavo en la parte superior del muro, en el punto exacto en el que iba a poner las manos.

Cogido por sorpresa Eriol no supo reaccionar y intentó hacer la maniobra solo con la mano derecha pero no fue suficiente y acabó chocando con el estómago contra el borde del muro, e instantes después cayendo, gracias a la gravedad, de espaldas al otro lado del mismo contra el duro suelo. El golpe le dejó sin aliento, y en esos preciosos instantes su visión algo nublada percibió los pies de Satin que se acercaban a él. La chica se agachó y le tocó la frente.

- Te toca.

Sus pies se alejaron tranquilamente y con gracia, levantando el polvo del patio tras ella. Los siguientes pies que se acercaron eran los de otras personas: Landon, Gilbe y Bernadette.

Los dos chicos le ofrecieron las manos para ayudarle a levantarse y en cuanto hubo recuperado el aliento, las aceptó y se puso en pie, respondiendo positivamente a sus preguntas de si se encontraba bien.

- Has hecho trampa. - murmuró, lo bastante alto como para que Satin que se alejaba con tranquilidad oyera. Esta se paró en seco y giro la cabeza levemente, lo justo para poderle ver de reojo - Me has tirado una daga, ¡No nos podíamos atacar!

Satin hizo un gesto de desdén y retomó su camino, pero solo dio un par de pasos porque un torrente de voz llenó el lugar.

- La queja de Eriol tiene fundamento, Satin. - Era Owen, que supervisaba su entrenamiento, y apareció superando el muro por el que Eriol se había descalabrado hacía solo unos instantes con elegancia y naturalidad - No le has tocado, pero tu daga ha acabado provocando que cayera al suelo, y podrías haberle alcanzado sin querer. No está estrictamente contra las normas, pero definitivamente está probando los límites de las mismas.

Satin se dio la vuelta y miró a Owen, incrédula.

- Vale. Pero no he roto las normas del entrenamiento, así que no pienso darle la victoria así como así. - Miró entonces a Eriol - Te reto a un duelo, si ganas, vuelvo a llevarla yo.

- ¿Tú crees que soy tonto? - Espetó Eriol - Está prohibido atacarnos, pretendías dejar que te diera yo primero y descalificarme.

Satin volvió a sonreír, socarrona.

- Está bien, sugiere tu algo entonces.

Eriol miró a lado y lado, buscando a su alrededor. En el pequeño patio estaban, aparte de Satin, Owen y él, varios de los miembros del coro de la iglesia con unos cuantos instrumentos, y la circunstancial compañía de Leona Blanchett. Posiblemente estaban en un ensayo. Aquello le dio una idea.

Se relajó unos instantes, acabando de recuperar el aliento y las fuerzas. Dio entonces un par de pasos separándose de sus amigos para tener espacio para maniobrar. Relajó los hombros y dando un pequeño paso al frente contorsionó su cuerpo en un movimiento elástico y repentino que acabó con los brazos señalando a Satin. Un movimiento de baile.

- ¿En serio? - bufó la rubia - ¿Sin música? ¿Y quien hará de juez? ¿Tus amigos?

- Tenemos a tres profesores bastante imparciales aquí, y por si no te has dado cuenta está medio coro en el patio. - Eriol miró de reojo a Landon, que asintió con alegría.

Los "tres profesores bastante imparciales" se reunieron a un lado y tras deliberar un poco Leona asintió.

- Landon, Gilbe, amigos... - dijo Eriol - ¿Música?

Landon sonrió de nuevo y sin perder tiempo se hizo con un tambor y se lo dio a Gilbe. Le enseñó en un instante el ritmo que debía seguir, y cuando se aseguró de que Gilbe lo tenía controlado, corrió hacia el piano, a la vez que empezó a cantar. Eriol y él habían escuchado aquella canción hacía algún tiempo en Albídion.

- Niños... - suspiró Satin.

El resto de la banda del grupo se unió por motu propio, cogiendo sus instrumentos. Eriol sonrió socarronamente al reconocer la canción y empezó a mover la cabeza, interiorizando el ritmo. Después simplemente se dejó llevar.

Sus movimientos eran enérgicos, usando todo el cuerpo y siguiendo el ritmo de la música, cambiando de un movimiento a otro y de postura en postura de una forma casi elástica. Para su sorpresa, Satin no se quedó atrás. Había esperado que se quedara anonadada o avergonzada, pero subió a la palestra sin problema alguno con un estilo de baile menos errático, pero más fluido y sobre todo sensual, y es que en sensualidad había pocas maneras de ganarla.

Eriol se apremió entonces, no podía dejar que aquella "tipa" la dejara atrás. Su estilo se volvió más enérgico y atrevido, mucho más de lo que jamás habría llegado a hacer entre los muros del monasterio. Incluso cuando oyó que Landon llegaba a la zona del estribillo, se unió a él y el resto cantando el coro. Satin enarcó una ceja, y también renovó sus esfuerzos, aunque manteniéndose en su propio y efectivo estilo. Ambos se acercaron cada vez más y más, sincronizando estilos y movimientos, en cierta forma, sin llegar a tocarse nunca.

En un momento dado, Eriol se dio cuenta de que Leona taconeaba al ritmo, mientras Owen lo seguía con la cabeza y Bernadette hacía lo propio con su habitual chasquido de dedos que ya todos los del coro conocían.

Al final la canción acabó y ambos contendientes se separaron.

Leona fue la primera, pero pronto el resto la siguieron en su aplauso, aunque casi todos habían participado en ello y se aplaudían a sí mismos. Cosa que ya convenía de vez en cuando.

Los tres maestros se juntaron un instante a deliberar animadamente, y fue al final Leona quien declaró vencedor a Eriol "por un pequeño margen".

- Has ganado legalmente - admitió Satin, ofreciéndole la mano a Eriol.

Este, después de celebrar la victoria junto a Landon, Gilbe y los demás, se acercó a ella, dudoso. No se fiaba ni un pelo y con sus dudas alzó la mano y temeroso, rozó los dedos de Satin. Esta respondió con un rápido gesto con la mano, golpeando su mano, tras lo cual saltó una altura y distancia desmedidas hacia atrás, hasta posarse en lo alto del muro "de la discordia".

- Eh... ¡Eh! - gritó Eriol.

- Dije que te daría la victoria - sonrió Satin, saltando al otro lado del muro, tras lo cual gritó para que se le oyera - ¡No que te dejaría tenerla mucho tiempo!

- ¡Será hija de...! - Eriol se mordió la lengua y salió tras la chica, pero a medio camino se le cruzó Owen - ¿Qué? ¡Tengo que atraparla!

- Os venís a la sala de castigo. Tú, tú y tú. - señaló a Eriol el primero, cómo no, pero después a Landon y Gilbe.

- Creo que sois plenamente conscientes de que la canción que habéis tocado no es precisamente algo aceptable entre estos muros. - anunció Bernadette. - En una taberna sería sólo moderadamente aceptable.

- ¿Pero si así es, por qué no nos habéis parado al principio? - Eriol estaba visiblemente indignado, se sentía una víctima de una injusticia  - Y... ¡Os he visto seguir el ritmo! ¿Y por qué solo nosotros? ¡¿Y ella?!

Leona sonrió.

- Oh, es que la música era buena. Una cosa no quita la otra.  - volvió a sonreír - Y Satin ya no es mi alumna, no me compete castigarla.

Cogiendo al sudado y cansado Eriol por un hombro, le forzó a dar la vuelta y luego le dio una palmada en la espalda, empujándole hacia la otra dirección.

* * * * * * * * * * * *

Y allí estaban, sentados los tres en el aula esperando su sentencia.

- ¿Porqué esa canción Landon? ¿Tenías ganas de meternos en líos?

- ¿Yo? - sonrió de nuevo el rubio, como si lo del castigo no fuera con él - Que va. Solo intenté solucionar la tensión sexual no resuelta entre vosotros dos.

Gilbe se rió y Eriol se puso rojo durante un instante, sorprendido. Porque él no creía sentir ninguna "tensión sexual", no con ella al menos, pero siendo Landon quien lo decía...

- ¿Tensión? Sí, la que sentiría ella cuando la cogiera y... - hizo un gesto con el dedo índice y el pulgar, como si aplastara algo muy pequeño entre ambas.

* * * * * * * * * * * *

Los maestros terminaron de discutir y las profesoras se despidieron con una media sonrisa, como si aquello no fuera un castigo y Owense acercó a hablar con ellos.

- Bien caballeros, puesto que no puedo ponerlos a todos transcribiendo manuscritos, hemos decidido que le harían un bien al monasterio limpiando sus establos. Si se esfuerzan quizá logren acabar la tarea antes del toque de queda.

Los tres se levantaron y partieron entre protestas y quejas. En el último instante, paró a Gilbe poniéndole una mano en el hombro

- Si quiere, señor Klimb, la próxima vez puede unirse al entrenamiento con Lahey y Tompkins.

- Verás que divertido - ironizó Eriol - Perseguir a aquella... rubia. - Pronunció la última palabra como si fuera un insulto, pues era el peor que se le había ocurrido - Pero entre tú y yo seguro que la cogemos antes, y entonces será divertido.

Y se fueron andando animadamente, a pesar del castigo y a pesar de todo.

 Eriol Lahey: +5 Puntos de Experiencia.

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23/07/2013, 12:03
Richard Wivernfall

Cartas a Laury, parte 1

Hacía semanas que Leona y Richard habían vuelto de su viaje a Arkángel trayéndose consigo un “regalo” para el monasterio. Un viaje realmente largo en el que no se separó de la profesora la cual no había hecho otra cosa que mostrarle el funcionamiento de la sociedad fuera de los muros de Caedus y como relacionarse con los distintos estatus sociales. Una clase intensiva sobre modales. Ni siquiera a su regreso Richard sabía muy bien si había tenido el privilegio de ser su “sirviente” o le habían obligado a ello por notar una carencia en ese tipo de situaciones. Fuera lo que fuera, había disfrutado aprendiendo con la encantadora Leona.

Y ahora se encontraba en su habitación, sentado en el escritorio y mirando la pluma que reposaba sobra el tintero y a la hoja en blanco que tenía ante él, que brillaba aún más blanca por la luz de la luna. Se encontraba dando golpecitos sobre la madera dándole vueltas a las palabras que utilizar cuando una voz le interrumpió.

-Llevas ya 3 noches con eso. ¿Es una carta de amor?- Comentó su compañero y amigo, Kael, para sacarle una sonrisa.

-¡Oh cállate!- Replicó desde la silla a la vez que le lanzaba la almohada de su lado a la cara. –Es importante y necesito pensarlo bién. ¿No te está esperando León?-

Kael captó rápido la sutil indirecta y abandonó la habitación en uno de sus típicos escaqueos nocturnos. Pero antes de salir se volvió a mofar. –Te puedo ayudar a conquistarla.-  Cuando Richard se volvió hacia él ya no estaba.

Aprovechó entonces la paz de la noche para meditar y relajar la mente. En equilibrio sobre la silla cruzó las piernas, una sobre la otra, encerró el colgante de madera en su palma izquierda y dejó fluir la paz hasta que se aclaró. Cuando volvió a ser consciente de su entorno no sabía cuánto tiempo había pasado pero debió ser más de lo esperado, pues la luna se había movido de su posición. Ahora ya sabía lo que escribir. Cogió la pluma, impregnó ligeramente la pluma y esta comenzó su baile sobre el papiro sin detenerse:

"Pequeña Laury

Acabas de llegar al monasterio y estarás asustada. Es normal. Puede que no conozcas a nadie aquí y que los profesores parezcan demasiado rudos aunque no tienes de qué asustarte. Si tienes miedo o necesitas ayuda, yo, Richard Wivernfall estoy aquí para protegerte. Se lo prometí a tu familia. Te lo prometí a ti. Y me lo prometí a mí mismo. Llegarás a ser grande. Más de lo que te puedes imaginar. No hace falta que creas en ti, cree en mí que y

o creo en ti. Y mira a tu alrededor. Todos esos pequeños que te acompañan serán auténticos compañeros en el futuro. Te esperan días duros, no te voy a mentir. Pero aquí suceden cosas imposibles y te rodea gente increíble, capaz de cosas inimaginables. Tú, serás como ellos. Tú eres como ellos aunque aún no lo sabes. Me has de prometer que algún día, cuando no lo espera, me sorprenderás mostrándome de lo que eres capaz.

Atentamente, un humilde servidor de vos: Richard Wivernfall".

Ahora, solo debía esperar al día siguiente para entregársela en el comedor. Estudiaban juntos, pero 6 años los separaban y era uno de los pocos momentos en los que podían hablar. Nada más terminar el agotamiento se apoderó de él y sus energías se esfumaron. Era tarde y mañana tendría que madrugar. Se recostó en la cama enrollando la carta y guardándola junto a él para no perderla.

-Uf… Mañana toca madrugar… (Bostezo) … … Algo me dice que voy a llegar tarde otra… otr…. vez…-
A duras penas terminó de hablar cuando ya estaba en el mundo de los sueños.

 Richard Wivernfall: +1 Puntos de Experiencia.

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23/07/2013, 19:31
Elohim

Lágrimas de Ángel

 Elohim Malach: +3 Puntos de Experiencia.

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24/07/2013, 14:08
Kael

La mano del Caos

La preadolescencia de Kael fue de las peores que podría pasar nadie. Peor que la de Gilbe o Charlotte. Éstos dos tenían cierta discapacidad, pero siempre la habían tenido, al meno que supiera Kael. El pelirrojo había disfrutado y se había acostumbrado a tener dos manos, y ahora le habían arrebatado eso.

Normalmente se despertaba con los ojos hinchados y rojizos de no haber dormido o haber llorado durante toda la noche. Iba a las clases, pero parecía un fantasma, pues solía quedarse quieto y hacer lo mínimo como para no ser castigado, con su brazo izquierdo envuelto y en un cabestrillo, lo que hacía que muchos profesores ni se molestaran en echarle la bronca. En las clases de Maestro solía hacer algo, más por miedo a las consecuencias de no hacer nada en esa clase que por querer hacerlo, pues se notaba desequilibrado y no podía manejar su arma favorita, por lo que se sentía inútil. En la clase de Pietros era en la que intentaba centrarse por completo, pues al no poder empuñar un arma intentaba convertir su cuerpo en un arma, una idea que se había metido en su cabeza durante la excursión fatídica.

* * * * * * * * * *

A los once años todo cambió tras una noche, y no precisamente para bien.

Se ve una habitación pequeña, de una casa de madera pequeña. Una luz surge de las brasas que quedan en una chimenea, la brisa entra por una ventana llevando consigo el murmullo del río cercano. Algo se mueve, una sombra entre las sombras, una sombra más oscura que se mueve pegada a la pared, o eso parece.

Sí, se mueve.

De pronto la habitación se enfría. Hace frío, mucho frío. Una nube de vaho surge de mi boca. Gimes e intentas evitar lo que viene ahora. Esa sombra se abalanzará con las garras por delante y se despertará.

...Una risa...

¿Una risa? Eso es nuevo. En sus pesadillas no había risas ni sonidos, solo la brisa, y menos risas tan tenebrosas como esa. Las brasas empiezan a ser engullidas poco a poco por las sombras, y lo que es cubierto por estas sombras se empieza a recubrir con una capa de escarcha.

Más frío.

Todo está escarchado, el vaho es espeso y muy visible al salir de mí boca. Se oyen unos pasos que hacen crujir la escarcha recién formada. Una silueta de gran porte surge, no una sombra en la pared, una silueta. Hay alguien en la habitación.

Alexander Lexington

El mentalista mira al niño con dos pozos negros como ojos. Su aspecto azulado le recuerda el lamentable final del rector en funciones. Le mira y sonrie.

-Os mataré a todos y la Venganza será absoluta.

Alexander se convierte de nuevo en Venganza y me engulle mientras grito aterrado.

Kael se despertó en la enfermería. Richard y Owen estaban allí. Por lo que le contó Richard, empezó a golpear y patear el aire y todo lo que tenía cerca mientras gritaba como si lo estuvieran desollando. Estuvo gritando así casi dos horas.
Entonces fue cuando todo se complicó. El joven pelirrojo dejó de dormir y apenas comía. Se estaba consumiendo, al final Venganza lo estaba destruyendo y hacía que en las clases estuviera solo como una estatua demacrada del niño que fue.

* * * * * * * * * *

Unos meses después, durante la clase de Maestro, en un combate con Richard con armas con cierto filo cometió un gran error. Estaba en el Jardín de las Rosas, donde todo ocurrió, y en un momento vio a la estatua de Alexander mirarlo. Se quedó paralizado y asustado, pálido como si estuviera hecho de cera, pero vio por el rabillo del ojo el movimiento de Richard. Sus instintos se apoderaron de él, pero era tarde para esquivarlo, alzó el brazo para desviar el ataque, pero alzó el brazo tullido. Con el muñón golpeó el antebrazo de Richard haciendo que el golpe que iba al hombro acabó en su cara produciéndole un corte vertical en el lado izquierdo de su cara. Se tambaleó y se llevó la mano a la cara.

Sangre.

La sangre manaba de forma imparable por la cara del pequeño insomne mientras comenzó a gritar de nuevo. Peleaba y golpeaba a todo aquel que se le acercara hasta que tres guardias inquisitoriales lo redujeron y lo llevaron a la enfermería donde fue sedado y le curaron la herida, aunque le quedó una gran cicatriz.

Un día despertó. No tenía ni idea del tiempo que había pasado, pero ahí estaba uno de los guardias que le habían reducido, preparado para lo que fuera.

-¿Qué ha pasado? -preguntó el pelirrojo. Como respuesta obtuvo un resoplido y una risita. El guardia se quitó el caso y era una chica. La había visto en alguna de las guardias nocturnas, pero solo recientemente. La chica le contó todo lo que había ocurrido y el recordó lo que había visto. Humillado y triste miraba su muñón cuando la guardia le habló.

-¿Tú eres uno de los que se enfrentó al ser hace unos años no? -a lo que Kael asintió- No se como puedes tener miedo de algo que derrotásteis hace cuatro años, sobretodo porque ahora estáis mejor entrenados -dijo mientras se sentaba en la camilla y sonreía.

-¿Puedo quedarme a descansar? -preguntó el joven pelirrojo.

-Yo no he visto que te despertaras -dijo sonriendo mientras se ponía el casco de nuevo y volvía a su posición.

Y se durmió. Durmió durante días y cuando despertó se lo veía descansado y relajado, algo raro en él. Desayunó mientras hablaba con sus compañeros y se enteraba de lo que había perdido.

En pocos días comenzó a descansar en la clase de Pietros, pues parecía empezar a controlar mejor sus energías internas. Tardaba un poco en concentrar esas energías, pero poco a poco conseguía darlas forma. Tenía facilidad para esto último.

* * * * * * * * * *

Un año después, cuando ya controlaba sus energías internas, comenzó a entrenar en serio con León. Se lo veía descansado, pero parecía intentar las multitudes, intentaba no rodearse de más de cinco personas y solía pasar algunas noches hablando con la guardia que solía estar allí, la guardia que le había llevado a la enfermería un año antes.

Ese verano desapareció casi por completo. Solo se le veía para comer en algunas ocasiones y solía llegar al alba a su dormitorio, dejándose caer sobre la cama agotado- León es muy duro -decía cuando alguien le preguntaba.

Tras ese verano, en Noviembre, Kael apareció en el comedor con una sonrisa de oreja a oreja, era la hora del desayuno y caminaba más feliz que como nunca se le había visto. Cuando se sentó saludó a sus compañeros y cogió algo de desayunar, con la mano izquierda, la que había perdido. Tenía un guante cubriéndo la mano y la manga cubría todo, evitando que se viera cualquier parte de ese brazo. Habían pasado casi cinco años sin una mano, se había acostumbrado, pero se volvió a acostumbrar rápidamente a esa mano. A lo bueno todos se acostumbraban fácilmente. Tan solo dijo una frase durante el desayuno.

-León cumple sus promesas.

 Kael: +2 Puntos de Experiencia.

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25/07/2013, 22:46
Gilbe Klimb

Una luz en la oscuridad

La oscuridad lo cubría todo, casi todo el mundo dormía. Los guardias eclesiásticos y algunos alumnos permanecían despiertos. Principalmente aquellos cuyas artes, por su naturaleza o por una cuestión práctica, requerían las tinieblas.

Sin embargo, para dos personas en el monasterio lo mismo daba que fuera de día que de noche, que hubiera luna, sol o estrellas. Ellos eran dos personas castigadas por el Señor nada más nacer, dos personas cuya vida había transcurrido en la más absoluta oscuridad.

Jared y Gilbe, los invidentes, los "deslumbrados". Gilbe encontraba en Jared a un referente de cuán alto podría llegar con la constancia y la habilidad suficiente. Tanto era así que tras el esfuerzo de todos estos años el Señor había premiado a ambos ciegos con una reducción en su limitación, cierta piedad para ellos.

Jared antes que Gilbe, pero ambos al fin y al cabo, podían percibir el mundo desde una perspectiva antes imposible para ellos. No podían ver, era algo diferente. E incluso entre ambos, la "visión" era distinta.

Jared sentía sentía luces a su alrededor, como si la esencia de las cosas tuvieran una luz que él podía sentir. Gilbe sin embargo los percibía como si fueran volúmenes en el espacio... Las percibía con mayor o menos claridad según su forma, distancia y tamaño, y más que verlas las sentía. No lograba saber el color de un objeto ni la textura exacta, era por mucho una capacidad inferior a la verdadera visión, sin embargo le permitía saber si tras una puerta había alguien esperando. Por lo que no estaba tan mal.

Esa noche ambos iban a realizar un ejercicio juntos. El profesor Salieri les había citado, quería aprovechar que Jared se encontraba en el monasterio para hacer algo con los dos ciegos. El profesor había mencionado "objetos en movimiento" y "experimento". Gilbe estaba seguro de que eso era un eufemismo para referirse a un entrenamiento doloroso, pero mucho le había ayudado Petros hasta el momento como para negarse a lo que le pidiera.

Le habían citado entrada la noche, tenía tiempo de sobra para darse una vuelta por el monasterio... Al fin y al cabo, si le decían algo, tenía permiso para estar levantado, ¿no?

Abrió su ventana y puso uno de sus pies en el alféizar. Con su mano derecha se cogió al marco superior de la ventana y haciéndose liviano como una pluma dio una pirueta que le alzó hasta tocar el tejado. Allí, sujeto con las dos manos, se balanceó de un lado a otro hasta que volvió a saltar hacia arriba, dando dos vueltas laterales antes de caer.

Corrió por los tejados tan rápido como pudo, intentando no hacer el más mínimo ruido. Ocultaba su presencia espiritual, mientras buscaba el perfil de una persona en concreto.

Hacía varios días que no le veía, pero se sabía sus turnos y confiaba en que Marie estaría patrullando por algún lugar. La cosa era saber cuál, y que no le hubiera tocado patrullar en pareja.

Terminó por encontrarle. Estaba sobre una muralla, había otra persona con ella. Se situó cerca de ellos, escuchándoles:

- ...eno, Marie, ya sabes que siempre he sido claro con mis intenciones...- dijo en un susurro lo que creía que era un hombre.

- Sí, Marcus, y tú sabes perfectamente que yo siempre soy muy clara rechazándote.  - Así era Marie, directa, y bastante seca con cualquier hombre con intenciones románticas hacia ella.

- Vamos, preciosa, déjame que te muestre los beneficios de mi amor... Te va a gustar, te lo aseguro.

- Si me tocas te cortaré la mano, Marcus, en serio, estás advertido.

- ¿Ah sí? ¿Te crees que puedes conmigo? Estoy siendo educado, guapa, pero podría coger lo que quisiera sin preguntar -  la cosa se estaba poniendo complicada, Gilbe no sabía si debía intervenir... Seguramente podría rozarle con uno de sus potentes somníferos y dejarle unas cuantas horas dormido. O directamente rajarle el cuello, ese hombre le estaba poniendo muy furioso.

Sin darle tiempo a reaccionar a Gilbe se oyó un fuerte choque de armadura contra armadura, y un gemido de dolor. Marie le había hincado la rodilla en la entrepierna al tal Marcus, al que había abollado la coquilla y se retorcía de dolor.

- ¡Serás puta!

- Qué más quisieras, asqueroso. Más te vale que te vayas de aquí o avisaré a Mai Lin y sabe Dios que un rodillazo suyo podría desintegrarte la entrepierna.

Gilbe encontró su oportunidad de intervenir. Cogió una gran piedra y la lanzó fuerte contra el tramo de muralla que debía guardar el tal Marcus.

- ¿Has oído? Parece que viene de tu patrulla. Deberías arrastrarte a ver qué pasa, si los templarios nos atacan aprovechando que no estás en tu puesto... Ugg... Me da asco hasta pensar lo que te pasaría.

El hombre se levantó gimoteando, cogió su lanza y avanzó a trompicones hacia donde debería haber estado vigilando. Gilbe iba a aprovechar para carraspear, pero entonces sintió como unas lágrimas nacían de los ojos de su amiga, que sollozaba.

El contacto físico no era una de las aficiones favoritas del ciego, pero por una vez se lanzó como una centella y saliendo de las sombras abrazó a la chica. Ella se sorprendió un instante, pero después le devolvió con fuerza el abrazo.

- Has sido muy fuerte, Marie, sabía que podrías con él.

La chica soltó un leve gemido y lloró.

- Vamos, no pasa nada, seguro que no va a denunciarte ni nada... No te preocupes. Si hace falta puedo ser tu testigo...

Marie que estaba todavía sollozando, soltó una risita. Era increíble lo poco que entendía el chico ciego...

- No es eso Gilbe... Ese tío... ¡Arg! ¡Odio a los hombres! Sólo saben pensar en meter, y meter, y meter. Odio que siempre estén asaltándome... ¿Sabes que hay una apuesta para ver quién me desflora primero?

- ¿Desflorar? Te refieres a... - Gilbe se puso como un tomate, no podía creer que hubiera hombres tan idiotas como para apostar por algo así. - Pero si no estáis casados ni nada...

Esta vez lo dijo en tono de broma, y consiguió su objetivo. La chica se rió.

- ¿Por qué Dios tenía que maldecirme con mi belleza? A veces pienso en cortarme el pelo como un hombre, esconderme el pecho, y ver qué pasaría.

La conversación no era muy cómoda para el ciego, solía hablar con ella de pillajes, timos, escapadas y todos esos temas con los que él tanto disfrutaba hablando... Pero en el tiempo que Gilbe llevaba en el monasterio había aprendido que a veces los amigos también estaban ahí para cosas más importantes.

- ¿Insinúas que eres guapa? ¿Y no me lo habías dicho? ¡Me siento ultrajado!  - se acercó un poco más hacia Marie e imitando la voz del tal Marcus dijo- Mira, guapa, ¿quieres casarte conmigo para que pueda ganar esa apuesta?

Ambos estallaron en carcajadas... Tanto que Marie entre risas tuvo que taparse la boca y hacer lo mismo con Gilbe. No pasaba nada si de tanto en cuanto se distraían de su labor, pero una cosa era eso y otra montar un espectáculo.

Cuando terminaron de reírse Gilbe le dijo:

- Bueno, ¿y por qué no lo haces?

- ¿Por qué no hago el qué?

- Lo de cortarte el pelo... Tal vez alguno todavía lo intentaría, pero seguro que muchos dejarían de insistirte.

- No sé Gilbe... Dios me envió al mundo tal y como soy, mujer y bella. ¿No sería un desprecio a su creación hacerme pasar por hombre? Además, me gusta pelear como a cualquiera, pero eso de rascarme constantemente la entrepierna y beber hasta desmayarme tampoco termina de convencerme...

Gilbe sonrió, eso de "pelear como a cualquier" era algo que sólo Marie podría decir. Era una chica muy particular, de eso no cabía dudas.

- Bueno, los temas religiosos es mejor hablarlos con "sor" Evangeline, pero imagino que si a mí Dios me ha dado el don del espíritu, a ti te puede dar el don del pelo corto... Además, ¡me imagino que cuando naciste no tenías esa melena!

- Anda, deja de decir bobadas y vete para clase. Ese que está ahí arriba creo que es Jared, parece que te está esperando.

Efectivamente, Gilbe se concentró en su detección espiritual y sintió a Jared esperando en lo alto de una torre.

- Bueno, pues me voy. Creo que el martes la profesora Crest quería enseñarme un veneno que produce miedo... Tal vez venga a verte antes, si quieres puedo virlarte un poco por si viene otro pesado.

- No, tranquilo, no hay veneno que pueda compararse con un buen rodillazo en la entrepierna.

- ¡Adios entonces!- Gilbe extendió su puño en dirección a Marie, y ella se lo chocó de frente.

- ¡Adios enano!

El chico se fue corriendo, sonreía. Esa chica le caía bien.

 Gilbe Klimb: +5 puntos de Amistad con Marie Keenan.

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26/07/2013, 05:51
Eriol Lahey

Hilando su propio destino

De Cotton a Satin

Satin nunca tuvo suficiente. Lo que el destino le había dado era poco, injustamente insuficiente, pero desde bien pequeña ella siempre se había encargado de contrariar a la fea cara de la fatalidad. Para empezar su nombre no era Satin, sino Cotton.

Segunda hija de una familia que debería haber parado después de su primogénito, Cotton creció rodeada de amor, pero no mucho más. Una madre que trabajaba todo el día en casa, cosiendo para otros, un padre encargado de unos establos que prácticamente vivía mas allí que en el hogar y un hermano que intentaba sin éxito cuidar de ella. Todos ellos se desvivían por cuidarla cuando podían, pero nunca fue suficiente. A temprana edad Cotton aprendió a no pedir más comida, porque sus familiares se la daban de sus propios platos, a no quejarse de la ropa remendada, pues entristecía a su madre, y aprendió a arreglar sus muñecas ella misma y hacerles vestidos con harapos que la imaginación convertía en atuendos dignos de la realeza, para que su padre no se sintiera mal al no poderle comprar una nueva. Pero eso no fue lo único que aprendió.

Aprendió que la tendera de la frutería no veía muy bien por el ojo izquierdo y era muy difícil determinar la desaparición de las piezas de fruta más pequeñas, bayas, cerezas, moras... Aprendió que la navaja que le había "dado" Miguel el posadero era un juguete mucho mejor que cualquier muñeca, capaz de cortar las sogas que ataban los monederos de los transeúntes poco preocupados por su contenido. Aprendió a no ser vista ni oída cuando quería, y no a parecer inocente sino a serlo ante todos. En el fondo, nunca jamás acusó a Cotton de nada, las culpas se las llevaba una rata, un ratero, o al viento. Este último se llevaba mucho las culpas, por lo que Cotton se lo agradecía.

Una vez su madre le preguntó de dónde salía aquella barra de pan que los cuatro estaban comiendo durante la cena, temerosa de conocer la respuesta. Después de aquella noche, jamás volvió a haber duda alguna de que toda aquella comida salía por voluntad propia de sus antiguos dueños, y a todos les supo muy mal, durante días, haber acusado a Cotton de algo tan ruin como robar.

A la edad de ocho años, Cotton era ya un ídolo de todos los niños callejeros en Albino, niños cuya primera lección a aprender fue el silencio. Jamás debía ser revelado el nombre real de la niña, y por tanto se referían a ella con el apodo que ella misma se dio: Satin. La niña dirigía a la cuadrilla con suma excelencia, logrando objetivos que separados no habrían soñado siquiera, como el día en que le vendieron a Dylan el zapatero un saco lleno de retales de cuero que el mensajero había "perdido" como si fueran el montón de retales que los niños habían reunido a base de esfuerzo y sudor durante semanas. Aquello les dio una bonita cantidad de dinero limpio para llevar a sus casas sin muchas preguntas desafortunadas.

Pocos días después del golpe de los garbanzos de la señora Guthrie, mientras Cotton paseaba con su madre por el mercado alguien le echó un saco de arpillera sobre la cabeza y se la llevó. Quiso gritar pero el secuestrador le puso un paño húmedo con algo frente a la cara, e incluso a través del saco enseguida se perdió en el mundo de Morfeo, escuchando los gritos de una mujer desesperada gritando su nombre.

*****************

Despertó en la oscuridad junto al olor de otros humanos, encierro prolongado, hambre, deshechos. No era extraña a esos olores, pero no por ello le parecieron menos molestos. Junto a ellos escuchó sonidos, otras personas estaban allí.

- ¡¿Quien hay ahí?!

Quien quiera que fuesen aquellas personas se quedaron quietas en cuanto oyeron su voz, pero aún así sabía que estaban allí.

- Decidme, ¿por qué me habéis encerrado?¿Que sitio es este?

Las personas en la oscuridad volvieron a retorcerse, reaccionando al sonido de su voz. Quizá no eran sus captores, parecían asustados.

- ¿Cotton? - la voz provenía de la garganta de una niña, probablemente de su edad - ¿Eres tú?

- Sí, es Cotton, ¿verdad? - respondió otra, en otro lado de la oscuridad.

- No. - respondió la niña - Soy Satin. - Las otras personas volvieron a removerse, esta vez cuchicheando entre ellas. ¿Cuántas niñas había allí? Por lo menos tres pares... sino mas. - ¿Qué lugar es este?

- ¿Eres la ladrona? Se supone que no debemos hablar contigo...

Satin se exasperó, no estaban en situación de elegir sus compañeros. De ser así ella no estaría con niñas lloronas sino con su banda.

- Está bien, descubriré yo misma lo que necesite y como no me habréis ayudado, saldré yo sola. ¿Os parece bien?

- ¡Espera! ¿Vas a salir? - exclamó la primera voz de todas, la que creía con bastante seguridad que era Diana Grell - Esta habitación es redonda y hay una puerta cerca de donde estás. En la parte de abajo hay una trampilla por la que pasan platos con comida de vez en cuando.

- Perfecto.

Satin estaba asustada. Mucho, pero la aterraba mas la idea de languidecer en la oscuridad esperando un destino incierto a intentar hacer algo y forjárselo ella misma. Como todos sabían, Satin se reía de la fea cara del destino. Se dirigió a la puerta y comprobó que no había paño ni cerradura por dentro, por lo que estaba pensada para ser una parte de una celda. Había esperado estar en algún sitio reaprovechado para tal caso, pero no tuvo esa suerte. Luego comprobó la portezuela por la que decían que pasaban la comida. No estaba acostumbrada a ver con los dedos así que le costó un poco pero al final determinó que con toda probabilidad, aquel sería su punto de huida. Era una cárcel si, pensada para adultos. Ella posiblemente cabría por allí si conseguía desmontar la portezuela.

No fue un trabajo muy difícil, pues otra vez, aquella prisión no estaba pensada para ella. Una niña normal habría sido completamente incapaz de hacer nada, pero Satin no era una niña cualquiera. Siempre llevaba su navaja encima, escondida entre los pliegues de su bota para que su madre no la encontrara jamás, y aquello había servido para que sus captores no la vieran. Sacó la navaja y tras desplegarla, se dedicó a buscar los goznes y desatornillarlos. Al principio le costó y estuvo a punto de dejarlo por imposible, pero en cuanto logró mover el primer tornillo unos milímetros, las esperanzas le dieron fuerza. Enseguida otra niña se unió a ella - posiblemente Sarai McEnsie, por su voz grave y apagada - y aunque no tenía utensilios para ayudarla, buscaba los tornillos para que ella no tuviera que hacerlo, y la ayudaba a hacer fuerza cuando resultaba necesario.

Fue una tarea tediosa, horas de incertidumbre, fallos y cortes en los dedos, pero al final vencieron retirando la portezuela del resto de la puerta. La luz invadió la sala, dañando los ojos de todas.

- Yo iré fuera y abriré. - Sentenció Satin.

Antes de que el resto pudieran fijarse bien en ella, metió la cabeza por el agujero e intentó arrastrarse por ella. Tras unos segundos de incertidumbre y miedo a quedarse allí atrapada para siempre, Sarai decidió empujarla y Satin salió. Estaba en un pasillo algo oscuro, iluminado por una antorcha que estaba en las últimas, su puerta estaba al final del mismo y al otro extremo conectaba con un pasillo mejor iluminado del que venían unas voces.

- Yo iré a ver, estarán pateando la puerta de nuevo.

Satin se escondió justo en la esquina, empuñando su navaja con ambas manos y con fuerza, para evitar temblar. En cuanto la sombra del hombre apareció en su campo de visión, contuvo la respiración, esperando al momento perfecto. En cuanto el primer pie asomó, Satin tensó los músculos, cuando el hombre empezó a girarse, aun inconsciente de la presencia de Satin, ella saltó a un lado, pasando justo por detrás de sus pies con la navaja, cortando ambos tendones de Aquiles en dos movimientos casi quirúrgicos. El hombre intentó darse la vuelta cuando notó algo a sus pies, pero aquello provocó que la carne se separara y cayó de rodillas, sin tiempo a gritar ni a sorprenderse, puesto que cuando estuvo al alcance de la niña, su navaja dibujó una sonrisa en su cuello.

Satin estuvo a punto de dejar caer la navaja, sorprendida por sus propias acciones, por la efectividad de las mismas y sobre todo por la ausencia de ningún tipo de sentimiento contradictorio debido a las mismas. Algo le decía que debería sentir repulsa o remordimiento, y en cambio solo estaba contenta de que todo hubiera salido tan bien, por el momento. Examinó al hombre ya muerto en busca de las llaves de la puerta, pero en cuanto las tuvo dudó. No quería que se supiera que Satin y Cotton eran la misma persona. El hombre había llevado una capa corta de verano, esas que se llevan por si llueve pero que no acostumbran a llegar más allá de la espalda, pero una vez la niña se la hubo puesto, la capucha le ensombrecía los ojos y le tapaba el color del cabello, y la capa le cubría hasta las rodillas. Era lo mejor que tenía así que debía conformarse.

Con estruendo ensordecedor, al menos a sus oídos, puso las llaves en la cerradura y las giró. Se dijo que toda la herrumbre del mundo no podía provocar aquellos chirridos y que era cosa del feo destino, que volvía a fastidiarle, pero logró abrir la puerta.

En cuanto lo hizo oyó pasos, la otra persona que había escuchado antes se acercaba. La niña corrió en dirección al cruce y estaba a medio camino del mismo cuando su enemigo apareció. Pero este cometió el grave error de pararse a contemplar a su compañero caído. Satin saltó mientras blandía su navaja, trazando un arco horizontal en el aire. La punta de la navaja cruzó desde la comisura izquierda del labio del hombre hasta la oreja, separando la carne con facilidad en dos mitades, mostrando la dentadura al descubierto. El hombre gritó, pero en cuanto Satin tocó el suelo, amortiguando el golpe con la flexión de sus rodillas, usó la misma inercia de su cuerpo como muelle para saltar de nuevo hacia su enemigo, impactando de lleno en su espalda, con la navaja entre sus cuerpos, hundiéndola entre sus costillas. Como el enemigo seguía gorgogeando y haciendo ruidos, le practicó una segunda sonrisa idéntica a la de su compañero en el cuello. No parecía que llevaran ningún uniforme en concreto. Quizá no eran un grupo organizado per se.

- Vamos niñas. - Susurró, recuperando el aliento que había estado conteniendo durante los últimos segundos. Las otras estaban congeladas, la visión les había horrorizado. Satin empatizó con ellas, entendía el sentimiento aunque no lo compartiera. Pero no era el momento de sentir horror, era el momento de huir. - Podéis quedaros ahí a esperar a que vengan mas, si es lo que queréis.

Empezó a andar por el pasillo y en cuanto las perdió de vista oyó sus pasos, apresurándose a seguirla. No sabía dónde estaban, pero no parecía que fuera un edificio de planta cuadrada, todo lo que habían eran pasillos y mas pasillos,  con alguna puerta esporádica. Hacía rato que estaba perdida pero no quería admitirlo delante de todas, así que seguía avanzando como si no ocurriera nada. La salida tenía que estar en algún sitio.

Pero al final la suerte les abandonó, si es que alguna vez había estado junto a ellas. Tras cerrar una puerta tras ellas, tres hombres armados aparecieron por otro lado. Encerradas entre la espada y la pared, las siete niñas se veían obligadas a rendirse o luchar. Satin no guardaba esperanzas de vencer ese combate ella sola. Antes había vencido gracias a la sorpresa, y en combate individual. Aquello superaba sus capacidades. Aun así, encogida bajo su capa, enarboló la navaja como si fuera el arma más poderosa del mundo. Pensó en las armas de sus enemigos, las que había descartado por ser demasiado pesadas para ella. Al menos habría podido amenazarles con propiedad...

Entonces las tornas cambiaron, por detrás de los tres hombres apareció un cuarto, ataviado con una armadura negra y ropajes rojos, blandiendo una espada larga y un escudo cometa. La primera noticia que los primeros tres tuvieron del recién llegado fue la punta de la espada brotando por el pecho del que estaba en el centro, y un golpe con la punta del escudo partiendo el cráneo de otro. El último se giró para ver a su nuevo enemigo, y Satin aprovechó la situación: Corrió y cortó con la navaja en algún punto de los cuádriceps del hombre, y cuando este empezó a caer hacia adelante ella rodó para quedar bajo él, con la navaja enarbolada, esperando a que el hombre se ensartara a sí mismo. El peso muerto fue un poco mayor del que esperaba y acabó haciéndola caer, pero enseguida fuera liberada del mismo por el hombre de rojos cabellos que había matado a los otros dos.

- Gracias.

- No hay de que, venía a salvaros, pero supongo que tendré que rechazar la mitad del pago puesto que ya alguien ha realizado la mitad del trabajo por mí - sonrió - Soy Oliver Biggerstaff, Inquisidor.

Satin se lo miró bien, y sí, los ropajes rojos llevaban bordados con la cruz puntiaguda de la inquisición. Pero en el fondo bien poco le importaba lo que fuera o dejara de ser el tal Oliver, para ella y las otras niñas era su salvador y no había más que hablar.

Siguieron a Oliver por los pasillos hasta alcanzar el punto por el que él había entrado. Un agujero a unos tres metros de altura en el muro exterior de la ciudad, un desagüe. ¿Habían estado todo el tiempo en las cloacas?

A algunas niñas les dio miedo saltar, así que Oliver bajó primero para ir cogiéndolas en brazos, mientras que Satin, agarrada a uno de los barrotes, las iba ayudando a bajar el primer tramo para disminuir la altura de la caída. Sólo Sarai saltó sin su ayuda, pero no sin antes susurrarle al oído: "Gracias Cotty"

Sorprendida, Satin tardó unos segundos en reaccionar, segundos preciosos que podrían haber cambiado su vida para siempre. En ese tiempo, dos brazos aparecieron a su lado y la cogieron de la cabeza, haciéndola impactar contra los barrotes a los que había estado agarrada, y después del dolor blanco: nada.

*****************

Despertó. Había mucho ruido, el herrero volvía a trabajar demasiado pronto, sin dejar dormir a nadie... ¿O no? ¿Porqué le dolía tanto la cabeza? ¿Y las muñecas y tobillos? Logró abrir los ojos y se encontró con que estaba en el infierno. Y si no era eso, era lo más parecido. Estaba atada de pies y manos en una especie de cruz de madera en forma de X, con unos hierros retorcidos a modo de grilletes clavados en la misma, y un quinto hierro en la cabeza que la hacía mirar al frente, quisiera o no. La sala estaba cubierta de velas y símbolos extraños.

Frente a ella había un espectáculo dantesco. Un hombre con una melena larga y roja como la sangre, de piel pálida y vestido con una sucia túnica parda, luchaba contra otro pelirrojo natural, con espada y escudo: Oliver. Lo dantesco de la escena es que el hombre de la melena parecía controlar un charco de sangre que hacía las veces de escudo y de arma, atacando a Oliver por todos lados. Pero había más, tres formas en forma de mujer pero hechas de sangre, luchando contra tres guerreros vestidos de forma semejante a Oliver, aunque totalmente de rojo, sin nada negro.

Oliver parecía llevar la voz cantante en el combate, esquivando y bloqueando sin dificultad aparente los ataques del cada vez más desesperado hombre de la melena. En un momento dado Oliver logró apartarlo del charco. Satin pensó que ya estaba todo dicho, que Oliver ganaría, pero su enemigo levantó la mano como había hecho otras veces, pero esta vez en vez de acudir sangre del suelo a la misma para formar una lanza, Satin sintió un cosquilleo recorrerle el cuerpo. Intentó mirarse tanto como el hierro de la cabeza le permitía, y descubrió que sus extremidades sangraban y tenía un feo corte en el pecho en vertical, siguiendo el esternón. Más que dolor, sintió rabia, rabia de ser usada como arma contra su salvador. Quiso gritar pero solo logró emitir un gruñido.

- ¡Satin! - Gritó Oliver al oírla. ¿Cómo conocía su nombre? Posiblemente las otras se lo habían dicho - ¡Aguanta ahí! ¡Te salvaremos!

Y lo cierto es que lo hicieron. Oliver renovó sus esfuerzos, y al final logró superar el escudo de sangre de su rival, ensartándole con su espada, tiñendo los grabados de la misma de rojo solo durante unos breves instantes, pues la misma parecía estar sedienta y absorber la sangre. Las otras tres formas de sangre, aquellas tenebrosas mujeres, aún seguían en pie de guerra, pero por alguna razón la espada de Oliver era capaz de cortarlas como si fueran de carne y hueso, cosa que los otros tres guerreros no habían podido hacer, y acabaron huyendo despavoridas, convirtiéndose en charcos que traspasaron una rejilla en el suelo.

El dolor volvió al cuerpo de Satin en cuanto la arrancaron de la cruz y recuperó un riego sanguíneo normal. Se dejó abrazar por Oliver, hundiendo la cara en sus ropas mientras impregnaba sus recuerdos con el olor de su tabardo, aquel olor no del todo desagradable, a sudor pero también a limpieza. Le recordaba al olor de la cerveza.

Estaban ya a punto de llegar al desagüe cuando Satin despertó, su cuerpo hormigueaba de nuevo.

- ¡Cuidado!

Gritó la niña. Oliver y sus tres compañeros reaccionaron rápido, dejando a Satin en el suelo y dándose la vuelta para hacer frente al peligro. Lo que vieron fue al hombre de la melena roja con un brazo colgando inerte, pero apuntando hacia ellos los dedos del otro, con una sonrisa de suficiencia. Una luz parpadeante surgió de los mismos, cruzando el aire en dirección al grupo. Más bien en dirección a Satin. Oliver lo vio a pesar de que no todos pudieron hacerlo. Corrió a bloquear aquel rayo de luz, interponiendo su escudo en la trayectoria, pero se sorprendió al no percibir empuje alguno. La luz simplemente cesó en su avance. Pero un grito desgarrador de Satin le hizo girarse.

- ¡No!

Satin gritó, intentó retorcerse, detenerlo, patalear, pero su cuerpo no era ya suyo. De la herida en su pecho había empezado a brotar sangre, y para cuando Oliver se giró, esta salió disparada hacia su corazón, en forma de lanza, irónicamente, uniendo los corazones de ambos. Satin lloró por vez primera en muchos años, mientras que no podía apartar la mirada de los verdes ojos de Oliver, que poco a poco perdían su luz y color, del hilillo de sangre que empezó a brotar de la comisura de sus labios, del hecho de que el propio peso hacía que la lanza se hundiera cada vez más y más en su cuerpo y él cayera sobre ella, con aquella extraña sonrisa de la muerte en sus labios.

La lanza se deshizo al fin. Satin había perdido mucha sangre y todo su cuerpo hormigueaba, pidiendo más y más, pero aún así hizo el esfuerzo de rodear el cuerpo de Oliver con sus brazos, pasando una mano por su pelirrojo cabello, observando las pecas que recorrían su cara y que no había visto hasta entonces, absorbiendo su olor a cerveza.

- Lo siento. - Lloró.

 Eriol Lahey: +6 Puntos de Experiencia.

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27/07/2013, 04:45
Eriol Lahey

Landon Argent

Chistes sin palabras y gestos obscenos.

Confecciones Argent no pasaba por un buen momento. En el pasado había sido la tienda de ropa y sastrería más visitada de la ciudad de Albídion. Ofrecían buenos tratos para todo el mundo, y no importaba el tamaño de la cartera de sus clientes, siempre lograban que salieran ataviados con las ropas más adecuadas y de la mas excelente factura. Obviamente los más adinerados se podían permitir materiales más caros o diseños exclusivos, pero la factura y el buen hacer eran para todos. Desde las ropas de uso más común para el día a día, a las mejores galas para los más importantes eventos de la vida, pasando por uniformes escolares o militares, los más deslumbrantes disfraces o los mas mundanos remiendos.

Elarya Argent había montado el negocio, y tal como reza el dicho, los abuelos crean el imperio, los hijos detienen su avance y los nietos lo derrumban. Huelga decir que en este caso los nietos en cuestión eran los que estaban más apenados con aquella situación.

Garret y Neal Argent, y sus respectivas esposas Elanis y Liara, cuidaban de la tienda y el taller como mas buenamente podían. Seguían ofreciendo los mismos servicios, y su estilo y arte no palidecían comparándolos con el de su abuela, pero los pobres ya no iban, aduciendo que sus precios eran ahora muy caros, y los ricos tenían la tienda como un lugar al que ni el populacho se acercaba, ¿porque iban a hacerlo ellos? Tenían una clientela fiel pero escasa, mayormente compuesta por ancianas que habían conocido a la abuela Elarya, y por desgracia poco a poco ellas iban desapareciendo también, llevadas al lado del señor.

Todo cambió el día en que Elanis se despertó con nauseas. A pesar de lo mal que se encontraba, logró plantarle cara al día y sonreír y brillar como nunca. Tanto que la señora Willesky que siempre era tan arisca y se pasaba solo a renovar sus madejas de lana, se quedó durante horas conversando con la radiante Elanis. Conversando, y comprando. Pronto el rumor se extendió, y en unas pocas semanas la gente iba a allí si no por el precio, o la calidad, al menos por el trato.

Poco tardó en conocer Elanis su estado, estaba encinta. Pero lejos de apartarla del negocio, aquello la vinculó mas al mismo, puesto que todas aquellas mujeres, y pronto sus maridos, hijas e hijos y hasta nietos, se pasaban a ver a la cada vez mas embarazada Elanis, a conversar con ella y a preguntarle cómo se encontraba el bebé. El resto de la familia se contagió pronto ed aquella energía positiva. Neal diseñó un precioso uniforme para la escuela de niñas y la misma directora fue a hacerles el pedido de ochocientos de aquellos uniformes de todas las tallas imaginables. Liara, que era la experta sastre, componía los mejores vestidos y trajes, y le ponía su alma hasta al más simple mono de trabajo de un cantero o el delantal de una cocinera. Garret, que era experto en trabajar el cuero, decidió probar suerte con las armaduras, y tras un breve aprendizaje pronto logró el conocimiento necesario para crear un nuevo uniforme para la guardia.

Aquel cambio en el cuerpo de Elanis, aquel optimismo que la había invadido y se había contagiado por doquier les salvó de la ruina.

No todo fueron alegrías, puesto que los días en que Elanis se encontraba mal o simplemente se despertaba huraña, un aire sombrío invadía la tienda, pocos clientes entraban y aún menos se quedaban a comprar algo.

Landon nació en la tienda, en el taller donde guardaban las telas. Todas las mujeres y ancianas que tanto decían saber del asunto se habían agolpado a la puerta, gritándole consejos a la cuñada de Elanis, pero cuando el bebé arrancó a llorar por fin, todas lo oyeron. Todos en la tienda se pusieron a llorar cual magdalenas, a medio camino entre la felicidad y una pena, un terror y una sensación de separación indescriptibles.

*************

Pero esta no es la historia de Confecciones Argent, ni siquiera la historia de Elanis Argent. Es la historia de Landon, y todo cobra mayor relevancia a partir de ahora.

Landon era un bebé encantador, enternecedor. Cuando reía su risa era tan contagiosa, y a él le hacía tanta gracia ver reír a otros, que se volvía un ciclo sin fin de carcajadas. Cuando lloraba, en cambio, el humor de todos se agriaba. Tan importante era el niño para los Argent y sus ancianas clientas.

El niño tubo muchas, muchísimas niñeras. Nadie se supo explicar nunca porqué, pero todas acababan de los nervios. Había las que salían llorando como colegialas con un corazón roto, las que se enfadaban hasta ponerse rojas como el tomate, las que partían en un viaje en búsqueda de la iluminación interior, y sobre todo, las más numerosas, las que partían en busca de su mamá. Al final Elanis y Garret decidieron llevar al niño al trabajo, ya que provocaba tantos apuros a las niñeras.

En cuanto tuvo consciencia de sí mismo, Landon se dio cuenta de que lograba siempre lo que quería, cuando quería y como quería, puesto que todos parecían imitarle en todo lo que sentía. Pero era un arma de doble filo, porque cuando se enfadaba, todos se enfadaban. Y él se enfadaba mas, y sus padres, y las clientas, y sus tíos y primos se enfadaban más y más. Y luego se ponía triste, y todos se entristecían también.

Podría decir que le costó controlarlo, darse cuenta de que no era algo normal, que no se suponía que las relaciones con las personas tuvieran que ser así. Pero para Landon esa era la realidad. Igual que usaba sus palabras para disculparse, usaba su don para hacer sentir a su contertulio una predisposición mayor al perdón. Igual que uno grita y gesticula para asustar, él daba ese pequeño empujón a los sentimientos. Con cinco años era una segunda naturaleza para él, y ya no solo irradiaba sus propias emociones, sino que podía hacer lo que quisiera, afectar a uno o a todos, y hacerles sentir cosas que él no sentía. A tan temprana edad ni siquiera se planteó nunca si lo que hacía estaba mal o bien. Era lo que era, y punto.

Su madre, como siempre había creído que su hijo y la salvación del negocio habían sido respuesta a sus plegarias, había ido a la iglesia todos los domingos desde entonces. Así pues cuando Landon se hizo lo bastante mayor como para darse cuenta de que no podía estar con ella todo el tiempo, lo envió a servir como monaguillo y a formar parte del coro de la iglesia en Caedus, asegurándose así que recibiría una buena educación y sería temeroso de Dios, como debía ser.

Landon resultó tener otro don: La música corría por sus venas. Al principio solo formaba parte de las voces blancas, aquello que la mayoría de niños con un poco de práctica podía hacer, pero con el tiempo su curiosidad le llevó a toquetear el piano y con la ayuda de Bernadette, la encargada del coro, su talento se extendió hacia otros instrumentos más allá de su voz, a la que nunca olvidó.

Pero todas aquellas cosas positivas no quitaban lo solo que se sentía la mayoría del tiempo. Oh, sí, todos los niños del coro eran amables con él. Landon conseguía lo que quería, calmaba disputas o iniciaba carcajadas sin sentido, pero todos ellos le parecían vacuos, inertes. No había nada interesante en ellos y por mucho que lo quisiera, no conseguía dejarles entrar en su corazón.

**************

Todo esto cambió a los seis años, cuando Eriol llegó. No era la primera vez que un niño nuevo se apuntaba al coro, y al principio Landon ignoró el hecho, solo era otro recipiente vacío mas. Pero cuando fue a saludarle, con una sonrisa en la boca y extendiendo la mano esperando un apretón, Eriol se echó hacia atrás, esquivando algo en el aire. No había logrado alcanzar el corazón del niño. Era casi como si... Pero no podía ser.

Frunciendo el entrecejo, Landon volvió a intentarlo y Eriol dio un salto para atrás. Landon renovó los esfuerzos y Eriol se cayó de culo, otra vez intentando esquivar algo en el aire. Parecía que estuviera loco, seguramente los otros niños lo pensaban, pero Landon sabía que no había podido conectar con él. Lo había "esquivado". Ni siquiera sabía que él pudiera ser esquivado. Ni visto. Decididamente Eriol no le gustaba y por lo visto, Eriol pensaba lo mismo porque fruncía el ceño en su dirección, confuso.

Fue un primer día tenso. Ninguno de los dos perdía de vista al otro, pero el final del mismo llegó y Landon trazó un plan - el plan de un niño de seis años... Pidiéndole ayuda a sus compañeros, llevó a Eriol a una zona en la que pudieran hablar con tranquilidad. Después despachó a sus "amigos".

- ¿Cómo lo haces?

Landon se apartó el flequillo de la cara y miró a Eriol fijamente. No estaba realmente enfadado, para su sorpresa. Había estado todo el día dándole vueltas y perder el "control" no le había molestado en absoluto. Estaba confuso, sí, pero no enfadado. En realidad estaba aliviado por alguna razón que no podía llegar a entender.

- ¿El qué?

Eriol estaba muy confuso. Si se había imaginado aquella confrontación, con toda seguridad lo había hecho con él formulando aquella pregunta.

- Esquivarme. - Landon se encogió de hombros - No sabía ni que eso pudiera hacerse. Nadie más lo ha esquivado.

- ¿Esquivarte? - Eriol estaba cada vez mas perplejo - Pues no lo sé, moviéndome. Pero eres tú el que lanza... eso - hizo unos gestos vagos con las manos, como intentando describir lo que había visto - y me asusté.

- No sabía que pudiera verse. - admitió Landon - Yo no puedo y nadie ha intentado esquivarlo antes. Ha sido guay.

Sonrió. Ya sabía por qué no estaba enfadado, sino aliviado. Porque nunca, jamás había hablado con nadie sobre aquello. Al principio porque no sabía que fuera extraño, y luego porque le pareció demasiado extraño como para andar comentándolo por ahí. Ni siquiera a su madre ni a su padre, ni a sus primos.

- Pero, ¿Qué es? Parece un... - volvió a hacer esos gestos ondulantes con las manos que no definían nada en concreto, pero tanto sentido parecían tener para él - que vuela y sale de ti y va a los otros. ¿Qué hace?

- No estoy seguro. - Landon volvió a encogerse de hombros - Todos se portan como quiero. - Iba a dejarlo allí pero ante la única ceja enarcada de Eriol, decidió explicarlo mejor, sí podía - Si quiero un vaso de agua, y te lo pido. ¿Es posible que me lo vayas a buscar?

Eriol se encogió de hombros, levantándose - ¿Lo quieres? Puedo ir si quieres.

- No, no. - Landon le hizo gestos para sentarse a la vez que intentaba que se relajara. Eriol vio venir lo que fuera que veía venir siempre y se echó al suelo - Lo siento. No ha sido a propósito. - se disculpó con sinceridad ante la cara de sorpresa del otro. - Tu ibas a ir a buscarme el agua, pero si no hubieras querido, yo habría podido intentar convencerte.

- Claro - interrumpió Eriol - si me lo pides por favor seguro que voy.

- No, me refiero a con... eso que ves. Si lo hago puedo hacer que te apetezca traerme ese vaso de agua. O que te pongas contento, o hacerte llorar. Eso hace.

Eriol frunció el entrecejo.

- ¿Y no está mal que hagas eso?

Landon se quedó sin respuesta. ¿Estaba mal hacer aquello? No ¿Verdad? ¿Porqué iba a estarlo? Eriol esperó respuesta unos momentos, pero después se fue, dejando a Landon con la pregunta. ¿Y no está mal que hagas eso?

Al día siguiente, Landon tenía una respuesta. Volvió a llevar a Eriol a aquel rincón oculto tras las clases. Cuando se aseguró de que no miraba nadie, con una cara muy seria Landon se metió una mano bajo la camiseta, en el sobaco, y bajando el brazo provocó un ruido como el de una pedorreta.

- ¿Qué haces? - preguntó Eriol, entre risas. - ¡Tienes que enseñarme a hacer eso!

- Luego. Te has reído, ¿verdad?

- Claro, es divertido. ¿Cómo se te ha ocurrido?

- Luego te lo cuento. Bueno, ¿me dejas que use contigo aquello? - era la primera vez que Landon pedía permiso para hacer lo que hacía, y las palabras le sonaron extrañas en su boca.

Eriol asintió, tragando saliva. Pudo ver como lo que fuera que Landon creaba se acercaba y cerró los ojos con fuerza, temiéndose algo malo. En cuanto fuera lo que fuera le alcanzó, Eriol se rió con ganas, tanto que le empezaron a llorar los ojos.

- ¿Has notado alguna diferencia? - preguntó Landon, ayudándole a levantarse.

- ¿En qué? - Eriol se refregaba los ojos, secándose las lágrimas.

- La risa de antes y la de ahora.

El moreno se quedó pensativo durante unos instantes. Landon tragó saliva temeroso de que la persona con la que había decidido que podía hablar con franqueza le despreciara.

- No. - sentenció Eriol, cogiéndole del hombro - Eres guay. ¿Me enseñas lo del brazo?

Landon sonrió, había encontrado a alguien con quien hablar.

Por el momento este parece el relato de un monstruo en ciernes, alguien manipulador y egoísta, pero debéis comprender que a esa edad Landon había llevado a cabo un razonamiento que los filósofos más sabios encontrarían dificultades para rebatir. Toda interacción con el mundo exterior condiciona a la psique y la moral de las personas. Cuando un amigo nos cuenta un chiste pretende hacernos reír, cuando un niño llora pretende conseguir un caramelo, cuando alguien expone sus argumentos pretende convencernos. ¿Porqué lo que otros hacían con total impunidad con su voz, gesto o fuerza era malo si lo hacía Landon con su don? Todos cambian la forma de pensar y de actuar de los demás. Pedir "por favor" no era tan diferente a "convencerle" a la manera de Landon de que le apetecía traerle aquel vaso de agua a su amigo.

- Vale, pero me tienes que prometer que no se lo enseñaras a hacer a los demás aún. Esto lo aprendí en la tienda de mi madre, allí hace mucho calor y...

 Eriol Lahey: +4 puntos de Amistad con Landon Argent.

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28/07/2013, 00:17
Ace Velvet

Historias conectadas

El modelo a seguir.

Nació en algún lugar de Galgados. Padres desconocidos, un huérfano. Fue encontrado con apenas 5 años, el único superviviente de un oscuro sacrificio. Los inquisidores llegaron raudos, destruyeron a los herejes, y sólo quedó un niño que lloraba ensangrentado.

Podrían haberlo destruido entonces, pero no lo hicieron. Vieron en sus ojos algo diferente, ese niño podría clamar venganza más tarde. Era un superviviente.

En Caedus Tyler fue un niño animado y con una permanente sonrisa. Para sorpresa de sus superiores, no se encontraba desolado sino más motivado que nunca. Era un alumno modelo, sobresalía en todos los campos con calificaciones excelentes. Era la envidia e inspiración de sus compañeros, excepto para uno.

Ernest Velvet. Era un niño tímido, hijo de unos panaderos de Albídion. Tenía un poder especial que la Inquisición descubrió, y decidió incorporar a sus filas. No solía relacionarse con los demás aprendices, era más bien callado y solitario. Pero Tyler mostró cierto interés en él, se le acercó y se presentó. Aquel día comenzó a forjarse una relación lo suficientemente poderosa como para sobrevivir al paso de los años, y convertir a los dos jóvenes en amigos inseparables. Y aunque Tyler entabló numerosas relaciones con otros aprendices del monasterio (e incluso romances), ninguna fue tan fuerte como su amistad verdadera con Ernest.

Al salir de Caedus Tyler se había convertido en un inquisidor implacable. Completamente devoto a su causa, e increíblemente letal. Superó la prueba del desierto con gran soltura, sorprendiendo a sus superiores. Aquel chico, que había superado las expectativas año tras año, se graduó con todos los honores y obtuvo su propio legislador, Letanía. Era un ejemplo a seguir.

El desempeño de Tyler en las misiones no admitía queja alguna. Nadie podía dudar de su eficiencia en el campo de batalla y en la corte. Por eso sus superiores estuvieron de acuerdo en enviarlo a la caza de una peligrosa bruja del norte. Para la misión, el propio Tyler escogió al único compañero que necesitaba y en el que confiaba, Ernest. Y los dos se embarcaron, juntos, en la que sería la última misión del As de Espadas.

Ernest cometió un error que jamás debe cometerse, simpatizar con los herejes. Sin darse cuenta, se enamoró de la bruja y acabó aliándose con ella. Los dos se deshicieron de Tyler y escaparon juntos. Ernest pudo haber matado entonces a Tyler, pero no lo hizo. Impidió que la bruja lo asesinase, y quizá ese fue su error.

Tyler, colmado de vergüenza, regresó a Albídion con el primer fracaso de toda su vida. Su mayor y único fracaso. Lejos de ser castigado por su incompetencia, toda la culpa recayó sobre el traidor Velvet. Pese a la amistad de los dos inquisidores, Tyler fue enviado de nuevo como el mejor candidato para acabar aquella misión.

La persecución duró varios años, Tyler removió cielo y tierra para encontrar a la huidiza pareja. Pensaba que estaba preparado para acabar con el traidor, que no vacilaría cuando lo tuviese a su merced. Pero no fue así. Al descubrir que Ernest había sido padre en algún lugar de Arlan, no supo qué hacer. Contactó con sus superiores, se encontraba confuso, pero la naturaleza de la misión no cambió. Debía acabar con él, pero ahora también llevar a su hijo a Caedus para que lo reemplazara.

El encuentro final llegó, pero Tyler no consiguió hacer razonar a su compañero. Sabía lo poderoso que era el Estilo del Serafín, por lo que se preparó para contrarrestarlo. Ernest no pudo hacer nada para vencer, pues su mayor ventaja había sido negada. Tyler asestó el golpe de gracia, pero siempre se arrepintió de aquello.

Cuando el pequeño Ace cayó en sus manos la bruja ya había escapado. Tyler no sabía qué hacer con el niño, no tenía ni idea de cómo cuidar de él. Era demasiado pequeño para su entrenamiento en Caedus, por lo que tendría que ser cuidado en algún otro sitio. En aquel momento se encontraba en Arlan, y no tardó en encontrar un orfanato de su agrado, llevado por la Iglesia. Allí dejó al pequeño para seguir con su vida hasta que estuviese preparado.

De vuelta a Albídion fue recibido como un héroe. Había exterminado a un peligroso hereje, salvando los secretos de la Inquisición y demostrando que era capaz de hacer cualquier trabajo que le ordenasen. Pero Tyler no se consideraba un héroe, jamás lo seria.

Cuando Ace tuvo edad suficiente para entrar en Caedus, Tyler regresó a Arlan para recogerlo. Encontrarse con el pequeño le provocó extraños sentimientos. No sabía cómo debía portarse con él. Era el hijo de su mejor amigo, él mismo lo había privado de su padre. ¿Qué pensaría de él? No quería que Ace acabase como Ernest, habría preferido dejarle vivir una vida normal, fuera de los muros de Caedus. Pero estaba obligarlo a tomarlo como pupilo. Tyler se prometió a sí mismo que cuidaría de él como si de un hijo se tratase. Si Ace tenía que vivir aquella vida marchita, al menos estaría lo suficientemente entrenado como para sobrevivir.

El viaje de vuelta a Caedus se le hizo extraño. Lo recordaba como el suyo propio, y no quería que Ace se sintiese angustiado como él lo estuvo. Le contó historias, fue como el padre del que nunca había podido disfrutar. Incluso le instruyó un poco en el uso de la espada para que, a su llegada, no fuese un completo novato.

Dejarlo allí fue doloroso, tanto para él como para el pequeño. Los meses que habían pasado juntos, de viaje, no serían fácilmente olvidados. Tyler retomó sus actividades, rastreando a la bruja y llevando a cabo otros trabajos por toda Gaia.

Unos años después, regresó a Caedus para supervisar el entrenamiento de Ace, y para ayudarle a dominar el Estilo del Serafín, como sus superiores habían querido desde un primer momento. Pero forzó demasiado al chaval, y éste cayó en un coma profundo que duró trece días. Durante ese tiempo Tyler se preguntó si realmente estaba haciendo lo correcto, se arrepintió de haberle exigido tanto a Ace, que no era más que una marioneta de las circunstancias.

Al superar su pupilo el examen final, Tyler se sintió tan orgulloso de él como solo un padre puede estarlo de su hijo. Lo llevó con él a cenar y a beber unas copas. Compartieron batallitas, experiencias, y recuerdos sobre Ernest.

Porque Ernest, para Ace, sería siempre un héroe. Su traición era un secreto que la Inquisición no estaba dispuesta a compartir. Y Tyler prefería mil veces que Ernest fuese un hombre respetable a los ojos de su hijo a que el chaval viviese el desengaño.

Pero qué duras son de mantener, las mentiras piadosas…

Historias conectadas

El dragón encadenado.

Siempre fue un monstruo. Un peligro, una amenaza, una bestia que debía ser encadenada y encerrada en la mazmorra más profunda. Lionel, el dragón. Había tenido una infancia normal, como la de cualquier otro niño. Era alegre, un poco travieso, y juguetón. Pero no era como los otros niños, y de alguna forma lo sabía.

Su historia comenzó una tarde de verano, hacía muchísimo calor. Lionel y sus amigos estaban jugando en un bosque abelense. No era nada prohibido, lo habían hecho incontables veces. Pero aquel día surgió un imprevisto. Un oso pardo, extrañamente agresivo, sorprendió a los niños en su juego. Lionel, en su huida, tropezó. Y cuando el animal se abalanzaba sobre él gritó.

Todo, sencillamente, comenzó a arder. El oso, el bosque, y sus amigos también. Lloró en medio de las llamas, mientras escuchaba los gritos agónicos de unos niños que ardían hasta la médula. Únicamente él sobrevivió, lo cual extrañó y enfadó a las gentes del pequeño pueblo en el que vivía. Éstas dieron parte a la Inquisición que, tras descubrir el origen del problema, se llevaron al pequeño bajo su custodia.

La primera experiencia de Lionel con sus poderes le provocó un grave trauma. Comenzó a temerse a sí mismo, pero sus ataques de ira recurrentes desataban sus poderes con demasiada facilidad. La Inquisición consideró que lo más apropiado era encerrarlo en las mazmorras de Caedus hasta que dejase de ser un peligro público.

Los años encerrado entre aquellas mohosas paredes se volvieron interminables para el joven. La soledad desarrolló en él una personalidad huraña, y el hecho de que su mentor se interesase únicamente en convertirlo en una máquina de matar tampoco ayudó. Lionel, en su adolescencia, se convirtió en un chico rebelde que no se callaba nada.

Para canalizar su ira hacia una actividad menos destructiva, su mentor creyó que podría ser interesante enseñarle a pintar. Lionel se descubrió a sí mismo siendo un maestro artista, tenía un talento innato para plasmar sus sentimientos en un lienzo, y una memoria prodigiosa para copiar los paisajes y personas que representaba a veces con el pincel. Aquella vía de escape para su ira acabó convirtiéndose en una necesidad. Pronto las tristes paredes de su celda acabaron cubiertas de lienzos. Una visión que, por lo menos a su mentor, le pareció perturbadora.

Deseoso de librarse de sus cadenas, se tomó el entrenamiento en serio y pronto consiguió resultados. Sin embargo su primera salida no fue para nada exitosa.

En su primera clase fuera de las mazmorras tuvo que enfrentarse en duelo a un chico de su edad. El profesor quería saber de lo que era capaz. Trató de concentrarse, pero los penetrantes ojos de su oponente le desconcertaban. Se sintió extrañamente acompañado, pero esa sensación no le acabó de gustar.

Por alguna razón descargó toda la ira contenida sobre él. Gritaba, furioso, cada vez que atacaba al chaval. Éste era habilidoso, pero parecía desconcentrado por alguna razón. El asalto de acero duró unos instantes que se volvieron eternos, hasta que su oponente recuperó el ritmo y lo hizo sangrar con una hábil estocada.

La visión de su propia sangre lo enloqueció de ira. Sin preocuparse por las consecuencias usó su propio poder contra él, tratando de hacerle arder. Quería escuchar sus gritos agónicos, quería hacerle daño de verdad. El combate sólo se detuvo cuando su oponente cayó al suelo, humeante, y Bronn lo incapacitó con una hábil maniobra.

Le cayó una buena, vaya si lo fue. Su mentor estaba muy enfadado, y Bronn también. Por el uso irresponsable de su poder sería castigado con veinte latigazos. Luego debería ir a la enfermería a visitar a Ace y, como mínimo, pedirle disculpas. Agradecido debía estar que no le impusieran un castigo mayor. O quizá era que su poder era demasiado valioso como para echarlo a perder.

Desde ese momento Lionel comenzó a aborrecer a Ace. ¿Por qué al chico telequinético lo protegían y a él no? Él también había usado sus poderes contra el propio Lionel, pero nadie parecía haberse dado cuenta. La conversación que tuvieron en la enfermería tampoco fue bien, por lo que Lionel decidió que, definitivamente, Ace sería su rival para toda la vida. No soportaba el hecho de que hubiese tenido una vida normal en el monasterio que a él le había sido negada. Quizá la razón para descargar su ira en él no era la más lógica, pero necesitaba culpar a alguien después de todo.

En su estancia en Caedus no hizo muchos amigos, por no decir casi ninguno. No era nada afable, y la envidia lo corroía enormemente. Superó fácilmente la prueba del desierto, e incluso disfrutó con los gritos de dolor del demonio al que incineró. Pero su personalidad caótica era demasiado difícil de controlar como para que le fuera otorgado un legislador. Le enfureció que no lo reconocieran como un inquisidor en pleno derecho, pero por primera vez en toda su vida se mordió la lengua para evitar problemas mayores. Demasiados latigazos había recibido ya. Sus misiones posteriores implicaban normalmente lo que mejor se le daba: matar. Y lo disfrutaba.

El dragón encadenado estaba sediento de sangre, pero le gustaba demasiado derramarla como para pararse a disfrutarla.

Historias conectadas

La doncella engañada.

Una caravana de Zínner fue el hogar de Penélope desde que era pequeña. Ellos eran nómadas, gente viajera y sin ataduras. La cándida Penélope fue la alegría de su familia y de sus amigos desde su más tierna infancia. Era una niña risueña e increíblemente taimada. Podríamos decir que incluso era demasiado bromista.

Más de una vez logró confundir a sus amigos con asombrosos trucos que le enseñó su padre, un mago de feria. Su madre era la ayudante del mismo, y los dos formaban un dinámico dúo que ofrecía un asombroso espectáculo. Las primeras veces que lo vio, Penélope se sintió maravillada, y no tardó en querer incorporarse a los números como “La pequeña ayudante”.

Siempre tenían algún que otro problema con las autoridades y la Iglesia, pero normalmente conseguían escabullirse. No vivir en ningún lugar era una gran ventaja a la hora de rehuir a los agentes del orden, que los perseguían únicamente por su forma de ganarse la vida.

Durante esos años Penélope desarrolló cierto desapego por las normas establecidas y por lo que representaban los soldados y los jueces. Todos eran iguales, creían que su verdad era la absoluta y la justa, pero no se paraban a tratar de comprender a quiénes les rodeaban. Crecer en una clase social ciertamente marginal enseñó a Penélope a apreciar las diferencias entre las personas y a comprenderlas.

Pero su idílica y aventurera vida encontró un gran bache en su última actuación como “La pequeña ayudante”. Sus padres tuvieron la mala suerte de representar su espectáculo frente a varios agentes de la Inquisición, que rápidamente acusaron a la pareja zínner de brujería y los detuvieron allí mismo. Era estúpido, creía Penélope, los Inquisidores no podían ser tan ilusos como para creer que aquello que hacían sus padres era verdadera brujería.

Ella también fue capturada, y su familia entera fue llevada frente a los tribunales inquisitoriales. Pero no había juicio alguno para los de su clase, ni para nadie que fuera llevado frente a aquellos tribunales. El veredicto era siempre el mismo, la muerte. Así que la niña, con su habla entrenada entre los ingeniosos zínner, rebatió todos los argumentos de aquellos señores “con pocas luces” y los dejó completamente en ridículo. El castigo para la insolente niña sería morir después de ver como sus padres morían frente a ella, en una hoguera.

Lloró la muerte de sus padres, pero no se arrepintió de nada. Y en el momento de su propia ejecución, asumió con valentía su destino. Quizá eso fue lo que captó la atención de alguien allá arriba. Cuando el fuego trató de lamer la piel de la niña, resultó inofensivo para la misma. Iluminada por una luz celestial, la hoguera se apagó y la pequeña resultó intacta. Lejos de pensar que se trataba brujería, la inquisidora encargada de la ejecución anunció que se había producido un milagro, y que la pequeña merecía vivir.

Curiosamente, la propia mujer sonrió a Penélope cuando ésta bajó de la hoguera. Le dijo que a partir de ese momento ella sería su mentora y que la cuidaría. Sería llevada a Albídion, donde la entrenarían para convertirla en una inquisidora.

Aquella idea no solo aterró a Penélope sino que también la repugnó. Se negó a convertirse en algo que odiaba, pero la inquisidora no aceptó un no por respuesta. En contra de su voluntad, fue llevada a Caedus para su entrenamiento.

Los primeros años fueron muy problemáticos, ella no quería de ninguna manera estar en aquel lugar. Pero sus numerosas travesuras y desafíos al orden la llevaron a descubrir la razón por la cual la habían dejado vivir. Ella poseía un don divino, algo maravilloso que le había sido otorgado. Pero aquel poder conllevaba una responsabilidad, la de usar su don para el bien. Aunque no llegó a apoyar del todo aquel razonamiento, Penélope acabó decidiendo que lo más sensato era llevarles la corriente y seguir sus indicaciones.

Sus facilidades para todo lo relacionado con el subterfugio y el habla la llevaron a ganarse un lugar respetado en las consideraciones de Leona Blanchett y Mary Jane Cone. Y su paso por Caedus no pasó desadvertido. Pronto se esparcieron rumores acerca de sus esporádicas y numerosas relaciones amorosas con algunos de sus compañeros, algo que sus profesores nunca aprobaron. Sin embargo, resultaban sus argumentos tan convincentes que nunca se la pudo acusar de nada.

En Caedus conoció a mucha gente interesante, pero sin duda una de las personas a las que siempre recordaría era Ace. Ese chico le despertó cierta curiosidad cuando la detuvo por el pasillo, confundiéndola con otra persona. Parecía bastante hosco a primera vista, pero una vez lo conoció vio que era un sol. La calidez y la pasión con las que el muchacho hablaba de sus motivaciones cautivaron a Penélope. Ella no intentó nada con él, no habría sido apropiado. Pero se mantuvo cerca, e incluso lo orientó un poco en su primera misión de verdad.

Aunque no destacó demasiado en el combate, siempre fue su ingenió agudizado y su habilidad de improvisación lo que la sacó de todos los aprietos imaginables. Superó con éxito la prueba del desierto y su legislador, Cenicienta, le fue entregado. Siempre había deseado salir de aquel monasterio, y una vez tenía lo que quería se sintió increíblemente confusa y engañada.

Durante su estancia en Caedus se imaginó el día de su marcha como algo liberador, pero no se sentía así. Aunque había querido permanecer fiel a sus principios, la joven zínner ya jamás volvería a ser la niña que plantó cara a la Iglesia.

Confusa y engañada, porque se había transformado en lo que no quería.

 Ace Velvet: +5 Puntos de Experiencia.

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28/07/2013, 01:24
Juliette Bourgeois

La nueva Familia.

El encuentro deseado.

Tras el incidente con Venganza primigenia nada volvió a ser igual en el Monasterio de Caedus, los Asesinos de la Sombra (como los llamaron a partir de aquel evento) se esforzaron mucho más que nunca en todas y cada una de sus clases... Con la amenaza que les hizo aquella criatura más les valía estar preparados, y bien preparados. Y Juliette no fue menos... pasó el tiempo en la enfermería observando el minuto a minuto de sus compañeros heridos, y viendo como los médicos que allí se encontraban trataban sus heridas. Charlotte no había sufrido daños físicos pero si una pequeña merma de sus capacidades, así que tuvo que pasar allí unos días y Juliette estuvo a su lado en todo momento.

En cuanto salieron de aquel lugar, dieron las gracias por todo a los médicos y enfermeros y se pusieron manos a la obra, no podían permitir que aquella horrible criatura volviera a sorprenderlas sin estar preparadas. Se aplicaron en aumentar sus poderes mentales en clases con Dóminar, que dado que el puesto de profesor de Artes Mentales había quedado libre lo ocupó sin más remedio. Estudiaron Artes Oscuras hasta la saciedad, debían conocer los puntos fuertes y débiles de esas malvadas criaturas antes de enfrentarse a ellas. Juliette se aplicó mucho en las clases de Leona, más valía que la próxima vez que se enfrentaran a aquel engendro no cundiera el pánico, allí necesitaban un líder y ella podía ser capaz de serlo. Las demás clases eran para la joven Juliette... bastante irrelevantes.

***************************

Pocas semanas después del incidente, al terminar una de las clases con Dóminar sucedió algo que las pequeñas no se podrían imaginar ni en sus más extraños sueños...

-Juliette, Charlotte, ¿podéis esperar un momento queridas? .- Se dirigió hacia ellas el profesor de Artes Mentales -. Tengo que contaros una cosa.

La pequeña Juliette se giró hacia él y enarbolando una de sus mejores sonrisas caminó hacia donde se encontraba el profesor arrastrando de la mano a su gemela.

-Si Profesor, ¿Qué necesita?.- La pequeña ladeó un poco la cabeza añadiendo algo de sentimiento a su servicial tono.

-Ehm... como puedo deciros esto...- Dóminar se quedó pensativo mientras daba con las palabras exactas para contar a las pequeñas lo que quería decir, parecía que hasta estaba sudando, tenía que ser algo gordo.

-Dígalo sin rodeos Profesor, a veces darle muchas vueltas a la cabeza solo lo complica todo.- Probablemente no fuera el mejor consejo del mundo y menos en el lugar en que se encontraban... palabras no pensadas, nunca traían nada bueno.

-Ya... esto...- Parecía que el consejo de la pequeña no había solucionado mucho el embrollo que tenía el profesor en su cabeza, pero poco a poco fue encontrando las palabras adecuadas-. Veréis, mi familia hace mucho tiempo que me concertó un Matrimonio con una Psiónica, y...

-¿En serio?.- Preguntó la niña, impaciente, esperando más datos sin darse cuenta de que estaba interrumpiendo-. Y ¿Es guapa? ¿Noble? ¿Es Poderosa? ¿Es...

Una pequeña mano le tapó la boca, era Charlotte que sabía perfectamente que su hermana había interrumpido al profesor, y puede que Dóminar no fuera muy estricto con ella, pero ya le había costado bastante arrancar como para que encima Juliette le atosigara con más preguntas...

-Gracias Charlotte .- Suspiró aliviado Dóminar -. Es todo eso y mucho más, pero también es algo que deberíais saber... Es una Bourgeois...- Se hizo una pausa en la que perfectamente podría haber pasado por allí volando un Elohim cualquiera. Las bocas de ambas jovencitas se abrieron de par en par por la tremenda sorpresa que acababan de recibir... No eran las únicas de su linaje que seguían con vida, tenían familia.

De repente los ojos de Juliette se iluminaron, su boca se cerró para formar la mayor sonrisa que jamás se le había visto y corrió hacia Dóminar como una loca poseída. Le abrazó, le abrazó con una fuerza que ni ella misma creía tener, una fuerza que desde luego no tenía... En aquel momento estaba sintiendo una felicidad que pocas veces en su vida había sentido.

-¿En serio?.- Preguntó la niña aún un poco incrédula mientras aún seguía abrazada al profesor de Artes Mentales -. ¿No nos está mintiendo verdad?

Dóminar la separó cuidadosamente de si mismo, la colocó suavemente en el suelo junto a su hermana y arrodillándose frente a ellas les habló en un tono más que paternal...

-No podría mentiros en algo así querida, no sois las únicas Bourgeois que siguen con vida, pero no se nos permitía hablar de ello cuando entrasteis aquí. El Rector y su consejo pensaron que no sería buena idea ataros sentimentalmente a algo que se encuentre fuera de estos muros... Pero las cosas han cambiado un poco.- Dicho aquello se levantó y se dirigió a la puerta -. Por cierto pequeñas... tenéis visita.

La puerta del aula se abrió de par en par y acompañada por dos guardias eclesiásticos apareció una figura que bien podría ser la de un ángel sin alas... una bella mujer acompañada de un halo de misterio se acercaba lentamente hacia donde se encontraban las pequeñas.

-Hola pequeñas.- Una melodiosa voz salió de aquellos misteriosos labios -. Mi nombre es Lilianne, pero podéis llamarme Lily... primitas.

Aquella preciosa joven con aquel hermoso vestido se arrodilló en el suelo y abrió los brazos esperando que las pequeñas fueran a dar con ella... no se conocían aún pero las tres esperaban salvar esa barrera muy pronto.

Las dos pequeñas corrieron como si les hubiera ido la vida en ello y abrazaron a su recién encontrada prima y Juliette lloró de felicidad ahogando sus lágrimas en el precioso y (Seguramente) carísimo vestido de Lilianne, pero aquello no importaba, estaban juntas y eso era todo lo importante.

Al ratito, y poco a poco, el abrazo terminó por deshacerse y las lágrimas cesaron...

-Toma, límpiate esas lágrimas cariño.- Dijo Lilianne con tono maternal a la vez que le tendía un pañuelo bordado a la pequeña para que acabara de limpiarse lo que no hubiera dejado en el vestido-. Me alegro mucho de conoceros, niñas, hacía mucho tiempo de Carlos me habla de vosotras constantemente... de lo guapas, listas y aplicadas que sois.

La cara de las pequeñas era un verdadero poema... ¿Carlos? ¿Quién diablos era Carlos?. La pequeña Juliette frunció el ceño extrañada por la confesión de su prima. Una fuerte tos proveniente de Dóminar hizo desviar la mirada de su prima a las pequeñas y con cara de hastío se señaló a si mismo con un dedo.

La pequeña Juliette no pudo contener una pequeña risita ante la mueca de Dóminar... ¿Carlos? Así que ese era su verdadero nombre ¿eh?, la verdad no lo esperaban, ninguna de las dos.

Lilianne giró la cabeza para mirar hacia donde había dirigido la mirada Juliette para entender porqué reía pero solo encontró a Dóminar encogiéndose de hombros como si no supiera qué había pasado.

Y bueno... contadme cosas sobre vosotras por favor.- Dijo a la vez que volvía su tierna mirada a donde se encontraban las pequeñas... y aquella conversación duró lo que tenía que durar, ni más, ni menos. Aquel día las pequeñas se saltaron las clases que quedaban con el consentimiento del Rector, para pasarlo con aquella joven que poco después contraería matrimonio con el profesor de Artes Mentales y que para alegría de las gemelas resultó ser su prima.

*******************************

-Y bueno Profesor...- Se dirigió a Dóminar la pequeña Juliette al terminar la clase del siguiente día -. ¿Cómo tendremos que llamarlo ahora?.- La pequeña preparó su carrera mientras agarraba a su hermana del brazo -. ¿Carlos?, ¿Tío?, ¿Primo?...

La voz de la pequeña se perdió entre risas por los pasillos mientras en la clase quedaba un profesor con la cara apoyada en la mano, semiavergonzado...

En las cabezas de ambas pequeñas se escuchó la voz del mismísimo Dóminar...

-Como queráis pequeñas... pero en clase sigo siendo vuestro profesor, eso que no se os olvide.- Aquel que hablaba no era el Dóminar estricto de antes, por lo menos no con las dos pequeñas con quienes dentro de poco le uniría un lazo mayor que el simplemente profesional...  

 Juliette Bourgeois: +2 de Amistad con Lilianne Bourgeois.

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28/07/2013, 05:37
Eriol Lahey

Hilando su propio destino

El significado de Tompkins

Satin pensaba en los últimos diez años de su vida. No tenía mucho más en que pensar. Viajaba por el desierto en un trayecto que le llevaría toda la noche recorrer, arrastrando tras de sí el cadáver de un monstruo que quería semejar un lobo pero tenía demasiadas patas, garras y sobre todo bocas como para lograr su intención.

El monstruo le había atacado por sorpresa, disponía de la capacidad de materializarse a placer donde quisiera, y esa era la única razón por la que había logrado cierta ventaja sobre ella. Pero aún así el combate fue corto. Intenso, sí, pero breve.

El monstruo retrocedió cuando ella bloqueó su primer ataque sorpresa, pero no cesó en su intento de seguir sorprendiéndola, apareciéndose en cualquier parte en cualquier momento. Un monstruo así habría tomado la vida de cualquiera si no en el primer asalto, muy fácilmente en cualquiera de los siguientes, pero Satin no era cualquiera. Como Inquisidora acabar con aquellos seres era su trabajo, y era muy buena en su trabajo. Los continuos teletransportes eran su autentica arma, su tríade de bocas y múltiples garras solo finalizaban el trabajo, pero no sería un monstruo ni la mitad de mortífero si no fuera por aquella habilidad especial.

Satin había sido entrenada para combatir contra enemigos más rápidos y ágiles que ella y el poder de aquel monstruo era comparable a una velocidad extrema. Así que afinó su habilidad para sentir la presencia de otros y bloqueó y esquivó todos los ataques de su enemigo hasta que encontró una abertura, sin forzarla ella. Su daga entró y salió con facilidad de la base de uno de los tres cráneos del lobo, dejando a aquella boca inerte. Satin percibió que los teletransportes eran ahora mas espaciados en el tiempo, y tomando ventaja de esto volvió a esgrimir su daga y perforó la base de otro de los cráneos. El monstruo usó otra vez su poder pero esta vez para aparecer lejos de ella. Satin, viendo que estaba en las últimas, corrió hacia el pero en los escasos segundos que le tomó alcanzarle un escalofrío recorrió el cuerpo del perro y las dos cabezas muertas reactivaron su actividad.

Fastidiada más que asustada, Satin saltó por encima del perro dejando clavada una de sus dagas entre dos vértebras anteriores a la separación de las cabezas. El perro perdió la movilidad de golpe, habiendo cortado la comunicación de sus cerebros con su cuerpo, pero sus cabezas aún lanzaban dentelladas y se teletransportaba a uno y otro lado, confuso. Incuso con el metal en su cuerpo, este intentaba curarse. Cuando lo tuvo a tiro, sabiendo de antemano donde se materializaría, Satin lanzó otra de sus dagas, impactando exactamente entre las dos mismas vertebras y separándolas para siempre. El lobo monstruoso cayó muerto y Satin logró su titulo de Inquisidora. Un mero trámite.

Pero eso había pasado hacía menos de una hora. Donde estaban sumidos sus pensamientos era en un pasado más distante en el día en que conoció y perdió a Oliver Biggerstaff.

 

************

Después de que el inquisidor la salvara pagando con su vida tal proeza, Satin había estado al cargo de los tres guardias eclesiásticos de Oliver durante una semana, recuperándose y aislada de todo y todos.

Uno de los guardias, Kamus, había estado con ella prácticamente todo el tiempo tratándole las heridas en su cuerpo, a la vez que intentaba mitigar las de su mente y su alma. Satin podía parecer una niña fría y calculadora, pero eso era solo una forma de actuar. Un procedimiento que mejoraba sus posibilidades de éxito en las tareas que decidía desempeñar. No era su autentico yo, no todo al menos. Cotton estaba allí, siempre. Y Cotton sentía pena y culpa, miedo y ansiedad, apatía y depresión.

Kamus podía no ser la persona más enternecedora del mundo, pero ayudó mucho a Satin. No era tanto la pérdida lo que sentía - después de todo solo había conocido a Oliver durante unos minutos - sino la culpa de saber que parte de ella había acabado con su salvador, la rabia y la impotencia de haber sido usada, la idea de que una puerta se había cerrado para ella justo cuando empezaba a abrirse.

No hubo mucho que Kamus pudiera decirle, pero no fue tanto lo que le dijo, sino su actitud lo que ayudó a Satin. Le costó unos días, pero se dio cuenta de que ella había perdido a un hombre que había conocido durante unos minutos, pero aquellas personas, los guardias eclesiásticos, habían sido sus amigos. Ellos sentían o debían de sentir una pena más profunda y desgarradora que la suya. A Kamus se le notaba, y aun así hacía lo posible por animarla a ella. Aquello fue lo que dio fuerzas a Satin, sabía que en cuanto ella no estuviera triste,  los  tres se permitirían sentir su propia tristeza.

Al octavo día, Kamus entró en la pequeña habitación de la que la niña no había salido aún y se sentó en un taburete frente a ella.

- Dime, Satin, ¿conoces a una niña llamada Cotton Chimney?

La pregunta que tanto se había temido. ¿Se habría ido Sarai de la lengua? Por primera vez en su vida, Satin no sabía qué decir. ¿Debía mentir? ¿En qué partes debía mentir? ¿Qué partes debía obviar?

- Piénsalo bien. - Añadió Kamus, viendo que la niña dudaba - Los padres de Cotton nos han preguntado varias veces por su hija. Por lo que dicen debe parecerse mucho a ti. Ella desapareció de la misma forma que las otras niñas, pero parece que no fue salvada con el resto.

- Si, conozco a Cotton. - admitió Satin, al menos eso podía decirlo sin haber decidido aún qué curso de acción seguiría.

- Bien. Toda la información que nos puedas dar nos ayudará, tenemos que decirle algo a estas personas que esperan a su hija, y tiene que ser hoy. Mañana partimos hacia Albídion, no podemos retrasarlo más. Hay que llevar a Oliver, y a ti, al monasterio de Caedus.

- ¿A mí? ¿Porqué? ¿He hecho algo malo? - conocía la respuesta. Ella había matado a Oliver. Ella no había sido capaz de evitarlo, por tanto era su culpa. Pretendían castigarla.

- No, no has hecho nada malo. Pero has visto cosas, y te han hecho daño. Hay que llevarte a Caedus para que aprendas qué es lo qué has visto, y como defenderte en el futuro. Podrías ser una Inquisidora, como lo fue Oliver, y ayudar a salvar a otros de monstruos como el que te capturó. Así que según lo que nos digas, iremos a salvar a Cotton. Si la salvamos, volverá con sus padres y tendrá una vida feliz junto a ellos, que se alegrarán de volver a tener a su niña en sus brazos. Pero tú, Satin, nunca lo verás, te vendrás con nosotros a Caedus para siempre y en esta ciudad jamás volverán a sentir hablar de ti. Tu, en cambio, jamás volverás a ver a nadie de esta ciudad, no tendrás padres ni hermanos, no tendrás una banda, pero tendrás nuevos amigos en el monasterio, aprenderás y mejorarás, y un día podrás vengar a Oliver. Así pues, ¿Sabes dónde está Cotton? ¿Está viva?

Kamus había evitado ser directo, pero no podía haber sido más claro. La niña rubia, que ya no sabía si era Satin o Cotton, tenía una elección por delante, y cualquiera de las dos opciones suponía la muerte de una de sus dos mitades. Si se quedaba, si les decía que ella era Cotton, tendría a su madre y a su padre, y al tonto pero cariñoso de su hermano. Pasaría hambre, pues no podría volver a pedirle a Satin que robara para ella, pero tendría a su familia, y su familia la tendría a ella, no tendría que llorarle. Satin se iría para siempre, y podría olvidar a Oliver, a Kamus, el secuestro, las peleas y el dolor que sentía en el pecho cada vez que pensaba en cómo había muerto Oliver.

Si en cambio les decía que Cotton había muerto, sus padres estarían muy tristes, y ella no volvería a verlos jamás, no tendría a la banda. Pero aprendería, mejoraría, y un día tendría su venganza. Aprendería más de sí misma, de ese lado que había conocido mientras escapaba del cautiverio. No tendría que temer a la oscuridad ni al monstruo del armario.

Tomó una decisión:

- Cotton... - se le entrecortó la voz, aún dudosa, mientras las lágrimas empezaban a correr por sus mejillas - Cotton no lo logró. Murió allí.

Kamus suspiró, aunque la niña no supo si era de alivio o de decepción.

- ¿Estás segura? Cotton desaparecerá para siempre, no iremos a buscarla.

- Estoy segura.

- Está bien. Mañana nos iremos, sé que no tienes gran cosa y no puedes salir de aquí, pero si necesitas algo, sólo dímelo.

- No. - lloró - No quiero nada.

Pasó horas allí sentada en soledad. No sabía que pensar. No era feliz, no era un viaje que tomara con alegría, pero era su decisión, no podía culpar a nadie de la misma. Aún así, saber que le haría daño a su familia la comía por dentro.

Kamus volvió a llamar a la puerta, ya entrada la noche. Satin supuso que le traía la cena, como los otros días, así que simplemente emitió un sonido inarticulado como toda respuesta. Kamus se lo tomó como un "puedes pasar", y abrió.

Tras él estaba Maurielle Chimney, la madre de Cotton. Los ojos de la mujer se abrieron de par en par, como los de la niña, en cuanto se vieron. La señora Chimney se llevó la mano a la boca, tapándosela para intentar ocultar su sorpresa. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos.

- Señora Chimney, ella es Satin, la niña de la que le hablé. Satin, esta es la señora Maurielle Chimney, la madre de Cotton. Os dejo a solas.

Dejó la zafata de la comida a un lado y salió de la habitación, dejando a las dos solas.

- Cot... - Maurielle empezó a hablar, pero se corrigió enseguida, lanzándose a abrazar a Satin - Niña. ¿Qué te han hecho? Mi pobre niña... ¿Qué te han hecho?

- Mamá, señora Chimney - Satin volvía a estar sin palabras, dos veces en un mismo día - Yo, estoy bien. Oliver, Kamus y los otros me salvaron.

La señora Chimney dejó de abrazar a Satin, pero no la soltó, manteniendo las manos en sus hombros, como para evitar que volviera a desaparecer de su vista.

- Me voy con ellos, mañana. Voy a aprender, voy a ser una inquisidora.

- ¡Pero si solo eres una niña! Tienes que volver conmi... Con tus padres, con aquellos que te quieren, y dejar que te abracen y te quieran hasta que olvides todo esto. ¿Qué puede hacer una niña como tu allá en la Inquisición?

- Puedo hacer mucho, yo sola acabé con tres de aquellos hombres. Bueno, con el último me ayudó Oliver. - la mirada de Satin volvió a entristecerse.

Maurielle Chimney miró con estupor a Satin, incrédula, y Satin decidió que era el momento de ser sincera, de explicarle todo desde el principio. No desde que la secuestraran, sino desde el principio. Desde su nacimiento, el nacimiento de Satin y su relación con Cotton.

Maurielle estaba sorprendida al principio, pero según el relato avanzaba fue atando cabos. Hasta el momento se pensaba que Cotton había adoptado el nombre de Satin por alguna extraña razón cuando los inquisidores la salvaron, pero entonces, tras su relato, entendió quién era ella, quien era su hija. Volvió a abrazarla con fuerza.

- Te echaré de menos. Acabo de conocerte hoy, y es doloroso perderte ya, Satin, pero te echaré de menos. No nos olvidaremos de ti, ni de Cotton. Ve tranquila, aprende e los mejores y enséñales lo que una niña de Albino es capaz de hacer. Ve y brilla como las estrellas. Nosotros te animaremos desde aquí.

- Gracias ma... Señora Chimney. Gracias.

Kamus volvió a entrar y lanzó una mirada significativa a Maurielle.

- Tengo que irme cariño. Mañana iremos todos a verte partir.

Con lágrimas en los ojos Maurielle se apartó de Satin y salió del lugar acompañada de Kamus. Kamus volvió luego y se sentó a su lado.

- ¿Ha ido todo bien?

- Sí. Muchas gracias.

Aquella noche Satin lloró hasta dormirse, dejando sus sentimientos fluir sin retención alguna, pero esta vez no todas las lágrimas derramadas eran de pena.

****************

Al día siguiente partieron y llevaron a Satin algo escondida, para que nadie pudiera reconocerla, hasta el carruaje. Desde el mismo la niña no dejó de observar alrededor, buscando a la familia de Cotton, a los amigos de Satin, a la banda y a todos. Parecía que había mucha gente allí, aunque la mayoría estaba por la morbosidad de ver cargar el féretro de un inquisidor.

Los miembros de la banda se habían congregado alrededor del carruaje y no dejaron de seguirlo, coreando su nombre, hasta que el carro aceleró demasiado como para seguirlo corriendo.

Al final, escondidos a lo lejos en un cruce de calles Satin vio a Maurielle, y a Thomas y Tom, padre y hermano de Cotton. Le hacían gestos de despedida con las manos, y los tres parecían sonreír, pero tenían los ojos cargados de lágrimas. Satin hizo lo mismo, porque estaba contenta de verlos, pero triste porque no volvería a hacerlo. No dejó de saludar hasta que el carruaje abandonó la ciudad.

Poco después, Kamus le preguntó algo que tuvo que repetirle, porque ella estaba distraída.

- Digo que si tienes un apellido. Si no es así en la iglesia te bautizaran y te pondrán de apellido el nombre de un santo.

Satin se quedó mirando a Kamus, dudando sobre la respuesta que iba a darle, pero no le costó mucho tomar una decisión.

- Si, mi apellido es Tompkins.

Tompkins, familiar o hijo de Tom, Thomas.

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Satin alcanzó por fin el puesto en el que la esperaban Owen y Kamus y lanzó al monstruo que había arrastrado durante medio desierto a los pies de los dos hombres.

- Has sido rápida. - pronunció Owen, tocando con el pie una de las bocas del lobo.

- Me enseñasteis a serlo. - replicó ella.

- Has aprendido bien. No recuerdo a nadie que tardara tan poco en superar esta prueba. - esta vez fue Kamus quien habló. - Y que haya salido tan indemne.

Como toda respuesta Satin se encogió de hombros.

- ¿Sirve? ¿Paso la prueba?

- Pasas la prueba. - respondió Owen. Parecía que fuera a decir algo mas, pero no lo hizo, en cambio empujó con el pie las cabezas del monstruo, para ver bien la herida mortal, tras lo cual soltó un gruñido de aprobación.

- ¿Y lo otro? ¿Qué hay de mi petición?

Owen y Kamus se miraron, una mirada cargada de significado, fuera el que fuera.

- Te ha sido concedido. Esa será tu primera misión. - respondió Kamus - Pero no te alegres aún, no estás preparada, señorita Tompkins. Vas a permanecer en Caedus, recibiendo entrenamiento extra, puliendo tus habilidades bajo las ordenes de los instructores hasta que el rector considere oportuno. Mientras tanto se te irán asignando otras misiones cuando resulte necesario.

- Oh si - exclamó Owen, aún curioso con el cadáver del monstruo - Verás lo bien que nos lo pasamos. De hecho ya he pensado en un método de entrenamiento, y se me ocurren un par de personas contra las que poder enfrentarte...

Pero Satin ya no prestaba atención ¿Entrenamiento especial? Perfecto. Tenía por fin su objetivo en el punto de mira y el beneplácito de la Iglesia, la Inquisición, y el Rector. Después de tantos años daba su primer paso. Este era un día feliz.

 Eriol Lahey: +4 Puntos de Experiencia.